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Full text of "Biblioteca Clásica Gredos"

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DISCURSOS 


VOL. 4 


Cicerón 


BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS 


M. TULIO CICERÓN 


DISCURSOS 


IV 


EN AGRADECIMIENTO AL SENADO + EN AGRADE- 

CIMIENTO AL PUEBLO * SOBRE LA CASA + SOBRE 

LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES + EN DEFENSA DE 

P. SESTIO * CONTRA P. VATINIO « EN DEFENSA DE 
T. ANIO MILÓN 


TRADUCCIONES, INTRODUCCIONES Y NOTAS DE 
JOSÉ MIGUEL BAÑOS BAÑOS 


EDITORIAL GREDOS 


BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 195 


Asesores para la sección latina: José Javier Iso y José Luis MORALEJO. 


Según las normas de la B. C. G., las traducciones de este volumen han 
sido revisadas por Jesús AsPA CEREZA. 


O EDITORIAL GREDOS, S. A. 


Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1994. 





Depósito Legal: M. 15640-1994. 


ISBN 84-249-1422-8. Obra completa. 
ISBN 84-249-1649-2. Tomo IV. 


Impreso en España. Printed in Spain. 
Gráficas Cóndor, S. A., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1994. — 6674. 


EN AGRADECIMIENTO 
AL SENADO 


INTRODUCCIÓN 


1. El marco histórico general de los discursos «post reditum» 


Los siete discursos que conforman el presente volumen 
presentan una serie de características comunes tanto por el mo- 
mento histórico en el que se sitáan como por las ideas, reitera- 
tivas en muchos casos, que en ellos se vierten !. Los seis prime- 
ros fueron pronunciados en los nueve meses inmediatamente 
posteriores (septiembre del 57 a mayo del 56) al regreso de Ci- 
cerón de su exilio: al día siguiente (5 de septiembre del 57) de 
su entrada triunfal en Roma manifestó su agradecimiento en el 
senado —Cum senatui gratias egit- a cuantos habían contribui- 
do a facilitar su regreso y, dos días después, hará lo mismo ante 
el pueblo romano —Cum populo gratias egit-; a recuperar sus 


! Para los datos generales sobre la vida y obra literaria de Cicerón cf., en 
esta misma colección (n? 139), la excelente «Introducción general» de M. 
Roprícuez-PANTOJA, M. Tulio Cicerón. Discursos 1, Gredos, Madrid 1990, 
págs. 7-156 (para el período que estamos comentando, cf., sobre todo, págs. 
15-34). Se pueden consultar, además, las numerosas y excelentes biografías 
que, desde distintas perspectivas, ha originado la figura de Cicerón en los últi- 
mos años: M. G&LzER (Wiesbaden, 1969), D. R. SHACKLETON (Londres, 1971), 
D. SrockroN (Londres, 1971), E. Rawson (Londres, 1975), P. GrimaL (París, 
1986), S. L. UrcHENKO (trad. esp. Madrid, 1987), etc. 


10 EN AGRADECIMIENTO AL SENADO 


posesiones y, en especial, su casa del Palatino (de la que Clo- 
dio, el responsable directo del exilio del orador, se había adue- 
fiado para construir sobre sus cimientos una gran villa consa- 
grada a la Libertad) están dirigidos el De domo sua ad 
pontifices (29 de septiembre del 57) y, en parte al menos, el De 
haruspicum responso (posiblemente mayo del 56); dos meses 
antes de este último discurso (marzo del 56), la defensa de uno 
de los personajes que más activamente contribuyó a su regreso 
(el Pro Sestio, discurso al que hay que añadir la interrogatio 
contra uno de los acusadores, ln Vatinium) será aprovechada 
por Cicerón para abordar, una vez más, las razones de su exi- 
lio, la situación política de Roma en aquella época y la respon- 
sabilidad en todo ello de su más enconado enemigo: Publio 
Clodio. Entre estos seis primeros discursos y el Pro Milone (8 
de abril del 52) transcurren casi cuatro años ? y, sin embargo, es 
fácil entender la estrecha relación que se establece entre todos 
ellos: Milón había sido el asesino de Clodio. 

El exilio de Cicerón y Publio Clodio: entre estos dos ejes 
fundamentales giran, pues, los siete discursos que vamos a 
analizar y traducir: la turbulenta situación política de Roma 
durante estos años, la actitud de Cicerón, las causas de su exi- 
lio, la responsabilidad directa de Clodio, la legalidad de su ac- 
tuación, las razones y consecuencias de una enemistad perso- 
nal prolongada, la implicación en todos estos sucesos de los 
personajes más importantes de la vida política romana (en es- 
pecial de Pompeyo y César), son algunas de la ideas que, de 
forma constante —y, a veces, obsesiva—, aparecen en estos dis- 
cursos. 

Para evitar, por nuestra parte, la propia reiteración de Cice- 
rón, vamos a desarrollar brevemente este marco histórico co- 


2 Sobre la actividad oratoria de Cicerón en este período, cf. M. Ropnt- 
GUEZ-PANTOJA, «Introducción General», en op. cit., págs. 130-132. 


INTRODUCCIÓN 11 


mún; de este modo nos limitaremos, en cada discurso, a anali- 
zar aquellos aspectos puntuales que le son propios y caracterís- 
ticos sin necesidad de volver, una y otra vez, sobre Jas mismas 
ideas. 


2. Causas del exilio de Cicerón: la «Conjura de Catilina». 
El enfrentamiento con Clodio 


Varios son los factores que van a determinar el exilio de 
Cicerón. En primer lugar, este suceso capital en la vida del 
orador se explica en el marco general del enfrentamiento entre 
la oligarquía senatorial (los optimates, cuyos intereses Cicerón 
va a defender) y el denominado partido democrático, liderado 
por César. La causa inmediata —o mejor, la excusa- será la ac- 
tuación de Cicerón durante su consulado en el 63 y, en concre- 
to, su represión de la conjura de Catilina. E] brazo ejecutor 
será el tribuno Publio Clodio que satisfacía así su venganza 
contra Cicerón. Vayamos por partes. 

La carrera política de Cicerón había alcanzado su cénit al 
conseguir, pese a su condición de homo novus, el consulado en 
el año 63: es el momento de la famosa conjura de Catilina que 
Cicerón descubre y logra sofocar con una energía que, a la 
postre, contribuirá a su propia caída. En efecto, la legislación 
romana preveía en situaciones críticas —y aquella lo fue— la 
concesión de plenos poderes a los cónsules para defender el 
Estado. Es el conocido senatus consultum ultimum. videant 
consules ne quid detrimenti respublica capiat 3. A su vez, y 


3 Cf. SaL. Cat. 29: Cic. Cat. 1, 4; Ces. B. C. 17, 5. Para ias diferentes in- 
terpretaciones sobre la naturaleza de este decreto y el punto de vista de Cice- 
rón (expresado en Rabir., Mil. y Phil. 1D), cf. T. N. MrrcHeLL, «Cicero and the 
senatus consultum ultimum», Historia 20 (1971), 47-61, y, en general, A. Du- 
PLA, Videant consules: las medidas de excepción en la crisis de la Repüblica 
romana, Zaragoza, 1990. 


12 EN AGRADECIMIENTO AL SENADO 


para prevenir los riesgos que todo poder absoluto conllevaba, 
el pueblo romano había conseguido, mediante la lex de capite 
civis Romani, impedir que se pronunciara una pena capital fue- 
ra de los comicios centuriados o que se diera muerte a un ciu- 
dadano romano que había apelado al pueblo ^. 

Cicerón conocía, sin duda, la legislación romana y también 
algunos precedentes famosos de magistrados que habían sido 
enjuiciados por actuar con demasiada energía contra enemigos 
públicos sin atenerse a la lex de capite civis Romani 5. Cons- 
ciente de ello, buscó la aprobación del senado antes de ejecutar 
a los conjurados, una medida que, si bien diluía su responsabi- 
lidad directa, no dejaba de ser, desde un punto de vista legal, 
insuficiente: los partidarios de Catilina fueron ajusticiados sin 
la consulta previa a los comicios centuriados. 

Por ello no faltaron, desde el primer momento, quienes cri- 
ticaran la actuación de Cicerón; así, cuando todavía no había 
concluido su consulado, en diciembre del 63, un tribuno de la 
plebe, Quinto Cecilio Metelo Nepote, lo acusó abiertamente de 
haber dado muerte de forma ilegal a ciudadanos romanos. La 
acusación fue de nuevo presentada, ante el senado y el pueblo, 
en enero del 62; aunque el senado reaccionó declarando ene- 
migo público a quien intentara pedir responsabilidades por la 
ejecución de los cómplices de Catilina, lo cierto es que se ha- 


4 Cf. Cic. De rep. 11 36: Ne de capite civis Romani nisi comitiis centuriatis 
statueretur; ibid. Y 54: Ne quis mágistratus civem Romanum adversus provo- 
cationem necaret neve verberaret. 

5 Fue el caso, por ejemplo, de L. Opimio (cónsul en el 121), acusado de la 
muerte de G. Graco y sus partidarios (cf. Quir. 11, Sest. 140 y notas). Pocos 
meses antes de la conjura de Catilina el propio Cicerón había defendido a G. 
Rabirio acusado de haber dado muerte a Saturnino y Glaucia durante su con- 
sulado en el año 100 (cf. har. 41; 51; Sest. 37; 39; 101 y notas). 


INTRODUCCIÓN 13 


bían sentado ya las bases para la posterior acción judicial de 
Clodio $, 

Pero fue un año después de su consulado, en diciembre del 
62, cuando se produjo el primer enfrentamiento entre Cicerón 
y Publio Clodio Pulcro, a la sazón cuestor y uno de los perso- 
najes con mayor apoyo popular: «Me imagino que te habrás 
enterado —escribe a Ático 7- de que P. Clodio, hijo de Apio, fue 
sorprendido vestido de mujer en la casa de César cuando se 
realizaba un sacrificio oficial por el pueblo, que logró salvarse 
y escapar gracias a la ayuda de una esclava y que el asunto 
constituye un grave escándalo». Acusado de sacrilegio, el jui- 
cio se celebró, con no pocas irregularidades $ en mayo del 61: 


6 Cf., S. L. UTCHENKO, Cicerón y su tiempo, Madrid, 1987, págs. 151-153. 
Es significativo a este respecto que Cicerón, cuando critica la legalidad de las 
medidas que provocaron su exilio, no aborde directamente la propia legalidad 
de su actuación como cónsul pese a ser consciente de que en ella se encontra- 
ba el origen de sus desgracias: «Ha sido mi elogiado consulado» —escribirá 
desde el exilio a su hermano Quinto (I 3, 1)- «el que me ha privado de ti, de 
mis hijos, de mi patria y de mi patrimonio». Aunque con un enfoque excesiva- 
mente favorable a Cicerón, para un análisis de las opiniones de los historiado- 
res modernos sobre la legalidad o no de la actuación del cónsul en el 63, cf., J. 
GuiLLÉN, Héroe de la libertad, 1, Salamanca, 1981, págs. 267-273. 

7 Cic. Att. I 12, 3; cf., también, I 13, 3. Clodio era, al parecer, amante de 
Pompeya (Pur. Cic. 29), la esposa de César a la que éste repudió tras el es- 
cándalo. El «sacrificio oficial» al que se refiere Cicerón eran los misterios de 
la Buena Diosa, una ceremonia religiosa reservada exclusivamente a las muje- 
res. La referencia a este episodio, como arma arrojadiza contra Clodio, va a 
ser una constante a lo largo de los discursos post reditum (cf., p. ej., dom. 77; 
105; har. 4; 8-9; 12; 37-39, etc.). 

8 Para el relato del juicio y las circunstancias que lo precedieron, cf. Att, I 
16, 1-6. El estudio más exhaustivo es obra de PH. Moreau, Clodiana religio. 
Un procés politique en 61 av. J. C., París, 1982. Sobre las razones por las que 
testificó Cicerón, además del testimonio de Plutarco (Cic.. 29, 2-3), cf., W. J. 
TATUM, «Cicero and the Bona Dea scandal», CPh 85 (1990), 202-208, y D. F. 
ErsTEIN, «Cicero's testimony at the Bona Dea trial», CPh 81 (1986), 229-235. 


14 EN AGRADECIMIENTO AL SENADO 


pese al testimonio concluyente de Cicerón, Clodio fue absuelto 
gracias a la corrupción de parte de los jueces y al apoyo del 
propio César. A partir de este momento, Clodio se convertirá 
en el enemigo más acérrimo y mortal de Cicerón. 

Por otra parte, la política intransigente del senado en esta 
época, siempre a la defensiva ante cualquier actitud que pudie- 
ra mermar su poder y la defensa de un sistema que se adivina 
ya caduco, va a provocar como reacción la alianza de tres per- 
sonajes decisivos en la vida política romana: Pompeyo (que 
tras sus victoriosas campañas en Oriente había visto rechazadas 
sus demandas ante el senado), César (deseoso de un mayor 
protagonismo político) y Craso (defensor de los intereses eco- 
nómicos de los caballeros) ?. Como consecuencia, en parte, de 
este cambio en la situación política interna, la figura del orador 
se fue eclipsando paulatinamente; en,estas circunstancias, y al 
igual que en tantas otras situaciones críticas de su vida, Cicerón 
dudó entre mantenerse fiel a sus principios (la defensa de los 
intereses senatoriales) o adaptarse a unos cambios inevitables 
(el propio César le ofreció un papel importante en el triunvira- 
to) 10; ante la duda, optó por mantenerse al margen de la vida 
política, dedicado al estudio y a la redacción de algunas de sus 
Obras. De esta debilidad se aprovechará de inmediato Clodio. 


Para las implicaciones de este proceso y las consecuencias que se habrían de- 
rivado de la condena de Clodio, cf., W. R. Lacey, «Clodius and Cicero. A 
question of dignitas», Antichton 8 (1974), 85-92. 

9 Cf., G. R. STANTON-B. A. MARSHALL, «The coalition between Pompeius 
and Crassus 60-59 B.C.», Historia 24 (1975), 205-219, y F. MiLLAR, «Triunvi- 
rate and Principate», JRS 63 (1973), 50-67. 

10 Sobre la actitud de Cicerón, cf., entre otros, T. N. MITCHELL, «Cicero, 
Pompey and the rise of the first triunvirate», Traditio 29 (1973), 1-26, R. Haus- 
LIK, «Cicero and das erste Triumvirat», RAM 98 (1955), 324-354, y J. Boss, La 
philosophie et l'action dans la correspondance de Cicéron, Nancy, 1989, págs. 
102 ss. 


INTRODUCCIÓN 15 


Además de defender intereses políticos contrapuestos, la 
enemistad entre estos dos personajes se acentuó ante la reitera- 
da oposición de Cicerón a que un patricio como Clodio acce- 
diera al tribunado de la plebe mediante el subterfugio legal 
-frecuente en aquella época- de hacerse adoptar por un plebe- 
yo; de nuevo la protección de César (que veía en Clodio un ins- 
trumento destinado a frenar las acciones de Cicerón contra las 
medidas legislativas tomadas por César durante su consulado) 
e, incluso, el consentimiento de Pompeyo (consecuencia sin 
duda de los acuerdos del primer triunvirato) permitieron a Clo- 
dio ser adoptado por P. Fonteyo (marzo del 59) en una opera- 
ción cuya nulidad destacará Cicerón en numerosas ocasiones !!, 

La elección de Clodio como tribuno de la plebe (octubre 
del 59) trajo consecuencias funestas para la vida y la carrera 
política de Cicerón. En medio de un clima de violencia, Clo- 
dio fue logrando progresivamente el aislamiento de su enemi- 
go personal: presentándose como el defensor de los intereses 
de César en Roma, con Pompeyo maniatado por los compro- 
misos del triunvirato y atemorizado posteriormente por las 
bandas callejeras 12, Clodio limitó el poder de los magistrados 
al negarles el derecho a la obnuntiatio y se ganó el favor del 
pueblo con repartos gratuitos de alimentos y con el restableci- 
miento de la libertad de asociación ?. Además, con la prome- 


11. Cf., sobre todo, dom 34-42 y las notas correspondientes. Para una expo- 
sición detallada de este suceso, cf. J. VERNACCHIA, «L'adozione di Clodio», Ci- 
ceroniana (1959), 197-213, 

12 Un personaje molesto como Catón fue alejado de Roma con la excusa 
de dos misiones oficiales, en Chipre y en Bizancio; cf. dom 20; 22; 52-53; 65; 
Sest, 56-57; 60-63, y C. NicoLer, «La Lex Gabinia-Calpurnia de insula Delo 
et la loi “annonaire” de Clodius (58 av. J. C.)», CRAI (1980), 259-287. 

13 Frente a la visión distorsionada e interesada de Cicerón, W. J. TATUM 
(P. Clodius Pulcher (tr. pl. 58 B.C.): the rise of power, tesis, Austin, 1986) 
pone de manifiesto que las leges Clodianae, más que un afán revolucionario, 


16 EN AGRADECIMIENTO AL SENADO 


sa de proconsulados lucrativos, compró el apoyo de los dos 
cónsules, L. Calpurnio Pisón y A. Gabinio, dos personajes 
contra los que Cicerón mostrará todo su odio y resentimiento 
por haberle negado su apoyo en la situación crítica que se 
avecinaba. 

Con estos precedentes Clodio se dispuso a atacar directa- 
mente a Cicerón: sin nombrarlo expresamente, pero en clara 
alusión a su actuación contra los partidarios de Catilina, en fe- 
brero del 58 presentó un proyecto de ley de capite civis Roma- 
ni en el que se prescribía «la prohibición de agua y fuego» !^ a 
quien diera o hubiera dado muerte a un ciudadano sin juicio 
previo. Cicerón se sintió directamente aludido: atemorizado, 
en vez de obligar a Clodio a que intentara un proceso legal 
contra él o bien conjurar el peligro aceptando la propuesta de 
César de acompañarle como legado: en las Galias, se vistió de 
luto, suplicó de forma casi humillante la protección del cónsul 
Pisón y de Pompeyo, y buscó, en fin, el apoyo de los ciudada- 
nos romanos, del orden ecuestre y de los senadores; pero las 
bandas callejeras de Clodio impidieron toda manifestación po- 
pular y los cónsules, Gabinio y Pisón, llegaron a prohibir ves- 
tirse de luto como muestra de apoyo a Cicerón !5. Fue la de Ci- 
cerón una reacción precipitada que más tarde, ya en el exilio, 
no se cansará de lamentar: «Estuve ciego, sí, ciego, cuando me 
vestí de luto y apelé suplicante al pueblo, una actitud que me 


pretendían dar satisfacción no sólo a las clases populares sino también a caba- 
lleros y senadores (el tribuno siempre contó con el apoyo de miembros de es- 
tos estamentos) y combatir algunos de los privilegios ancestrales de la oligar- 
quía senatorial. 

14 Cf. VEL. PATER. II 45, 1: qui civem Romanum indemmnatum interemis- 
set, ei aqua et igni interdiceretur. Se trataba de una sanción a la vez religiosa 
(excomunión), administrativa (proscripción) y económica (confiscación de los 
bienes) 

15 sen. 12; 31; Quir. 8; dom. 54-55; Sest. 26-27; 32. 


INTRODUCCIÓN 17 


perjudicó gravemente puesto que no había sido citado nomi- 
nalmente» 15, 

Ante la fuerza de sus adversarios (Clodio con la colabora- 
ción de los cónsules, el ejército de César a las puertas de 
Roma, el apoyo de Craso a los populares y la violencia de las 
bandas callejeras), el abandono de sus partidarios (con Pompe- 
yo recluido en su casa para evitar comprometerse), el temor a 
la guerra civil y la esperanza de un pronto regreso, Cicerón 
sale de Roma posiblemente la noche del 19 de marzo !”. Su 
partida facilitó, sin duda, las posteriores maniobras de Clodio: 
además de saquear su casa de Roma y sus restantes propieda- 
des, mediante una nueva proposición de ley, ésta ya nominal, 
de exsilio Ciceronis, se le aplicaron las sanciones de la lex de 
capite civis romani, se prohibió al pueblo y al senado proponer 
el regreso del exiliado y que Cicerón residiera a menos de 500 
millas de Italia. Aunque Cicerón no se cansará en sus discursos 
de criticar la validez legal de la lex de exsilio 18, lo cierto es 
que Clodio actuó, en gran parte, dentro de la legalidad; prueba 


16 Arr, TIT 15, 5. De ahí que el orador intente justificar a lo largo de estos 
discursos las razones de su partida (cf., p. ej., sen. 32-34; Quir. 13-14; dom. 
56-58; 63-64; 91-92; 95-96; Sest. 42; 52; Mil. 36), frente al reconocimiento, 
en su correspondencia privada, de haber cometido un nuevo error: «cuando 
oigas que estoy afligido y consumido de dolor» -le confiesa a su amigo Ático 
(Att. VII 8, 4)- «piensa que lo que soporto, sobre todo, es el castigo de mi ne- 
cedad». Cf., también, Att. III 15, 4 y Fam. XIV 1,2. 

17 Las fechas concretas de cada suceso son, en numerosas ocasiones, difí- 
ciles de determinar por lo que suelen ser frecuentes las variaciones y contro- 
versias entre los estudiosos. En este sentido, el intento más serio por estable- 
cer una cronología completa de este período es obra de P. Grimal, (Études de 
chronologie cicéronienne (années 58 et 57 av. J. C.), París, 1967), quien, por 
ejemplo, cree más probable la fecha del 11 de marzo (op. cit., pág. 69) para la 
partida definitiva de Cicerón. 

18 Cf, P. WurLLEUMIER, Cicéron. Discours, Tome XIII, París, 1952, págs. 
13-14 y J. GuiLLén, Héroe.., op. cit., I, págs. 343-347. Para el estudio de las 


18 EN AGRADECIMIENTO AL SENADO 


de ello es que, para lograr el regreso del exiliado, sus defenso- 
res, en vez de considerar dicha ley nula, juzgaron necesaria de- 
rogarla mediante una nueva ley. 


3. El exilio de Cicerón. Tentativas en favor de su regreso 


Durante el mes que transcurre desde su salida de Roma (19 
de marzo) y la aprobación definitiva de las distintas disposicio- 
nes relacionadas con la lex de exsilio (25 de abril), Cicerón re- 
corre el sur de Italia sin rumbo fijo y desesperado: «Vivo de for- 
ma miserable y sufro profundamente» !?. Acogido por alguno de 
sus amigos y abandonado por otros, al conocer la prohibición de 
permanecer a menos de 500 millas de Italia, partirá finalmente 
hacia Macedonia para, gracias a la hospitalidad del cuestor 
Gneo Plancio, permanecer en Tesalónica al menos seis meses. 

Cicerón, desorientado y deprimido, no supo sobrellevar 
con dignidad un exilio que se prolongará durante quince me- 
Ses: 


...Siempre estaba desconsolado y triste, teniendo, como los ena- 
morados, puestos los ojos en Italia, y mostrándose demasiado abatido 
y con ánimo apocado en aquel infortunio, algo que nadie habría espe- 
rado de un hombre de su instrucción y doctrina... 2, 


El relato de Plutarco coincide con las propias palabras de 
Cicerón: 


circunstancias políticas en las que la lex Clodia fue elaborada y la interpreta- 
ción, interesada y parcial, que de ella hace Cicerón, cf., PH. MoR&au, «La lex 
Clodia sur le bannissement de Cicéron», Athenaeum 65 (1987), 465-492, 

19 Att. MI 5. 

20 PLur., Cic. 32. J. CaRcoPio (Les secrets de la correspondance de Cicé- 
ron, Y, París, 1947 ^, pág. 323) muestra serias dudas sobre la sinceridad y au- 
tenticidad de los lamentos de Cicerón. Para él, el orador «afiora no Roma, sino 
los honores, las riquezas, la consideración social, el bienestar del que disfruta- 
ba en Roma». El tono de sus cartas, sin embargo, era tan lamentable que se 


INTRODUCCIÓN 19 


Nadie se ha visto privado de tantos bienes ni nadie ha caído en un 
abismo tan profundo de desgracia. El tiempo, en vez de aliviar mi su- 
frimiento, lo acrecienta. Pues los demás sufrimientos se mitigan con 
el paso del tiempo; el mío, en cambio, no deja de agravarse día a día 
con el sentimiento de la desgracia presente y con el recuerdo de la 
vida pasada?!, 

No puedo seguir viviendo por más tiempo. No hay sabiduría ni fi- 
losofía que tenga fuerza suficiente como para poder soportar tan gran 
sufrimiento 2, 


Al igual que más tarde Ovidio y Séneca, al carácter sensi- 
ble e inseguro de Cicerón le resultó insufrible su alejamiento 
de Roma y no cesó de lanzar llamadas desesperadas a sus ami- 
gos. No es de extrañar, pues, que su amigo Ático le eche en 
cara frecuentemente su falta de entereza. A la humillación que 
supuso para su vanidad el sentirse proscrito y al dolor de verse 
abandonado y traicionado por muchos de sus amigos y partida- 
rios, se añadieron toda una serie de circunstancias personales 
relacionadas con problemas familiares y preocupaciones finan- 
cieras. 

Mientras tanto, en Roma Clodio prosigue con su violencia 
política: distanciado cada vez más de César (llegó a proponer la 
anulación de algunas de sus leyes), desafía y amenaza a Pompe- 
yo quien, temiendo por su vida, se recluye en su casa lamentan- 
do, sin duda, el escaso apoyo que había prestado a Cicerón. No 
tardan, sin embargo, en surgir propuestas en favor del regreso 


vio obligado a desmentir el rumor de que había perdido el juicio: «es cierto 
que sufro, pero no hasta el extremo de perder la razón» (Att. III 15, 2). Para P. 
BRior («Sur l'exil de Cicéron», Latomus 27 (1968), 406-414), Cicerón mostró 
durante su exilio los síntomas típicos de una crisis de melancolía. 

?! Att. HI 15, 2. 

2 Q.fr.13, 5. 


20 EN AGRADECIMIENTO AL SENADO 


del exiliado 2. Sin embargo, ante las presiones de Clodio, gran 
parte del senado esperó a la designación en julio de los nuevos 
cónsules, sobre todo de P. Cornelio Léntulo, ferviente partidario 
de Cicerón ?4. A lo largo de este año tienen lugar distintas tenta- 
tivas en favor del orador (algunas de ellas consideradas insufi- 
cientes por el propio exiliado, ya que no hacían referencia a la 
devolución de sus bienes) pero que, en todo caso, contaron 
siempre con la oposición y el veto de Clodio y sus partidarios: 
la propuesta de ocho tribunos de la plebe en favor de que Cice- 
rón recobrara el derecho de ciudadanía y su lugar en el sena- 
do 2, así como las mociones presentadas, de forma personal, 
por distintos tribunos de la plebe 2 no lograron prosperar. 

La situación no varía con el comienzo del nuevo año: la 
propuesta del cónsul Léntulo en favor del regreso del exiliado, 
apoyada personalmente por Pompeyo que arrastró con él a 
gran parte del senado, contó, sin embargo, con el veto del tri- 
buno Sexto Atilio Serrano, partidario de Clodio, después de 
solicitar una noche para reflexionar 2. 


23 La primera de ellas, del tribuno L. Ninio Cuadrato (1 de junio del 58), 
fracasó ante el veto de su colega Elio Ligo (sen. 3; dom. 125; Sest. 26; 68 y 
notas). Una exposición de las diversas tentativas en favor del regreso de Cice- 
rón se puede encontrar en M. GeLzER, Cicero. Ein biografischer Versuch, 
Wiesbanden, 1969, págs. 142-150, y D. Srockrow, Cicero. A political bio- 
graphy, Oxford, 1971, págs. 190-193. 

24 Su colega, Q. Cecilio Metelo Nepote, pese a ser un antiguo adversario 
político de Cicerón y estar emparentado con Clodio, no se opuso a las pro- 
puestas de Léntulo (cf. sen. 5, nota 10). 

25 Cf. sen. 4; 29; dom. 70; Sést. 70, y notas. Sobre esta propuesta, cf. PH. 
Moreau, «La rogatio des huit tribuns de 58 av. J. C. et les clauses de sanctio 
réglementant l'abrogation des lois», Athenaeum 67 (1989), 151-178. 

?6 Entre otras, las de P. Sestio (a instancias de Pompeyo su propuesta con- 
tó con la aprobación de César; Sest. 71), T. Fadio (sen. 21; dom. 40) o Mesio 
(sen. 21). 

27 Quir. 11-12 y Sest. 74. 


INTRODUCCIÓN 21 


De la oposición en el senado se llegó a la violencia en las 
calles para intimidar a los partidarios de Cicerón e impedir las 
propuestas de los tribunos de la plebe ?*. No es de extrañar, 
pues, que, cuando Cicerón recibe la noticia de estos enfrenta- 
mientos (uno de los heridos en las refriegas fue su propio her- 
mano Quinto), no pueda contener su pesimismo: «De tu carta 
-escribe a Ático- y de la propia situación veo que estoy total- 
mente perdido» ?9. 

En medio de este clima de violencia, otro tribuno de la ple- 
be, Milón, al ver fracasados todos sus intentos por llevar ante 
los tribunales a Clodio, llegó a la conclusión (instigado por 
Pompeyo) de que la única manera de hacerle frente era utilizar 
sus mismas armas y, para ello, reclutó bandas de mercenarios, 
con lo que las calles de Roma se convirtieron en una batalla 
campal y la actividad política y judicial quedaron suspendi- 
das 30, 

La inestabilidad política y la inseguridad ciudadana fueron 
restando apoyo popular a Clodio; según Plutarco «el pueblo 
comenzó a cambiar de opinión» ?!. También los partidarios de 
Cicerón, al ver a Clodio distanciado de César y enfrentado 
abiertamente a Pompeyo, cobraron nuevas fuerzas en su empe- 
ño por lograr el regreso del exiliado; mientras el propio Pom- 
peyo recorría Italia para promover el apoyo a Cicerón, en 


28 Así, cuando dos tribunos favorables a Cicerón, Q. Fabricio y M. Cispio, 
llevaron la cuestión ante el pueblo (el 25 de enero), Clodio lanzó sus bandas 
de gladiadores a las calles originándose una masacre en la que estuvo a punto 
de perecer el hermano de Cicerón, Quinto (cf. sen. 7; 21; Sest. 75-78; 84-85; 
Mil. 38 y notas). La misma violencia sufrió, poco después, uno de los tribunos 
que más se destacó en la defensa de Cicerón, Publio Sestio (sen. 20; 30; Sest. 
79; Mil. 38 y notas). 

2 Att. 11 27. 

30 sen. 19; 30; Sest. 86; Mil. 38 y notas. 

31 Prur., Cic. 33. 


22 EN AGRADECIMIENTO AL SENADO 


Roma se sucedieron las muestras de adhesión a su persona. Por 
fin, en julio tuvo lugar una sesión multitudinaria en el senado 
en la que, a propuesta del cónsul Léntulo y —de nuevo- con 
una intervención decisiva de Pompeyo, se votó una moción en 
favor de su regreso; el resultado de la votación es buena mues- 
tra del apoyo unánime con que contaba Cicerón: de los 417 se- 
nadores asistentes, sólo Clodio votó en contra 32, Similar es la 
reacción de la asamblea popular que se celebra al día siguiente 
y en la que Léntulo y Pompeyo fueron aclamados por la multi- 
tud; por fin, el 4 de agosto los comicios centuriados dieron su 
aprobación entusiasta a la lex Cornelia, que prescribía el regre- 
so de Cicerón y la restitución de sus bienes: «se dice que nun- 
ca el pueblo había votado con tal unanimidad» 3, 

Cicerón, que llevaba aguardando desde noviembre en Di- 
rraquio, pendiente del curso de los acontecimientos en Roma, 
embarcó de inmediato rumbo a Italia; después de permanecer 
unos días en Brindis junto a su hija Tulia, realiza un viaje 
triunfal a través de Italia y hace su entrada solemne en Roma 
el 4 de septiembre: 


Cuando llegué a Roma no hubo ninguna persona de cualquier cla- 
se social, conocida por mi nomenclátor, que no saliera a recibirme, 
excepto esos enemigos incapaces de disimular o negar precisamente 
su condición de tales. Cuando llegué a la puerta de Capena, las gradas 
de los templos estaban repletas de gente del pueblo bajo, manifestán- 
dome su bienvenida con los mayores aplausos; una afluencia y aplau- 
sos similares me acompañaron hasta el Capitolio; en el foro y en el 
mismo Capitolio había una multitud increíble de gente. 

Al otro día en el senado —era el 5 de septiembre- di las gracias a 
los senadores 3, 


32 sen. 25-26; Quir. 15-17; dom. 14; 30; Sest. 129-130 y notas. 

33 PLur., Cic. 33; cf. sen. 27-29; Quir. 16; dom. 30; 75; 90; 142; Sest. 107; 
129-130. 

34 Art. IV 1, 5. C£., también, dom. 75-76; Sest. 131. 


INTRODUCCIÓN 23 


4. El discurso de agradecimiento al senado: contenido 
y estructura 


El tono y contenido de este discurso de agradecimiento es- 
tán, pues, condicionados tanto por el auditorio al que va dirigi- 
do -los senadores- como por el momento concreto y el estado 
de ánimo con que Cicerón lo pronunció. 

El propio orador señala en sus obras de retórica que «en el 
senado hay que tratar los temas con una ampulosidad formal 
menor: es un consejo de sabios...Hay que evitar, además, que 
parezca que se está haciendo ostentación de ingenio» 35. Un 
discurso dirigido al senado debe buscar, por tanto, además de 
un estilo cuidado, la claridad en la exposición y el rigor de la 
argumentación. Cicerón, consciente de estas exigencias y del 
momento histórico que estaba viviendo, nos cuenta que lo que 
hizo fue «leer el discurso a partir de una redacción por escrito 
dada la importancia de la situación» 36 Así pues, frente a la Se- 
gunda Filípica, por ejemplo, que sabemos que nunca fue pro- 
nunciada, en este caso nos encontraríamos ante el texto de un 
discurso conservado en la misma forma (es decir, sin modifica- 
ciones posteriores) en que lo oyeron los senadores ?”, 

Si respecto al estilo hay que reconocer la utilización, por 
ejemplo en el exordio (1-3), de todo tipo de recursos retóricos 
y la subordinación del léxico y la sintaxis (diminutivos, super- 
lativos, insultos, imprecaciones, interrogaciones o exclamacio- 
nes) al propósito general de mostrar un agradecimiento emo- 
cionado a cuantos contribuyeron a su regreso y un ataque 
directo a sus adversarios más enconados, la estructuración del 


55 Cic. De orat. II 333. 

36 Cic. Planc. 74. 

37 Cf. L. Laurano, Études sur le style des discours de Cicéron, Amster- 
dam, 19654, pág. 4. 


24 EN AGRADECIMIENTO AL SENADO 


discurso no está, por el contrario, muy lograda: se echa en falta 
una mayor concatenación entre las ideas fundamentales que 
desarrolla, un plan más ordenado; las repiticiones son frecuen- 
tes y la estructura del discurso se salva sólo gracias a la habili- 
dad con que Cicerón realiza las transiciones de una idea a 
otra 38, A estas carencias no son ajenas las propias circunstan- 
cias en que Cicerón se dirige al senado: es de suponer que, en- 
tusiasmado y, a la vez, halagado en su orgullo personal por el 
recibimiento multitudinario que Roma le había tributado el día 
anterior, la emoción, el agradecimiento y la conciencia, una 
vez más, de sentirse protagonista fundamental de la historia de 
Roma influyeron, sin duda, en el ánimo del orador y condicio- 
naron tanto el contenido de su alocución como su irregular de- 
sarrollo 39, 

Tres son, en este sentido, los ejes fundamentales en torno a 
los cuales gira la intervención del Orador: el agradecimiento a 
todos aquellos (sobre todo a los magistrados) que contribuye- 
ron a facilitar su retorno, el ataque a sus adversarios (en espe- 
cial a los cónsules del 58, Gabinio y Pisón, e, indirectamente, a 
Clodio) y la justificación de su propia conducta personal. 

Así, el agradecimiento al senado, expresado al comienzo 
en términos generales (1-2), se concreta en el recuerdo de la 
actitud comprometida a favor de su regreso de muchos de sus 
miembros, a pesar de lo difícil de la situación política (3-5), ya 


38 Cf., por ejemplo, sen. 9-10, 18, 30 6 32. 

39 Estas características (comunes también al discurso de agradecimiento al 
pueblo) provocaron el juicio negativo de muchos estudiosos, llegando algu- 
nos, incluso, a considerar dichos discursos indignos de Cicerón y apócrifos. 
Sin embargo, como bien señala WUILLEUMIER (op. cit., págs. 22-23), se trata de 
una hipótesis sin fundamento: además del propio CICERÓN (Att. IV 1, 5; Fam. T 
9, 4; Planc. 74), otros autores (DióN Casio, PLUTARCO, MACROBIO, QUINTILIA- 
NO, etc.) atestiguan su existencia, si bien es cierto que su repercusión posterior 
fue muy escasa. 





INTRODUCCIÓN 25 


que, mientras que Cicerón se había exiliado para evitar un de- 
rramamiento de sangre, sus enemigos provocaron un clima de 
terror que hizo que algunos magistrados vacilaran en la defen- 
sa de su causa (6-7). Es a los cónsules del 57, y en especial a 
Publio Léntulo, a los que Cicerón expresa su admiración y gra- 
titud (3-9); sentimientos totalmente opuestos le provoca el 
recuerdo de los cónsules del año anterior, Gabinio y Pisón: 
vendidos a Clodio y con una actitud personal vergonzante, fa- 
cilitaron los planes de su enemigo y se opusieron a cualquier 
manifestación de apoyo a Cicerón (10-18). El orador vuelve, 
de nuevo, a recordar y agradecer el comportamiento en su fa- 
vor de numerosos magistrados, comenzando por los tribunos 
de la plebe (19-22) —entre los que destaca a Milón y Sestio-, 
los pretores (22-23) y el resto de personajes influyentes del Es- 
tado (24-30) a los que, de una u otra forma, ya había mencio- 
nado con anterioridad (P. Léntulo, Q. Metelo, Gn. Pompeyo, 
etc.); su recorrido concluye con un nuevo agradecimiento, en 
términos generales, al senado (30-31). Mediante una rápida 
transición, Cicerón analiza retrospectivamente la situación po- 
lítica y los motivos que lo llevaron al exilio (32-35); para enfa- 
tizar la importancia de su regreso establece un paralelismo con 
el de otros tres exiliados famosos (37-38) y, retomando una 
idea anterior (36), concluye con una profesión de fe sobre su 
actitud comprometida en el futuro de la República (39). 


5. La tradición manuscrita 


Tanto éste como los restantes discursos post reditum (Cum 
populo gratias egit, De domo sua, De haruspicum responso, 
Pro Sestio e In Vatinium), por su proximidad en el tiempo y su 
comunidad de contenido, han sido transmitidos prácticamente 
por los mismos códices; de ahí que abordemos en conjunto su 
tradición manuscrita. 


26 EN AGRADECIMIENTO AL SENADO 


Procedentes de un ancestro común perdido (A), los princi- 
pales manuscritos conservados son el Parisinus 7794 (P), de la 
segunda mitad del s. ix y que, a juicio de Wuilleumier *, ade- 
más de ser el más antiguo, es el mejor; se distinguen en él tres 
manos diferentes: el autor del manuscrito (P!, el más directa- 
mente relacionado con el arquetipo), un revisor contemporá- 
neo (P?) y un corrector reciente, tal vez del s. xv (P3). El Har- 
leianus 4927 (H), de finales del s. xit o comienzos del xii, 
que aparece a veces con correcciones (H2), es el más próximo 
a P, aunque con frecuentes omisiones, trasposiciones y lecturas 
arriesgadas. El Gemblacensis (G) o Bruxellensis 5345 del s. xu 
(cuyo texto original fue a menudo corregido por un revisor 
—G?-) y el Erfurtensis (E) o Berolinensis 252, de los s. xi-xi 
(del que falta gran parte del discurso al pueblo y la totalidad 
del De domo y que presenta, también, numerosas correcciones 
—E?-), aunque con peculiaridades propias, presentan numero- 
sos rasgos en común y también con H. Estos cuatro manuscri- 
tos (P, H, G y E) son los más importantes para el estableci- 
miento del texto. 

En el caso de E, la mayor parte de sus variantes se encuen- 
tran en otros dos códices menores, el Erlangensis 847 (€), de 
1466 y un codex Pithoeanus (F), que contienen exclusivamente 
las dos acciones de gracias y que suplen, por tanto, la pérdida 
en E de la mayor parte del discurso dirigido al pueblo. Otros 


40 Cicéron. Discours..., op. cit., pág. 32. Para esta exposición de la tradi- 
ción manuscrita estamos básicamente resumiendo el excelente estudio de 
WUILLEUMEER (op. cit. págs. 28-37). Además de la Praefatio a las ediciones de 
PETERSON (Oxford, 1911) y la más reciente de MasLowsKI (Leipzig, 1981), una 
descripción más detallada de estos manuscritos se puede encontrar en la edi- 
ción de J. Cousin del Pro Sestio e In Vatinium (París, 1965, págs. 91-103). 
Cf., también, T. MasLowskI-R. H. Rouse, «The manuscript tradition of Cice- 
ro's post-exile orations, I: The medieval history», Philologus 128 (1984), 60- 
104. 


INTRODUCCIÓN 27 


códices utilizados por los editores presentan un valor menor: el 
Palatinus o Vaticanus 1525 (V) (de la segunda mitad del s. xv) 
y el Mediceus, Laurentianus XLVIII, 8 (M) (también del s. xv y 
que contiene sólo el De domo) dependen, a su vez, de G. 


6. Ediciones y traducciones ^! 


J. Bautista CALVO, Obras completas de Marco Tulio Cicerón. Vida y 
discursos, tomo V, Buenos Aires, 1946. 

S. DEsIDERI, et alii, Tutte le opere di Cicerone, VII, Milán, 1966. 

J. GuiLLÉN, M. T. Ciceronis oratio cum senatui gratias egit, Milán, 
1967. 

H. KasTEN, Staatsreden II, Berlín, 1969. 

A. KLorz, M. Tulli Ciceronis Orationes, VIL, Leipzig, 1919. 

T. MasLowsxi, M. Tulli Ciceronis scripta quae manserunt, fasc. 21, 
Leipzig, 1981. 

C. F. MüLLER, M. T. Ciceronis scripta quae manserunt, U 2, Leipzig, 
1904 (reimpr., 1896). 

W. PETERSON, M. Tulli Ciceronis Orationes, V, Oxford, 1978 (reimpr., 
1911). 

B. D. R. SHACKLETON, Cicero. Back from exile: six speeches upon his 
return, Chicago, 1991. 

N.-H. Warrs, Cicero. The Speeches, IX, Londres-N. York, 1965 
(reimpr., 1923). 

P. WuILLEUMIER, Cicéron. Discours, Tome XIII, París, 1952. 


Para la presente traducción hemos seguido la edición de 
Oxford de W. Peterson, pero teniendo también presentes las de 


^! Nos limitamos a recoger las ediciones y traducciones más importantes 
del siglo xx. Para la presencia manuscrita, ediciones y traducciones de estos 
discursos de Cicerón en España siguen siendo de utilidad los trabajos de ME- 
NÉNDEZ PELAvo: Bibliografía hispano-latina clásica, Vol. Il, CSIC, Madrid, 
1950, págs. 199 ss., y Biblioteca de traductores espafioles, 4 vols., CSIC, Ma- 
drid, 1952-1953. 


28 EN AGRADECIMIENTO AL SENADO 


A. Klotz, T. Maslowski y W. Wuilleumier 9. Las variaciones 
respecto al texto de Peterson que pueden afectar al sentido de 
la traducción han sido mínimas %: 


PETERSON TEXTO SEGUIDO 
sen, 4: quam meus inimicus cum meus inimicus promul- 
promulgavit. gavit (codd.). 
sen. 4: Idemque illo ipso tamen Itaque illo ipso tamen anno 
anno. (codd. praeter € ). 
sen. 9: consul populi Romani | consul est! (e, Wuilleu- 
fuit! mier). 
sen. 10: ii consules. duo consules (Hbs). 
sen. 13: non consilium. non iuris scientia (Madvig, 
Wuilleumier). 
sen. 26: Itaque divinitus exstitit. Itaque exstitit (codd.). 
sen. 26: ante hoc unum benefi- | ante hoc summum benefi- 
cium. Á cium (Klotz, Wuilleu- 
mier). 


42 Esta última nos ha sido, además, de gran utilidad para la confección de 
las introducciones a cada discurso (sen., Quir., dom.) y las notas. 

43 A los numerosos artículos citados por WUILLEUMIER (págs. 37-38), ante- 
riores a 1950 y dedicados al establecimiento del texto de estos discursos, ha- 
bría que añadir, entre otros, los de T. MasLowsKI («Notes on Cicero's four 
post reditum orationes», AJPh 101 (1980), 404-420); B. D. R. SHACKLETON, 
(«On Cicero's speeches», HSPh 83 (1979), 262-272; «More on Cicero's spee- 
ches (Post reditum)», HSPh 89 (1985), 141-151; «On Cicero's speeches (Post 
reditum)», TAPhA 117 (1987), 271-280) y E. Courtney («Notes on Cicero's 
Post reditum speeches», RhM 132 (1989), 47-53). 


INTRODUCCIÓN 29 


7. Bibliografía “ 


a) Estudios sobre el marco histórico común de los discursos post re- 
ditum: 


J. V. P. D. Barspon, «Roman History 58-56 b.C.: three ciceronians 
problems», JRS 47 (1957), 15-20. 

—, «Fabula Clodiana», Historia 14 (1965), 65-73. 

H. BENNER, Die Politik des P. Clodius Pulcher. Untersuchungen zur 
Denaturierung des Clientelwesens in der Ausgehenden Rómis- 
chen Republik, Stuttgart, 1987. 

P. Brior, «Sur l'exil de Cicéron», Latomus 27 (1968), 406-414. 

G. De BenepeTTI, «L'esilio di Cicerone e la sua importanza storico- 
politica», Historia (1929), 331-363, 539-568 y 761-789. 

D. F. EpesrEIN, «Cicero's testimony at the Bona Dea trial», CPh 81 
(1986), 29-235. 

F. FavorY, «Clodius et le péril servile: fonction du théme servile dans 
le discours polémique cicéronien», Index 8 (1978-79), 173-205. 

P. GrimaL, Études de chronologie cicéronienne (années 58 et 57 av. 
J.C.), París, 1967. 

E. S. GRUEN, «P. Clodius: instrument or independent agent?», Phoe- 
nix 20 (1966), 120-130. 

R. Haustix, «Cicero und das erste Triumvirat», RhM 98 (1955), 324- 
354. 

W. R. HiLLarD, «P. Clodius Pulcher 62-58 b. C.: Pompei adfinis et 
sodalis», PBSR 50 (1982), 34-44. 


44 No incluimos las biografías y estudios generales sobre la vida y obra de 
Cicerón; para ello remitimos, en estas misma colección, a M. RODRÍGUEZ PAN- 
TOJA, Op. cit., págs. 155-156. Necesariamente selectiva (y centrada, sobre todo, 
en los trabajos de los últimos años) es la bibliografía sobre el marco histórico 
de los discursos post reditum, que se puede completar con la mencionada en 
las notas de las diversas introducciones y traducciones. En el caso de la figura 
histórica de Clodio, una bibliografía actualizada se puede encontrar en F. 
Pina, «Cicerón contra Clodio: el lenguaje de la invectiva», Gerion 9 (1991), 
142-144. 


30 EN AGRADECIMIENTO AL SENADO 


W. R. Lacey, «Clodius and Cicero. A question of dignitas», Antich- 
ton 8 (1974), 85-92. 

A. W. LiNTOTT, «P. Clodius Pulcher-Felix Catilina?», G & R 14 
(1967), 157-169. 

T. N. MrrcHELL, «Cicero before Luca (September 57-April 56 B.C.)», 
TAPhA 100 (1969), 295-320. 

—, «Cicero and the senatus consultum ultimum», Historia 20 (1971), 
47-61. 

—, «Cicero, Pompey and the rise of the first triunvirate», Traditio 29 
(1973), 1-26. . 

—, «The leges Clodiae and obnuntiatio», CQ 86 (1986), 172-176. 

Pn. Moreau, Clodiana religio. Un procés politique en 61 av. J. C., 
París, 1982. 

—, «La lex Clodia sur le bannissement de Cicéron», Athenaeum 65 
(1987), 465-492. 

—, «La rogatio des huit tribuns de 58 av. J. C. et les clauses de sanc- 
tio réglementant l'abrogation des lois», Athenaeum 67 (1989), 
151-178. 

C. NicoLer, «La Lex Gabinia-Calpurnia de insula Delo et la loi “an- 
nonaire' de Clodius (58 av. J. C.)», CRAI (1980), 259-287. 

F. Pina Poro, «Cicerón contra Clodio: el lenguaje de la invectiva», 
Gerion 9 (1991), 131-150. 

W. M. F. RuNDELL, «Cicero and Clodius. The question of credibility», 
Historia 28 (1979), 301-328. 

R. SEAGER, «Clodius, Pompeius and the exil of Cicero», Latomus 24 
(1965), 519-531. 

W. J. Tatum, P. Clodius Pulcher (tr. pl. 58 b.C.): the rise of power, 
tesis, Austin, 1986. 

—, «Cicero and the Bona Dea scandal», CPh 85 (1990), 202-208. 

—, «The lex Clodia de collegiis», CQ 40 (1990), 187-194. 

—, «The lex Clodia de censoria notione», CPh 85 (1990), 34-43. 

J. VERNACCHIA, «L'adozione di Clodio», Ciceroniana 1 (1959), 195- 
213. 

S. WriNsTOCK, «Clodius and the lex Aelia Fufia», JRS 57 (1957), 215- 
222. 


INTRODUCCIÓN 31 


b) Estudios sobre Cum senatui gratias egit: 


E. COURTNEY, «Notes on Cicero's Post reditum speeches», RhM 132 
(1989), 47-53. 

S. DesIDERI, «Il retroscen dell’ orazione Post reditum in senatu», GIF 
16 (1963), 238-242. 

L. LANGE, De Ciceronis altera post reditum oratione, Leipzig, 1875. 

D. Mack, Senatsreden und Volksreden bei Cicero, tesis, Würzburg, 
1937 (reimpr. en B. KyTzZLER (ed.). Ciceros literarische Leistung, 
Darmstadt, 1973, 210-224). 

T. MasLowskI, «Notes on Cicero's four post reditum orations», AJPh 
101 (1980), 404-420. 

T. MasLowskKr-R. H. Rouse, «The manuscript tradition of Cicero's 
post-exile orations, I: The medieval history», Philologus 128 
(1984), 60-104. 

B. D. R. SHACKLETON, «On Cicero's speeches», HSPh 83 (1979), 262- 
272. 

—-, «More on Cicero's speeches (Post reditum)», HSPh 89 (1985), 
141-151. 

—-, «On Cicero's speeches (Post reditum)», TAPhA 117 (1987), 271- 
280. 

C. E. Tuowpson, To the Senate and the people. Adaptation to the se- 
natorial and popular audiences in the parallel speeches of Cice- 
ro, tesis, Ohio State Univ. Columbus, 1978. 


EN AGRADECIMIENTO AL SENADO 


Si no os doy, senadores, suficientes muestras de agradeci- 1 1 
miento por vuestros inolvidables favores hacia mi persona, mi 
hermano y nuestros hijos, os ruego y suplico que no penséis 
que ello es debido a mi forma de ser sino más bien a la impor- 
tancia de vuestra ayuda. En efecto, ¿puede existir una riqueza 
de ingenio tal, una facilidad de palabra tan grande, un tipo de 
discurso tan divino y extraordinario con el que alguien sea ca- 
paz, no diré de abarcar con su intervención, sino de pasar re- 
vista, enumerándolos, a la totalidad de vuestros méritos para 
con nosotros? !, Vosotros me habéis devuelto a mi hermano, 
tan añorado, así como mi persona a un hermano tan querido; 
habéis restituido los padres a nuestros hijos y, a nosotros, los 
hijos; me habéis hecho recuperar mi consideración social, mi 
rango, mis bienes, mi amplia influencia política y mi patria, 
que es el bien más querido; en suma, nos habéis devuelto nues- 
tras propias personas. Porque, si debemos considerar como lo 2 


1 Al igual que en otros discursos (Quir. 5; Marc. 4), Cicerón desarrolla el 
«tópico de lo indecible» al insistir en la incapacidad de hablar dignamente de 
un tema, tópico éste que, desde Homero, aparece con múltiples variantes en 
toda la literatura occidental (Cf. E. R. CurrIus, La literatura europea y la 
Edad Media Latina I, Madrid, 1955, pág. 231 ss.). 


23 


34 DISCURSOS 


más querido a nuestros padres (ya que de ellos hemos recibido 
la vida, el patrimonio, la libertad y el derecho de ciudadanía), a 
los dioses inmortales (gracias a ellos hemos conservado estos 
bienes y, además, aumentado los restantes), al pueblo romano 
(con cuyos honores hemos sido colocados en la asamblea más 
augusta, en el rango de dignidad más elevado y en esta ciuda- 
dela del universo)? y a este mismo orden senatorial (por el 
cual hemos sido a menudo honrados con los decretos más in- 
signes), es algo inmenso e infinito lo que os debemos a voso- 
tros pues, con vuestro singular empeño y unanimidad, nos ha- 
béis restituido a un mismo tiempo los beneficios de nuestros 
padres, los presentes de los dioses inmortales, los honores del 
pueblo romano y vuestros numerosos testimonios de estima 
hacia mi persona; de modo que, cuando nos sentimos obliga- 
dos hacia vosotros por muchos motivos, hacia el pueblo roma- 
no por grandes razones, por innumerables causas hacia los pa- 
dres y por todo ello hacia los dioses inmortales, cada una de 
estas cosas la hemos conseguido gracias a ellos, pero ahora to- 
das ellas las hemos recuperado merced a vuestra ayuda. 

En consecuencia, senadores, me parece que, gracias a vo- 
sotros, hemos alcanzado una cierta inmortalidad, algo que un 
hombre ni siquiera puede pretender alcanzar. En verdad, ¿lle- 
gará alguna vez el día en que desaparezca el recuerdo y la 
fama de los beneficios que nos habéis reportado? Vosotros, en 
el momento mismo en el que os encontrabais presos y asedia- 
dos por la violencia de las armas, el miedo y las amenazas, me 
hicisteis llamar de forma unánime poco después de mi partida 
a propuesta de Lucio Ninio 3, un hombre tan valeroso como ín- 


2 Roma es, como ya había señalado el orador (Cat. IV 11), «la luz de to- 
das las tierras y la ciudadela de todos los pueblos». 

3 Lucio Ninio Cuadrato, tribuno de la plebe junto con Clodio pero amigo 
de Cicerón (sobre su personalidad, cf., T. P. Wiseman, Roman Studies, Liver- 


EN AGRADECIMIENTO AL SENADO 35 


tegro; a él, una persona muy fiel y nada temerosa (si hubiese 
considerado oportuno luchar), le tocó en suerte aquel año fu- 
nesto defender mi salvación. Después que os fue negado el de- 
recho de adoptar una resolución por culpa de aquel tribuno de 
la plebe que, al no poder arruinar a la República por sí mismo, 
recurrió a un crimen ajeno, nunca dejasteis de hablar en mi de- 
fensa, nunca cejasteis en reclamar mi salvación ante aquellos 
cónsules vendidos. 

Así pues, merced a vuestro empeño y autoridad se consi- 
guió que aquel año (que yo hubiera preferido fuera funesto para 
mí antes que para mi patria) dispusiera de ocho tribunos que 
presentaron una ley sobre mi regreso y la sometieron a vuestra 
consideración en numerosas ocasiones *. Sin duda, los cónsules, 
siendo como eran escrupulosos y temerosos de las leyes, se veí- 
an obstaculizados, no por la ley que había sido promulgada so- 
bre mi persona, sino por la que se refería a ellos mismos 5, des- 


pool, 1987, págs. 12, 20 y 237), intervino al parecer ante su colega para conse- 
guir una tregua con el orador: Cicerón no haría ninguna oposición a las cuatro 
primeras rogationes clodianas (la ley sobre los colegios, la que limitaba el de- 
recho de la obnuntiatio, la relativa a las listas de los censores y, en fin, la ley 
frumentaria), a condición de que Clodio no sacara a relucir el asunto de Catili- 
na (P. GrivaL, Études..., op. cit., pág. 32). Clodio habría aceptado, pero lógi- 
camente no cumplió su palabra. Más tarde Ninio será uno de los primeros en 
presentar una proposición (el 1 de junio del 58) en favor del regreso del exilia- 
do; pero Clodio provocó el veto de su colega Elio Ligo (Sest. 26; 68; Dión CA- 
sio, XXXVIII 30, 4). 

4 Sobre esta rogatio que Cicerón, en su correspondencia del exilio (Att. IIT 
23, 2-4), consideró insuficiente, cf. Sest. 70, nota 100. 

5 Es decir, la ley relativa al reparto de las provincias. Posiblemente el 20 de 
marzo (sobre la fecha de esta ley, cf. Sest. 53, nota 74) Clodio hizo que se apro- 
bara una lex de provinciis en la que se privaba al senado del derecho a fijar las 
provincias consulares; para comprar el apoyo de los cónsules de aquel año, se 
concedió a Pisón Macedonia y Acaya, y a Gabinio en un primer momento Cili- 
cia y, posteriormente, Siria y Persia (sen. 18; dom. 23-24; 55; 60; 124; Sest. 55). 


4 


35 


36 DISCURSOS 


de el momento $ en que mi adversario estableció que yo regre- 
saría únicamente en el caso de que hubieran vuelto a la vida 
aquellos que estuvieron a punto de destruirlo todo. Con ello no 
hacía sino reconocer dos hechos: que sentía la pérdida de aque- 
llas personas ? y que la República se habría de encontrar en un 
gran peligro en el caso de que yo no hubiera regresado mientras 
volvían a la vida los enemigos y destructores del Estado. Así 
que, pese a todo, aquel mismo año en el que había partido hacia 
el exilio; en el que, además, el personaje más importante de la 
ciudad defendía su vida no con la protección de las leyes sino al 
abrigo de las paredes de su casa 8; en el que la República care- 
cía de auténticos cónsules y se veía privada, no sólo de sus pa- 
dres permanentes sino incluso de sus tutores anuales; en el que 
se Os impedía expresar vuestra opinión y se leía en público la 
ley sobre mi proscripción, jamás dudasteis en asociar mi salva- 
ción a la del bien común. 

Con todo, después que, gracias al singular y muy destaca- 
do valor del cónsul Publio Léntulo, en las calendas de enero 
comenzasteis a distinguir (en lo que a los asuntos del Estado l 
se refiere) la luz de la oscuridad y de las tinieblas del año ante- 
rior ?; cuando el eminente prestigio de Quinto Metelo, un hom- 


$ Frente a la edición de PETERSON (quam relativo, cuyo antecedente sería 
ea lege) creemos más lógica, para la comprensión del texto, la lectura de los 
códices (cum temporal). Para su justificación, cf. B. D. R. SHACKLETON, «On 
Cicero's speeches post reditum», art. cit., págs. 271-272 y E. COURTNEY, «No- 
tes...», art. cit., págs. 47-48. 

7 Se refiere, lógicamente, a los cómplices de Catilina ejecutados durante 
el consulado de Cicerón. 

8 Pompeyo, ante las amenazas de Clodio (dom. 67; 110), se vio obligado a 
recluirse en su casa (sen. 29; dom. 8; har. 49). Llegó, incluso, a descubrirse un 
complot contra su vida (Sest. 69; Mil. 18). 

2 Sobre la propuesta del cónsul Léntulo y las intervenciones de L. Aurelio 
Cota y Pompeyo, cf. Quir. 11-12, dom. 68-71 y Sest. 72-74. 


EN AGRADECIMIENTO AL SENADO 37 


bre tan noble como intachable ciudadano !9; cuando el coraje y 
lealtad de los pretores y de casi todos los tribunos de la plebe 
acudieron en ayuda de la República; cuando Gneo Pompeyo, 
sin discusión el personaje más importante de todos los pue- 
blos, de todos los siglos y de toda la historia por su valor, fama 
y gestas creyó que podía acudir al senado sin peligro, fue tal 
vuestro acuerdo unánime sobre mi regreso que, aunque ausente 
mi cuerpo, mi dignidad había sido ya restituida a mi patria. 

Sin duda, a lo largo de aquel mes pudisteis apreciar las di- 
ferencias existentes entre mis adversarios y yo. Yo renuncié a 
mi salvación personal para que la República no se viera, por mi 
causa, ensangrentada con las heridas de los ciudadanos; ellos 
pensaron que debía evitarse mi regreso, no mediante los sufra- 
gios del pueblo sino con un río de sangre. En consecuencia, a 
partir de aquel momento no tomasteis ninguna resolución con 
relación a los ciudadanos, aliados o reyes; nada resolvieron los 
jueces con sus sentencias, el pueblo con sus sufragios o este or- 
den senatorial con su autoridad. Contemplabais cómo el foro 
permanecía mudo, la curia sin voz y la ciudad silenciosa y aba- 
tida. 

A decir verdad, desde el momento en que partió hacia el 
exilio aquel que, siguiendo vuestros consejos, hizo frente a la 
muerte y al incendio, habéis contemplado a la gente recorrien- 
do toda la ciudad con antorchas y espadas, las casas de los ma- 
gistrados asaltadas, incendiados los templos de los dioses !!, 


10 Quinto Cecilio Metelo Nepote era colega de Léntulo en el consulado 
del 57. Primo de Clodio, estaba enemistado con Cicerón: siendo tribuno de la 
plebe, en el 63-62, había impedido que el orador se glorificara en un discurso 
ante el pueblo y le había acusado de haber ejecutado a los cómplices de Catili- 
na. De todos modos, en este momento dejó a un lado sus resentimientos perso- 
nales (sen. 25) y no se opuso a las tentativas de Léntulo en favor del regreso 
de Cicerón. 

11 Cf. Mil. 73, nota 102. 


38 DISCURSOS 


quebradas las fasces de un hombre distinguido a la vez que 


48 


cónsul eminente !?, y, además, golpeado, ultrajado e, incluso, 
herido y traspasado por la espada el cuerpo sacrosanto de un 
tribuno de la plebe valiente e intachable 13, Conmocionados 
por este desastre, algunos magistrados se alejaron un poco de 
mi causa, en parte por miedo a la muerte, en parte por falta de 
fe en la República. Los restantes se mostraron tales que ni el: 
terror o la violencia, ni la esperanza o el miedo, ni las prome- 
sas O las amenazas, ni los dardos o las antorchas pudieron 
apartarlos de vuestra autoridad, de la dignidad del pueblo ro- 
mano y de mi propia salvación. 

El más destacado, Publio Léntulo, padre y dios de nuestra 
vida, fortuna, fama y nombre, creyó que constituiría una prue- 
ba de su valor, un testimonio de su forma de sentir y un esplen- 
dor para su consulado restituir mi persona a mí mismo, a los 
míos, a vosotros y a la República. Desde el momento que fue 
designado, nunca dudó en expresar sobre mi situación una opi- 
nión digna de él y de la República: al verse vetado por un tri- 
buno de la plebe, al citársele aquel famoso decreto de que na- 
die acudiera a vosotros con una proposición, de que nadie 
promulgara nada al respecto, ni discutiera, hablara, votara o lo 


12 Frente a WUILLEUMIER (op. cit., pág. 18, n. 1) que ve en este clarissimus 
consul a Gabinio, G. ACHArD (Pratique rhétorique et idéologie politique dans 
les discours «optimates» de Cicéron, Leiden, 1981, pág. 304, n. 352) cree que 
se está refiriendo a uno de los cónsules del 57, posiblemente a Metelo Nepote 
(dom. 13). 

13 Para evitar que los comicios populares ratificaran la propuesta unánime 
del senado —enero del 57— en favor de Cicerón, Clodio lanzó a las calles sus 
bandas de esclavos y gladiadores. En uno de los enfrentamientos «Quinto, el 
hermano de Cicerón, quedó tendido entre los cadáveres como si estuviera 
muerto» (PLur., Cic. 33,4); días después fue el tribuno de la plebe P. Sestio el 
que también resultó herido y dejado por muerto (sen. 20; 30; Sest. 79; Mil. 38; 
O. fr. 113, 6).. 


EN AGRADECIMIENTO AL SENADO 39 


suscribiera !^, consideró todo esto —tal como he señalado con 
anterioridad !'5— no una ley sino una proscripción por la cual un 
ciudadano benemérito de la República, de forma nominal y sin 
juicio, había sido arrancado de la República y el senado con él. 
Y tan pronto como comenzó su magistratura, ¿qué es lo prime- 
ro que hizo o, mejor, qué otra cosa hizo sino consagrar en el 
futuro a mi salvación vuestra dignidad y autoridad? ¡Oh dioses 
inmortales, cuán gran beneficio creo que me habéis otorgado 
por el hecho de ser cónsul aquel año Publio Léntulo! ¡Cuánto 
más grande si lo hubiera sido el año anterior! Pues no habría 
necesitado del remedio de un cónsul si no hubiese sido abatido 
por la herida que me infligió otro cónsul. Yo había oído decir a 
Quinto Cátulo !6, un hombre muy sabio y ciudadano intacha- 
ble, que rara vez había habido un cónsul inmoral, pero que, 
salvo en la época de Cina, nunca lo habían sido los dos !7. Por 
ello solía afirmar que mi causa sería siempre muy sólida con 
tal de que, al menos, hubiera un cónsul auténtico en el Estado. 
Habría hablado sin duda acertadamente si lo de los dos cónsu- 
les (circunstancia que no se había dado antes en la República) 
hubiese podido seguir siendo un principio estable y duradero. 


14 Una de las cláusulas de la lex de exsilio Ciceronis prohibía todo intento 
por conseguir el regreso de Cicerón mediante un senadoconsulto o una ley que 
derogara la de Clodio; cf. Pu. Moreau, «La lex Clodia...», art. cit., pág. 481. 

15 Cf. supra, sen. 4. Cicerón adelanta después una de las críticas, que rei- 
terará sobre todo en De domo (26; 33; 43; 45; 51; 62; 77; 83; 86-88; 110), 
contra la lex de exsilio: la ausencia de un proceso y de una condena judicial. 
La crítica está justificada pero es evidente que Cicerón no esperó en Roma 
para ser citado a juicio (ya había huido cuando se aprobó la ley) y, con toda 
seguridad, no habría vuelto para comparecer ante un tribunal. 

16 Quinto Lutacio Cátulo, hijo, cónsul en el 78, princeps senatus, logró 
que se concediera a Cicerón el título de parens patriae (dom. 132; Sest. 121; 
Pis. 6). 

17 Para esta misma idea, cf. Sest. 77, nota 111. 


40 DISCURSOS 


Pues, si Quinto Metelo hubiese sido cónsul en aquel momento, 
¿tenéis alguna duda del ánimo con que se habría comportado 
para mantenerme a salvo, cuando estáis viendo que ha sido 
promotor y partidario de mi regreso? j 

Sin embargo, hubo dos cónsules cuyas mentes estrechas, 
mezquinas, débiles y cubiertas de tinieblas y fango fueron in- 
capaces de intuir, de defender y de comprender el nombre mis- 
mo del consulado, el esplendor de aquella magistratura y la 
magnitud de tan gran poder; más que cónsules, fueron trafican- 
tes de provincias y mercaderes de vuestra dignidad. Uno de 
ellos me exigía, ante un numeroso auditorio, la presencia de su 
amante Catilina; el otro, la de Cetego, su primo hermano !8; es- 
tos dos, los mayores criminales nunca conocidos, bandidos 
más que cónsules, no sólo me abandonaron en un proceso que 
concernía especialmente a la República y al consulado, sino 
que me traicionaron, me atacaron y quisieron verme privado 
de toda ayuda, no sólo de la suya sino también de la vuestra y 
de la del resto de estamentos. 

De los dos, sin embargo, uno no consiguió engañarme, ni a 
mí ni a nadie !?. En efecto, ¿quién podría abrigar la menor es- 
peranza de algún bien en aquel cuyos primeros años estuvieron 
abiertamente entregados a todo tipo de pasiones; que ni siquie- 


18 Gayo Comelio Cetego, ejecutado en el 63 como cómplice de Catilina, 
era efectivamente primo hermano del cónsul del 58 Lucio Calpurnio Pisón; 
Calpurnia, la hija de Pisón, estaba casada con César. Por su parte, Gabinio era 
partidario de Pompeyo (había sido lugarteniente del triunviro). En consecuen- 
cia, las críticas a los cónsules eran, en cierto modo, extensibles a sus valedores 
(César y Pompeyo) que nada hicieron por impedir el exilio de Cicerón. 

19 Se refiere a Aulo Gabinio (la misma idea aparece en Sest. 20), contra 
quien va a dirigir a partir de ahora sus ataques. Comienzan así tres de los capí- 
tulos (V-VII) donde se muestra con mayor intensidad la ironía y mordacidad 
de Cicerón (cf. A. Haunv, L'ironie et l'humour chez Cicéron, Leiden, 1955, 
pág. 144). 


EN AGRADECIMIÉNTO AL SENADO 41 


ra fue capaz de apartar los impuros desenfrenos de los hom- 
bres de la parte más sagrada de su cuerpo 29; que, tras haber di- 
sipado su propio patrimonio con no menos diligencia que más 
tarde el patrimonio público, hizo frente a su indigencia y afán 
de lujo entregándose a una prostitución doméstica; que, si no 
hubiese encontrado el refugio del tribunado, no habría podido 
evitar la actuación del pretor contra él, la multitud de sus acre- 
edores y la confiscación de sus bienes; que, durante su magis- 
tratura, si no hubiese presentado la ley sobre la guerra de los 
piratas ?!, a buen seguro que, obligado por su indigencia e in- 
moralidad, él mismo habría ejercido la piratería y, sin duda, 
con menor perjuicio para la República que el que supone ha- 
berse quedado dentro de nuestros muros un ladrón y malvado 
enemigo como él; a su consideración y bajo su presidencia, un 
tribuno de la plebe presentó una ley, según la cual no había que 
someterse a los auspicios ni se permitía declarar que los augu- 
rios eran desfavorables a la reunión de una asamblea o a la ce- 
lebración de unos comicios, ni oponerse a una ley, de modo 
que dejaba sin valor las leyes Elia y Fufia 22 que nuestros ma- 


20 Es decir, la boca. La acusación de homosexualidad, afeminamiento y, 
en general, de cualquier tipo de depravación sexual, es un lugar común de la 
invectiva ciceroniana, a la que el orador recurre para atacar por igual a Verres, 
Catilina, Gabinio, Clodio o Antonio; cf., sobre este tema, el interesante trabajo 
de F. G. GoNFROY, «Homosexualité et idéologie esclavagiste chez Cicéron», 
DHA 4 (1978), 219-262. 

?! En el 68, a propuesta de Aulo Gabinio, se le otorgaron a Pompeyo po- 
deres excepcionales contra los piratas; a cambio, el entonces tribuno de la ple- 
be obtuvo un cargo lucrativo. 

22 Hubo, en efecto, una lex Aelia y otra lex Fufia (Pis. 10), asociadas bajo 
la denominación común de lex Aelia Fufia, que, desde el 153, establecían las 
reglas de la obnuntiatio: una asamblea püblica no podía celebrarse si en la ob- 
servación del cielo aparecían presagios desfavorables. Fue Clodio, en el 58, 
quien intentó limitar el uso abusivo y arbitrario que la oligarquía senatorial 
hacía de esta ley; así, por ejemplo, estableció que la obnuntiatio debía ser ejer- 


42 DISCURSOS 


yores pretendieron fuera la más segura protección de la Repú- 
blica contra los desmanes de los tribunos? 

Este mismo cónsul, más tarde, cuando una multitud ingente 
de ciudadanos de bien acudió desde el Capitolio ante él en ac- 
titud suplicante y vestida de luto, cuando los jóvenes más no- 
bles y todos los caballeros romanos se arrojaron a los pies de 
tan vil rufián, ¡con qué expresión este libertino de pelo rizado 
rechazó las lágrimas de los ciudadanos, más aún, las súplicas 
de la patria! Y no contento con ello, subió además a la tribuna 
y dijo lo que no se habría atrevido a decir ni siquiera Catilina, 
«su hombre», si hubiese vuelto a la vida: que haría pagar a los 
caballeros romanos un castigo por los sucesos de las nonas de 
diciembre 23 (que tuvieron lugar bajo mi consulado) y por la 
subida al Capitolio. Y no sólo dijo esto, sino que además atacó 
a cuantos le pareció bien: a Lucio Lamia 2, caballero romano, 
hombre de gran prestigio y ardiente defensor de mi salvación 
(por razones de amistad) y de la República (a causa de la situa- 
ción de su fortuna), este cónsul tiránico le conminó a abando- 
nar la ciudad. Y como vosotros hubieseis decidido vestiros de 
duelo y lo hubieseis llevado a cabo todos lo mismo que habían 
hecho con anterioridad todos los hombres de bien, él, emba- 
durnado con ungiientos y con la toga pretexta que todos los 


cida en persona para evitar obstrucciones como la de Bíbulo contra César en 
el 59, Por lo tanto, no es exacta la afirmación de Cicerón: Clodio no abolió la 
práctica de la obnuntiatio, entre otras razones, porque también era un arma 
útil en manos de los populares (cf. C. R. TAYLOR, Party politics in the age of 
Caesar, Univ. Calif. Press, 1968, pág. 213, n. 22). 

23 Sobre este episodio, cf. Sest. 28 y nota 40. 

?* Lucio Lamia, partidario de Cicerón y que presidía el orden ecuestre, fue 
relegado por el cónsul Gabinio (dom. 55; Sest. 29); segán Cicerón (Fam. XI 
16, 2) fue el primer ejemplo de relegatio (pena menor que la del exsilium ya 
que no entrañaba la capitis deminutio) de un ciudadano romano, pronunciada 
en estas condiciones. 


EN AGRADECIMIENTO AL SENADO 43 


pretores y ediles habían abandonado en aquella situación, se 
burló de vuestros hábitos y del luto de una ciudad tan agradeci- 
da, e hizo lo que ningún tirano antes: al no poder impedir que 
os lamentarais en secreto de vuestra desgracia, os prohibió llo- 
rar públicamente las desgracias de la patria, 

Cuando en el circo Flaminio fue presentado en la asam- 
blea, no como cónsul por un tribuno de la plebe sino como jefe 
de piratas por un bandido, ¡con qué autoridad avanzó en un 
primer momento! Borracho, somnoliento y adúltero 25, con el 
cabello chorreante de perfumes, el peinado acicalado, los ojos 
cargados, las mejillas flácidas, la voz cascada y ebria, afirmó 
—como si fuera una autoridad digna— que le desagradaba en ex- 
ceso lo que se había decidido contra ciudadanos que no habían 
sido juzgados. ¿Dónde estuvo oculta para nosotros durante tan- 
to tiempo una autoridad tan grande? ¿Por qué razón se escon- 
dió durante tanto tiempo, en burdeles y orgías, la virtud tan 
eximia de este bailarín de cabellos ensortijados? 26. 

En cuanto al otro, Cesonino Calvencio 27, desde su adoles- 
cencia frecuentó el foro sin que, excepto una disimulada y fin- 
gida tristeza, ninguna otra cosa le hiciera destacar: ni el conoci- 
miento jurídico, ni el talento oratorio, ni la experiencia militar, 
ni el interés por conocer a los hombres, ni la cultura; al pasar 
por delante de él, viéndosele desaliñado, rudo y sombrío, aun 
considerándolo inculto y bárbaro, con todo no se le tacharía de 


25 La expresión (plenus vini, stupri, somni), más que una descripción real, 
parece un lugar comün, ya que con ella el orador se había referido con anterio- 
ridad a Verres (Verr. V 94) y más tarde a Clodio (har. 55). 

26 Macrobio (Sat. HI 14, 15) elogió el talento de Gabinio como bailarín, 
una virtud no muy decorosa en un cónsul: el baile está asociado al vicio (cf. 
Mur. 13) 

27 Pasa ahora a referirse al colega de Gabinio en el consulado, Lucio Cal- 
purnio Pisón; pero en vez de nombrarlo directamente, utiliza con ironía el 
nombre de su abuelo materno, Calvencio, originario de la Galia. 


136 


44 DISCURSOS 


14 libidinoso y corrompido. Si te hubieras sentado en el foro con 


15 


este hombre o con un tarugo 28, en nada notarías la diferencia: 
lo considerarías carente de ideas, sin personalidad, mudo, lento 
de comprensión, un sujeto inculto, un capadacio hace poco li- 
berado de una tropa de esclavos 2. Pero este mismo, ¡qué libi- 
donoso en su casa, qué vicioso y disoluto, recibiendo a los pla- 
ceres no por la puerta sino introduciéndolos por una entrada 
secreta! E incluso, cuando comienza a interesarse por la litera- 
tura y a filosofar, como un bruto salvaje, con disputadores quis- 
quillosos, se hace entonces epicúreo sin profundizar en aquella 
doctrina (sea cual sea) 30 sino seducido únicamente por la pala- 
bra «placer». Además toma sus maestros, no de entre esos ne- 
cios que discuten días enteros sobre el deber y la virtud y que 
animan a afrontar el trabajo, la actividad, o el peligro por el 
bien de la patria, sino de los que llegan a la conclusión de que 
ni una sola hora debe quedar libre de placer, que en todas las 
partes del cuerpo hay que desarrollar algún gozo y deleite ?!. Se 
sirve de ellos como guías para sus pasiones; son los que van a 
la básqueda y siguen el rastro de todo tipo de placeres, los que 
organizan y ordenan su festín; ellos mismos sopesan y valoran 


28 A lo largo de todo este pasaje (sen. 14-15), Cicerón se deja llevar por su 
vena satírica, acudiendo a expresiones vulgares, injuriosas e, incluso, proca- 
ces, que algunos críticos consideraron impropias del orador y utilizaron como 
un argumento más para poner en duda la autenticidad del discurso (cf. L. Lau- 
RAND, Études sur le style..., op. cit., págs. 310-311). 

29 Sobre el valor despectivo del término (Mitrídates es también llamado 
«capadocio» en Flac. 61), cf. G. Acuanp, Pratique rhétorique..., op. cit., pág. 
207 y notas 64-65. 

30 Como en otras ocasiones (Mur. 63; Verr. IV 5) Cicerón, en cuanto polí- 
tico romano, intenta no mostrarse demasiado interesado por la cultura y filo- 
sofía griegas. 

31 El compañero habitual de Pisón era el filósofo epicúreo Filodemo. En 
otra ocasión (Pis. 37) le apostrofará: «Tú [Pisón], epicúreo nuestro salido de 
una pocilga, que no de una escuela». 


EN AGRADECIMIENTO AL SENADO 45 


sus placeres, expresan su opinión y juzgan lo que parece que 
hay que conceder a cada pasión. Instruido en sus artes, ha des- 
preciado a una ciudad tan prudente como ésta hasta el punto de 
creer que podía ocultar todas sus pasiones, todas sus vilezas 
con tal de presentar un rostro adusto en el foro. 

Éste, en realidad, no logró engafiarme a mí (pues yo cono- 
cía, por mi parentesco con los Pisones, cuánto le había alejado 
de esta familia el vínculo materno de sangre transalpina) ?? 
pero sí a vosotros y al pueblo romano, no con su sagacidad y 
elocuencia (como ocurrió a menudo en muchos otros casos) 
sino con su aspereza y aire sombrío. 

¿Te atreviste, Lucio Pisón, con esa mirada tuya, no voy a 
decir con ese espíritu, con esa frente, que no vida, con tan 
fruncido ceño, ya que no puedo decir con tan grandes gestas, a 
conspirar junto con Aulo Gabinio para mi perdición? ¿El olor 
de sus perfumes, su aliento a vino, su frente marcada por las 
señales de la tenacilla de los rizos no te hacían pensar que, al 
haber sido en la práctica semejante a él, no te sería posible uti- 
lizar durante más tiempo esa máscara para ocultar tan grandes 
infamias? ; Tuviste el atrevimiento de asociarte con él para 
vender, mediante un reparto de las provincias, la dignidad de 
cónsul, el orden püblico, la autoridad del senado y los bienes 
de un ciudadano tan benemérito? ¿Bajo tu consulado, por cul- 
pa de tus edictos y de tus mandatos le ha sido prohibido al se- 
nado del pueblo romano prestar ayuda a la Repüblica, no ya 


32 El primero de los tres maridos de Tulia, la hija de Cicerón, fue Gayo 
Calpurnio Pisón Frugi; por lo tanto, había un parentesco entre Cicerón y L. 
Calpurnio Pisón que el orador no se cansará de recordar (sen. 17; 38) para 
destacar más si cabe la falta de sentimientos del cónsul. De todos modos, para 
salvar el honor de la familia de los Pisones, prefiere pensar que los vicios y 
defectos de Pisón se deben al influjo de sus antepasados galos por línea mater- 
na (Sest. 21). 


ja 


6 


46 DISCURSOS 


con sus decisiones y su autoridad sino ni siquiera con el luto y 
la vestimenta? 

¿Pensabas que ejercías de cónsul (lo era entonces) en Ca- 
pua 33, ciudad que en otro tiempo fue el asiento de la arrogan- 
cia, o en Roma, en la que todos los cónsules anteriores a ti 
obedecieron al senado? ¿Te atreviste, al ser presentado en el 
circo Flaminio con tu ilustre colega, a decir que siempre habías 
sido compasivo? Con estas palabras intentabas demostrar que 
el senado y todos los hombres de bien habían sido crueles por 
librar a la patria de su perdición. ¡Tú, tan misericordioso con- 
migo, pariente tuyo a quien habías puesto en los comicios al 
frente como guardián del voto de la centuria prerrogativa 3, a 
quien habías concedido la palabra en tercer lugar 35 en las ca- 
lendas de enero, me entregaste atado de pies y manos a los 
enemigos de la República! ¡Tú, rechazaste de tus rodillas con 
las palabras más altivas y crueles a mi yerno, allegado tuyo, y 
a mi hija, pariente tuya! ¡También fuiste de una clemencia y 
misericordia extraordinarias cuando fui abatido junto con la 
República por el ataque no de los tribunos sino de los cónsu- 
les! ¡Fuiste tan malvado y desmesurado que no consentiste que 


33 A la vez que cónsul en Roma, Pisón compartía con Pompeyo (sen. 29) 
las funciones de duunviro en la colonia de Capua (dom. 60; Sest. 19) que aca- 
baba de ser fundada por César en el 59. Capua, en otro tiempo independiente 
y rival de Roma, era la ciudad más importante de la región de Campania y no 
gozaba precisamente de buena reputación: «morada del orgullo y sede del pla- 
cer» la denomina el propio Cicerón (lege agr. II 97). 

34 Es decir, la que, por sorteo, votaba en primer lugar y que solía condi- 
cionar el resultado. 

35 El orden a la hora de conceder la palabra en el senado era un reconoci- 
miento de la importancia política del individuo. Pisón, en la sesión inagural de 
su consulado, concedió la palabra a Cicerón tras Pompeyo y, posiblemente, 
tras Craso (es decir, después de los dos triunviros; César se encontraba ausen- 
te, en la Galia). 


EN AGRADECIMIENTO AL SENADO 47 


transcurriera siquiera una hora entre mi ruina y tu botín, al me- 
nos hasta que se apagara aquel lamento y gemido de la ciudad! 

Todavía no se había hecho pública la ruina de la República 
cuando ya se te estaba pagando el precio de su destrucción: a 
un mismo tiempo se saqueaba e incendiaba mi casa, mis bienes 
eran trasladados desde el Palatino a casa de uno de los cónsu- 
les, vecino mío, y desde Túsculo a la casa del otro cónsul, tam- 
bién vecino 36, en el momento en que, votando ellos mismos la 
aprobación de este acto a propuesta de ese mismo gladiador, 
en medio de un foro vacío y desierto no sólo de hombres de 
bien sino incluso de hombres libres, sin que el pueblo romano 
supiera lo que pasaba y con el senado oprimido y abatido, se 
regalaba a estos dos cónsules impíos y sacrílegos el tesoro pú- 
blico, las provincias, las legiones y el mando. 

Las ruinas ocasionadas por estos cónsules, vosotros, cónsu- 
les también, habéis conseguido levantarlas con vuestra virtud, 
apoyados por la más elevada fidelidad y diligencia de los tri- 
bunos de la plebe y de los pretores. 

¿Qué podría decir yo de un hombre tan distinguido como 
Tito Anio 3” o quién sería capaz de hablar alguna vez con sufi- 
ciente dignidad sobre un ciudadano semejante? Éste, al consi- 
derar que un ciudadano criminal o, más bien, un enemigo pú- 
blico, debía ser abatido por una acción judicial (en el caso de 
que se pudiera hacer uso de las leyes), pero que, si la violencia 


36 Sobre el despojo de las propiedades de Cicerón (inmediatamente des- 
pués del voto de la lex de capite), cf. infra, págs. 91-92. 

37 T. Anio Milón, el futuro asesino de Clodio. Sobre su persona, cf. págs. 
443 ss. Ante la violencia desatada por Clodio (finales de enero del 57) para 
oponerse a cualquier actuación en favor del exiliado, Milón, entonces tribuno 
de la plebe, intentó una acción judicial contra él acusándolo de actuación vio- 
lenta; pero su colega Atilio Serrano y el pretor Apio Claudio se lo impidieron, 
Milón reclutó entonces mercenarios para enfrentarse a las bandas callejeras de 
Clodio (sen. 30; Sest. 86 y Mil. 38). 


A 


E 


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48 DISCURSOS 


impedía o suprimía los tribunales, se debía vencer el atrevi- 
miento con valor, la locura con serenidad, la temeridad con 
prudencia, las bandas callejeras con tropas de verdad y la vio- 
lencia con la violencia, lo primero que hizo fue acusarlo de 
actuación violenta; después, al observar que el proceso queda- 
ba anulado por obra de ese mismo individuo, se ocupó de que 
no pudiera lograr todos sus propósitos mediante la violencia; 
hizo ver que ni las casas, ni los templos, ni el foro, ni la curia 
podían ser defendidos contra una banda interna de ladrones si 
no era con un grandísimo valor y con el mayor número de re- 
cursos y fuerzas militares; fue el primero que, tras mi partida, 
hizo perder el miedo a las gentes de bien, la esperanza a los 
temerarios, el temor a este orden senatorial y la esclavitud a la 
ciudad. 

Publio Sestio, prosiguiendo esta forma de actuar con igual 
arrojo, decisión y lealtad, pensó que no debía evitar nunca ene- 
mistades, violencia, ataques o el peligro de su vida por la de- 
fensa de mi persona 38, de vuestra autoridad y del orden ciuda- 
dano; hizo valer ante la multitud la causa del senado que había 
sido atacada violentamente por las arengas de los desalmados, 
con tanta diligencia que nunca nada resultó tan popular como 
vuestro nombre, nada tan querido de todos como vuestra auto- 
ridad; no sólo me defendió con todos los medios de que fue ca- 
paz como tribuno de la plebe sino que, además, me prestó 
otros apoyos como si fuera mi hermano: me prestó como ayu- 
da sus clientes, libertos, familia, bienes y cartas hasta el punto 
de que parecía no sólo que aliviaba mi desgracia sino que la 
compartía. 

Ya habéis comprobado los servicios y esfuerzos de los de- 
más: cuán partidario de mí se mostró Gayo Cestilio, qué lleno 


38 Sobre las distintas actuaciones de este tribuno en favor del regreso de 
Cicerón, cf. págs. 270-272. 


EN AGRADECIMIENTO AL SENADO 49 


de celo hacia vosotros y qué constante en la defensa de la cau- 
sa. ¿Qué puedo decir de Marco Cispio? 3. Soy consciente de 
lo mucho que le debo a él personalmente, a su padre y a su 
hermano: a pesar de haber ofendido sus sentimientos en un 
proceso privado, dejaron en el olvido esta ofensa personal ante 
el recuerdo de mis servicios públicos. Tampoco Tito Fadio, a 
quien tuve como cuestor ^, y Marco Curcio, de cuyo padre lo 
fui yo ^!, con su dedicación, afecto e interés faltaron a esta 
amistosa unión. Muchas cosas dijo en mi favor Gayo Mesio 2 
por amistad y por patriotismo: desde el principio propuso una 
ley específica sobre mi regreso. Si Quinto Fabricio hubiera po- 
dido llevar a cabo, enfrentándose a la violencia y a las armas, 
cuanto intentó en mi favor, habríamos recuperado nuestros de- 
rechos en el mes de enero; sus sentimientos le movieron a sal- 
varme, la violencia se lo impidió, vuestra autoridad le ha resta- 
blecido por ello. 


39 Marco Cispio junto con Quinto Fabricio (citado al comienzo de sen. 22) 
fueron dos de los tribunos que, en la sesión del senado de enero del 57, propu- 
sieron el regreso de Cicerón; además del veto de Serrano, su regatio no pudo 
ser votada porque Clodio «ocupó el foro, el comicio y el senado» (Sest. 75) y 
con la ayuda de los gladiadores prestados por el pretor Apio Claudio atacó a 
los asistentes; Quinto, el hermano de Cicerón, escapó de milagro (Sest. 77). Se 
desconoce la naturaleza del proceso al que hace referencia Cicerón; sí sabe- 
mos, en cambio, que posteriormente M. Cispio fue defendido por el orador 
(Planc. 75). 

40 T. Fadio había sido cuestor durante el consulado de Cicerón en el 63. 
Sobre su propuesta en favor del regreso del exiliado, cf. dom. 40, nota 54 y Q. 
fr. 14, 3; Att. IN 23, 4. 

^! Durante la cuestura de Cicerón, en el 75, el padre de M. Curcio, Sex. 
Peduceno, era gobernador de Sicilia. 

4 Tribuno de la plebe que, en diciembre del 58, vio también fracasar su 
propuesta (Att. 26). Sobre este personaje y sus relaciones con Pompeyo y Cé- 
sar, cf. B. D. R. SHACKLETON BAILEY, Letters to Atticus, II, Cambridge, 1965, 
pág. 168. 


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50 DISCURSOS 


A su vez vosotros habéis podido valorar con qué ánimo se 
mostraron hacia mi persona los pretores, ya que Lucio Cecilio 
se esforzó en apoyarme en privado con todos sus medios; pú- 
blicamente promulgó una ley sobre mi regreso de acuerdo con 
casi todos sus colegas y no concedió a los saqueadores de mis 
bienes la posibilidad de acudir a juicio. Por su parte, Marco 
Calidio, desde el momento mismo de su designación, manifes- 
tó con su voto cuán grato le era mi regreso %, 

Han quedado de manifiesto todos los excelentes oficios de 
Gayo Septimio, Quinto Valerio, Publio Craso, Sexto Quintilio 
y Gayo Cornuto hacia mi persona y la República ^. 

De igual modo que recuerdo con agrado estos hechos, tam- 
bién omito de buen grado los actos abominables de algunos in- 
dividuos 4# contra mi persona: no es el momento de recordar 
las injurias que yo, aunque pudiera vengarlas, desearía olvidar. 
A un propósito distinto he de dedicar mi vida entera: a mostrar 
mi agradecimiento a las personas que me prestaron su ayuda, 
conservar las amistades puestas a prueba por el fuego, hacer la 
guerra a mis enemigos declarados, perdonar a los amigos me- 
drosos, denunciar a los traidores y mitigar el dolor de mi parti- 
da con la dignidad de mi regreso. 

Y, si en toda mi existencia no me quedara ninguna otra 
obligación que la de mostrarme suficientemente agradecido 
hacia los que han dirigido, encabezado y promovido mi salva- 
ción, con todo consideraría escaso el tiempo que me queda de 


43 La casa del pretor L. Cecilio Rufo (hermano de P. Sila) fue asaltada por 
las bandas de Clodio (Mil. 38). A su vez, M. Calidio, notable orador (Brut. 
274), pronunció un discurso (QUINTIL., Inst. orat. X 1, 23) para apoyar a Cice- 
rón en su intento por recuperar su casa del Palatino. 

^5 Como volverá a recordar más tarde (Sest. 87; Mil. 39), frente a los siete 
pretores que acaba de citar, sólo uno, Apio Claudio, hermano de Clodio; le fue 
contrario. 

45 Sobre estos nonnulli indefinidos, cf. Sest. 14, nota 22. 


EN AGRADECIMIÉNTO AL SENADO 51 


vida no sólo para testimoniar mi agradecimiento sino aún para 
dar fe del mismo. En efecto, ¿cuándo podríamos, yo y todos 
los míos, mostrar nuestra gratitud a este hombre * y a sus hi- 
jos? ¿Qué memoria, qué fortaleza de espíritu, qué grandeza en 
la consideración hubiera podido responder a tantos y tan gran- 
des beneficios? Él fue el primero que, estando yo afligido y 
abatido, me ofreció la garantía consular y me alargó su mano; 
él me llamó de la muerte a la vida, de la desesperación a la es- 
peranza, de la ruina a la salvación; mostró tanto afecto hacia 
mí y dedicación a la República que ha buscado el modo no 
sólo de aligerar mi desgracia sino, incluso, de ennoblecerla. 
Porque, ¿pudo ocurrirme algo más extraordinario y maravillo- 
so que el que, a propuesta suya, hayáis decretado que todos 
cuantos, de Italia entera, desearan una República a salvo, acu- 
dieran para restituirme y defenderme a mí solo, un hombre 
abatido y casi aniquilado? De modo que, con las mismas pala- 
bras que utilizó sólo tres veces desde la fundación de Roma un 
cónsul en favor de todo el Estado (y únicamente ante quienes 
podían entenderlas), con esas mismas palabras * el senado ha 
llamado a la salvación de una sola persona a Italia entera y a 
todos los ciudadanos de los campos y ciudades. 

¿Pude acaso legar a mis descendientes algo más digno de 
gloria que este juicio del senado según el cual todos los que no 
me habían defendido, habían manifestado su deseo de no sal- 
var a la República? Así que vuestra autoridad y la egregia dig- 
nidad del cónsul tuvieron una influencia tan grande que, si al- 


46 Vuelve a referirse el orador (cf. sen. 5; 8) al cónsul P. Cornelio Léntulo. 

47 Cicerón, tan amante de comparaciones gloriosas, equipara el decreto 
del senado en favor de su regreso con la fórmula solemne qui rempublicam 
salvam velit sequatur pronunciada en tres circunstancias históricas críticas: 
por P. Valerio Publícola en el 460 (Liv., III 17), por G. Mario en el 100 (Rabir. 
7) y por G. Calpurnio Pisón en el 67. Sobre esta misma idea, cf. Sest. 128. 


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52 DISCURSOS 


guien no acudía, creía estar cometiendo una acción deshonrosa 
e infamante. Este mismo cónsul, una vez que hubo acudido a 
Roma aquella increíble multitud y casi Italia entera, os convo- 
có en gran número en el Capitolio. En aquel momento pudis- 
teis comprender cuánta fuerza tienen la bondad natural y la 
auténtica nobleza: Quinto Metelo, adversario él además de her- 
mano de mi adversario 48, depuso todos sus resentimientos per- 
sonales al comprender vuestra intención. A éste, Publio Servi- 
lio, hombre distinguido, virtuoso y gran amigo mío %, con la 
gravedad casi divina de su autoridad y de su elocuencia le trajo 
a la memoria las hazañas y virtudes de su linaje y sangre co- 
mún, para que, a la hora de tomar una decisión, tuviera presen- 
tes -llamados por así decirlo del Aqueronte— a su hermano, 
aliado de mis empresas 5, y a todos los Metelos, ciudadanos 
tan ilustres, y, entre ellos, a aquel Metelo Numídico cuya parti- 
da de la patria en otro tiempo —aurique luctuosa- fue conside- 
rada honrosa por todos los hombres de bien 5!. De este modo 
quien antes de este inmenso beneficio había sido mi adversa- 
rio, se mostró no sólo partidario de mi regreso sino, incluso, 
defensor de mi dignidad. Ciertamente en ese día en el que os 
reunisteis cuatrocientos diecisiete senadores y estuvieron pre- 
sentes todos los magistrados, sólo uno 32 se opuso: aquel que, 


48 En realidad, el cónsul Quinto Metelo (sen. 5, nota 10) no era hermano 
sino primo hermano (fratres amitini) de Clodio. El término latino frater se uti- 
liza, pues, con una acepción amplia (dom. 7 y 13). 

49 Publio Servilio, cónsul en el 79 y que descendía también de los Metelos 
por la línea de su abuela (dom. 123), intervino activamente en el regreso del 
orador (Quir. 17; dom. 43; Flac. 100; prov. cons. 1) 

50 Durante el consulado de Cicerón, Quinto Cecilio Metelo Céler, en cali- 
dad de pretor, había reclutado tropas en el Piceno y la Galia (Cat. II 5) para 
hacer frente a Catilina. 

51 Sobre Quinto Cecilio Metelo Numídico y su exilio, cf. sen. 37 y nota 72. 

5 Lógicamente P. Clodio. Cf. supra, pág. 22. 


EN AGRADECIMIENTO AL SENADO 53 


de acuerdo con su ley, había pensado llamar incluso de los in- 
fiernos a los conjurados. Y en ese día, cuando con las palabras 
más solemnes y numerosas habíais proclamado que la Repú- 
blica se había salvado gracias a mis decisiones, este mismo 
cónsul se cuidó de que, al día siguiente, estas mismas palabras 
fueran pronunciadas por los principales de la ciudad en una 
asamblea; después de haber defendido él mismo —sin duda con 
gran brillantez- mi causa, consiguió, ante el auditorio y la pre- 
sencia de Italia entera, que nadie pudiera oír una palabra áspe- 
ra u ofensiva para las gentes de bien de parte de ningún orador 
vendido o corrupto. 

A estas actuaciones favorables a mi regreso y honrosas para 
mi dignidad vosotros mismos habéis añadido lo restante: decre- 
tasteis que nadie debía oponerse por medio alguno a esta medi- 
da; que, si alguien la impedía, lo llevaríais muy a mal, pues 
—decíais- actuaría contra la República, contra el bienestar de la 
gente de bien y contra la concordia de los ciudadanos; y que, 
de inmediato, se llevara ante vosotros el caso para tratar sobre 
él; además ordenasteis mi regreso aunque persistieran en sus 
calumnias. ¿Por qué? ¿Para dar las gracias a quienes habían 
acudido desde los municipios? ¿Para solicitarles que mostraran 
su acuerdo con este propósito el día en que se volviera a tratar 
el tema? ¿Qué diré, en fin, de aquel día que Publio Léntulo es- 
tableció como un nuevo nacimiento para mí 33, mi hermano y 
nuestros hijos, destinado no sólo al recuerdo de nuestra época 
sino al de todos los tiempos, aquel día en el que, por los comi- 
cios centuriados que nuestros antepasados quisieron sobre todo 
que fueran proclamados y considerados como unos comicios 


53 La idea de que, con su regreso, Cicerón ha vuelto a nacer, había sido ya 
expresada en su correspondencia durante el exilio: «haz lo posible -le ruega a 
su amigo Ático- para que celebre el nacimiento de mi retorno en tu acogedora 
casa contigo y con mi familia» (Att. III 20, 1). 


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54 DISCURSOS 


justos, se nos llamó para regresar a la patria a fin de que las 
mismas centurias que me habían nombrado cónsul aprobaran 
mi actuación durante el consulado? Ese día, ¿qué ciudadano 
hubo, independientemente de su edad o del estado de su salud, 
que considerara lícito no manifestar su voto en favor de mi re- 
greso? ¿Cuándo habéis visto una concurrencia tan numerosa en 
el Campo de Marte, una magnificencia tal de Italia entera y de 
todos los estamentos? ¿Cuándo habéis visto, con aquella digni- 
dad, a los que recogían, contaban y supervisaban los sufragios? 
En consecuencia, gracias a la brillante y divina ayuda de Pu- 
blio Léntulo, no hemos sido simplemente devueltos a la patria 
como algunos famosísimos ciudadanos, sino que lo hemos sido 
transportados por caballos engalanados y en un carro dorado 54. 

¿Podré yo alguna vez mostrarme suficientemente agradeci- 
do para con Gneo Pompeyo? Él afirmó, no sólo ante vosotros 
(todos erais de la misma opinión) sino también ante la asam- 
blea popular, que el bienestar del pueblo romano había sido 
conservado gracias a mí y que estaba unido a mi propia salva- 
ción; hizo valer mi causa ante los ciudadanos juiciosos, infor- 
mó de ella a los ignorantes y, a un mismo tiempo, reprimió con 
su autoridad a los inmorales y animó a los buenos ciudadanos; 
exhortó e, incluso, suplicó al pueblo romano en mi favor como 
si lo hiciera por su hermano o por uno de sus padres; a pesar 
de permanecer en su casa por temor a un enfrentamiento o de- 
rramamiento de sangre 55, pidió a los tribunos precedentes que 
promulgaran una ley sobre mi regreso y la sometieran al sena- 
do 56; él mismo, cuando desempeñaba una magistratura en una 


54 Es decir, de la misma forma que los generales victoriosos que celebran 
el triumphus. 

55 Más bien, porque temía por su seguridad ante las amenazas lanzadas 
contra él por Clodio; cf. sen. 4, nota 8. 

56 Sobre esta propuesta, cf. Sest. 70 y nota 100 . 


EN AGRADECIMIENTO AL SENADO 55 


colonia recientemente constituida 57 en la que no existía ningún 
vendido que interpusiera su veto, con la autoridad de los hom- 
bres más honorables y en los registros públicos denunció por 
escrito la violencia y crueldad de la ley contra mi persona 58; 
fue el primero que decidió implorar la ayuda de toda Italia en 
favor de mi regreso; siendo como había sido siempre un gran 
amigo mío, se esforzó también por convertir en amigos míos a 
sus allegados 5°. 

.. Así mismo, ¿con qué buenos oficios podré recompensar la 
ayuda de Tito Anio? Todas sus disposiciones y pensamientos, 
en una palabra, todo su tribunado no fue sino una constante, 
perpetua, esforzada e invencible defensa de mi regreso. ¿Qué 
puedo decir de Publio Sestio? Dio testimonio de su benevolen- 
cia y fidelidad hacia mí no sólo con el dolor de su corazón 
sino, además, con las heridas sufridas en su cuerpo %, 

A vosotros, senadores, os he dado ya y seguiré dándoos las 
gracias a cada uno en particular; os las di al principio a todos 
de forma general, en la medida de mis posibilidades: no soy 
capaz, en modo alguno, de hacerlo con suficiente brillantez; y, 


57 Se refiere a Capua, colonia de la que era duunviro junto a Pisón (cf. 
sen. 17, nota 33). 

¿« 58 Otra de las críticas de Cicerón a la lex de exsilio radicaba en que, según 
él, la constitución romana prohibía dictar una ley de forma expresa contra un 
particular, lo que se denomina privilegium (cf. dom. 26; 50; 58; Sest. 65; Att. 
TII 15, 5). 

32 Como siempre, la ambigüedad calculada de las palabras de Cicerón per- 
mite mútiples interpretaciones. Es posible que se esté refiriendo, de forma ve- 
lada, a César, a quien Pompeyo presionó para que apoyara los esfuerzos del 
senado en favor del regreso del exiliado (Sest. 71), pero también a la campaña 
de Pompeyo (abril del 57) por municipios y colonias (sen. 31; Quir. 10; dom. 
30; 75; 81; har. 46) para recabar el mayor apoyo popular a la rogatio presen- 
tada en julio en el concilium plebis. 

60 Para una descripción dramática del atentado contra Sestio, cf. Sest. 79. 


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3 


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56 DISCURSOS 


aunque son extraordinarios los méritos de muchos de vosotros 
para conmigo, méritos que en modo alguno puedo silenciar, 
sin embargo el momento presente y mi propio azoramiento me 
impiden recordar los favores de cada uno de vosotros hacia mi 
persona: es difícil no dejar de mencionar a alguien e impío ha- 
cerlo así. A todos vosotros, senadores, debo honraros entre el 
número de los dioses. Pero, de igual modo que entre los pro- 
pios dioses inmortales solemos venerar y suplicar no siempre 
a los mismos sino unas veces a unos y otras veces a otros, así 
también entre los hombres que me han rendido servicios divi- 
nos, dedicaré toda mi vida a proclamar y recordar sus favores 
hacia mi persona. En el día de hoy, sin embargo, he creído un 
deber manifestar nominalmente mi agradecimiento a los ma- 
gistrados y, entre las personas privadas, únicamente a aquel 
que, en favor de mi regreso, recorrió municipios y colonias, 
presentó sus ruegos en actitud suplicante al pueblo romano y 
expresó una opinión que vosotros secundasteis y por la que 
me restituisteis mi dignidad 6!. Siempre me honrasteis cuando 
estaba en una posición próspera; al encontrarme en una situa- 
ción angustiosa me habéis defendido hasta donde os ha sido 
posible, cambiando vuestro vestido y, en cierto modo, con 
vuestro luto. Remontándonos hasta donde alcanza nuestra me- 
moria, vemos que los senadores, ni aun en medio de sus pro- 
pios peligros, acostumbraban a mudar de vestimenta; ante mi 
desgracia, el senado la cambió en la medida en que se lo per- 
mitieron los decretos de aquellos que privaron mis desgracias 
no sólo de su propia protección sino, incluso, de vuestras sú- 
plicas. 

Ante estos obstáculos, al ver que debía combatir, como ciu- 
dadano privado, contra el mismo ejército al que había vencido 


61 Es decir, a Pompeyo. 


EN AGRADECIMIENTO AL SENADO 57 


no con las armas sino con vuestra autoridad, medité conmigo 
mismo muchas cosas %, 

Uno de los cónsules había dicho en una asamblea que pen- 
saba castigar a los caballeros romanos por su subida al Capito- 
lio $; unos eran reprendidos nominalmente, otros citados a jui- 
cio, algunos exiliados; se impedía el acceso a los templos con 
destacamentos y gente armada, cuando no, incluso, con demo- 
liciones €*. El otro cónsul, con el propósito de abandonarnos a 
mí y a la República y entregarnos, además, a los enemigos de 
la misma República, había pactado con ellos un reparto del bo- 
tín. Otro personaje 4 se encontraba a las puertas de Roma in- 
vestido de mando para muchos años y con un poderoso ejérci- 
to: no digo que fuera mi enemigo; pero sé que guardaba 
silencio cuando se decía que lo era. 

Había en la República —al parecer- dos partidos: el uno -se 
pensaba- buscaba mi ruina movido por el odio; el otro, me de- 
fendía tímidamente por temor a una masacre. Por su parte, los 
que parecían buscar mi perdición, hicieron que aumentara el 


62 Mediante una rápida transición, Cicerón pasa a abordar uno de los te- 
mas más reiterado en estos discursos: la justificación de su propia actitud y las 
razones que le movieron a abandonar Roma, Una justificación obligada ante 
las críticas que su huída precipitada suscitó entre sus conciudadanos (no sólo 
entre sus enemigos) y ante el convencimiento (reflejado en $u corresponden- 
cia personal) de haber cometido un error (cf. Introducción, pág. 17 y nota 16). 

63 El cónsul Gabinio. Sobre este episodio cf. Sest. 28, nota 40. 

$4 Así, Clodio convirtió prácticamente en un arsenal el templo de Cástor y 
demolió la escalera de acceso (dom. 54 y Sest. 34). 

$5 Se refiere (sin nombrarlo de nuevo directamente) a César que, como 
consecuencia de los acuerdos del primer triunvirato, había conseguido cuatro 
legiones y el mando de la Galia e Iliria por cinco años. En realidad, el general 
demoró su partida hasta que, con la ayuda de Clodio, consiguió el aislamiento 
de Cicerón y su expulsión de Italia (PLur., Caes. XIV 9). Para la fecha concre- 
ta (posiblemente el 10 de marzo del 58) de la partida de César hacia la Galia, 
cf. P. GrimaL, Études... Op. cit., págs. 48-53. 


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14 34 


58 DISCURSOS 


miedo a un enfrentamiento al no disminuir nunca las sospechas 
y la inquietud de la gente mediante un desmentido $6. Por ello, 
al ver al senado privado de sus jefes; a mí mismo, en parte ata- 
cado por los magistrados, en parte traicionado y en parte aban- 
donado; a los esclavos reclutados individualmente con la excu- 
sa de formar colegios 6”; a todas las tropas de Catilina reunidas 
de nuevo casi bajo los mismos cabecillas con la esperanza de 
asesinatos e incendios 95; a los caballeros romanos conmocio- 
nados por el miedo de las proscripciones, a los municipios por 
el de ser devastados y a todos por el temor a sufrir alguna ma- 
sacre; yo pude, sí, pude, senadores, siguiendo el consejo de 
muchos hombres valerosos, defenderme con la fuerza de las 
armas y no me abandonó aquel ánimo mío que vosotros muy 
bien conocéis. Pero comprendía que, si vencía a mi presente 
adversario, me vería obligado a vencer a muchísimos otros; 
que, si era vencido, habrían de perecer muchos hombres de 
bien en mi defensa y a mi lado, aun después de mi muerte; y 
que los vengadores de la sangre de un tribuno aparecerían rápi- 
damente, mientras que el castigo por mi muerte quedaría reser- 
vado a los tribunales y a la posteridad. 

Habiendo defendido durante mi consulado el bien común 
sin necesidad de la espada, no quise como ciudadano particular 


66 Posible alusión a los triunviros, en especial a César y Craso (Sest. 40, 
nota 57). 

67 Una de las primeras disposiciones de Clodio al acceder al tribunado de 
la plebe en el 58 fue restablecer la libertad de asociación (dom. 54, nota 83). 

$8 Cicerón, en su invectiva contra Clodio, no se cansará de presentarlo 
como continuador de los planes de Catilina (Quir. 13; dom. 62; 63; 72; 75; 
har. 5; 42; Sest. 42; Mil. 34; 37); pero, si hemos de hacer caso a Plutarco (Cic. 
29, 1), lo cierto es que Clodio colaboró con el propio Cicerón para abortar la 
conjura del 63 y hasta el escándalo de la Buena Diosa había estado en buenas 
relaciones con el orador (P. Grimal, Cicéron. Discours XVI 1, París, 1966, 
pág. 12). 


EN AGRADECIMIENTO AL SENADO 59 


defender el mío propio con las armas en la mano y preferí que 
los hombres honestos se lamentaran de mis desgracias a que 
desesperaran de las suyas. Me parecía deshonroso perecer en 
solitario, pero funesto para la República que fuera acompañado 
de muchos. Si creyera que se me amenazaba con una desgracia 
eterna, yo mismo me habría castigado con la muerte antes que 
con un dolor sin fin. Pero, al comprender que no permanecería 
lejos de esta ciudad durante más tiempo que la propia Repúbli- 
ca, no consideré una obligación quedarme aquí cuando ella es- 
taba también exiliada; y la República, tan pronto como ha 
vuelto a ser llamada, me ha traido también a su lado. Junto 
conmigo estuvieron ausentes las leyes, los tribunales, los dere- 
chos de los magistrados, la autoridad del senado, la libertad, 
incluso la prosperidad económica € y todos los ritos sagrados 
y religiosos de los dioses y de los hombres. Si todo esto hubie- 
ra desaparecido para siempre, lloraría vuestras desgracias más 
que lamentar las mías; pero si se recuperaba algún día, era 
consciente de que yo habría de regresar a la vez. 

El más fiel testigo de esta manera mía de pensar es el mis- 
mo que fue guardián de mi vida, Gneo Plancio, quien, dejando 
todos sus privilegios y las ventajas de su provincia, consagró 
toda su cuestura a sostenerme y defenderme 7°. Si lo hubiera 
tenido como cuestor bajo mi mandato, habría sido para mí 


99 La crisis política y la inseguridad ciudadana provocaron una grave rece- 
sión económica: escasez de alimentos y subida incontrolada de los precios 
(dom. 11; 14-5; Att. IV 1, 6). Como dirá en su discurso al pueblo (Quir. 18), 
los dioses inmortales «sancionaron mi regreso con la fertilidad, la abundancia 
y la baratura de los víveres». 

7 Fue de los pocos amigos de Cicerón que, tras su partida de Roma, lo 
acogieron y ayudaron; cuestor en Macedonia, junto a él permanecerá Cicerón, 
durante seis meses, en Tesalónica. Posteriormente, el orador lo defenderá con 
éxito (en el 54) de una acusación de ambitu. Participó en la guerra civil en el 
bando de Pompeyo y, tras la derrota, se exilió en Corcira (Fam. IV 14-15). 


35 


36 


37 


60 DISCURSOS 


como un hijo; ahora sin duda será para mí como un padre 
puesto que fue cuestor no de mi autoridad sino de mi dolor. 

En conclusión, senadores, puesto que he sido restituido a la 
República juntamente con ella, por defenderla no disminuiré en 
nada mi antigua independencia sino que, incluso, la incremen- 
taré. Pues, si la defendía cuando era ella la que me debía algo, 
¿Qué no voy a hacer ahora, cuando soy yo quien le debo tanto? 
En efecto, ¿qué podría abatir o debilitar un ánimo como el mío, 
cuyo sufrimiento estáis viendo constituye una prueba fehacien- 
te, no ya de no haber cometido delito alguno sino, más bien, de 
haber prestado unos servicios excepcionales a la República? 
Una desgracia que, no sólo me ha sobrevenido por haber defen- 
dido a la ciudad, sino que, además, la he asumido por propia 
voluntad para que esa misma República que yo había defendido 
no se viera expuesta a un peligro extremo por mi culpa. 

No imploraron al pueblo romano en mi favor, como lo hicie- 
ron por un hombre tan distinguido como Publio Popilio 71, unos 
hijos adolescentes o una multitud de allegados; ni suplicaron al 
pueblo romano por mí, con lágrimas y vestidos de luto, como 
por Quinto Metelo, hombre eminente e ilustre 72, suplicó su hijo, 
cuya juventud llamaba ya la atención, ni los consulares Lucio y 
Gayo Metelo, ni los hijos de éstos, ni Quinto Metelo Nepote 7? 
(que entonces aspiraba al consulado), ni los Lúculos, Servilios o 
Escipiones, hijos de las esposas de los Metelos; ánicamente mi 


71 Sobre P. Popilio, cónsul en el 132, cf. Quir. 6 y nota 8. 

7? Quinto Cecilio Metelo Numídico (el sobrenombre recordaba su victo- 
riosa campaña sobre Yugurta en África) abandonó Roma en el 100 para evitar 
ser condenado al exilio por los populares a causa de su oposición a las medi- 
das demagógicas (reparto de tierras) de Saturnino y Glaucia (sen. 25; Quir. 6, 
9 y 11; dom. 87; Sest. 37); regresó en el 99 gracias a la intervención del tribu- 
no Calidio. 

73 Es decir, el colega en el consulado de Publio Léntulo (cf. sen. 5, nota 
10). 





EN AGRADECIMIENTO AL SENADO 61 


hermano, en quien encontré un hijo por su piedad filial, un pa- 
dre por sus consejos y un hermano —que lo era- por su afecto, 
consiguió con su luto, lágrimas y continuas súplicas reavivar la 
añoranza de mi persona y que se mencionara el recuerdo de mis 
gestas. Éste, aunque había decidido, si no me recobraba gracias 
a vosotros, sufrir el mismo destino que yo y reclamar para sí la 
misma residencia para la vida y la muerte, sin embargo, no se 
dejó nunca abatir por la dificultad de la empresa, por su propia 
soledad o por la violencia y los dardos de los enemigos. 

Otro protector y defensor infatigable de mi causa fue mi 
yerno Gayo Pisón 74, hombre de extremado valor y afecto, 
quien, ante mi salvación, despreció las amenazas de mis adver- 
sarios, la enemistad de un cónsul aliado mío y pariente suyo, y 
su propia cuestura en el Ponto y Bitinia. Nunca el senado emi- 
tió un decreto sobre Publio Popilio, nunca se hizo mención, en 
esta asamblea, de Quinto Metelo: fueron restituidos finalmente 
merced a las propuestas de los tribunos y muertos ya sus adver- 
sarios, después de haber obedecido uno de ellos al senado y ha- 
ber evitado el otro muertes y violencia. A su vez, Gayo Mario 75 
que, según recuerda esta generación, fue el tercer consular ex- 
pulsado con anterioridad a mí a causa de los avatares políticos, 
no fue restituido por el senado; es más, a su regreso eliminó 
prácticamente a todo el senado. Sobre estos personajes no exis- 
tió acuerdo alguno de los magistrados, ninguna convocatoria 
del pueblo romano para defender a la República, ningún movi- 
miento de Italia, ningún decreto de los municipios y colonias, 


74 Gayo Calpurnio Pisón Frugi, yerno de Cicerón (sen. 15, nota 32), traba- 
jó denodadamente en favor del orador (intercediendo por él ante su pariente, 
el cónsul L. Pisón, y ante Pompeyo), pero murió antes de poder ver el regreso 
del exiliado (Sest 54; 68). 

75 La figura de Mario y los avatares de su destierro aparecen tratados con 
más extensión (no en vano era un personaje «popular») en Quir. 19-20. 


38 


39 


62 DISCURSOS 


En consecuencia, dado que ha sido vuestra autoridad la que 
me ha hecho regresar, el pueblo romano el que me ha llamado, 
la República la que ha implorado en mi favor e Italia entera la 
que me ha vuelto a traer casi a hombros 76, no voy a consentir, 
senadores, al haber recuperado lo que no estaba en mi poder, 
en renunciar a cuantas obligaciones pueda cumplir, sobre todo 
porque he recobrado lo que había perdido y porque nunca per- 
dí mi valor y mi lealtad. 


76 Plutarco recoge esta misma frase (Cic. 33): «Volvió Cicerón a los dieci- 
séis meses del destierro y fue tanto el gozo de las ciudades...que aún anduvo 
corto el propio Cicerón cuando dijo que, tomándolo en hombros Italia, lo ha- 
bía traído a Roma.» 


EN AGRADECIMIENTO 
AL PUEBLO 


INTRODUCCIÓN 


1. Circunstancias del discurso 


Cuando Cicerón regresa del exilio constata las funestas 
consecuencias económicas que el clima de inestabilidad políti- 
ca había provocado en Roma: la falta de alimentos había con- 
llevado una subida generalizada de los precios y las medidas 
de control resultaron baldías. En medio de un clima de enfren- 
tamientos propiciado, entre otros, por Clodio, que aprovechó el 
descontento popular para explotar la situación !, el 7 de sep- 
tiembre del 57 se reunió el senado en el templo de la Concor- 
dia para adoptar medidas urgentes. 

Cicerón, fortalecido por el recibimiento entusiasta que tres 
días antes le había deparado la ciudad, deseoso de volver a des- 
empeñar un papel importante en la vida política y recordando, 
sin duda, el papel decisivo que Pompeyo había jugado en favor 
de su regreso, propuso y consiguió, en medio de la aclamación 
popular ?, que se le confiriera a Pompeyo la dictadura del trigo 
en el mundo entero durante cinco años. 


! dom. 11; 14-15. 

2 No parece tan claro que la aristocracia senatorial viera con buenos ojos 
la concesión de poderes extraordinarios a Pompeyo, aunque tampoco César. 
De ahí que se haya querido ver en esta medida de Cicerón un intento por debi- 


66 EN AGRADECIMIENTO AL PUEBLO 


Pero dejemos que sea el propio Cicerón el que nos cuente 
—en una carta dirigida a Ático 3- el desarrollo de los aconteci- 
mientos: 


Dos días después [del discurso de agradecimiento al senado], en 
medio de una enorme carestía de víveres, habiéndose congregado una 
gran multitud de personas * primero delante del teatro y luego ante el 
senado, gritaban por instigación de Clodio que yo era el culpable de la 
escasez de trigo. Al reunirse el senado por aquellas fechas para tratar 
del aprovisionamiento (...) y pedir el propio Pompeyo y la plebe, ex- 
presamente, que expusiera mi parecer sobre la situación, lo hice y ma- 
nifesté mi opinión de forma estudiada (...) Se elaboró un decreto del 
senado de acuerdo con mi propuesta para que se pidiera a Pompeyo 
que se hiciera cargo del asunto y se propusiera una ley (...) Leído el 
decreto del senado, como quiera que la multitud, siguiendo esa nueva 
y estúpida moda, prorrumpió en aplausos al mencionarse mi nombre, 
pronuncié un discurso: todos los magistrados presentes, excepto un 
pretor y dos tribunos de la plebe, me concedieron la palabra. 


Este discurso al que se refiere Cicerón sería el que se nos ha 
conservado como acción de gracias al pueblo (cum populo gra- 
tias egit) por el regreso del exilio y habría sido pronunciado, por 
tanto, dos días después del que dirigió con el mismo motivo al 
senado 5. 


litar el triunvirato. Pero además, al aceptar el senado la propuesta del orador, se 
paralizó la rogatio del tribuno G. Mesio que, además del control absoluto sobre 
el abastecimiento de víveres, pedía para Pompeyo una armada, una flota y un 
imperium proconsular. Sobre esta hábil maniobra de Cicerón, Cf. J. CARCOPINO- 
P. GRiMAL, Jules César, París 1968, págs. 262-263 y J. P. V. D. BALSDON, «Ro- 
man History 58-56 b.C.: three ciceronians problems», JRS 47 (1957), 15-20. 

3 Att. IV 1, 6. Cf., también, dom. 7; Dión XXXIX 9. 

4 Una multitud compuesta por cuantos habían tributado un recibimiento 
triunfal a Cicerón, pero también por los que habían acudido a Roma para cele- 
brar los Ludi Romani (4-12 de septiembre). 

5 Un amplio resumen del discurso se puede encontrar en J. GuiLLÉN, Hé- 
roe..., op. cit., 1, págs. 360-362. 


INTRODUCCIÓN 67 


2. Contenido y estructura 


Aunque bastante más breve, este discurso de agradecimien- 
to al pueblo retoma los mismos temas expuestos en el discurso 
anterior 6, pero con un tono distinto porque distinto era el audi- 
torio al que iba dirigido. 

Así, en un amplio exordio -menos equilibrado pero más 
emotivo que el del discurso al senado- 7, expresa su gratitud al 
pueblo romano por haber recobrado, tras su vuelta del exilio, 
todo cuanto había perdido (1-5); para magnificar la acción del 
pueblo, vuelve a comparar su regreso con el de otros exiliados 
ilustres $ (6-12) y justifica de nuevo las razones de su partida, 
unas razones que contrapone a la actitud de sus adversarios ? 
(13-14). Muy breve, en cambio, es la mención (15-17) de los 
personajes que más contribuyeron a su regreso exagerando en 


6 WUILLEUMIER (Cicéron. Discours XIII, op. cit., pág. 20, n. 9) deja plan- 
teado el interrogante de si realmente el discurso al que se refiere Cicerón en 
Att. IV 1, 6, pronunciado el 7 de septiembre del 57, es el mismo al que se alu- 
de en dom. 7; de no ser así, es posible que el discurso de agradecimiento al 
pueblo (cum populo gratias egit) que se nos ha conservado no haya sido nun- 
ca pronunciado. 

7 Mientras que en el discurso dirigido al senado el exordio presenta un 
tono más contenido, una estructuración más cuidada y un estilo más elevado, 
en la acción de gracias al pueblo Cicerón da rienda suelta a sus sentimientos, 
lo que se refleja a su vez en una organización del período mucho más comple- 
ja, con rupturas sintácticas, explicaciones incidentales, etc. 

8 Así, por ejemplo, el tratamiento de la figura de Mario es distinta en los 
dos discuros; en el primero (sen. 38) había recordado que Mario, durante la 
guerra civil, eliminó prácticamente a todo el senado; en cambio, ahora, cons- 
ciente de la popularidad de Mario ante el pueblo, traza un relato elogioso del 
personaje cuya trayectoria vital compara con la del propio Cicerón. 

2 De nuevo la naturaleza del auditorio explica el que Cicerón, frente al re- 
proche velado a César en sen. 32, evite mencionar ahora a un personaje tan 
«popular»; también las alusiones a Clodio son siempre indirectas, centrándose 
la animosidad del orador en los cónsules del 57, Gabinio y Pisón. 


68 EN AGRADECIMIENTO AL PUEBLO 


todo momento la acción del pueblo en su favor; por último, en 
una amplia peroración paralela al exordio (18-25) manifiesta 
su voluntad decidida de servicio a la República para de este 
modo expresar su gratitud a los ciudadanos. 

Como se puede ver, el contenido y la estructuración son en 
los dos discursos muy similares !9; lo único que varía es el au- 
ditorio y, con ello, el tono general, el estilo y los recursos retó- 
ricos. 

Si en el discurso al senado Cicerón era consciente de las 
exigencias que un auditorio tan distinguido imponían a su in- 
tervención !!, al dirigirse al pueblo el orador intenta ser conse- 
cuente con los principios que él mismo señala en sus tratados 
de retórica: ante un auditorio popular hay que intentar provo- 
car por la pasión más que a instruir por la razón !?. De ahí que, 
por encima de ideas y argumentos, Cicerón dé rienda suelta a 
sus sentimientos, destacando, sobre todo, el lado humano del 
exilio, el dolor al sentirse alejado de los suyos y de la vida co- 
tidiana de Roma, etc. 13, Es cierto que los recursos retóricos 
son menos frecuentes y están menos elaborados que en el dis- 
curso anterior y que, en ocasiones, la estructura de la frase se 


19 De ahí que hagamos referencia únicamente a los aspectos diferenciales 
estudiados, por ejemplo, por C. E. ThomPsoN (To the senate and to the people. 
Adaptation in the parallel speeches of Cicero, tesis, Ohio State Univ. Colum- 
bus, 1978) quien retoma, a su vez, argumentos de D. Mack (Der Stil der Cice- 
ronischen Senatsreden und Volksreden, tesis, Kiel, 1937, reimpreso en B. 
KyTzLER (ed.), Ciceros literarische Leistung, Darmstadt, 1973, págs. 210-224) 
En lo demás remitimos a la Introducción del discurso de agradecimiento al se- 
nado (supra, págs. 23-25). 

11 Cf., supra, pág. 23. 

12 De orat. 1221; III 195. 

13 Este tono más emotivo se observa, por ejemplo, en que, frente al con- 
cepto abstracto de la patria en el primer discurso (sen. I), Cicerón, al dirigirse 
al pueblo, habla de «la belleza de Italia, el gentío de sus villas, el paisaje de 
sus regiones, sus campos, sus frutos, la hermosura de Roma...» (Quir. 4). 


INTRODUCCIÓN 69 


rompe mediante anacolutos, repeticiones, antítesis y oposicio- 
nes 14; pero, a cambio, —o, tal vez, por ello- la lectura del dis- 
curso resulta mucho más viva: lo que se pierde en elaboración 
se gana en naturalidad. 


3. Ediciones y traducciones !5 


J. BAurisTA CALVO, Obras completas de Marco Tulio Cicerón. Vida y 
discursos, tomo V, Buenos Aires, 1946. 

S. DESIDERI, et alii, Tutte le opere di Cicerone, VII, Milán, 1966. 

V. O. GonENSTIN, Discours adressé au peuple de retour d'exil (en 
ruso, con trad., introd., y coment.), VDI 180 (1987), 260-268. 

H. KASTEN, Staatsreden II, Berlín, 1969. 

A. Krorz, M. Tulli Ciceronis Orationes, VIL, Leipzig, 1919. 

T. MasLowskKI, M. Tulli Ciceronis scripta quae manserunt, fasc. 21, 
Leipzig, 1981. 

C. F. MÜLLER, M. T. Ciceronis scripta quae manserunt, Il 2, Leipzig, 
1904 (reimpr., 1896). 

W. PETERSON, M. Tulli Ciceronis Orationes, Oxford, 1978 (reimpr., 
1911). 

B. D. R. SHACKLETON, Cicero. Back from exile: six speeches upon his 
return, Chicago, 1991. 

N.-H. Warrs, Cicero. The Speeches, IX, Londres-N. York, 1965 
(reimpr., 1923). 

P. WuiLLEUMIER, Cicéron. Discours, Tome XIII, París, 1952. 


Las variaciones con respecto a la edición de Peterson que 
pueden afectar al sentido de la traducción han sido mínimas: 


14 P, WUILLEUMIER, op. cit., pág. 25, a quien estamos resumiendo en este 
punto. 

15 Para la tradición manuscrita de este discurso, paralela a la de cum sena- 
tui gratias egit, cf., supra, págs. 25-27. También la bibliografía es común a los 
dos discursos, por lo que no hemos creído necesario repetirla (cf., supra, págs. 
29-31). 


70 


Quir. 6: 
Quir. 21: 
Quir. 23: 


EN AGRADECIMIENTO AL PUEBLO 


PETERSON TEXTO SEGUIDO 
Metellarum. Metellorum (codd.). 
de ipsis amicis. de ipsis inimicis (codd.). 


in eo consilium aperte secundo rumore aperte uti- 
laudatur. tur (Wuilleumier). 











EN AGRADECIMIENTO AL PUEBLO 


Ciudadanos, en cuanto al hecho de haber implorado de Jú- 1 1 
piter Óptimo Máximo y de los demás dioses inmortales (en 
aquella época en que sacrifiqué mi persona y fortuna en aras 
de vuestra seguridad, tranquilidad y concordia) ! que, si había 
puesto alguna vez por delante de vuestra salvación mis propios 
intereses, sufriera un castigo eterno que aceptaría de buen gra- 

- do; pero que, si realmente había realizado lo que hice para sal- 
vaguardar la ciudad y aceptado aquella triste partida en bien de 
vuestra salvación para que el odio que unos hombres crimina- 
les y audaces habían concebido hacía tiempo contra la Repú- 
blica y contra todos los hombres de bien lo dirigieran única- 
mente contra mí y no contra todos los hombres honrados y 
contra la ciudad entera...; que, si había tenido unos sentimien- 
tos tales hacia vosotros y hacia vuestros hijos, el recuerdo, 


1 Según nos cuenta PLUTARCO (Cic. XXXI 6; cf. también Dión Casio, 
XXXVII 17, 5), tras la presentación por parte de Clodio de la lex de capite ci- 
vis Romani, Cicerón al verse abandonado por todos y antes de huir de Roma, 
subió por última vez al Capitolio (19 de marzo) donde consagró una estatua de 
Minerva que tenía en su casa, con la inscripción: «A Minerva, protectora de 
Roma». Cabe pensar que fue entonces cuando hizo esta súplica a los dioses 
que reiterará en dom. 144. 


ES] 


uu 


12 DISCURSOS 


compasión y nostalgia de mi persona se apoderaran alguna vez 
de vosotros, de los senadores y de Italia entera: me alegro pro- 
fundamente de ser culpable de este sacrificio? a juicio de los 
dioses inmortales, de acuerdo con el testimonio del senado, el 
consenso de Italia, el reconocimiento de mis enemigos y vues- 
tra ayuda divina e inmortal. 

Pues, aunque nada hay, ciudadanos, más deseable para un 
hombre que una fortuna próspera, estable y duradera mientras 
su vida transcurre feliz y sin contratiempos, sin embargo, si 
todo hubiese resultado para mí tranquilo y apacible, no habría 
podido disfrutar del placer —en cierto modo increíble y casi di- 
vino- de la alegría de que gozo ahora gracias a vuestra ayuda. 
¿Qué bien ha sido concedido por la naturaleza al género huma- 
no más dulce que sus propios hijos a cada hombre? A mí, por 
mi carácter afectivo y por sus excelentes cualidades, me son 
más queridos que la vida misma. Sin embargo, los recibí en su 
nacimiento con un gozo no tan grande como con el que me han 
sido ahora restituidos. 

Nadie tuvo nunca nada tan agradable como lo es para mí 
mi propio hermano; me daba cuenta de ello no tanto cuando 
disfrutaba como cuando carecía de él, y después de que nos 
restituisteis el uno al otro. Cada cual se complace con su pro- 
pio patrimonio; los restos recobrados de mi fortuna me propor- 
cionan ahora más placer del que me proporcionaban entonces, 


2 Tal como señalábamos en la Introducción (pág. 67, nota 7), frente al 
exordio del discurso dirigido al senado, nos encontramos aquí con una estruc- 
turación del período mucho más compleja; en realidad, todo el parágrafo 1 
conforma una unidad sintáctica, en la que la oración inicial -quod precatus...— 
(de la que dependen todo un complejo de subordinadas completivas, condicio- 
nales, temporales y finales) aparece retomada quince líneas después en eius 
devotionis me esse convictum... laetor; esta disposición casi anacolútica del 
período latino hemos intentado reflejarla también en la traducción. Para la 
misma idea, pero con una construcción sintáctica más simple, cf. dom. 145. 








EN AGRADECIMIENTO AL PUEBLO 73 


cuando estaban íntegros. Al carecer de ellos he comprendido, 
mejor que cuando los disfrutaba, qué es lo que tenían de pla- 
centero las amistades, las relaciones, los vecinos, los clientes, 
en fin, los juegos y días de fiesta 3, 

En verdad, los honores, la dignidad, el rango, el orden se- 
natorial y vuestros beneficios, aunque siempre me parecieron 
magníficos, sin embargo, ahora que me han sido renovados me 
parecen más distinguidos que si no hubiesen sido oscurecidos. 
Y la patria misma, ¡dioses inmortales!, difícilmente puede ex- 
presarse cuánto afecto y placer provoca: ¡la belleza de Italia, el 
gentío de sus villas, el paisaje de sus regiones, sus campos, sus 
frutos, la hermosura de Roma, la humanidad de sus ciudada- 
nos, el prestigio de la República, vuestra majestad! De todos 
estos bienes gozaba yo antes más que ningún otro; pero, del 
mismo modo que la buena salud les resulta más grata a aque- 
llos que se han recuperado de una grave enfermedad que a los 
que nunca tuvieron el cuerpo enfermo ^, así también todas es- 
tas cosas causan más placer cuando se echan de menos que 
cuando se disfrutan de forma constante. 

¿Con qué finalidad, pues, expongo todo esto? ¿Con qué fi- 
nalidad? Para que podáis comprender que nunca hubo nadie de 
una elocuencia tan grande, de un talento oratorio tan divino y 
extraordinario, que fuera capaz, no ya de engrandecer y embe- 
Ilecer con su discurso sino ni siquiera de enumerar y abarcar la 
magnitud y el número de los beneficios que nos habéis dispen- 


3 Como se puede observar, aunque los argumentos sean los mismos que 
en el discurso precedente, Cicerón, ante un auditorio popular, enfatiza y desa- 
rrolla con más amplitud el lado humano y emotivo de su exilio: los lazos fa- 
miliares, la vida cotidiana, las relaciones sociales, etc. 

4 Una comparación muy efectiva ante un auditorio popular: el símil de la 
enfermedad es frecuentemente utilizado por los escritores latinos (cf., por 
ejemplo, dom. 12). 


74 DISCURSOS 


sado a mí, a mi hermano y a nuestros hijos 3, Como era natural 
nací -muy pequeño- de mis padres; gracias a vosotros he rena- 
cido consular. Ellos me dieron un hermano del que no sabía 
cómo iba a ser en el futuro; vosotros me lo habéis devuelto 
después de haber sido puesto a prueba y de haber dado mues- 
tras de un increíble afecto. Tomé a mi cargo en aquella época a 
una República tal que casi se la dio por perdida; de vosotros he 
recuperado una República que, en una ocasión, todos conside- 
raron que se había salvado por obra de una sola persona 6. Los 
dioses inmortales me concedieron los hijos; vosotros me los 
habéis devuelto. Hemos conseguido, además, muchas otras co- 
sas que habíamos pedido a los dioses inmortales; si no hubiese 
sido voluntad vuestra, careceríamos de todos estos presentes 
divinos. En fin, vuestros honores, que nosotros habíamos al- 
canzado paso a paso cada uno, ahora los tenemos todos juntos 
gracias a vosotros, de suerte que, cuanto debíamos antes a 
nuestros padres, a los dioses inmortales y a vosotros mismos, 
lo debemos en este momento, todo ello, al pueblo romano en- 
tero?. 

En consecuencia, así como la magnitud de vuestra ayuda es 
tal que sería incapaz de abarcarla en mi discurso, así también 
en vuestro empefío se puso de manifiesto una voluntad de áni- 
mo tan grande que parece que me habéis, no ya apartado de mi 
desgracia sino, incluso, acrecentado la dignidad. 


5 A] igual que en sen. 1, Cicerón desarrolla el tópico de lo indecible. El 
movimiento de esta frase aparece retomado en Marc. 4 e imitado por los pane- 
giristas latinos (VIII 1, 3). 

$ Es decir, por Cicerón, cuando durante su consulado en el 63 abortó la 
conjura de Catilina. 

? De nuevo la misma exposición argumental que en sen. 2, pero aquí es el 
pueblo (y no el senado) el responsable de que Cicerón haya recuperado con su 
regreso todo cuanto había perdido. 


EN AGRADECIMIENTO AL PUEBLO 75 


En efecto, no intercedieron en favor de.mi regreso unos hi- 3 
jos jóvenes y, además, numerosos parientes y allegados como 
ocurrió con un hombre tan noble como Publio Popilio $; ni in- 
tercedieron en mi favor, como por un varón tan distinguido 
como Quinto Metelo?, un hijo de edad ya respetable ni el con- 
sular Lucio Diademato (hombre de gran autoridad), ni el cen- 
sor Gayo Metelo, ni los hijos de éstos, ni Quinto Metelo Nepo- 
te (que por entonces pretendía el consulado) !6, ni los hijos de 
sus hermanas, los Lúculos, Servilios y Escipiones. Ciertamente 
gran número de Metelos e hijos de los Metelos os suplicaron 
en aquella ocasión a vosotros y a vuestros padres en favor del 
regreso de Quinto Metelo. Y aun en el caso de que su gran 
prestigio y sus grandes hazañas no valieran lo suficiente, pese 
a todo, la devoción filial de su hijo, el luto de los jóvenes, las 
sáplicas de sus allegados y las lágrimas de los mayores fueron 
capaces de conmover al pueblo romano. 

En cuanto a Gayo Mario, que, después de aquellos anti- 7 
guos e ilustres consulares fue, en vuestro tiempo y el de vues- 
tros padres, el tercer consular anterior a mí que sufrió una 
suerte tan indigna de una gloria tan distinguida, su forma de 
actuar fue distinta: no regresó gracias a las súplicas sino que, 
en medio de la discordia civil, se hizo llamar mediante el ejér- 
cito y las armas. En cambio en mi favor, a falta de allegados, 
sin la ayuda de parentesco alguno y sin el amparo de un temor 


8 Como en el discurso al senado, el orador compara su vuelta con la de 
otros exiliados ilustres. Así, P. Popilio, cónsul en el 132, acusado por G. Gra- 
co de abuso de poder contra los partidarios de su hermano Tiberio, hubo de 
exiliarse en el 125 y regresó en el 121 gracias a una proposición del tribuno L. 
Calpurnio Bestia. 

9 Sobre el exilio de Quinto Cecilio Metelo Numídico, cf. sen. 37, nota 72. 

10 Quinto Metelo Nepote (cónsul en el 98) era sobrino de Lucio Metelo 
Diademato (cónsul en el 117) y de Gayo Metelo Caprario (cónsul en el 102); 
y éstos, a su vez, eran primos de Q. Cecilio Metelo Numídico. 


76 DISCURSOS 


a las armas o a una sublevación, intercedieron ante vosotros la 
autoridad y el valor casi divinos e increíbles de mi yerno Gayo 
Pisón !!, las lágrimas diarias y los vestidos de luto de mi her- 
mano tan desdichado como íntegro. 

Mi hermano fue, él solo, capaz de conmover con su luto 
vuestras miradas, de renovar con su llanto la añoranza y recuer- 
do de mi persona; si no me hubieseis devuelto a él, había deci- 
dido, ciudadanos, sufrir mi propia suerte; se mostró con tal afec- 
to hacia mí que rechazaba como sacrílego el verse apartado de 
mi lado no sólo en el domicilio sino incluso en la tumba. En mi 
favor, y cuando todavía yo estaba presente, cambiaron su vesti- 
do el senado y veinte mil hombres más !?; igualmente en mi fa- 
vor también, y en mi ausencia, habéis contemplado los vestidos 
de luto de una sola persona. Este hombre, sin duda el único ca- 
paz de presentarse en el foro, se me ha revelado como un hijo 
por su piedad, como un padre por su apoyo y también —así lo 
fue siempre— como un hermano por su afecto. Pues el luto lúgu- 
bre de mi desdichada esposa, la constante y profunda tristeza de 
la mejor de las hijas y la añoranza y lágrimas infantiles de mi 
hijo pequeño se mostraban sólo en los viajes obligados o bien se 
mantenían, por lo general, entre las tinieblas de la casa 13, 


11 Gayo Calpurnio Pisón, casado con Tulia la hija de Cicerón (cf. sen. 15, 
nota 32). 

12 Ante la presentación por Clodio, en febrero del 58, de la lex de capite 
(cf. supra, pág. 16) que Cicerón entendió dirigida contra él, el orador, vestido 
de luto, imploró la ayuda del pueblo romano. Pese a la violencia de Clodio, 
«casi todo el orden ecuestre mudó su vestimenta y hasta veinte mil jóvenes le 
seguían, dejándose crecer el cabello...» (PLur., Cic. 31; cf., también, DióN Ca- 
sio, XXXVIII 16, 4; Fam. I 16, 2; XII 29, 1). 

13 Tras la partida de Cicerón y el incendio y saqueo de su casa del Palati- 
no, su esposa e hijos se refugiaron en casa de algunos de sus parientes; aunque 
Terencia, que disponía de un patrimonio propio (Fam. XIV 15; Art. II 4, 5; II 
15, 4), no padeció problemas materiales, sí en cambio hubo de soportar la vio- 
lencia de las bandas clodianas (cf. dom. 59, nota 88, Sest. 54). 


EN AGRADECIMIENTO AL PUEBLO Ti 


Por lo tanto, vuestros merecimientos hacia nosotros son 4 


mayores porque nos habéis devuelto, no a una multitud de pa- 
rientes sino a nosotros mismos. 

Pero, del mismo modo que no tuve parientes de los que po- 
der disponer para interceder ante mi desgracia, así también 
(algo que debió ser obra de mi virtud) fueron tan numerosos 
los colaboradores, responsables e instigadores de mi regreso 
que superé con mucho en dignidad y número a cuantos me pre- 
cedieron. Nunca se presentó una proposición en el senado 
acerca de un hombre tan famoso y valiente como Publio Popi- 
lio, nunca sobre un ciudadano tan noble y consecuente como 
Quinto Metelo, nunca acerca de Gayo Mario, el guardián de la 
ciudad y de vuestro imperio !^. Los dos primeros fueron resti- 
tuidos merced a proposiciones de tribunos, sin sanción alguna 
del senado; por su parte Mario fue restituido, no por voluntad 
del senado sino, incluso, con un senado sometido. Y en el re- 
greso de Gayo Mario de nada valió el recuerdo de sus gestas, 
sino el ejército y las armas; en cambio, en lo que a mí respecta, 
el senado siempre reclamó que mis actuaciones tuvieran vali- 
dez; con su concurso y autoridad consiguió, tan pronto como le 
fue posible, que finalmente me fueran beneficiosas. En el re- 
greso de aquéllos no se produjo manifestación alguna de los 
municipios y colonias; en cambio a mí toda Italia me llamó por 
tres veces, con sus decretos, para que regresara a la patria 15, 
Ellos fueron restituidos tras producirse la muerte de sus enemi- 
gos y una gran matanza de ciudadanos; yo he regresado cuan- 
do conservaban sus provincias aquellos por cuya culpa fui ex- 


14 Los tres exiliados citados en sen. 37-38 y Quir. 6-7. 
15 Sobre estas propuestas en favor del regreso de Cicerón, cf. supra, págs. 
19-20. 


10 


78 DISCURSOS 


pulsado !6, cuando uno de los cónsules -hombre por lo demás 
íntegro y muy moderado- era contrario a mí mientras el otro 
presentaba una proposición al respecto !7, cuando aquel adver- 
sario personal que, para lograr mi perdición, había prestado su 
voz a los enemigos públicos, vivía todavía, aunque en realidad 
debería haber sido relegado a un lugar más profundo que el de 
todos los muertos. 

Nunca intercedió ante el senado o el pueblo romano en fa- 
vor de Publio Popilio un cónsul tan valiente como Lucio Opi- 
mio 18, nunca lo hizo en favor de Quinto Metelo no ya Mario, 
su adversario, sino ni siquiera el cónsul siguiente, Marco An- 
tonio, hombre muy elocuente, junto con su colega Aulo Albi- 
no 1”. En cambio, los cónsules del año anterior fueron constan- 
temente solicitados en mi favor para que trataran la cuestión; 
pero tuvieron miedo de que diera la impresión de que actuaban 
por interés, puesto que el uno era allegado mío 2 y al otro lo 
había defendido en una causa capital ?!; atados por un pacto re- 
lativo al reparto de las provincias, sufrieron durante todo aquel 
año las quejas del senado, el luto de las gentes de bien y el 


16 Es decir, cuando los cónsules del 58, Pisón y Gabinio, tras acabar su 
mandato, ejercían su proconsulado, el uno en Macedonia y Acaya y el otro en 
Siria y Persia, las provincias con las que Clodio había comprado su apoyo (cf. 
sen. 4, nota 5). 

17 Se refiere a los cónsules del 57, Q. Metelo Nepote, que dejó a un lado 
sus resentimientos personales contra Cicerón (sen. 5, nota 10) y Publio Léntu- 
lo, partidario encendido del orador, 

18 Sobre L. Opimio, cónsul en el 121, y enemigo mortal de Gayo Graco, 
cf. Sest. 140, nota 202. 

19 Cónsules en el 99. Sobre la brillantez oratoria de Marco Antonio, cf. De 
orat. 11 3; 111 32. 

20 Por el parentesco de su yerno Gayo Calpurnio Pisón (sen. 15, nota 32) 
con el cónsul del 58 L. Calpurnio Pisón. 

21 Se ignora la fecha de este proceso en el que Cicerón habría defendido a 
Aulo Gabinio. Sí sabemos, en cambio, que años después (en el 54) y a reque- 


EN AGRADECIMIENTO AL PUEBLO 79 


ilanto de Italia. Pero en las calendas de enero, después que la 
República, huérfana, imploró la fidelidad de un cónsul como 
tutor legítimo, Publio Léntulo, padre, dios y salvador de mi 
vida, de mi fortuna, de mi memoria y de mi nombre, al mismo 
tiempo que presentó una proposición sobre el culto divino, 
consideró que no debía tratar ningún asunto humano antes que 
el mío. Y el asunto se habría resuelto ese mismo día si aquel 
tribuno de la plebe 22 (a quien, durante su cuestura, le había 
colmado -siendo yo cónsul- de los mayores honores) no hu- 
biera solicitado una noche para deliberar pese a los ruegos de 
todo el senado y de muchos hombres ilustres, y pese a que su 
suegro, Gneo Opio, un hombre tan virtuoso, se arrojó llorando 
a sus pies. Este tiempo de deliberación no lo consumió, tal 
como algunos pensaban, en devolver el salario recibido sino, 
como quedó de manifiesto, en aumentarlo. Después de esto no 
se trató asunto alguno en el senado; pese a obstáculos de todo 
tipo, por voluntad expresa del senado mi causa era presentada 
ante vosotros en el mes de enero. 

Ésta ha sido la ánica diferencia entre mis enemigos y yo: 
después de haber visto que se alistaban y enrolaban los hom- 
bres públicamente en el tribunal Aurelio 2; al darme cuenta de 
que habían sido llamadas de nuevo las antiguas tropas de Cati- 
lina con la esperanza de una masacre; al ver que hombres del 
partido del que yo era considerado incluso como uno de sus lí- 
deres, bien por envidia hacia mi persona, bien temerosos de 


rimiento de los triunviros, Cicerón defendió sin éxito a Gabinio a pesar de ha- 
ber lanzado contra él, a lo largo de estos dicursos, todo su odio y resentimien- 
to. Sobre esta «sorprendente» defensa, cf. J. CAncoPiNo, Les secrets..., 1, op. 
cit., págs. 336-342. 

2 Sexto Atilio Serrano (Sest. 72, nota 105) junto con Quinto Numerio 
Rüfo fueron los dos únicos tribunos del 57 contrarios a Cicerón. Para la narra- 
ción de esta sesión inagural del senado en enero del 57, cf. Sest. 74. 

23 Construido en el foro (en torno al 75 6 74) por Aurelio Cota. 


-—- 


2 


80 DISCURSOS 


sus intereses, se convertían en traidores o abandonaban mi sal- 
vación 2%; al haberse ofrecido a los enemigos de la República, 
como instigadores, los dos cónsules, que habían sido compra- 
dos con el reparto de las provincias cuando comprendieron que 
no podrían saciar sus necesidades, su ambición y sus placeres 
si no me entregaban encadenado a los enemigos del interior; al 
prohibírseles, mediante edictos y ordenanzas, al senado y a los 
caballeros romanos llorar en mi favor y suplicaros vestidos de 
luto; al sancionarse con mi sangre los repartos de todas las pro- 
vincias, los pactos de todo tipo y la restitución de favores; al 
aceptar, incluso, todos los hombres de bien perecer en mi de- 
fensa o junto conmigo, no quise luchar con las armas para sal- 
varme; pensé que, tanto el vencer como el ser vencido, acaba- 
ría siendo funesto para la República. 

Mis enemigos, en cambio, cuando se trató mi causa en el 
mes de enero, pensaron que mi regreso debería ser evitado con 
una matanza de ciudadanos, con un río de sangre 2, 

Así pues, en mi ausencia, tuvisteis una República en una 
situación tal que pensabais en la necesidad de que tanto ella 
como yo fuéramos restituidos por igual. Por mi parte, no creí 


24 Como se puede ver, las críticas a los miembros del partido senatorial 
que traicionaron o abandonaron a Cicerón son siempre vagas. Unas críticas 
que aparecen reiteradas en la correspondencia durante el exilio: «de los ami- 
gos, unos me han abandonado, otros me han traicionado, y éstos tal vez temen 
que a mi vuelta les reproche su crimen» (Q. fr. 13, 5); «sufrí como a los peo- 
res y más crueles enemigos a aquellos que pensaba defenderían mi vida y mi 
salvación» (Att. II 15, 2); cf. también Q. fr. 14, 1; Att. II 8, 4; HI 10, 2; IV 3, 
5; Fam. XIV 1, 2, etc. Catón, Hortensio, Arrio o Lúculo serían algunos de los 
nombres propios que Cicerón evita pronunciar. 

?5 Esta misma idea (repetida en sen. 6) aparece desarrollada de forma más 
gráfica en Sest. 77: «Os acordáis, jueces, de que el Tíber estaba entonces lleno 
de cadáveres de ciudadanos, que las alcantarillas estaban a rebosar, que la san- 
gre se quitaba del foro con esponjas...». 


EN AGRADECIMIENTO AL PUEBLO 81 


que hubiera Estado alguno en una ciudad en la que el senado 
no tenía ningán poder, todo permanecía impune, no había tri- 
bunales, la violencia y las armas reinaban en el foro mientras 
que los ciudadanos particulares buscaban la protección de sus 
muros % y no la de las leyes, los tribunos de la plebe eran heri- 
dos ante vuestros ojos 27, se acudía a las casas de los magistra- 
dos con armas y fuego, las fasces de los cónsules eran quebra- 
das e incendiados los templos de los dioses inmortales. Por lo 
tanto, consideré que, desterrada la República, no había lugar 
para mí en esta ciudad y no dudé de que, en el caso de que fue- 
ra restituida, ella misma me haría regresar a su lado. 

Teniendo como tenía muy claro que habría de ser cónsul al 
año siguiente Publio Léntulo, quien, en aquella época tan peli- 
grosa para la República, siendo él edil curul bajo mi consula- 
do, había participado de todas mis decisiones y compartido 
mis peligros, ¿podría yo dudar de que, abatido como me en- 
contraba por las heridas de un cónsul, me devolvería la salva- 
ción con el remedio de su consulado? Bajo su dirección, y jun- 
to con su colega, hombre muy indulgente e íntegro que al 
principio no se opuso y después incluso colaboró, casi todos 
los restantes magistrados fueron partidarios de mi regreso; de 
entre ellos Tito Anio y Publio Sestio, hombres de excelente ca- 
rácter, valor, autoridad, apoyo y fuerzas, sobresalieron por su 
destacada benevolencia hacia mi persona y por su extraordina- 
rio interés 28; a instancias de este mismo Publio Léntulo y con 


26 Nueva alusión a Pompeyo (sen. 4, nota 8). 

27 P, Sestio, herido por las bandas de Clodio y dejado por muerto (cf. Sest. 
79). 

28 Publio Sestio, con el visto bueno de César (Sest. 71; Att. III 19, 2) había 
presentado también, como otros tribunos de la plebe, una propuesta en favor 
del regreso del exiliado que no satisfizo plenamente ni a Cicerón ni lógica- 
mente a Clodio (Att. III 20, 3; III 23, 4). 


16 


82 DISCURSOS 


una proposición en el mismo sentido de su colega, el senado 
en pleno honró mi dignidad con las palabras más elogiosas que 
pudo, discrepando una sola persona pero sin que nadie se opu- 
siera 29: recomendó mi salvación a vosotros y a todos los muni- 
cipios y colonias. 

De este modo, pese a estar yo desprovisto de allegados y 
sin el apoyo de ningún parentesco, los cónsules, pretores, tribu- 
nos de la plebe, el senado e Italia entera os suplicaron en mi fa- 
vor; en suma, todos cuantos fueron honrados con vuestras ma- 
yores distinciones y honores, presentados ante vosotros por 
este mismo Léntulo, no sólo os exhortaron a salvarme sino que, 
además, fueron garantes, testigos y panegiristas de mis éxitos. 

A la cabeza de ellos, para aconsejaros y solicitaros, estuvo 
Gneo Pompeyo, el primero de todos los hombres presentes, pa- 
sados y futuros por su valor, sabiduría y gloria 3. Él solo, úni- 
camente a mí, un amigo privado, me concedió todo cuanto ha- 
bía concedido a la República entera: la salvación, la paz y el 
honor. Su discurso, según he sabido, constó de tres partes: en 
primer lugar, os hizo ver que la República había sido salvada 
gracias a mis decisiones, asoció mi propia causa a la salvación 
pública y os exhortó a defender la autoridad del senado, el or- 
den público y la fortuna de un ciudadano benemérito; después, 
en su peroración, hizo ver que os estaban rogando el senado, 
los caballeros e Italia entera; para finalizar, os rogó e, incluso, 
os suplicó en favor de mi salvación. 


22 Cicerón está recordando la sesión del senado de julio del 57 en la que la 
propuesta de los cónsules Léntulo y Metelo, apoyada por Pompeyo (cf. infra, 
Quir. 16), fue adoptada por 416 votos favorables y la única oposición de Clo- 
dio (cf. supra, pág. 22, nota 32). 

30 El elogio que Cicerón hace de Pompeyo es mucho más extenso y calu- 
roso que el que le dedicó en el discurso anterior (sen. 5 y 29), explicable sin 
duda por ser en este momento un personaje mucho más popular entre el pue- 
blo que entre los senadores. 


EN AGRADECIMIENTO AL PUEBLO 83 


A este hombre, ciudadanos, yo le debo tanto cuanto difícil- 17 
mente le está permitido a un hombre deber a otro hombre. Vo- 
sotros, siguiendo sus consejos, la opinión de Publio Léntulo y 
la autoridad del senado, me repusisteis en el mismo rango en el 
que había estado gracias a vuestros beneficios y mediante los 
mismos comicios centuriados con los que me habíais colocado 
en él 31, A un mismo tiempo y desde el mismo lugar oísteis a 
varones distinguidos, a hombres colmados de honores y digni- 
dad, a los principales de la ciudad, a todos los consulares, a 
todos los expretores decir las mismas cosas: que, a juicio de to- 
dos, era evidente que la República había sido salvada por una 
sola persona, por mí. De modo que, cuando Publio Servilio 3, 
hombre de gran autoridad y ciudadano muy distinguido, afir- 
mó que gracias a mí la República había sido entregada sana y 
salva a los siguientes magistrados, los demás se expresaron en 
el mismo sentido. Pero en aquel día oísteis el parecer y, sobre 
todo, el testimonio de un hombre muy distinguido, el de Lucio 
Gelio 33; éste, puesto que casi experimentó cómo se había in- 
tentado corromper a su flota con gran peligro para su propia 
vida, afirmó en vuestra asamblea que, si yo no hubiera sido 
cónsul cuando lo fui, la República habría resultado totalmente 
destruida. 

Y ahora que, ciudadanos, he sido devuelto a mí mismo, a 13 8 
los míos y a la República gracias a tantos testimonios, a esta 
autoridad del senado, a un acuerdo tan unánime de Italia, a tan- 


31 La misma idea que en sen. 37. 

32 Publio Servilio había ya intervenido (sen. 25, nota 49) ante su pariente 
el cónsul Metelo para que apoyara las propuestas de su colega Léntulo en favor 
del exiliado. Posteriormente será uno de los miembros del colegio de los pontí- 
fices en el proceso de Cicerón por recuperar su casa del Palatino (dom. 43). 

: 33 Legado de Pompeyo durante la guerra de los piratas y cónsul en el 72, 
Lucio Gelio Publícola llegó a proponer una corona cívica para Cicerón (Pis. 6; 
AUuLo GELIO, V 6, 15). 


84 DISCURSOS 


tos afanes de todos los hombres de bien, a la defensa de mi 
causa por Publio Léntulo, al acuerdo de los restantes magistra- 
dos, a las insistentes súplicas de Gneo Pompeyo, al favor de 
todos los hombres y, en suma, a los dioses inmortales que san- 
cionaron mi regreso con la fertilidad, la abundancia y la bara- 
tura de los víveres 9, os prometo, sí, hacer todo cuanto pueda: 
en primer lugar tener siempre hacia el pueblo romano la mis- 
ma veneración que suelen tener los hombres más piadosos ha- 
cia los dioses inmortales y hacer que vuestra voluntad sea para 
mí durante toda mi vida tan digna de respeto y tan sagrada 
como la de los dioses inmortales; en segundo lugar, puesto que 
es la propia Repüblica la que me ha devuelto a la ciudad, no 
abandonarla en ninguna situación. 

Y si alguien cree que yo soy de voluntad vacilante, de es- 
caso valor o de ánimo abatido, se equivoca totalmente. A mí, 
todo cuanto la violencia, la injusticia y la locura de los hom- 
bres pudieron arrancarme, me lo han arrebatado, quitado de las 
manos y destruido; pero permanece y permanecerá todo lo que 
no puede arrebatársele a un hombre valiente. He visto a un 
hombre lleno de valor y paisano mío, a Gayo Mario 35 —pues 
nos hemos visto obligados a luchar, en cierto modo, por culpa 
de un destino funesto, no sólo contra los que quisieron destruir 
esta patria nuestra sino, incluso, contra la propia fortuna-, lo 
he visto, a pesar de su avanzada edad, no con ánimo abatido 
ante la magnitud de su desgracia sino reafirmado y renovado 


34 Para esta misma idea, cf. sen. 34, nota 69. 

35 Mientras que en sen. 38 las referencias a Mario son breves y críticas 
(«a su regreso eliminó prácticamente a todo el senado»), en el discurso al 
pueblo el orador establece un paralelismo entre esta figura tan popular y el 
propio Cicerón. El orador admira en Mario al homo novus, al paisano de Ar- 
pino, al defensor de la República y salvador de la patria (Quir. 7; har. 54; 
Sest. 37-38; 50). 


EN AGRADECIMIENTO AL PUEBLO 85 


en sus fuerzas. Yo mismo le oí decir que se sintió desgraciado 20 
al verse privado de la patria a la que había salvado de una in- 
vasión, al enterarse de que sus bienes eran saqueados y poseí- 
dos por sus enemigos, al ver a su joven hijo compartiendo su 
misma desgracia, al poder conservar, sumergido en los panta- 
nos, su cuerpo y su vida gracias a la ayuda y compasión de los 
Minturnenses cuando, transportado en una pequeña nave a 
África, había acudido pobre y suplicante ante aquellos a quie- 
nes él mismo había concedido sus reinos 3; pero que, una vez 
recuperada su dignidad, no consentiría, habiéndosele restituido 
las cosas que había perdido, en abandonar el valor de espíritu 
que nunca había perdido. Sin embargo entre él y yo hay una 
diferencia: él se vengó de sus enemigos con los mismos me- 
dios, es decir, con las armas con las que alcanzó tanto poder; 
yo me serviré, segán mi costumbre, de las palabras, porque el 
lugar de sus artes está en la guerra y en la sedición, el de las 
mías en la paz y la concordia. Mientras que él, irritado en su 21 
interior, no pretendía otra cosa que no fuera vengarse de sus 
enemigos, yo pensaré en ellos, en la medida en que la Repübli- 
ca me lo permita. 

En definitiva, ciudadanos, puesto que en total actuaron con 9 
violencia contra mí cuatro tipos de hombres: uno, el de los que 
fueron enconados enemigos míos por odio a la República, ya 
que, a su pesar, yo la había salvado 37; otro, el de los que me 


36 Al ser expulsado de Roma en el 88 por su rival Sila, Mario se embarcó 
en el puerto de Ostia rumbo a África; pero una tempestad le arrastró hasta las 
costas de Minturna, cuyos habitantes le ayudaron a proseguir su viaje a Áfri- 
ca, cuyo reino había repartido, tras la guerra de Yugurta, entre Boco y Gauda 
(Sest. 50; Pis. 43; Planc. 26). Mario consiguió regresar a Roma un año des- 
pués y, como venganza, hizo asesinar a la mayoría de los miembros del parti- 
do senatorial. 

37 En referencia directa a Clodio y sus partidarios, a los que Cicerón con- 
sidera continuadores de las fracasados planes de Catilina. 


22 


23 


86 DISCURSOS 


traicionaron de forma impía bajo la apariencia de amistad; el 
tercero, el de los que sintieron envidia de mi gloria y de mi 
prestigio, al no poder conseguir ellos esto mismo por su propia 
incapacidad 38; el cuarto, el de los que, a pesar de que debían 
ser guardianes de la República, pusieron a la venta mi propia 
vida, el orden público y el prestigio de la autoridad que tenían 
en sus manos ??; me vengaré de cada uno de estos crímenes del 
mismo modo en que he sido afectado por cada uno de ellos: de 
los malos ciudadanos, dirigiendo rectamente la Repüblica; de 
los pérfidos amigos, negándoles toda confianza y siendo preca- 
vido en todo; de los envidiosos, consagrándome al servicio de 
la virtud y de la gloria; de los traficantes de provincias, hacién- 
doles regresar a Roma y pidiéndoles cuentas de las provincias. 

Aunque, ciudadanos, me preocupa más el modo de mostra- 
ros mi agradecimiento a vosotros (que tan excelentes benefi- 
cios me habéis prestado) que el de castigar las afrentas y la 
crueldad de mis enemigos. En efecto, vengar una injusticia es 
más fácil que recompensar una ayuda, porque supone menor 
esfuerzo superar a los perversos que igualar a los buenos. Ade- 
más, tampoco es tan obligado pagar lo debido a tus adversa- 
rios como hacerlo a tus bienhechores. El resentimiento puede 
ser, bien mitigado con süplicas, bien abandonado por circuns- 
tancias políticas e interés público, bien refrenado ante la difi- 
cultad de la venganza, bien aplacado con el tiempo; no se te 
puede pedir, en cambio, que no muestres gratitud a tus bienhe- 
chores ni, en todo caso, es posible dejar de hacerlo en interés 
de la República; no hay excusa en la dificultad, ni es justo li- 
mitar el recuerdo de la ayuda a un período o un día. Por últi- 
mo, aquel que fue algo moderado en su venganza, disfruta 


38 Sobre los destinatarios de estas críticas, cf. Quir. 13, nota 24. 
39 Es decir, los cónsules del 58, Gabinio y Pisón (sen. 10-18; Quir. 11; 13; 
dom. 23-24; 55; 60; 70; 125-126; 129). 


EN AGRADECIMIENTO AL PUEBLO 87 


abiertamente de una opinión favorable, mientras que es censu- 
rado duramente aquel que tarda demasiado en recompensar 
unos beneficios tan grandes como los que vosotros me habéis 
otorgado; y no sólo es tachado necesariamente de ingrato -lo 
que es en sí mismo grave- sino de impío. Además, cumplir 
con un deber es una situación distinta a pagar una deuda, por- 
que quien retiene el dinero no paga y quien lo devolvió ya no 
lo tiene; en cuanto al agradecimiento, el que lo ha mostrado, lo 
tiene, y el que lo tiene, ya lo ha pagado ^^. 

En conclusión, guardaré el recuerdo de vuestra ayuda con 
una eterna buena voluntad y, no sólo al expirar mi alma sino 
también cuando la vida me haya abandonado, permenecerán 
los testimonios de vuestros méritos para conmigo. Al mismo 
tiempo, al expresar mi gratitud, os vuelvo a prometer —y he de 
mantenerlo siempre— que no me faltarán ni diligencia a la hora 
de tomar decisiones sobre asuntos públicos ni decisión para 
apartar los peligros de la República ni lealtad al expresar de 
forma sincera mi parecer ni independencia a la hora de criticar 
en bien de la República las decisiones de los hombres ni una 
buena disposición al afrontar esfuerzos ni el vivo afecto de un 
ánimo agradecido a la hora de favorecer vuestros intereses. 

Además, ciudadanos, permanecerá siempre fija en mi áni- 
mo esta preocupación: la de aparecer, tanto ante vosotros, que 
ante mí representáis la fuerza y la voluntad de los dioses in- 
mortales, como ante vuestros descendientes y ante todos los 
pueblos, como el hombre más digno de una ciudad como ésta, 
que, con un voto unánime, ha decidido que no podía conservar 
su propia dignidad si antes no me recuperaba a mí. 


40 Este último aforismo (repetido en Planc. 68 y De off. Il 69), muy del 
gusto de un auditorio popular, falta en muchos manuscritos por lo que es posi- 
ble (cf. P. WUILLEUMIER, op. cit., pág. 85 n. 2) que se trate de una interpola- 
ción. 


24 10 


25 





SOBRE LA CASA 


INTRODUCCIÓN 


1. La casa de Cicerón 


Tras la partida precipitada de Cicerón y el voto de la lex de 
capite, las propiedades del orador fueron saqueadas e incendia- 
das. Los cónsules, no contentos con la adjudicación por parte 
de Clodio de unos proconsulados lucrativos, participaron di- 
rectamente en el pillaje: Gabinio despojó su villa de Túsculo y 
Pisón su casa de Roma !. Esta última, situada tal vez sobre el 
lado noroeste de la aristocrática colina del Palatino, «en el lu- 
gar más hermoso de la ciudad» ?, había sido comprada por Ci- 


1 sen. 18; dom. 62; 113; Sest. 54; 145. 

2 dom. 103; sobre su situación privilegiada y sus vistas, cf, también dom. 
146. Según M. W. ALLEN («The location on Cicero's house on the Palatine hill», 
CJ 34-35 (1939-40), 134-143 y 291-295) debía dar al norte sobre la Nova vía y 
al sur sobre el clivus Victoriae; al oeste limitaba con el pórtico que Q. Lutacio 
Cátulo, el vencedor de los cimbrios, había levantado en el 101 sobre el terreno 
confiscado de M. Fulvio Flaco, y al este con la casa de Q. Seyo Póstumo y la de 
la gens Claudia. Frente a esta localización, seguida por WUILLEUMIER (op. cit., 
pág. 15), B. TAMM (Auditorium and Palatium, Estocolmo 1963, págs. 28-43) si- 
túa la casa de Cicerón en la esquina noroeste del Cermalo. A su vez, R. G. NisBET 
(M. Tulli Ciceronis De domo sua, Oxford, 1939, pág. 206) piensa que los distin- 
„tos edificios mencionados en este discurso presentarían la siguiente disposición: 
casa de Cicerón - pórtico de Cátulo - casa de Seyo Póstumo - casa de Clodio. 


92 SOBRE LA CASA 


cerón en el 62 a M. Licinio Craso por un valor de 3.500.000 
sestercios 3. Como era de esperar, Clodio no tardó mucho en 
adueñarse de ella. 

En efecto, una de las cláusulas de la lex de exsilio disponía 
de los bienes de Cicerón de dos maneras *: una primera parte, 
que comprendía los bienes mobiliarios (objeto ya de pillaje por 
los cónsules), los esclavos? y las propiedades de uso agrícola 6, 
fue confiscada en beneficio del populus para ser vendida; la 
ley, además, encargaba directamente a Clodio la ejecución de 
esta confiscación y de la venta” que, como era habitual con los 
bienes de los condenados, se realizó mediante subasta pública, 

La segunda parte de las propiedades de Cicerón la consti- 
tuían los edificios (la domus del Palatino, las villae), conside- 
rados a parte por el derecho civil; la ley ordenaba su destruc- 
ción, que en el caso de la casa del Palatino y de la de Túsculo 
era un mero formulismo ya que, tál como hemos señalado, ha- 
bían sido incendiadas la noche misma de la partida de Cicerón 
y, en consecuencia, antes de la votación de la lex de exsilio. 

Clodio, al haberse adjudicado a sí mismo la administración 
de los bienes embargados a Cicerón 8, intentó sacar provecho 
de la situación: asignó la parte baja de la casa del Palatino a la 
gens Claudia y el resto a un hombre de paja, el marso Escato, 
que acabaría cediéndosela al tribuno. No contento con ello, pre- 


3 Fam. V 6, 2. 

^ Cf. P. MorEau, «La lex Clodia sur le bannissement de Cicéron», art. 
cit., pág. 476, a quien estamos siguiendo en este punto. 

5 Fam. XIV 4,4. 

$ dom. 146; har. 4. 

7 dom. 48; 107; 116. 

8 Y ello, a pesar de que las leyes Licinia y Ebucia impedían a Clodio ad- 
ministrar el embargo de los bienes de Cicerón (dom. 51): no se podía elegir 
para una función (en este caso el embargo) a aquel que la había establecido 
(Clodio). 


INTRODUCCIÓN 93 


viamente había intentado comprar la casa de Q. Seyo Póstumo, 
que lindaba al oeste con la de Cicerón; Póstumo, que se negó a 
venderla, murió poco después —según insinúa Cicerón ?— enve- 
nenado. Libre de obstáculos, Clodio compró su casa a los su- 
bastadores casi a la mitad del precio en que estaba tasada. 

Después de unir las dos propiedades, hizo demoler los edi- 
ficios y construir una gran villa con un largo pórtico y un vasto 
peristilo. Sustituyó el antiguo pórtico de Cátulo por un paseo 
(ambulatio) y aprovechó una parte de la antigua propiedad de 
Cicerón para colocar una estatua (procedente de Tanagra, de la 
tumba de una cortesana), consagrando el conjunto a la Liber- 
tad 1%; sin autorización previa del pueblo o del senado, la con- 
sagración fue realizada por un solo pontífice, L. Pinario Nata, 
cuñado de Clodio y que, al parecer, se mostró incapaz de ob- 
servar el ritual establecido !!. 


2. El regreso del exilio: la restitución de sus bienes 


* Si durante su estancia en el exilio una de las preocupaciones 
constantes de Cicerón había sido que, en las propuestas que se 
hicieran en favor de su regreso, se incluyera siempre claramente 


9 dom. 115; 129; har. 30. 

.9- De los datos proporcionados por el orador en este discurso no resulta 
tarea fácil determinar el aspecto y naturaleza de este santuario. B. TAMM (Au- 
ditorium and Palatium..., op. cit.) piensa que se trataría en realidad de una de 
las piezas o conclavia del nuevo pórtico que Clodio hizo construir sobre el 
emplazamiento del pórtico de Cátulo, mientras que G. Ch. PicarD («L’ aedes 
Libertatis de Clodius au Palatin», REL 43 (1965), 229-237) cree que el san- 
tuario de la Libertad constituía un monumentum distinto del pórtico: consisti- 
ría en un mausoleo con la forma de «tholos» (cf. dom. 100, 116 y notas). 

tL: Esta consagración tenía un indudable simbolismo ya que con ella Clo- 
dio se presentaba como defensor de la «libertad» del pueblo y, por contraposi- 
ción, Cicerón aparecía como un tirano, un enemigo público. Cf. W. ALLEN 
(r.), «Cicero's house and libertas», TAPhA 75 (1944), 1-9. 


94 SOBRE LA CASA 


la cuestión de la restitución de sus bienes !?, no es de extrañar 
que, tras su regreso, fuera éste uno de sus objetivos inmediatos: 


¿Qué pasa con mis bienes y mi casa? ¿Será posible que se me resti- 
tuyan? Y si no lo es, ¿cómo podré yo mismo considerarme restituido? 13; 


Las propiedades de Cicerón eran, ciertamente, muy nume- 
rosas !^, Pero su valor no era sólo económico; como bien seña- 
la J. Boes 5, en una sociedad como la romana hay que tener en 
cuenta la indudable importancia política de la domus como re- 
flejo exterior de la dignitas de su propietario: del mismo modo 
que, al incendiar y destruir la casa del Palatino, Clodio no ac- 
tuó sólo por odio o ambición sino con una evidente intenciona- 
lidad política, así también para Cicerón recuperar su domus era 
un medio de defender y restablecer su propia dignitas, su con- 
sideración social y política. 

Pues bien, el obstáculo más importante para poder recobrar 
su casa del Palatino era el hecho, alegado por Clodio, de que 
se trataba de un lugar consagrado; ante esta situación Bíbulo !6 
y parte del senado sometieron la cuestión a los pontífices y fue 
entonces —30 de septiembre del 57— cuando Cicerón pronunció 
ante ellos su discurso De domo sua ?. 


12 Así, por ejemplo, una propuesta de Sestio en favor del regreso del exi- 
liado no satisface a Cicerón porque «debe estar cuidadosamente redactada en 
lo que a mis propiedades se refiere» (Att. III 20, 3) 

13 Att. M 15, 6. 

14 Un exhaustivo inventario de ellas se puede encontrar en J. CARCOPINO, 
Les secrets..., Op. cit., págs. 73-92, No es de extrañar, pues, que suscitaran la 
envidia de algunos optimates (Att. IV 1, 8; IV 2, 5; IV 5, 2). 

15 La philosophie et l'action dans la correspondance de Cicéron, Nancy, 
1989, págs. 12-24. Cf., también, Fam. 19, 5. 

16 dom. 69; har. 11. M. Calpurnio Bíbulo fue colega de César durante su 
consulado del 59 (cf. dom. 39, Vat. 21 y notas). 

17 Los detalles de este proceso aparecen narrados por Cicerón en una carta 
dirigida días después a Ático (Art. IV 2). 





INTRODUCCIÓN 95 


La resolución de los pontífices, en principio favorable a Ci- 
cerón, establecía que «si aquel que decía haber consagrado el 
terreno (es decir, Clodio) no había sido encargado de ello no- 
minalmente ni por un mandato del pueblo ni por un plebiscito, 
si no había recibido la orden de hacerlo de acuerdo con un 
mandato del pueblo o un plebiscito, parece que se podía com- 
prar y restituir el terreno sin quebrantar ningún precepto reli- 
gioso» !5, 

Pese a las felicitaciones que recibe Cicerón de sus amigos 
en el convencimiento de que, con la resolución de los pontífi- 
ces, conseguiría la restitución de su casa del Palatino, Clodio 
intentó soliviantar a la plebe para que defendieran por la fuerza 
su «Libertad». En realidad, resuelto el aspecto religioso, que- 
daba por decidir si efectivamente Clodio había actuado por in- 
terés propio en contra de la ley Papiria que «prohibía que se 
consagraran edificios sin el mandato de la plebe» !?. Con este 
propósito se convocó una sesión plenaria del senado el 1 de 
octubre; en ella se sucedieron diversas intervenciones apoyan- 
do un decreto del senado en favor de Cicerón; de nuevo, Clo- 
dio, con una táctica dilatoria (estuvo hablando durante casi tres 
horas), intentó oponerse a una resolución que, presentada por 
el cónsul designado Gn. Cornelio Léntulo Marcelino, fue vota- 


18 Art. IV 2,3. 

19 dom. 128. La cuestión no estaba clara: la existencia en la lex de exsilio 
de: una cláusula autorizando a Clodio a practicar la dedicatio del santuario de 
la Libertad había sido objeto de controversia entre Cicerón que lo negaba 
(dom. 128; har. 11) y Clodio que lo afirmaba (dom. 106). Lo más probable 
(cf: R. G. NISBET, op. cit., págs. 206-207 y J. O. LENAGHAN, A commentary on 
Cicero's Oratio de haruspicum responso, París-La Haya, 1969, págs. 80 y 
147) es que Clodio en un principio no pensara más que en apropiarse de las 
posesiones de Cicerón y que, por tanto, no redactó ninguna cláusula relativa a 
la:consagración, una idea que habría surgido con posterioridad para acallar la 
oposición a sus proyectos. 


96 SOBRE LA CASA 


da por unanimidad salvo el veto inicial del tribuno de la plebe 
Serrano. 

En ella se establecía «que el senado aprobaba la restitución 
de mi casa; que se contratara la reconstrucción del pórtico de 
Cátulo; que la decisión del senado debía ser defendida por to- 
dos los magistrados y que, si se producía algün acto de violen- 
cia, el senado consideraría responsable a quien había vetado el 
decreto» 20, 

A propuesta de una comisión, además de la reconstrucción 
del pórtico de Cátulo, se evaluaron los daños y perjuicios en 
dos millones de sestercios por la casa del Palatino, medio mi- 
llón por la villa de Túsculo y doscientos cincuenta mil por la 
de Formias. Cicerón hizo reparar la ültima y reconstruir la pri- 
mera. En cuanto a la villa de Túsculo, fue puesta a la venta. 

A pesar de la resolución de los pontífices y del decreto del 
senado, Clodio no se dio por vencido. Así, un mes después, sus 
bandas callejeras invadieron y saquearon el taller de recons- 
trucción de la casa del Palatino: «El 3 de noviembre, un grupo 
de hombres armados expulsó de mi propiedad a los obreros y 
se demolió el pórtico de Cátulo que estaba siendo reconstruido 
de acuerdo con el decreto del senado y que ya casi había llega- 
do hasta el techo» ?!. 


20 Att. IV 2, 4. Aunque en un primer momento Serrano interpuso su veto y 
solicitó una noche para reflexionar, al ser declarado responsable de las even- 
tuales revueltas, acabó cediendo al día siguiente. 

21 Att, IV 3, 2. El tema de la casa de Cicerón volvió a aparecer en la pri- 
mavera del 56 y será abordado de nuevo en el discurso De haruspicum res- 
ponso (infra, pág. 203 ss.): ante el anuncio de determinados prodigios, los 
arúspices entendieron que una de las causas había sido la profanación de los 
lugares sagrados, una profanación que Clodio entendió que se refería a la ae- 
des Libertatis que él había erigido en la casa de Cicerón. 


INTRODUCCIÓN 97 


3. Contenido y estructura del discurso 


En la carta en que Cicerón narra a su amigo Atico las cir- 
cunstancias de su intervención ante los pontífices, el orador no 
puede ocultar su satisfacción por el discurso: 


He abordado el tema con sumo cuidado y si alguna vez he valido 
algo como orador o aunque nunca haya valido nada, en esta ocasión 
el dolor y la importancia del asunto me proporcionaron energía a la 
hora de hablar. Por lo tanto, debo publicar este discurso como deuda 
a nuestros jóvenes; te lo enviaré muy pronto, lo desees o no 2. 


Las últimas palabras nos proporcionan un dato interesante: 
Cicerón, como en otros casos, no esperó mucho tiempo para 
redactar el discurso después de pronunciado 2. Pero, además, 
cabe pensar que en esta redacción definitiva introdujera algu- 
nos cambios que modificaron la estructura original. De esta 
forma podría explicarse, al menos en parte, el hecho de que, 
frente a la apreciación subjetiva de Cicerón, la opinión genera- 
lizada de los críticos no sea tan positiva. 

A parte de su interés como fuente de documentación para 
el conocimiento del derecho civil y religioso romanos, desde 
un punto de vista literario quizá lo más destacado sea observar 
cómo Cicerón «varía el tono una veces sentimiental, otras pa- 
tético, grandilocuente, indignado, irónico o sarcástico» 24 de 
acuerdo con los contenidos tan diversos de un discurso excesi- 
vamente largo y con una estructura irregular o, cuando menos, 
sorprendente. Porque sorprendente es (y cabría preguntarse si 
no es un efecto buscado intencionadamente por el orador) que, 


2. Att. IV 2, 2. Sobre el problema de la autenticidad de este discurso, cues- 
tionada sobre todo en el s. xix por las mismas razones que en los dos discursos 
. precedentes, cf. R. G. Nisbet, op. cit., págs. xxix-xxxiv. 

23 Cf., L. LAURAND, Études sur le style..., op. cit., pág. 16 y n. 6. 

24 P. WUILLEUMIER, Cicéron. Discours XIII..., op. cit., pág. 26. 


98 SOBRE LA CASA 


en realidad, sólo en el tercio final del discurso ($ 100-141) 
aborde directamente la cuestión de la consagración de su casa 
que tanto le preocupaba. 

Así, después de un exordio (1-2) en el que ensalza la labor 
de los pontífices y hace de su causa una cuestión de estado, Ci- 
cerón señala que va abandonar el plan inicial de su interven- 
ción (3) para, en respuesta a los ataques de Clodio (3-5), justi: 
ficar por qué ha defendido en el senado la atribución de 
poderes extraordinarios a Pompeyo para solucionar el proble- 
ma de la carestía de víveres 3, una justificación que ocupa la 
primera parte del discurso (6-31) 26, 

Aunque Cicerón dice ser «consciente de que me he alejado 
de la causa que nos ocupa más de lo que creía o deseaba» y, 
como compensación, promete ser breve en «la parte del discur- 
so que hace referencia a la propia causa» 27, no cumple con si 
promesa; como quiera que el problema de su casa está en rela- 
ción con las razones de su exilio (32-34), aprovecha la ocasión 
para tratar el tema con detenimiento (34-99) repitiendo y desa- 
rrollando ideas ya expuestas en los dos discursos precedentes: 
desde la irregular adopción de Clodio que invalidaría todas las 
medidas de su tribunado (incluida, por supuesto, la lex de exsi- 
lio Ciceronis) hasta las razones de su partida y las circunstan- 
cias de su regreso. 

Por fin, en la última parte del discurso aborda directamente 
el problema de la consagración de su casa (100-141); combi- 


25 Sobre esta cuestión, cf. supra, pág. 65, nota 2. 

?6 Es posible que, frente al discurso original, en la redacción posterior Ci- 
cerón ampliase esta parte para magnificar la figura de Pompeyo. De todos mo- 
dos, no hay que olvidar que los pontífices pertenecían a la clase senatorial y 
que ésta no vió con buenos ojos la concesión de poderes extraordinarios .a 
Pompeyo. Por lo tanto, Cicerón se ve, en cierto modo, obligado a justificar su 
postura para eliminar suspicacias y ganarse a su auditorio. 

7 dom. 32. 


INTRODUCCIÓN 99 


nando su profundo conocimiento del derecho civil y religioso 
con una gran dosis de ironía y sarcasmo, expone toda una serie 
de argumentos para demostrar el carácter nulo de dicha consa- 
gración: sólo fue dedicada una parte mínima de su casa; la es- 
tatua consagrada de la Libertad era, en realidad, la imagen de 
una cortesana; no medió autorización alguna del senado o del 
pueblo; el pontífice que presidió el acto religioso, además de 
pariente de Clodio, no respetó el ritual establecido, etc. 

Para concluir el discurso, retoma en la peroración (142- 
147) la idea general expuesta en el exordio: con una apelación 
a los dioses y, como intérpretes de su voluntad, a los pontífi- 
ces, hace ver que sólo con la restitución de sus bienes se podrá 
hacer realidad su regreso. 


4. Ediciones y traducciones ?8 


J Bautista CaLvo, Obras completas de Marco Tulio Cicerón. Vida y 
discursos, Tomo V, Buenos Aires, 1946. 

S. DesinERI, et alii, Tutte le opere di Cicerone, VII, Milán, 1966. 

I pi GaLLo, Orazioni clodiane (dom., har., Mil.), Roma, 1969. 

H. KasTEN, Staatsreden II, Berlín, 1969. 

A: KLorz, M. Tulli Ciceronis Orationes, VII, Leipzig, 1919. 

T. MasLowski, M. Tulli Ciceronis scripta quae manserunt, fasc. 21, 

"^ Leipzig, 1981. 

C: F. MULLER, M. T. Ciceronis scripta quae manserunt, 11.2, Leipzig, 

* 1904 (reimpr., 1896). 

R. G. NisBer, M. Tulli Ciceronis. De domo sua ad pontifices, Oxford, 
1939. 

W. Peterson, M. Tulli Ciceronis Orationes, Oxford, 1978 (reimpr., 
1911). 

B. D. R. SHACKLETON, Cicero. Back from exile: six speeches upon his 
return, Chicago, 1991. 


5:73 Para la tradición manuscrita de este discurso, común a la de los dos pre- 
cedentes, cf. supra, págs. 25-27. 


100 SOBRE LA CASA 

N.-H. Warrs, Cicero. The Speeches, YX, Londres-N. York, The Loeb 
Classical Library, 1965 (reimpr., 1923). 

P. WuiLLEUMIER, Cicéron. Discours, Tome XIII, París, Les Belles Let- 
tres, 1952. 


Para la presente traducción hemos seguido la edición de 
Oxford de W. Peterson, pero teniendo también presentes las de 
A. Klotz, T. Maslowski, W. Wuilleumier y R. G. Nisbet ?. Las 
variaciones respecto al texto de Peterson que pueden afectar al 


sentido de la traducción han sido las siguientes: 


PETERSON TEXTO SEGUIDO 
dom. 11: propter avaritiam. propter varietatem (codd.). 
dom. 11: certe senatus aliquid certe senatum aliquid con- 
consili capere potuit. sili capere oportuit 
(Madvig, Wuilleumier). 
dom. 21: produceres sed...subdu-  produxeras sed...subduxe- 
ceres. ras (codd.). 
dom. 50: uno sortitore tulisti. uno sortitu retulisti (codd.). 
dom. 52: negotium dedisset. negotium dedisses (M, 
Wuilleumier). 
dom. 80: nec praetorum decreta. nec res tum iudicata (codd.) 
dom. 90: venerant. venerunt (codd.). 
dom. 100: monumentum virtutis. monumentum urbis (codd.). 
dom. 107: inhonestum, iustum aut inhonestum arbitrere (Wui- 
honestum arbitrere. lleumier). 
dom. 118: non denique adulescen- non denique nisi adulescen- 


tem. 


tem (Wuilleumier). 


29 Estas dos últimas ediciones nos han sido de gran utilidad para la con- 
fección de la introducción y de las notas al discurso. Para el establecimiento 
del texto y problemas de crítica textual, cf. la bibliografía citada en pág. 28, 
nota 43. 


INTRODUCCIÓN 101 


5. Bibliografía 


W. ALLEN, «The location of Cicero's house on the Palatine hill», CJ 
34-35 (1939-1940), 134-143 y 291-295. 

W. ALLEN (Jr.), «Cicero's house and Libertas», TAPhA 75 (1944), 1-9. 

G. BRANCA, «Cic. de domo 14, 38 e auctoritas patrum», Iura 20 
(1969), 49-51. 

T. E. Ksey, «Cicero, de domo 87», Mnemosyne 18 (1965), 397-398. 

J. O. LENAGHAN, A commentary on Cicero's oration De haruspicum 
responso, París-La Haya, 1969. 

W. B. McDaniEL, «Cicero and his house on the Palatine», CJ 23 
(1928), 651-661. 

T. MasLowski, «Notes on Cicero's four post reditum orationes», 
AJPh 101 (1980), 404-420. 

Pu. MOREAU, «La lex Clodia sur le bannissement de Cicéron», Athe- 
naeum 65 (1987), 466-492. 

G.-Cu. PICARD, «L'aedes Libertatis de Clodius au Palatin», REL 43 
(1965), 229-237. 

W. M. F. RUNDELL, «Cicero and Clodius. The question of credibility», 
Historia 28 (1979), 301-328. 

B. D. R. SHACKLETON, «On Cicero's speeches», HSPh 83 (1979), 262- 
272. 

—, «More on Cicero's speeches (post reditum)», HSPh 89 (1985), 
141-151. 

—, «On Cicero's speeches (post reditum)», TAPhA 117 (1987), 271- 
280. 

B. TAMM, Auditorium and Palatium, Estocolmo 1963. 

W. J. TATUM, P. Clodius Pulcher (tr. pl. 58 B.C.): the rise of power, 
tesis, Austin, 1986. 


30 Recogemos únicamente la bibliografía más específica relacionada con 
este discurso. Para los trabajos que abordan cuestiones generales (y comunes a 
todos los discursos post reditum) relativas al momento histórico (exilio, rela- 
ciones con Clodio, etc.) remitimos a la bibliografía de las págs. 29-31. 


SOBRE LA CASA 


Muchas son, pontífices, las innovaciones e instituciones de 1 1 
nuestros antepasados realizadas por inspiración divina, pero 
nada más admirable que su voluntad de que unos mismos 
hombres se encargaran del culto a los dioses inmortales y de 
los asuntos públicos más importantes, con el fin de que los ciu- 
:dadanos más influyentes y distinguidos mantuvieran los cultos 
divinos con una buena administración del Estado y al Estado 
con una sabia interpretación de los cultos divinos. Y si alguna 
vez fue sometida una causa de importancia al juicio y autori- 
dad de los sacerdotes del pueblo romano, sin duda la presente 
es tan importante que la dignidad toda de la República, la sal- 
vación, la vida, la libertad, los altares, los fuegos, los dioses 
penates !, los bienes, la fortuna y el domicilio de todos los ciu- 
dadanos parecen haber sido encomendados y confiados a vues- 
tra sabiduría, rectitud y autoridad. * 

... En el día de hoy debéis decidir si preferís en el futuro pri- 2 
-var a nuestros magistrados dementes y corruptos de la protec- 


! Dioses domésticos cuya función esencial era velar:por el bienestar gene- 
ral de los miembros de la familia. Sus funciones, pues, estaban próximas a las 
de los Lares. Además de las familias, cada ciudad tenía. sus propios Penates, 
que en el caso de Roma eran venerados en un templo al pie de la Velia. 


uy 


104 DISCURSOS 


ción de ciudadanos infames y criminales o bien armarlos inclu- 
so con la autoridad sagrada de los dioses inmortales. Porque, si 
esa ruina y ese azote de la República ? pueden servirse de la 
autoridad divina para defender lo que no puede ser protegido 
con la justicia humana, es decir, su funesto y calamitoso tribu- 
nado, nos veremos obligados a buscar otros ritos, otros sacer- 
dotes de los dioses inmortales y otros intérpretes del culto sa- 
grado. Por el contrario, pontífices, si con vuestra autoridad y 
sabiduría son abolidos los actos llevados a cabo por la locura 
de unos hombres perversos cuando la República se encontraba 
oprimida por unos, abandonada por otros y por otros traiciona- 
da, habrá un motivo por el que podamos en justicia y con ra- 
zón elogiar la decisión de nuestros antepasados de elegir para 
el sacerdocio a los hombres más distinguidos ?. 

Ahora bien, puesto que ese insensato ha creído que tendría 
posibilidad de hacerse oír ante vosotros si criticaba cuanto he 
venido expresando en el senado durante estos días acerca de la 


2 El vocabulario de la invectiva ciceroniana contra Clodio está plagado de 
insultos y términos peyorativos que se repiten también en el caso de otros ad- 
versarios del orador (Verres, Catilina, Antonio). Para un inventario de algunos 
de estos términos, cf. F. PiNA, «Cicerón contra Clodio..», art. cit., págs. 144- 
150. Un análisis exhaustivo del «arte de la vituperación» ciceroniana contra 
los improbi como Clodio se puede encontrar en G. ACHARD, Pratique rhétori- 
que..., op. cit., págs. 186-355. 

3 El colegio sacerdotal de los pontífices, instituido por Numa (el número 
de sus miembros pasó de cinco en origen a quince en la época de Sila) y presi- 
dido por el Pontífice Máximo, tenía entre sus funciones la confección del ca- 
lendario (con la distribución de los días fastos y nefastos), el culto de las divi- 
nidades protectoras de la ciudad (Vesta, los Penates públicos y la tríada 
capitolina) y, en general, la supervisión de todo lo relativo a los asuntos reli- 
giosos (cumplimiento escrupuloso del ritual de las ceremonias); como supre- 
ma autoridad en este campo, asesoraban —como ocurre en este caso- a magis- 
trados y senadores. 


SOBRE LÁ CASA 105 


República, voy a abandonar el orden de mi intervención ^: voy 
a responder, no al discurso (es incapaz de pronunciar uno) de 
este hombre demente, sino a sus injurias, una práctica de la 
que se ha servido con intolerable petulancia y, además, con 
una prolongada impunidad. 

En primer lugar, a ti, loco furibundo, te pregunto lo si- 
guiente: ¿qué temor tan grande al castigo de tus crímenes e in- 
famias te atormenta como para creer que unos hombres como 
éstos (que mantienen el prestigio de la República, no sólo con 
sus decisiones sino también con su propia presencia) estaban 
irritados conmigo porque, en el momento de manifestar mi 
opinión 5, asocié la salvación de los ciudadanos al honor de 
Gneo Pompeyo, y que en ese momento iban a decidir sobre 
una cuestión religiosa algo diferente a lo que decidieron en mi 
ausencia? 

«Estuviste entonces» —dice— «ante los pontífices en una po- 
sición superior, pero ahora, que tu caso ha sido presentado ante 
el pueblo, necesariamente has de estar en una situación des- 
ventajosa». Pero ¿cómo? Lo que en una multitud ignorante re- 
sulta ser el mayor de los vicios, es decir, la ligereza, la incons- 
tancia y el cambio continuo de pareceres como si del tiempo se 
tratara, ¿pretendes hacerlo extensible a unos hombres como és- 
tos, a quienes su propia ponderación aleja de la inconstancia y, 


4 Cicerón, por tanto, se va a apartar del plan inicial de su discurso para in- 
tentar justificar (4-31) su papel en la atribución a Pompeyo de poderes excep- 
cionales (cf. supra, pág. 66, nota 2); este largo excursus, aparentemente sin re- 
lación directa con el tema central del discurso, además del efecto de sorpresa 
que QUINTILIANO (Inst. orat. 11 1, 54) atribuye a toda extemporalis oratio, iba 
dirigido sobre todo a los pontífices que, como miembros del partido senato- 
rial, no veían con buenos ojos el excesivo protagonismo político de Pompeyo. 

5 Cicerón se está refiriendo al discurso que pronunció ante el senado el 7 
de septiembre para que se le concediera a Pompeyo la dictadura del trigo du- 
rante cinco años. 


35 


106 DISCURSOS 


de un juicio arbitrario, el estricto y preciso derecho sagrado, la 
antiguedad de los ejemplos precedentes y la autoridad de docu- 
mentos y testimonios? «¿Eres tú» —continúa— «aquel de quien 
el senado no pudo prescindir, a quien lloraron los hombres de 
bien y la República echó en falta, con cuya restitución pensá- 
bamos que se había restituido también la autoridad del senado, 
una autoridad que traicionaste desde el momento de tu llega- 
da?». No voy a hablar todavía de mis propias opiniones: res- 
ponderé primero a tu desvergüenza. 

¿Con que tú, peste funesta para la República, mediante el 
hierro y las armas, con el terror de un ejército, con la actitud 
criminal de unos cónsules y con las amenazas de los hombres 
más osados, con el reclutamiento de esclavos, con el asedio de 
los templos, la ocupación del foro y la opresión de la curia 
obligaste a abandonar su casa y su patria, para evitar el enfren- 
tamiento armado de los hombres de bien con gente infame, a 
un ciudadano que reconoces ha sido echado en falta, llamado y 
vuelto a llamar por el senado, por todos los hombres de bien y 
por toda Italia a fin de salvaguardar a la República? «Con 
todo, no debiste acudir al senado, en el Capitolio, en aquel agi- 
tado día» 6. 

Es verdad, no acudí, me mantuve en casa mientras duró 
aquella agitación al saberse que tus esclavos, preparados por ti 
desde hacía tiempo para asesinar a los ciudadanos de bien, ar- 
mados con aquella tropa de criminales y miserables, habían 
acudido en tu compañía al Capitolio. Al informárseme de este 
hecho, has de saber que permanecí en mi casa y no te di ni a ti 
ni a tus gladiadores la posibilidad de provocar una matanza. 
Después de que se me anunció que el pueblo romano se había 


6 Ya que el descontento popular por la falta de víveres y la crisis económi- 
ca había sido aprovechado por Clodio para lanzar a las masas a la calle (infra, 
dom. 11-12). 


SOBRE LA CASA 107 


reunido en el Capitolio por temor y ante. la escasez de alimen- 
tos, que, además, los ministros de tus crímenes habían huido 
aterrorizados tras abandonar unos sus espadas y haberles sido 
arrebatadas a otros, acudí con unos pocos amigos, sin tropa ni 
guardia alguna. 

¿Es que no iba a acudir cuando quienes me convocaban al 
senado eran Publio Léntulo (un cónsul benemérito para conmi- 
igo y para con la República) y Quinto Metelo” (quien, pese a 
ser mi enemigo y tu hermano, había puesto por delante de 
nuestro enfrentamiento y de tus súplicas mi propia salvación y 
dignidad), cuando una multitud tan numerosa de ciudadanos 
me llamaba por mi nombre para que les manifestara mi agra- 
decimiento $ por su reciente ayuda, sobre todo al saberse que tú 
ya te habías alejado de allí con tu ejército de fugitivos? ¿Fue 
entonces cuando te atreviste a llamarme «enemigo del Capito- 
Jio»? a mí, guardián y defensor del Capitolio y de todos los 
templos, por haber acudido a este lugar cuando los dos cónsu- 
les celebraban en él una reunión del senado? ¿Existe acaso cir- 
cunstancia alguna en la que sea motivo de vergüenza acudir al 
“senado, o es que el asunto que se discutía era de tal naturaleza 
que debía rechazarlo y condenar a los que lo trataban? 


7 Sobre la enemistad entre Metelo y Cicerón, cf. sen. 5, nota 10, En reali- 
dad, Q. Metelo se había reconciliado con Cicerón antes de su elección como 
“cónsul (Att. III 22, 2; III 23, 1; III 24, 2; Fam. V 4). Metelo y Clodio eran, a su 
vez, primos hermanos (sen. 25, nota 48). 

8 Se trataría, pues, del discurso Cum populo gratias egit; cf. supra, págs. 

66-67 y nota 6; Arr. IV 1, 6; Dión Casio, XXXIX 9. 
*.9 Con esta acusación, tal vez Clodio deseaba dar a entender que Cicerón, 
pese a la oposición de los optimates, pretendía en cierto modo un golpe de 
Estado al conferir a Pompeyo poderes excepcionales. Para un análisis de esta 
expresión, cf. R. G. Nısser, M. T. Ciceronis De domo..., op. cit., págs. 198- 
199. 


48 


108 DISCURSOS 


En primer lugar afirmo que es propio de un buen senador 
acudir siempre al senado y no estoy de acuerdo con aquellos 
que tomaron la decisión de no acudir al senado personalmente 
en circunstancias menos favorables sin darse cuenta de que 
esta excesiva persistencia suya resultó muy del agrado de 
aquellos cuyo ánimo pretendieron ofender !9. Sin duda, algu- 
nos se alejaron por temor, porque creían que no estaban segu- 
ros en el senado: no los critico y no voy a preguntar si había 
realmente algo que temer. Soy de la opinión de que cada cual 
puede temer a su arbitrio. ¿Me preguntas por qué no sentí te- 
mor? Porque se sabía que tú te habías alejado de allí. ¿Por qué, 
cuando algunos hombres de bien pensaron que no podían estar 
seguros en el senado, no fui yo de su misma opinión? ¿Por qué 
permanecieron ellos después de haberme dado cuenta yo de 
que no podía, en absoluto, estar seguro en la ciudad? ¿Es que a 
otros les está permitido, y con razón, no sentir temor alguno 
por sus personas en medio de mi temor, y sólo yo habré de te- 
mer necesariamente por mi suerte y por la de los demás? 

¿O he de ser censurado por no haber condenado con mi in- 
tervención a los dos cónsules? 11 ¿Debí, por tanto, condenar so- 
bre todo a aquellos por cuya ley se consiguió que yo, sin haber 
sido condenado y después de haber rendido excelentes servi- 
cios a la República, no sufriera el castigo de los condenados? 
¿Yo, que gracias a ellos había sido restituido a mi antigua dig- 
nidad, iba a repudiar con mi intervención de manera especial la 
acertada decisión de aquellos cuyos delitos incluso convendría 


10 Cicerón parece referirse tanto a la sesión del 7 de septiembre del 57, a 
la que faltaron muchos senadores (Artt. IV 1, 6) como, en general, al clima de 
violencia que el año anterior había rodeado al tribunado de Clodio y que hizo 
que personajes como Pompeyo se recluyeran en su casa y no acudieran en 
ayuda del orador. 

13 Léntulo y Metelo, los cónsules del 57. 


SOBRE LA CASA 109 


que tanto yo como los hombres de bien soportáramos en pago 
a su distinguido celo por salvarme? Pero, ¿cuál fue la opinión 
que expresé? En primer lugar, aquella que el rumor público ha- 
bía fijado hacía ya tiempo en nuestros ánimos; luego, la que se 
había discutido días antes en el senado; finalmente aquella que 
un senado en pleno siguió cuando me otorgó su asentimiento. 
De: modo que no propuse nada inesperado y novedoso, y, si 
hay algo que censurar en mi propuesta, la crítica contra quien 
la propuso no es mayor que contra todos aquellos que la apro- 
baron. 

. Pero, sin duda, la decisión del senado no fue libre a causa 
del miedo !?. Si lo que indicas es que tenían miedo los que se 
alejaron, admite que no lo tenían quienes se quedaron; si, por 
el contrario, no pudo decidirse nada libremente sin aquellos 
que estuvieron ausentes, cuando todos estaban presentes 13 se 
comenzó a discutir la anulación del decreto del senado: la tota- 
lidad del senado protestó enérgicamente. 

Ahora bien, en esta proposición y puesto que soy yo su 
principal promotor, me interesa-saber qué es lo que se critica. 
¿No hubo razón para tomar una decisión excepcional? ¿Mi res- 
ponsabilidad en este asunto no fue destacada? ¿O bien debi- 
mos tomar una decisión en otro sentido? ¿Qué razón más po- 
derosa pudo haber que el hambre, la sedición y los planes de 
tus partidarios y de alguien como tú que pensaste que, si se te 
ofrecía la posibilidad de soliviantar los ánimos de los ignoran- 
tes, podrías renovar tus funestos actos de bandidaje aprove- 
chando como motivo el abastecimiento de víveres? 


12 En la sesión del 7 de septiembre, según reconoce el propio Cicerón, 
«estaban ausentes los consulares, excepto Mesala y Afranio, porque decían 
que no podían exponer su parecer sin riesgo físico..» (Att. IV 1, 6). 

13 En la sesión del día siguiente, «el senado en pleno y todos los consula- 
res no le negaron a Pompeyo nada de lo que había pedido» (Att. IV 1, 7). 


11 


110 DISCURSOS 


Las provincias suministradoras de trigo, o bien carecían de 
él o lo habían enviado a otras regiones —creo que por capri- 
cho !* de los vendedores— o, para que resultara más digno de 
agradecimiento al haber acudido en ayuda en medio del ham- 
bre misma, lo guardaban encerrado en sus almacenes con el 
propósito de enviarlo de repente como si de una nueva cosecha 
se tratara. La situación no planteaba dudas sino que representa- 
ba un peligro evidente ante nuestros propios ojos; no hacíamos 
simples conjeturas sobre ello sino que lo contemplábamos 
como si ya lo hubiésemos experimentado. En efecto, al agra- 
varse el problema del abastecimiento de víveres hasta el punto 
de que ya se temía abiertamente por la escasez y el hambre, no 
por la carestía, se produjo la concurrencia del gentío ante el 
templo de la Concordia 15, allí donde el cónsul Metelo había 
convocado al senado. Si esta afluencia tuvo lugar verdadera- 
mente a causa del sufrimiento y del hambre de la gente, sin 
duda los cónsules debieron abordar la cuestión y el senado to- 
mar alguna medida. Pero, si el aprovisionamiento de víveres 
fue sólo un pretexto y tú fuiste, sin duda, el instigador y res- 
ponsable de la revuelta, ¿no debimos todos nosotros tratar de 
privarte de una ocasión para tus locuras? 


14 Pese a seguir la lectura de los manuscritos (varietatem), ésta resulta de 
difícil comprensión; de ahí que se haya buscado sustituirla (PETERSON) por 
avaritiam que daría más sentido a la frase. Sea como fuere, lo que parece cla- 
ro es que esta situación de incertidumbre económica fue aprovechada por los 
especuladores para enriquecerse (Fam. V 17, 2) y algunos de ellos, como el 
banquero P. Sitio, fueron condenados. 

15 Situado en el foro, al pie del Tabullarium, fue levantado en el 367 por 
el dictador M. Furio Bibáculo para conmemorar el restablecimiento de la con- 
cordia entre patricios y plebeyos; reconstruido en el 121 por el cónsul L. Opi- 
mio (tras la muerte de G. Graco y tres mil de sus partidarios), en él pronunció 
Cicerón la Tercera y Cuarta Catilinarias. 


SOBRE LA CASA 111 


© Y ¿qué? Si se produjeron realmente ambas situaciones, es 12 


decir, que el hambre incitaba a la gente y que tú apareciste 
como un tumor en medio de esta herida, ¿no debió, por ello, 
aplicarse una medicina más eficaz que fuera capaz de remediar 
aquel mal originario y éste otro provocado? Había, sin duda, 
carestía en aquel momento y hambre en perspectiva. Hubo algo 
más: se produjo un apedreamiento !6, Si fue como resultado del 
sufrimiento de la plebe sin incitación de nadie, se trataba de un 
problema grave; si fue por instigación de Publio Clodio, resul- 
taba ser un acto criminal más de este hombre facineroso. Si 
fueron ambas cosas, es decir, que la situación era tal que excitó 
espontáneamente los ánimos de la multitud y que existían unos 
cabecillas de la revuelta preparados y armados, ¿no parece 
oportuno que la propia República reclamara la ayuda de un 
cónsul y el apoyo fiel del senado? Pues bien, es evidente la 
existencia de ambos factores: nadie niega los problemas de 
aprovisionamiento y la extremada escasez de trigo hasta el 
punto de que la gente temía no sólo una carestía prolongada 
sino claramente el hambre; no es mi intención, pontífices, alen- 
tar vuestras sospechas de que ese enemigo de la concordia y de 
la paz habría aprovechado este motivo para sus incendios, sus 
asesinatos y sus robos, si no os parece que fue así. 

¿Cuáles fueron los hombres nombrados públicamente en el 
senado por tu hermano, el cónsul Quinto Metelo, por quienes 
él afirmó haber sido atacado y hasta herido a pedradas? Nom- 
bró a Lucio Sergio y a Marco Lolio 1”. ¿Quién es ese Lolio? El 
mismo que ni siquiera ahora te acompaña sin la espada, quien, 


16 Para otros sucesos similares cf. Sest. 77 y Mil. 41. 

17 Es la primera mención (cf. también dom. 14; 21; 81) que tenemos de es- 
tos dos secuaces de Clodio, por lo demás desconocidos. El primero de ellos 
podría ser familiar (¿liberto?) de Catilina (Lucio Sergio Catilina) con el que, 
en todo caso, lo asocia el orador. 


— 


3 


6 14 


112 DISCURSOS 


siendo tú tribuno de la plebe -no voy a hablar de mí- exigió 
que se diera muerte a Gneo Pompeyo !8. ¿Quién es Sergio? El 
escudero de Catilina, tu guardia personal, el portaestandarte de 
la revuelta, un amotinador de tenderos, condenado por injurias, 
sicario, apedreador, saqueador del foro y sitiador de la curia, 
Cuando tú, con unos cabecillas como éstos y de semejante ca- 
laña, en medio de la carestía del aprovisionamiento, enarbolan- 
do la causa de unos pobres e ignorantes, preparabas ataques 
por sorpresa contra los cónsules, el senado y los bienes y fortu- 
nas de los ricos, cuando no te era posible encontrar salvación 
alguna en medio de la concordia ciudadana, cuando disponías 
de un ejército regular de malhechores repartidos en decurias 
bajo el mando de unos jefes desalmados, ¿no debió mirar el se- 
nado para que esta tea funesta no prendiera en tan abundante 
madera de sedición? 19 

Hubo, por tanto, razones para'adoptar una medida excep- 
cional. Reflexionad, ahora, sobre si mi intervención fue desta- 
cada. ¿Qué nombre gritaban entonces, en medio del lanza- 
miento de piedras, tu Sergio, tu Lolio y los demás bandidos? 
¿Quién decían que debía encargarse del aprovisionamiento? 
¿No era yo? 2, Y ¿qué? ¿Aquellas bandas que iban y venían 
durante la noche, organizadas por ti en persona, era o no a mí a 
quien reclamaban el trigo? Como si verdaderamente hubiese 
sido yo el responsable del aprovisionamiento del trigo, o tuvie- 


18 En Mil. 18, Cicerón nos da más información puntual sobre este atenta- 
do: «Fue sorprendido en el templo de Cástor un esclavo de Publio Clodio a 
quien éste había apostado allí para dar muerte a Gneo Pompeyo, se le arrebató 
de las manos el puñal mientras confesaba el delito. Después de esto Pompeyo 
se abstuvo del foro, del senado y del público». 

19 Para un comentario de todo este parágrafo en el que el orador despliega 
todas las armas del arte de la vituperatio, cf. G. AcHarp, Pratique rhétori- 
que..., op. cit., pág. 353. 

2 Cf. Art. IV 1, 6. 


SOBRE LÁ CASA 113 


ra algo de él guardado, o hubiese ejercido la más mínima in- 
fluencia con mi cargo o poder en esta cuestión. Y, sin embargo, 
este hombre, siempre dispuesto al asesinato, había dado mi 
nombre a sus bandas, se lo había sugerido a los ignorantes. Ha- 
biendo adoptado el senado en pleno, en el templo de Júpiter 
Óptimo Máximo, una proposición en favor de mi dignidad con 
la sola oposición de ese hombre ?!, de repente, en aquel mismo 
día, a la extrema carestía de los víveres le siguió una inespera- 
da bajada de precios. 

Había quienes afirmaban —yo también pienso así— que los 
dioses inmortales, con su providencia, habían manifestado su 
aprobación por mi regreso; algunos, en cambio, referían este 
hecho a la siguiente razón e hipótesis: ya que en mi regreso pa- 
recía estar puesta la esperanza de paz y de concordia mientras 
que mi partida había provocado un continuo temor a la sedi- 
ción, afirmaban que el cambio en el aprovisionamiento se ha- 
bía producido apenas se hubo alejado el temor a una guerra 2, 
Dado que con mi regreso el aprovisionamiento se había hecho 
de nuevo más problemático, era a mí, ante cuya llegada la gen- 
te de bien andaba diciendo que se produciría una bajada de 
precios, a quien se le reclamaba el aprovisionamiento. 

Al final mi nombre era pronunciado no sólo por tus bandas 
y a instigación tuya, sino que, después de que tus tropas fueron 
rechazadas y dispersadas, también fue citado expresamente, 
para que acudiera al senado (a pesar de que aquel día no me 
encontraba bien), por la totalidad del pueblo romano que había 
acudido en aquella ocasión al Capitolio. 


21 Cicerón retrocede unos meses para volver a recordar la sesión multitu- 
dinaria de julio del 57 en la que se votó una moción en favor de su regreso que 
contó únicamente con la oposición de Clodio. 

22 Para esta misma idea, cf. sen. 34, nota 69, Quir. 18 y dom. 17. 


114 DISCURSOS 


Acudí ante esta expectación; expresadas ya muchas opinio- 
nes, se me pidió la mía. Expresé la que consideraba más salu» 
dable para la República y, a mi parecer, necesaria. Se me recla- 
maba trigo en abundancia y bajos precios en el abastecimiento; 
no se tenía en cuenta si yo podía o no algo en esta materia. Me 
sentía presionado por las insistentes peticiones de los hombres 
de bien; no podía hacer frente a las críticas de los desalmados: 
Delegué en un amigo más influyente, no para imponerle esta 
carga a quien de tal modo me había prestado su ayuda (antes 
habría sucumbido yo mismo) sino porque veía lo que todo el 
mundo: que, cuanto esperábamos de Gneo Pompeyo, él lo lle- 
varía fácilmente a cabo con su fidelidad, su sensatez, su valor, 
su autoridad y, en fin, con su éxito 2, 

Así pues, tanto si son los dioses inmortales los que conce- 
den al pueblo romano, como fruto de mi regreso, que, del mis- 
mo modo que con mi partida se produjo escasez en las cose- 
chas, hambre, devastación, asesinatos, incendios, pillajes; 
crímenes sin castigo, huida, miedo y discordia, así también, 
con mi regreso, parezca que vuelven conmigo la fertilidad de 
los campos, la abundancia de las cosechas, la esperanza de 
paz, el sosiego de los espíritus, los tribunales, las leyes, la con: 
cordia del pueblo y la autoridad del senado; como si yo mismo 
he debido prestar alguna ayuda con mi llegada, consejos, auto- 
ridad y diligencia, en pago a tantos beneficios del pueblo ro- 
mano, garantizo, prometo y juro (no digo nada más sino lo su- 
ficiente en estas circunstancias) que la República no llegará a 
la situación crítica a la que se la arrastraba bajo el pretexto del 
aprovisionamiento. 


23 La propuesta de Cicerón en favor de Pompeyo, además de una prueba 
de agradecimiento por el papel desempeñado por el triunviro en su regreso del 
exilio, fue, a juicio de algunos historiadores, una hábil maniobra política. Cf. 
supra, pág. 66, nota 2. 


SOBRE LA CASA 115 


Por lo tanto, ¿se critican mis opiniones cuando cumplo con 
un deber que me concierne a mí de forma especial? Que el 
asunto fue muy grave y de un peligro extremo, no sólo por el 
hambre sino también por la muerte, por los incendios y la de- 
vastación, nadie lo pone en duda puesto que a la situación de 
carestía se unía ese especulador de las miserias comunes que 
encendía siempre sus antorchas criminales en los males de la 
República. Afirma que no debió decidirse nada, de manera ex- 
traordinaria, en favor de una sola persona. No voy a respon- 
derte ya —como a los demás- que a Gneo Pompeyo le fueron 
encomendadas, de forma extraordinaria, las guerras más nu- 
merosas, más peligrosas e importantes por tierra y por mar ?*; 
y que, si alguien se arrepiente de ello, es que se arrepiente de 
la victoria del pueblo romano. 

No es así como voy a tratar contigo. Puedo sostener estas 
ideas con aquellos que defienden que, si hubiera que encomen- 
dar a un solo hombre alguna misión, se la ofrecerían sin dudar- 
lo a Gneo Pompeyo, pero que un poder extraordinario no se lo 
conceden a nadie; que, cuando se le concedió a Pompeyo, ellos 
solían honrar y apoyar esta decisión en atención a la dignidad 
de su persona. Los triunfos de Gneo Pompeyo me impiden elo- 
giar una opinión como ésta; unos triunfos con los que él, cuan- 
do fue llamado de forma extraordinaria para defender la patria, 
acrecentó la gloria del pueblo romano y ennobleció sus domi- 
nios. Aprecio su firmeza, de la que hube de hacer también uso 
yo, pues bajo su responsabilidad llevó a cabo, con poderes ex- 
traordinarios, la guerra contra Mitrídates y Tigranes 2, 


^ Aunque hiperbólico, el elogio que Cicerón dedica a Pompeyo no deja 
de estar justificado: Sicilia, África, la guerra contra los piratas en el 67, la 
campaña contra Mitrídates y Tigranes en el 66, etc. 
25 Ya que Cicerón defendió en su discurso De imperio Cn. Pompei la lex 
Manilia por la que se le concedieron a Pompeyo poderes extraordinarios para ha- 
cer frente a Mitrídates (a quien expulsó del Ponto) y a Tigranes, rey de Armenia. 


— 


9 


20 


2 


v 


116 DISCURSOS 


Pero con ellos puedo, con todo, discutir algo; en cambio, 
(qué desvergüenza tan grande es la tuya que te atreves a decir 
que no se debe dar a nadie poderes extraordinarios? Tú que, ha- 
biendo confiscado con una ley impía, sin instruir un proceso, a 
Ptolomeo, rey de Chipre 26 (hermano del rey de Alejandría y que 
reinaba con el mismo derecho), y habiendo comprometido en el 
crimen al pueblo romano cuando pusiste bajo la protección de 
su imperio el reino, los bienes y la fortuna de aquel con cuyo 
padre, abuelo y antepasados nosotros habíamos sido aliados y 
amigos, que confiaste a Marco Catón la misión de transportar 
sus riquezas y de hacerle la guerra si defendía sus derechos. 

«¡Qué hombre!», dirás, «¡el más integro, prudente, valero- 
so y amigo de la República, de una virtud, sabiduría y conduc- 
ta dignas de alabanza y casi excepcionales!». Pero ¿qué te im- 
porta a ti, que niegas que sea justo que se le encomiende a 
nadie una misión pública de forma extraordinaria? 

En este tema critico únicamente tu inconsecuencia: a aquel 
a quien habías comprometido en este asunto no por su digni- 
dad sino que te lo habías quitado de en medio de acuerdo con 
tus propósitos criminales, a aquel contra quien habías arrojado 
a tus Sergios, Lolios, Titios 27 y demás responsables de muertes 
e incendios, a quien habías llamado verdugo de ciudadanos, 
responsable de la muerte de hombres que no habían sido juz- 
gados y maestro de crueldad 28, de forma nominal y a petición 


26 Ptolomeo, reconocido por Roma rey de Chipre desde el 80, era herma- 
no del rey de Egipto Ptolomeo XII Auletes; durante el tribunado de Clodio fue 
despojado de su reino y Chipre anexionada a la provincia de Cilicia. Catón fue 
el encargado de sustituir la antigua administración de Ptolomeo por la romana 
(dom. 22; 52-53; 65; 129; Sest. 56-57; 60-63; Liv., Perioc. 104; VEL. PATER., 
II 45, 4; PLur., Cic. 34; DióN Casto, XXXVIII 30). 

27 Sobre estos personajes, cf. dom, 13 y 89... 

?8 Por cuanto Catón tuvo una intervención decisiva apoyando medidas 
enérgicas contra Catilina y sus secuaces en el 63 (SaL., Cat. 52-54). 


SOBRE LA CASA 117 


tuya le conferiste este honor y este poder extraordinarios. Ac- 
tuaste con una falta tal de moderación que fuiste incapaz de 
ocultar el motivo de tu actuación criminal. 

En la asamblea leíste una carta que decías te había enviado 
César —«César a Pulcro»—, argumentando además que era 
prueba de amistad el que utilizara únicamente los sobrenom- 
bres y que no añadiera «procónsul» o «tribuno de la plebe» ?9; 
después, que te felicitaba porque habías apartado a Marco Ca- 
tón de tu tribunado y porque lo habías privado en el futuro de 
la libertad de hablar sobre los poderes extraordinarios. Esta 
carta, o nunca te la envió o, si lo hizo, no fue su deseo que se 
leyera en la asamblea. Mas, tanto si te la envió como si te la 
inventaste, con la lectura de esa carta se puso claramente de 
manifiesto tu intención acerca de la misión honorífica de Ca- 
tón 0, 

Pero dejo a un lado a Catón, cuya eximia virtud y digni- 
dad, cuya buena fe y moderación en esta misión que llevó a 
cabo, parecían ocultar la falta de honestidad de tu ley y de tu 
actuación. ¿Qué más? ¿Quién otorgó al hombre más abyecto 
de todos los nacidos, al más criminal, al más impuro ?! la rica 
y fértil Siria, quién el encargo de combatir con los pueblos 
más pacíficos, quién el dinero destinado a la compra de tierras 
y robado de las entrañas del tesoro público, quién un poder ili- 


22 


23 


29 La carta habría sido escrita, pues, con posterioridad al 10 de marzo del ' 


58, que es, según GRIMAL (Études.., op. cit. pág. 95) cuando se produjo la par- 
tida definitiva de César hacia la Galia. 

30 Esta misión honorífica era doble: en Chipre para, tras la expulsión de 
Ptolomeo, organizar la administración romana, y en Bizancio, para repatriar a 
los ciudadanos que se encontraban allí exiliados. Sobre el contenido e inter- 
pretación de esta lex de imperio Catonis, cf. J. P. V. D. BaLspon, «Roman his- 
tory 58-56 B.C. Three Ciceronian problems», JRS 47 (1957), 15-20, y S. L 
Oosr, «Cato Uticensis and the annexation of Cyprus», CP 1955, 89-109. 

31 Para el retrato del cónsul del 58 A, Gabinio, cf. sen. 10-11. 


24 


118 DISCURSOS 


mitado? En realidad, después de haberle concedido Cilicia, 
modificaste el pacto y, de forma igualmente extraordinaria, 
transferiste Cilicia a un pretor 32: de forma nominal entregaste 
Siria a Gabinio aumentándole su recompensa. ¿Qué más? ¿No 
fue al hombre más abominable, al más cruel, al más falaz, al 
más señalado con las manchas de todos los crímenes y desen- 
frenos 33, a Lucio Pisón, a quien de forma nominal entregaste, 
como si estuvieran encadenados y sometidos, unos pueblos li- 
bres, liberados por muchos decretos del senado e, incluso, por 
una reciente ley de su yerno? 34. ¿No es verdad que, a pesar de 
que te pagó con mi sangre la recompensa por tu favor y el pre- 
cio de la provincia, te repartiste con él el tesoro público? 

¿Fue así o no? Las provincias consulares, que Gayo Graco 
—con diferencia el más querido por el pueblo— no sólo no se las 
arrebató al senado sino que, incluso, estableció por ley que de- 
bía ser el senado el que las fijara anualmente, esas provincias, 
que habían sido distribuidas según la ley Sempronia 35 por el 
senado, tú las anulaste y las entregaste, de forma extraordina- 
ria, sin sorteo y nominalmente, no a unos cónsules sino a quie- 
nes eran un azote para la República; ¿nosotros, por haber pues- 
to al frente de una situación extrema y ya casi desesperada, de 
forma nominal, a un hombre egregio que a menudo ha sido ya 
elegido para otras situaciones críticas y extremas de la Repú- 
blica, vamos a ser censurados por ti? 


32 AT. Ampio Balbo. Sobre esta lex de provinciis, cf. sen. 4, nota 5. 

33 Cicerón condensa en cuátro adjetivos el retrato de Lucio Pisón que ha- 
bía desarrollado en sen. 13-15. 

34 En alusión a la lex Julia repetundarum del 59 por la que César preten- 
día poner fin a los excesos y corrupción de los magistrados provinciales. 

35 La lex Sempronia del 123 obligaba al senado a fijar las provincias con- 
sulares con anterioridad a la elección de los magistrados que las ocuparían. 


SOBRE LÁ CASA 119 


¿Qué queda por decir? Si lo que hiciste entonces en medio 
de aquellas tinieblas, de aquellos negros nubarrones y tormen- 
tas de la República, cuando arrancaste el timón al senado, arro- 
jaste al pueblo fuera de la nave % y tú mismo, jefe de piratas, 
navegabas a toda vela en compañía de la más infame tropa de 
ladrones..., si cuanto entonces promulgaste, decidiste, prome- 
tiste y vendiste hubieses podido llevarlo a término, ¿qué lugar 
de la tierra habría quedado libre de las fasces extraordinarias y 
de la tiranía clodiana? 

Pero estalló finalmente la indignación de Gneo Pompeyo 
(voy a expresar en su presencia lo que sentí y siento, sea cual 
sea el ánimo con que me vaya a escuchar), estalló —repito— fi- 
nalmente la indignación de Gneo Pompeyo que había estado 
demasiado tiempo reprimida ?? y oculta en el fondo de su alma: 
acudió al momento en ayuda de la Repüblica y levantó con la 
esperanza de la libertad y de su antigua dignidad a una ciudad 
abatida, disminuida y debilitada por las desgracias, y sumida 
en el miedo. ¿No debió ponerse a este hombre, de forma extra- 
ordinaria, al frente del aprovisionamiento de trigo? Por supues- 
to, tú confiaste, mediante una ley tuya, todo el trigo privado y 
público, todas las provincias que lo proporcionan, todos los ad- 
judicatarios, todas las llaves de los graneros al libertino más 
inmundo, degustador de tus placeres, al hombre más miserable 
y criminal, a Sexto Clodio 38, alguien de tu propia sangre que, 


36 Sobre este tópico de la nave del Estado, tan frecuente en Cicerón, cf. 
Sest. 45, nota 61. 

37 De nuevo una velada crítica a la actitud de Pompeyo que, maniatado 
primero por los compromisos del triunvirato, abandonó a Cicerón y, temeroso 
después de su seguridad personal, tardó en hacer frente a la violencia política 
de Clodio. 

38 Sexto Clodio (sobre su nombre y el parentesco con P. Clodio, cf. dom. 
47, nota 65) fue un fiel colaborador del tribuno del 58 y, al parecer (dom 44 
48; 83), redactor de gran parte de sus leyes. Una de ellas establecía ]d grawi- 


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26 


120 DISCURSOS 


con su lengua, apartó de tu lado incluso a tu propia hermana; a 
partir de esta ley tuya se produjo primero la carestía y después 
la escasez. Era el hambre, los incendios, las muertes, el pillaje 
lo que se nos venía encima; tu furor se cernía sobre las fortu- 
nas y los bienes de todo el mundo. 

¡Se queja además, este azote cruel, de que el trigo fuese 
arrancado de la boca más impura, la de Sexto Clodio, y de que, 
en medio de un peligro extremo, la República implorara la 
ayuda del hombre por quien -según recordaba- a menudo ha- 
bía sido salvada y colmada de gloria! A Clodio no le gusta 
nada que se actúe de forma extraordinaria. ¿Por qué razón? 
¿La ley que dices presentaste sobre mi persona tú, asesino de 
tu padre, de tu hermano y de tu hermana, acaso no la presen- 
taste de forma excepcional? ¿Así que por la perdición de un 
ciudadano que era el salvador de la República (tal como ya to- 
dos los dioses y hombres proclamán) y que no sólo no había 
sido condenado sino ni tan siquiera juzgado (como, por lo de- 
más, tú mismo admites), te fue permitido presentar, no una ley 
sino un «privilegio» 32 infame a pesar del llanto del senado, de 
los lamentos de toda la gente de bien, rechazadas las súplicas 
de Italia entera y con la República presa y oprimida? ¿A mí, en 


dad del reparto de alimentos (Sest. 55; Dión Casio, XXXVII 13) entre la ple- 
be. Pues bien, pese a las palabras de Cicerón, no parece verosímil que, para la 
aplicación de esta lex frumentaria, P. Clodio concediera la cura annonae a su 
escriba Sexto Clodio, ya que se trataba de un cargo limitado a los senadores y 
sujeto a un estricto control por parte del senado; parece, más bien, que Sexto 
colaboró simplemente en el proceso de abastecimiento. 

39 «Las leyes sagradas, las Doce Tablas prohíben que se legisle contra ciu- 
dadanos particulares: en eso consiste el “privilegio”» (dom. 43). Q. Terencio 
Culeón, uno de los tribunos partidarios de Cicerón, pensaba invocar precisa- 
mente este carácter de privilegium de la lex de exsilio (ut M. Tullio aqua et 
igni interdictum sit) para declararla nula. De acuerdo con esta idea, L. Cota 
propuso hacer llamar a Cicerón mediante un senadoconsulto (Sest. 73). 





SOBRE LA CASA 121 


cambio, ante las súplicas del pueblo romano, las exigencias del 
senado y la presión de la situación pública, no me estuvo per- 
mitido expresar mi propuesta acerca de la salvación del pueblo 
romano? 

Si con mi propuesta se acrecentó realmente el prestigio de 
Gneo Pompeyo al asociarlo al interés general, yo debería sin 
duda ser elogiado en el caso de que pareciera que he favoreci- 
do el prestigio de aquel que había aportado ayuda y socorro a 
mi persona. 

¡Abandonen, abandonen esos hombres la esperanza de po- 
der quebrantarme, después de haber sido restablecido, con las 
mismas maquinaciones con las que antes provocaron mi caída! 
Pues, ¿qué dos amigos consulares hubo nunca en esta ciudad 
tan unidos como lo hemos estado Gneo Pompeyo y yo? 40, 
¿Quién ha hablado de manera más brillante de su prestigio 
ante el pueblo romano? ¿Quién más frecuentemente en el sena- 
do? ¿Qué esfuerzo tan grande hubo, qué rivalidad o qué con- 
flicto que yo no afrontara en defensa de su prestigio? ¿Qué ho- 
nor hacia mi persona, qué apología elogiosa, qué recompensa a 
mi afecto fue omitida por él? 

Esta unión entre nosotros, esta alianza para una recta admi- 
nistración del Estado, esta gratísima comunidad de vida y de 
obligaciones de todo tipo, algunos individuos la quebrantaron 
con palabras inventadas y falsas acusaciones aconsejándole a 
él que tuviera cuidado conmigo y desconfiara de mí *!, y di- 


4 Pese a las afirmaciones de Cicerón, su relación con Pompeyo (condicio- 
nada más por intereses políticos que por una auténtica simpatía personal) su- 
frió continuos vaivenes a lo largo de estos años. Para su estudio, cf., por ejem- 
plo, los trabajos de A. MicHEL («Cicéron, Pompée et la guerre civile: 
rhétorique et philosophie dans la correspondance», AAntHung 25 (1977), 393- 
403) y J. BÉRANGER («Cicéron entre Pompée et César», Cahiers de la Revue 
Vaudoise (1946), 41-54). 

^! Sobre esta campaña de difamación, cf. Sest. 41. 


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122 DISCURSOS 


ciéndome al mismo tiempo a mí que él era mi peor enemigo, 
de suerte que ni yo era capaz de la osadía suficiente como para 
pedirle lo que era mi obligación, ni él, exacerbado por tantas 
sospechas y por la maldad de determinados individuos, podía 
prometerme con suficiente determinación cuanto mis circuns- 
tancias personales exigían. 

El precio que he pagado por mi error ha sido grande, pontí- 
fices, de modo que no sólo me lamento sino que, además, me 
avergüenzo de mi estupidez, yo, que, habiéndome unido a este 
hombre tan esforzado y famoso no ya una circunstancia perso- 
nal imprevista sino unos proyectos antiguos, emprendidos y 
meditados mucho antes, consentí verme apartado de semejante 
amistad y no me di cuenta de quiénes eran aquellos a los que, 
o bien debía hacerles frente como declarados enemigos, o bien 
no darles crédito como a amigos insidiosos. Por consiguiente, 
que de una vez por todas dejen de soliviantarme con las mis- 
mas palabras: «¿Qué es lo que ése pretende? ¿No conoce el 
poder de su autoridad, las hazañas que realizó, la dignidad que 
se le ha restituido? ¿Por qué honra a aquél por quien fue aban- 
donado?» 42, 

En realidad, ni creo haber sido entonces abandonado (sino 
casi entregado a mi suerte) ni pienso que deba poner al descu- 
bierto qué es lo que se hizo contra mí en aquel incendio de la 
República, ni cómo, ni por quién. Si resultó provechoso para la 
República que yo solo apurara por todos aquella desgracia tan 


42 No sólo los enemigos de Cicerón le recordaban a menudo la traición de 
Pompeyo por negarse incluso a recibirlo cuando éste acudió a su villa de Alba 
para solicitar su ayuda contra la lex de capite dictada por Clodio (Pis. 76); el 
propio orador (de forma velada —dom. 8; 25- en los discursos y más abierta- 
mente en su correspondencia) criticará también esta actitud que Pompeyo la- 
mentaría más tarde: «se reprendía a sí mismo por haber abandonado a Cice- 
rón; de ahí que, arrepentido, trabajara con todos los medios para procurar su 
vuelta...» (PLur., Cic. 33). 


SOBRE LA CASÁ 123 


indigna, también es provechoso que oculte y calle los nombres 
de aquellos por cuya acción criminal esto se llevó a cabo. Mas 
sería propio de un hombre desagradecido callar (así es que lo 
proclamo con mucho gusto) que Gneo Pompeyo ha trabajado 
por mi regreso, tanto como cualquiera de vosotros, con su em- 
peño, con su autoridad, con sus recursos, con sus súplicas y, en 
fin, como el que más, con su propio peligro ^. 

Éste, Publio Léntulo, fue partícipe de todas tus decisiones 
cuando tú día y noche no pensabas en otra cosa que no fuera 
mi regreso. Él fue para tí el consejero más influyente para or- 
ganizar la empresa, el aliado más fiel en su ejecución y el más 
esforzado colaborador para su conclusión: recorrió municipios 
y colonias; imploró la ayuda de Italia entera, que me era favo- 
rable; fue el primero en el senado en presentar la propuesta; 
también él, después de presentarla, hizo una viva solicitud al 
pueblo romano en favor de mi regreso. 

Por lo tanto, ya puedes dejar de decir esa frase que acos- 
tumbras: que los ánimos de los pontífices se modificaron des- 
pués que expresé mi propuesta sobre el aprovisionamiento; 
como si, en realidad, tuvieran una opinión sobre Gneo Pompe- 
yo distinta a la mía o como si ignoraran lo que debí hacer a la 
vista de la expectación del pueblo romano, de los merecimien- 
tos de Gneo Pompeyo hacia mi persona y de las exigencias de 
la situación; o, incluso, (en el caso de que mi proposición ofen- 
diera realmente —lo que estoy seguro que no es así- el ánimo 
firme de algún pontífice) como si un pontífice en materia reli- 
giosa y un ciudadano en cuestiones políticas fueran a tomar 
una decisión de forma distinta a como les hubieran obligado 
bien el derecho religioso, bien el interés público. 


: 43 Sobre la actividad de Léntulo y Pompeyo en favor del regreso de Cice- 
rón, cf. supra, págs. 20-22, 


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124 DISCURSOS 


Soy consciente, pontífices, de que me he alejado de la causa 
que nos ocupa más de lo que creía o deseaba ^^. Pero, además 
de mi deseo de justificarme ante vosotros, vuestra benevolencia 
al escucharme con tanta atención ha hecho que prolongue mi 
discurso. A cambio os compensaré con la brevedad de la parte 
del discurso que hace referencia a la propia causa y a vuestra 
instrucción. Ya que la causa atañe a la vez al derecho religioso 
y al público, voy a dejar a un lado el aspecto religioso, que es 
mucho más prolijo: hablaré del derecho público. 

¿Hay, en efecto, algo más pretencioso que intentar enseñar 
al colegio de los pontífices cuanto atañe a la religión, a las 
cuestiones sagradas, a las ceremonias y al culto? ¿O, en el caso 
de descubrir algo en vuestros libros sagrados, tan necio como 
contároslo a vosotros? ¿O tan indiscreto como pretender cono- 
cer cuanto nuestros antepasados desearon que sólo a vosotros 
se os consultara y sólo vosotros supierais? 

Afirmo que, de acuerdo con el derecho público y las leyes 
con las que se gobierna esta ciudad, ningún ciudadano podía 
sufrir una desgracia semejante sin un juicio previo. Sostengo 
que existía ya este derecho en esta ciudad incluso en la época 
de los reyes, que nos ha sido legado por nuestros antepasados, 
que, en fin, es propio de una ciudad libre que nada de la vida o 
de los bienes de un ciudadano pueda sufrir menoscabo sin el 
juicio del senado, del pueblo o de quienes hayan sido designa- 
dos jueces para cada caso. 


^^ Con esta transición, el orador da por finalizado su largo excursus ($ 3- 
31) sobre su actitud en la concesión de poderes extraordinarios a Pompeyo. 
Podría pensarse que Cicerón va a abordar ya directamente el tema de la con- 
sagración de su casa, pero lo que hace es relacionarlo con el problema de la 
legalidad de su exilio ($ 32-34), un problema que desarrollará extensamente 
(8 34-99). 


SOBRE LA TASA 125 


¿No te das cuenta de que no elimino de raíz todas tus dis- 
posiciones ni sostengo —algo por lo demás evidente- que tú no 
hiciste nada de forma legal, que no fuiste tribuno de la plebe y 
que en la actualidad sigues siendo un patricio? Estoy hablando 
ante los pontífices; los augures están presentes; voy a tratar de 
lleno sobre el derecho público. 

¿En qué consiste, pontífices, el derecho de adopción? 4. 
Sin duda, en que ejerza la adopción quien ya no puede tener 
hijos, pero intentó tenerlos cuando podía. Además se acostum- 
bra a consultar al colegio de pontífices sobre cuál es el motivo 
de adopción que tiene cada uno, cuál es su situación familiar, 
social y religiosa. De estas cuestiones, ¿qué es lo que se ha 
consultado en esta adopción? Un hombre de veinte años, e in- 
cluso menor, adopta a un senador. ¿Para tener hijos? Pero pue- 
de engendrar, tiene una mujer y de ella tendrá hijos. El padre, 
por tanto, desheredará al hijo. 

¿Por qué, en lo que a ti respecta, van a desaparecer los cul- 
tos de la familia Clodia? Todo esto debió ser del conocimiento 
de los pontífices en el momento en que eras adoptado. A no ser 
que, tal vez, se te preguntara si pretendías perturbar la Repú- 
blica con sediciones y ser adoptado por este motivo: no para 


45 Cicerón en $ 33 señala que va a abordar el carácter ilegal de la lex de 
exsilio pero, para ello, retrocede en el tiempo para tratar la adopción plebeya 
de Clodio; al considerarla nula, convierte también en nulo su tribunado y las 
leyes que en él presentó. Aunque lógicamente relacionado con el exilio de Ci- 
cerón y la consagración de su casa, el tema de la adopción de Clodio presenta 
en este discurso una cierta autonomía y un tratamiento estructurado (cf. J. 
VERNAccHIa, «L'adozione di Clodio», art. cit., págs. 201-202): introducción y 
puntualizaciones al problema, discurso a los pontífices y augures, y conclu- 
sión final. El argumento es abordado, a su vez, desde tres puntos de vista: de- 
recho sagrado, derecho augural y derecho constitucional. La autonomía del 
pasaje se observa, además, por el hecho de iniciarse ($ 34) y finalizar ($ 42) 
con la misma idea: «te das cuenta de que no fuiste tribuno de la plebe». 


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126 DISCURSOS 


ser su hijo sino para convertirte en tribuno de la plebe y sub- 
vertir completamente la ciudad 46, Respondiste, sin duda, que 
esa era tu intención. A los pontífices les pareció una buena 
causa: dieron su aprobación. No se investigó la edad del padre 
adoptivo como en el caso de Gneo Aufidio y Marco Pupio, los 
cuales en su extrema vejez adoptaron -según recordamos- el 
uno a Orestes, el otro a Pisón ^", unas adopciones que, como 
otras muchas, han conllevado el derecho de sucesión sobre el 
nombre, la fortuna y el culto. Tú no eres -como debías serlo- 
un Fonteyo ni el heredero de tu padre, ni has participado en las 
ceremonias de tu familia adoptiva después de abandonar los ri- 
tos sagrados de tus padres ^5. De este modo, perturbados los 
cultos, contaminadas las familias (tanto la que has abandonado 
como la que has mancillado) y después de renunciar a un dere- 
cho legítimo en los ciudadanos romanos, el de la tutela y la he- 


46 Éste fue sin duda el motivo de la adopción: Clodio no podía acceder al 
tribunado de la plebe por su condición de patricio. Después de algunos inten- 
tos fallidos por culpa de la oposición de CICERÓN (Att. 1 18, 4; I 19, 5; II 1, 4; 
DióN Casio, XXXVII 51) acabó siendo adoptado por P. Fonteyo en marzo del 
59: con el apoyo explícito de César (como Pontífice Máximo) y de Pompeyo 
(en su calidad de augur) la adopción se llevó a cabo en tres horas (dom. 41). 

47 Gneo Aufidio fue pretor en el 108 y Calpurnio Pisón cónsul en el 61. 
Para estos y otros ejemplos de patricios adoptados por plebeyos, cf. M. H. 
Prevost, Les adoptions politiques sous la République et le Principat, París, 
1949, pág. 26 ss. La primera causa de la nulidad de la adopción de Clodio es- 
taría, pues, en la juventud de Fonteyo que apenas contaba con veinte años, 
Para un análisis de las causas de nulidad expuestas por Cicerón y su discusión 
(la edad de Pompeyo, la intención fraudulenta, la obnuntiatio de Bíbulo y el 
cumplimiento de los plazos legales) cf. P. WuiLLEUMIER, Cicéron. Discours 
XIII..., op. cit., pág. 8 y, sobre todo, J. VERNACCHIA, «L'adozione di Clodio», 
art. cit., págs. 208-209, que refuta los argumentos del filólogo francés. 

48 La detestatio sacrorum suponía la renuncia pública, en los comitia ca- 
lata, al culto familiar y la debía hacer aquel que quisiera pasar de una gens a 
otra. 


SOBRE LA'CASA 127 


rencia, te has convertido, en contra de las leyes humanas y di- 
vinas, en hijo de aquel de quien, por la edad, podrías ser padre. 

Estoy hablando ante los pontífices: afirmo que esta adop- 
ción no se ha realizado de acuerdo con el derecho pontifical, 
primeramente porque vuestras edades son tales que quien te 
adoptó pudo, por su edad, ocupar bien el lugar de hijo tuyo 
bien el lugar que ocupó; además, porque suele exigirse como 
motivo de adopción que la realice aquel que pretende confor- 
me al derecho legal y pontifical lo que ya no puede conseguir 
por naturaleza, y la realice de modo que no sufra menoscabo 
alguno el honor de la familia o el carácter sagrado de los cul- 
tos; y sobre todo, que no se emplee ninguna impostura, ningún 
fraude ni engaño, a fin de que esta adopción simulada de un 
hijo parezca haber imitado con la mayor exactitud el hecho 
real de engendrarlos. 

¿Qué mayor impostura existe que el que un jovencito im- 
berbe, con buena salud y casado, venga y diga que desea adop- 
tar como hijo a un senador del pueblo romano; que, además, 
todo el mundo sepa y vea que es adoptado, no para convertirse 
en hijo sino para abandonar la condición de patricio y poder 
convertirse en tribuno de la plebe? Y no se hace a escondidas; 
pues, una vez adoptado, de inmediato se le emancipa para que 
no sea hijo de quien lo adoptó. ¿Cuál es, por tanto, el motivo 
de la adopción? Aprobad este género de adopción y pronto ha- 
brán desaparecido todos los cultos sagrados de los que voso- 
tros debéis ser guardianes: no quedará ya patricio alguno. Pues 
¿quién no querría que se le permitiera convertirse en tribuno 
de la plebe, tener un acceso algo más fácil al consulado y al- 
canzar un sacerdocio cuando le fuera posible ya que este pues- 
to no lo ocuparía un patricio? Cada vez que a alguien se le pre- 
sente una ocasión por la que le resulte más beneficioso ser 
plebeyo, se dejará adoptar por estas mismas razones. De este 
modo en poco tiempo el pueblo romano carecerá de un rey de 


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128 DISCURSOS 


los sacrificios, de flámines y de salios %, de la mitad de los res- 
tantes sacerdotes y de los que aprueban los comicios centuria- 
dos y curiados; y los auspicios del pueblo romano, si no se eli- 
gen magistrados patricios, necesariamente desaparecerán a 
falta de un interrey ya que éste mismo debe ser obligatoria- 
mente un patricio y ser designado por patricios. He sostenido 
ante los pontífices que esa adopción tuya no ha sido aprobada 
por decreto alguno de este colegio, que ha sido realizada en 
contra de todo derecho pontifical y que debe ser considerada 
nula; comprendes que, al ser invalidada, todo tu tribunado ha 
dejado de tener valor. 

Paso ahora a los augures 5, cuyos libros —algunos de ellos 
secretos— no voy a examinar: no tengo curiosidad por conocer 
en profundidad el derecho de los augures. Conozco lo que he 
aprendido junto con el pueblo, lo que a menudo se ha respon- 
dido en las asambleas. Afirman qué es sacrílego celebrar comi- 


42 El rey de los sacrificios (rex sacrorum), aunque inferior en la jerarquía 
al Pontífice Máximo, era el cargo sacerdotal que gozaba de mayor prestigio; 
de carácter vitalicio y restringido a los patricios, era incompatible con el de- 
sempefio de cualquier magistratura. Sacerdote de Jano, presidía los comitia 
calata en las nonas de cada mes, anunciando los días de fiesta. A su vez, los 
flámines, quince en total, eran sacerdotes de una divinidad particular; el más 
importante era el flamen Dial (de Jápiter) que tenía el privilegio de la silla cu- 
rul y un puesto en el senado. Por áltimo, el colegio sacerdotal de los Salios es- 
taba compuesto por 24 miembros (12 consagrados a Marte y 12 a Quirino) y 
lo más característico de su ritual eran las danzas que ejecutaban en la proce- 
sión del 1 de marzo. 3 

50 Los augures, al parecer los sacerdotes más antiguos de Roma y encar- 
gados de consultar los auspicios, formaban un colegio cuyo número fue va- 
riando con el tiempo (3 en sus orígenes, 17 en época de César). El cargo era 
vitalicio (Cicerón fue augur en el 52), de gran prestigio y compatible con las 
magistraturas. Cf. J. CONTRERAS et alii, Diccionario de la religión romaria, 
Madrid, 1992, págs. 14-15, obra que nos ha sido de gran utilidad para la defi- 
nición de los términos religiosos. d 


SOBRE LÁ CASA 129 


cios cuando se ha practicado la observación del cielo 5!. ¿Te 
atreves a negar que se observó el cielo el día en que se dice 
que fue presentada una ley curiata acerca de ti? Está presente 
aquí Marco Bíbulo, hombre de singular virtud, firmeza y auto- 
ridad. Sostengo firmemente que este cónsul llevó a cabo, pre- 
cisamente en aquel día, la observación del cielo 32, «¿Anulas, 
por tanto, las acciones de Gayo César, un hombre tan valero- 
so?» En absoluto; no tengo ya ningún interés, después de reci- 
bir aquellos dardos que, surgidos de sus medidas, se lanzaron 
contra mi cuerpo. 

En cambio, las cuestiones relativas a los auspicios, que es- 
toy tratatando en este momento de forma muy breve, han sido 
responsabilidad tuya: fuiste tú quien, ante la ruina y debilidad 
de tu tribunado, te erigiste de repente en defensor de los auspi- 
cios. Hiciste que Marco Bíbulo y los augures se presentaran 
ante la asamblea. A tus preguntas los augures respondieron 
que, cuando se ha llevado a cabo la observación del cielo, no 
es posible celebrar unos comicios; a requerimiento tuyo Marco 
Bíbulo respondió que había observado el cielo y declaró lo 
mismo en la asamblea después de ser convocado por tu herma- 
no Apio 3: que en realidad tú no habías sido tribuno, ya que 
habías sido adoptado en contra de los auspicios. Finalmente 
toda tu actuación en los meses siguientes consistió en sostener 
que debía ser abolido por el senado todo cuanto César había 


51 Para un comentario detallado del significado de esta frase, cf. R. G. 
NisBET, M. T. Ciceronis De domo..., op. cit., págs. 202-203. 

52 M. Calpurnio Bíbulo (cónsul en el 59) había utilizado la supuesta ob- 
servación en el cielo de signos desfavorables para oponerse a la adopción de 
Clodio y, sobre todo, para impedir la aprobación de las medidas legales (acta 
Caesaris) de Julio César, su colega en el consulado (Vat. 21, nota 37, Att. II 
21, 5; Fam. 19, 7; DióN Casio, XXXVIII 16). 

33 Apio Claudio Pulcro, cónsul en el 54 y, según dom. 87, pretor en el 57. 


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130 DISCURSOS 


realizado, ya que lo había sido en contra de los auspicios 54. Si 
así se hacía, decías que tú, sobre tus hombros, me traerías a la 
ciudad como a su salvador. Contemplad la demencia de este 
hombre; ¡(como si el mismo) a lo largo de su tribunado no se 
encontrara estrechamente unido a las acciones de César! 

Si tanto los pontífices -de acuerdo con el derecho divino— 
como los augures —por la santidad de los augurios- están echan- 
do por tierra todo tu tribunado, ¿qué más quieres?, ¿alguna 
cuestión de derecho püblico y constitucional más clara todavía? 

Aproximadamente a la hora sexta del día en que defendía a 
mi colega Gayo Antonio me quejé, en el juicio, de algunas 
cuestiones püblicas que me parecían pertinentes en relación 
con la causa de este desdichado 35, Estas palabras unos hom- 
bres desalmados se las refirieron a ciertos personajes influyen- 
tes 56 de forma muy distinta a como habían sido pronunciadas 
por mí. En la hora nona de aquel mismo día tú fuiste adoptado. 
Si el plazo (que en las restantes leyes debe ser de tres días de 


54 Ante la rogatio (26 de noviembre del 58) del tribuno designado T. Fa- 
dio en favor del regreso de Cicerón (sen. 21), Clodio puso como condición 
para aceptarla la abolición de las leyes de César durante su consulado en el 59, 
una propuesta sorprendente (que habría conllevado la nulidad de su adopción 
y. por tanto, de su tribunado) con la que Clodio, mediante una hábil maniobra; 
buscaba confundir y dividir a los optimates (cf. L. G. Pocock, «Publius Clo-, 
dius and the Acta of Caesar”, CQ 18 (1924), 59-65, y 19 (1925), 182-185). 

55 Gayo Antonio Hybrida, colega de Cicerón en el consulado del 63, pese 
a la defensa del orador, fue condenado al exilio en marzo del 59, acusado de 
maiestate en el desempeño de su proconsulado en Macedonia (cf. Sest. 13, 
nota 20). Precisamente, durante el proceso, Cicerón atacó abiertamente a Cé: 
sar (y, en especial, su ley agraria), por lo que ese mismo día el triunviro, en su 
calidad de Pontífice Máximo, hizo aprobar la lex curiata de adoptione (DióN: 
Casio, XXXVIII 10, 4; Suer., Caes. 20, 4): Clodio, futuro tribuno, se conver» 
tía así en el mejor instrumento para frenar la oposición de Cicerón. 

56 Es decir, a César y, posiblemente, a Pompeyo que, en su calidad de au: 
gur, consintió la adopción de Clodio. 


SOBRE LÁ CASA 131 


mercado) 5? en la adopción basta que sea de tres horas, no ten- 
go nada que criticar; pero si han de ser observados los mismos 
plazos, el senado decidió que el pueblo no estaba sometido a 
las leyes de Marco Druso 58 que habían sido presentadas contra 
la ley Cecilia y Didia. 

Te das cuenta ahora de que no fuiste tribuno de la plebe de 
acuerdo con ningún tipo de derecho, sea el que se encuentra en 
la religión, en los auspicios o en las leyes. Pero yo, no sin ra- 
zón, dejo a un lado todo esto. En efecto, veo que algunos ciuda- 
danos muy distinguidos, los primeros de la ciudad, han juzgado 
en varias ocasiones que podías legalmente haber convocado al 
pueblo; es más, éstos, aunque, tratándose de mí, admitían que 
por culpa de tu proposición la República había sido llevada a su 
destrucción, con todo reconocían que esta destrucción, aunque 
funesta y cruel, se había establecido de acuerdo con el derecho; 
afirmaban que habías provocado la destrucción de la República 
por haber presentado una proposición contra un ciudadano tan 
benemérito para con ella, pero que habías actuado legalmente 
ya que la habías presentado sin auspicios en contra 5°. Se nos 
permitirá, por tanto —segün pienso— no refutar las actuaciones 
sobre las que -tal como sostuvieron aquéllos- se había consti- 
tuido tu tribunado. 


. 57 Sobre el significado de la expresión trinum nundinum, cf. dom. 45, nota 
62. 

38 M, Livio Druso (tribuno en el 91) no respetó el plazo legal de 24 días 
entre la presentación de una ley (rogatio) y su votación; además (dom. 50) pre- 
tendió una única votación sobre el conjunto de las leyes presentadas, algo tam- 
bién ilegal ya que contravenía la ley Cecilia Didia (cf. Sest. 135, nota 194). 

59 Con estas palabras Cicerón está, en cierto modo, admitiendo que la ac- 
tuación de Clodio contra él durante su tribunado se ajustaba a la legalidad. De 
ahí también que la mayoría de los amigos del orador considerara conveniente 
derogar la lex de exsilio mediante otra nueva, una medida innecesaria si dicha 
ley hubiera sido legalmente nula. 


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132 DISCURSOS 


De acuerdo en que fuiste tribuno de la plebe de forma tan 
jurídica y legal como lo fue este mismo Publio Servilio 99, un 
hombre muy famoso e importante desde cualquier punto de 
vista: ¿con qué derecho, siguiendo qué costumbres, con qué 
precedentes presentaste una ley, de forma nominal, contra la 
vida de un ciudadano no condenado? 

Las leyes sagradas, las Doce Tablas prohíben que se legisle 
contra ciudadanos particulares: en eso consiste el «privilegio», 
Nunca nadie lo propuso; no hay nada más cruel, nada más per- 
nicioso, nada más intolerable para esta ciudad. El nombre 
aquel, tan lamentable, de la proscripción y todo el horror de la 
época de Sila 9! ¿qué tienen que destaque de modo especial 
como recuerdo de crueldad? En mi opinión, el castigo que se 
decidió, sin juicio y de forma nominal, contra ciudadanos ro- 
manos. 

En consecuencia, pontífices, ; concederéis a un tribuno de 
la plebe, con vuestra decisión y autoridad, la potestad de poder 
proscribir a cuantos se le antoje? Os pregunto, entonces, qué 
es, sino proscribir el «quered y ordenad que Marco Tulio que- 
de fuera de la ciudad y que sus bienes pasen a mi propiedad»; 
Pues eso es lo que propuso en realidad, aunque con otras pala- 
bras. ¿Es esto un plebiscito? ¿Es esto una ley, una proposi- 
ción? ¿Podéis vosotros consentir, puede soportar la ciudad que 
cada uno de sus ciudadanos sea expulsado de ella de acuerdo 
con una simple frase? En verdad yo ya lo he sufrido cumplida- 
mente; no tengo miedo a violencia o ataque alguno; he satisfe- 
cho los ánimos de los envidiosos, he aplacado los odios de los 
desalmados, he saciado la perfidia y los propósitos criminales 


$0 Sobre P. Servilio, cf. sen. 25, dom. 133 y notas. 

él Alusión a la dictadura de Sila (82 a. C.) y a sus famosas proscripciones 
(PLur., Sila 31): los nombres de sus enemigos políticos fueron expuestos pú- 
blicamente y los delatores recompensados con dinero del erario püblico. 


SOBRE LÁ CASA 133 


de los traidores; en fín, respecto a mi causa, que parecía hecha 
a propósito para excitar la envidia de ciudadanos indignos, ya 
han emitido su juicio todas las ciudades, todos los estamentos, 
todos los dioses y hombres. 

De acuerdo con vuestra autoridad y sabiduría debéis mirar, 
` pontífices, por vosotros mismos, por vuestros hijos y por el 
resto de los ciudadanos. Pues, si los juicios del pueblo han sido 
reglamentados por nuestros antepasados con gran moderación, 
estableciendo, en primer lugar, que no se mezcle una pena ca- 
pital con cuestiones pecuniarias, en segundo lugar, que no se 
acuse a nadie sin haberse fijado un día, que por tres veces un 
inagistrado formule la acusación con un día de intervalo antes 
de proponer la imposición de una multa o de un juicio, que una 
cuarta acusación se haga con un intervalo de tres mercados € 
después de haberse fijado el día en el que tendrá lugar el jui- 
cio; así también se concedieron muchos medios a los acusados 
para alcanzar compasión y misericordia; además el pueblo es 
indulgente y resulta fácil el voto de gracia; por último, si algu- 
na razón justificada o debida a los auspicios hizo que quedara 
descartado aquel día, toda la causa y el proceso han quedado 
sin efecto. Siendo éstas las condiciones jurídicas cuando existe 


;, 2 Las nundinae o mercados eran así llamadas porque se celebraban cada 
nueve días (marcando, pues, el comienzo de una auténtica «semana» de ocho 
días). El problema radica en saber si la expresión trinum nundinum («tres días 
de mercado») designa el espacio que separa tres mercados consecutivos, es 
decir, 8 + (8 + 1) = 17 días, o bien tres semanas nundinales enteras, es decir, 
8 x 3 = 24 días. Esta cuestión resulta capital para el establecimiento de la cro- 
nología de la vida política de los años 58 y 57 (condena de Cicerón, exilio y 
regreso), ya que, entre otros, señala el plazo mínimo legal entre la presenta- 
ción de una ley y su votación. Para-una explicación detallada, cf. P. GRIMAL, 
Études..., op. cit, págs. 16-21, quien se decanta por el plazo de 24 días. Cf. 
asimismo, A. W. LINTTOT, «Trinundinum», CQ 15 (1965), 281-285, y «Nundi- 
nae and the chronology of the Late Republic», CQ 18 (1968), 189-194. 


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134 DISCURSOS 


una inculpación, un acusador y unos testigos, ¿hay algo más 
indigno que el que unos desaprensivos, asesinos, indigentes y 
desalmados presenten a votación la vida, los hijos y los bienes 
de quien no ha sido obligado a comparecer ni citado ni acusa- 
do, y que este voto se considere una ley? 

Si fue capaz de esto contra mí, a quien protegían mi carrera 
política, mi situación social, mi causa y la República, cuyos 
bienes, en fin, no eran reclamados y que no tenía en contra 
nada excepto un transtorno del orden establecido y un cambio 
en la situación general, ¿que ocurrirá finalmente a aquellos 
cuya vida transcurre lejos de los honores del pueblo y de esta 
influencia notoria, pero que tienen tanto dinero que provocan el 
deseo de demasiada gente pobre, de derrochadores y de nobles? 

Concededle esta licencia a un tribuno de la plebe y obser- 
vad con atención durante algún tiempo a la juventud y, sobre 
todo, a aquellos que parecen aguardar ya con impaciencia y 
con ambición la potestad tribunicia: a fe que, una vez confir- 
mado este derecho, se encontrarán todos los colegios de tribu- 
nos de la plebe dispuestos a organizar sociedades con los bie- 
nes de los hombres más adinerados, sobre todo porque, junto.a 
la esperanza del reparto, se presentaría el botín como si fuera 
del pueblo. 

Pero ¿qué ha propuesto este experto y hábil redactor de le- 
yes? 8, «¿Que aprobéis y ordenéis que a Marco Tulio se le pro- 
híban el agua y el fuego?». ¡Qué crueldad, qué actuación más 
abominable y que ni siquiera en el caso del ciudadano más cri- 
minal debe ser sufrida sin un juicio previo! No propuso «que 
se le prohíba». ¿Qué, entonces? «Que se le ha prohibido» 64, 


$3 Es decir, Sexto Clodio, cf. infra, nota 65. 

64 La fórmula ut interdictum sit, al utilizar el perfecto de subjuntivo, im- 
plicaba que la interdictio misma (y no solamente el exilio) se presentaba como 
una situación adquirida (Cicerón había abandonado ya Roma cuando se pre- 


SOBRE LA CASA 135 


¡Oh inmundicia, monstruo, criminal! ¿Ésta es la ley, más sucia 
que su propia lengua, que te redactó Clodio: que esté en entre- 
dicho aquel contra quien no se ha pronunciado un interdicto? 
Mi querido Sexto, con tu permiso, puesto que eres ya hábil en 
la dialéctica y gustas también de estas cuestiones 9, ¿puede 
presentarse ante el pueblo una proposición o ser ratificada con 
alguna fórmula o confirmada por una votación, en el sentido de 
que se ha hecho lo que no se ha hecho? 

Con este redactor, con este consejero, con este servidor, el 
más impuro no sólo de todos los bípedos sino también de los 
cuadrúpedos 96, has echado a perder a la República: no eras tan 
necio ni tan insensato como para ignorar que era Clodio el que 
actuaba en contra de las leyes y otros los que solían redactar- 
las. Pero no tuviste ninguna autoridad sobre ellos ni sobre los 
demás, en los que había alguna moderación; no has podido ser- 


sentó la lex de exsilio) y no con un efecto retroactivo (dom, 82; Sest. 65). Para 
el comentario de esta fórmula, cf. R. G. Nisser, M. T. Ciceronis De domo..., 
op. cit., págs. 204-205. 

65 P. Clodio, siguiendo la costumbre de los magistrados rogatores que de- 
jaban la tarea técnica de la redacción de sus leyes en manos de especialistas en 
derecho, confió la redacción de la rogatio de la lex de exsilio a un scriptor que 
la tradición manuscrita llama Sexto Clodio o Cloelio. El nombre mismo del 
personaje presenta, pues, problemas. J. M. FLAMBARD («Nouvel examen d'un 
dossier prosopographique: le cas de Sex. Clodius / Cloelius», MEFR 90 
(1978), 235-245) defiende la primera denominación frente a D. R. SHACKLE- 
TON («Sex. Clodius-Sex. Cloelius», CQ 10 (1960), 41-42, y «Ecce iterum Cloe- 
lius», Historia 30 (1981), pág. 383) que había abogado por la segunda, sin que 
los argumentos paleográficos sean definitivos en uno u otro sentido. Respecto 
al parentesco con el tribuno, P. GRiMAL (Cicéron. Discours XVI,1. Contre Pi- 
son, París, 1960, págs. 157-158) piensa que la expresión de dom. 25, socius tui 
sanguinis podría significar que el personaje era descendiente de un liberto de 
la gens Claudia. 

$6 De nuevo la ironía como instrumento de la invectiva ciceroniana, cf. J. 
Haury, L'ironie et l'humour... op. cit., pág. 145. 


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136 DISCURSOS 


virte de los mismos redactores de leyes que los demás, ni de 
los mismos arquitectos de la construcción, ni recurrir al pontí- 
fice que deseabas 97; por último, ni siquiera en el reparto del 
botín, pudiste encontrar un comprador o un fiador fuera del 
grupo de tus gladiadores o, en fin, ningún votante en tu pros- 
cripción que no fuera un ladrón y un asesino 65. 

Y así, mientras tá, cual cortesana del pueblo, andabas pa- 
voneándote resplandeciente y poderoso en medio del foro, 
aquellos amigos tuyos que, a salvo y florecientes gracias üni- 
camente a tu amistad, se habían presentado a la confianza del 
pueblo, eran rechazados hasta el punto de perder incluso tu tri- 
bu Palatina 69; los que habían acudido a juicio, bien como acu- 
sadores bien como acusados, pese a tus ruegos resultaban con- 
denados. Por último, incluso aquel Ligo 70 que acababa de 
conseguir la ciudadanía, partidario venal y sostenedor tuyo, al 
ser desheredado por el testamento de su hermano Marco Papi- 
rio?! y por una acción judicial, afirmó que quería investigar su 
muerte: denunció a Sexto Propercio. Pero, cómplice de un abu- 
so de poder y de un crimen, no se atrevió a presentar la acusa- 
ción por miedo a que se considerara una calumnia. 


67 El orador alude, por una parte, a las construcciones que Clodio realizó 
en la casa de Cicerón en el Palatino y al problema de su supuesto carácter sa- 
grado, aspectos ambos que abordará en la parte final del discurso (dom. 100 
SS.). 

$8 Sobre la confiscación y subasta de las propiedades de Cicerón, cf. supra 
págs. 92-93. 

. € En la que se inscribían las gentes de condición social más baja. El ora- 
dor se está refiriendo posiblemente a Vatinio (Sest. 114) y su intento fallido 
por conseguir la edilidad en el 57. 

70 Sobre Elio Ligo, tribuno de la plebe en el 58, cf. har. 5, nota 9. 

7! Es posible que se trate del caballero romano citado en Mil. 18 y muerto 
en el 58, en la Vía Apia, como resultado del enfrentamiento entre Clodio y los 
pompeyanos que intentaban recuperar a Tigranes, el hijo del rey de Armenia 
que había sido secuestrado por el tribuno (cf. dom. 66, nota 97). 


SOBRE LA CASA 137 


¡Así es que estamos hablando de esta ley como si, al pare- 
cer, hubiera sido discutida de acuerdo con el derecho, una ley 
tal que todo aquel que se ha visto relacionado con una parte de 
ella sirviéndose de su dedo, de su voz, de su botín o de su su- 
fragio 7?, fuera a donde fuera, acabó alejándose repudiado y 
confundido? 

¿Qué ocurrirá si esta proscripción ha sido redactada en tér- 
minos tales que ella misma se invalida? Así es: «por haber 
emitido Marco Tulio un senadoconsulto falso» 73. Por lo tanto, 
si presentó un senadoconsulto falso, la proposición entonces es 
válida; si no lo presentó, es nula. ¿No te parece suficiente. que 
el senado haya juzgado que yo, no sólo no actué con engaños 
contra la autoridad de este estamento sino que, incluso, fui el 
único que le obedeció de la forma más fiel desde la fundación 
de la ciudad? ¿De cuántas formas estoy demostrando que esa 
que tú llamas ley no lo es? ¿Qué más? Aunque presentaste una 
proposición sobre temas diversos en una única votación, 74 con 





... 'P Es decir, por haber levantado el dedo en la subasta de los bienes de Ci- 
cerón, por haber apoyado (bien con una intervención personal —voz-, bien me- 
diante el voto) la rogatio sobre el exilio de Cicerón o por haberse beneficiado 
del reparto del botín. 

w 7 Según Clodio, Cicerón, en colaboración con algunos senadores, habría 
modificado e] decreto del senado (relativo a Catilina y sus cómplices) tras su 
redacción y antes de archivarlo, una acusación, por lo demás, no inusual; el 
propio Cicerón (Att. IV 18, 2) nos habla de la tentativa de elaborar un falso 
senadoconsulto de provinciis consularibus. Tanto esta cita como las de dom. 
47 y Pis. 72 serían, a juicio de Moreau («La lex Clodia...», art. cit., págs. 483- 
492), fragmentos de la rogatio y no de la versión definitiva de la lex de exsi- 
tio. El orador habría manipulado el texto para despreciar así un documento al 
«que negaba todo valor legal. Cf., también, E. GABBA, «Cicerone e la falsifica- 
zione dei senaticonsulti», SCO 19 (1961), 89-96, y T. N. MrTcHELL, «Cicero 
'and the senatus consultum ultimum», Historia 20 (1971), 47-61. 

** ^ Contraviniendo, por tanto, la lex Caecilia Didia (dom. 53 y Sest. 135, 

nota 194). 


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138 DISCURSOS 


todo ¿piensas que lo que no obtuvo un hombre tan intachable 
como Marco Druso en la mayoría de sus leyes pese a los con» 
sejos de Marco Escauro y Lucio Craso 75, tú, que has cometido 
todo tipo de crímenes y estupros, podrás conseguirlo con la 
ayuda de Décimos y Clodios? 76, 

Presentaste una proposición acerca de mi persona en el 
sentido, no de que saliera de la ciudad, sino de que no fuera 
acogido por nadie, porque ni tá mismo podías prohibirme per- 
manecer en Roma. 

¿Por qué razón podrías prohibírmelo? ¿Acaso había sido 
condenado? En absoluto. ¿Expulsado, tal vez? ¿Cómo fue po- 
sible? Es más, ni tan siquiera se puso por escrito que saliera de 
la ciudad. Existe un castigo contra quien me dé acogida que to- 
dos han ignorado 77; en ninguna parte hay prueba de haber sido 
expulsado. Admitámoslo con todo; y ¿qué?, ¿la supervisión de 
las obras püblicas o la inscripción de tu nombre te parecen ac- 
tividades distintas a la expoliación de mis bienes? Además de 
que ni siquiera pudiste conseguir, apoyándote en la ley Licinia, 
hacerte cargo de esta empresa 78, Eso mismo que tú ahora sos- 
tienes ante los pontífices, que has consagrado mi casa, que has 


75 El tribuno de la plebe del 91, Marco Livio Druso, pese al apoyo de M. 
Emilio Escauro (princeps senatus y cónsul en el 115; cf. har. 45 y Sest. 39) y 
del orador L. Licinio Craso (cónsul en el 95), vio rechazadas sus leyes por de- 
fecto de forma (dom. 41, nota 58). 

76 Es decir, de Sexto Clodio (dom. 47, nota 65). Sobre Décimo, cf. Att. IV 
3, 2. 

77 La afirmación del orador no se corresponde con la realidad: algunos de 
sus amigos, temerosos de la ley, se negaron a acogerlo, por lo que Cicerón, in- 
deciso, anduvo errante durante casi un mes (mayo del 58); la excepción más 
señalada fue el cuestor de Macedonia Gneo Plancio (sen. 35, nota 70). 

78 Las leyes Licinia y Ebucia impedían a Clodio administrar legalmente el 
embargo de los bienes de Cicerón; no se podía elegir para una función (en este 
caso, el embargo) a aquel que la había establecido (Clodio). 


SOBRE LA CASA 139 


construido un monumento püblico dentro de mis aposentos, 
que has dedicado una estatua y que lo has hecho de acuerdo 
con una proposición de ley de poca importancia 79, ¿te parece 
que todo ello se reduce a una sola cuestión, a la misma que 
presentaste como proposición contra mí de forma nominal? 

Por Hércules que se trata de una sola cuestión tanto como 
lo que propusiste, tú también, en una sola ley: que el rey de 
Chipre, cuyos antepasados fueron siempre aliados y amigos de 
este pueblo, fuera entregado a subasta pública junto con todos 
sus bienes, y que los exiliados fueran conducidos de nuevo a 
Bizancio. «Es a una misma persona» —dices- «a quien he con- 
fiado ambos asuntos». ¿Cómo? Si hubieras encomendado a 
una misma persona la misión de recaudar el cistóforo en 
Asia 80, de ir desde allí a Hispania, de poder, después de haber 
abandonado Roma, aspirar al consulado 3! y de obtener, des- 
pués de haberlo alcanzado, la provincia de Siria, ¿por referirse 
auna sola persona, se trataría de un asunto único? 

Y si hubiese sido consultado el pueblo romano sobre esta 
cuestión en vez de hacerlo todo a través de esclavos y de la- 
drones, ¿no podría haber ocurrido que el pueblo mostrara su 


79 El término rogatiuncula tiene más un valor peyorativo que diminutivo, 
ya que el proyecto de la lex de exsilio debía constituir un texto bastante largo 
al tratar de temas muy diversos. Precisamente en este punto se centra una de 
las críticas de Cicerón: se trataría de una lex satura que violaba los principios 
de la lex Caecilia et Didia (dom. 53 y Sest. 135, nota 194). Cf. C. J. CLASSEN, 
Recht, Rhetorik, Politik. Untersuchungen zu Ciceros rhetorischer Strategie, 
Darmstadt, 1986, pág. 242. 

80 E] cistóforo valía tres denarios. Asia era, además, una de las provincias 
que recaudaba mayores impuestos. 

8! Como se sabe, para poder aspirar al consulado, se exigía la presencia 
del candidato en Roma. Pocos años después, César conseguiría mediante un 
plebiscito popular la autorización para presentarse a las elecciones del 48 sin 
‘necesidad de estar presente (petitio absentis), lo que constituyó uno de los 
«pretextos» legales que desencadenaron la guerra civil con Pompeyo. 


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140 DISCURSOS 


aprobación en lo relativo al rey de Chipre, pero desaprobara lo 
de los exiliados de Bizancio? ¿Cuál es la esencia, dime, cuál el 
sentido de la ley Cecilia y Didia, sino que, en un tema con mus 
chas cuestiones relacionadas, el pueblo no se vea obligado.a 
aceptar lo que no desea o a rechazar lo que le parece bien? 

Si la has presentado amparándote en la violencia, ¿es, a pe- 
sar de todo, una ley? 32, ¿o es que puede considerarse legal 
algo que a todas luces se ha llevado a cabo de forma violenta? 
Si en el momento de presentar tu proposición, en medio de una 
ciudad tomada, se produjo un apedreamiento aunque sin llegar 
a las manos, ¿has sido capaz, por esta razón, de llegar a la des: 
trucción y ruina de la ciudad sin necesidad de una violencia 
extrema? 

Cuando en el tribunal Aurelio reclutabas vablicamesnte-d a 
hombres libres e, incluso, a esclavos procedentes de todos los 
arrabales 83, está claro que entonces no preparabas una acción 
violenta; cuando con tus edictos ordenabas que se cerraran las 
tiendas 8, evidentemente buscabas provocar no la violencia de 
una multitud ignorante sino la moderación y prudencia de la 
gente honrada; cuando llevabas armas al templo de Cástor, no 
maquinabas nada que no fuera impedir que se pudiese actuar 


82 Sobre el clima de violencia que rodeó a la votación de la lex de exsilio, 
cf. dom. 79 y nota 115. 

83 El tribunal Aurelio estaba próximo al arco de Augusto y debe su nom- 
bre posiblemente al cónsul del 74 Marco Aurelio. Una de las medidas legales 
del tribunado de Clodio fue el restablecimiento de la libertad de asociación su- 
primida por el senado en el 64 (cf. W. J. TATUM, «Cicero's opposition to the 
lex Clodia de collegiis», CQ 40 (1990), 187-194). Sobre la importancia políti- 
ca de estos collegia, cf. J. M. FLAMBARD, «Clodius, les collèges, la plèbe et les 
esclaves. Recherches sur la politique populaire au milieu du 1*r siècle», MEFR 
(1977), 115-156. Í 

84 Sobre esta misma idea, cf. dom. 89, nota 131, y acad. U 144: quid..., ut 
seditiosi tribuni solent, occludi tabernas iubes? 


SOBRE LA CASA 141 


de forma violenta; sin duda, cuando arrancaste y retiraste los 
escalones del templo de Cástor, alejaste a los hombres violen- 
tos de su entrada y acceso para que te fuera posible actuar con 
moderación $5; cuando ordenaste que comparecieran aquellos 
que en una reunión de hombres honrados habían hablado en 
"favor de mi regreso e impediste sus argumentos en mi defensa 
eon tropas, espadas y piedras, entonces, sin duda, pusiste de 
manifiesto que te desagradaba sobremanera el ejercicio de la 
violencia. 

Pese a todo, esta furibunda violencia de un loco tribuno de 
la plebe ha podido ser fácilmente vencida y quebrantada gra- 
cias al coraje y al número de los hombres de bien. ¿Qué más? 
Cuando se le concedía Siria a Gabinio, Macedonia a Pisón y a 
los dos un poder ilimitado, además de enormes sumas: de dine- 
ro, para que te dejaran las manos libres, te ayudaran, te propor- 
cionaran sus experimentados centuriones, su dinero y sus ban- 
das de esclavos, para que te prestaran su apoyo con sus 
arengas criminales, se burlaran de la autoridad del senado y 
iamenazaran con la muerte y la proscripción a los caballeros ro- 
manos $6, para que me aterrorizaran con sus amenazas y me 
declararan un enfrentamiento a muerte, para que se sirvieran 
ide sus amigos para, con el temor a una proscripción, ocupar mi 
propia casa que estaba llena de gente honrada, para que me 
privaran de la compafiía de hombres de bien, me arrancaran la 
protección del senado y a este estamento tan distinguido le 
prohibieran, no sólo luchar en mi favor sino incluso llorar y 
suplicar vestido de luto, ¿ni siquiera entonces había violencia? 


“1:85 Sobre este episodio, cf. sen. 32 y Sest. 34. 
+=: 86 En concreto, a Lucio Lamia, que presidía este estamento, se le prohibió 
permanecer «a menos de 200 millas de Roma» (sen. 12, nota 24) por haberse 
atrevido a interceder en favor de Cicerón. 


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142 DISCURSOS 


Entonces, ¿por qué abandoné Roma? 87, ¿Cuál fue mi te: 
mor? No voy a hablar del que había en mí: admitamos que 
soy una persona temerosa por naturaleza. Y ¿qué? Aquellos 
millares de personas tan valerosas, nuestros caballeros roma: 
nos, el senado, y, en fin, todos los hombres de bien: si no exis» 
tía violencia alguna, ¿por qué prefirieron acompañarme con 
sus llantos antes que retenerme con sus reproches o abando- 
narme llenos de ira? ¿Acaso tenía yo miedo —si estaba presen: 
te- de no ser capaz de resistir, en el caso de que se actuara 
conmigo siguiendo las costumbres y tradiciones de nuestros 
antepasados? 

¿Acaso debí temer el jucio, de haberse fijado un día para 
ello, o más bien una medida excepcional sin juicio? ¿El juicio? 
Sin duda, en una causa tan vergonzosa habría sido incapaz de 
explicarla con palabras suponiendo que no hubiese sido cono: 
cida hasta entonces. ¿Acaso porqué no podía defenderla? Una 
causa, la mía, de una bondad tal que no sólo se defiende a sí 
misma sino que me ha defendido también a mí a pesar de mi 
ausencia. ¿Es que el senado, todos los estamentos y aquellos 
que de Italia entera acudieron corriendo para hacerme volver; 
habrían sido en mi presencia más apáticos a la hora de retener- 
me y salvarme en una causa que hasta el propio parricida reco- 
noce que ha sido de tal naturaleza que se lamenta de que todo 
el mundo haya aguardado y exigido el restablecimiento de mi 
antigua dignidad? 


87 Como en discursos precedentes (sen. 32-35; Quir. 13-14) Cicerón in- 
tenta justificar su partida de Roma alegando el abandono de sus partidarios y 
amigos, la fuerza de sus adversarios, su deseo de evitar una guerra civil y su 
esperanza en un pronto regreso. Unas razones que contrastan con el reconoci- 
miento explícito en su correspondencia (Att, III 8, 4; IIT 14, 1; III 15, 4; Fam. 
XIV 1, 2; XIV 4, 1) de que al abandonar precipitadamente Roma Cicerón co« 
metió un «torpe error». 


SOBRE LA CASA 143 


Realmente no había temor alguno ante un proceso. ¿Temí 
acaso una medida de excepción, no fuera que nadie protestara 
en el caso de que se me impusiera una multa en presencia mía? 
¿Tan carente estaba yo de amigos o la República tan privada 
de magistrados? Si las tribus hubiesen sido convocadas, ¿ha- 
brían aprobado la proscripción, no digo en mi caso (que tantos 
méritos había hecho en su defensa) sino en el de un ciudadano 
cualquiera? Si hubiera estado yo presente, ¿habrían respetado 
mi persona aquellas viejas tropas de conjurados, tus desalma- 
dos y miserables soldados, y esa nueva tropa constituida por 
unos cónsules tan criminales? Después de haber cedido ante la 
crueldad y los propósitos criminales de todos ellos, no he podi- 
do, ni siquiera en mi ausencia, dar satisfacción a sus deseos 
con mi sufrimiento. 

Pues, ¿qué mal os había hecho mi desdichada esposa a la 
que maltratasteis, perseguisteis y atormentasteis con tanta 
crueldad? 88, ¿qué mal mi hija, cuyos continuos lamentos y 
vestidos de luto os hacían disfrutar mientras conmovían la vis- 
ta y los sentimientos de todos los demás?, ¿qué mal mi hijo pe- 
queño a quien, mientras duró mi ausencia, nadie vio sino lloro- 
so y abatido?, ¿qué había hecho para que quisierais darle 
muerte tantas veces a traición?, ¿qué había hecho mi hermano? 
Él, tras haber regresado de su provincia algún tiempo después 
de:mi partida y considerando que no podría vivir si yo no era 
restituido, cuando su profunda tristeza, su luto increíble y de- 


-:88 También en Sest. 54 Cicerón nos dice que «se perseguía a mi mujer y se 
buscaba a mis hijos para darles muerte». El orador se refiere, sin duda, al inci- 
dente que se produjo durante la subasta pública de los bienes de Cicerón 
(Fam.. XIV 2, 2): cuando Terencia, que bajaba por el clivus Vestae, llegó al 
foro, al ser descubierta por los partidarios de Clodio, fue insultada y persegui- 
dà: Cf. L.-A. Constans, Cicéron. Correspondance II, París, 1950, pág. 17, 
nota 1. 


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144 DISCURSOS 


sacostumbrado provocaban la compasión de todos los morta- 
les, ¡cuántas veces tuvo que escapar de vuestras espadas y 
vuestras manos! 89, 

Mas, ¿para qué os estoy reprochando la crueldad que diri- 
gisteis contra mí y contra los míos, a vosotros, que habéis em- 
prendido una guerra hostil y criminal, llena de odio, contra mis 
muros, mis techos, mis columnas y mis puertas? 

En verdad no creo que tú, tras mi partida, cuando ya habías 
devorado con avidez y confiadamente las fortunas de todos los 
hombres adinerados, las riquezas de todas las provincias y los 
bienes de tetrarcas y reyes, estuvieras cegado por el deseo de 
mi plata y de mi mobiliario; no creo que aquel cónsul campa- 
no%, junto con su colega bailarín, después de que al uno le re- 
galaste toda Acaya, Tesalia, Beocia, Grecia, Macedonia, todo 
el país bárbaro y los bienes de los ciudadanos romanos, y al 
otro le entregaste, para que las devastara, Siria, Babilonia y 
Persia, pueblos tan prósperos como pacíficos, estuvieran de- 
seosos de mis umbrales, columnas y puertas. 

Además aquellas bandas y tropas de Catilina?! no se creye- 
ron que iban a saciar su propia voracidad con las piedras y te- 
jas de mis casas; pero, del mismo modo que solemos destruir 
las ciudades de los enemigos, y no de todos los enemigos, sino 
de aquellos con los que hemos entablado una guerra atroz y 
devastadora, movidos no por el botín sino por odio, porque pa- 
rece que persiste en cierto modo nuestra hostilidad incluso 


89 Quinto, el hermano de Cicerón, había regresado a Roma después de ad- 
ministrar durante tres años la provincia de Asia. Sobre el atentado de las ban- 
das clodianas contra él, cf. sen, 7, nota 13, y PLur., Cic. 33. 

9? El «cónsul campano» es Pisón, que compartía con Pompeyo (sen. 17; 
nota 33) el cargo de duunviro en la colonia «campana» de Capua. A Gabinio 
lo había llamado Cicerón «bailarín de cabellos ensortijados» en sen. 13, 

91 Sobre este lugar común de la invectiva ciceroniana, cf. sen. 33, nota 68, 
y F. Pina, «Cicerón contra Clodio...», art. cit., págs. 135-136. 


SOBRE LA CASA 145 


contra las casas y moradas de aquellos contra los que se exa- 
cerbaron nuestros ánimos debido a su crueldad... 92. 

No se había tomado ninguna resolución respecto a mi per- 
sona; no se me había ordenado comparecer y había partido sin 
haber sido citado; era, incluso, a tu juicio, un ciudadano con 
plenos derechos cuando mi casa del Palatino y mi villa de Tás- 
culo eran entregadas cada una a un cónsul (¡cónsules los lla- 
maban!), cuando, a la vista del pueblo romano, las columas de 
mármol de mis mansiones eran transportadas a casa de la sue- 
gra de un cónsul y trasladados a la finca del cónsul vecino mío, 
no sólo mi mobiliario y mis adornos, sino incluso mis árboles; 
mientras, mi propia villa era completamente demolida no por 
deseo de botín (¿qué botín había en realidad?) sino por odio y 

crueldad 9%, Mi casa ardía en el Palatino por un incendio no ca- 
sual sino provocado; los cónsules celebraban banquetes y esta- 
ban ocupados en felicitar a los conjurados: el uno decía haber 
sido el amor de Catilina; el otro, primo de Cetego %, 

Ésta es la violencia, pontífices, éste el crimen, ésta la locu- 
ra que, al oponer mi propio cuerpo, he alejado de las cabezas 
de todos los hombres de bien: he sufrido en mi persona toda la 
impetuosidad de las discordias, toda la violencia de los malva- 
dos largo tiempo concentrada y que, inveterada por culpa de 
un odio reprimido y oculto, comenzaba ya a estallar al contar 
con unos cabecillas tan audaces. En mí solo prendieron las lla- 
mas consulares lanzadas por las manos.de un tribuno, en mi 


92 Hay una laguna en el texto: falta la segunda parte de la comparación. 

2 No sólo el odio o el deseo de botín movieron al incendio y destrucción 
de la casa de Cicerón. El acto conllevaba en sí un gran simbolismo: al ser pre- 
sentado Cicerón como un enemigo público, la destrucción de su casa no hacía 
sino identificarlo con otros antiguos tiranos de la historia de Roma (Espurio, 
Casio, Manlio) que corrieron la misma suerte. Cf. W. ALLEN (Jr.), «Cicero's 
house and Libertas», art. cit.. 

94 Para esta misma idea, cf. sen. 10, nota 18. 


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64 . 


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146 DISCURSOS 


cuerpo se clavaron todos los dardos criminales de la conjura- 
ción que yo en otro tiempo había conseguido rechazar. Y si, tal 
como fue la opinión de muchos de los hombres más esforza- 
dos, yo hubiese pretendido combatir la violencia con la violen- 
cia de las armas, o bien habría vencido en medio de una gran 
matanza de hombres malvados (pero que, con todo, eran ciuda- 
danos) o bien, muertos todos los hombres de bien (que es lo 
que ellos deseaban por encima de todo) habría sucumbido jun- 
to con la Repüblica. 

Era consciente de que con la supervivencia del senado y 
del pueblo romano tendría un rápido regreso con los más gran- 
des honores y no pensaba que pudiera prolongarse durante mu- 
cho tiempo el que no se me permitiera permanecer en una Re- 
pública que yo mismo había salvado. En el caso de que no se 
me hubiera permitido, había oído decir y había leído que los 
hombres más distinguidos de nuestra ciudad se habían arrojado 
a una muerte segura en medio del enemigo para salvar a su 
ejército: ¿y yo, para salvar a toda la República, abrigaría dudas 
de que me encontraba en mejor situación que los Decios %, ya 
que ellos ni siquiera pudieron oír hablar de su gloria mientras 
que yo había podido, incluso, ser espectador de mis propios 
méritos? 

Así, pues, tu quebrantado furor intentaba inútiles ataques: el 
rigor de mi infortunio había soportado ya toda la violencia po- 
sible de todos los criminales; en medio de una injusticia tan 
grande y de tan amargas desgracias ya no había lugar para un 
nuevo acto de crueldad. 


95 Los Decios, padre, hijo y nieto, ofrecieron su vida en situaciones críti- 
cas para la República: en el 340 (guerra latina), 295 (guerra samnita) y 279 
(guerra con Pirro), respectivamente. Esta inmolación personal conllevaba una 
ceremonia y unas fórmulas rituales muy precisas; cf. J. CONTRERAS et alii, Dic- 
cionario..., op. cit., págs. 46-47, 


SOBRE LA CASA 147 


Catón era quien se había mantenido más cerca de mí. ¿Qué 
podías hacer? No era posible que la que había sido medida de 
nuestro afecto lo fuera también de nuestra desgracia. ¿De qué se- 
rías capaz? ¿De deshacerte de él enviándolo a Chipre para recau- 
dar dinero? Habrá que dar por perdido el botín. Pero no faltará 
otro. Al menos hay que apartarlo de aquí. De modo que el odio- 
so Marco Catón es relegado a Chipre con la excusa de un cargo 
honorífico %, Se expulsa a dos hombres a los que los desalmados 
no podían ni ver: el uno, mediante un cargo honorífico de lo más 
vergonzante; el otro sufriendo una honrosísima desgracia. 

Y, para que os deis cuenta de que este individuo fue siem- 
pre enemigo, no de las personas sino de sus virtudes, después 
de haber sido expulsado yo y alejado Catón, se volvió contra 
aquel mismo gracias a cuya autoridad y ayuda —según afirma- 
ba en los discursos ante el pueblo- había realizado y realizaba 
sus empresas presentes y pasadas: pensaba que Gneo Pompeyo 
(veía que era, a juicio de todos, el personaje más importante de 
la ciudad) no le consentiría durante más tiempo su locura, Por 
haber sustraído a su custodia, de forma fraudulenta, a un ene- 
migo cautivo, hijo de un rey amigo”, y por haber irritado con 


96 Sobre esta misión, cf. supra, dom. 20, nota 30. Además de alejar a un 
personaje tan molesto como Catón, la confiscación de Chipre tenía, ante todo; 
una justificación económica ya que iba a proporcionar a Clodio el dinero ne- 
cesario para la aplicación de su ley frumentaria. La misión, por tanto, suponía 
la gestión de grandes sumas de dinero, «una gestión sobre la que siempre sería 
posible —en caso de necesidad- hacer insinuaciones malintencionadas» contra 
Catón (P. GrimaL, Études..., op. cit., pág. 94). Cf. también C. NicoLeT, «La lex 
Gabinia-Calpurnia de insula Delo et la loi *annonaire' de Clodius», CRAI 
(1980), 259-287. 

2 Clodio desafió a Pompeyo al raptar al hijo de Tigranes, el vencido rey 
de Armenia, que se encontraba bajo la protección del pretor L. Flavio, una 
violación que Cicerón consideró muy grave: «con la afrenta a Tigranes todo 
está perdido» (Att. HI 8, 3). En los enfrentamientos que siguieron a este suce- 
so resultó muerto el caballero M. Papirio (Mil. 18). 


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148 DISCURSOS 


esta afrenta a un hombre tan valeroso, esperó poder enfrentarse 
a él con las mismas tropas contra las que yo no había querido 
combatir ante el peligro de las gentes de bien y con el apoyo, 
en un primer momento, de los cónsules. Posteriormente Gabi- 
nio rompió el pacto %, pero Pisón permaneció fiel. 

¡Habéis visto qué matanzas, qué lapidaciones, qué destie- 
rros provocó entonces ese individuo; con qué facilidad, me- 
diante las armas y continuas emboscadas, a pesar de habérsele 
privado de un apoyo tan firme como el de sus tropas, apartó a 
Gneo Pompeyo del foro y de la curia y lo confinó en su casa! 
A partir de este hecho podéis comprender cuán grande fue 
aquella violencia entonces naciente y agrupada pues, cuando 
ya se encontraba dividida y debilitada, logró provocar el terror 
en Gneo Pompeyo. 

De todo esto se dio cuenta, en las deliberaciones de las ca- 
lendas de enero, un hombre tan prudente y tan amigo no sólo 
de la República y de mi persona sino también de la verdad 
como Lucio Cota °, quien expresó su opinión en el sentido de 
que no debía proponerse una ley sobre mi regreso; afirmó que 
yo había mirado por el bien de la República, que había cedido 
ante unas circunstancias adversas, que había sido siempre más 
amigo de vosotros y de los demás ciudadanos que de mí mis- 
mo y que había sido expulsado por la violencia de las armas, 


?8 Parece, pues, que fue este suceso el que provocó la ruptura de un pom- 
peyano como Gabinio con Clodio; una ruptura a la que contribuyó también la 
tentativa de asesinato contra Pompeyo en el templo de Cástor por parte de un 
esclavo del tribuno (cf. dom. 13 y, sobre todo, Mil. 18). 

2 L. Aurelio Cota (cónsul en el 65 y que en el 63 propuso una supplicatio 
en favor de Cicerón), en la sesión inaugural del senado en el 57, defendió la 
idea de que la /ex de exsilio dictada por Clodio no tenía ninguna validez jurí- 
dica y que, por lo tanto, no era necesario derogarla mediante una nueva dispo- 
sición legal. Pompeyo, sin embargo, convenció al senado de lo contrario (Sest. 
73-14). 


SOBRE LA CASA 149 


en medio de la oposición de la gente, con la instauración del 
asesinato y de una nueva tiranía; que no se había podido pro- 
mulgar nada sobre mi persona, que no había ningún documen- 
to legal o que pudiese tener validez; que todo se había hecho 
contra el espíritu de las leyes y el derecho consuetudinario de 
nuestros antepasados, a la ligera y de manera confusa, con vio- 
lencia y desatino. Y que, si se trataba de una ley, no les sería 
posible a los cónsules presentarla ante el senado ni a él mismo 
emitir su parecer; que, puesto que se daban ambas situaciones, 
no debía aceptarse que se propusiera una ley sobre mi persona, 
para que, de este modo, no se considerara ley lo que no lo era 
en absoluto. Nunca pudo darse una opinión más veraz, más 
ponderada, mejor y más útil para la República: al poner de ma- 
nifiesto los crímenes y la locura de este hombre, se alejaba de 
la República, para el futuro, un oprobio semejante. . 

Ni Gneo Pompeyo, que emitió una opinión sobre mi perso- 
na expresada con brillantez, ni vosotros, pontífices, que me de- 
fendisteis con vuestro voto y autoridad, dejasteis de ver que 
aquella ley no gnia ningún valor y que era más bien el resulta- 
do del ardor de uña época, la interdicción de un crimen, el gri- 
to de una locura. Pero habéis tenido cuidado de que no se pro- 
vocara resentimiento alguno del pueblo contra mí en el caso de 
que diera la impresión de haber sido restituido sin la consulta 
popular. Con esta misma intención el senado ha secundado la 
opinión de un hombre tan valeroso como Marco Bíbulo !90, en 
el sentido de que vosotros tomarais una resolución sobre mi 
casa, no porque tuviera dudas de que ese individuo no había 
hecho nada legal de acuerdo con el culto religioso o con el de- 
recho público, sino para que, ante tan gran cantidad de desal- 
mados, no apareciera nunca nadie que se atreviera a decir que 


100 Sobre este personaje, colega en el consulado de César del 59, cf. dom. 
39, Vat, 21 y notas. 


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150 DISCURSOS 


dentro de mi casa había algún culto religioso. En efecto, siem- 
pre que el senado se pronunció sobre mi persona, consideró 
que esa ley no tenía valor alguno. Pero, puesto que por culpa 
de aquel escrito estaba prohibido deliberar sobre el tema !%! y 
como, además, esta circunstancia no pasó desapercibida a 
aquella pareja tan avenida, a Pisón y a Gabinio, siendo como 
eran respetuosos de las leyes y temerosos de los juicios, al pe- 
dirles continuamente el senado en pleno que tomaran una reso- 
lución sobre mi persona, decían que ellos no se oponían, pero 
que se veían impedidos por la ley de Clodio. Era verdad: se ve- 
ían impedidos, pero por la ley que ese mismo había presentado 
sobre Macedonia y Siria 102, 

Tú, Publio Léntulo, ni como ciudadano privado ni cuando 
fuiste cónsul, has creído nunca que se tratara de una ley: a pro- 
puesta de los tribunos de la plebe 1%, como cónsul designado 
has expresado a menudo tu opinión sobre mi caso. Desde las 
calendas de enero, hasta que la situación se resolvió, sometiste 
a consulta, promulgaste y presentaste una ley sobre mi perso- 
na: nada de esto se te permitiría si la de Clodio fuera realmente 
una ley. Más aán, Quinto Metelo, colega tuyo y persona ilus- 
tre, a pesar de que hombres tan ajenos a Publio Clodio como 
Pisón y Gabinio la consideraban una ley, él, hermano de Pu- 


101 En efecto, una de las cláusulas de la lex de exsilio prohibía expresa- 
mente al senado y al pueblo (sen. 8) proponer el regreso del exiliado o/y dero- 
gar la lex Clodia: «Sabes que Clodio ha sancionado su ley de tal forma que no 
pueda ser invalidada ni por el senado ni por una asamblea pública. Pero sabes 
tambión que nunca se han respetado las sanciones de las leyes que se abro- 
gan» (Att. 111 23, 2). 

102 Es decir, las provincias adjudicadas, respectivamente, a Pisón y Gabi- 
nio (sen. 4, nota 5). 

103 Sobre esta propuesta, cf. Sest. 70, nota 100. 


SOBRE LA CASA 151 


blio Clodio 1%, la ha juzgado nula cuando, junto contigo, pre- 
sentó una proposición ante el senado acerca de mi persona. 

Pero, en realidad, esos individuos que respetaron las leyes 
de Clodio, ¿de qué modo observaron las restantes? A decir 
verdad el senado, a quien corresponde el juicio definitivo en lo 
que respecta al valor jurídico de las leyes, la consideró nula 
cuantas veces fue consultado sobre mi caso. Lo mismo obser- 
vaste tú, Léntulo, en aquella ley que presentaste sobre mi per- 
sona: no se propuso que se me permitiera acudir a Roma, sino 
que viniera; en efecto, no pretendiste presentar una proposi- 
ción para que se me permitiera lo que era mi derecho, sino 
para que pareciera que me encontraba en la República por ha- 
ber sido llamado por voluntad del pueblo romano más que res- 
tituido con el propósito de administrar la ciudad. 

Tú, peste abominable 105, ¿te atreviste, además, a llamarme 
exiliado, siendo como eres conocido por tantos crímenes e in- 
famias que convertirías cualquier lugar al que hubieras ido en 
algo muy semejante a un exilio? ¿Qué es, en efecto, un exilia- 
do? Es, en sí mismo, nombre de desgracia, no de ignominia. 
¿Cuándo, por tanto, es vergonzoso? A decir verdad, cuando 
constituye el castigo de un delito pero, además, a juicio de la 
gente, si constituye el castigo de alguien que ha sido condena- 
do. En conclusión, ¿llevo el nombre de exiliado a causa de un 
delito que cometí o por un asunto que ha sido juzgado? ¿Por 
un delito? Eso ya no te atreves a decirlo, ni tú (a quien tus mi- 
serables satélites llaman «el afortunado Catilina») ni ninguno 


104 En realidad, el cónsul del 57 colega de Léntulo era primo hermano de 
Clodio (sen. 5, nota 10). Clodia, la hermana de Clodio, se había casado con 
Metelo Céler, el hermano del cónsul del 57. Además, el padre de Clodio, Apio 
Claudio, tuvo como esposa a Cecilia Metela, tía de estos dos Metelos. 

105 Se está refiriendo al cónsul del 58, Aulo Gabinio. Para su retrato, cf. 
sen. 11-13. 


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152 DISCURSOS 


de los que acostumbraban a hacerlo. No sólo ya no hay nadie 
tan ignorante como para considerar delito cuanto realicé du- 
rante mi consulado, sino que nadie es tan enemigo de la patria 
como para no reconocer que la patria ha sido salvada gracias a 
mis decisiones. 

¿Hay en la tierra algún consejo público, grande o pequeño, 
que no haya expresado sobre mis gestas los juicios que me eran 
más deseables y más gloriosos? El senado, que es el consejo 
supremo del pueblo romano y de todos los pueblos, naciones y 
reyes, decretó que todos los que desearan ver la República a 
salvo acudieran a defenderme a mí solo y manifestó que no ha- 
bría podido mantenerse la República si yo no hubiese existido 
ni permanecería en el futuro si yo no hubiese regresado. 

Muy cercano a este rango está el orden ecuestre: todas las 
sociedades de publicanos emitieron juicios muy honrosos y 
muy elogiosos sobre mi consulado y mis actuaciones. Los es- 
cribas, que se ocupan con nosotros de las cuentas y documen- 
tos públicos !96, no han querido que permaneciera oculta su 
opinión y la consideración que les merecen mis buenos servi- 
cios a la República. No existe en esta ciudad ningún colegio, 
ningún grupo de barrio o de colina !!? (pues nuestros antepasa- 
dos quisieron que también la plebe urbana tuviera sus peque- 
fias reuniones y, en cierto modo, sus asambleas) que no emitie- 
ra un decreto de la forma más honrosa en favor de mi persona 
y de mi dignidad. 

¿Para qué, pues, voy a recordar aquellos divinos e inmorta- 
les decretos de los municipios, de las colonias y de Italia ente- 


106 Los escribas ocupaban, tras la oligarquía senatorial y los caballeros, el 
tercer lugar en la jerarquía social. Su influencia era considerable: bajo la autori- 
dad de un magistrado, tenían a su cargo los archivos y la contabilidad pública, 

107 Los montani habitaban las colinas del Septimontium y los pagani los 
barrios bajos de la ciudad. 


SOBRE LA CASA 153 


ra, gracias a los cuales me parece, no sólo que he regresado a 
mi patria sino que, como si de peldaños se tratara, he ascendi- 
do al cielo? 108, En verdad, ¡qué día más señalado fue aquel en 
el que, al proponer tá, Publio Léntulo, la ley sobre mi persona, 
el propio pueblo romano vio y comprendió su propia grandeza 
y majestad! En efecto, es cosa sabida que nunca en comicio al- 
guno el Campo de Marte brilló con tan gran afluencia y es- 
plendor de hombres de todo tipo, edad y rango. No voy a ha- 
blar del juicio unánime y del consenso total de ciudades, 
naciones, provincias, reyes y, en fin, de toda la tierra acerca de 
mis méritos para con todos los mortales; ¿cómo fue mi llegada 
y mi entrada en la ciudad? !, ¿Me recibió mi patria como de- 
bió recibir la luz y la salvación que le habían sido devueltas y 

restituidas o como a un cruel tirano, que es lo que solíais decir 
` de mi vosotros, los gregarios de Catilina? 

En suma, aquel día irrepetible, en el que el pueblo romano 
me honró acompañándome con gran afluencia y alegría desde 
la puerta hasta el Capitolio y de allí a mi casa, fue para mí mo- 
tivo de tanta felicidad que me parece que aquella violencia tuya 
criminal debería haber sido provocada más que rechazada 10, 
Por lo tanto, aquella desgracia (si es que hay que llamarla así) 
redujo à cenizás todo este tipo de ultrajes para que ya nadie se 
atreva a censurar un consulado como el mío, ratificado plena- 
mente por tantos, tan grandes y distinguidos juicios, testimo- 
nios y autoridades. 

Y si con tus ultrajes, más que echarme en cara algo vergon- 
zoso, lo que haces es engrandecer mi gloria, ¿puede darse o 


108 La misma imagen volverá a repetirla en Mil. 97. 

109 Cf, supra, pág. 22, y Att. IV 1,5. 

110 «¿Debía rechazar un regreso como éste, tan brillante que temo que al- 
guien piense que salí exiliado por mi afán de gloria con el propósito de regre- 
sar de la forma en que lo he hecho?» (Sest. 128). 


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TO 


154 DISCURSOS 


imaginarse alguien más insensato que tá? Pues con uno solo de 
tus ultrajes admites que la patria ha sido salvada por mí dos 
veces: una, cuando hice algo a lo que —como todos admiten— 
habría que conceder, si fuera posible, la inmortalidad mientras 
que tú pensaste que había que castigarlo con el suplicio 1H; 
otra, cuando el rabioso ataque —tuyo y de muchos más- contra 
todos los hombres de bien lo sufrí yo en mi persona para evitar 
llevar con las armas a una situación crítica a una ciudad a la 
que, sin necesidad de armas, había salvado en el pasado. 

Admitámoslo: no hubo en mi caso castigo por ningún deli- 
to, pero sí sufrí el castigo de un juicio. ¿De cuál? ¿Quién me 
ha interrogado nunca, perseguido o convocado de acuerdo con 
ley alguna? ¿Se puede, por tanto, sufrir la pena de un condena- 
do sin haber sufrido la condena? ¿Es esto propio de los tribu- 
nos o del pueblo? Aunque, ¿cuándo puedes llamarte amigo del 
pueblo, a no ser cuando celebraste un sacrificio por él? 112, 
Pero, puesto que el derecho legado por nuestros antepasados 
radica en que ningún ciudadano romano pueda perder su liber- 
tad o ciudadanía a no ser que él mismo dé su consentimiento 
(algo que tú mismo pudiste aprender en tu propia causa pues, 
al parecer, aunque no se hizo nada de forma legal en aquella 
adopción, se te preguntó si consentías en que Publio Fonteyo 
tuviera sobre ti, como sobre un hijo, derecho de vida y de 
muerte), yo te pregunto: si hubieras dicho que no o te hubieras 
callado y, pese a ello, las treinta curias lo hubiesen decretado, 
¿sería válido ese decreto? Por supuesto que no. ¿Por qué? Por- 


111 Es decir, la enérgica actuación de Cicerón ante la conjura de Catilina 
en el 63. 

112 Las palabras del orador se pueden interpretar como una alusión irónica 
al escándalo de los misterios de la Buena Diosa en diciembre del 62, cuando 
Clodio «fue sorprendido vestido de mujer en la casa de G. César cuando se ce- 
lebraban sacrificios en favor del pueblo...» (Att. Y 12, 3). 


SOBRE LA CASA 155 


que el derecho que procede de nuestros antepasados (quienes 
fueron protectores del pueblo, no de forma ficticia o engañosa 
sino auténtica y sabiamente) fue establecido con el propósito 
de que ningún ciudadano romano pudiera perder la libertad 
contra su voluntad. 

Más aún, suponiendo que los decenviros 113 no hubieran 
considerado justa una reivindicación relativa a la libertad, estu- 
vieron dispuestos, sin embargo, a que, sólo en esta situación y 
cuantas veces alguien lo pretendiera, el tema pudiera ser trata- 
do judicialmente: por lo que respecta al derecho de ciudadanía, 
nunca nadie lo perderá, en contra de su voluntad, por decisión 
alguna del pueblo. 

Los ciudadanos romanos que marchaban a establecerse en 
. ]as colonias latinas no podían convertirse en latinos a no ser 
que consintieran en ello y hubieran dado su nombre; quienes 
eran reos de una pena capital no perdían esta ciudadanía antes 
de que hubieran sido acogidos en aquella ciudad a la que ha- 
bían acudido para cambiar de suelo, es decir, de residencia. Y 
conseguían que esto se hiciera realidad, no como consecuen- 
cia de la privación de la ciudadanía sinó a causa de la prohibi- 
ción de techo, agua y fuego. 

El pueblo romano, ante los comicios centuriados y a pro- 
puesta del dictador Lucio Sila, privó del derecho de ciudada- 
nía y también de sus tierras a algunos municipios. En lo refe- 
rente a las tierras la decisión fue válida, pues el pueblo tenía 
potestad para ello; en cuanto al derecho de ciudadanía, ni si- 
quiera tuvo validez durante el tiempo en que se mantuvo aquel 
poder militar de la época de Sila. A los habitantes de Volterra, 
cuando estaban todavía en armas, el victorioso Lucio Sila (que 
había recuperado el poder) no pudo privarlos del derecho de 


13 Los decemviri stlitibus iudicandis eran los encargados de resolver los 
litigios relativos a la condición de las personas (causae liberales). 


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156 DISCURSOS 


ciudadanía ante los comicios centuriados !!4^; en la actualidad 
los habitantes de Volterra como ciudadanos, más aún, como 
ciudadanos de pleno derecho disfrutan a la vez que nosotros 
de esta ciudadanía; ¿y Publio Clodio, una vez subvertido el 
Estado, pudo arrebatar la ciudadanía a un hombre consular 
mediante la convocatoria de una asamblea, después de reunir 
bandas asalariadas de miserables e, incluso, de esclavos, te- 
niendo por jefe a Fidulio, quien afirma que no estuvo aquel día 
en Roma? 115, 

Y si no estuvo, ¿hay alguien más temerario que tú, que has 
incluido su nombre?, ¿quién más desesperado, que, ni siquiera 
con mentiras, has podido esbozar un responsable mejor? Por el 
contrario, si fue el primero en votar (pudo hacerlo fácilmente 
ya que, al carecer de un techo propio, había pasado la noche en 
el foro), ¿por qué no jura que estuvo en Cádiz dado que tú has 
demostrado que estuviste en Interamna? !6, ¿Así es como tú, 
un hombre partidario del pueblo, piensas que nuestra ciudada- 
nía y nuestra libertad se deben proteger legalmente, de modo 
que, si a la propuesta de un tribuno de la plebe, «¿queréis, or- 


114 Los habitantes de esta ciudad de Etruria habían apoyado durante la 
guerra civil (82-79) a Mario, el rival de Sila. 

115 Una causa más para justificar la ilegalidad de la lex de exsilio es que 
ésta fue votada en el concilium plebis en medio de un clima de violencia y 
amenazas protagonizado por las bandas callejeras de Clodio (dom. 53; 89; 
Sest. 65). Además uno de los secuaces del tribuno, Fidulio (cuyo nombre, por 
ser el primero de los votantes, fue inscrito en la ley), desmintió posteriomente 
haber asistido a la votación. 

116 Gades aparece aquí como sinónimo del fin del mundo, Interamna se 
encontraba, en cambio, a 90 millas de Roma. En el proceso tras el escándalo 
de lá profanación de los misterios de la Buena Diosa, un testigo aseguró que 
en el momento de celebrarse los misterios, Clodio se encontraba precisamente 
en Interamna; pero Cicerón destruyó el alibi al declarar que, tres horas antes 
de los hechos, Clodio había estado en la casa del orador en el Palatino. 


SOBRE LA CASA 157 


denáis...?» 117, un centenar de Fidulios dicen que sí, que quie- 
ren y ordenan, cualquiera de nosotros puede perder la ciudada- 
nía? Por lo tanto, no fueron favorables al pueblo nuestros ante- 
pasados que, en lo referente a la ciudadanía y a la libertad, 
sancionaron unos derechos tales que no pueden derogarlos ni 
la violencia del momento, ni el poder de los magistrados, ni 
una actuación judicial ni, en fin, el poder de todo el pueblo ro- 
mano que es, en todas las demás cuestiones, decisivo. 

Pero es que además tú, ladrón de la ciudadanía, presentaste 
una ley sobre delitos públicos muy del agrado de un tal Ménu- 
la de Anagni !!3, quien en pago de esta ley te levantó una esta- 
tua dentro de mi casa para que ese mismo lugar, en medio de 
una injusticia tan grande, refutara la propia ley y la inscripción 
de la estatua; este hecho causó a los conciudadanos de Anagni 
un dolor mucho mayor que los crímenes que aquel mismo gla- 
diador había cometido en Anagni. 

¿Qué más? Si ni siquiera se ha escrito nunca un texto en tu 
ley (una ley que Fidulio niega haber votado, mientras que tú, 
en cambio, lo rodeas de afecto como si fuera su responsable, a 
fin de servirte del prestigio de este hombre para dignificar los 
actos de tu brillante tribunado), si no propusiste nada contra mí 
para que dejara de estar no sólo entre el número de los ciuda- 
danos sino, incluso, en el lugar en el que los honores del pue- 
blo romano me han colocado, pese a todo ello ¿ultrajarás con 
tus palabras a quien, después del abominable crimen de los 
cónsules anteriores, estás viendo honrado con tantos decretos 
del senado, del pueblo romano y de Italia entera, a mí a quien, 
ni siquiera cuando estaba ausente, podías negarme de acuerdo 


117 «¿Queréis, ordenáis...que Marco Tulio permanezca fuera de la ciudad 
y que sus bienes pasen a mi propiedad...?» (dom. 44). 

118 Fuera de esta mención, nada sabemos de este personaje y del conteni- 
do de la citada ley. 


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158 DISCURSOS 


con tu ley el título de senador? En efecto, ¿dónde habías pres- 
crito que se me prohibiera el agua y el fuego? !!?, Esta proposi- 
ción la hicieron Gayo Graco con respecto a Publio Popilio y 
Saturnino con respecto a Metelo !%, es decir, dos de los hom- 
bres más sediciosos contra los mejores y más valientes ciuda- 
danos; propusieron no que les estaba prohibido (algo que no 
podía hacerse) sino que se les prohibiera. ¿Dónde has prohibi- 
do que el censor me designara por mi rango en el senado? Es 
en las leyes donde está escrito lo que constituye una interdic- 
ción para todos, incluidos los condenados. 

Pregúntale sobre este tema a Clodio, el redactor de tus le- 
yes; hazle comparecer. Seguro que anda bien escondido; pero 
si ordenas que se le busque, lo encontrarán intentando ocultar- 
se en casa de tu hermana y con la cabeza baja !?!. Pero si a tu 
padre (un ciudadano a fe mía distinguido y muy diferente a ti) 
nunca nadie que estuviera en su sano juicio lo llamó exiliado, a 
pesar de que, habiendo propuesto un tribuno de la plebe una 
ley contra él, se negó a comparecer ante la ausencia de justicia 
de la época de Cina, y a pesar de que se le privó de sus pode- 
res; si el castigo legal no supuso en su caso una deshonra dada 
la violencia de aquella época 12, ¿contra mí, a quien nunca se 


119 Sobre el alcance de esta fórmula, cf. supra, pág. 16, nota 14. 

120 Sobre el destierro de P. Popilio (cónsul en el 132), cf. Quir. 6, nota 8. 
Sobre Quinto Cecilio Metelo Numídico, cf. sen. 37, nota 72. 

121 Además de fiel colaborador (dom. 25, nota 38) y redactor de las leges 
Clodianae (dom. 47, nota 65), en ambos pasajes se alude a unas supuestas re- 
laciones sexuales de Sexto Clodio con la hermana del tribuno («con su lengua 
apartó incluso de tu lado a tu propia hermana», dom.. 25); en consonancia con 
estas referencias habría que entender la expresión capite demisso con un signi- 
ficado sexual análogo (e.d. «con la cabeza metida [entre sus piernas]») al del 
poéta Catulo (88, 8). f 

122 El padre de Clodio, Apio Claudio Pulcro, pretor en el 89 y partidario 
de Sila durante la guerra civil, hubo de huir ante la persecución de L. Cornelio 
Cina en el 86. 


SOBRE LA CASA 159 


me fijó un día para comparecer, que no fui acusado ni citado 
nunca por un tribuno de la plebe, pudo darse el castigo de un 
condenado, sobre todo un castigo que ni siquiera fue prescrito 
en la ley? 

- Además fíjate en la diferencia que existe entre aquella des- 
gracia tan injusta de tu padre y esta suerte y condición nuestra. 
A tu padre, ciudadano intachable e hijo de un hombre distin- 

` guido que, si viviera, dada su rectitud, seguro que tú no anda- 
rías vivo, el censor Lucio Filipo !23 lo suprimió de la lista del 
senado pese a ser el hermano de su abuela. Él, en efecto, no 
podía decir nada contra la validez de las decisiones tomadas en 
una República en la que, precisamente en aquella época, había 
querido ser censor; en cuanto a mí, el antiguo censor Lucio 

. Cota ^ afirmó bajo juramento en el senado que, si él hubiese 
sido censor en la época en que yo estaba fuera de Roma, me 
habría citado como senador de acuerdo con mi rango. 

¿Quién me ha sustituido como juez? 125, ¿quién de entre mis 
amigos ha hecho testamento desde mi partida que no me haya 
legado lo mismo que si hubiese estado presente?, ¿qué ciuda- 
dano e, incluso, aliado ha dudado en acogerme y ayudarme en 
contra de tu ley? En fin, todo el senado, mucho antes de que se 
hubiera presentado esta ley sobre mí, decretó «mostrar su agra- 


123 L, Marcio Filipo se había distinguido precisamente por su oposición a 
las medidas de M. Livio Druso (sobre este último, cf. supra, dom. 41, 50 y no- 
tas) durante su consulado en el 91. Filipo era uno de los oradores más brillan- 
tes (Brut. 47, De orat. II 78) de la generación que precedió a Cicerón (como 
Licinio Craso y M. Antonio). 

124 L, Aurelio Cota (sobre su intervención en favor de Cicerón, cf. dom. 
68, nota 99), siendo pretor en el 70, presentó la lex Aurelia iudiciaria, por la 
que la elección de los jueces debía hacerse entre los senadores, caballeros y 
tribunos del erario; 

125 Cicerón, por tanto, era uno de los diez senadores que, según la citada 
lex Aurelia, formaba parte de los tribunales permanentes. 


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160 DISCURSOS 


decimiento a las ciudades que hubieran acogido a Marco Tu- 
lio» —¿sólo eso?; algo más— «un ciudadano benemérito de la 
República». ¿Y únicamente tú, funesto ciudadano, niegas que, 
pese a haber sido restituido, sea ciudadano aquel a quien, des- 
pués de haber sido expulsado, todo el senado consideró siem- 
pre, no sólo ciudadano sino, además, ciudadano egregio? 

Sin embargo, tal como cuentan los anales del pueblo roma- 
no y los testimonios de la antigüedad, aquellos famosos Quin- 
tio Cesón 126, Marco Furio Camilo y Gayo Servilio, a pesar de 
haber prestado excelentes servicios a la Repüblica, sufrieron la 
violencia y animadversión de un pueblo excitado; condenados 
en los comicios centuriados y habiendo partido al exilio, fue- 
ron de nuevo restituidos en su antigua dignidad por ese mismo 
pueblo aplacado. Y si la desgracia, no sólo no les disminuyó la 
gloria de su nombre a estos condenados sino que la colmó de 
honor (pues, aunque es preferible concluir el curso de la vida 
sin sufrimientos y afrentas, sin embargo para la inmortalidad 
de la gloria 127 vale más haber sido echado en falta por los pro- 
pios ciudadanos que no haber sufrido nunca el menor ultraje), 
¿yo, por esa desgracia, voy a sufrir un ultraje y una acusación 
sin juicio alguno del pueblo y después de haber sido restituido 
con los juicios más distinguidos de todo el mundo? 

Publio Popilio !28 fue siempre un ciudadano valeroso y 
consecuente con los mejores principios; sin embargo, a lo lar- 
go de toda su vida no hay nada que realce más su gloria que su 


126 Quintio Cesón fue acusado en el 461 de haber atentado contra la invio- 
labilidad de un tribuno de la plebe (Liv., III 13, 8); Gayo Servilio Ahala (en el 
435; cf. Mil. 8, nota 9) y M. Furio Camilo (en el 391) hubieron también de 
exiliarse tras ser condenados. 

127 La idea de la inmortalidad, asociada a la gloria que le ha supuesto su 
regreso del exilio, es una constante en las intervenciones del orador (cf., por 
ejemplo, sen. 3, Pis. 7). 

128 Sobre P. Popilio, cónsul en el 132, cf. Quir. 6, nota 8. 


SOBRE LA CASA 161 


propia desgracia; pues ¿quién se acordaría ya de sus buenos 
servicios hacia la República, si no hubiese sido expulsado por 
los malhechores y restituido por la gente de bien? El mando 
militar de Quinto Metelo fue destacado, distinguida su censura 
y toda su vida llena de dignidad; sin embargo fue una desgra- 
cia la que propagó, en el recuerdo imperecedero de los tiem- 
pos, la gloria de este hombre !??, 

Y, si, para los que fueron expulsados de forma injusta aun- 
que legal y vueltos a llamar, tras la muerte de sus adversarios, a 
propuesta de los tribunos, no por la autoridad del senado, ni 
por los comicios centuriados, ni por los decretos de Italia o por 
la añoranza de la ciudad, la injusticia de sus enemigos no fue 
motivo de oprobio, en mi caso, que partí sin condena, que estu- 
ve ausente a la vez que la República, que regresé con la mayor 
dignidad en vida tuya, siendo llamado por uno de tus herma- 
nos, cónsul, y con el consentimiento del otro, pretor 130, ¿pien- 
sas que tu crimen debe convertirse en una deshonra para mí? 

Y, si el pueblo romano, excitado por la cólera o el resenti- 
miento, me hubiera expulsado de la ciudad y ese mismo pue- 
blo, al recordar después mis servicios a la República, hubiese 
reflexionado y hubiese corregido su ligereza e injusticia con 
mi restitución, con todo, nadie sería tan loco como para no 
pensar que semejante juicio del pueblo convenía considerarlo 
motivo de dignidad más que de deshonra. Ahora, puesto que 
nadie me ha convocado a un juicio ante el pueblo, puesto que 
no he podido ser condenado por no haber sido acusado, en fin, 
puesto que ni siquiera he sido abatido hasta el punto de no po- 
der salir victorioso en el caso de luchar, sino que, por el con- 


129 Sobre las causas del exilio de Q. Cecilio Metelo Numídico, cf. sen. 37, 
nota 72. 

130 Una vez más el empleo de frater en sentido amplio (dom, 70, nota 
104). 


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162 DISCURSOS 


trario, he sido siempre defendido, engrandecido y honrado por 
el pueblo romano, ¿qué motivo existe por el que alguien se 
considere por delante de mí en la estima misma del pueblo? 

¿Es que piensas que el pueblo romano se compone de los 
que se dejan arrastrar por el dinero, de los que son empujados 
a violentar a los magistrados, a asediar al senado y a desear 
continuamente matanzas, incendios y robos? Un pueblo al que, 
pese a todo, no eras capaz de reunir si no era cerrando las tien- 
das 131, un pueblo al frente del cual habías puesto como cabeci- 
llas a los Lentidios, Lolios, Plaguleyos y Sergios 132, ¡Qué no- 
ble imagen la del pueblo romano, ante la cual posiblemente 
temblarán los reyes, las naciones extranjeras y los pueblos más 
alejados: una muchedumbre de esclavos, mercenarios, crimi- 
nales y miserables! 

La verdadera belleza del pueblo romano, su imagen autén- 
tica, fue aquella que contemplaste en el Campo de Marte cuan- 
do, incluso tú, tuviste la posibilidad de hablar en contra de la 


131 Pese a las afirmaciones de Cicerón es indudable que Clodio supo ga- 
narse el apoyo de las masas populares (L. UrcHENKo, Cicerón y su tiempo, op. 
cit., págs. 182-184). Precisamente, la tesis fundamental de la monografía de 
H. Benner (Die Politik des P. Clodius Pulcher, Stuttgart, 1987) es que la acti- 
vidad política de Clodio tuvo como objetivo fundamental (y en ello residió 
gran parte de su poder) crear una relación de «clientela» con la plebe urbana. 
Aunque tal vez la formulación de Benner sea excesivamente simplista, es in- 
dudable que, en parte al menos, la originalidad política de Clodio «fue com- 
prender el papel cada vez más decisivo que jugaba la plebe urbana, lo cual le 
condujo a buscar su articulación como fuerza política de presión y le propor- 
cionó en definitiva popularidad y una buena cuota de poder» (F. Pina, «Cice- 
rón contra Clodio...», art. cit., pág. 133). 

"132 Sobre Lucio Sergio y Marco Lolio, cf. dom. 13, nota 17. En dom. 21, 
el orador habla de «tus Sergios, Lolios, Titios y demás responsables de muer- 
tes e incendios». Así, por ejemplo, Lentidio y el sabino Titio participaron en 
un atentado contra Publio Sestio (Sest. 80). 


SOBRE LA CASA 163 


autoridad y de los deseos del senado y de Italia entera 133. Ése 
es el pueblo, dominador de reyes, vencedor y soberano de to- 
das las naciones, al que tú, criminal, viste aquel día tan señala- 
do cuando todos los principales de la ciudad, todos los hom- 
bres de todos los estamentos y de todas las edades creían 
emitir su voto no en favor de un ciudadano sino por la salva- 
ción de la ciudad, cuando, en fin, los hombres acudieron al 
Campo de Marte no después de haberse cerrado las tiendas 
sino los municipios, 

Con un pueblo como éste, hubiera habido o no cónsules en 
la República, sin duda habría yo podido hacer frente sin es- 
fuerzo alguno a tu alocado furor y a tus impíos crímenes. Pero 
no quise sostener la causa del Estado contra la violencia arma- 
da sin la protección pública, no porque me desagradara la vio- 
lencia de un hombre tan valiente como Publio Escipión, un 
simple particular, contra Tiberio Graco 13%; al contrario, de in- 
mediato el cónsul Publio Mucio (al que se consideraba que ha- 
bía sido demasiado apático en la administración del Estado) 
mediante numerosos decretos del senado, no sólo defendió esta 
actuación de Escipión, una vez realizada, sino que además la 
colmó de gloria; en mi caso, de haber resultado tú muerto, de- 
bería haber combatido contra los cónsules o bien, de seguir tú 
vivo, contigo y contra ellos. 


133 Tras la votación unánime del senado (con la sola oposición de Clodio, 
cf. supra, pág. 22) en favor del regreso de Cicerón, los comicios centuriados 
emitieron el 4 de agosto del 57 un voto también unánime: «la ley fue aprobada 
por los comicios centuriados con el admirable entusiasmo de hombres de to- 
dos.los estamentos y edades y con una afluencia increíble de gentes de toda 
Italia» (Att. IV 1, 4). 

134 P, Cornelio Escipión Nasica incitó a sus partidarios en el 133 a que 
dieran muerte a Tiberio Graco; aunque felicitado por el cónsul P. Mucio Escé- 
vola, hubo de exiliarse de Roma. 


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164 DISCURSOS 


Había además en aquella época muchas otras causas de te- 
mor. ¡Por los dioses, que la República habría acabado en ma- 
nos de los esclavos: tan intenso era el odio que contra la gente 
de bien y desde la antigua conjuración guardaban, abrasándo- 
les en sus mentes criminales, aquellos hombres desalmados! 

Me prohíbes, además, que me vanaglorie; dices que no se 
puede soportar cuanto acostumbro a ensalzar de mi persona y, 
siendo como eres un hombre agudo, empleas incluso frases 
cuidadas e ingeniosas en el sentido de que acostumbro a consi- 
derarme un Júpiter y que ando diciendo que Minerva es mi 
hermana. No soy tan insolente por decir que soy Júpiter como 
inculto por creer que Minerva es la hermana de Júpiter. Con 
todo, tomo a una virgen como hermana mientras que tú no per- 
mitiste que tu hermana lo fuera. En tu caso ten cuidado de no 
andar considerándote Júpiter, ya que podrías con razón llamar 
a la misma mujer hermana y esposa 135, 

Y, ya que me echas en cara que tengo la costumbre —dices— 
de ensalzarme a mí mismo de forma demasiado elogiosa, 
¿quién me ha oído alguna vez hablar de mí a no ser obligado y 
por necesidad? En efecto, si cuando se lanzan contra mí acusa- 
ciones de robo, corrupción y desenfreno, suelo responder que 
la patria ha sido salvada gracias a mis decisiones, peligros y 
esfuerzos, hay que considerar, no tanto que me glorío de mis 
gestas como que reconozco mis errores. Mas, si antes de esta 
época, la más dura para la Repüblica, nunca se me echó en 
cara nada a no ser la crueldad de aquel instante en que libré a 


135 Como en el caso de Juno, Es innegable la ironía que preside todo el pa- 
saje (cf. J. Haury, L'ironie..., op. cit., págs. 90, n. 3, y 144). Las relaciones in- 
cestuosas entre Clodio y sus hermanas (en especial, con Clodia), a las que Ci- 
cerón no dejará de referirse (dom. 25; 50; 105; har. 9, 38; 39; 42; 59; Sest. 16; 
39; Mil. 73), dieron lugar incluso a la composición de versos obscenos (Q. fr. 
113,2). 


SOBRE LA CASA 165 


la patria de su destrucción 136, ¿qué ocurre?, ¿no he debido res- 
ponder a esta calumnia o debí hacerlo tímidamente? 

Pero, además, siempre he creído que era de interés para la 
República que conservara con mis palabras el esplendor y dig- 
nidad de aquel acto tan hermoso que había llevado a cabo por 
la salvación del Estado con la autorización del senado y el con- 
senso de todas las gentes de bien, sobre todo cuando en esta 
República —el pueblo romano es testigo- únicamente a mí me 
ha sido permitido decir bajo juramento que esta ciudad y esta 
República han sido salvadas gracias a mi actuación. Ha queda- 
do ya sin sentido aquella acusación calumniosa de crueldad, ya 
que se me ve, no como a un cruel tirano, sino como a un padre 
lleno de ternura, añorado, reclamado y a quien se ha hecho ve- 
. nir gracias al empeño de todos los ciudadanos. 

Se ha levantado otra calumnia: se me reprocha mi parti- 
da 137; una acusación a la que no puedo responder sin hacer de 
mí el mayor de los elogios. ¿Qué es, pontífices, lo que debo 
decir? ¿Que huí por la conciencia de un delito? Pero si lo que 
se me imputaba no era un delito sino, por el contrario, el hecho 
más hermoso desde el nacimiento de la humanidad. ¿Que temí 
el juicio del pueblo? Pero si no se dispuso juicio alguno y, si lo 
hubiera habido, habría salido de él con una gloria redoblada. 
¿Que me faltó el apoyo de las gentes de bien? Mentira. ¿Que 
sentí temor ante la muerte? Es una infamia. 

En definitiva, he de decir lo que no diría si no fuera obli- 
gado (pues nunca dije nada de mi de forma demasiado grandi- 
locuente para procurarme fama sino más bien para rechazar 
una acusación); lo diré, por tanto, y lo diré en el tono más alto 


136 A] dar muerte a los partidarios de Catilina en el 63. 

137 Para un análisis de todo este pasaje ($ 95-96), «uno de los logros más 
felices de la elocuencia ciceroniana», cf. A. DesMOULIEZ, Cicéron et son goût, 
Bruselas, 1976, págs. 181-183. 


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166 DISCURSOS 


que pueda: cuando, bajo la dirección de un tribuno de la ple- 
be, con el apoyo de los cónsules, en medio del abatimiento 
del senado, del terror de los caballeros romanos y de la inde- 
cisión e inquietud de toda la ciudad, la violencia desatada de 
todos los conjurados y malhechores lanzaba su ataque, no tan- 
to contra mí como, a través de mí, contra todos los hombres 
de bien, comprendí que, si resultaba vencedor, sería poco lo 
que habría quedado de la República, y nada, si era vencido. 
Después de haber reflexionado de este modo, lloré por la se- 
paración de mi desdichada esposa, por la orfandad de mis en- 
trañables hijos, por la desventura de mi hermano ausente tan 
querido y tan bueno, y por la ruina repentina de una familia 
tan sólida 138; pero a todas estas razones antepuse la vida de 
mis conciudadanos y preferí que con mi partida, la de una 
sola persona, se fuera también la República antes que provo- 
car-su destrucción con la muerte de todos. Esperé —tal como 
sucedió- que, aun estando abatido, podría ser levantado con 
la ayuda de hombres valerosos y vivos; pero que, si perecía 
junto con las gentes de bien, en modo alguno podría recons- 
truirse la República. 

Experimenté, pontífices, un profundo e increíble sufrimien- 
to: no lo niego, ni me atribuyo esa sabiduría 132 que echaban de 
menos en mí quienes decían que era de ánimo en exceso que- 
bradizo y abatido. ¿Podía yo acaso negar mi condición de 
hombre y rechazar los sentimientos propios de mi naturaleza al 
verme privado de tantas y tan variadas posesiones que no men- 
ciono porque ni siquiera ahora puedo recordarlas sin derramar 


138 Como se puede ver, es una idea reiterativa en estos discursos (sen. 1; 
Sest. 49; 145; cf. también Att. III 10, 2; III 15, 4) la de que Cicerón asocie su 
suerte a la de su esposa, sus dos hijos (Tulia y Marco) y su hermano Quinto. 

13? Propia de la filosofía estoica. 


SOBRE LA CASA 167 


lágrimas? 140, En verdad, en tal caso ni consideraría aquel acto 
mío digno de alabanza ni diría que mi servicio al Estado había 
sido útil si, a causa de la República, hubiera abandonado algo 
de lo que podía carecer sin sentirme afectado; y esta dureza de 
espíritu, como la de un cuerpo que no siente nada cuando se 
abrasa, la consideraría insensibilidad más que virtud. 
Experimentar un sufrimiento interior tan intenso; soportar 98 37 

en solitario y en una ciudad a salvo la suerte que corren los 
vencidos en una ciudad conquistada; verse arrancado del cariño 
de los suyos, ver destruida su casa y saqueados sus bienes; per- 
der, en fin, la patria misma por patriotismo; ser despojado de 
los mayores beneficios del pueblo romano; sentirse caer desde 
el más alto grado de dignidad; contemplar a los enemigos, ves- 
. tidos con la toga pretexta, reclamando el precio del funeral '4! 
sin que se haya acabado todavía de llorar su muerte: padecer 
todas estas desgracias por salvar a sus conciudadanos y hasta el 
extremo de sufrirlas sin ser tan sabio como aquellos a los que 
nada les preocupa, pero tan amante de los tuyos y de ti mismo 
como exige la naturaleza humana, eso sí que constituye una 
alabanza preclara y divina. En efecto, no manifiesta una entre- 
ga destacada a la República quien abandona por interés público 
lo que realmente nunca apreció ni le resultó agradable; en cam- 
bio, quien abandona en interés público aquello de lo que se 
siente apartado con gran dolor, ése ama a la patria: antepone su 
salvación al afecto hacia los suyos. 


140 En su correspondencia a Ático (III 10, 2) durante el exilio, abatido, ex- 
clama: «¿Puedo olvidar quién he sido y no darme cuenta de lo que soy ahora y 
de todo aquello de lo que me veo privado: prestigio, gloria, hijos, fortuna, her- 
manos?...Paso por alto el resto de desgracias insoportables ya que me lo impi- 
de el llanto», 

141 La misma idea aparece señalada en sen. 18, en clara alusión al reparto 
de las provincias que recibieron los cónsules del 58, Gabinio y Pisón, como 
pago a su colaboración con Clodio. 


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168 DISCURSOS 


Por lo tanto, aunque estalle de ira esa furia, ya que me ha 
provocado va a oír de mí lo siguiente: he salvado en dos oca- 
siones a la República, pues, como cónsul togado, vencí a hom- 
bres armados y, como ciudadano particular, cedí ante unos 
cónsules armados. Conseguí la mayor recompensa en uno y 
otro caso: en el primero, porque vi, a propuesta del senado, al 
propio senado y a toda la gente de bien con vestidos de luto 
para defender mi salvación; en el segundo, porque el senado, 
el pueblo romano y todos los mortales, en público y en priva- 
do, consideraron que sin mi regreso la República no podía sal- 
varse. 

Pero mi regreso, pontífices, está pendiente de vuestra deci- 
sión. En efecto, si vosotros volvéis a ponerme en mi casa -que 
es lo que siempre habéis hecho, a lo largo de toda mi causa, 
con vuestros afanes, vuestros consejos, vuestra autoridad y 
vuestras decisiones- voy a verme y considerarme plenamente 
restituido !42, Pero, si no sólo no se me devuelve mi casa sino 
que, además, se proporciona a mi enemigo un testimonio de mi 
dolor, de su crimen y de la desgracia pública, ¿quién habrá que 
considere esto un regreso y no, más bien, un castigo eterno? 
Mi casa, pontífices, se encuentra a la vista de casi toda la ciu- 
dad !43; si mi casa se va a conservar, no como un monumento 
de la ciudad sino como sepulcro en el que aparece inscrito el 
nombre de mi enemigo 144, habré de emigrar a otra parte antes 


142 Con esta transición, y después de las digresiones relativas a los pode- 
res excepcionales atribuidos a Pompeyo (6-31) y al problema jurídico inheren- 
te al exilio de Cicerón (34-99), comienza la parte del discurso en la que el ora- 
dor va a abordar por fin el tema de la consagración de su casa del Palatino. 

145. La casa de Cicerón se levantaba en el barrio más bello de Roma, en el 
extremo noroeste del Palatino (sobre su situación exacta, cf. supra, pág. 91 y 
nota 2). 

144 Para G.-Ch. PicarD («L'aedes Libertatis...», art. cit., pág. 232) este pa- 
saje es particularmente significativo porque nos indicaría que el monumentum 


SOBRE LA CASA 169 


que habitar en una ciudad en la que tenga que ver que se han 
erigido trofeos por la victoria sobre mí y sobre la Repáblica. 
¿Sería yo capaz de mostrar tal dureza de corazón o tal des- 
vergüenza en la mirada que, en la ciudad de la cual el senado, 
con el asentimiento de todos, me ha considerado tantas veces 
su salvador 14, pudiera contemplar mi propia casa destruida, 
no por un enemigo personal sino por un enemigo público y eri- 
gido por ese mismo individuo un santuario puesto a la vista de 
la ciudad para que nunca pueda cesar el lamento de la gente 
honrada? Espurio Melio vio atrasada su casa por aspirar a la 
realeza y, como el pueblo romano consideró que aquello le ha- 
bía sucedido «a Melio de forma justa», la justicia de este casti- 
go fue confirmada con el nombre mismo de «Equimelio» 146, 
. Por idéntica razón fue destruida la casa de Espurio Casio 14 y 
en su lugar se levantó un templo a la diosa Telus. En las prade- 
ras de Vaco estuvo situada la casa de Marco Vaco 148, que fue 
confiscada y destruida para que su crimen quedara señalado 
con el recuerdo y el nombre del lugar. Marco Manlio 149, tras 


presentaba una dedicación con el nombre de Clodio. Además, la comparación 
con una tumba no sería puramente retórica, sino que indicaría que la estatua 
de la Libertad era una estatua funeraria que había sido concebida para coronar 
un mausoleo. 

145 El 3 de diciembre del 63 el senado le confirió el título de «salvador de 
la patria» (har. 58). 

146 Espurio Melio fue ejecutado en el 439. Frente a la etimología popular 
que recoge Cicerón, VARRÓN (ling. lat. IV 15, 4) relaciona Aequimelium con 
aequare (solo), «allanar». 

147 Espurio Casio Viscelino (cónsul en el 502, 493 y 486) fue acusado en 
el 486 «de haber proyectado convertirse en rey» (Liv., IV 15, 4). El templo de 
Telus fue consagrado en el 268, 

43. Marco Vitruvio Vaco sublevó contra Roma a los habitantes de Fundi, 
por lo que fue ejecutado en el 330. 

149 Marco Manlio Capitolino (cónsul en el 392), que debe su sobrenombre 
a haber salvado el Capitolio en el 390, fue ejecutado en el 384. 


101 38 


102 


170 DISCURSOS 


haber rechazado el ataque de los galos desde lo alto del Capito- 
lio, no quedó satisfecho con la gloria de su buena acción; aspi- 
raba —es lo que se creyó- a la realeza; por ello veis su casa des- 
truida y cubierta por dos bosques. En conclusión, aquel castigo 
supremo que nuestros antepasados decidieron podía establecer- 
se contra los ciudadanos criminales e impíos, ¿ese mismo lo 
voy a sufrir y soportar yo, de modo que, a los ojos de nuestros 
descendientes, parezca que fui, no la persona que abortó una 
conjuración y un crimen sino su responsable y cabecilla? 

En verdad, pontífices, estando vivo el senado y siendo vo- 
sotros los responsables del consejo del Estado, ¿podrá la digni- 
dad del pueblo romano soportar esta mancha de ignominia y 
de inconsecuencia, que la casa de Marco Tulio Cicerón parez- 
ca estar unida a la de Fulvio Flaco en recuerdo de un castigo 
impuesto públicamente? 159, Marco Flaco fue muerto, en virtud 
de una sentencia del senado, porque había actuado junto con 
Gayo Graco en contra de la seguridad de la República; su casa 
fue demolida y confiscada; poco después Quinto Cátulo levan- 
tó en aquel lugar un pórtico con los despojos de los cim- 
bros !5!, En cambio, esa llama y azote de la República, después 
de haber tomado y ocupado la ciudad, y de apoderarse de ella 
bajo las órdenes de Pisón y Gabinio, de un solo golpe y a un 
mismo tiempo destruía los monumentos de un gran hombre ya 
muerto y unía mi casa a la de Flaco para, una vez sometido el 
senado, poder aplicar a quien los senadores habían considerado 
guardián de la patria, el mismo castigo que el senado había im- 
puesto a un destructor de la ciudad. 


150 Marco Fulvio Flaco (cónsul en el 125 y tribuno en el 122), fue víctima 
del senatus consultum ultimum que Lucio Opimio aplicó contra Gayo Graco y 
sus partidarios en el 121 (cf. Sest. 140, nota 202). 

15! Q, Lutacio Cátulo, cónsul en el 102 y vencedor, junto con Mario, de 
los cimbros en el 101. 


SOBRE LA CASA 171 


¿Vais a consentir que permanezca en el Palatino, en el lu- 103 39 
gar más hermoso de la ciudad, para eterno recuerdo de todos 
los pueblos, un pórtico como éste 132, testimonio inamovible de 
la locura de un tribuno, del crimen de unos cónsules, de la 
crueldad de unos conjurados, de la desgracia de la República y 
de mi propio dolor? ¡Por el amor que sentís y siempre habéis 
sentido hacia la República, desearíais destruir este pórtico, no 
ya con vuestros votos sino, si fuera necesario, con vuestras 
propias manos, a menos que a alguien le haga desistir la escru- 
pulosa consagración que realizó ese sacerdote tan puro! 

¡Un episodio del que no dejan de reírse las gentes disolu- 104 
tas, mientras que los más serios no pueden oír hablar de él sin 
sentir un profundo dolor! ¿Con que ha santificado mi casa Pu- 

.blio Clodio, que profanó la de un pontífice máximo? 153, ¿Vo- 
sotros, que presidís las ceremonias y los sacrificios, conside- 
ráis a éste modelo y maestro de la religión pública? ¡Oh dioses 
inmortales! —pues deseo que vosotros escuchéis mis palabras-, 
¿es Publio Clodio quien vela por vuestros sacrificios, tiembla 
ante vuestro poder y cree que todos los asuntos humanos están 
sujetos a vuestros preceptos? ¿No es éste el que anda burlán- 
dose de la autoridad de todos los hombres más distinguidos, 
aquí presentes, y el que abusa, pontífices, de vuestra dignidad? 


152 Con la construcción de un nuevo pórtico más amplio que el antiguo de 
Cátulo (para sus características, cf. dom. 116 y notas), Clodio buscaba, entre 
otras cosas, ganarse al pueblo al ofrecerle una agradable ambulatio con unas 
vistas maravillosas sobre la ciudad. En realidad, es posible que el tribuno, más 
que destruir completamente el pórtico de Cátulo, lo que hizo fue modificarlo, 
embelleciéndolo y ampliándolo con parte de la casa de Cicerón. Lo que no sa- 
bemos (porque nos lo oculta Cicerón) es en virtud de qué cláusula de la lex 
Clodia se sustituyó el pórtico de Cátulo y el estatuto anterior de este terreno, 
res sacra o publica (cf. PH. Moreau, «La lex Clodia...», art. cit., pág. 480). 

153 César era Pontífice Máximo en el 62, cuando Clodio fue sorprendido 
en su casa mientras las mujeres celebraban los misterios de la Buena Diosa. 


40 105 


172 DISCURSOS 


¿De su boca puede salir o escaparse una palabra religiosa? Con 
esa misma boca violaste de la forma más impura y abominable 
los preceptos religiosos al acusar al senado de tomar decisio- 
nes demasiado rigurosas en materia religiosa. 

Contemplad, pontífices, a este hombre religioso y, si os pa- 
rece bien (se trata de un cometido propio de los buenos pontífi- 
ces), advertidle que la religión tiene unos límites: no conviene 
ser en exceso supersticioso. ¿Qué necesidad tuvo un fanático 
como tü, de acudir a ver, con la superstición propia de una an- 
ciana, el sacrificio que se celebraba en una casa ajena? ¿Qué 
estupidez de mente tan grande se apoderó de ti como para cre- 
er que los dioses no podrían ser aplacados suficientemente si 
tú no te inmiscuías también en las prácticas religiosas de las 
mujeres? ¿De quién de tus antepasados —que practicaron cultos 
privados y ejercieron como sacerdotes públicos— oíste que 
asistió cuando se celebraban los sacrificios a la Buena Dio- 
sa? 154, De ninguno, ni siquiera de aquel que quedó ciego 155, 
De ello se puede deducir que en su vida los hombres tienen 
muchas creencias erróneas, puesto que un hombre como aquel, 
que nunca a sabiendas había prestado sus ojos a nada que estu- 
viera prohibido, perdió la vista, mientras que para ese que ha 
profanado las ceremonias no sólo con sus miradas sino, más 
aún, con un incesto, una infamia y un adulterio 156, todo el cas- 


154 La fiesta de la Bona Dea se celebraba los primeros días de diciembre, 
por la noche, en casa del primer magistrado y con asistencia de las Vestales. 
Al tratarse de una ceremonia secreta (según Cicerón el más antiguo de los sa- 
crificios instituidos) conocemos pocos detalles de esta fiesta en la que, tras el 
sacrificio de un cerdo y una libación de vino mezclado con leche y miel, la 
música y la danza contribuían sin duda a crear un ambiente sensual. 

155 Apio Claudio el Ciego, censor en el 312 y cónsul en el 307 y 296. A él 
se debe la construcción del primer acueducto en la Vía Apia. 

156 Clodio era, al parecer, amante de Pompeya (PLur., Cic. 29), esposa de 
César a la que éste repudió tras el escándalo. 


SOBRE LA CASA 173 


tigo de sus ojos se ha convertido en ceguera del espíritu. ¿Sois 
capaces, pontífices, de no conmoveros ante una autoridad tan 
casta, tan religiosa, tan santa y piadosa, cuando afirma que con 
sus propias manos ha destruido la casa de un excelente ciuda- 
dano y la ha consagrado con esas mismas manos? 

¿En qué consistió tu consagración? 157, «Había presentado 
una ley» —dice— «para que se me permitiera hacerlo». Y ¿qué? 
¿No habías introducido una excepción en el sentido de que, si 
se dejaba de respetar algún derecho, no fuese válida? ¿Consi- 
deraréis, pues, legítimo que las moradas, altares, fuegos y dio- 
ses penates de uno cualquiera de vosotros estén sometidos al 
capricho de un tribuno? ¿Y que la casa en la que se ha penetra- 
do con la ayuda de mercenarios y que ha sido derribada a gol- 

pes, no sólo resulte dañada (algo propio de la tormenta inespe- 
rada de la presente locura) sino que, además, quede ligada en 
el futuro a una prohibición perpetua de carácter religioso? 

A decir verdad, pontífices, a la hora de adoptar una deci- 
sión en materia religiosa, siempre he entendido que lo funda- 
mental era interpretar cuál pudiera ser la voluntad de los dioses 
inmortales; y no existe sentimiento piadoso alguno hacia los 
dioses si no se da una interpretación honrada de su voluntad y 
de su pensamiento, en el sentido de pensar que ellos no desean 
nada que sea injusto o deshonesto. Este azote, incluso cuando 
tenía todo el poder, no pudo encontrar a nadie a quien vender, 
entregar o regalar mis propiedades. Ese mismo, aunque desea- 


157 Aunque el propio orador utiliza a veces indistintamente los términos 
consecratio y dedicatio, en dom. 125 aparecen claramente diferenciados: la 
consagración es un acto religioso por el que se hace una ofrenda a la divinidad 
y que puede ser realizado por cualquier persona. La dedicación, en cambio, 
(por la que estaba afectada la casa de Cicerón) la realizaban sacerdotes y/o 
magistrados de acuerdo con un ritual y unas fórmulas establecidas. Sobre este 
tema, cf. R. G. Nisser, M. T. Ciceronis De domo..., op. cit., págs. 209-212. 


fa 


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42 


174 DISCURSOS 


ba ardientemente aquel lugar y sus edificios, y por este único 
motivo -como hombre de bien- había pretendido, mediante 
aquella proposición ilegal, instalarse en mis posesiones 15, sin 
embargo, en medio de su locura, no se atrevió a apoderarse de 
mi casa por la que ardía en deseos; ¿creéis que los dioses in- 
mortales habrían querido trasladarse a una casa (la de aquel 
con cuyo esfuerzo y determinación ellos mismos mantuvieron 
sus propios templos) que había sido destruida y arrasada a cau- 
sa del abominable latrocinio de un hombre criminal? 

En un pueblo tan numeroso, a excepción de esa tropa im- 
pura y ensangrentada de Publio Clodio, no hay ningún ciuda- 
dano que haya tocado cosa alguna de mis bienes y que no me 
haya defendido con todas sus fuerzas en medio de aquella tor- 
menta. En cambio, quienes se contaminaron participando en el 
botín, en el reparto o en la compra, no pudieron evitar el casti- 
go de algún proceso privado o público. En consecuencia, ¿de 
entre estos bienes de los que nadie ha tocado parte alguna sin 
que fuera considerado a juicio de todos como el más criminal, 
los dioses inmortales han podido desear mi propia casa? ¿Esa 
tu hermosa Libertad ha expulsado a mis dioses penates y a mis 
lares familiares para ocupar ella su lugar, como si de una plaza 
conquistada se tratara? ¿Hay algo más sagrado y más protegi- 
do por toda religión que la casa de cada ciudadano? En ella se 
encuentran los altares, el fuego, los dioses penates; en ella tie- 
nen lugar los sacrificios, las prácticas religiosas y las ceremo- 
nias; es un refugio tan sagrado para todos que está prohibido 
arrancar a nadie de él. 

Con mayor razón, por tanto, debéis rechazar de vuestros 
oídos la locura de aquel que, no sólo ha profanado en contra de 


158 De nuevo, el orador desvirtúa la realidad. Es evidente que Clodio no se 
dejó llevar únicamente por la ambición a la hora de destruir, primero, y subas- 
tar y consagrar, después, la casa de Cicerón. Cf. supra, págs. 91-93. 


SOBRE LA CASA 175 


la religión, sino que incluso ha derribado, en nombre de la mis- 
ma religión, cuanto nuestros antepasados quisieron que estu- 
viera protegido con la religión y fuera sagrado para nosotros. 
Pero ¿de qué diosa se trata? Debe de ser una buena diosa, 
puesto que ha sido consagrada por ti. «Es la Libertad», dices. 
¿Así que la libertad, de la que habías privado a toda la ciudad, 
la colocaste en mi casa? Mientras decías que tus colegas, re- 
vestidos de la máxima autoridad, no eran libres; mientras' la 
entrada al templo de Cástor 159 estaba cerrada a todo el mundo; 
mientras, en presencia del pueblo romano, ordenabas que fuese 
pisoteado por lacayos éste hombre tan ilustre 160, del más noble 
linaje, favorecido con los más altos beneficios del pueblo, pón- 
tifice, consular y dotado de una gran bondad y moderación (no 
deja de sorprenderme con qué ojos te puedes atrever a mirar- 
_le); mientras me expulsabas a mí sin haber sido condenado y 
proponiendo medidas tiránicas; mientras mantenías encerrado 
en su casa al personaje más importante del mundo; mientras 
ocupabas el foro con bandas armadas de criminales, ¿tú colo- 
cabas la estatua de la Libertad en esa casa que constituía, por sí 
misma, la prueba de la tiranía más cruel y de la más lamenta- 
ble servidumbre del pueblo romano? ¿Es que la Libertad debió 
expulsar de su propia casa precisamente a aquel sin el cual la 
ciudad entera habría caído en poder de los esclavos? 
Pero ¿de dónde has sacado esa Libertad? Pues he investi- 
gado minuciosamente. Hubo —se dice— una cortesana de Tana- 


159 El templo de Cástor, utilizado como arsenal por las bandas clodianas 
(cf. sen. 32, dom. 54. y Sest. 34), estaba situado entre la basílica Sempronia y 
el templo de Vesta. 

160 Parece que el orador se está refiriendo a M. Terencio Varrón, cónsul 
en el 73 y colaborador de Cicerón durante el consulado del 63: fue quien pidió 
en el senado la pena de muerte contra los cómplices de Catilina (Att. XII 21, 
1). Tuvo también una intervención decisiva en la sesión del senado del 1 de 
octubre del 57 en favor de la restitución de la casa del orador (Att. IV 2, 4). 


111 43 


112 


176 DISCURSOS 


gra 16; una estatua suya de mármol fue colocada en su sepul- 
cro no lejos de Tanagra; cierto hombre de la nobleza, allegado 
a este escrupuloso sacerdote de la Libertad !6, se la trajo para 
realzar su edilidad pues había pensado superar a todos sus pre- 
decesores con el esplendor de sus espectáculos. De modo que 
transportó a su casa, con una gran muestra de moderación y 
para honrar al pueblo romano, todas las estatuas, cuadros y 
adornos que quedaron en los templos y lugares públicos de 
toda Grecia y de todas las islas. 

Éste, después que comprendió que, librándose de la edili- 
dad, podía ser nombrado pretor por el cónsul Lucio Pisón con 
tal de que tuviera algún competidor cuyo nombre comenzara 
por la misma letra 16, colocó el tesoro de su edilidad en dos lu- 
gares: una parte en sus arcas y la otra en sus jardines; la estatua 
sacada del sepulcro de la cortesana se la regaló a Clodio para 
que fuera el símbolo representativo, más que de la libertad pú- 
blica, de aquellos individuos. ¿Se va a atrever alguien a profa- 
nar a una diosa como ésta, imagen de una cortesana, adorno de 
un sepulcro, sustraída por un ladrón y colocada por un sacríle- 
go? ¿Esta diosa me va a expulsar de mi propia casa? ¿Ella, vic- 
toriosa sobre una ciudad abatida, se adornará con los despojos 
de la República? ¿Va a estar, para recuerdo eterno de esta 
afrenta, en un monumento que ha sido levantado como prueba 
de la opresión del senado? 


161 Ciudad de Beocia famosa por sus estatuillas de terracota. 

162 Se trata del hermano mayor de P. Clodio, Apio Claudio Pulcro (dom. 
40; 87; har. 26), quien se dedicó a recorrer Asia en el 61 recogiendo obras de 
arte que hicieron que su colección alcanzara gran notoriedad (Kam. III 1, 1; 
VIII 14, 4; VARRÓN, re rust. III 2). Pese a su actual enemistad con Cicerón, 
posteriormente (en febrero del 54, año en el que Apio ejercía el consulado) se 
produciría una reconciliación. Para el estudio de estas relaciones, cf. L.-A. 
ConstTaAns, Un correspondant de Cicéron: Ap. Claudius Pulcher, París, 1921. 

163 Las listas no presentaban más que las iniciales de los candidatos y, por 
tanto, el cónsul (en este caso Pisón) podía favorecer a cualquiera de ellos. 


SOBRE LA CASA 177 


¡Oh Quinto Cátulo! (¿invocaré antes al padre o al hijo? El 113 
recuerdo del hijo es, en efecto, más reciente y está más unido a 
mis actuaciones), ¿tanto te'equivocaste cuando creías que yo 
iba a tener en la República las recompensas más altas y cada 
día mayores? Afirmabas que era imposible que hubiera en esta 
ciudad dos cónsules enemigos de la República 161: se han en- 
contrado dos que entregaron el senado sometido a un tribuno 
lleno de furor; que prohibieron, con sus edictos y su autoridad, 
que los senadores intercedieran en mi favor y se presentaran en 
actitud suplicante al pueblo; ante cuya mirada fue destruida y 
saqueada mi casa; quienes, en fín, ordenaron llevar a sus pro- 
pias casas los restos quemados de mis posesiones 165, 

Me dirijo ahora al padre. Tú, Quinto Cátulo, quisiste que la 114 
casa de Marco Fulvio 16 (y eso que había sido suegro de tu 

hermano) se convirtiera en un monumento ! de tu botín para 
que el recuerdo de aquel que había tomado decisiones perjudi- 
ciales para la República fuese por completo eliminado de los 
ojos y de las mentes de la gente. Si alguien te hubiera dicho, 
mientras edificabas aquel pórtico, que llegaría un tiempo en el 
que este tribuno de la plebe, después de despreciar la autoridad 
del senado y el juicio de todas las gentes de bien, destruiría y 


164 El mismo testimonio fue presentado en sen. 9. Quinto Lutacio Cátulo, 
hijo, cónsul en el 78, solicitó para Cicerón el título de parens patriae (Sest. 
121). 

165 Sobre el saqueo, por parte de los cónsules del 58, Gabinio y Pisón, de 
las propiedades del orador, cf. supra, dom. 62. 

166 Sobre M. Fulvio Flaco, cf. dom. 102, nota 150. 

167 La palabra monumentum presenta distintos significados a lo largo del 
discurso. Aquí, como en dom. 102, alude simplemente al pórtico original de 
Cátulo; en cambio, en dom. 112 y 116 se refiere al templo de la Libertad erigi- 
do por Clodio; por último, en dom. 51, 137 y 146, monumentum incluye tanto 
la ambulatio como el templo. Cf. R. G. Nisser, M.T. Ciceronis De domo..., op. 
cit., pág. 207. 


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116 


178 DISCURSOS 


demolería tu monumento, no ya ante la mirada de los cónsules 
sino con su ayuda, y que lo haría añadiendo a él la casa del 
ciudadano que en su consulado había defendido a la República 
de acuerdo con la voluntad del senado, ¿no responderías que 
era imposible que sucediera algo así, salvo que la ciudad hu- 
biese sido también destruida? 

Pero observad la intolerable audacia de este hombre, a la 
que se une una ambición desmedida y desenfrenada. ¿Pensó él 
alguna vez en un monumento o en consagración alguna? Quiso 
tener una morada amplia y lujosa, y reunir dos mansiones 
grandes y nobles 168, En el mismo instante en que mi partida le 
privó de un pretexto para el asesinato, presionó a Quinto Seyo 
para que le vendiera la casa: al negarse a ello, le amenazaba al 
principio con obstruirle la luz del exterior. Póstumo afirmaba 
que, mientras él viviera, aquella casa nunca pasaría a manos de 
ese individuo. El astuto joven dedujo de estas palabras lo que 
convenía hacer: a la vista de todo el mundo se quitó de en me- 
dio a este hombre envenenándolo; después de presionar a los 
postores, compró la casa casi por la mitad del precio en que es- 
taba tasada. 

¿Cuál es, pues, el próposito de mi discurso? La práctica to- 
talidad de mi casa está libre de consagración 162. Apenas la dé- 
cima parte de mis dependencias se añadieron al pórtico de Cá- 
tulo. El pretexto fue un paseo !70, un monumento y, reprimida 
la libertad, esa estatua de la Libertad procedente de Tanagra. 


168 La de Cicerón y la colindante de Q. Seyo Póstumo, de la que va a ha- 
blar a continuación. 

169. Esta idea aparece más ampliamente desarrollada en har. 11. 

170 El paseo (ambulatio) podría designar el pórtico que hizo construir Clo- 
dio, después de destruir o ampliar el antiguo de Cátulo. Pero este pórtico 
(frente a la interpretación de Tamm, cf. la nota siguiente), se entendería como 
algo diferente del monumentum. Cf. G.-Ch. PicArD, «L'aedes Libertatis...», 
art. cit., págs. 230-231. 


SOBRE LA CASA 179 


En el Palatino, con una vista hermosísima, había deseado ar- 
dientemente un pórtico de, trescientos pies pavimentado, con 
habitaciones, un peristilo amplísimo y todo lo demás 171 de tal 
forma que llegara a superar fácilmente a las restantes casas en 
amplitud y belleza. Y un hombre escrupuloso como él, pese a 
ser a la vez el comprador y vendedor de mi casa, en una época 
tan turbulenta no se atrevió a inscribir su nombre en lo que ha- 
bía comprado. Puso el de Escatón, un individuo carente de vir- 
tudes, hasta el punto de que quien entre los marsos (que es 
donde nació) no tenía techo alguno en el que cobijarse para 
evitar la lluvia, decía haber comprado las casas más nobles del 
Palatino. La parte inferior de mi casa la asignó, no a su propia 
familia, la Fonteya !7?, sino a la Clodia (a la que había abando- 
nado) entre cuyos miembros, de entre los muchos Clodios, nin- 
guno alcanzó renombre a no ser por desesperado ante las deu- 
das o los crímenes. ¿Vais a manifestar, pontífices, vuestra 
aprobación ante unas intenciones tan graves, tan cambiantes e 
inauditas en todos los sentidos, ante esta desvergüenza, esta 
audacia y esta ambición? 

«Un pontífice» —afirma— «estuvo presente». Puesto que el 
tema se está tratando ante los pontífices, ¿no te da vergüenza 
decir que «estuvo presente un pontífice» y no el colegio de los 
pontífices, sobre todo porque, como tribuno de la plebe, pudis- 
te citarlos a todos e incluso obligarlos a presentarse? De acuer- 
do: no recurriste al colegio de pontífices; ¿qué más? En fin, 


171 B, TAMM (Auditorium and Palatium..., op. cit., págs. 28-43) se basa so- 
bre todo en esta frase para defender su idea de que el santuario consagrado por 
Clodio era, en lo esencial, un pórtico que constituiría, de hecho, una depen- 
dencia de la casa misma de Clodio. Detrás de las galerías con columnas se ex- 
tenderían distintas piezas o conclavia; una de ellas habría servido de capilla 
para la estatua de la Libertad. 

172 Como consecuencia de su adopción por el joven Fonteyo en marzo del 
59; cf. supra, pág. 15 y nota 11. 


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119 


180 DISCURSOS 


¿quién del colegio estuvo presente? Pues tenías necesidad de 
esa autoridad que, aunque inherente a todos ellos, se incremen- 
ta con la edad y con el rango; necesitabas también sabiduría, 
algo que sin duda han conseguido todos ellos, pero es el paso 
de los años el que de verdad les hace más expertos. 

En suma, ¿quién estuvo presente? «El hermano» —dice— 
«de mi esposa» 173, Si lo que buscamos es autoridad, aunque, 
con semejante edad, no ha podido todavía alcanzarla, pese a 
ello, cuanta autoridad haya en un muchacho se ha de conside- 
rar menor aún a causa de esta relación de parentesco. Pero si lo 
que se buscó es sabiduría, ¿quién era menos experimentado 
que él, que había ingresado en el colegio de pontífices pocos 
días antes? Además, estaba especialmente obligado hacia ti por 
un reciente favor, ya que veía que él, hermano de tu esposa, 
había sido preferido a tu propio hermano !7^, De todos modos, 
en este asunto tuviste el cuidado de que tu hermano no pudiera 
acusarte. ¿Llamas, pues, consagración a una ceremonia a la 
que no fuiste capaz de convocar, ni al colegio ni a un pontífice 
adornado con los honores del pueblo romano, sino a un joven 
cualquiera a pesar de que tenías personas muy allegadas en el 
colegio? Estuvo presente, si es que lo estuvo, alguien a quien 
tú empujaste, a quien le suplicó su hermana y a quien obligó su 
madre. 

Fijaos bien, por tanto, pontífices, qué es lo que, en mi cau- 
sa, vais a decir sobre los bienes de todos: ¿consideraréis que 
con las palabras de un pontífice (en el caso de que haya sujeta- . 


113 L, Pinario Nata, «joven de buena familia» (Mur. 73; al parecer la gens 
Pinaria descendía de uno de los compañeros de Eneas) era hijastro de Mure- 
na. «Yo odiaba a este hombre», le confesará Cicerón a Ático (IV 8a, 3) un año 
después, al enterarse de su muerte, 

174 Puede referirse tanto a Apio Claudio Pulcro (dom. 111, nota 162) 
como, lo que parece más probable, a su hermano menor Gayo. 


SOBRE LA CASA 181 


do la puerta 175 y haya dicho algo) puede quedar consagrada la 
casa de cualquier persona, o bien que estas dedicaciones y ce- 
remonias religiosas de templos y santuarios han sido estableci- 
das por nuestros antepasados en honor de los dioses inmorta- 
les, pero sin acarrear desgracia alguna para los ciudadanos? Se 
ha encontrado a un tribuno de la plebe, provisto del apoyo de 
los cónsules, dispuesto a lanzarse con toda la impetuosidad de 
su furor contra aquel ciudadano al que, una vez derribado, la 
República misma levantó con sus propias manos. 

¿Qué más? Si alguien como este individuo —pues no falta- 
rán ya quienes deseen imitarle— atacara violentamente a. otra 
persona distinta a mí, por quien la República no se siente tan 
obligada, y consagrara su casa mediante un pontífice, ¿voso- 
. tros decidiríais con vuestra autoridad que había que conside- 
rarlo legal? Decís: «¿Qué pontífice va a encontrar?», Y ¿qué?, 
¿no puede ser la misma persona pontífice y tribuno de la ple- 
be? Marco Druso, aquel hombre tan egregio y tribuno de la 
plebe, fue pontífice 17S, Por lo tanto, si hubiera puesto la mano 
en la puerta de la casa de su enemigo personal Quinto Cepión 
y hubiese pronunciado unas pocas palabras, ¿la casa de Cepión 
habría quedado consagrada? 

No voy a hablar del derecho pontifical ni de las fórmulas 
de la propia dedicación ni de la ceremonia religiosa; no oculto 
mi ignorancia en estas cuestiones; y, aunque las conociera, las 
ocultaría también para no resultar molesto a algunas personas e 


175 Acto que simbolizaba la transferencia de la manus humana a la divina. 
Un pontífice, normalmente el Pontífice Máximo, con la cabeza cubierta, al 
tiempo que cogía con ambas manos las jambas de la puerta, pronunciaba, con 
voz clara y sin titubear, la fórmula de la dedicación. 

176. Q. Servilio Cepión, cuestor en el 100, fue primero amigo y después ad- 
versario de M. Livio Druso. Sobre la actuación de este último, cf. dom. 41, 
nota 58. 


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182 DISCURSOS 


indiscreto además para vosotros; y ello, a pesar de que de 
vuestra disciplina escapan muchos hechos que a menudo lle- 
gan hasta nuestros oídos !77. Me parece haber oído decir que en 
la dedicación de un templo es preciso poner la mano sobre la 
jamba de la puerta; pues la jamba de la puerta se encuentra en 
donde está situada la entrada y los batientes de la puerta. Na- 
die, en el momento de hacer la consagración, tuvo nunca suje- 
tas las puertas de un paseo !75; por otra parte, si has dedicado 
una estatua o un altar, pueden moverse de lugar sin impedi- 
mento religioso. Pero ya no tendrás derecho a decirlo puesto 
que has afirmado que un pontífice sujetaba las jambas. 
Aunque, en realidad, ¿por qué, en contra de lo que me ha- 
bía propuesto, estoy hablando de la consagración o por qué 
discuto acerca de vuestro derecho y de cuestiones religiosas? 
En verdad, aunque admitiera que todas estas cosas se habían 
llevado a cabo de acuerdo con fórmulas solemnes y rituales 
antiguos y tradicionales, a pesar de ello utilizaría el derecho 
público para defenderme. ¿Es que si, tras la partida de un ciu- 
dadano por cuya sóla actuación el senado y todos los hombres 
de bien habían considerado tantas veces que la ciudad se había 
mantenido a salvo, tá, junto con dos cónsules tan criminales, 
controlaras un Estado sometido a los actos de bandidaje más 


177 Efectivamente ignoramos la fórmula concreta de esta ceremonia reli- 
giosa (dedicatio). Pese al cuidado de Cicerón por no revelar datos sobre el ri- 
tual religioso de la ceremonia, sus constantes referencias a lo largo del discur- 
so constituyen la mejor fuente para conocer dicho ritual (J. CONTRERAS et alii, 
Diccionario..., op. cit., pág. 45). 

178 Precisamente en este hecho radicaría, a juicio de Picard («L'aedes Li- 
bertatis...», art, cit., págs. 235-236), la nulidad de la consagración: el pontífice 
Nata sujetó los postes (los montantes de la puerta) de la ambulatio, pero no 
del monumentum a la Libertad: según la arquitectura propia del mausoleo en 
forma de tholos (es decir, una techumbre colocada sobre un círculo de colum- 
nas) que constituía el templo de la Libertad, éste carecía de puertas. 


SOBRE LA CASA 183 


infames y, sirviéndote de cierto pontífice, consagraras la casa 
de aquel que no había querido que, por su culpa, pereciera la 
República que él había salvado, sería capaz esta misma Repú- 
blica, una vez restablecida, de consentir todo esto? 

Dejad paso, pontífices, a este poder religioso y no encon- 
traréis ya salvación alguna para los bienes de todos. ¿Es que, si 
el pontífice es el que sostiene las jambas y transforma las pala- 
bras dispuestas para el culto de los dioses inmortales en la rui- 
na de los ciudadanos, va a valer el nombre sacratísimo de la re- 
ligión en medio de una injusticia y, en cambio, no tendrá valor 
aunque, con palabras no menos antiguas y por igual solemnes, 
un tribuno de la plebe consagre los bienes de cualquier ciuda- 
dano? Y, sin embargo, tal como recuerdan nuestros padres, 

Gayo Atinio, después de disponer un pequeño altar 172 en la tri- 
` buna de los oradores y de hacer venir a un flautista, consagró 
los bienes de Quinto Metelo, quien siendo censor le había ex- 
pulsado del senado, y que era abuelo tuyo, Quinto Metelo, y 
tuyo, Publio Servilio, y bisabuelo tuyo, Publio Escipión 180, 
¿Qué ocurrió entonces? ¿Acaso aquella locura de un tribuno de 
la plebe, guiada por algunos precedentes de tiempos remotos, 
constituyó un perjuicio para un hombre tan eminente y distin- 
guido como Metelo? En absoluto. 

Hemos visto a un tribuno de la plebe hacer esto mismo 
contra el censor Gneo Léntulo; ¿entonces, hipotecó los bienes 
de Léntulo !?! con algún impedimento religioso? Pero ¿por qué 


179 El foculus exa un altar portátil, utilizado tanto en los santuarios públi- 
cos como privados, y que presentaba formas muy variadas. La mayoría se 
apoyaban en el suelo o se sostenían mediante un pie. 

180 Gayo Atinio Labeón utilizó esta consagración ritual. de los bienes de 
un ciudadano para vengarse, en el 131, de Q. Metelo Macedónico (cónsul en 
el 143), abuelo de Q. Metelo Crético (cónsul en el 69) y de P. Servilio Vatia 
Isáurico (sen. 25, nota 49), y bisabuelo de P. Escipión Nasica. 

181 Gn. Cornelio Léntulo Clodiano, cónsul en el 72. . 


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184 DISCURSOS 


voy a hablar de los demás? Tú, repito, tú, con la cabeza vela- 
da, después de convocar la asamblea del pueblo y levantar un 
pequeño fuego, consagraste los bienes de tu querido Gabi- 
nio !82, a quien le habías concedido todos los reinos de los si- 
rios, árabes y persas. Y, si nada de esto se consideró entonces 
legal, ¿por qué se ha considerado en el caso de mis bienes? Y, 
si fue válido, ¿por qué ese torbellino, que ha sorbido junto 
contigo la sangre de la República, levanta hasta el cielo una 
villa en Túsculo con las entrañas del tesoro público, y a mí, en 
cambio, no se me ha permitido contemplar mis propias ruinas, 
a mí que no consentí que toda la República se asemejara a es- 
tas ruinas? : 

No voy a hablar de Gabinio. ¿Qué más? Siguiendo tu ejem- 
plo, ¿no ha consagrado tus propios bienes el hombre más vale- 
roso e íntegro, Lucio Ninio? 133, Y, si niegas que esto haya de 
considerarse válido porque te afecta, ¿has establecido, acaso, 
en tu egregio tribunado unas leyes para rechazarlas cuando se 
vuelven contra ti, pero de las que te sirves para destruir a los 
demás? Si, por el contrario, esta consagración es legítima, 
¿qué hay en tus posesiones que pueda considerarse no afectado 
por la consagración? ¿Acaso la consagración no tiene validez 


182 Nueva alusión al reparto de las provincias (cf. sen. 4, nota 6). Poste- 
riormente, Gabinio, partidario de Pompeyo, rompió con el tribuno (tras el 
asunto del hijo de Tigranes y el descubrimiento en mayo del 58 de una tentati- 
va de asesinato contra el triunviro); como respuesta, Clodio consagró sus bie- 
nes (PLur., Pomp. 49, y Dión Casio, XXX VIII 30, 2). 

183 Tribuno de la plebe junto con Clodio (sen. 3, nota 4) fue a lo largo del 
58 el principal instrumento de los «ciceronianos»; posiblemente la consecratio 
de los bienes de Clodio fue su respuesta a la violencia desatada por su colega 
en las calles para impedir el voto de la rogatio que Ninio había presentado el 1 
de junio exigiendo que los senadores se vistieran de luto en favor de Cicerón; 
pero Gabinio prohibió a los senadores ejecutar el decreto que éstos habían 
aprobado (Sest. 26 y 68). . 


SOBRE LA CASA 185 


jurídica, pero sí poder religioso la dedicación? 184, ¿Qué valor 
tuvieron, entonces, el conjuro del flautista, el fuego, las preces 
y las fórmulas antiguas? ¿Por qué razón has querido mentir, 
engañar y abusar del poder de los dioses inmortales para ame- 
drentar a la gente? Pues si aquello fue legal —dejo a un lado a 
Gabinio-, tu propia casa y cualquier otra posesión tuya están 
consagradas a Ceres 185; si aquello fue una farsa, ¿qué pude ha- 
ber más impuro que tú, que has mancillado todos los preceptos 
religiosos con tus mentiras y tus vicios? 

«Admito» —dice— «que he cometido un acto abominable en 
el caso de Gabinio». Te das cuenta, sin duda, de que el castigo 
que estableciste contra otro se ha vuelto contra ti mismo. Pero, 
tú, símbolo de todos los crímenes e infamias, lo que admites en 
el caso de Gabinio (del que hemos contemplado la impudicia 
en la infancia, el desenfreno en la juventud, el deshonor y la 
miseria en el resto de su vida y sus actos de bandidaje en el 
consulado 186, y a quien ni siquiera esta desgracia pudo resul- 
tarle una injusticia), eso mismo lo invalidas en mi caso y afir- 
mas que es más importante lo que hiciste en presencia de un 
jovenzuelo que lo que hiciste ante toda una asamblea. 

«Una dedicación» —afirma— «conlleva un gran poder reli- 
gioso». ¿No os parece que está hablando Numa Pompilio? 
Aprended la lección, pontífices 187, y vosotros, flámines; tam- 
bién tú, rey de los sacrificios, aprende de un miembro de tu fa- 
milia (aunque la haya abandonado), aprende de este hombre 


184 Sobre las diferencias entre consecratio y dedicatio, cf. supra, dom. 
106, nota 157. 

185 Divinidad agraria, identificada con. la diosa griega Deméter, de la que 
tomó sus características, ceremonias y ritos; relacionada también con el matri- 
monio, era la diosa protectora de los plebeyos. 

186 Excelente resumen del retrato pormenorizado que Cicerón hace de Ga- 
binio en sen, 11-13, 

187 Sobre el rex sacrorum, cf. dom. 38, nota 49. 


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186 DISCURSOS 


dedicado a la religión todo el derecho religioso. ¿Es que en una 
dedicación no se tiene en cuenta quién la realiza, qué es lo que 
realiza y de qué modo? ¿Acaso estás mezclando y embrollando 
estas cuestiones para que pueda realizar la dedicación cualquier 
persona, de cualquier cosa y como le plazca? Tú, que realiza- 
bas la dedicación, ¿quién eras?, ¿con qué derecho la hacías?, 
¿de acuerdo con qué ley?, ¿con qué precedente?, ¿con qué au- 
toridad?, ¿cuándo te había encomendado esta tarea el pueblo 
romano? En efecto, observo que existe una antigua ley tribuni- 
cia que prohíbe que se consagren, sin autorización del pueblo, 
casas, tierras y altares. Y el ilustre Quinto Papirio, que propuso 
esta ley 188, ni pensó ni sospechó que existiría el peligro de que 
fueran consagrados los domicilios y las posesiones de ciudada- 
nos no condenados. Pues era ilegal el que esto sucediera, nadie 
lo había hecho y no había razón para que pudiera parecer que, 
con la prohibición, más que hacer desistir se animaba a ello, 
Pero, puesto que se consagraban edificios (no los domici- 
lios de ciudadanos privados sino aquellos que se denominaban 
sagrados), puesto que se consagraban terrenos (no nuestras ha- 
ciendas, al arbitrio de cualquiera, sino que era un general ven- 
cedor el que consagraba las tierras conquistadas al enemigo) 189 
y puesto que se levantaban altares (que santificaban el lugar 
mismo en el que eran consagrados), prohibió que todo ello se 
llevara a cabo sin el consentimiento de la plebe. Si consideras 
que eso se ha escrito con respecto a nuestras casas y tierras, no 


188 La denominada, por tanto, lex Papiria, que, según se indica a continua- 
ción, prohibía consagrar una casa, un altar o un templo sin la autorización del 
senado y del pueblo (Liv., IX 46, 7). 

189 El discurso de lege agraria del 63 trata precisamente del proyecto de 
ley presentado por el tribuno de la plebe P. Servilio Rulo, en el que se estable- 
cía, por ejemplo (I 4-5; II 49-51), la consagración de gran parte de las tierras 
conquistadas en las sucesivas guerras de los romanos. 


SOBRE LA CASA 137 


te lo discuto; pero pregunto: ¿qué ley se presentó para que con- 
sagraras mi casa? ¿dónde se te otorgó este poder? ¿con qué de- 
recho lo has hecho? Y no estoy hablando ahora de cuestiones 
religiosas sino de los bienes de todos nosotros; no de derecho 
pontifical sino de derecho público. 

La ley Papiria prohíbe que se consagren edificios sin el 
mandato de la plebe. De acuerdo en que" hace referencia a 
nuestras casas y no a los templos públicos: muéstrame una sola 
palabra que se refiera a la consagración en tu ley, si es que se 
trata de una ley y no de la voz de tu crimen y tu crueldad. 

Si entonces, en aquel naufragio de la República, hubieras 
tenido todo esto en cuenta, si tu propio secretario 1%, en medio 
de aquel incendio de la ciudad, en vez de establecer cláusulas 
.con exiliados de Bizancio y embajadores de Brogitaro te hubie- 
ra redactado con libertad de espíritu, no digo esos decretos sino 
esas monstruosidades, lo habrías conseguido todo, si no de he- 
cho sí al menos en términos legales. Pero al mismo tiempo se 
realizaban cauciones de dinero, se concluían pactos sobre las 
provincias, se vendían los títulos de rey, tenía lugar en toda la 
ciudad la clasificación por barrios de todos los esclavos, se re- 
conciliaban los adversarios, se conferían a la juventud nuevos 
encargos, se preparaba el veneno contra el desdichado Quinto 
Seyo !?!, se hacían planes para dar muerte a Gneo Pompeyo, 
defensor y protector de nuestro imperio, para que no quedara ni 
un senador, para que los hombres de bien estuvieran siempre 


190 El secretario es, lógicamente, Sexto Clodio, el redactor de sus leyes 
(dom. 47, nota 55). Sobre los exiliados de Bizancio, cf. dom. 22, nota 30. Bro- 
gitaro, uno de los tetrarcas gálatas, obtuvo de Clodio en el 58 el derecho a 
compartir con su yerno Deyótaro el título de rey. Además le otorgó (o, si he- 
mos de hacer caso a Cicerón, le vendió) el sacerdocio de la Magna Mater en 
Pesinunte (har. 28-29; Sest. 56, 84; Q. fr. 117, 2). 

191 Q. Seyo Póstumo, el propietario de la casa colindante a la de Cicerón 
en el Palatino (supra, pág. 93 y dom. 115). 


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188 DISCURSOS 


de luto y la República, prisionera de la traición de los cónsules, 
viniera a manos de la violencia de los tribunos. Mientras suce- 
dían tantos y tan importantes hechos, no es de extrañar (sobre 
todo en medio del furor y de la ceguera de espíritu) que, tanto a 
él como a ti, se os pasaran por alto muchas cosas. 

Observad, en cambio, el gran poder de la ley Papiria en un 
tema similar, pero no colmado de crímenes y locura como el 
que tú presentas. El censor Quinto Marcio había levantado una 
estatua a la Concordia y la había colocado en un sitio público. 
El censor Gayo Casio 1%, después de trasladar esta estatua a la 
curia, consultó a vuestro colegio si creíais que había alguna ra- 
zón que impidiera dedicar la estatua y la curia a la Concordia. 

Os lo ruego, pontífices: comparad los hombres, las épocas y 
los hechos. Aquél era un censor de una gran moderación y recti- 
tud; éste, un tribuno de la plebe que se distingue por sus propó- 
sitos. criminales y por su audacia. Aquélla era una época tran- 
quila, fundamentada en la libertad del pueblo y en el gobierno 
del senado; tu época, en cambio, se asienta en la represión de la 
libertad del pueblo romano y en la destrucción de la autoridad 
del senado. Aquella acción estaba llena de justicia, de sabiduría, 
de dignidad pues, como censor (en manos del cual nuestros an- 
tepasados quisieron que residiera algo que tá has suprimido 1%, 


192 Gayo Casio Longino fue censor en el 154, Q. Marcio Filipo, cónsul en 
el 186 y 169, y censor en el 164, fue el vencedor de Perseo. 

19 Cicerón, pues, en relación con la lex Clodiana de censoria notione, 
afirma que Clodio suprimió la censura como institución (cf. también har. 58; 
Sest. 55; Pis. 9-10), una afirmación de nuevo tendenciosa (W. M. F. RUNDELL, 
«Cicero and Clodius...», art. cit., pág. 310), puesto que siguió habiendo censo- 
res con posterioridad al 58. En realidad (Ascon., in Pis. 8, CLARK) la reforma 
fue bastante moderada y habría consistido en que ambos censores debían po- 
nerse de acuerdo para llevar a cabo la expulsión de un senador y que éste pu- 
diera defenderse. Para un estudio detallado de esta ley, cf. W. J. TATUM, «The 
lex Clodia de censoria notione», CPh 85 (1990), 34-43, 


SOBRE LA CASA 189 


esto es, valorar los méritos para acceder al senado), deseaba que 
la estatua de la Concordia estuviera en la curia y que la curia 
fuera dedicada a esta diosa; su intención era admirable y mere- 
cedora de toda alabanza. Pensaba, en efecto, que los obligaba a 
emitir su Opinión sin afán de discordia si unía la sede y el tem- 
plo del consejo del Estado 1% mediante el vínculo religioso de la 
diosa Concordia. En cambio tú, mientras mantenías la ciudad 
oprimida en la esclavitud mediante las armas, el miedo, los 
edictos, las leyes de excepción, la presencia de tropas de crimi- 
nales, el temor y la amenaza de un ejército ausente 1% y la alian- 
za y el pacto abominable con los cónsules, erigiste una estatua a 
la Libertad más como un juego de tu desvergiienza que para fin- 
gir sentimientos religiosos; él, colocó aquella imagen en la cu- 
ria, lugar que podía ser dedicado sin perjuicio de nadie; tú, has 
colocado esta otra imagen, no de la libertad pública sino del li- 
bertinaje, en medio de la sangre y casi de los huesos de un ciu- 
dadano benemérito de la República. 

Además él, a pesar de todo, consultó al colegio; ¿tú, a 132 
quién has consultado? Si tuvieras que tomar una decisión, si 
hubieras tenido que expiar o decidir algo en materia de reli- 
gión doméstica, habrías acudido a un pontífice de acuerdo con 
las normas antiguas de los demás: cuando emprendías, con un 
propósito nefando e inaudito, la construcción de un nuevo san- 
tuario en el lugar más distinguido de la ciudad, ¿no pensaste en 
consultar a los sacerdotes públicos? Si no creías oportuno con- 
vocar al colegio de los pontífices, ¿ninguno de los que desta- 
can por su edad, rango y autoridad, te pareció digno de que le 


19 Es decir, la curia Hostilia. 

195 César «se encontraba a las puertas de Roma con un mando para mu- 
chos años [en la Galia e Iliria] y un gran ejército [cuatro legiones]» (sen. 32) 
como consecuencia de los acuerdos del primer triunvirato. Clodio amenazaba 
con «lanzar contra la curia el ejército de César» (har. 47; Sest. 41 y 52). 


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comunicaras tus planes a propósito de la dedicación? Sin duda, 
más que despreciar temiste su dignidad. 

¿Te habrías atrevido a preguntar a Publio Servilio'o a Mar- 
co Lúculo !96 (gracias a cuyos consejos y autoridad conseguí li- 
brar en mi consulado a la República de vuestras garras y fau- 
ces) con qué fórmula o con qué ritual podrías consagrar la 
casa, en primer lugar, de un ciudadano y, además, de un ciuda- 
dano a quien el príncipe del senado, a quien, a su vez, todos 
los estamentos en aquel momento, Italia entera después y, a 
continuación, todas las naciones habían dado testimonio de 
que había salvado a esta ciudad y a su imperio? 

¿Qué les habrías dicho tú, ruina nefanda y perniciosa de la 
ciudad? «¿Estad presentes, Lúculo y Servilio, mientras dedico 
la casa de Cicerón, para que pronunciéis la fórmula y sujetéis 
las jambas?». Eres, sin duda, de una audacia y desvergüenza 
inauditas; y, sin embargo, cuando estos hombres que, con su 
dignidad, sostenían la representación y autoridad del pueblo 
romano, te hubieran atemorizado con palabras gravísimas y 
hubieran dicho que no podían ser partícipes de tu furor ni exul- 
tar de alegría ante la muerte de la patria, habrías bajado la mi- 
rada, el rostro y el tono de tus palabras. 

Al ser consciente de ello, acudiste a un familiar tuyo que 
no elegiste tá sino que te dejaron los demás. Creo, sin embar- 
£0, que, si éste desciende de aquellos que, segün nos ha legado 
la tradición, aprendieron los cultos sagrados del propio Hércu- 
les 197 (que ya había puesto término a sus trabajos), no fue tan 


1% Publio Servilio Vatia Isáurico (cónsul en 79) era, por tanto, uno de los 
miembros del colegio de los pontífices (har. 2). Además de colaborar durante 
el consulado de Cicerón en la represión de la conjura de Catilia, participó acti- 
vamente en su regreso del exilio (sen. 25; Quir. 17). Sobre M. Terencio Va- 
rrón, cf. dom. 110, nota 160. 

19 Sobre el pontífice L. Pinario NATA, cf. dom. 118, nota 173. El culto en 
Roma a Hércules es muy antiguo (s. v a. C.) y se le veneraba como dios ga- 


SOBRE LA CASA 191 


cruel, ante las desgracias de un ciudadano valiente, como para 
colocar con sus propias manos un monumento funerario sobre 
la cabeza de alguien que todavía vivía y respiraba; éste, o bien 
no dijo ni hizo nada y, como pago a la desvergüenza de su ma- 
dre, consintió en ofrecer su propia persona muda y su nombre 
en la ejecución del delito, o bien, si dijo algo tartamudeando y 
tocó las jambas con mano temblorosa, ciertamente no realizó 
nada de acuerdo con los ritos, la religión, las costumbres y las 
normas. É] había visto a su padrastro Murena, entonces cónsul 
designado, traerme durante mi consulado junto con los alóbro- 
ges las pruebas de plan funesto contra el Estado y le había oído 
decir que había conseguido salvarse, gracias a mí, en dos oca- 
siones 1%: primero personalmente y después junto con todos 
los demás. 
.. Porlo tanto, ¿quién podría creer que a este nuevo pontífice 
(que, tras iniciar su sacerdocio, realizaba por primera vez un 
acto religioso y pronunciaba unas fórmulas) no se le ató la len- 
gua, se le paralizó la mano y su débil mente sucumbió de mie- 
do, sobre todo porque no veía, de entre un colegio tan numero- 
so, ni al rey de los sacrificios, ni a un flamen o pontífice, 
porque se veía obligado a participar, a su pesar, en un crimen 
ajeno y porque se exponía a las penas más graves a causa de 
un parentesco tan impuro? 

Pero volviendo al derecho püblico relativo a la dedicación, 
algo que los propios pontífices acomodaron siempre, no sólo a 
su propio ritual sino también a las decisiones del pueblo, tenéis 


rante de la buena fe, protector de la familia, dios de la fecundidad de los cam- 
pos y rebaños, del comercio, de las armas, protector de los viajeros, etc. Cf. J. 
Bayer, Les origines de l'Hercule romain, París, 1926. 

198 Es decir, cuando Cicerón defendió a Murena (noviembre del 63) de 
una acusación de ambitu lanzada por Servio Sulpicio Rufo para evitar que 
Murena accediera al consulado después de haber derrotado en las elecciones a 
Catilina. Sobre el asunto de los alóbroges, cf. SAL., Cat. 40-50. 


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192 DISCURSOS 


en vuestros propios registros que el censor Gayo Casio consul- 
tó al colegio de los pontífices sobre la dedicación de la estatua 
de la Concordia y que el pontífice máximo Marco Emilio 19 le 
respondió en nombre del colegio que, si el pueblo romano no 
le había encargado de forma nominal este acto y si no lo hacía 
por orden suya, creía que no podría realizarse la dedicación de 
forma correcta. ¿Qué más? Después que Licinia, virgen vestal 
de la más alta cuna, revestida del más sagrado sacerdocio, bajo 
el consulado de Tito Flaminio y Quinto Metelo ?9? había dedi- 
cado un altar, una capilla y un lecho sagrado 20! al pie del 
Aventino, ¿no consultó, a instancias del senado, sobre este he- 
cho el pretor Sexto Julio a este colegio? Entonces el pontífice 
máximo Publio Escévola 22, en nombre del colegio, respondió 
«que no creía que fuera sagrada la dedicación efectuada en un 
lugar público por Licinia, hija de Gayo, sin la voluntad del 
pueblo». Por la lectura del propio decreto del senado podréis 
conocer fácilmente con qué seriedad y con qué diligencia trató 
el senado este tema. 

¿Veis cómo al pretor urbano se le encomendó la misión de 
impedir que este acto se considerara sagrado y que fueran bo- 
rradas las letras que habían sido grabadas o inscritas? ¡Qué 


19? Marco Emilio Lépido, cónsul en el 187 y 175. Gayo Casio ha sido ya 
citado en dom. 130. 

200 T, Quincio Flaminino y Q. Cecilio Metelo Baleárico, cónsules en el 120. 

201 El pulvinar era un lecho, lujosamente adornado, en el que, en origen, 
se colocaban las estatuas de los dioses para hacerles participar de la ceremonia 
del lectisternio (banquete de carácter público) o para que contemplaran los 
juegos que se ofrecían en su honor. Con el tiempo, en muchos templos se esta- 
blecieron pulvinares con carácter permanente. Sub Saxo designa el Aventino, 
donde se encontraba el templo de la Bona Dea Subsaxana. Licinia fue conde- 
nada al suplicio en el 114. 

202 P. Mucio Escévola, uno de los primeros juristas romanos. Durante su 
consulado del 133 (dom. 91) fue asesinado Tiberio Graco. 


SOBRE LA CASA 193 


tiempos, qué costumbres! 203, En el pasado, los pontífices pro- 
hibieron a un censor, hombre sacrosanto, dedicar la imagen de 
la Concordia en un templo consagrado por los augures; des- 
pués, el senado, a instancias de los pontífices, decidió que el 
ara ya consagrada en un lugar sagrado debía ser arrancada y no 
permitió que quedara prueba alguna de aquella dedicación por 
escrito. En cambio, tú, azote de la patria, torbellino y tempestad 
contra la paz y el sosiego, lo que has destruido o edificado en 
medio del naufragio de la República, cubriéndolo todo de tinie- 
blas, con el pueblo oprimido y el senado abatido y rechazado; 
lo que, violando toda religión, has mancillado sirviéndote in- 
cluso del nombre de la religión; lo que has erigido como monu- 
mento de la destrucción de la República en medio de las entra- 
ñas de aquel que con sus sufrimientos y peligros había salvado 
la ciudad y 2% ..., sobre el testimonio de dolor de todos los 
hombres de bien, has grabado tu nombre 205 después de elimi- 
nar el de Quinto Cátulo, ¿esperaste que la República lo consen- 
tiría por más tiempo del que, expulsada juntamente conmigo, 
se viera privada de estas murallas? 

Si la dedicación, pontifices, no la realizó quien estaba auto- 
rizado ni sobre algo que estuviera permitido, ¿qué me importa 
ya el tercer aspecto que me había propuesto tratar, el hecho de 
que no se había realizado la dedicación de acuerdo con las nor- 
mas y palabras que exigen estas ceremonias? Al principio 206 he 
afirmado que no iba a decir nada sobre vuestra ciencia, sobre 


203 O tempora, o mores!, la conocida exclamación ciceroniana (Verr. IV 
56; Cat. 12; Deiot. 21) para lamentar la corrupción de las costumbres. 

204 Hay una laguna en el texto. 

205 El dato es, sin duda, interesante: al construir el nuevo pórtico en lugar 
del de Cátulo, Clodio hizo inscribir su nombre de acuerdo con la ley y confor- 
me a una tradición bien establecida que otorgaba este privilegio a los magis- 
trados que dirigían trabajos públicos. 

206 Cf. supra, dom. 33. 


138 54 


139 


55 140 


194 DISCURSOS 


vuestros ritos sagrados ni sobre las normas de derecho secretas 
de los pontífices. Cuanto he discutido hasta ahora acerca del de- 
recho de dedicación, no lo he sacado de ninguna fuente de docu- 
mentación secreta sino que lo he tomado de una fuente accesible 
a todos, de las actuaciones públicas de los magistrados y de sus 
informes al colegio de los pontífices, del decreto del senado y 
de la propia ley. Otros aspectos más íntimos os pertenecen a vo- 
sotros: qué se dijo, se dictó, se trató y se mantuvo legalmente. 

Aunque hubiese constancia de que todo se había realizado 
de acuerdo con la doctrina de Tiberio Coruncanio (quien, según 
se dice, fue el más sabio de los pontífices), o, aunque el famoso 
Marco Horacio Pulvilo 207 (que, a pesar de que se oponían mu- 
chos envidiosos con falsos impedimentos religiosos, se mantuvo 
firme y dedicó el Capitolio sin dejarse influir lo más mínimo) 
hubiera presidido un acto de consagración de esta naturaleza, 
sin embargo, en medio de un crimen el acto religioso no tendría 
valor; no puede ser válido tampoco lo que -se dice— ha hecho 
un joven inexperto, recién nombrado sacerdote, movido por las 
súplicas de una hermana y las amenazas de una madre, sin co- 
nocimientos, contra su voluntad, sin la presencia de colegas, sin 
libros, sin nadie que le ayudara o asistiera, a escondidas y con 
una mente y una voz titubeantes; sobre todo, porque ese indivi- 
duo impuro e impío, enemigo de todas las religiones, que de 
forma sacrílega se había presentado a menudo como mujer entre 
los hombres e, incluso, como hombre entre las mujeres, realizó 
aquel acto tan a escondidas y tan precipitadamente que ni su 
mente ni su voz ni su lengua podían mantenerse firmes. 

Se os. ha informado a vosotros, pontífices, y se ha hecho 
público en las conversaciones de todo el mundo de qué forma 


207 Tiberio Coruncanio (cónsul en el 280) fue el primer Pontífice Máximo 
plebeyo, en el 254, A su vez, M. Horacio Pulvilo fue el primer cónsul (509) de 
la República (Liv., II 8, 7). 


SOBRE LA CASA 195 


ese individuo, invirtiendo las palabras, con presagios de mal 
agúero, invocándose a sí mismo repetidas veces, lleno de du- 
das, temor y vacilaciones, pronunció y llevó a cabo todo de 
manera muy distinta a como vosotros establecéis en vuestros 
documentos. A decir verdad no es, en absoluto, sorprendente 
que, en medio de un crimen y una insensatez tan grandes, ni si- 
quiera se atreviera a refrenar su temor. En efecto, si nunca 
existió un pirata tan bárbaro e inhumano que, después de haber 
espoliado los santuarios, a continuación, impulsado por los 
sueños o por algún sentimiento religioso, consagrara un altar 
en un lugar desierto y no se horrorizara en su interior al verse 
obligado a aplacar con súplicas a la divinidad ultrajada con su 
crimen, ¿con qué agitación de espíritu pensáis que se presentó 
. ese ladrón de todos los templos, de todos las moradas y de toda 
la ciudad cuando, como expiación de tantos crímenes, consa- 
graba sacrílegamente un sólo altar? 

A pesar de que la arrogancia de su tiranía había exaltado 
sus sentimientos y de que estaba armado, además, de una in- 
creíble audacia, a la hora de actuar no pudo en modo alguno 
evitar precipitaciones y frecuentes errores, sobre todo con un 
pontífice y un maestro que se veía obligado a dar lecciones an- 
tes de haberlas aprendido. Grande es la fuerza, tanto de los 
dioses inmortales como, también, de la propia República. Los 
dioses inmortales, al ver arrojado al guardián y protector de 
sus templos de la forma más indigna, no querían abandonar sus 
propios templos para trasladarse a la morada de aquel hombre 
y, así, aterrorizaban la mente de ese loco con preocupaciones y 
temores; a su vez, la República, aunque desterrada junto con- 
migo 208, se presentaba ante los ojos de su destructor y recla- 
maba ya a esta furia inflamada e indómita su regreso y el mío. 


208 Una de las ideas reiterativas en estos discursos (sen. 34; Quir. 14; dom. 
87 y 137). 


141 


56 142 


143 


196 DISCURSOS 


Por lo tanto, ¿qué tiene de extraño que ese individuo, acosado 
por el miedo, excitado por su locura y arrastrado por su cri- 
men, fuera incapaz de cumplir el ceremonial establecido y de 
pronunciar algunas palabras solemnes? 

Así las cosas, pontífices, dirigid ya vuestras mentes de esta 
nuestra sutil discusión al interés público que en otro tiempo 
sosteníais con la ayuda de muchos ciudadanos valerosos, pero 
que en esta causa lo hacéis únicamente sobre vuestras espal- 
das. Es a vosotros a quienes la autoridad perpetua del senado 
en pleno (al frente del cual habéis estado siempre vosotros 
mismos de forma tan distinguida en la defensa de mi causa), es 
a vosotros a quienes aquel movimiento tan impresionante de 
Italia y el concurso de los municipios, el Campo de Marte y la 
voz unánime de todas las centurias (de las que vosotros habéis 
sido líderes y promotores), es a vosotros a quienes todas las 
sociedades 20%, todos los estamentos y, en fin, todos los que tie- 
nen una situación o esperanza honrosas, pensaban que habían 
confiado y encomendado todos sus afanes y deseos en defensa 
de mi dignidad. 

Por último, los mismos dioses inmortales que velan por 
esta ciudad y este imperio, me parece que, para que fuese evi- 
dente a todos los pueblos y a la posteridad que yo había sido 
devuelto a la República gracias a su voluntad divina, han so- 
metido a la autoridad y al juicio de sus sacerdotes el fruto mis- 
mo de mi regreso y de la alegría que él supuso. En efecto, pon- 
tífices, mi regreso y mi restitución radican en recuperar mi 
casa, mis aposentos, mis altares, mi hogar y mis dioses pena- 
tes; si ese individuo ha destruido con sus impías manos las mo- 


209 Es decir, las sociedades de publicanos; éstos pertenecían habitualmente 
al orden ecuestre y entre sus actividades estaba el cobro de los impuestos del 
Estado, Fue, sobre todo, tras la conquista de Asia cuando cobraron una gran 
importancia al administrar el arrendamiento del ager publicus. 


SOBRE LA CASA 197 


radas y sedes de los dioses, y si, bajo la guía de los cónsules, 
como si de una ciudad conquistada se tratara, ha creído que de- 
bía ser destruida únicamente la casa de su más ardiente defen- 
sor, ahora, gracias a vosotros serán restituidos a mi casa, junto 
conmigo, mis dioses penates y familiares, 

Por lo tanto, a ti, dios del Capitolio, a quien el pueblo ro- 144 57 
mano ha puesto el apelativo de Óptimo a causa de tus benefi- 
cios y el de Máximo por tu poder; a ti, reina Juno, y a ti, Mi- 
nerva, protectora de la ciudad, que siempre me ayudaste en 
mis decisiones y fuiste testigo de mis empresas 210; a vosotros, 
dioses ancestrales, penates y domésticos ?!!, que habéis recla- 
mado y pedido con insistencia mi regreso y sobre cuyas mora- 
. das ha versado este debate, que veláis por esta ciudad y por la 

. República, y cuyos templos y santuarios he librado de esta lla- 
ma funesta y sacrílega; a ti, madre Vesta, a cuyas castísimas 
sacerdotisas he defendido del furor y del crimen de unos hom- 
bres enloquecidos y cuyo fuego sempiterno no consentí que 
fuera extinguido con la sangre de los ciudadanos o se mezclara 
con el incendio de toda la ciudad: a vosotros os ruego y supli- 
co que, si en aquellas circunstancias casi fatales para la Repú- 
blica, expuse, en defensa de vuestras ceremonias y vuestros 
templos, mi propia cabeza a la locura y violencia de unos hom- 
bres infames, y si, por segunda vez, os invoqué cuando, utili- 
zando como pretexto mi resistencia, se pretendía la muerte de 
todos los hombres de bien y os confié mi suerte y la de los 
míos, si sacrifiqué mi persona y mi vida con la condición de 
que, si, tanto en ese preciso momento como antes en mi consu- 


45 


210 Cicerón desarrolla en la peroración de este discurso la misma idea que 
en el exordio de Quir. 1. Compárese, en este sentido, la distinta configuración 
sintáctica del período en uno y otro caso. 

211 Los di patrii son los dioses de la ciudad, los familiares los del hogar (o 
lares) y los penates pueden designar a unos y otros (dom. 1, nota 1). 


146 


58 


198 DISCURSOS 


lado, no hubiera hecho otra cosa que trabajar por la salvación 
de mis conciudadanos con mi desvelo, mi pensamiento y mis 
vigilias, olvidando todos mis intereses, mis ventajas y mis re- 
compensas, se me concediera el derecho a disfrutar alguna vez 
de una República restablecida, pero que, si mis consejos no ha- 
bían sido de utilidad a la República, entonces, arrancado de los 
míos, soportara un dolor eterno: cuando haya sido restituido a 
mi casa, sólo entonces, consideraré que, por fin, este sacrificio 
de mi vida ha quedado sancionado y ratificado. 

En realidad, en este momento, pontífices, me veo privado 
no sólo de mi casa (sobre la que vosotros estáis instruyendo el 
proceso) sino de toda la ciudad (a la cual —al parecer- he sido 
restituido). En efecto, los barrios más famosos e importantes 
de la ciudad están situados frente a aquel monumento, o mejor, 
frente a aquella herida de la patria. Puesto que estáis viendo 
que me veo obligado a apartarme y a huir de su contemplación 
más que de la muerte, no pretendáis —os lo ruego- que aquel, 
con cuyo regreso creísteis que la República sería restablecida, 
se vea privado, no sólo de los distintivos de su dignidad 212 
sino también del disfrute de su ciudad y de su patria. 

No es el saqueo de mis bienes, la destrucción de mis ca- 
sas, la devastación de mis tierras o el botín de mis posesiones, 
cobrado con tanta crueldad por los cónsules, lo que me tiene 
auténticamente conmovido: siempre consideré estos bienes 
caducos e inestables, fruto no de la virtud y del ingenio sino 
de la fortuna y de las circunstancias; nunca creí que se debiera 
desear tanto su posesión y abundancia como su uso racional y 
saber soportar su ausencia. 


212 «Es preciso que la dignidad de un personaje esté realzada por su casa, 
aunque no sea de su casa de la que deba esperar toda su dignidad» (Off. 1 
139). Sobre la importancia política de la domus como reflejo de la dignitas de 
un ciudadano, cf. supra, pág. 94, nota 15. 


SOBRE LA CASA 199 


En efecto, lo moderado de mi patrimonio familiar ha cons- 
tituido ya casi un límite para su disfrute; en cambio, a mis hi- 
jos les legaré el patrimonio, bastante rico, del nombre paterno 
y de mi propia memoria. Lo que no puedo, sin la mayor igno- 
minia para la República y sin deshonra y dolor personal, es 
verme privado de mi casa arrebatada mediante un crimen, ocu- 
pada mediante un acto de bandidaje y edificada violando los 
preceptos religiosos de una forma más impía de lo que se hizo 
cuando fue demolida. Por lo tanto, si mi regreso les parece gra- 
to y dichoso a los dioses inmortales, al senado, al pueblo roma- 
no, a Italia entera, a las provincias, a los pueblos extranjeros y 
a vosotros mismos que ocupasteis siempre el lugar más desta- 
cado y fuisteis la autoridad más importante en mi salvación, yo 
. os ruego y suplico, pontífices, que a mí, a quien habéis restitui- 
do con vuestra autoridad, con vuestro empefio y vuestras deci- 
siones, me coloquéis ahora, puesto que ésa es la voluntad del 
senado, también con vuestras manos, en mi propia casa. 





147 


SOBRE LA RESPUESTA 
DE LOS ARÚSPICES 


INTRODUCCIÓN 


1. Circunstancias históricas del discurso 


Si bien es cierto que el discurso De haruspicum responso 

` guarda una estrecha relación en cuanto a su contenido con De 
domo sua (en ambos se aborda, entre otros, el problema de la 

consagración de la casa de Cicerón en el Palatino), las circuns- 

tancias en que uno y otro fueron pronunciados son notable- 

mente distintas a pesar del escaso tiempo transcurrido (30 de 

septiembre del 57 / primavera del 56 !) entre ambos; en una si- 

tuación política tan convulsa e inestable como la romana no es 


! La datación exacta del discurso constituye uno de los temas más contro- 
vertidos. Aunque distintas alusiones internas del propio discurso sirven para 
establecer términos post quem (cf. har. 22, 51, 55 y notas) y ante quem (har. 
3, 13, 15 y notas), resulta difícil fijar una fecha exacta; P. WuiLLEUMIER-À. M. 
Turer (Cicerón, Discours XIII 2, París, 1966, págs. 8-9) concluyen que la fe- 
cha más probable sería entre el 6 y el 14 de mayo del 56, pero la cuestión si- 
gue estando abierta. P. GrimaL (Cicerón, B. Aires, 1990, pág. 80) lo sitúa en 
abril y a mediados de este mes L. A. CoNsrANs (Cicéron. Correspondance, Il, 
París, 1950, pág 116) y K. KuMaNiECKI («Ciceros Rede de haruspicum respon- 
so», Klio 37 (1959), 135-152); M. G&rzER, en cambio, («Die Datierung von 
Ciceros Rede de haruspicum responso», Klio 12 (1937), 1-9) piensa como fe- 
cha más probable la del mes de septiembre, al igual que M. vaN DEN BRUWAE- 
NE («Quelques éclaircissements sur le “de haruspicum responsis'», AC 17 


204 SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 


de extrañar que las relaciones de poder variaran constantemen- 
te y, con ello, el papel de los protagonistas de la acción (Cice- 
rón, Clodio, Pompeyo o César). 

La resolución de los pontífices (30 de septiembre) y del se- 
nado (2 de octubre del 57) en favor de la restitución de las po- 
sesiones de Cicerón no frenaron la violencia de Clodio; sus 
bandas atacaron a los obreros encargados de la reconstrucción 
del pórtico de Cátulo y de la casa de Cicerón en el Palatino (3 
de noviembre), a la escolta de Cicerón en la Vía Sacra (12 de 
noviembre) y asaltaron al día siguiente la casa de Milón?. Éste 
intentó una acción judicial contra Clodio, acusándolo de vi, y 
amenazó con recurrir a la obnuntiatio para evitar que su ene- 
migo pudiera ser elegido edil, ya que en tal caso se habría sus- 
traído a la justicia3, 

En medio de esta situación, Clodio se había ganado el apo- 
yo de un sector importante de los optimates: al impedir que 
Pompeyo interviniera en Egipto para restablecer en el trono a 
Ptolomeo XIII 4, satisfacía a muchos senadores que veían con 
preocupación y envidia la ambición y el poder cada vez mayo- 
res del triunviro. Esta interesada alianza y la sustitución de los 
cónsules del 57 (sobre todo, de Publio Cornelio Léntulo, ami- 


(1948), 81-92). Sobre este mismo tema, cf. E. COURTNEY, («The date of the De 
haruspicum responso», Philologus 107 (1963), 155-156) y J. O. LENAGHAN (A 
commentary on Cicero's oration De haruspicum responso, Mouton 1969, 
págs. xxv-xxxiii). 

2 Para el relato de estos sucesos, cf. Att. IV 3, 2-3. 

3. Las maniobras de Milón chocaban con impedimentos jurídicos: el proce- 
so contra Clodio no podía iniciarse hasta que fueran elegidos los nuevos cues- 
tores (encargados de designar a los jueces), pero las elecciones de ediles (a las 
que se presentaba Clodio) debían celebrarse antes que las de los cuestores. 

^ Sobre este enrevesado asunto, cf. har. 34, nota 64. Una exposición más 
pormenorizada se puede encontrar en J. Cousin, Cicéron. Discours XIV: Pour 
Sestius, Contre Vatinius, París, 1965, págs. 15-18. 


INTRODUCCIÓN 205 


go de Cicerón) 5 facilitaron la elección de Clodio como edil el 
20 de enero del 56. 

Ante estos acontecimientos Cicerón adoptó una actitud va- 
cilante: preocupado ante todo por recobrar sus bienes, denun- 
cia la violencia de Clodio y apoya las acusaciones de Milón 6; 
su amistad con Pompeyo, por una parte, y su defensa de los in- 
tereses de la aristocracia senatorial, por otra, le obligan a un di- 
fícil equilibrio en el asunto de Ptolomeo. De todos modos no 
puede evitar la denuncia de la extraña alianza de Clodio con 
algunos senadores, alianza en la que ve. un peligro para la 
unión y concordia entre los “mejores ciudadanos”. 

Por su parte Clodio, una vez elegido edil, no.tardó en ven- 
garse de Milón acusándolo de vi; Pompeyo se encargó de su 

defensa en un proceso (7 de febrero) en el que, ridiculizado 
por Clodio, apenas pudo tomar la palabra en un clima de vio- 
lencia extrema; además, tuvo que soportar días después la hos- 
tilidad de gran parte del senado, que veía con buenos ojos el 
que Clodio minara el prestigio de Pompeyo 7. La postura de 
Cicerón en este tema no deja de ser, una vez más, contradicto- 
ria: aunque aplaude a Pompeyo por su valiente defensa de Mi- 
lón, no se atreve a acudir al senado para no verse obligado «a 
guardar silencio sobre un asunto tan grave ni a desagradar a las 
gentes de bien si defendía a Pompeyo» 8. 

Pese a todo, Cicerón vuelve a recuperar parte de su presti- 

gio y autoridad al alcanzar tres victorias sucesivas sobre Clo- 


5 Los nuevos cónsules del 56 fueron Gn. Cornelio Léntulo Marcelino, 
contrario a Pompeyo, y L. Marcio Filipo, pariente y aliado de César. 

6 Q. fr. 111, 2-3. 

7 Cf. har. 50-52. Para el relato de este proceso, cf. Q. fr. 113, 2-4. Pompe- 
yo llegó, incluso, a temer por su vida por lo que se rodeó de una guardia per- 
sonal (Q. fr. IL 3, 4). 

8 Q. fr. I1 3,2. 


206 SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 


dio en los procesos en defensa de Bestia (11 de febrero), Sestio 
(14 de marzo) y Celio (4 de abril). 

La situación política, entre tanto, sufrió un vuelco conside- 
rable. A la hostilidad creciente de parte de los optimates contra 
Pompeyo se había añadido el ataque del senado (incluido Cice- 
rón) contra César quien, además de amenazado su proconsula- 
do en las Galias, vio cómo se intentaba derogar la ley agraria 
que había presentado en el 59 relativa al reparto entre los vete- 
ranos del ager Campanus?. La reacción no se hizo esperar: de- 
jando a un lado suspicacias personales, César y Pompeyo vol- 
vieron a unir sus fuerzas para, junto con Craso, repetir la 
experiencia del primer triunvirato del 60. El resultado de todo 
ello fueron los acuerdos de Luca de mediados de abril del 56, 
en los que se establecía un nuevo reparto del poder entre los 
triunviros 10, También Clodio salió beneficiado de la situación; 
dando muestras de una gran visión de futuro, se había reconci- 
liado previamente con Pompeyo, con lo que su figura y su po- 
der salieron fortalecidos. Cicerón, en cambio, ausente de Roma 
desde el 9 de abril, se siente engañado por Pompeyo por haber- 
lo mantenido al margen de las negociaciones !!. 


9? El tema, tratado ya en diciembre del 57 (Q. fr. II 1, 1), fue retomado, en 
medio de un clima de crispación, el 5 de abril del 56 (Q. fr. II 5, 1); para calmar 
los ánimos y mantener su precario equilibrio, Cicerón, presionado por Pompe- 
yo, hizo que se aprobara un decreto del senado por el que la discusión del tema 
se posponía para la sesión del 15 de mayo (Fam. I 9, 8), una fecha, pues, poste- 
rior (cf. supra, pág. 203, nota 1) al discurso De haruspicum responso. 

10 César aseguraba su permanencia en el gobierno de las Galias y que el 
senado concedería el dinero suficiente para el mantenimiento de cuatro legio- 
nes suplementarias. Pompeyo y Craso serían nombrados cónsules al año si- 
guientes (59) y, a su salida del cargo, tendrían asegurados por cinco años el 
proconsulado de las dos Hispanias y de Siria, respectivamente, 

! Fam. 19, 9-10, Cicerón, desde Ancio, se habría enterado de la reunión 
de Luca diez días después de su celebración (J. S. RusBEL, «When did Cicero 
learn about the Conference at Luca», Historia 24 (1975), 622-624, y C. Lu- 
HEID, «The Luca Conference», CPh 65 (1970), 39-47). 


INTRODUCCIÓN 207 


Esta es, en apretada síntesis, la compleja situación política 
que precede al discurso que vamos a comentar !2, 


2. El anuncio de prodigios y la respuesta de los arúspices 


Poco después de los acuerdos de Luca y ausente todavía 
Cicerón de Roma, la ciudad quedó conmocionada por el anun- 
cio de diversos prodigios: «Se oyó en territorio latino un gran 
estrépito seguido de ruido de armas» !3; «se anuncia un tem- 
blor de tierra...en Potenza, en el Piceno» !^. Como en otras si- 
tuaciones similares el senado consultó a los arúspices, cuyas 
respuestas (a base de fórmulas estereotipadas) la aristocracia 
senatorial interpretó de forma interesada. Unas respuestas que, 
gracias al discurso de Cicerón, son las únicas que se nos han 
conservado prácticamente íntegras y en su forma original; de 
ahí el interés de esta obra para el conocimiento de aspectos 
concretos de la religión romana '5, 

A los cinco sacrilegios denunciados por los arúspices (cele- 
bración poco escrupulosa de los juegos, profanación de lugares 
de culto, asesinato de embajadores, violación de juramentos y 
profanación de sacrificios) !6 se añadieron cuatro advertencias: 
la amenaza de un régimen personal por culpa de las disensio- 
nes entre los optimates; el peligro que para la República repre- 
sentaban determinados planes secretos; el error que suponía 


12 Para una descripción pormenorizada de los hechos históricos más im- 
portantes de este período, cf. T. N. MircHELL, «Cicero before Luca (September 
57-April 56 B. C.)», TAPHA 100 (1969), 295-320, y K. KumaniecKı, «Ciceros 
Rede de haruspicum responso», art. cit. 

13 har. 20. 

14 har. 62; cf., también, Dión Casio XXXIX 20. 

15 Cf. R. BLocn, Les prodiges dans l'antiquité classique, París, 1963, 
págs. 49 ss. 

16 Cf. har. 21, 30, 34, 36 y 37, respectivamente. 


208 SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 


conceder honores a ciudadanos «perversos»; y, como conse- 
cuencia de todo ello, el riesgo de que los fundamentos de la 
República fueran destruidos 7. Por último, ante el anuncio de 
los prodigios, los arúspices establecieron «que se debían actos 
de expiación a Júpiter, Saturno, Neptuno, Telus, a las divinida- 
des celestes» !8, 

No es difícil imaginar la lectura que se hizo de las respues- 
tas y advertencias de los arúspices: los planes secretos y el ries- 
go de un poder personal podían entenderse dirigidos directa- 
mente a los triunviros —sobre todo tras los recientes acuerdos de 
Luca- y, en especial, a Pompeyo, cuyos poderes extraordina- 
rios nunca fueron bien vistos por el senado; la referencia a las 
disensiones entre los optimates era, tal vez, una velada alusión 
a las extrañas alianzas de algunos senadores primero con Clo- 
dio y, tras los acuerdos de Luca, con César y Pompeyo; tam- 
bién Clodio y el propio Cicerón podían sentirse interpelados 
por unas respuestas cuya ambigüedad permitía -según quien 
hiciera la lectura— interpretaciones radicalmente opuestas. 

Precisamente Clodio, con el apoyo de César, no tardó mu- 
cho en hacer su propia lectura !?: tras un elogio interesado de 


17 Cf. har. 40, 55, 56 y 60, respectivamente. 

18 Cf. har. 20 y nota. 

19 Frente a WuILLEUMIER-TUPET (Cicerón. Discours... op. cit., pág. 14) que 
piensan que fue, sobre todo, el senado el que aprovechó la consulta a los arús- 
pices con fines políticos, la tesis de M. vaN DEN BRUWAENE («Quelques éclair- 
cessements...», art, cit.) es que Clodio fue utilizado en este asunto por los 
triunviros para presionar a Cicerón: ante la amenaza de la pérdida de sus pose- 
siones, el orador se vio obligado a un acercamiento a los triunviros dando 
marcha atrás en su deseo de revisar la cuestión del ager Campanus. Así se ex- 
plicaría, además, el que pocas semanas después, pronunciara un discurso (De 
provinciis consularibus) para, mediante un elogio encendido de César, apoyar 
el mantenimiento de su proconsulado en las Galias en los términos estableci- 
dos en los acuerdos de Luca. 


INTRODUCCIÓN 209 


Pompeyo (consecuencia, sin duda, de los acuerdos de Luca y 
de la reciente reconciliación entre ambos) aprovechó un dis- 
curso ante el pueblo para hacer de Cicerón el culpable de la ira 
de los dioses: el orador habría profanado un lugar de culto al 
volver a ocupar su casa del Palatino, lugar en el que Clodio ha- 
bía consagrado un templo a la Libertad 2, La insinuación de 
Clodio caló en el ánimo de muchos senadores que, envidiosos 
de las propiedades de Cicerón, pidieron a los cónsules que vol- 
vieran a tomar una resolución sobre el tema. Cicerón, que an- 
daba fuera de Roma visitando sus diversas villae, regresó pre- 
cipitadamente para dar cumplida respuesta a los ataques de 
Clodio. 


3. El discurso de Cicerón: contenido y estructura 


Ante esta situación, el discurso De haruspicum responso o 
responsis?! que Cicerón pronuncia en el senado consta de dos 
partes claramente diferenciadas: en la primera (1-17) el orador 
intenta responder a los ataques e insinuaciones de Clodio (8- 
17) y al ambiente hostil en el senado contra su persona 2 (1-7); 


?0 har, 8, 51-52. Sobre el tema de la consagración de la casa del Palatino 
remitimos a la Introducción al De domo sua, págs. 91-96. 

?! Junto con la fecha del discurso, otra cuestión controvertida es la del 
propio título. Los editores y comentaristas optan unas veces por el singular 
responso (Asconio, Peterson, Lenaghan, Courtney) y otras por el plural 
(Watts, Wuilleumier, Maslowski) sin que los argumentos en uno u otro senti- 
do sean definitivos: el plural estaría apoyado por la tradición manuscrita, por 
una cita de QUINTILIANO (Inst. orat. IV 11, 42) y por el empleo ocasional de 
Cicerón (Cat. III 9; III 20; de div. I 97); pero lo cierto es que el orador, a lo 
largo del discurso, más que responsis (har. 29; 34; 61) lo que emplea es el sin- 
gular responso para referirse tanto al conjunto de la respuesta como a aspectos 
concretos de ella (har. 9; 10; 11; 18; 37; 60). 

22 A la envidia de algunos senadores de cómo Cicerón había recuperado 
sus propiedades (Att. IV 1, 8; IV 2, 5; IV 5, 2) y a la propia división interna de 


210 SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 


en la segunda (18-63), Cicerón, después de una profesión de 
fe en la religión romana (18-19), hace su propia intepretación 
de los prodigios comentando, uno por uno, los distintos sacri- 
legios denunciados por los arúspices (20-39) así como las ad- 
vertencias de los dioses (40-63). El hilo conductor de toda su 
intervención va a ser, cómo no, una vez más, Publio Clodio, a 
quien Cicerón señala como responsable máximo de todos los 
desastres de la República y, en consecuencia, como destinata- 
rio principal de las respuestas de los arúspices. 

Para ello el orador retoma, sobre todo en la primera parte, 
argumentos ya esgrimidos en los tres discuros precedentes: el 
ataque a los cónsules del 58, Gabinio y Pisón; el recuerdo del 
sacrilegio cometido por Clodio en los misterios de la Buena 
Diosa; el problema de la supuesta consagración de su casa del 
Palatino y la resolución de los pontífices y del senado al res- 
pecto, etc. Pero es a la hora de interpretar los sucesos más re- 
cientes donde Cicerón da muestras de una gran habilidad in- 
tentando mantener un difícil equilibrio entre sentimientos 
contrapuestos: el orador es consciente de su situación compro- 
metida y de los recelos que provoca en muchos senadores; de- 
sea mantener su amistad con Pompeyo (a pesar de sus doble- 
ces), pero desconfía de César; no puede evitar preocuparse por 
sus intereses materiales, pero también por el futuro incierto de 
la República y por las disensiones entre los optimates. Ante 
esta situación dirige sus armas dialécticas en dos direcciones: 
atacar directamente a Clodio (a quien hace responsable de la 
profanación de los recientes juegos Megalenses, del asesinato 
de embajadores, de la venta del santuario de Pesinunte, de la 
división de los senadores e, incluso, de esos «planes secretos» 


los optimates como resultado de los acuerdos de Luca, se añadió una interven- 
ción poco afortunada de Cicerón el día anterior apoyando las quejas de los pu- 
blicanos contra A, Gabinio, gobernador de Siria (cf. har, 1, nota 1). 


INTRODUCCIÓN 211 


mencionados en la respuesta de los arúspices), pero, también, 
aconsejar, como solución a la crisis, la unión de «los mejores 
ciudadanos», una denominación en la que parece querer englo- 
bar tanto a la clase senatorial como a los triunviros. 

Aunque, desde un punto de vista literario, no sea de los dis- 
cursos más brillantes de Cicerón 2, su clara estructuración 
(mucho más conseguida, a nuestro juicio, que en discursos pre- 
cedentes), su ya mencionada habilidad dialéctica, su maestría 
en el manejo de los recursos retóricos y en la utilización del 
tono apropiado a cada circunstancia (solemne en las constantes 
referencias a la esfera religiosa, mordaz en los ataques a Clo- 
dio, moderado en el análisis de la situación política, exaltado 
en la expresión de sus sentimientos patrióticos) son cualidades 
_indudables que, unidas a su importancia como documento para 
conocer aspectos concretos de la religión romana, hacen del De 
haruspicum responso una pieza oratoria de indudable interés. 


4. Ediciones y traducciones 2 


J. BAUTISTA CALVO, Obras completas de Marco Tulio Cicerón. Vida y 
discursos, Tomo V, Buenos Aires, 1946. 

S. Despen, et alii, Tutte le opere di Cicerone, VII, Milán, 1966. 

I. ot Gato, Orazioni clodiane (dom., har., Mil.), Roma, 1969. 

A. GUAGLIANONE, De haruspicum responsis oratio, Florencia, 1968. 

H. KasrEN, Staatsreden II, Berlín, Berlín 1969. 


23 Como los tres discursos precedentes, algunos filólogos llegaron a consi- 
derarlo apócrifo; cf., P. WuiLLEUMIER-M. A. Turer, Cicéron, Discours..., op. 
cit., pág. 7. 

? Para la tradición manuscrita de este discurso, cf. supra págs. 25-27. 
Transmitido junto con los tres discursos del 57 por los cuatro manuscritos más 
importantes (P, H, G y E), aparece precedido del De provinciis consularibus 
en P, G y E, y del Pro Balbo en H. Como en discursos precedentes, nos limi- 
tamos a recoger las ediciones, traducciones y comentarios más importantes del 
siglo xx. 


212 SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 


A. Kotz, M. Tulli Ciceronis Orationes, VII, Leipzig 1919. 

T. MasLowskr, M. Tulli Ciceronis scripta quae manserunt, fasc. 21, 
Leipzig, 1981. 

C. F. MULLER, M. T. Ciceronis scripta quae manserunt, 12, Leipzig 
1904 (reimpr., 1896). 

W. Peterson, M. Tulli Ciceronis Orationes, Oxford, 1978 (reimpr., 
1911). 

B. D. R. SHAckLETON, Cicero. Back from exile: six speeches upon his 
return, Chicago, 1991. 

N,-H. Warrs, Cicero. The Speeches, IX, Londres-N. York, 1965 
(reimpr., 1923). 

P. WuiLLEUMIER-A. M. Turer, Cicerón. Discours XIII, 2: Sur la ré- 
ponse des haruspices, París, 1966. 


Al igual que en los anteriores discursos, hemos seguido la 
edición de Oxford de W. Peterson, pero teniendo también pre- 
sentes las de A. Klotz, T. Maslowski y W. Wuilleumier-A. M. 
Tupet?5. Las variaciones respecto al texto de Peterson que pue- 
den afectar al sentido de la traducción han sido mínimas: 


PETERSON TEXTO SEGUIDO 
har. 17: ferri me posse. ferre me posse (codd.). 
har. 45: tum senatus, senatus tum senatus, principe (HGE, 
principe. WUILLEUMIER). 


5. Bibliografía ?6 


H. Benner, Die Politik des P. Clodius Pulcher, Stuttgart, 1987. 
R. Broca, Les prodiges dans l'antiquité classique, París, 1963, 


25 Para la confección de la introducción y las notas del discurso nos ha 
sido de gran utilidad la edición comentada de Wuilleumier-Tupet, basada a su 
vez en el comentario de J. O. LENAGHAN. 

26 No repetimos la bibliografía general sobre el marco histórico de estos 
discursos, ya citada supra, págs. 29-31. 


INTRODUCCIÓN 213 


E. COURTNEY, «Notes on Cicero», CR 10 (1960), 95-99, 

—, «The date of the De haruspicum responso», Philologus 107 
(1963), 155-156. 

— , «Notes on Cicero's post reditum speeches», RhM 132 (1989), 47- 
53. 

M. GzuzzR, «Die Datierung von Ciceros Rede de haruspicum respon- 
so», Klio 12 (1937), 1-9. 

A. GUAGLIANONE, «Cic. De harusp. resp. xi, 23, 3. Nota critica», RSC 
14 (1966), 109-110. 

K. KuMaNrEckt, «Ciceros Rede de haruspicum responso», Klio 37 
(1959), 135-152 (reimpr. en B. Kytzler (ed.), Cicero literarische 
Leistung, Darmstadt, 1973, 300-326). 

J. O. LENAGHAN, A commentary on Cicero's oration De haruspicum 
responso, Mouton, 1969. 

C. LuiBHEr, «The Luca Conference», CPh 65 (1970), 39-47. 

T. MasLowski, «Notes on Cicero's four post reditum orations», AJPh 
101 (1980), 404-420. 

T. N. MrrcneLL, «Cicero before Luca (September 57-April 56 B.C.)», 
TAPHA 100 (1969), 295-320. 

J. S. RUEBEL, «Whend did Cicero learn about the Conference at 
Luca», Historia 24 (1975), 622-624. 

B. D. R. SHAckLETON, «On Cicero's speeches», HSPh 83 (1979), 237- 
285. 

—, «More on Cicero's speeches (post reditum)», HSPh 89 (1985), 
141-151. 

—, «On Cicero's speeches (post reditum)», TAPhA 117 (1987), 271- 
280. 

L. R. TAvLoR, «Caesar's colleagues in the Pontifical College», AJPh 
63 (1942), 385-412. 

A. M. Turer, «La “palinodie” de Cicéron et la consécration de sa mai- 
son», REL 44 (1966), 238-253. 

M. VAN DEN BRUWAENE, «Quelques éclaircissements sur la “De harus- 
picum responsis'», AC 17 (1948), 81-92, 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 


En el día de ayer, senadores, profundamente impresionado 1 1 
por vuestra dignidad y también por la multitud de caballeros 
. romanos presentes a los que el senado concedía audiencia !, 
creí un deber refrenar la impúdica desvergüenza de Publio 
Clodio ya que, mediante las preguntas más estúpidas, obstacu- 
lizaba la causa de los publicanos, prestaba su apoyo a Publio 
Tulión Siro e, incluso en vuestra presencia, se hacía valer ante 
aquel a quien ya se había vendido por completo. De modo que 
contuve a este hombre furioso y desbordado tan pronto como 
lancé contra él la amenaza de un juicio ?: con sólo pronunciar 
estas dos palabras refrené todo el ímpetu y fogosidad de este 
gladiador. Y, pese a todo, como si desconociera la forma de ser 2 
de los cónsules, lívido y agitado, se lanzó en seguida fuera de 


! Los publicanos (cf. dom. 142, nota 209) habían presentado quejas relati- 
vas a la percepción de impuestos contra el gobernador de Siria, Aulo Gabinio; 
como quiera que Gabinio, durante su consulado del 58, había sido uno de los 
responsables del exilio de Cicerón, éste apoyó las protestas de los publicanos 
y aprovechó, además, la ocasión para atacar a Clodio. 

2 Resulta sorprendente la amenaza de Cicerón, ya que Clodio era edil en 
ejercicio y, por tanto, no podía ser juzgado, De ahí que algunos senadores re- 
probaran la arrogancia del orador (har. 3 y 17). 


23 


216 DISCURSOS 


la curia con algunas débiles y vanas amenazas, y con manifes- 
taciones violentas propias de la época de Pisón y Gabinio 3. 
Cuando comencé a seguirle en su salida, alcancé sin duda la 
mayor de las recompensas, tanto por el hecho de que todos vo- 
sotros os levantaseis conmigo como porque me acompañaran 
los publicanos. Pero él, fuera de sí, con el rostro, el color y la 
voz demudados, se detuvo de repente; a continuación se dió la 
vuelta y, tan pronto como alcanzó a ver al cónsul Gneo Léntu- 
lo^, se derrumbó casi en el umbral de la curia, tal vez —creo- al 
acordarse de su amigo Gabinio y echar de menos a Pisón. 
¿Qué podría decir yo de su ciega y desmedida locura? ¿Puede 
acaso ser herido por mí con unas palabras más duras que aque- 
llas con las que fue abatido y fulminado al instante, en aquella 
misma situación, por un hombre tan riguroso como Publio Ser- 
vilio? Aun en el caso de que pudiera yo alcanzar su dureza y 
firmeza tan singulares y casi divinas, con todo estoy seguro de 
que los dardos que hubiera lanzado un enemigo personal como 
yo le parecerían más ligeros y débiles que los que le lanzó el 
colega de su padre 5. 

De.todos modos, deseo explicar el porqué de mi actuación 
a aquellos que en el día de ayer pensaban que me había dejado 
llevar por mi resentimiento y que, a causa de mi ira, había ido 
más lejos de lo que hubiera exigido la actitud reflexiva de un 
hombre sabio. No hice nada movido por la ira, nada con ánimo 
desenfrenado, nada que no hubiera considerado durante largo 


3 L. Calpurnio Pisón y A. Gabinio, los cónsules del 58. Cf. supra, pág. 16. 

4 Gn. Cornelio Léntulo Marcelino junto con L. Marcio Filipo reemplaza- 
ron en el 56 a los anteriores cónsules, P. Cornelio Léntulo y Q. Metelo Nepo- 
te. Gn. Léntulo era miembro de la facción de los optimates contraria a Clodio 
y alos triunviros. En cambio, L. Marcio Filipo era sobrino de César (Att. Iy 2, 
4; IV 3,3; Q. fr. II 1, 1-2; I1 44; Fam. 12, 1). 

5 P. Servilio Vatia Isáurico (sen. 25, dom. 133 y notas) había sido en el 
consulado del 79 colega de Apio Claudio Pulcro, el padre de Clodio. 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 217 


tiempo y hubiera meditado mucho antes. En efecto, yo, sena- 
dores, siempre me he proclamado enemigo de estos dos indivi- 
duos $ que, cuando debían defendernos y podían salvarnos a mí 
y a la República, cuando eran llamados a cumplir su obliga- 
ción como cónsules de acuerdo con los propios distintivos de 
aquella autoridad y a salvaguardar mi vida siguiendo tanto 
vuestra autoridad como vuestras súplicas, primeramente me 
abandonaron, después me traicionaron, por último me comba- 
tieron y, a cambio de la recompensa de un pacto criminal ?, 
pretendieron destruirme completamente y quitarme la vida jun- 
to con la República; los suplicios que, bajo aquel su gobierno y 
mandato tan cruel y funesto, ellos no pudieron apartar de las 
murallas de sus aliados ni llevar contra las ciudades de sus 
enemigos, es decir, la destrucción, el incendio, la ruina, el sa- 
queo y la devastación, los han dirigido contra mis casas y mis 
campos, convertidos en su propio botín. 

Contra estas furias y estas llamas, contra estos monstruos 4 
-digo- perniciosos y casi funestos para este imperio, es contra 
los que proclamo haber emprendido una guerra implacable, 
pero no tan grande como exigía mi propio dolor y el de los 
míos, sino como exigió el vuestro y el de todos los hombres de 
bien. 

À decir verdad, mi animadversión contra Clodio no es hoy 3 
mayor de lo que fue aquel día en el que supe que, abrasado con 


6 Para los ataques a Gabinio y Pisón, cf. sobre todo, sen. 13-15. Aunque 
más tarde (har. 35) el orador critica la administración proconsular sobre todo 
de Pisón, en ningán momento hace referencia al hecho de que el senado re- 
chazó (15 de mayo del 56) el honor de la supplicatio que Gabinio había solici- 
tado, Puesto que Cicerón no se cansa de reírse de este episodio en otros luga- 
res (Q. fr. IL 6, 1; prov. cons. 14; 25; Pis. 45), su no mención en este discurso 
podría servir para establecer un término ante quem (cf. pág. 203, nota 1). 

? Es decir, el reparto de las provincias con el que Clodio compró su cola- 
boración (sen. 4, nota 5). 


ua 


218 DISCURSOS 


los fuegos más sacrosantos, vestido como una mujer, había 
sido apartado de un incestuoso adulterio y expulsado de la casa 
del pontífice máximo ?. Entonces, digo, entonces me di cuenta 
(y mucho antes lo presentí) de la gran tempestad que se estaba 
preparando, de la fuerte tormenta que amenazaba a la Repúbli- 
ca. Veía que aquellos propósitos criminales tan crueles, aquella 
audacia tan desmedida de un joven furioso, de un noble resen- 
tido, no podían ser rechazados dentro de unos límites pacífi- 
cos; que, si quedaba sin castigo, aquella desgracia abocaría, al 
final, a la destrucción de la ciudad. 

Después de aquello, realmente no se ha acrecentado mucho 
mi resentimiento. En realidad no hizo nada contra mí por aver- . 
sión a mi persona sino, más bien, por aversión a la rectitud, a 
la dignidad, a la República; su violencia estuvo dirigida no 
más contra mí que contra el senado, contra los caballeros ro- 
manos, contra todos los hombres de bien, contra Italia entera; 
en fin, no fue más impío contra mí que contra los propios dio- 
ses inmortales. En efecto, a ellos los ultrajó con un crimen que 
nadie antes había cometido; respecto a mí, se comportó con el 
mismo ánimo con el que se habría comportado también su 
amigo Catilina, si hubiera logrado sus propósitos. Nunca creí, 
pues, que llegaría a acusarlo, no más que a aquel tarugo cuyo 
origen desconoceríamos si no hubiera dicho él mismo que era 
ligur?. ¿Por qué razón, pues, voy yo a perseguir a este animal 
doméstico y salvaje, corrompido con el forraje y las bellotas de 


8 Nueva alusión al escándalo de los misterios de la Buena Diosa (cf. pág. 
13 y nota 8), que va a ser una constante a lo largo de este discurso ($ 5; 8-9; 
12; 37-39; 44; 57). 

? Cicerón relaciona el sobrenombre de Elio Ligo con el pueblo ligur, 
como sinónimo de estápido; colaborador y colega de Clodio en el tribunado 
del 58, interpuso su veto a varias propuestas de otros tribunos en favor del re- 
greso de Cicerón (Sest. 68): a la de L. Ninio (sen. 3, nota 3) y a la presentada 
el 29 del octubre del 58 por ocho tribunos de la plebe (Sest. 70, nota 100). 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 219 


mis enemigos? Si es consciente del crimen en el que se ha in- 
volucrado, estoy seguro de que es un hombre muy desdichado; 
si no se da cuenta de ello, corre el riesgo de tener que alegar su 
estupidez como excusa. 

Se añade además que, cumpliendo las expectativas de todo 
el mundo, parece haberse convertido en la víctima consagrada 
de un hombre tan enérgico y distinguido como Tito Anio !6; y 
sería una gran injusticia que yo le privara de la gloria que ya le 
está reservada y predestinada, puesto que, gracias a su ayuda, 
yo mismo he recuperado mi dignidad a la vez que mi propia 
vida. A 

a (pies, del mismo modo que el ilustre Publio Escipión 
me paréce que nació para la destrucción y muerte de Cartago 
. (sólo él, con su venida en cierto modo predestinada, destruyó 

finalmente aquella ciudad que había sido asediada, atacada, 
debilitada y casi conquistada por muchos generales) !!, así 
también me parece que Tito Anio ha nacido para reprimir, ex- 
tinguir y destruir completamente esa peste, y que le ha sido 
concedido a la República como si de un presente divino se tra- 
tara. Sólo él ha sabido de qué modo debía ser vencido y enca- 
denado un ciudadano armado que ponía en fuga con piedras y 
espadas à unos y a otros los retenía en sus casas, y que, con 
asesinatos e incendios, provocaba el terror de toda la ciudad, 
de la curia, del foro y de todos los templos. 

A un hombre semejante y que tan buenos servicios me ha 
prestado a mí y a la República, por propia voluntad nunca le 


10 Estas palabras constituyen una auténtica premonición ya que Milón 
acabaría dando muerte a Clodio. Meses antes (noviembre del 57) el orador ya 
había hecho la misma reflexión (Att. IV 3, 5) comparando también a Milón 
con P. Escipión. Cf. infra, págs. 444-445. 

11 P. Cornelio Escipión Emiliano, hijo de Paulo Emilio y adoptado por el 
hijo de Escipión el Africano, conquistó Cartago en el 140. 


.220 DISCURSOS 


arrebataré un reo !? cuya enemistad soportó e, incluso, provocó 
para salvación mía. Pero, si, aun ahora, aunque atado ya por 
los castigos de todas las leyes, envuelto en las redes del odio 
de todos los hombres de bien y preso a la espera de un castigo 
que ya no puede tardar, se muestra, a pesar de todo, inquieto y, 
aunque impedido, intenta un ataque contra mi persona, yo re- 
sistiré y rechazaré su intento con el consentimiento o, incluso, 
con la ayuda de Milón; igual que ayer (cuando, sin hablar, me 
amenazaba mientras yo estaba de pie) bastó que de palabra hi- 
ciera mención a las leyes y a un juicio. Él se sentó y yo me ca- 
Ilé. ¡Que se hubiera atrevido a fijar un día, tal como había ma- 
nifestado! Por mi parte, habría conseguido que el pretor le 
fijara su comparecencia para tres días después 13, Y, por ahora, 
que se modere y piense que, si se muestra satisfecho con los 
crímenes que ha cometido, está ya predestinado al castigo de 
Milón; que, si lanza un dardo contra mí, de inmediato tomaré 
contra él las armas de los tribunales y de las leyes. 

Es más, senadores: poco antes pronunció un discurso en 
público que me ha sido referido en su totalidad 1%; escuchad, en 
primer lugar, el argumento y tema general de este discurso; 
cuando os hayáis reído de su desvergüenza, entonces me oiréis 
hablar del conjunto de su intervención. 

Clodio pronunció un discurso, senadores, sobre prácticas 
religiosas, ritos y ceremonias. Repito: ¡Publio Clodio se ha la- 
mentado de que se desprecien, se violen y profanen los cultos 


12 Pues Milón intentó en vano acusar a Clodio de actuación violenta (de 
vi) a raíz de los desórdenes que siguieron en noviembre del 57 a la restitución 
de los bienes de Cicerón (Sest. 89; Mil. 35; 38; y págs. 271-272). 

33 Sobre lo insólito de este amenaza, cf. har. 1, nota 2. El ánico preceden- 
te conocido de acusación contra un magistrado en ejercicio estaba en relación 
con un asunto de costumbres (VAL. MÁx., VI 1, 7; PLUT., Marc. 2). 

14 Sobre este discurso en el que Clodio acusó a Cicerón de ser el culpable 
de la ira de los dioses, cf. supra, págs. 208-209. 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÜSPICES 221 


y prácticas religiosas! No me extraña que el tema os parezca 
una broma; también su propia audiencia se rió de que se la- 
mentara ante la asamblea de la violación de las prácticas reli- 
giosas un hombre —tal como él mismo suele vanagloriarse— 
abrumado con doscientos senadosconsultos que fueron adopta- 
dos, todos ellos, contra él en defensa de los cultos religiosos, 
un hombre que introdujo el adulterio en el lecho de la Buena 
Diosa y que, no sólo con su presencia sino también con su ig- 
nominia y su adulterio, violó aquellos ritos sagrados que están 
prohibidos a la contemplación, aunque sea involuntaria, de los 
ojos de un hombre. 

Así que ahora se espera un próximo discurso suyo sobre la 9 
castidad. En efecto, ¿qué más da que, expulsado de los altares 
. más sacrosantos, se lamente de los ritos y prácticas religiosas 
o que, después de levantarse del lecho de sus hermanas, de- 
fienda el pudor y la castidad? !5. Leyó en voz alta en la asam- 
blea esta reciente respuesta de los arúspices sobre el ruido de 
armas, en la que, entre otras muchas cosas, se escribió tam- 
bién eso que habéis oído, «que se consideran profanados los 
lugares sagrados y las prácticas religiosas»; afirmó que en 
esta situación se encontraba mi propia casa, que había sido 
consagrada por el más escrupuloso de los sacerdotes, Publio 
Clodio !6, 


15 Otra de las acusaciones frecuentes de Cicerón (har. 27; 38-39; 42; 59) 
es que Clodio cometió incesto con sus hermanas, en especial con Clodia, la 
Lesbia de Catulo y esposa de Q. Metelo Céler. Sus otras dos hermanas estaban 
casadas, la mayor con Q. Marcio Rex (cónsul en el 68) y la más joven con L. 
Lúculo (cónsul en el 74). Sobre todos estos pormenores, cf. W. C. MacDzn- 
MOTT, «The sisters of P. Clodius», Phoenix 24 (1970), 39-47; T. W. HILLARD, 
«The sisters of Clodius again», Latomus 32 (1973), 505-514, y T. A. DonEv, 
«Cicero, Clodia and the Pro Caelio», G & R 27 (1958), 175-180. 

16 Clodio era uno de los quindecemviri sacris faciundis encargados de in- 
terpretar los libros sibilinos (cf. har. 18, nota 32). 


10 


— 


222 DISCURSOS 


Me alegro de que se me haya dado un motivo, justo y nece- 
sario, para hablar sobre todo este prodigio, que no sé si es el 
más grave que se ha denunciado a este estamento en muchos 
años 7. Descubriréis, sin duda, de acuerdo con todo este prodi- 
gio y con la respuesta, que la voz de Jüpiter Óptimo Máximo 
nos estaba ya casi advirtiendo de los propósitos criminales de 
este individuo, de su locura y de que nos amenazaban los ma- 
yores peligros. Pero, antes que nada, voy a intentar con purifi- 
caciones alejar el carácter religioso de mis moradas si es que 
puedo hacerlo de acuerdo con la verdad y sin provocar recelo 
en nadie; pero, si a alguien le parece que subsiste el menor es- 
crúpulo, con ánimo no ya paciente sino gustoso acataré los sig- 
nos de los dioses inmortales y su naturaleza religiosa. 

Pero, en fin, en esta ciudad tan grande ¿qué casa hay tan li- 
bre y pura de esa sospecha de consagración religiosa como la 
mía? Aunque vuestras casas, senadores, y las de los demás ciu- 
dadanos, en su mayor parte están libres de todo carácter reli- 
gioso, sin embargo, sólo una casa en esta ciudad, la mía, ha 
sido declarada libre a juicio de todo el mundo !3, Me dirijo a ti, 
Léntulo, y a ti, Filipo ?. De acuerdo con esta respuesta de los 
arúspices, el senado os ordenó que presentarais, ante este esta- 
mento, una relación de los lugares sagrados objeto de prácticas 
religiosas. ¿Podéis incluir en ella a mi casa, la única, tal como 
acabo de decir, en toda esta ciudad que ha sido declarada, por 
todo tipo de juicios, libre de cualquier carácter religioso? En 


' 17 Para otros prodigia de la historia de Roma y las consiguientes respues- 
tas de los arúspices, cf. P. WumrEUMIER-M. A. Turer, Cicéron. Discours XIII, 
2..., Op. cit., págs. 15-16. 

18 Para la decisión de los pontífices (30 de septiembre del 57) sobre la su- 
puesta consagración de la casa de Cicerón y la ratificación posterior del sena- 
do, cf. supra, págs. 94-96. 

19 Es decir, a los cónsules del 56, cf. har. 2, nota 4. 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 223 


primer lugar, en aquella época tempestuosa y oscura para la 
República mi enemigo personal, por más que ya hubiera gra- 
bado sus restantes crímenes con aquel estilete humedecido por 
la boca impura de Sexto Clodio 2, no aplicó a esta casa una 
sola palabra de consagración religiosa; después, el pueblo ro- 
mano, que posee la autoridad suprema en todas las cuestiones, 
en los comicios centuriados y con los sufragios de todas las 
edades y estamentos, ha proclamado que esta misma casa se 
encontraba en idéntica situación jurídica que en el pasado; pos- 
teriormente, vosotros, senadores, no porque la cuestión fuera 
dudosa sino para cerrar la boca a esta furia (en el caso de que 
se quedara por más tiempo en esta ciudad que pretendía des- 
truir), decretasteis que se presentara ante el colegio de los pon- 
tífices la cuestión sobre el carácter religioso de mi casa. 

¿Hay algún escrúpulo religioso tan grande del que única- 
mente puedan liberarnos la respuesta o las palabras de Publio 
Servilio o de Marco Lúculo 2! por muy graves que fueran nues- 
tras dudas y superticiones? En lo referente a los ritos religiosos 
públicos, a los grandes juegos, a las ceremonias en honor de 
los dioses penates o de la augusta Vesta, al sacrificio mismo 
que se realiza por la salvación del pueblo romano 2 (un sacrifi- 


20 El más fiel colaborador de Clodio durante su tribunado del 58 y redac- 
tor de sus leyes. Cf. dom. 47, nota 65. 

21 Sobre P. Servilio, el pontífice de más edad, cf. sen. 25, dom. 133 y no- 
tas. M. Terencio Varrón Lúculo, cónsul en el 73 (sobre él, cf. dom. 110, nota 
160), como portavoz de los pontífices, en la sesión del 1 de octubre del 57 (su- 
pra, pág. 95) «respondió que los pontífices habían sido jueces respecto al ca- 
rácter religioso (de la casa de Cicerón], pero que el senado lo era en el aspecto 
legal» (Att. IV 2, 4). 

22 Respecto a los dioses penates, cf. dom. 1, nota 1. Tanto los penates como 
los lares están íntimamente relacionados con Vesta, la diosa del fuego del ho- 
gar, cuyo culto era atendido por el Pontífice Máximo y las Vestales. Estas últi- 
mas velaban para que no se apagase el fuego sagrado del témplo de la diosa si- 
tuado en el foro. Sobre el sacrificio de la Buena Diosa, cf. dom. 105, nota 154. 


ue 


2 


224 DISCURSOS 


cio que, desde la fundación de la ciudad, únicamente ha sido 
violado por la acción impía de este casto protector de la reli- 
gión), siempre le pareció suficientemente sagrado, augusto y 
respetable al pueblo romano, al senado y a los propios dioses 
inmortales lo que habían decidido los tres pontífices. Pero, en 
realidad, a mi casa Publio Léntulo (cónsul a la vez que pontífi-. 
ce), Publio Servilio, Marco Lúculo, Quinto Metelo, Manio 
Glabrión, Marco Mesala, Lucio Léntulo (sacerdote de Marte), 
Publio Galba, Quinto Metelo Escipión, Gayo Fanio, Marco Lé- 
pido, Lucio Claudio (rey de los sacrificios), Marco Escauro, 
Marco Craso, Gayo Curión, Sexto César (sacerdote de Quiri- 
no), Quinto Cornelio, Publio Albinovano y Quinto Terencio, 
pontífices menores 23, después de instruida la causa y defendi- 
da en dos ocasiones con la mayor afluencia de ciudadanos ilus- 
tres y sabios, la libraron, de forma unánime, de todo carácter 
religioso. 

Afirmo que nunca, desde la institución de los cultos reli- 
giosos (cuya antigüedad es la misma que la de la ciudad), un 
colegio tan numeroso dictó sentencia sobre ningún asunto, ni 
siquiera en caso de acusación capital contra las vírgenes vesta- 
les 2, Aunque para la investigación de un crimen interesa la 


23 La lista de los pontífices aparece encabezada por P. Cornelio Léntulo, 
el cónsul del 57. El orden de mención se establece según la antigüedad de en- 
trada en el colegio, Faltan únicamente los nombres de César (que se encontra- 
ba en las Galias) y de G. Pinario Nata (que fue precisamente quien consagró la 
casa de Cicerón). Sobre el interés de esta lista y su comparación con la de Ma- 
CROBIO (Sat. III 13, 11), cf. L. R. TAYLOR, «Caesar's colleagues in the Pontifi- 
cal College», AJPh 63 (1942), 385-412. 

24 Cuando faltaban a su voto de castidad. Las sacerdotisas de Vesta, en 
nümero de seis, estaban presididas por la Vestal Máxima. Cuando quedaba 
una vacante, el Pontífice Máximo elegía veinte candidatas (de entre seis y diez 
afios) procedentes de familias distinguidas y de ellas se nombraba a una por 
sorteo. Se las consagraba sacerdotisas para un período de treinta años, durante 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÜSPICES 225 


mayor asistencia posible (pues la consulta de los pontífices es 
tal que poseen también poder judicial) mientras que la interpre- 
tación de carácter religioso puede ser realizada correctamente 
incluso por un solo pontífice competente (lo que en un proceso 
capital se considera cruel e injusto), con todo os daréis cuenta 
de que han sido más numerosos los pontífices que juzgaron so- 
bre mi casa que los que lo hicieron nunca sobre las ceremonias 
de las vestales. Al día siguiente, el senado en pleno (en él fuiste 
tú, Léntulo, cónsul designado, el primero en tomar la palabra), 
a propuesta de los cónsules Publio Léntulo y Quinto Metelo 2, 
en presencia de todos los pontífices que pertenecían a este or- 
den senatorial, después que otros (que les precedían en hono- 
res del pueblo romano) habían discutido ampliamente la deci- 
sión de los pontífices y habiendo participado todos en la redac- 
ción del decreto, estableció que, a juicio de los pontífices, mi 
casa parecía libre de cualquier carácter religioso. 

Por lo tanto, ¿es sobre el carácter sagrado de este lugar so- 
bre el que parecen estar hablando los arúspices, precisamente 
el único de todos los lugares privados que tiene de forma ex- 


los cuales debían mantenerse vírgenes; transcurridos éstos, podían abandonar 


el sacerdocio y casarse. Si alguna faltaba al voto de castidad era enterrada” 


viva, en un sótano, bajo el Campus Sceleratus, con unos pocos alimentos. Cf, 
J. Contreras et alii, Diccionario de la religión..., op. cit., págs. 204-205, obra 
de constante referencia para la definición de los numerosos términos religio- 
sos que aparecen en este discurso, 

25 P. (Cornelio) Léntulo y Q. Metelo (Nepote) eran los cónsules del 57; 
(Gn. Cornelio) Léntulo (Marcelino) el cónsul designado para el 56 (har. 2, 
nota 4). Sobre esta sesión del senado, cf. supra, pág. 95. Cicerón se dirige a P. 
Cornelio Léntulo como a uno de los presentes; esta mención directa (no apare- 
ce, en cambio, citado Catón en todo el discurso) indicaría que el De haruspi- 
cum responso fue pronunciado antes de mediados de julio del 56, que es la fe- 
cha en la que Catón regresó a Roma (Fam, I 7, 4; Dión Casio, XXXIX 22, 1) 
dejando como sucesor en el gobierno de la isla de Chipre precisamente a Lén- 
tulo. 


14 


226 DISCURSOS 


clusiva este derecho de no haber sido juzgado sagrado por los 
mismos que presiden las ceremonias sagradas? Presentad un 
informe verdadero tal como debéis hacer de acuerdo con el se- 
nadoconsulto: o bien se os encargará la instrucción a vosotros 
(que fuisteis los primeros en expresar vuestra opinión sobre 
esta casa y la liberasteis de todo carácter religioso) o bien lo 
juzgará el propio senado (que, en pleno y con la única oposi- 
ción de aquel sacerdote de rituales sagrados ?6, ya ha emitido 
antes su valoración), o bien —lo que sin duda sucederá- será 
devuelto a los pontífices, a cuya autoridad, fidelidad y sabidu- 
ría nuestros mayores confiaron los cultos y prácticas religio- 
sos, tanto privados como públicos. En suma, ¿cómo podrían 
emitir un juicio distinto al que emitieron? ?”. Hay muchas casas 
en esta ciudad, senadores, tal vez casi todas, en la mejor situa- 
ción legal, pero sujetas a un derecho privado otorgado por he- 
rencia, uso, compra o contrato: afirmo que ninguna otra casa 
ha sido protegida como la mía con un derecho privado igual al 
que otorga la mejor de las leyes, con todo el derecho público 
ya sea humano o divino. Ante todo, esta casa está edificada por 
orden del senado y con dinero público; además, ha sido prote- 
gida y amurallada contra la violencia criminal de este gladia- 
dor mediante numerosos decretos del senado. 

En primer lugar, a los mismos magistrados a los que, en las 
situaciones de mayor peligro, se les suele encomendar la Re- 


26 Clodio intentó oponerse a la propuesta del senado del 1: de octubre del 
57 mediante una táctica dilatoria que no sirvió de nada: «después de estar ha- 
blando casi tres horas, la indignación y los murmullos del senado le obligaron 
a terminar» (Att. IV 2, 4). 

.?! En efecto, si en septiembre del 57 ya habían emitido una valoración en 
el sentido de que la casa de Cicerón no estaba sujeta a ninguna prohibición re- 
ligiosa (valoración ratificada por el senado desde un punto de vista legal el 1 
de octubre), habría sido una contradicción que ahora los pontífices decidieran 
que Cicerón había profanado un lugar sagrado. 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 227 


pública entera, el año pasado les fue encomendada la misión 
de ocuparse de que se me permitiera construir sin violencia al- 
guna; después, cuando aquél provocó la destrucción de mi casa 
con piedras, fuego y hierro, el senado decretó que, quienes ha- 
bían cometido este acto, estaban sujetos a la ley sobre la vio- 
lencia, que se aplica contra quienes han atacado a toda la Re- 
pública 28, Y, a propuesta vuestra, cónsules, los mejores y más 
valientes que recuerda la gente, el mismo senado, reunido en 
pleno, decretó que quien atacara mi casa actuaría en contra de 
la República. 

Afirmo que sobre ninguna obra pública, sobre ningún mo- 
numento, sobre ningún templo existen tantos decretos del se- 
nado como sobre mi propia casa, la única, desde la fundación 
. de esta ciudad, que el senado juzgó debía ser edificada a cargo 
del erario público, liberada por los pontífices, defendida por 
los magistrados y vengada por los tribunales. A Publio Valerio, 
en pago a sus grandes servicios a la República, le fue concedi- 
da a cargo del Estado una casa en el monte Velia 2; a mí, en 


28 Es decir, la lex Lutatia del 78 (Cael. 70), modificada a su vez por la 
lex Plautia del 70. El primer ataque de Clodio a la casa de Cicerón (para su 
descripción, cf. Att. IV 3, 2) tuvo lugar el 3 de noviembre del 57, Un segun- 
do asalto, en ausencia de Cicerón, se produjo en junio del 56 (Dión Casio, 
XXXIX 20, 3) y fue rechazado por Milón (Att. IV 7, 3). Si, como parece, al 
igual que en har. 39, Cicerón se refiere únicamente al primer asalto, sería un 
dato más para situar la fecha del discurso en el mes de mayo del 56 (supra, 
pág. 203, nota 1). 

29 P, Valerio Publícola participó activamente en là expulsión de los reyes 
Tarquinios y fue, por tanto, uno de los fundadores de la Repüblica y uno de 
sus primeros cónsules. Según cuenta Livio (II 9, 5-12), pese al favor popular, 
«corría el rumor de que aspiraba al trono puesto que...estaba edificando una 
casa en lo más alto de la Colina Velia; que allí... se haría una ciudadela inex- 
pugnable». P. Valerio, para alejar las sospechas, modificó el emplazamiento 
de la casa: «llevó todos los materiales al pie de la colina Velia y edificó la 
casa en el punto más bajo de la pendiente». 


228 DISCURSOS 


cambio, me ha sido restituida en el Palatino; a él se le concedió 
el emplazamiento; a mí, incluso los muros y el techo; a él se le 
concedió una casa que debía proteger él mismo según el dere- 
cho privado; a mí, una que defenderían públicamente todos los 
magistrados. Sin lugar a dudas, si yo tuviera estos bienes por 
mí mismo o gracias a otros, no haría ostentación de ello ante 
vosotros para no parecer demasiado vanidoso; pero, puesto que 
me han sido concedidos por vosotros y están siendo atacados 
por la lengua de aquel que, con su mano, había destruido con 
anterioridad los bienes que me habéis devuelto a mí y a mis hi- 
jos con vuestras manos, no es de mis acciones sino de las vues- 
tras de las que estoy hablando, y no temo que esta ostentación 
que yo hago de vuestros beneficios no os parezca agradecida 
antes que arrogante. 

Por lo demás, ¿quién no me disculparía a mí, que he afron- 
tado tantos peligros por el bien común, si al refutar las calum- 
nias de hombres perversos, algún resentimiento me arrastrara a 
ensalzarme? 39, Es verdad que ayer vi murmurando a alguien 
que -según decían— afirmaba no poder soportarme porque, al 
ser interrogado por el más impuro de los parricidas sobre cuál 
era mi ciudad de origen ?!, le respondí que yo, con vuestra 
aprobación y la de los caballeros romanos, era de aquella ciu- 


30. La necesidad que tiene Cicerón de justificar su constante autoalabanza 
(dom. 92-94; Phil. IU 21, IV 13) constituye en sí misma un reconocimiento de 
que a sus contemporáneos (no sólo a sus enemigos) les resultaba, cuando me- 
nos enojosa (Att. I 16, 10; Sul. 21; Planc. 75), la obsesiva reiteración con que 
el orador martilleó los oídos de su auditorio con la idea, dicha de mil formas, 
de que él, Cicerón, había salvado a la República. Véase, a este respecto, el ca- 
pítulo «La vanité maladive» de J. CAncoPiNo, en Les secrets de la correspon- 
dance..., l, op. cit., págs. 399-405. 

31 Dos de los reproches habituales lanzados contra Cicerón eran su naci- 
miento en Arpino (Att. I 16, 10) y el hecho de haber sido un exiliado (dor. 
72). 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÜSPICES 229 


dad que no había podido pasar sin mí. Él, al parecer, lanzó un 
suspiro. ¿Qué debería responder? —se lo pregunto al mismo 
que no puede soportarme— ¿Que yo era ciudadano romano? 
Habría respondido sabiamente. ¿Debería haberme callado? Ha- 
bría sido abandonar la partida. ¿Puede un hombre ejercitado en 
grandes empresas y que ha sufrido la envidia responder con 
suficiente contundencia a los ultrajes de su enemigo sin alabar- 
se a sí mismo? En cambio, él mismo, cuando es atacado, no 
sólo responde cuanto puede sino que, además, se alegra de que 
le aconsejen sus amigos sobre lo que debe responder. 

Dado que mi propia situación ha sido ya explicada, veamos 
ahora qué dicen los arúspices. A decir verdad, reconozco que 
me he quedado profundamente impresionado por la grandeza 
. del prodigio, por la solemnidad de la respuesta y por las pala- 
bras, únicas e inmutables, de los arúspices. Y, aunque a alguien 
le pueda parecer que me dedico al cultivo de las letras más de 
lo que lo hacen los demás que, al igual que yo, tienen esta ocu- 
pación, no soy una persona que disfrute o se ocupe únicamente 
de aquella literatura que aleja y aparta nuestros espíritus de la 
práctica religiosa. Ante todo, considero inspiradores y maes- 
tros de los cultos religiosos a nuestros antepasados que —a mi 
parecer- alcanzaron una sabiduría tan grande que son más que 
sagaces quienes sean capaces, no ya de alcanzar su conoci- 
miento sino de comprender siquiera lo grande que éste fue; 
nuestros antepasados consideraron que las fiestas establécidas 
y las ceremonias solemnes son propias del pontificado; las ga- 
rantías de las empresas favorables, de la observación de los 
presagios; las viejas profecías fatídicas, de los libros de los 
adivinos de Apolo; las expiaciones de los prodigios, de la doc- 
trina de los etruscos 32; esta doctrina, sin lugar a dudas, tiene 


32 Había, por tanto, cuatro grupos de sacerdotes. Otras veces (lege agr. Ii 
20; nat. deor. HI 5) Cicerón los reduce a tres, incluyendo en el mismo grupo a 


89 


230 DISCURSOS 


tal poder que, a lo que nuestra memoria alcanza, nos predije- 
ron de forma clara con alguna antelación, en primer lugar, los 
funestos inicios de la guerra itálica, después, la situación críti- 
ca casi extrema de la época de Sila y Cina y, por fin, esta re- 
ciente conjuración dirigida a incendiar la ciudad y destruir el 
imperio 3, 

Además, en el tiempo libre del que he dispuesto, he apren- 
dido que hombres instruidos y sabios hablaron con mucha fre- 
cuencia y dejaron numerosos escritos sobre el poder divino de 
los dioses inmortales. Y, aunque veo que han sido redactados 
por inspiración divina, son, con todo, de una naturaleza tal que 
da la impresión de que, más que haberlos aprendido de ellos, 
han sido nuestros antepasados quienes los han inspirado. En 
efecto, ¿quién es tan insensato que, después de dirigir su mira- 
da al cielo, o bien no crea en la existencia de los dioses y pien- 
se que se produce por azar cuanto resulta de una inteligencia 
tal que difícilmente se podría mediante ninguna ciencia seguir 
el orden y necesidad de las cosas, o bien, si ha aceptado la 
existencia de los dioses, no piense que gracias a su poder na- 
ció, creció y se ha conservado este imperio tan grande? Aun 
admitiendo, senadores, que podemos sentir aprecio por noso- 


los arúspices de tradición etrusca (sobre ellos, cf. infra, har. 20, nota 35) y a 
los quindecenviros encargados de examinar los libros sibilinos. Llamados 
también Libros fatales, contenían supuestamente las profecías de las Sibilas 
(cf. J. CONTRERAS et alii, Diccionario..., op. cit. págs. 120-121 y, sobre todo, J. 
J. CaEROLS, Los libros sibilinos en la historiografía latina, tesis doct., Madrid, 
1991). El número de personas a las que se les confió su cuidado y consulta fue 
aumentando de dos a quince en los tiempos de Sila. Clodio era en este mo- 
mento uno de sus miembros. Sobre los pontífices, cf. dom. 2, nota 3; sobre los 
augures, dom. 39, nota 50. 

33 Es decir, la conjura de Catilina durante el consulado de Cicerón en el 
63. La guerra itálica tuvo lugar en el 91 mientras que las guerras civiles de 
Cina y Sila se prolongaron del 88 al 82. 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 231 


tros mismos cuanto queramos, sin embargo, no hemos supera- 
do ni a los hispanos en número, ni a los galos en fuerza, ni en 
habilidad a los cartagineses, ni en ciencia a los griegos ni, por 
último, a los propios ítalos y latinos en este su propio senti- 
miento doméstico e innato hacia su raza y su tierra, sino que 
hemos superado a todos estos pueblos y naciones en piedad, 
sentimiento religioso y en este único conocimiento: hemos 
comprendido que todo se rige y gobierna por voluntad divina. 
Por todo ello, para no hablar más sobre un tema que no plan- 
tea ninguna duda, prestad atención y dirigid vuestras mentes (no 
sólo vuestros oídos) a las palabras de los arúspices: «Se oyó en 
territorio latino un gran estrépito seguido de ruido de armas» 34. 
Voy a prescindir de los arúspices y de aquella antigua disciplina 
revelada a Etruria 35, según la tradición, por los propios dioses 
inmortales: ¿No podemos ser nosotros mismos arúspices? Se 
oyó en un campo próximo a la ciudad cierto estrépito sordo y un 
horrible ruido de armas. ¿Quién, de entre aquellos gigantes que, 
según cuentan los poetas, hicieron la guerra a los dioses inmor- 
tales, podría ser tan impío como para no admitir que, con esta 
agitación tan nueva y grande, los dioses están anunciando y pre- 
diciendo al pueblo romano un hecho importante? Sobre esta 
cuestión quedó escrito «que se debían actos de expiación a Jú- 
piter, Saturno, Neptuno, Telus, a las divinidades celestes» 36, 


34 Tenemos numerosas referencias en la literatura latina tanto de ruidos de 
armas que se producían en el cielo (De div. 197; Liv., XXXI 12; Vra., Georg. 
1 474; TiBuL., H 5,73; Lucan., Phars. 1 569) como de temblores de tierra (Liv., 
IIL IO; IV 21; XXX 2; XXX 38; VirG., Georg. 1 475; Lucan., Phars, 1562). 

35 Los arüspices, de menor prestigio que los augures (dom. 39), eran de 
procedencia etrusca y anunciaban la voluntad de los dioses examinando las 
entrañas (sobre todo el hígado) de los animales (extispicio) o bien observando 
ciertos fenómenos naturales: rayos, relámpagos, terremotos, etc. 

36 Para P. WuLLEUMIER-A. M. Turer (Cicéron. Discours XIII, 2..., op. cit., 
pág. 15 n. 2) resulta insólita la inclusión de Saturno entre las divinidades del 


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21 


11 22 


232 DISCURSOS 


Ya sé a qué dioses ultrajados se les debe una expiación; 
pero pregunto: ¿por culpa de qué delitos humanos? «Los jue- 
gos han sido celebrados de forma poco escrupulosa y han sido 
profanados». ¿Qué juegos? Me dirijo a ti, Léntulo 37 (de tu sa- 
cerdocio dependen los carruajes de las procesiones 38, los ca- 
rros de carreras, el preludio, los juegos, las libaciones y los 
banquetes de los juegos) y a vosotros, pontífices, ante quienes 
reclaman los sacerdotes de Júpiter Óptimo Máximo en el caso 
de que se produzca alguna omisión o error y bajo cuya deci- 
sión se celebran aquellos mismos banquetes renovados y esta- 
blecidos: ¿Qué juegos se han realizado de forma poco escrupu- 
losa? ¿Cuándo y por qué delito fueron profanados? En nombre 
tuyo, de tus colegas e, incluso, del colegio de los pontífices, 
me responderás que nada ha sido olvidado por negligencia de 
nadie ni nada ha sido profanado por delito alguno: todos los ri- 
tos solemnes y las normas de los juegos han sido respetados, 
además de haberse observado todos los detalles con la mayor 
escrupulosidad. 

¿Cuáles son, por tanto, los juegos que, según dicen los 
arúspices, se han celebrado de forma poco escrupulosa y que 
han sido profanados? Aquellos de los cuales los dioses inmor- 


cielo, del mar y de la tierra; es posible un influjo de la religión etrusca o de la 
astrología que atribuía al astro de Saturno destellos luminosos (PLiN., nat. 
hist., 11 139). 

57 Es posible que el orador se esté refiriendo (así lo cree WUILLEUMIER) a 
Gn. Cornelio Léntulo Marcelino, el cónsul del 56. Éste sería uno de los sep- 
temviri epulones, colegio sacerdotal creado en el 196 para aliviar a los pontífi- 
ces de la tarea de organizar los banquetes (epulum) que se ofrecían a los dio- 
ses, sobre todo el dedicado a Júpiter el 13 de noviembre en los ludi plebeii y, 
probablemente, el 13 de septiembre en los /udi Romani. 

38 Las fensae eran carrozas tiradas por animales en las que se transporta- 
ban las imágenes de los dioses cuando se las sacaba en procesión o se las lle- 
vaba a los juegos del circo. 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 233 


tales y esta Madre del monte Ida (que fue recibida en las ma- 
nos de tu bisabuelo) ?? quisieron que tá, Gneo Léntulo, fueras 
espectador. Porque, si no hubieses querido asistir aquel día a 
los juegos Megalenses 4, dudo que nos fuera posible en este 
momento seguir viviendo y lamentar estos hechos: una tropa 
innumerable de esclavos, sobreexcitada y reunida de todos los 
barrios de la ciudad, a una señal dada, desde las puertas above- 
dadas y desde todas las entradas irrumpió de repente en la es- 
cena empujada por este piadoso edil *!. Fue entonces, Gneo 
Léntulo, cuando mostraste el mismo valor que en otro tiempo, 
como ciudadano privado, tu bisabuelo; el senado resuelto, los 
caballeros romanos y todos los hombres de bien te seguían a ti, 
tu nombre, tu autoridad, tu voz, tu mirada y tu impulso mien- 
tras que aquél había entregado en manos de una multitud de 
esclavos burlones al senado y al pueblo romano, rodeados por 
aquel gentío, obstaculizados por las graderías e impedidos por 
la confusión y lo reducido del espacio. 

Si el danzante se ha detenido, si el flautista ha callado de 
repente, si el muchacho, que tiene todavía padre y madre, no 
ha sujetado el carro y ha soltado las bridas, si el edil ha come- 


39 P, Cornelio Escipión Nasica fue el encargado de acoger (har. 27) la 
imagen de Cibeles en el 204, durante la Segunda Guerra Pánica. 

40 Los juegos Megalenses se celebraban en honor de Cibeles del 4 al 9 de 
abril. Su mención, por tanto, constituye un ferminus a quo para fijar la fecha 
de este discurso (cf. pág. 203, nota 1). Su denominación deriva del epíteto 
Grande que se le daba a la diosa (Megale, Magna Mater). Instituidos en el 204 
y celebrados anulamente desde el 191, estaban presididos por los ediles curu- 
les y se desarrollaban en el Palatino, en la explanada donde se encontraba el 
templo de la diosa. Durante los juegos tenían lugar representaciones teatrales. 
Así, por ejemplo, cuatro de las seis comedias de Terencio se estrenaron en los 
juegos Megalenses. 

*! Recuérdese (supra, pág. 205) que P. Clodio, con el apoyo de parte de 
los optimates, había obtenido la edilidad el 20 de enero del 56. 


23 


24 


234 DISCURSOS 


tido un error en la fórmula o en el acto de la libación Y, enton- 
ces los juegos no se han realizado de acuerdo con el ritual: es- 
tos errores son expiados y la voluntad de los dioses inmortales 
se aplaca con la renovación de los juegos; pero, si los juegos 
pasaron de la alegría al miedo %, si, más que interrumpidos, 
fueron abolidos y destruidos, si para la ciudad entera, por cul- 
pa del crimen de quien quiso convertir los juegos en duelo, 
aquellos días festivos resultaron casi funestos, ¿tendremos al- 
guna duda de cuáles fueron los juegos profanados que anuncia 
aquel ruido de armas? 

Y si deseamos recordar las tradiciones sobre cada divini- 
dad, sabemos que esta Gran Madre (cuyos juegos han sido vio- 
lados, profanados y casi convertidos en muerte y funeral para 
la ciudad), esta diosa, repito, recorría campos y bosques con 
estrépito y ruido 4, 


42 El simpuvium era un vaso empleado en los sacrificios, una variante del 
simpulum, cucharón de mango largo que servía en los sacrificios para sacar 
una pequeña cantidad del vino destinado a la libación. 

4 Todo el parágrafo es ilustrativo de hasta qué punto los romanos eran 
cuidadosos con cualquier aspecto formal del ritual de las ceremonias religio- 
sas. En el caso que nos ocupa (los juegos Megalenses), de la exposición de Ci- 
cerón parece deducirse que la profanación fue obra de Clodio al lanzar a una 
multitud de esclavos sobre el teatro a una señal dada (signo dato: har. 22). 
Ahora bien, el resultado de la provocación de Clodio fue que el cónsul Gn. 
Léntulo, los senadores, caballeros y omnes boni abandonaron la representa- 
ción con lo que, entonces sí, los juegos fueron ritualmente perturbados. Había, 
por tanto, un motivo para que intervinieran los arúspices (M. VAN DEN BRU- 
WAENE, «Quelques éclaircissements...», art. cit., págs. 86-87). 

44 El culto a Cibeles, diosa frigia de la fertilidad, fue introducido en Roma 
(el primero de las religiones orientales), con gran solemnidad, en el 205 a. C., 
durante la Segunda Guerra Púnica. Se trataba en origen de un culto de natura- 
leza orgiástica, con procesiones como la descrita por Lucrecio (rer. nat. II 
601 ss): transportada en un carro tirado por dos leones y acompañada de músi- 
cos y hombres armados (Car., carm. 63). 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 235 


Por lo tanto, es ella la que os ha mostrado, a vosotros y al 
pueblo romano, los indicios de los crímenes y os ha descubier- 
to los signos de los peligros. ¿Para qué voy a hablar de aque- 
llos juegos que nuestros antepasados quisieron se realizaran y 
celebraran durante las fiestas Megalenses en el Palatino, delan- 
te del templo, bajo la mirada de la Gran Madre? ¡Son por anti- 
güedad y tradición los más santos, solemnes y sagrados; fue 
Publio Africano el Viejo, durante su segundo consulado, el que 
en estos juegos y por primera vez reservó para el senado un 
asiento delante de las graderías del pueblo para que esta peste 
impura los profanara! 45. Era atacado cualquier hombre libre 
que se acercaba allí para presenciarlos o por devoción; ninguna 
matrona se acercó a aquel lugar a causa de la violencia y del 
gran número de esclavos. Así, unos juegos como éstos, tan sa- 
grados que fueron traídos de las regiones más alejadas para 
que se asentaran en esta ciudad, los únicos que ni siquiera son 
designados con el adjetivo «latino» (para que, con su propia 
denominación, se ponga de manifiesto que se trata de un culto 
religioso procedente del extranjero y celebrado bajo el nombre 
de la Gran Madre), los han representado los esclavos, han sido 
esclavos sus espectadores, en fin, con este edil los juegos Me- 
galenses en su totalidad han estado en manos de esclavos. 

¡Dioses inmortales! ¿Es que podríais conversar mejor con 
nosotros si estuvierais y vivierais en medio de nosotros? Ha- 
béis puesto de manifiesto y decís claramente que los juegos 
fueron profanados. ¿Qué puede considerarse más impuro, alte- 
rado, pervertido y perturbado que el hecho de que todos los es- 
clavos, liberados con la autorización de un magistrado, se lan- 
zaran contra una de las escenas y se colocaran delante de la 


45 En realidad, no fue en los ludi Megalenses, sino que la medida la toma- 
ron en los ludi Romani los ediles curules siguiendo una propuesta de Escipión 
el Africano en el 194 (Lrv., XXXIV 44, 5; XXXIV 54, 4-8). 


12 


26 


236 DISCURSOS 


otra 46, de forma que uno de los auditorios cayó en su poder y 
el otro estuvo totalmente ocupado por ellos? Si un enjambre de 
abejas hubiera ocupado durante los juegos la escena o el hemi- 
ciclo, consideraríamos un deber llamar a los arúspices de Etru- 
ria; de repente todos nosotros estamos contemplando unos 
enormes enjambres de esclavos lanzados contra el pueblo ro- 
mano, asediado y cercado, ¿y no nos conmovemos? Es más, en 
el caso de un enjambre de abejas, tal vez los arúspices, de 
acuerdo con los libros etruscos, nos advertirían que nos cuidá- 
ramos de los esclavos. 

Por lo tanto, nos pondríamos en guardia ante algo señalado 
por un prodigio distinto y diferente, ¿y no nos llenaremos de 
temor cuando el hecho es por sí mismo un prodigio y en él se 
encuentra el peligro del que precisamente se nos advierte? ¿Es 
así como celebraron tu padre o tu tío los juegos Megalenses? 17, 
¿Es su linaje lo que intenta hacerme recordar éste cuando ha 
preferido realizar los juegos a imitación de Atenión o Esparta- 
co 48 antes que de Gayo o Apio Claudio? Éllos, cuando cele- 
braban los juegos, ordenaban a los esclavos que abandonaran 
el hemiciclo; tá, en cambio, has lanzado a los esclavos a uno 
de los hemiciclos y has arrojado del otro a los hombres libres. 
De esta forma, quienes antes se separaban de los hombres li- 
bres con la sola voz de un heraldo, durante tus juegos aparta- 
ban de su lado a los hombres libres, no con la voz sino a la 
fuerza. 


46 El pasaje es poco claro. Se trataría, al parecer, de dos teatros diferentes, 
el uno situado sobre la plataforma del templo y el otro sobre la pendiente de la 
colina (cf. J. A, Hansen, Roman theater-temples, Princeton, 1959, pág. 85, n. 2). 

417 Tanto el padre, Apio Claudio Pulcro, como el tío de Clodio, G. Claudio 
Pulcro, fueron ediles en el 91 y 99, respectivamente. Este último organizó unos 
juegos espectaculares (De sign. 6; 133; PL., nat. hist. VIII 19; XXXV 23). 

48 Líderes de sucesivas revueltas de esclavos: Atenión en Sicilia (104- 
101) y Espartaco en Italia (73-71). 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 237 


¿Ni siquiera te venía a la mente a ti, sacerdote de la Sibi- 
1a4, que nuestros antepasados instituyeron estos ritos sagrados 
de acuerdo con vuestros libros? Si es que pueden considerarse 
vuestros los libros que buscas con propósitos impíos, lees con 
ojos impuros y tocas con manos contaminadas. 

Fue, pues, en el pasado y por consejo de esta profetisa 
cuando, agotada Italia por la guerra púnica y devastada por 
Aníbal, nuestros antepasados estabecieron en Roma estos ritos 
sagrados traídos de Frigia. Los acogió el hombre considerado 
más íntegro del pueblo romano, Publio Escipión, y Quinta 
Claudia 59, la mujer a su vez más casta de todas las matronas y 
cuya antigua austeridad ha imitado maravillosamente —al pare- 
cer- tu propia hermana 31, En consecuencia, ¿no te influyeron 
en nada tus antepasados (asociados a estos cultos sagrados), ni 
el propio sacerdocio (por el que se establece todo el ritual reli- 
gioso), ni la edilidad curul (que suele ocuparse de manera es- 
pecial de esta práctica religiosa) para que no profanaras los 
juegos más castos con todo tipo de infamias, los mancillaras 
con ignominia y los comprometieras con tus crímenes? 

Pero, ¿por qué me extraño de ello? Pues tú, después de re- 
cibir tu paga, has devastado la villa misma de Pesinunte 32, 
sede y residencia de la Madre de los dioses; has vendido todo 


49 Por cuanto Clodio era uno de los quindecemviri sacris faciundis (har. 
18, nota 32). 

50 Esta mujer noble era posiblemente hija de P. Claudio Pulcro (cónsul en 
el 249) y nieta de Apio Claudio el Ciego. Sobre este episodio, cf, Cael. 34; 
Liv., XXIX 14; har. 22, nota 39. 

51 Clodia, la esposa de Q. Metelo Céler, y con la que Clodio habría come- 
tido incesto (har. 9, nota 15). Q. Metelo, legado de Pompeyo en Asia, pretor 
en el 63 y cónsul en el 60, se había opuesto a la adopción de Clodio, Se cree 
que fue envenenado por su propia esposa. 

32 Situada entre Frigia y Galacia. 


27 


29 


238 DISCURSOS 


ese lugar y su santuario al galogreco Brogitaro 33, hombre im- 
pío y criminal cuyos legados, bajo tu tribunado, solían repartir 
dinero a tus mercenarios en el templo de Cástor 54; has arranca- 
do al sacerdote de los altares mismos y de los lechos sagrados, 
y profanado todo cuanto la antigüedad, los persas, los sirios y 
todos los reyes que dominaron Asia y Europa veneraron siem- 
pre con el mayor respeto religioso; unos ritos, en fin, que nues- 
tros antepasados consideraron tan sagrados que, aunque tenía- 
mos Roma e Italia llenas de santuarios, nuestros generales 
hacían votos a esta diosa en las guerras más importantes y peli- 
grosas y los cumplían en el mismo Pesinunte, ante el altar 
principal y en el propio lugar y santuario. 

Tal como acabo de decir, fue a Brogitaro a quien adjudicas- 
te por dinero este santuario mientras Deyótaro (a quien consi- 
deramos el más fiel a este imperio en todo el orbe de la tierra y 
el más afecto a nuestro nombre) 55 velaba por él con sus prácti- 
cas religiosas y de la forma más piadosa. Y, sin embargo, a este 
Deyótaro, tantas veces considerado digno del nombre de rey 
por el senado y esclarecido por las muestras de aprecio de 
nuestros generales más ilustres, ordenas incluso que comparta 
con Brogitaro el apelativo de rey. Ahora bien, aquél es rey gra- 


53 Uno de los tetrarcas gálatas, al que Clodio vendió el título de rey (dom, 
129, nota 190), título que compartió con su yerno Deyótaro. 

54 Sobre este episodio, cf. sen. 32; dom. 54; Sest 34 y notas. 

55 Deyótaro, uno de los tetrarcas de la Galacia occidental, hombre activo y 
valiente, pero ambicioso y astuto, proporcionó tropas a los distintos generales 
romanos (el último de elllos, Pompeyo) que participaron en las sucesivas gue- 
rras contra Mitrídates (88, 82-81, 74-63). Roma recompensó generosamente 
sus servicios convirtiéndolo en uno de los soberanos más poderosos del Asia 
Menor. Agradecido a Pompeyo, participará a su lado durante la guerra civil; 
tras la derrota, Cicerón pronunció un discurso (Pro rege Deiotaro) para lograr 
el perdón de César. Cf. J. M. Baños, Discursos Cesarianos, Madrid, 1991, 
págs. 111-121. 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 239 


cias a nosotros y por una decisión del senado; Brogitaro recibió 
este nombre gracias a ti y a cambio de dinero 56. A este último 
lo consideraré rey si tiene medios para pagarte lo que le pres- 
taste por contrato. Siendo muchas las cualidades regias de De- 
yótaro, lo es, sobre todo, el hecho de que no te ha dado una sóla 
moneda; que no rechazó aquel apartado de tu ley que coincidía 
con la decisión del senado (es decir, su condición de rey); que 
recuperó (para conservarla en su antigua práctica religiosa) la 
villa de Pesinunte que había sido profanada por tus crímenes y 
privada de su sacerdote y de sus ritos sagrados; que no permite 
que Brogitaro profane las ceremonias transmitidas desde la más 
lejana antigüedad y prefiere que su yerno carezca de tu recom- 
pensa antes que el santuario de la antigüedad de sus ritos. 

Pero, volviendo a las respuestas de los arúspices, la prime- 
ra de las cuales atañe a los juegos, ¿quién hay que no admita 
que la predicción y la respuesta se refieren en su totalidad a los 
juegos de este individuo? 

Sigue lo referente a los lugares sagrados objeto de culto. 
¡Admirable desvergüenza! ¿Te atreves a hablar de mi propia 

‚casa? Somete la tuya al juicio de los cónsules, del senado o del 
colegio de los pontífices. La mía, en realidad, tal como he ma- 
nifestado anteriormente 57, ha sido liberada de cualquier carác- 
ter religioso por estos tres juicios; en cambio, en la casa que tú 
ocupas después de haber dado muerte, a la vista de todos, a un 
caballero romano y excelente ciudadano como Quinto Seyo 5, 
afirmo que ha habido un pequeño santuario 5 y un altar. Lo 


56 Hay una laguna en el texto. 

57 Cf. supra, har. 14. 

58 Sobre este personaje, cf. pág. 93 y dom. 115; 119. 

39 El término sacellum designa un recinto pequeño, consagrado a una divi- 
nidad menor (y, por tanto, con un rango inferior al templo), de forma cuadrada 
o circular, sin techo y con un altar. 


30 14 


31 


240 DISCURSOS 


voy a confirmar y probar con los registros de los censores y 
apoyándome en el recuerdo de muchas personas. Abordemos 
al menos esta cuestión; y, ya que necesariamente ha de some- 
terse ante vosotros, senadores %0, de acuerdo con el senadocon- 
sulto que fue establecido hace poco, tengo algo que me gusta- 
ría decir sobre los lugares de culto. 

Cuando haya hablado de tu casa (en la que existe un san- 
tuario tapiado en unas condiciones tales que, habiéndolo cons- 
truido otra persona, sólo tú sientes la necesidad de demolerlo), 
veré entonces si debo hablar también de otras, pues algunos 
sostienen que es competencia mía poner al descubierto el de- 
pósito de Telus. Dicen que había estado visible hasta hace 
poco, y así lo recuerdo. Afirman que la parte más sagrada y el 
lugar de mayor devoción religiosa se encuentran ahora en un 
vestíbulo privado. Son muchos los aspectos que me preocupan: 
que el templo de Telus sea de mi incumbencia; que, quien su- 
primió este depósito, después de liberada mi casa por el juicio 
de los pontífices, dijera que dicho juicio se había tomado en 
favor de su propio hermano; y, en medio de la carestía de los 
víveres, de la esterilidad de los campos y de la escasez de las 
cosechas, me preocupa, además, el culto religioso a Telus, so- 
bre todo porque, de acuerdo con el prodigio, es a esta diosa a 
la que se le debe un acto de expiación 6!, 


60 Es decir, tras el discurso de Clodio ante el pueblo (har. 8; 51-52) en el 
que consideraba a Cicerón culpable de haber profanado la casa del Palatino 
por haber en ella un templo consagrado a la Libertad, el senado instó a los 
cónsules a tomar una decisión al respecto (har. 11; 14). 

61 El sentido general de todo este parágrafo resulta vago e impreciso (cf. 
P. WuiLLEUMIER-À. M. Turer, Discours..., op. cit, pág. 19, n. 3). La idea cen- 
tral sería que tanto Clodio como su hermano Apio tenían en sus casas lugares 
consagrados (Clodio un santuario tapiado y Apio un antiguo depósito de Te- 
lus). Telus, diosa de la tierra fecunda, era venerada sobre todo por los agricul- 
tores; tenía un templo circular en el Esquilino y en su honor se celebraban las 
fiestas del 15 de abril. 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 241 


Estamos hablando, tal vez, de cuestiones antiguas; de todos 
modos, si esta cuestión no está estipulada por el derecho civil, 
la ley de la naturaleza, derecho común de los pueblos, estable- 
ce que los mortales no puedan beneficiarse de nada relativo a 
los dioses inmortales. 

Dejemos a un lado, sin embargo, estos hechos antiguos; 
¿vamos también a olvidar cuanto sucede precisamente ante 
nuestros ojos? ¿Quién ignora que, por esta misma época, Lucio 
Pisón destruyó en el Celículo el santuario más importante y sa- 
grado de la diosa Diana? €. Se encuentran aquí vecinos de 
aquel lugar; hay además en este estamento muchos senadores 
que, año tras año, han seguido realizando los sacrificios de fa- 
milia en aquel mismo santuario en el lugar establecido. ¿Y es- 
tamos investigando cuáles son los lugares que reivindican los 
dioses inmortales, qué es lo que nos dan a entender, de qué 
hablan? ¿Es que no sabemos que Sexto Serrano ha socavado, 
tapiado, demolido y, en definitiva, mancillado con la mayor 
ignominia los santuarios más sagrados? 

¿Y tú has sido capaz de hacer de mi casa un lugar sagrado? 
¿Con qué espíritu? Sin duda, con el que habías perdido. ¿Con 
qué mano? Con la que la habías demolido. ¿Con qué voz? 
Con la que habías ordenado su incendio. ¿Con qué ley? Con 
aquella que ni siquiera te habías atrevido a redactar en la época 
en que gozabas de impunidad. ¿Con qué lecho sagrado? Con el 
que habías mancillado. ¿Con qué estatua? Con la que, robada del 


6 Salvo la referencia de Cicerón, no conocemos más detalles tanto de la 
destrucción del templo de Diana por L. Calpurnio Pisón (uno de los cónsules 
del 58) como de la actuación de Serrano a que hace referencia a continuación. 
En realidad, la diosa Diana (identificada desde antiguo con la Ártemis griega) 
tenía varios templos en Roma (los diania); el más famoso de ellos (al que alu- 
de Cicerón) se encontraba en el Aventino y su construcción se le atribuía a 
Servio Tulio. 


16 34 


242 DISCURSOS 


sepulcro de una cortesana, habías colocado sobre el monumento 
de un general victorioso 63, ¿Qué tiene mi casa de prohibición re- 
ligiosa a no ser la de tocar la pared de alguien como tú, impuro y 
sacrílego? Así que, para que nadie de los míos, por ignorancia, 
pueda contemplar el interior de tu casa y verte realizar tus ritos 
sagrados, levantaré más el techo, no para mirarte desde arriba 
sino para que tú no puedas ver la ciudad que quisiste destruir. 
Pero es hora ya de examinar las restantes respuestas de los 
arúspices. «Unos embajadores han sido asesinados en contra 
del derecho humano y divino». ¿De qué se trata? Me doy cuen- 
ta de que se habla de los alejandrinos: no voy a discutirlo. Mi 
opinión es la siguiente: los derechos de los embajadores, ade- 
más de estar protegidos por garantías humanas, están sobre 
todo defendidos por el derecho divino. Pero le pregunto a 
aquel que, siendo tribuno, sacó de la cárcel a todos los delato- 
res para llevarlos al foro 6, a cuyo arbitrio se utilizan ahora: 


63 Sobre todos estos pormenores, cf. supra, págs. 92-93. 

64 Alusión al enrevesado asunto de Ptolomeo XII Auletes, que se había 
hecho reconocer rey de Egipto por los romanos después de pagar a César, du- 
rante su consulado del 59, la enorme suma de 6.000 talentos. Depuesto y ex- 
pulsado de Egipto en el 58, no cesó de intrigar entre los romanos para recupe- 
rar el trono. Su hermana y rival, Berenice, envió en el 57 una embajada cuyo 
jefe, Dión, fue envenenado en casa de su huésped el pompeyano L. Luceyo. 
Ante este atropello, el tribuno G. Catón exigió la consulta de los libros sibili- 
nos; los quindecemviri, entre los que se encontraba Clodio (har. 26), prohibie- 
ron restablecer a Ptolomeo mediante una expedición militar de la que Pompe- 
yo esperaba hacerse cargo. Con ello Clodio se ganó las simpatías de parte de 
los senadores, temerosos y envidiosos del poder y de la ambición de Pompeyo 
(Cael. 23-24; 51-52; Dión Casio, XXXIX 15-16). En todo este asunto Cicerón, 
para evitar un enfrentamiento con los optimates, aconsejó a Pompeyo que no 
se dejara influir por las ambiciones de su entorno (Fam. I 1-2; O. fr. H 2, 3). 

65 Si Clodio fue el instigador, quien llevó a cabo la liberación de los gla- 
diadores del pretor Apio Claudio encarcelados por Milón fue Sex. Atilio Se- 
rrano (Sest. 85). 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 243 


todo tipo de puñales y venenos, y que ha firmado un pacto con 
Hermarco de Quíos: ¿no sabe que Teodosio, el adversario más 
enconado de Hermarco y que había sido enviado por una ciu- 
dad libre como embajador ante el senado, fue herido con un 
puñal? 66, Estoy plenamente seguro de que los dioses inmorta- 
les consideraron este hecho no menos indigno que el referente 
alos alejandrinos. 

No voy ahora a echarte a ti la culpa de todo. Habría una 35 
mayor esperanza de salvación si, salvo tú, nadie fuera impuro. 
Hay muchos más; circunstancia ésta, que a ti te infunde más 
confianza y a mí, con razón, casi me desespera. ¿Quién no 
sabe que Plátor de la Orestida (una región libre de Macedonia), 
hombre ilustre y noble en aquellos confines, acudió como em- 
bajador a Tesalónica ante nuestro —tal como él mismo se califi- 
có- «general victorioso»? A causa del dinero que no podía 
arrancarle por la fuerza, lo metió en prisión e hizo entrar a su 
médico personal para que, de la forma más atroz y cruel, corta- 
ra las venas a un embajador, un aliado, un amigo, un hombre 
libre. No quiso ensangrentar sus propias hachas con un crimen: 
lo que hizo fue mancillar el nombre del pueblo romano con un 
crimen tan grave que un acto como éste no puede expiarse de 
ninguna forma si no es con su propio suplicio. ¿De qué verdu- 
gos creemos que dispondrá un individuo como éste que utiliza 
a su médico personal, no para curar sino para provocar la 
muerte? 


56 Cicerón pretende dar a entender que tal vez la respuesta de los arúspi- 
ces no se refiere a los embajadores alejandrinos de Berenice (pues de ser así 
se estaría acusando indirectamente a Pompeyo), sino a la muerte de otros em- 
bajadores griegos: Teodosio de Quíos (que tenía como adversario a Hermarco, 
un cómplice de Clodio) y Plátor de Dirraquio (infra $ 35) al que habría dado 
muerte Pisón. 


17 36 


37 


244 DISCURSOS 


Pero leamos lo que sigue: «Han sido violados la lealtad y 
los juramentos». Me cuesta entender lo que esto significa en sí 
mismo, pero, por lo que sigue, sospecho que se refiere al evi- 
dente perjurio de tus jueces, a los que normalmente se les ha- 
bría quitado el dinero recibido si no hubieran conseguido la 
protección del senado %. La razón por la que sospecho que se 
hace referencia a estos jueces es porque creo que ese perjurio 
es el más célebre y notorio de esta ciudad; y, sin embargo, tú 
mismo no eres acusado de un delito de perjurio por aquellos 
con los que te conjuraste. 

Veo también que a la respuesta de los arúspices se añade 
que «los sacrificios antiguos y secretos habían sido realizados 
de forma poco diligente y habían sido profanados». ¿Esto lo 
dicen los arúspices o los dioses ancestrales y penates? Pues 
son, a mi entender, muchos los hombres sobre los que podría 
caer la sospecha de esta impiedad. Pero ¿quién, fuera de éste 
individuo? ¿Se dice con poca claridad qué sacrificios han sido 
profanados? ¿Se puede hablar más abiertamente, con mayor 
escrupulosidad, con más gravedad? «Los sacrificios antiguos y 
secretos». Afirmo que, cuando te acusaba un orador riguroso y 
elocuente como Léntulo 68, no utilizó otros términos más fre- 
cuentemente que estos que ahora se dice -según los libros 
etruscos— van dirigidos y están interpretados contra ti. En efec- 
to, ¿qué sacrificio hay tan antiguo como el que, coetáneo de 
esta ciudad, nos legaron los reyes? ¿cuál, por otra parte, tan 


$7 En el proceso por el escándalo de la profanación de los misterios de la 
Buena Diosa (supra, pág. 13 y nota 8), Clodio fue absuelto por 31 votos con- 
tra 25, a pesar del testimonio concluyente de Cicerón (dom. 80, nota 116); 
además de la intervención de César, entonces Pontífice Máximo, en favor de 
Clodio, el orador no se cansará de insinuar que los jueces habían sido sobor- 
nados, tal vez por Craso (Att. 1 16, 5; PLUT., Cic. 29). 

$8 L, Cornelio Léntulo Crus (cónsul en el 49) que acusó a Clodio de inces- 
to en el 62. 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 245 


oculto como el que excluye las miradas, no sólo curiosas sino 
incluso distraídas, y en el que no puede entrar, no ya la desver- 
glienza sino ni siquiera la imprudencia? Pues bien, por lo que 
todos recordamos, nadie violó este sacrificio antes que Publio 
Clodio, nadie entró nunca, nadie lo despreció, ningún hombre 
dejó de estremecerse al contemplar lo que allí se celebra por 
obra de las vírgenes vestales, en favor del pueblo romano, en 
una casa revestida del poder supremo de un magistrado, con un 
ritual extraordinario $2 y en honor de la diosa de quien los 
bombres ni siquiera tienen derecho a conocer el nombre y a la 
que ese individuo llama Buena porque le ha perdonado seme- 
jante crimen. 
No te ha perdonado, créeme, no lo ha hecho. A no ser que 
_te consideres perdonado porque te dejaron libre los jueces des- 
pués de haberte esquilmado y arruinado, absuelto sí, a juicio 
de ellos, pero condenado a juicio de todos; o bien porque, se- 
gún la creencia de este ritual religioso, no has perdido la vista. 
En efecto, ¿qué hombre, antes que tú, había contemplado 
deliberadamente estos sacrificios de modo que se pudiese co- 
nocer el castigo que conllevaba este crimen? ¿Acaso te perju- 
dicaría más la pérdida de la vista que la ceguera de tus pasio- 
nes? ¿No te das cuenta siquiera de que deberías haber 
preferido aquellos ojos cerrados de tu antepasado 7 antes que 
esos ojos ardientes de tu hermana? 7!. En realidad, si reflexio- 
nas atentamente, te darás cuenta de que hasta ahora te has li- 


© Es decir, en la casa de un cónsul o un pretor. Sobre el ritual de los mis- 
terios de la Buena Diosa, al que alude el orador a continuación, cf. dom. 105, 
nota 154, 

70 Apio Claudio el Ciego (dom. 105), censor en el 312 y cónsul en el 307 
y 296. 

11 Cf. Cael. 49, donde, entre otros rasgos de la vida licenciosa de Clodia, 
el orador habla del «fuego de su mirada». 


39 


246 DISCURSOS 


brado del castigo de los hombres, no del de los dioses. Fueron 
hombres los que te defendieron en la causa más ignominio- 
sa; hombres los que te han ensalzado a ti, el ser más infame y 
funesto; hombres los que te absolvieron cuando estabas a pun- 
to de confesar; fueron unos hombres a los que no les resultó 
dolorosa la afrenta de tu estupro 72 que estaba precisamente di- 
rigida contra ellos; algunos hombres te dieron armas contra mí; 
posteriormente otros, contra un ciudadano invencible 73: admi- 
to sin reservas que no podrías pedir mayores beneficios de los 
hombres. 

A decir verdad, ¿para un hombre hay algún castigo mayor 
de los dioses inmortales que la locura y la demencia? Á no ser 
que consideres que, en las tragedias, aquellos a quienes ves que 
se atormentan y consumen con heridas y sufrimientos corpora- 
les, sufren una cólera de los dioses inmortales más rigurosa que 
aquellos que aparecen en escena como locos. Los famosos la- 
mentos y gemidos de Filoctetes 74, aunque terribles, no son tan 
amargos como los arrebatos de locura de Atamante y de las an- 
cianas matricidas 75. Cuando lanzas en las asambleas populares 
gritos de locura, cuando destruyes las casas de los ciudadanos, 
cuando expulsas del foro a pedradas a los mejores hombres, 
cuando lanzas antorchas encendidas contra los tejados de tus 
vecinos 76, cuando incendias edificios sagrados, cuando soli- 


72 En clara a alusión a César, ya que Clodio cortejaba a su esposa Pompe- 
ya y ello fue la causa de que fuera sorprendido durante la celebración de los 
misterios de la Buena Diosa (Prur., Cic. 29). 

7$ Contra Pompeyo (sen. 4, nota 8). 

74 Por ejemplo, en una tragedia de Acio (Tusc. II 19; II 33).. 

75 El tema de Atamante (que se volvió loco tras matar a sus hijos) fue re- 
creado por Enio y Acio (Pis. 47; Tusc. III 11); también los matricidas Alc- 
meón y Orestes aparecen en los poetas trágicos latinos. 

76 En alusión al asalto (o asaltos) a la casa de Cicerón (cf. har. 15, nota 
28). 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 247 


viantas a los esclavos, cuando perturbas los sacrificios y los 
juegos, cuando no distingues entre tu mujer y tu hermana, 
cuando no sabes en qué lecho te metes, entonces deliras, enton- 
ces te vuelves loco, entonces sufres el único castigo que han 
establecido los dioses inmortales contra los crímenes de los 
hombres. Es cierto que la fragilidad de nuestro cuerpo está en 
sí misma expuesta a múltiples accidentes; el propio cuerpo, 
en fin, se consume a menudo por el motivo más insignificante; 
los dardos de los dioses se clavan en las mentes de los impíos. 
Por lo tanto, cuando te dejas arrastrar con tus ojos a cualquier 
delito, eres más desdichado que si no tuvieras en absoluto ojos. 

Pero, puesto que ya hemos hablado bastante de todos los 
delitos que los arúspices dicen haberse cometido, veamos qué 
. es lo que estos mismos arúspices dicen que los dioses inmorta- 
les nos advierten. Advierten del riesgo de que, «a causa de la 
discordia y la disensión entre los optimates, se produzcan ase- 
sinatos y riesgos peligrosos contra los senadores y los dirigen- 
tes, y les falte la protección del poder divino, con lo que el di- 
nero haría recaer el poder en manos de uno sólo, y el ejército 
se vería agitado y debilitado» 77. Son todas palabras de los 
arúspices: no voy a añadir nada por mi parte. ¿Quién, pues, 
maquina esta discordia entre los optimates? Es ese mismo indi- 
viduo, y no por la fuerza de su ingenio y su prudencia, sino por 
un error 78 nuestro, que él, sin duda, percibió fácilmente, pues 
resultaba evidente. Con ello la República se ve maltratada de 


17 La ambigüedad de la respuesta es evidente, tal vez por estar elaborada 
sobre fórmulas estereotipadas tomadas de otras respuestas anteriores. Cf. P. 
WUuIiLLEUMIER-A. M. Turer, Discours..., op. cit., págs. 15-16. 

78 Cicerón pretende hacer culpable a Clodio de las disensiones entre los 
optimates en alusión, tal vez, al apoyo de algunos de ellos a la candidatura de 
Clodio a edil (supra, pág. 204). Pero la disensión más importante se produjo 
con los acuerdos de Luca: más de 200 senadores estuvieron presentes dispues- 
tos a ganarse el favor de los nuevos amos de Roma. 


40 19 


4 


—_ 


248 DISCURSOS 


forma aún más infame ya que ni siquiera éste la está atacando 
de un modo tal que parezca que sucumbe con honor, como cae 
un hombre valeroso en el combate después de recibir, cara a 
cara, las heridas infligidas por un adversario también valiente. 

Tiberio Graco socavó la estabilidad de la ciudad 7%: ¡qué 
firmeza la suya, qué elocuencia, qué dignidad! De modo que, 
salvo en que había abandonado el partido senatorial, en nada 
se había desviado de las insignes y distinguidas virtudes de su 
padre y de su abuelo el Africano 8. Le siguió Gayo Graco: 
¡con qué ingenio, con qué elocuencia, con qué vigor y grave- 
dad en la expresión! 8!, Hasta tal punto que los hombres honra- 
dos se lamentaban de que aquellas cualidades tan destacadas 
no se hubieran aplicado a mejores proyectos e intenciones. Sa- 
turnino mismo fue tan desenfrenado y casi demente que resul- 
taba un líder distinguido y consumado para excitar e inflamar 
los ánimos de los ignorantes 8. Y ¿qué diré de Sulpicio? Tal 
era su gravedad en la expresión, su amenidad y brevedad que 
podía conseguir con sus intervenciones que los sabios incurrie- 
ran en el error o que los hombres de bien abandonaran sus bue- 


79 Durante su tribunado en el 133. Los motivos que movieron a estos pert- 
sonajes (los Gracos, Saturnino y Sulpicio) a enfrentarse al poder legal apare- 
cen expuestos en $ 43. 

80 Su padre, Tiberio Sempronio Graco, obtuvo importantes victorias en 
Hispania; su abuelo, Escipión el Africano, era además el padre de Cornelia, la 
madre de los Gracos. 

8! G. Sempronio Graco fue tribuno de la plebe en el 123 y 122. Cicerón 
alabará en numerosas ocasiones (De orat. III 214; HI 225-6; Brut. 125-6) sus 
dotes oratorias. Obsérvese cómo el tratamiento que se da a los Gracos en estos 
discursos varía de unos pasajes a otros, según los intereses del orador. Cf. J. 
BÉRANGER, «Les jugements de Cicéron sur les Gracques», ANRW I 1 (1972), 
732-163. 

82 L, Apuleyo Saturnino, tribuno de la plebe en el 103 y 100, fue ejecuta- 
do en diciembre del año 100 (har. 43). 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÜSPICES 249 


nos sentimientos 83. Luchar contra ellos y combatir diariamente 
por la salvación de la patria resultaba una tarea desagradable 
para quienes en aquella época gobernaban la República. Pero, 
con todo, esta carga conllevaba cierta dignidad. 

En cambio, este hombre de quien yo mismo estoy diciendo 
tantas cosas, ¡por los dioses inmortales! ¿qué es? ¿qué vale? 
¿qué aporta para que tan gran ciudad, si cayera —¡qué los dioses 
alejen este presagio!—, dé la impresión de haber sido abatida 
por un hombre? Tras la muerte de su padre, entregó su primera 
edad a las pasiones de ricos bufones; cuando hubo saciado su 
incontinencia, se revolcó en el incesto de su propia familia. 
Después, ya en el vigor de la edad, se ocupó de una provincia 
y de los asuntos militares; y allí, tras sufrir los ultrajes de los 
. piratas 8%, satisfizo incluso las pasiones de cilicios y bárbaros; 
después, habiendo intentado sublevar al ejército de Lucio Lú- 
culo mediante un crimen nefando $5, huyó de allí y en Roma, al 
poco de su llegada, se las arregló con sus allegados para no 
acusarlos; aceptó dinero de Catilina para cometer el delito de 
prevaricación más vergonzoso 86. Desde allí se reunió con Mu- 
rena $ en la Galia, provincia en la que redactó los testamentos 
de los muertos, mató a jóvenes huérfanos y estableció con nu- 


83 P, Sulpicio Rufo, tribuno en el 88 y partidario de Mario, fue exiliado 
por Sila. 

84 Clodio fue capturado por los piratas en el 67 cuando servía en la flota 
de su cuñado Q. Marcio Rex, procónsul de Cilicia (Arrano, II 23; Dión Casio, 
XXXVII 30, 25). Sobre la intervención en este suceso de Ptolomeo, el rey de 
Chipre, cf. Sest. 57, nota 81. 

85 Envuelto en extraños acuerdos con Tigranes, Clodio incitó a la subleva- 
ción a las tropas de L. Licinio Lúculo, el vencedor de Mitrídates (PLur., Luc. 
34; DióN Casio, XXXVI 14; XXXVI 17). 

86 Catilina, pese a ser acusado por Clodio de concusión en el 65, fue ab- 
suelto, al parecer porque su acusador se dejó sobornar (Att. I 1, 1; 12, 1). 

87 L. Licinio Murena, gobernador de la Galia Narbonense en el 64-63. 


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250 DISCURSOS 


merosos cómplices alianzas y asociaciones criminales; a su re- 
greso, se adueñó completamente de los abundantes y copiosos 
beneficios del Campo de Marte, de suerte que un hombre como 
él, partidario del pueblo 38, engañó al propio pueblo de la for- 
ma más ignominiosa, y este mismo hombre compasivo infligió 
en su propia casa la muerte más cruel a los repartidores de to- 
das las tribus 89. 

Se inició aquella cuestura funesta 9? para la República, para 
los sacrificios, para las prácticas religiosas, para vuestra autori- 
dad y para los tribunales públicos, en la que ese mismo indivi- 
duo ultrajó a dioses y hombres, el sentido del honor y del pudor, 
la autoridad del senado, el derecho humano y divino, las leyes y 
los tribunales. Además, ¡oh tiempos deplorables y necias dispu- 
tas nuestras!, para él, para Publio Clodio, fue éste el primer paso 
en su carrera política, la ocasión para soliviantar a la plebe y su 
ascenso al poder. Pues para Tiberio Graco la impopularidad del 
tratado con Numancia (en cuya conclusión había participado al 
ser cuestor del cónsul Gayo Mancino) y la severidad del senado 
en desaprobarlo fueron motivo de resentimiento y de temor ?!, y 
este hecho forzó a aquel hombre valiente y distinguido a renun- 
ciar a la dignidad senatorial; por su parte, a Gayo Graco la 
muerte de su hermano, su piedad familiar, el dolor y la grandeza 
de ánimo le movieron a intentar vengar la sangre de su familia; 
sabemos que Saturnino se pasó al partido popular por resenti- 
miento, porque en medio de la carestía de los alimentos, el se- 


88 Sobre esta misma idea, cf. dom. 77, nota 112. 

89 Es decir, a los agentes electorales encargados de comprar los votos. 

90 En el 61, año en el que fue absuelto del escándalo de los misterios de la 
Buena Diosa. 

?! Derrotado en Hispania en el 137, el cónsul G. Hostilio Mancino hubo 
de firmar un tratado desfavorable para los intereses de Roma y que rechazó el 
senado (de rep. II 28; VEL. Patér., II 90, 3; PLUT., Ti. Grac. 5). 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 251 


nado lo apartó durante su cuestura de su responsabilidad en el 
abastecimiento y puso a Marco Escauro al frente de este 
cargo 2; a Sulpicio, que había sostenido una buena causa y se 
oponía a Gayo Julio (quien aspiraba ilegalmente al consulado), 
el favor popular lo arrastró más allá de sus propios deseos 93. 

En todos ellos hubo un motivo, que, aunque injustificado 
(pues nadie que vaya a perjudicar a la República puede tener 
un motivo justo), era, sin embargo, importante y estaba estre- 
chamente relacionado con el resentimiento de un espíritu varo- 
nil. Publio Clodio, después de abandonar su túnica color aza- 
frán, su turbante asiático, sus sandalias de mujer, sus cintas de 
púrpura, su sostén, sus escándalos y adulterios, se hizo de re- 
pente del partido popular. Si no lo hubiesen sorprendido las 
mujeres con este atuendo, si no hubiese escapado con ayuda de 
esclavas de aquel lugar a donde le estaba prohibido entrar %, el 
pueblo romano carecería de un partidario del pueblo y la Re- 
pública de un ciudadano de semejantes cualidades. Por culpa 
del sinsentido de nuestras disputas (sobre las que precisamente 
los dioses inmortales nos están adviertiendo mediante estos re- 
cientes prodigios), fue arrancado de los patricios % el único 
que no tenía derecho a convertirse en tribuno de la plebe. 

La situación que un año antes su primo Metelo % y un se- 


2 Para más detalles de este episodio, cf. Sest. 39. 

2% Sulpicio se pasó a los populares durante su tribunado del 88 (De orat. III 
11); Gáyo Julio aspiraba al consulado en el 68 sin haber sido pretor (Brut. 226). 

24 Nueva alusión a los misterios de la Buena Diosa. 

95 Cicerón alude a la irregular adopción plebeya de Clodio. Sobre las cir- 
cunstancias que envolvieron este suceso (la oposición de Cicerón a la ley 
agraria de César, etc.), cf. supra, pág. 15 y dom. 41, nota 55. 

% Q, Cecilio Metelo Céler (pretor en el 63 y cónsul en el 60) estaba ade- 
más casado con Clodia (har. 27, nota 51). Era el hermano mayor de Metelo 
Nepote, el cónsul del 57. Sobre su oposición a la adopción de Clodio, cf. Att, 1 
18, 5; II 1, 4; Cael. 60. 


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252 DISCURSOS 


nado todavía en armonía, siguiendo la opinión expresada en 
primer lugar por Pompeyo, habían impedido y rechazado dura- 
mente con una sola voz y un solo corazón, tras la división en- 
tre los optimates (división sobre la que precisamente ahora se 
nos advierte) sufrió una perturbación y transformación tales 
que, aquello a cuya realización su primo se había opuesto du- 
rante su consulado, lo que había impedido un pariente y allega- 
do tan distinguido 2 (y que no había declarado en su favor 
cuando fue acusado), eso mismo lo realizaba, en medio de las 
discordias de los dirigentes, un cónsul que habría debido ser su 
más enconado enemigo %, afirmando que lo hacía por instiga- 
ción de aquel con cuya autoridad nadie podía estar en desa- 
cuerdo %. Se lanzó contra la República una antorcha funesta y 
luctuosa. Se atacó vuestra autoridad, la dignidad de los esta- 
mentos más importantes, el acuerdo de todos los buenos ciuda- 
danos, la estabilidad, en fin, de la ciudad. Era, sin duda, todo 
esto lo que atacaban cuando contra mí, defensor de todos estos 
principios, lanzaban la antorcha encendida de unos tiempos 
como aquéllos. Yo solo la recibí y me consumí en su fuego por 
la patria, pero de tal modo que vosotros, rodeados como esta- 
bais por las mismas llamas, viérais que era yo el primero en ser 
alcanzado y en arder en defensa vuestra. 


97 En referencia a Pompeyo, ya que su hijo se había casado con una sobri- 
na de Clodio. 

98 César, además de cónsul, era Pontífice Máximo, por lo que fue en su 
casa en donde se produjo la profanación de los misterios de la Buena Diosa, a 
causa de las relaciones amorosas que Clodio tenía con su esposa. 

99 De nuevo alude a Pompeyo que, como augur, dio su consentimiento a 
la adopción. Como se puede ver, Cicerón elude hablar de los auténticos moti- 
vos que movieron a los triunviros (incluido Craso) a apoyar (César) o consen- 
tir (Pompeyo) la adopción de Clodio como freno precisamente a la actitud crí- 
tica de Cicerón a las leyes de César en las que se basaba gran parte del poder 
de los triunviros (cf. Sest. 40, 41 y notas). 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 253 


No se acababan de apaciguar las discordias: más aún, cre- 
cía incluso el odio contra aquellos a los que se consideraba 
nuestros defensores 1%, Más he aquí que he sido restablecido 
precisamente a propuesta de estos mismos personajes y con 
Pompeyo a la cabeza, quien con su autoridad e, incluso, con 
sus súplicas estimuló para conseguir mi salvación a una Italia 
entusiasta, a vosotros que lo exigíais y al pueblo romano que 
lo deseaba !?!, ¡Ojala acaben de una vez por todas estas dis- 
cordias y descansemos de tan prolongadas disensiones! Esa 
misma peste sigue siendo la que no nos lo permite: convoca 
asambleas; todo lo confunde y perturba vendiéndose unas ve- 
ces a unos y otras a otros, y no de modo que cada uno se con- 
sidere más elogiado por haber sido este individuo el que lo ha 

_ensalzado, sino que se alegran de que este mismo vitupere a 
aquellos a los que no aprecian 10, Pero no es él el que me sor- 
prende (pues, ¿qué otra cosa podría hacer?): me sorprendo de 
esos hombres tan sabios y ponderados, en primer lugar porque 
consienten sin dificultad que un hombre distinguido y tantas 
veces benemérito de la República sea ultrajado con las pala- 
bras de un individuo tan infame; además, por considerar que 
con las injurias de un hombre depravado y corrupto (algo de 
lo que no sacan ningún provecho) se puede ultrajar la fama y 
dignidad de nadie; por último, porque no se dan cuenta (aun- 
que me parece que ya comienzan a sospecharlo) de que sus 
ataques furibundos y cambiantes pueden volverse contra ellos 
mismos. 


100 En clara alusión a Milón y Sestio, contra los que Clodio había iniciado 
acciones judiciales (cf. infra, págs. 272-273). 

101 Sobre el papel de Pompeyo en el regreso de Cicerón, cf. supra, págs. 
21-22. E 
102 Es decir, a Pompeyo, supra, pág. 205 y har. 50, nota 116. 


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254 DISCURSOS 


Y además, por culpa de esta excesiva aversión de algunos 
hacia determinados personajes 1%, se están clavando en la Re- 
pública unos dardos que, mientras se clavaban únicamente en 
mí, los soportaba con desagrado —sin duda-, pero de forma 
más llevadera. Si este individuo no se hubiese entregado en un 
primer momento en manos de aquellos cuyos propósitos consi- 
deraba apartados de vuestra autoridad 1%, si, cual egregio pane- 
girista, no anduviera poniéndolos por las nubes con sus elo- 
gios, si no amenazara con lanzar contra la curia el ejército de 
Gayo César (se engañaba en este punto, pero nadie le hacía ver 
lo contrario) 105, con lanzar aquel ejército —repito— con las en- 
señas desplegadas, si no proclamara que cuanto hacía lo reali- 
zaba con la ayuda de Gneo Pompeyo y la garantía de Marco 
Craso, si no afirmara que los cónsules habían hecho causa co- 
mún con él !06 (único punto en el que no mentía), ¿habría podi- 
do ser un verdugo tan cruel de mi persona y tan criminal para 
con la República? 

Este mismo individuo, después que vio que vosotros os re- 
hacíais del temor ante los asesinatos, que emergía vuestra auto- 
ridad por encima de aquellas agitaciones de los esclavos y se re- 
avivaba el recuerdo y la añoranza de mi persona, comenzó de 
repente a hacerse valer ante vosotros de la manera más falsa: 
afirmaba entonces en este lugar y en las asambleas que las leyes 
julias habían sido presentadas en contra de los auspicios 107, 


103 Pese a la calculada imprecisión, por el contexto parece claro que Cice- 
rón se está refiriendo, sobre todo, a la animadversión de gran parte de los opti- 
mates hacia Pompeyo, un enfrentamiento del que sacó partido Clodio. 

104 Velada alusión a los triunviros. 

105 Durante el tribunado de Clodio en el 58. Cf. sen. 32, dom. 131, Sest .41 
y 52 y notas. 

106 Los cónsules del 58, Gabinio y Pisón. 

107 Es decir, las leyes presentadas por Julio César durante su tribunado en 
el 59. Sobre esta extraña maniobra de Clodio, cf. dom. 40, nota 54. 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 255 


unas leyes entre las que se encontraba aquella ley curiada que 
sostenía todo su tribunado 108: cegado por la locura, no la veía, 
Hacía comparecer como testigo a un hombre tan decidido como 
Marco Bíbulo 109; le preguntaba si había estado o no contem- 
plando siempre el cielo mientras César presentaba las leyes; él 
respondía que lo había examinado sin interrupción. Interrogaba 
a los augures sobre si las medidas que se habían tomado en tales 
circunstancias se habían tomado acertadamente; ellos le respon- 
dían que se habían tomado de forma irregular, Lo miraban con 
simpatía algunos hombres de bien !!? y que me habían prestado 
excelentes servicios, pero que —a mi juicio— ignoraban su locu- 
ra. Fue más lejos aán: comenzó a atacar al propio Gneo Pompe- 
yo, garante —tal como solía proclamar- de sus planes. Conse- 
guía con ello el reconocimiento de algunas personas. 

Y entonces, puesto que ya había mancillado con un crimen 
abominable a un hombre togado que había puesto fin a una 
guerra civil, se dejó llevar por la esperanza de poder abatir 
también a aquel glorioso vencedor de enemigos y guerras exte- 
riores. Fue entonces cuando se descubrió en el templo de Cás- 
tor aquel puñal criminal y que casi destruyó este imperio !!!; 
entonces, aquel ante quien ninguna ciudad enemiga permane- 
ció nunca por mucho tiempo cerrada, que siempre con su forta- 
leza y valor logró superar todos los pasos estrechos y todas las 
alturas de las murallas que se le presentaron, acabó siendo ase- 


108 La lex curiata de adoptione que hizo votar César y por la que se san- 
cionaba la adopción plebeya de Clodio (DióN Casio, XXXVII 10, 4; Suer., 
Caes. 20, 4) 

109 El colega en el consulado de César que intentó obstaculizar su actua- 
ción mediante la obnuntiatio. Cf. dom. 39, Vat, 21 y notas, 

110 Por ejemplo, Catón, Bíbulo o Lucio Domicio, enemigos de César y 
que, por tanto, veían con simpatía en este momento la propuesta de Clodio de 
invalidar las leyes del triunviro. 

111 Sobre este atentado contra Pompeyo, cf. Mil. 18. 


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256 DISCURSOS 


diado en su propia casa; con su conducta y su decisión me li- 
bró del reproche de falta de carácter que algunos ignorantes 
habían lanzado contra mí. Pues si a Gneo Pompeyo, el hombre 
más valeroso de todos cuantos han visto la luz, le pareció una 
desgracia más que una vergiienza (mientras se mantuvo aquel 
tribuno de la plebe) no poder contemplar la luz exterior, no: 
aparecer en público y soportar sus amenzas cuando afirmaba 
en las asambleas que quería edificar en las Carinas otro pórtico 
que fuera réplica del del Palatino !!2, para mí abandonar mi 
casa me pareció ciertamente un hecho lamentable desde el 
punto de mi sufrimiento personal, pero glorioso mirando a la 
República. 

Estáis viendo, por tanto, que, gracias a las perniciosas dis- 
cordias de los optimates, se siente revitalizado un hombre que, 
por sí mismo, estaba hacía ya tiempo desesperado y abatido. 
Los comienzos de su desenfreno se sustentaron en las disensio- 
nes de aquellos que entonces parecían separados de voso- 
tros 13; los detractores y adversarios de éstos defendieron lo 
que quedaba de un tribunado ya en declive incluso después de 
su conclusión: se opusieron a que se apartara de la República 
esta calamidad de la República, más aún, a que se defendiera 
judicialmente y se presentara como un ciudadano privado !!4, 
¿Fueron capaces, además, algunos de los mejores ciudadanos 
de tener en su regazo y con cariño a esa víbora venenosa y pes- 
tífera? 115 ¿con qué recompensa, en fin, fueron engañados? 


112 Si hemos de hacer caso a Cicerón, Clodio habría amenazado con hacer 
lo mismo que había hecho con la casa de Cicerón en el Palatino con la que 
Pompeyo tenía en las Carinas, uno de los barrios más elegantes de Roma. 

113 Nueva alusión a los triunviros que se sirvieron de Clodio para hacer 
frente a la actitud hostil de gran parte del senado, 

114 Cuando Milón intentó acusarlo de vi (har. 7, nota 12). 

115 «Algunos personajes...tenían demasiada amistad con mi enemigo...y a 
veces lo abrazaban con una gran familiaridad» (Fam. 19,19). 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 257 


«Quiero» —afirman— «que haya alguien que humille a Pompe- 
yo en la asamblea» 6, ¿Que lo humille vituperándolo? Me 
gustaría que este hombre egregio y que tan buenos servicios ha 
prestado a mi persona comprendiera estas palabras en el senti- 
do con que voy a decirlas, pues voy a expresar lo que siento: 
por los dioses que a mí me daba la impresión de que Clodio re- 
bajaba la dignidad encumbrada de ese hombre precisamente 
cuando intentaba ensalzarlo con los mayores elogios !!7. 
En definitiva, ¿cuándo fue Gayo Mario más ilustre: cuando 
lo elogiaba Gayo Glaucia o cuando, irritado, lo vituperaba? 118, 
¿Es que ese loco, que desde hace tiempo se está precipitando 
en el castigo y en la perdición, fue más despreciable o innoble 
cuando acusaba a Gneo Pompeyo que cuando vituperaba a 
todo el senado? A decir verdad me sorprende que, sí lo prime- 
` ro resulta grato a quienes están resentidos, lo segundo no resul- 
te penoso a unos ciudadanos intachables. Pero, para que no se 
complazcan con ello por más tiempo los hombres de bien, que 
lean éste discurso suyo del que estoy hablando, en el que honra 
a Pompeyo (¿0, más bien, lo envilece? Al menos lo elogia: no 


116 Cuando Pompeyo se presentó como defensor de Milón, acusado de vi, 
Clodio exarcerbó los ánimos de la multitud contra él: «(Clodio) fuera de sí y 
con una palidez cadavérica preguntaba a los suyos a gritos: ¿Quién mata de 
hambre a la plebe? -¡Pompeyo! respondían sus secuaces. ¿Quién desea ir a 
Alejandría? —;Pompeyo! ¿ Y quién queréis que vaya? —¡Craso!t» (Q. fr. 113, 2). 

117 Después de los ataques de febrero durante el proceso contra Milón, 
tras el acercamiento entre César y Pompeyo que se plasmó en los acuerdos de 
Luca, Clodio, en el discurso que dirigió al pueblo al anunciarse los prodigios 
(supra, págs. 207-208 y har. 8) no cesó de alabar a Pompeyo para alejar de él 
las acusaciones de ser uno de los responsables (har. 34, nota 66) de las profa- 
naciones. 

118 G, Servilio Glaucia (tribuno en el 104 y 101), partidario en un primer 
momento de Mario, se unió posteriormente a L. Apuleyo Saturnino (har. 41, 
nota 82); ambos murieron en diciembre del 100 como consecuencia de un se- 
natus consultum ultimum dictado por Mario. 


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258 DISCURSOS 


sólo afirma que es el único ciudadano digno de la gloria de 
este imperio sino que, además, pone de manifiesto que es el 
mejor de sus amigos y que se ha producido una reconciliación 
entre ellos !!9, 

Aunque ignoro cuál es el significado de estas palabras, sos- 
tengo que, si Clodio fuera amigo de Pompeyo, no habría teni- 
do necesidad de alabarlo. Si fuese su más enconado enemigo, 
¿Qué más podría haber hecho para disminuir su gloria? Quie- 
nes se alegraban de que aquél fuera enemigo de Pompeyo y, 
por este motivo, cerraban los ojos ante tan numerosos y gran- 
des crímenes, y a veces, incluso, aplaudían sus locuras incon- 
troladas y desenfrenadas, fíjense qué rápidamente ha cambiado 
de postura. Ahora, en efecto, lo elogia y se lanza contra aque- 
llos cuya voluntad anteriormente trataba de captarse. Quien se 
insináa tan gustosamente bajo la creencia de una reconcilia- 
ción, ¿de qué creéis que sería capaz si se le permitiera volver a 
conseguir su influencia? 

¿A qué otras «discordias entre los optimates» se podrían, a 
mi juicio, referir los dioses inmortales? Pues, a decir verdad, 
con este término no se designa ni a Publio Clodio ni a ninguno 
de sus acólitos o consejeros. Los libros etruscos tienen nom- 
bres precisos que podrían convenir a este tipo de ciudadanos: 
los llaman «perversos, excluidos», unos términos que vais a ofr 
pronto !20; sus pensamientos e intereses son depravados y están 
muy alejados del bien común. Por lo tanto, cuando los dioses 


119 Esta brusca reconciliación es posterior (y, por tanto otro dato para fijar 
la fecha del discursos; cf. pág. 203, nota 1) a febrero del 56, ya que en una 
carta dirigida a su hermano Quinto (entre el 12 y 15 de febrero; Q. fr. 113, 4) 
Cicerón le cuenta el enfrentamiento entre Clodio y Pompeyo y los temores de 
éste: «Se están tramando insidias contra su vida...Se prepara para la lucha...y 
Clodio, por su parte, refuerza sus bandas». 

120 Será en har. 56 donde Cicerón establezca la disse entre los «per- 
versos» (Clodio) y los «excluidos» (Vatinio). 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 259 


inmortales nos advierten sobre la discordia de los optimates, 
están hablando de las disensiones entre los ciudadanos más 
distinguidos y beneméritos; cuando anuncian a los dirigentes 
peligros y muerte, dejan al margen a Clodio, tan alejado de los 
dirigentes como lo está de las gentes honestas y religiosas. 

¡Es de vosotros, los más queridos y mejores ciudadanos, y 
de vuestra vida de lo que ven que hay que preocuparse y tener 
ciudado! Se anuncia el asesinato de.los dirigentes; se añade lo 
que necesariamente ha de seguir a la muerte de los optimates: 
se nos advierte para que la República no caiga en poder de una 
sóla persona. Aunque no nos atemorizáramos con las adverten- 
cias de los dioses, nos dejaríamos llevar, al menos, por nuestro 
propio buen juicio e interpretación; en efecto, el final de los 

enfrentamientos entre ciudadanos distinguidos y poderosos no 
suele ser otro que la muerte de todos o la dominación y tiranía 
del vencedor. Un cónsul tan noble y valiente como Lucio Sila 
estuvo en desacuerdo con un ciudadano muy destacado como 
era Mario. Ambos, al fin, cayeron vencidos, pero de tal forma 
que el que había sido vencedor, ejerció además la tiranía !?!. 
De parecer contrario a Octavio fue su colega Cina; a uno y 
otro el destino, cuando les fue favorable, les dispensó el poder 
absoluto; pero la muerte, al serles desfavorable !22. El mismo 
Sila venció por segunda vez; fue entonces, sin duda, cuando, a 
pesar de haber restablecido la República, alcanzó un poder ti- 
ránico. 

En el momento actual existe un odio evidente, que está 
profundamente impreso y grabado a fuego en los corazones de 
los hombres más distinguidos; hay desavenencias entre los di- 


121 Del 88 al 86. La dictadura de Sila duró del 82 al 79 (doin. 79). 
122 Gn. Octavio, colega de Cina en el consulado del 87, fue decapitado; 
© Cina también resultó muerto tras tres años de dictadura. 


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55 


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260 DISCURSOS 


rigentes 123; se está al acecho de la ocasión: quienes no tienen 
tanto poder, a pesar de ello, aguardan no sé qué buena suerte y 
ocasión; quienes son, sin discusión, los más poderosos, es po- 
sible que teman a veces los proyectos y opiniones de sus ad- 
versarios. Alejemos esta discordia de la ciudad: se extinguirán 
de inmediato todos esos temores que se anuncian; de inmedia- 
to esa serpiente que ora se esconde aquí, ora sale y se arrastra 
hasta allí, morirá ahogada y destrozada. 

Los mismos dioses nos advierten «que no se perjudique a 
la República con proyectos secretos» !?^, ¿Qué proyectos más 
secretos que los de esta persona que se atrevió a decir en la 
asamblea del pueblo que convenía clausurar los tribunales, in- 
terrumpir la administración de la justicia, cerrar el tesoro y 
suspender los juicios? A no ser que creáis que semejante caos 
y tan gran revolución en la ciudad se le han podido ocurrir de 
repente mientras meditaba reflexivamente en la columna ros- 
trada. Seguro que está borracho, ahíto de lujuria y lleno de sue- 
ño 125 y de la temeridad más desmedida y alocada; y, sin em- 
bargo, esa clausura de los tribunales fue maquinada y meditada 
en medio de noches en vela con el complot, además, de otros 
individuos. Tened presente, senadores, que nuestros oídos han 
sido puestos a prueba con esta abominable palabra y que, al 


123 Es decir, entre los optimates y los triunviros. Aunque la formulación, 
una vez más, parece ambigua, en dos cartas contemporáneas (Att. IV 5, 2: qui 
nihil possunt... qui possunt; Fam. 17, 10: qui plus opibus, armis potentia va- 
lent...) distingue también entre los que tienen menos fuerzas y los que poseen 
más poder (los optimates y los triunviros, respectivamente). Las desavenen- 
cias, por tanto, estarían relacionadas con las negociaciones de Luca de media- 
dos de abril. De ser así, su mención constituiría un dato más para fechar el dis- 
curso. 

124 Aunque lógicamente Cicerón piensa en Clodio, esta advertencia parece 
más bien dirigida contra los triunviros y los acuerdos de Luca. 

125 Para esta descripción, cf. sen. 13, nota 25. 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 261 


acostumbrarnos a su nombre, se ha abierto un camino perni- 
cioso. 

Sigue a continuación lo de que «no se aumenten los hono- 
res a hombres perversos y rechazados». Veamos los «rechaza- 
dos», que después mostraré quiénes son los «perversos». Con 
todo hay que reconocer que este apelativo se acomoda de ma- 
nera especial a aquel que es, sin la menor duda, el ser más ab- 
yecto de todos los mortales. ¿Quiénes son, por tanto, los «re- 
chazados»? 126, No lo son, a mi juicio, aquellos que a veces no 
consiguieron un honor por culpa, no de un defecto suyo sino 
de la ciudad, pues a decir verdad esto les ha ocurrido a menudo 
a muchos excelentes ciudadanos y a los hombres más hones- 
tos. Los «rechazados» son aquellos a los que rechazaron tanto 
. los extraños como sus propios allegados y vecinos, los miem- 
bros de su tribu, las gentes de la ciudad y del campo mientras 
ellos lo intentaban todo, preparaban espectáculos de gladiado- 
res de forma ilegal y repartían dinero a la vista de todo el mun- 
do. Nos recomiendan que no les aumentemos sus honores. 
Debe agradecerse esta advertencia, pero, con todo, el propio 
pueblo romano, sin advertencia alguna de los arúspices, por 
propia iniciativa ha evitado esta desgracia. 

Guardaos de los «perversos»; constituyen, sin duda, una 
gran secta, pero éste es el jefe y cabecilla de todos ellos: si al- 
gún poeta de ingenio brillante quisiera representarnos a un sólo 
hombre como el más perverso y envilecido con vicios imagi- 


126 Si, como señalará más tarde ($ 57) el cabecilla de los «perversos» es 
Clodio, al hablar de los «rechazados» Cicerón se está refiriendo a P. Vatinio, 
aliado de Clodio que fracasó en las elecciones a edil del 57: no consiguió los 
votos de su propia tribu, la Sergia, ni los de la tribu urbana Palatina favorable 
a los populares. El hecho de que no nombre directamente a Vatinio se debe tal 
vez a que el orador teme disgustar a los triunviros que van a apoyar la candi- 
datura de Vatinio a pretor para el 55 y que, un año después, obligarán a Cice- 
rón a encargarse de su defensa (cf. infra, págs. 396-397). 


57 


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5 


oo 


262 DISCURSOS 


narios y rebuscados, sin duda no podría encontrar ignominia 
alguna que no estuviera presente ya en este hombre, y dejaría 
escapar muchos vicios que se encuentran en él profundamente 
grabados y enraizados. 

La naturaleza nos inclina en un primer momento hacia 
nuestros padres, hacia los dioses inmortales y hacia nuestra pa- 
tria, ya que a un mismo tiempo somos sacados a la luz, nos ro- 
bustecemos con este soplo celeste y somos inscritos en un lugar 
determinado en la ciudad y en la libertad. Ese individuo, con el 
nombre de Fonteyo ha cubierto de lodo el nombre, los cultos, la 
memoria y la familia de sus padres !?7. Con un crimen que no se 
puede expiar ha profanado los fuegos, los sitiales, las mesas de 
los dioses, los altares escondidos y recónditos, y los sacrificios 
secretos que no pueden ser vistos (ni siquiera oídos) por los 
hombres; incendió también el templo de las diosas 128 con cuya 
ayuda encontramos incluso remedio a otros incendios. 

¿Qué decir de la patria? Él, con la violencia de la espada y 
a fuerza de peligros, ha alejado de la ciudad y de todos los 
puestos de guardia de la patria al ciudadano al que vosotros 
tantas veces considerasteis salvador de la patria 12%; posterior- 
mente, y después de abatido mi aliado (como siempre lo llamé) 
o el jefe (como solía decir él) del senado 130, destruyó al propio 
senado (que es el responsable primero de la salvación y de las 
decisiones del Estado) mediante la violencia, el asesinato y los 
incendios. Ha abolido las dos leyes, Elia y Fufia 131, que eran 


127 En referencia a la adopción plebeya de Clodio (supra, pág. 15, nota 11). 

128 E] templo de las Ninfas (Mil. 73, nota 102). 

129 Parens patriae, título concedido a Cicerón en diciembre del 63 (dom. 
101). 

130 Pompeyo. 

131 Sobre estas leyes, que supuestamente habría abolido Clodio, cf. sen. 
11, nota 22. 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 263 


especialmente beneficiosas para la República; ha eliminado la 
censura 132; ha retirado el derecho de intercesión; ha suprimido 
los auspicios; ha armado a unos cónsules 133, cómplices de su 
crimen, utilizando el tesoro público, las provincias y el ejérci- 
to; ha vendido a los que eran reyes y proclamado a los que no 
lo eran 134; ha encerrado en su casa a Gneo Pompeyo sirviéndo- 
se de las armas; ha derribado los monumentos de generales 
victoriosos 135; ha devastado las casas de sus adversarios y ha 
inscrito su propio nombre sobre vuestros monumentos. Son in- 
finitos los crímenes contra la patria perpetrados por este indivi- 
duo. ¿Algo más? ¿Y los crímenes que ha cometido contra cada 
uno de los ciudadanos que ha matado, contra los aliados que 
ha saqueado, contra los generales que ha traicionado, contra 
los ejércitos que ha intentado sublevar? 136, 

¿Más aún? ¡Qué enormes son los crímenes que ha perpe- 
trado contra sí mismo, contra los suyos! ¿Ha habido alguna 
vez alguien que haya respetado menos el campamento enemi- 
go que él todas las partes de su propio cuerpo? ¿Qué nave, en 
las aguas de un río público, ha sido tan usada por todos como 
lo fue la edad de ese individuo? ¿Qué disipador se revolcó ja- 
más tan libremente con prostitutas como éste lo ha hecho con 
sus hermanas? ¿Pudieron, en fin, los poetas describir poética- 
mente a una Caribdis 137 tan inhumana que fuera capaz de tra- 
garse tan grandes torbellinos como las presas de los bizantinos 
y de los brogitaros que ése ha sorbido; o a una Escila con pe- 


132 Sobre esta lex Clodia de censoria notione, cf. dom. 130, nota 193. 

133 A los cónsules del 58, Gabinio y Pisón. 

134 Así, por ejemplo, el asunto de Brogitaro (dorm. 129, nota 190) y el de 
Ptolomeo, rey de Chipre (dom. 20, nota 26). 

135 En alusión al pórtico de Q. Cátulo, supra, pág. 93. 

136 Cf. supra, har. 42-43. 

137 La misma imagen poética utilizada en De sig. 146 y Sest. 18. 


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264 DISCURSOS 


rros tan erizados y tan hambrientos como aquellos —los Gelios, 
Clodios y Titios— con los que lo veis devorar los mismos espo- 
lones de las naves? !38, 

Por todo ello (es la última advertencia en la respuesta de 
los arúspices), cuidad de que «el fundamento de la República 
no sea trastocado»; sin duda, difícilmente (aunque apuntale- 
mos por todas partes cuanto ya se está destruyendo), difícil- 
mente —repito- conseguirán unirse todas estas partes sobre las 
espaldas de todos nosotros. 

En otro tiempo esta ciudad fue tan sólida y poderosa que 
podía soportar la negligencia del senado e incluso los ultrajes 
de los ciudadanos. Ya no es capaz: no existe ya el tesoro públi- 
co, los arrendatarios no pueden disfrutar de sus rentas, ha dis- 
minuido la autoridad de los dirigentes, se ha roto el acuerdo de 
los estamentos 13%, han desaparecido los tribunales y la asigna- 
ción de los sufragios está en manos de unos pocos. El ánimo 
de los buenos ciudadanos !* no estará ya dispuesto a seguir 
una indicación de nuestro orden senatorial; después de todo 
esto, en vano buscaréis un ciudadano que haga frente al odio 
por salvar a su patria. 

Por lo tanto, no podemos mantener una situación como la 
actual, sea cual sea, de ninguna otra forma que con la concor- 
dia; mejorar nuestra posición no podemos ni siquiera desearlo 
mientras él permanezca impune; en el caso de empeorar, el si- 
guiente paso es la muerte o la esclavitud; con el fin de que no 


138 Los rostros de estos secuaces de Clodio (dom. 13; 21; 89; Sest. 80; 
110; 112), como los «rostros» (espolones) de las naves engullidos por Escila. 

132 El acuerdo entre los senadores y caballeros. Cf. Sest. 97. 

140 Sobre el empleo y significado (más político-social que moral) del adje- 
tivo sustantivado boni, cf. G. ACHARD, «L'emploi de boni, boni viri, boni cives 
et leurs formes superlatives dans l'action politique de Cicéron», LEC 41 
(1973), 207-221. 


SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÚSPICES 265 


nos veamos arrastrados a este extremo es por lo que nos ad- 
vierten los dioses inmortales, pues los consejos humanos hace 
tiempo que dejaron de tener valor. Por mi parte, senadores, no 
habría adoptado en mi discurso un tono tan triste, tan grave, no 
ya porque no fuera mi obligación ni pudiera sostener esta acti- 
tud y este papel en atención a los honores que me ha tributado 
el pueblo romano y a vuestra numerosas distinciones, sino que, 
a pesar de todo, habría callado sin dificultad si los demás hu- 
biesen permanecido en silencio. Todo este discurso, sin embar- 
go, ha sido fruto, no de mi autoridad sino de la religión públi- 
ca. Mías fueron las palabras —quizá excesivas—, pero las ideas 
fueron todas de los arúspices; o bien no se pueden referir a 
ellos los prodigios manifestados o bien es necesario dejarse in- 
fluir por sus respuestas. 

Si otros hechos más divulgados y menos importantes nos 
han influido frecuentemente, ¿la propia voz de los dioses in- 
mortales no va a conmover a todos los espíritus? No vayáis a 
creer que puede suceder lo que veis que acontece a menudo en 
las obras teatrales, que alguna divinidad, bajada del cielo, asis- 
te a las reuniones de los hombres, vive en la tierra y conversa 
con los humanos. Pensad en el tipo de ruido que los habitantes 
del Lacio anunciaron; recordad, además, lo que todavía no ha 
sido sometido a consulta: se anuncia un temblor de tierra horri- 
ble, producido casi al mismo tiempo en Potenza !4!, en el Pice- 
no, y acompañado de numerosas y terribles circunstancias; se- 
guramente os llenaréis de temor antes estas mismas desgracias 
que vemos nos amenazan. 

Así pues, cuando el propio mundo, los mares y las tierras 
se estremecen con un movimiento extraordinario y predicen al- 


141 Junto a la costa adriática, en Italia central. DióN Casio (XXXIX 20) 
añade, además, que se observó un reguero luminoso en el cielo acompañado 
de rayos. 


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266 DISCURSOS 


gún suceso con un ruido inusitado e increíble, hay que conside- 
rar que ésta es la voz de los dioses inmortales, éste, poco más o 
menos, su discurso. En tal caso, y tal como se nos ha aconseja- 
do, no hay duda de que debemos establecer ceremonias expia- 
torias y una rogativa pública. Pero resultan fáciles las súplicas 
ante aquellos que espontáneamente nos muestran el camino de 
la salvación; por nuestra parte, lo que debemos aplacar son los 
resentimientos y discordias que hay entre nosotros. 





EN DEFENSA DE P. SESTIO 


INTRODUCCIÓN 


1. Publio Sestio y su relación con Cicerón 


Si admitimos como fecha más probable para el De haruspi- 
- cum responso la de mediados de mayo del 56 !, el Pro Sestio 
habría sido pronunciado por Cicerón dos meses antes 2. Las 
circunstancias históricas serían, por tanto, en gran parte simila- 
res por lo que, para no reiterarlas 3, nos centraremos únicamen- 
te en la figura de Publio Sestio y en su relación con Cicerón, 
por un lado, y con Clodio, por otro. 

Nacido en torno al 95 a. C. 4, su primer contacto importante 
con Cicerón se remontaría al consulado de éste en el 63 y al 
apoyo que Sestio le proporcionó para hacer frente a la conjura 


! Cf., supra, pág. 203, nota 1. 

2 En realidad, el proceso comenzó el 10 de febrero del 56 (Q. fr. I1 3, 5) y - 
acabó el 11 de marzo con la absolución unánime de Sestio (Q. fr. II 4, 1). Ci- 
cerón fue el último de los abogados de la defensa en intervenir (Sest. 3). 

3 Para el marco histórico general remitimos, por tanto, a la Introducción 
del De haruspicum responso (supra, págs. 203-207). 

^ Sobre los datos familiares (la moralidad de su padre, sus dos matrimo- 
nios, etc.) cf., Sest. 6-7. En realidad, junto con la correspondencia de Cicerón, 
este discurso es la fuente fundamental para trazar la biografía política del per- 
sonaje. 


270 EN DEFENSA DE P. SESTIO 


de Catilina. En efecto, en calidad de cuestor de Gayo Antonio, 
colega en el consulado de Cicerón, Sestio se dirigió a Capua 
de donde expulsó a Gayo Mevulano y Gayo Marcelo, partida- 
rios de Catilina, evitando así que una plaza militar tan impor- 
tante fuera controlada por los rebeldes. Su intervención al lado 
de Gayo Antonio en el enfrentamiento definitivo con las tropas 
de Catilina en la llanura de Pistoya habría sido —siempre a jui- 
cio de Cicerón- decisiva, ya que supo vencer las vacilaciones 
del cónsul y le convenció para que cediera el mando del ejérci- 
to a su lugarteniente Marco Petreyo 5. 

Esta cooperación política en defensa de unos ideales comu- 
nes se vio reforzada con intereses más materiales. Sestio, que 
había acompaiiado a Antonio a Macedonia en calidad de pro- 
cuestor en el 62, solicitó la ayuda de Cicerón para que se le pro- 
rrogase su mandato en la provincia y evitar así ser acusado, jun- 
to con Antonio, de concusión; Cicerón acabará interviniendo en 
su favor, pero no sin antes haber logrado a cambio un importan- 
te préstamo para poder comprar a Craso su casa del Palatino 6. 

Con estos precedentes, nada tiene de extraño que Sestio 
fuera una de las personas que más trabajó por conseguir el re- 
greso de Cicerón de su exilio; así, con el visto bueno de Pom- 
peyo, se entrevistó en la Galia con César para recabar de él su 
apoyo a una propuesta en favor del regreso del exiliado que, 
formulada en términos demasiado generales, no satisfizo ple- 
namente a Cicerón: 


5 Sest. 12; sin embargo SaLusrio (Cat. 59-60), que sí menciona la decisión 
y valentía de Petreyo, nada dice de la intervención de Sestio. 

6 Sobre la relación de Cicerón con Antonio y Sestio y los oscuros intere- 
ses económicos que la envolvieron, cf. el juicio crítico de J. CancoriNio, Les 
secrets..., op. cit, págs. 206-230. Antonio fue, de todos modos, acusado en el 
59 y condenado al exilio pese a la defensa de Cicerón. Sobre el proceso, cf. 
dom. 41, nota 55 y E. S. Gruen, «The trial of C. Antonius», Latomus 32 
(1973), 301-310. l 


INTRODUCCIÓN 271 


La propuesta de Sestio no tiene la suficiente dignidad ni seguri- 
dad para mi persona ya que debe mencionarme expresamente y debe 
ser redactada con sumo cuidado en lo que se refiere a mis propieda- 
des”. 


Posteriormente, estuvo también entre los ocho tribunos que 
el 29 de octubre del 58 presentaron una moción para que Cice- 
rón recobrara el derecho de ciudadanía y su lugar en el senado; 
pese al apoyo del cónsul Léntulo, el veto de Elio Ligo, tribuno 
favorable a Clodio, impidió su aprobación 8. 

Clodio, 'en su oposición a cualquier iniciativa favorable a 
Cicerón, no dudó en utilizar la violencia. A finales de enero 
del 57, sus bandas de esclavos y gladiadores ocuparon las ca- 
lles de Roma para impedir que los comicios populares ratifica- 

“ran la propuesta unánime del senado en favor del regreso del 
exiliado; una de las víctimas de esta violencia callejera fue el 
propio Sestio, tal como nos narra con gran viveza y patetismo 
Cicerón: 

de repente, aquella banda de Clodio ... se pone a gritar, se agita y 
se lanza contra él... Después de recibir múltiples heridas, cayó sin 
sentido con el cuerpo debilitado y molido a golpes, y escapó de la 
muerte no por otra razón que porque se le creía muerto: al verlo en el 
suelo, abatido por numerosas heridas, a punto de morir, sin fuerzas y 
agotado, dejaron por fin de golpearlo más por cansancio y error que 
por misericordia y moderación ?. 


Ante semejante situación, Sestio tomará ejemplo de Milón, 
uno de sus colegas en el tribunado; éste, al ver fracasados sus 


7 Att. TII 20, 3; cf., también, IH 23, 4. Sobre la entrevista con César, cf. 
Sest. 71 y nota 101; para las distintas propuestas en favor del regreso de Cice- 
rón, cf. supra, págs. 19-21. 

8 cf. Sest, 70, nota 100. 

2 Sest. 79. Cf., también, sen. 7; 30; dom. 13; Mil. 38; O. fr. II 3, 6. 


272 EN DEFENSA DE P. SESTIO 


intentos por llevar a los tribunales a Clodio, se hizo rodear de 
una banda de mercenarios para hacer frente a la violencia de su 
enemigo; lo mismo hará Sestio para garantizar —nos dice Cice- 
rón— su seguridad personal; con esta medida contribuyó al cli- 
ma de violencia generalizada que llegó a paralizar cualquier 
actividad política o judicial en Roma. Su dudosa legalidad fue 
uno de los motivos fundamentales para que, un año después, se 
instruyera contra él el proceso que dio lugar a la defensa de Ci- 
cerón. 

. Tras el regreso triunfal del orador y la restitución de sus 
propiedades, Clodio no cesó de hostigar a su enemigo personal 
y a quienes, como Milón o Sestio, se habían destacado en el 
apoyo al exiliado; así, cuando en enero del 56 consigue ser ele- 
gido edil gracias, en parte, al apoyo interesado de una facción 
de los optimates *%, aprovechó su cargo para llevar a los tribu- 
nales a Milón (6 de febrero); de este modo pagaba con la mis- 
ma moneda a quien meses antes le había intentado acusar de vi 
para obstaculizar su acceso a la edilidad. Pero el proceso no re- 
sultó fácil y se fue prolongando ante el apoyo que los triunvi- 
ros dieron a Milón (querían servirse de él como contrapeso 
frente a los desmanes de Clodio !!); tal vez por ello, Clodio fijó 
sus ojos en Sestio y empujó a hombres de su confianza para 
que presentaran contra él una acusación de vi; con este proceso 
esperaba crear un precedente que le ayudara a hacer condenar 
al propio Milón !?. 


10 Sobre todos estos sucesos, cf. supra, págs. 204-205. 

!! Sobre las vicisitudes de este proceso y la intervención de Pompeyo en 
defensa de Milón, cf. Q. fr. I1 3 y págs. 205 y 443-445. 

12 Tras el proceso, los destinos de Cicerón y Sestio se cruzaron de nuevo 
en numerosas ocasiones; así, el orador volverá a defenderlo de una acusación 
de ambitu en el 52, en relación con la candidatura de Sestio a pretor; durante 
la guerra civil, y al igual que Cicerón, Sestio se alineó al lado de Pompeyo, 


INTRODUCCIÓN 273 


2. Las circunstancias del proceso 


En efecto, cuatro días después de iniciarse las acciones ju- 
diciales contra Milón se abrió una investigación contra Sestio; 
Cicerón, como agradecimiento al tribuno que tanto había lu- 
chado por su regreso, acudió presto a defenderlo: 


El 10 de febrero Sestio fue acusado de corrupción electoral por el 
delator Gneo Nerio, de la tribu Pupinia, y ese mismo día de actuación 
violenta por un tal M. Tulio; Sestio se encontraba enfermo; acudí al 
instante a su casa, como era mi deber, y me puse enteramente a su 
disposición; y lo hice (ante la sorpresa de mucha gente que creía que 
yo tenía razones para estár enfadado con Sestio) para que él y todo el 
mundo vieran cuán humano y agradecido soy !3, 


La acusación de corrupción electoral (de ambitu) tenía que 
ver con la campaña electoral previa a la elección de Sestio 
como tribuno de la plebe para el 57; la segunda acusación, de 
vi, la misma que había sido formulada días antes contra Milón, 
se refería al hecho de que, durante su tribunado y para hacer 


pero tras la derrota de Farsalia fue perdonado por César e, incluso, participó a 
su lado en las campaña de Asia Menor; siempre implicado en operaciones fi- 
nancieras más o menos dudosas, actuó como intermediario cuando Cicerón re- 
clamó a su ex-yerno Dolabela la dote de su hija Tulia, de la que Dolabela se 
había divorciado antes de que ésta muriese. Sobre todos estos pormenores, cf. 
J. Cousin, Cicéron. Discours XIV, París, 1965, págs. 25-30. 

13 Q. fr. 113, 5. La mención velada a motivos de enfrentamiento entre Ci- 
cerón y Sestio revela que las relaciones entre ambos (a pesar del reconoci- 
miento de Cicerón a la ayuda que le prestó durante el exilio) no fueron siem- 
pre fáciles (como tampoco lo fueron con Pompeyo) en una época en la que los 
cambios políticos, las ambiciones personales y los intereses económicos hicie- 
ron de las relaciones personales un continuo ir y venir de traiciones y reconci- 

` liaciones; en una carta posterior (Q. fr. II 4, 1) Cicerón habla de Sestio como 
un hombre de «carácter difícil» (morosus) cuya «perversidad» se ha visto 
obligado a soportar con paciencia en algunas ocasiones. 


274 EN DEFENSA DE P. SESTIO 


frente a la violencia callejera de Clodio, Sestio se había hecho 
rodear de un grupo de hombres armados !*, 

En la defensa de Sestio intervinieron, además de Cicerón, 
Hortensio, Craso y G. Licinio Calvo. Cada abogado trató un 
aspecto concreto de la causa; a Cicerón le correspondió, por su 
prestigio, hablar en último lugar y aprovechó su intervención 
para destacar las motivaciones políticas del proceso y para po- 
ner en relación la causa de Sestio con el exilio del orador, su 
regreso y la situación política del momento: 


Mi propósito es demostrar lo siguiente: que todas las decisiones y 
pensamientos del tribunado de Publio Sestio se han encaminado...a 
curar las heridas de una República abatida y arruinada. Me habréis de 
perdonar si, al exponer aquellas heridas, da la impresión de que hablo 
en exceso de mí mismo... Sestio está siendo acusado no en su nombre 
sino en el mío; ya que consumió toda la fuerza de su tribunado en la 
defensa de mi persona, necesariamente mi propia causa del pasado ha 
de estar en estrecha relación con su defensa en la actualidad '5. 


Dadas las implicaciones del proceso y las circunstancias 
políticas en que tuvo lugar, la absolución de Sestio supuso un 
motivo de alegría para Cicerón: 


Nuestro amigo Sestio ha sido absuelto el 11 de marzo y, como era 
de una gran importancia política que en un proceso de esta naturaleza 
no hubiera disensión alguna, ha sido absuelto por unanimidad !6. 


La satisfacción del orador se comprende muy bien teniendo 
en cuenta que su situación política en este proceso era, sin 


14 Sest. 78; 84. Sobre el complejo problema jurídico de la naturaleza exac- 
ta de esta acusación de vi y de las leyes (la lex Plautia sobre todo) en las que 
tal vez se apoyaba, cf. J. Cousin, Cicéron. Discours..., op. cit., págs. 30-42. 

15 Sest. 31. 

16 Q. fr. I14, 1. 


INTRODUCCIÓN 275 


duda, comprometida !7. Su defensa de Sestio, a la que accedió 
por consejo de su hermano Quinto, se podía entender como 
una muestra de gratitud por el apoyo que le prestó durante su 
exilio; pero Cicerón era, sin duda, consciente de que la escolta 
armada con la que Sestio se había rodeado durante su tribuna- 
do, justificada como medio de defensa de su propia persona, 
por un lado, y de un cierto orden político, por otro, había con- 
tribuido a turbar aún más el orden público. De ahí que el sena- 
do se mostrara igualmente crítico con las actitudes de Sestio y 
Clodio, por más que, cada uno a su manera y por razones per- 
sonales, se presentaran como defensores de unos intereses po- 
líticos diferentes. 


.3. El discurso: contenido y estructura 


La defensa de P. Sestio es, sin lugar a dudas, uno de los 
discursos más importantes de Cicerón: además de su indudable 
valor literario, representa un documento histórico y político 
fundamental para el conocimiento del período que aborda. 

Como bien señala Cousin en su exhaustivo estudio intro- 
ductorio, «la habilidad de Cicerón, su sentido del derecho, de 
la jurisprudencia, de la retórica, su capacidad para jugar con la 
razón y las pasiones, con el valor de las palabras y la seduc- 
ción de las frases fueron incomparables y el “montaje” de las 
diversas piezas de este discurso pone de manifiesto una maes- 
tría sin par» !8, 

Puesto que la causa del proceso era una acusación de vi 
contra su defendido, Cicerón intentará demostrar que Sestio 
reunió una escolta de hombres armados únicamente como me- 
dida preventiva y que actuó en féfitimna defensa, principio éste 


17 Cf. supra, págs. 204-205. 
18 Cicerón. Discours..., op. cit., pág. 47. 


276 EN DEFENSA DE P. SESTIO 


que desarrollará también en defensa de Milón: en ambos casos 
no hubo premeditación de sus defendidos, sino de Clodio; uno 
y otro intentaron defender los principios de un Estado que Clo- 
dio pretendía subvertir. Para apoyar esta argumentación y con- 
mover el ánimo de los jueces, Cicerón pintará con tonos patéti- 
cos los actos de Clodio !9, cuya violencia (vis) constituyó un 
atentado contra la paz pública, un acto de guerra contra el Es- 
tado, contra su dignitas y otium”. 

El orador, por tanto, volverá a analizar -como en los dis- 
cursos precedentes, pero con una maestría indudablemente su- 
perior ?—, los sucesos más importantes de los últimos años: la 
adopción plebeya de Clodio y su acceso al tribunado, la actitud 
de los cónsules del 58, las razones de la partida de Cicerón, la 
actividad criminal de Clodio durante su ausencia, etc. 

Pero, junto a su interés histórico, el Pro Sestio ha pasado a 
la posteridad como uno de los documentos fundamentales para 
el conocimiento del sistema político romano y de la ideología 
de Cicerón: el orador expone en él su teoría sobre los partidos 
políticos, define por oposición y con exhaustividad los concep- 
tos de optimates y populares y desarrolla su idea del consensus 
omnium bonorum, entendido como un acuerdo mucho más am- 


19 Haciendo uso, en ocasiones, del sarcasmo y el humor como instrumen- 
tos de su invectiva contra Clodio, cf. J. Haury, L'ironie et l'humour..., op. cit, 
pág. 145. 

20 El concepto de cum dignitate otium será, pues, una de las ideas funda- 
mentales desarrollada por Cicerón. Para su análisis, cf., J. Cousin, op. cit, 
págs. 67-90 y la bibliografía recogida en Sest. 98, nota 136. 

?! En este sentido conviene recordar que días antes (11 de febrero del 56) 
había defendido con éxito a L. Calpurnio Bestia, acusado de ambitu en las 
elecciones a pretor del 57; aunque no se ha conservado el discurso, el propio 
Cicerón reconoce que fue «una buena ocasión para preparar la defensa de Ses- 
tio» (Q. fr. I3, 6) ya que los argumentos esgrimidos en uno y otro caso fue- 
ron sin duda similares. 


INTRODUCCIÓN 277 


plio que la simple concordia ordinum entre senadores y caba- 
lleros para la defensa de sus intereses frente a las masas popu- 
lares 22, 

Estos son, pues, algunos de los valores e ideas fundamenta- 
les del Pro Sestio cuya estructura quedaría configurada de la 
siguiente manera 23: 

Exordio (1-2). Circunstancias excepcionales de un proceso 
en el que Cicerón, como muestra de agradecimiento, va a de- 
fender a una persona cuya actuación fue siempre beneficiosa 
no sólo para el orador sino para todo el pueblo romano. 

Proposición (3-5). Dado que los oradores que le han prece- 
dido en el uso de la palabra han abordado ya los aspectos fun- 
damentales del proceso, Cicerón se detendrá en la personalidad 

. humana de Sestio y en las circunstancias políticas durante su 
tribunado de la plebe, antecedentes y consecuencias ?^. 

Confirmación (6-98). 

Primera parte (6-13). La familia de Sestio, su matrimonio, 


2 Cf. Sest. 36, 96-127, y las notas correspondientes. Como bien señala J. 
Cousin (Cicéron. Discours..., op. cit. págs. 49-50), Cicerón habla siempre de 
consensus (Sest. 1; 17; 21; 24; 27; 29, etc.) y no de concordia. Para el estudio 
de estos conceptos, cf., entre otros, H. Strasburger, (Concordia ordinum, tesis, 
Leipzig, 1931), P. JaL, («Pax civilis-Concordia», REL 39 (1961), 210-231) o 
G. AcHanp (Pratique réthorique..., op. cit., en especial, págs. 35-40). 

2 J. Cousin, Cicéron. Discours..., op. cit., págs. 113-115, R. GARDNER, Ci- 
cero. The speeches XII, Londres 1965, págs. 336-346 y J. GuiLLén, Héroe de 
la libertad..., 1, op. cit., págs. 381-387. 

24 Cicerón, aunque reconoce la extrema importancia del tribunado de Ses- 
tio para la suerte del proceso, va demorando con gran habilidad (E. ÉvRARD, 
«Le Pro Sestio de Cicéron. Un leurre», Studi F. della Corte, II, págs. 223-234) 
el momento de abordar este tema y dirige la atención del auditorio hacia otras 
cuestiones como la justificación de su partida, el elogio de su persona y de la 
clase política a la que pertenece. De este modo, lo que el destinatario del dis- 
curso cree relacionado con la defensa del acusado, acaba desembocando en un 
panegírico de la política ciceroniana. 


278 EN DEFENSA DE P. SESTIO 


su cuestura junto a Gayo Antonio y su procuestura en Mace- 
donia. 

Segunda 2s (14-96). El tribunado de la plebe de Sestio: 

a) relato de los sucesos del 58, de la actitud criminal de 
Clodio y de los cónsules Gabinio y Pisón oponiéndose a cual- 
quier muestra de apoyo a Cicerón (14-35). 

b) razones de la partida de Cicerón (36-52). 

c) situación de Roma durante su exilio: análisis de las me- 
didas de Clodio, la actitud del senado y la reacción final de 
Pompeyo (53-67). 

Tercera parte (68-96). Actividad de Sestio durante su tribu- 
nado: sus esfuerzos por conseguir el regreso de Cicerón, la 
violencia de Clodio y sus bandas y la decisión de Sestio de ar- 
marse para protegerse contra estas agresiones. 

Refutación 2 (96-143). Después de una extensa disresión 
(96-127) en la que el orador desarrolla, desde un punto de vista 
teórico e histórico, la función de los partidos políticos en 
Roma, Cicerón responde a las insinuaciones de la acusación 
relativas a su regreso del exilio (para el que se habría servido 
de la violencia de sus partidarios), ataca el testimonio de Vati- 
nio y expone a la juventud su programa para recuperar el orden 
y la estabilidad de la Repáblica (127-143). 

Peroración (144-147). La suerte de Sestio está unida a la 
del propio Cicerón; su absolución, por tanto, además de con- 
tribuir a la unión de las gentes de bien y consolidar la Repübli- 
ca, refrenará los planes de quienes intentan minar sus funda- 
mentos. 


?5 Para el análisis del contenido y de la importancia de esta parte del dis- 
curso, cf. W. K. Lacey, «Cicero, Pro Sestio 96-143», CQ 12, 1962, 62-71, y 
A. Wuischg, «Philosophie grecque et politique romaine dans la partie finale du 
Pro Sestio», BAGB (1970), 483-488. 


INTRODUCCIÓN 279 


4. Ediciones y traducciones 


J. Bautista CALVO, Obras completas de Marco Tulio Cicerón. Vida y 
discursos, Tomo V, Buenos Aires, 1946. 

G. BELLARDI, Le orazioni di M. Tullio Cicerone, III, Turín, 1975. 

G. BERZERO, L'orazione «Pro Sestio», Milán, 1935. 

J. Cousin, Discours XIV: Pour Sestius, Contre Vatinius, París, 1965. 

R. GARDNER, Cicero. The Speeches, XII, Londres-N. York, 1956. 

A. KLotz-F. ScóóLL, M. Tulli Ciceronis Orationes, VII, Leipzig, 
1919. 

G. vou KRUEGER, Pro P. Sestio oratio, Stuttgart, 1980. 

T. MasLowski, M. Tulli Ciceronis scripta quae manserunt, fasc. 22, 
Leipzig, 1982. 

C. F. MüLLER, M. T. Ciceronis scripta quae manserunt, II. 3, Leipzig, 
1904 (reimpr., 1896). 

W. Pererson, M. Tulli Ciceronis Orationes, Oxford, 1978 (reimpr., 
1911). 

R. REGGIANI, M. Tulli Ciceronis...Pro Sestio oratio, Milán, 1990. 

B. D. R. SHAckLETON, Cicero. Back from exile: six speeches upon his 
return, Chicago, 1991. 


Para la presente traducción hemos seguido la edición de 
Oxford de W. Peterson, pero teniendo también presentes las de 
Cousin, Klotz y Maslowski ?6. Las variaciones respecto al tex- 
to de Peterson que pueden afectar al sentido de la traducción 
han sido las siguientes: 


26 Los manuscritos fundamentales (P, H, G y E) para el establecimiento 
del texto del Pro Sestio e In Vatinium son los mismos que en los cuatro dis- 
cursos precedentes. Para su descripción y características, cf. supra, págs. 25- 
27. Para un estudio más detallado de la tradición manuscrita de este discurso, 
cf. J. Cousin (Cicéron. Discours..., op. cit, págs. 91-103), R. REGGIANI (M. T. 
Ciceronis... Pro Sestio, Milán, 1990, págs. 7-11) y las puntualizaciones de R. 
H. Rouse-M. D. Reeve (en L. D. Rernoto (ed.), Texts and Transmision, Ox- 
ford, 1983, págs. 57 ss.). Para los problemas de crítica textual, a la abundante 


280 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 


PETERSON TEXTO SEGUIDO 

Sest. 6: gravissimis ac plenissi- gravissimis antiquitatis 
mis antiquitatis. (codd.). 

Sest, 7: maximis pro illa neces- maximis praeterea adsi- 
situdine studiis et of- duisque officiis (Momm- 
ficiis. SEN, COUSIN). 

Sest. 15: | annus tam. annus iam (MADVIG, SHAC- 

KLETON, CousiN). 

Sest. 37: respiciens rem gesserat. sumpserat (codd.). 

Sest. 40: et populo praeesse. et praeesse (codd.). 

Sest. 78: sed tribunicio iure. sed rei publicae iure 

(codd.). 

Sest. 93:  pacatissimis atque opu- — pacatissimae atque opulen- 
lentissimis. tissimae (CousiN). 

Sest. 133: vivit, tabulam esse, se — vivit, ambo una sese scrip- 
scriptorem esse. tores esse (Mapvia, Cou- 

SIN). 
Sest. 137: splendorem confirmare. | splendorem | confirmari 


5. Bibliografía?! 


(codd.). 


G. ACHARD, «L'emploi de boni, boni viri, boni cives et leurs formes 
 superlatives dans l'action politique de Cicéron», LEC 41 (1973), 
207-221. 
E. CASTORINA, «In margine alla Pro Sestio», AFLB 4 (1958), 3-10. 


bibliografía citada por el estudioso francés, habría que añadir, entre otros, los 
trabajos de SHACKLETON (HSPh 83 (1979), 262-272; 89 (1985), 141-151; 
APhA 117 (1987), 271-280), Évnanp (Latomus 38 (1979), 464-468), REGGIANI 
(BStudLat 11 (1981), 34-41) y E. CASTORINA (AFLB 4 (1958), 3-10). 

27 Dada la exhaustiva bibliografía recogida por J. Cousin (Cicéron. Dis- 
cours..., op. cit., págs. 103-111; cf. también, R. GARDNER, Cicero. The spee- 
ches..., op. cit, págs. 355-361), anterior a 1965, hemos seleccionado, sobre 
todo, los estudios posteriores a esta fecha. Para otros trabajos relativos a las 
circunstancias históricas de este período, cf., supra, págs. 29-31. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 281 


P. Cucusi, «Una citazione neviana in Cicerone (Cic. Sest, 97)», Athe- 
naeum 65 (1987), 234-237. 

R. J. Evans, «The Gellius of Cicero's Pro Sestio», LCM 8 (1983) 
124-126. 

E. ÉvrarD, «Le Pro Sestio de Cicéron. Un leurre», Studi F. della 
Corte, 1, 223-234. 

— «Cicéron, Pro Sestio 15 et 17; interprétation et critique textuelle», 
Latomus 38 (1979), 464-468. 

— «Cicéron, Ad Att. 1, 16, 1-5. Étude sur le rôle de deux citations 
dans une lettre cicéronienne», AC 43 (1974), 225-240. 

M. GIGANTE, «Ad. Cic. Pro P. Sestio 42, 91», PP 12 (1957), 131. 

P. GrimaL, «Echos platoniciens dans le Pro Sestio», Helmantica 44 
(1993), 435-441. 

F. HonNsrEIN, «Zu Cicero, Pro Sestio 24», WS 74 (1961), 59-60. 

W. K. Lacey, «Cicero, Pro Sestio 96-143», CQ 12 (1962), 67-71. 

`U. vou LuEBTOw, «Ciceros Rede für Publius Sestius», Scritti Guarino, 
I, Nápoles, 1984, 177-201. 

A. MacaniRos, «Enseñanza y problemas políticos en el «Pro Sextio» 
de Cicerón», en A. D'Ons - A. PasroR - A. MAGARIÑOS, Cicerón, 
Cuadernos de la Fundación Pastor HI, Madrid, 1961, 79-97. 

J. M. May, «The image of the ship of state in Cicero's Pro Sestio», 
Maia 32 (1980), 259-264. 

T. N. MrrcHeLL, «Cicero before Luca (September 57-April 56 B.C.)», 
TAPhA 100 (1969), 295-320. 

R. Recan, «Rileggendo la Pro Sestio di Cicerone», BStudLat 11 
(1981), 34-41. 

D. R. ShackLeTON BarLey, «On Cicero's speeches», HSPh 83 (1979), 
237-285. 

— «More on Cicero's speeches (post reditum)», HSPh 89 (1985), 
141-151. 

— «On Cicero's speeches (post reditum)», TAPhA 117 (1987), 271- 
280. 

A. WeiscHe, «Philosophie grecque et politique romaine dans la partie 
finale du Pro Sestio», BAGB (1970), 483-488. 

W. WimmeL, «Das verhüngnisvolle Jahr. Zum Text von Ciceros Rede 
Pro Sestio $ 15», Hermes 102 (1974), 467-475. 


, 


EN DEFENSA DE PUBLIO SESTIO 


Si antes, jueces, alguno preguntaba con sorpresa por qué, 11 
frente a tan grandes recursos de la República y a un prestigio 
tal de nuestro imperio, no se encontraban suficientes ciudada- 
nos de espíritu valeroso y noble dispuestos a arriesgar sus per- 
sonas y sus vidas en defensa del sistema político y de la liber- 
tad común, a partir de ahora tal vez se extrañe más aún de ver 
a un ciudadano honrado y valeroso que no de ver a otro teme- 
roso y preocupado de sus intereses más que de los de la Repú- 
blica. Para que no tengáis que hacer memoria pensando en 
cada caso particular, con una sola mirada podéis observar a 
aquellos que, afligidos, vestidos de luto, acusados y comba- 
tiendo por su vida, fama, derecho de ciudadanía, bienes e hi- 
jos, han conseguido levantar, con la ayuda del senado y de to- 
dos los hombres de bien, a una República abatida y la han 
liberado de los actos de bandidaje internos !; podéis observar, 
en cambio, que quienes violaron, profanaron, perturbaron y 
destruyeron todo lo divino y humano, no sólo andan por todas 
partes gozosos y contentos sino que, incluso, maquinan peli- 
gros contra los mejores y más valientes ciudadanos sin temer 
nada respecto a sus personas. 


1 Es decir, de los desórdenes provocados por Clodio y sus partidarios. 


23 


284 DISCURSOS 


En una situación como ésta son muchos los aspectos ver- 
gonzosos, pero nada más intolerable que el hecho de que in- 
tenten ponernos en peligro a nosotros sirviéndose de vues- 
tras personas, es decir, a ciudadanos honorables sirviéndose 
de personas intachables y no de mercenarios o de hombres co- 
rrompidos por la necesidad o el crimen; que, a quienes no pu- 
dieron destruir con piedras, espadas, fuego, violencia, bandas 
o tropas ?, piensen que podrán abatirlos con vuestra autoridad, 
vuestros principios religiosos y vuestras decisiones. 

Por mi parte, jueces, la voz que creía debía utilizar para 
manifestar mi agradecimiento y recordar a quienes me presta- 
ron su ayuda de forma tan excelente, ahora me veo obligado a 
utilizarla para apartarlos del peligro, de modo que sirvan sobre 
todo de ayuda a aquellos por cuya actuación esta voz me ha 
sido restituida a mí, a vosotros y al pueblo romano. 

Aunque la causa de Publio Sestio ha sido ya expuesta en su 
totalidad por. un hombre tan distinguido y elocuente como 
Quinto Hortensio? y no ha omitido nada de cuanto hubo que 
lamentar en interés de la República o que debatir en favor del 
acusado, con todo me dispondré a hablar para que no dé la im- 
presión de que le ha faltado mi defensa precisamente a aquel 
gracias al cual se consiguió que no les faltase a los restantes 
ciudadanos. Además, jueces, en un proceso como éste y al ha- 
blar en último lugar 4, pienso que he asumido la función de ex- 


2 Por ejemplo a Sestio, a quien Clodio, al no poder abatirlo con la violen- 
cia de las armas (Sest. 79), deseaba verlo condenado en este proceso. 

3 El ilustre orador que, junto con Craso y Licinio Calvo, fueron los tres 
abogados de la defensa que precedieron en el uso de la palabra a Cicerón. 
Mientras que en la acusación había normalmente un solo abogado, los de la 
defensa eran habitualmente cuatro: cada uno abordaba un aspecto de la defen- 
sa y el último (en este caso Cicerón) pronunciaba la peroratio. 

4 Habitualmente era el abogado más brillante el que cerraba el turno de in- 
tervención. Cicerón, en Orat, 130, señala los principios que han de regir la úl- 
tima intervención de la defensa. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 285 


presar, más que una defensa, mis sentimientos de amistad, mis 
quejas más que mi elocuencia, mi indignación en vez de mi in- 
genio. 

Por lo tanto, si actúo en este proceso con más ardor o liber- 4 
tad que los que me precedieron en el uso de la palabra, os rue- 
go que seáis indulgentes con mi discurso tanto cuanto conside- 
réis que hay que serlo con una legítima indignación y una ira 
justificada. Pues ningún dolor puede estar más unido al sentido 
del deber de lo que lo está el mío (provocado ante el peligro de 
un hombre que tan excelentes servicios me prestó) $, ni ningu- 
na ira ha de ser más elogiada que aquella que hace que me in- 
flame ante el crimen de aquellos que creyeron que debían em- 
prender la guerra contra todos los defensores de mi vida. 

Pero, puesto que los demás oradores ya han respondido una 5 
a una a las acusaciones, voy a hablar sobre la situación general 
de Publio Sestio, sobre su forma de vida, su carácter, costum- 
bres y excepcional afecto hacia las gentes de bien, sobre su 
preocupación por preservar la tranquilidad y el bien comunes; 
intentaré —si soy capaz de lograrlo- que, en esta defensa gene- 
ral y desordenada 6, no parezca que he omitido nada de lo que 
precisa esta actuación judicial, el reo o la República. Y, dado 
que la propia Fortuna colocó el tribunado de Publio Sestio en 
una época tan difícil para la ciudad? y en medio de las ruinas 
de un Estado subvertido y asolado, no abordaré aquellos he- 
chos tan graves y conocidos antes de haber mostrado con qué 
precedentes y bases se han producido estos juicios tan elogio- 
sos en medio de unas circunstancias críticas. 


5 Para las actuaciones de Sestio en favor del regreso de Cicerón, cf. supra, 
págs. 270-271. 

$ Cicerón, como abogado final de la defensa, va a hacer una exposición 
general (defensio universa) sobre el caso, pero sin entrar en la discusión de 
detalles concretos (de ahí confusa, es decir, sin seguir un orden). 

7 Por cuanto el tribunado de Sestio coincidió con el exilio de Cicerón. 


36 


M 


286 DISCURSOS 


El padre de Publio Sestio, jueces, fue un hombre —como la 
mayoría recordáis— sabio, escrupuloso y recto. Cuando, en una 
época muy venturosa, fue elegido en primer lugar, de entre los 
hombres más nobles, como tribuno de la plebe 8, su deseo fue, 
no tanto servirse de los restantes cargos públicos como parecer 
digno de ellos. Con su conformidad, Sestio se casó con la hija 
de Gayo Albino, hombre muy honesto y distinguido ?, de la 
que nacieron este hijo aquí presente y una hija ya casada. Ses- 
tio fue tan del agrado de estos dos varones de nobleza distin- 
guida que los dos lo querían y apreciaban profundamente. La 
muerte de su hija le privó a Albino de la condición de suegro, 
pero no de los buenos sentimientos y del afecto surgidos de 
aquel vínculo. Todavía hoy le manifiesta su cariño tal como 
podéis fácilmente deducir de esta su presencia constante, su 
preocupación e inquietud. 

Volvió a casarse, viviendo aún su padre, con una hija de Lu- 
cio Escipión 1%, un hombre tan íntegro como desdichado. El sen- 
tido del deber de Publio Sestio hacia él se puso de manifiesto de 
forma brillante y grata a todo el mundo, pues no sólo partió de 
inmediato a Marsella para poder ver y consolar a su suegro (un 
hombre cuya obligación era continuar las huellas de sus antepa- 
sados y que, expulsado por los avatares de la política, yacía aba- 
tido en tierras extranjeras) sino que le llevó a su hija para que, 
con su inesperada contemplación y sus abrazos, aliviara, si no 
toda, sí al menos parte de su tristeza; además, con estas manifes- 


8 En el 91. Salvo esta referencia de Cicerón, no sabemos nada más del pa- 
dre de Sestio. 

2 Gayo Albino era senador (Fam. XIII 8, 1). El hijo nació en el 73 (Sest. 
10) y la hija un año después. 

10 De nombre Cornelia, su padre, L. Cornelio Escipión Asiático (Fam. V 
6, 1), cónsul en el 83 y partidario de Mario, fue derrotado por Sila y despojado 
de las insignias de su consulado (Phil. XII 27; PLUT., Sila XXVIII 1-3; VeL. 
Parérc., II 25, 2). Murió exiliado en Marsella. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 287 


taciones de interés y atención tan grandes y frecuentes ayudó a 
soportar —mientras vivió- la desgracia del padre y la soledad de 
la hija. Son muchas las cosas que podría decir sobre su generosi- 
dad, sus virtudes privadas, su tribunado militar y su integridad 
en aquella magistratura provincial; pero es la dignidad de la Re- 
pública la que se presenta ante mis ojos arrastrándome hacia ella 
y me aconseja dejar a un lado estas consideraciones secundarias. 

Como consecuencia del sorteo, jueces, Sestio fue cuestor 
de mi colega Gayo Antonio !!, pero, en realidad, lo fue mío por 
nuestra coincidencia de pareceres. Cierto sentido del deber —tal 
como yo lo entiendo- me impide exponer aquí las numerosas 
decisiones que, mientras estuvo asociado a mi colega, adoptó y 
me comunicó Publio Sestio y con cuánta antelación las previó. 
Además, respecto a Antonio, únicamente diré que, en medio 
de aquella incertidumbre y peligro de la ciudad, nunca quiso 
eliminar con desmentidos o mitigar con mentiras el miedo co- 
lectivo de todo el mundo o las sospechas de algunos sobre su 
persona !?, Si, cuando contenía o moderaba a mi colega, solíais 
con razón elogiar mi condescendencia hacia él, inseparable de 
mi gran preocupación de velar por la República, casi la misma 
alabanza merece Publio Sestio, quien mostró tales atenciones a 
su cónsul Antonio que a él le pareció un buen cuestor y a todos 
nosotros un excelente ciudadano. 

También él, tras haber salido aquella conjura de sus guari- 
das y tinieblas, y andar volando armada a la vista de todos, 
marchó con un ejército a Capua, una ciudad que, debido a sus 
muchas ventajas militares, sospechábamos intentaba ser gana- 


11 G, Antonio Hybrida, colega de Cicerón en el consulado del 63. Hijo del 
orador M. Antonio y tío del triunviro, era un hombre poco enérgico y que se en- 
riqueció de forma dudosa. Se exilió en el 59 tras ser acusado por su actuación 
como gobernador de Macedonia (dom. 41, nota 55 y supra, pág. 270 nota 6). 

12 Ya que Antonio sentía simpatías por Catilina, aunque, dada su falta de 
carácter, no estaba dispuesto a combatir a su lado. 


oc 


10 


288 DISCURSOS 


da por aquella banda impía y criminal. Expulsó rápidamente de 
Capua al tribuno militar de Antonio, Gayo Mevulano, un hom- 
bre infame y que, en Pisauro !3 y en otras zonas del Campo Gá- 
lico, se había involucrado abiertamente en aquella conjura. 
También se ocupó de echar de aquella ciudad a Gayo Marcelo 
cuando éste, no sólo se presentó en Capua sino que, además, se 
unió a aquella numerosa banda de gladiadores con la excusa de 
su afición a las armas !*, Por este motivo, en aquella ocasión, la 
asamblea de Capua que me adoptó como su único protector por 
haber preservado su seguridad durante mi consulado, manifes- 
tó en mi presencia su más sentido agradecimiento a Publio Ses- 
tio; en las circunstancias actuales, las mismas personas (que 
han cambiado su nombre por el de colonos y decuriones) !5, 
unos hombres valerosos e íntegros, dan fe con su testimonio de 
la ayuda prestada por Publio Sestio y, mediante una resolución, 
tratan de evitarle esta situación comprometida. 

Lee, por favor, Lucio Sestio 16, la resolución de los decurio- 
nes de Capua, para que tu voz infantil pueda dar a vuestros 
enemigos una idea de lo que —según parece- será capaz de ha- 
cer cuando se robustezca. 


13 Pisaurum (Pésaro) está situada en la costa adriática. El ager Gallicus era 
una zona costera en la parte septentrional del Piceno. El epíteto Gallicus se 
debe a que originariamente estuvo ocupado por la tribu de los Galli Senones. 

14 La ciudad campana de Capua, además de una importante industria, era 
la patria de los combates de gladiadores y el centro más importante de entre- 
namiento (SaL., Cat. 30). Capua no gozaba precisamente de buena reputación 
entre los romanos (sen. 17, nota 33). 

15 Capua pasó de ciudad independiente a colonia en el 59, durante el con- 
sulado de César; sus habitantes eran, por tanto, coloni, disponían de un senado 
(decuriones) y su administración estaba a cargo de los duumviri iure dicundo. 

16 Hijo de P. Sestio, nacido en el 73 de su primer matrimonio con la hija de 
G. Albino (Sest. 6), su presencia en el juicio buscaba, como era habitual en es- 
tos casos, conmover a los jueces. Este hijo de Sestio fue compañero de Horacio 
en la batalla de Filipos (42 a. C.) y el poeta le dedicó una oda (carm. I 4). 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 289 
(DECRETO DE LOS DECURIONES) 


Lo que estoy leyendo no es un decreto motivado por un 
sentido del deber a causa de la vecindad, la clientela, la hos- 
pitalidad pública, las intrigas políticas o las recomendacio- 
nes, sino que os leo el recuerdo de un peligro superado, el 
elogio de un servicio muy distinguido, la expresión de una 
muestra de consideración actual y el testimonio de un tiempo 
pasado. 

Además, por esta misma época, después que Sestio liberó a 
Capua del miedo, después que el senado y todos los hombres 
de bien sacaron a Roma de tan grandes peligros, tras la captura 
y represión -bajo mi mando- de los enemigos interiores, me- 

„diante una carta hice llamar a Sestio desde Capua junto con 
aquel ejército que tenía entonces consigo. Leída la carta, al 
instante acudió a Roma con la máxima celeridad. Y para que 
podáis recordar la violencia de aquella época, prestad atención 
al contenido de la carta y avivad vuestra memoria con la ima- 
gen del terror pasado. 


(CARTA DEL CÓNSUL CICERÓN) 


Gracias a la llegada de Publio Sestio se contuvo la ofensiva 5 


y los intentos de los nuevos tribunos de la plebe (que preten- 
dían echar por tierra en los últimos días de mi consulado toda 
mi actuación anterior) !7 y del resto de conjurados. 


17 Como quiera que los tribunos de la plebe iniciaban su mandato el 10 de 
diciembre, las últimas semanas del consulado de Cicerón fueron muy agita- 
das, sobre todo por la actitud combativa de Q. Metelo Nepote (y de L. Calpur- 
nio Bestia) que le acusó de haber dado muerte de forma ilegal a los partidarios 
de Catilina. Cf. supra, pág. 12. 


E 


1 


13 


290 DISCURSOS 


Después que resultó evidente que, con la defensa de la Re- 
pública por parte del tribuno de la plebe Marco Catón !3, un 
hombre tan valeroso como íntegro, el senado y el pueblo roma- 
no sin necesidad de protección militar velarían fácilmente por 
sí mismos, con su propia autoridad, por la dignidad de quienes 
habían defendido el bien común aún a riesgo de sus propias vi- 
das, Sestio acudió rápidamente con su ejército al lado de Anto- 
nio. ¿Qué sentido tiene que yo diga aquí públicamente con qué 
medios animó al cónsul a emprender la acción, qué estímulos 
aplicó a un hombre tal vez deseoso de la victoria pero que te- 
mía, sin embargo, demasiado la equidad de Marte y el azar de 
la guerra? Sería largo de contar, pero diré brevemente que, de 
no haberse mostrado el singular arrojo de Marco Petreyo !9, su 
patriotismo, su destacada valentía política, su gran autoridad 
entre los soldados y su admirable experiencia militar, de no ha- 
berle ayudado Publio Sestio a la hora de animar, aconsejar, cri- 
ticar y empujar a Antonio, en esta guerra se habría dado tiempo 
a la llegada del invierno y Catilina, después que hubiera emer- 
gido del invierno y de las nieves del Apenino y, disponiendo de 
todo un verano, hubiese comenzado a apoderarse de los cami- 
nos de Italia y de los establos de los pastores, no habría caído 
derrotado nunca a no ser con un gran derramamiento de sangre 
y con la más calamitosa devastación de toda Italia. 

Éste es, por tanto, el ánimo que aportó Publio Sestio a su 
tribunado, por no hablar de su cuestura en Macedonia 2 y po- 


18 Sobre la actitud enérgica de Catón de Útica contra la conjura de Catili- 
na, cf. SAL. Cat. 52-54, Se opuso también a las medidas del tribuno Q. Metelo 
contrarias a Cicerón. 

19 Según cuenta SaLustio (Cat. 59, 4), «Gayo Antonio, enfermo de 
gota,...entregó el ejército a su legado M. Petreyo», un soldado profesional que, 
al conocer a la mayoría de los soldados, ejercía sobre ellos una gran autoridad. 

20 En el verano o a finales del.62, Sestio acompañó a Antonio como pro- 
cuestor en Macedonia, Hablar de la integritas provincialis del defendido es un 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 291 


der referirme, por fin, a los sucesos más cercanos. Aunque no 
debe pasarse por alto su integridad, fuera de lo común, durante 
su cargo en la provincia, de la que yo hace poco he visto en 
Macedonia huellas, no ya señaladas levemente para un elogio 
momentáneo, sino marcadas fijamente en el recuerdo impere- 
cedero de aquella provincia. Pasemos por alto todas estas co- 
sas, pero de tal modo que las tengamos presentes ante nuestra 
vista y consideración al abandonarlas. Abordemos ya, con in- 
terés y desarrollo sostenidos, su tribunado ?! que, desde hace 
tiempo, me llama y, en cierto modo, acapara mi discurso. 

A decir verdad, sobre este tribunado ha hablado Quinto 
Hortensio con tal acierto que su discurso parecía, no sólo con- 
tener una refutación de las acusaciones sino prescribir, además, 

_a la juventud los modelos y normas para emprender la carrera 
política dignos de recuerdo. Sin embargo, puesto que todo el 
tribunado de Publio Sestio no hizo otra cosa que defender mi 
nombre y mi causa, creo necesario, si no debatir sobre estos 
mismos hechos con más minuciosidad, sí, al menos, deplorar- 
los con más sentimiento, Si, en esta parte de mi discurso pre- 
tendiera atacar a determinados individuos 22 con cierta dureza, 
¿quién no me dejaría censurar con libertad de palabra a aque- 


lugar común de la retórica ya que, en realidad, Sestio pidió ayuda a Cicerón 
para que el senado prorrogase su mandato en la provincia y evitar así la acusa- 
ción de peculatus (Fam. 5, 6) de la que hubo de rendir cuentas el propio Anto- 
nio dos años después. Cf. supra, pág. 270 nota 6. 

21 Sobre la importancia del tribunado de Sestio en la defensa de su causa, 
cf. infra, Sest. 31. 

22 Estos quosdam homines indefinidos son (además de Clodio y de los 
cónsules del 58 Gabinio y Pisón), los responsables indirectos de su exilio: Cé- 
sar sobre todo (cuya conducta es mencionada siempre por Cicerón con gran 
prudencia; cf. G. Achard, Pratique rhétorique..., op. cit, págs. 87 y 165-175), 
pero también los senadores que lo abandonaron y traicionaron (Q. fr. 13, 5; I 
4, 1; Att. IH 15, 2; Fam. XIV 1, 2). 


146 


15 


292 DISCURSOS 


llos por cuya locura criminal fui ultrajado? Pero actuaré con 
moderación y me acomodaré a las circunstancias presentes 
más que a mi resentimiento. En el caso de que algunas perso- 
nas, secretamente, sean contrarias a mi salvación, que perma- 
nezcan ocultas; si hay quienes hicieron algo contra mí en otra 
ocasión y, esos mismos, ahora callan y permanecen tranquilos, 
olvidémoslo también nosotros; si algunos se muestran hostiles 
y no nos dejan en paz, los soportaremos hasta donde sea posi- 
ble; mi discurso no pretende ofender a nadie salvo a aquel que 
se presente delante de nosotros en una actitud tal que parezca 
no ya que lo hemos atacado sino que es él el que ha ido a tro- 
pezar con nosotros. 

De todos modos, antes de comenzar a hablar del tribunado 
de Publio Sestio, es necesario que exponga en su totalidad el 
naufragio de la República ocurrido el año anterior: a recoger 
sus restos y a restablecer el bien público encontraréis que se 
han encaminado todos los actos, palabras y decisiones de Pu- 
blio Sestio, 

Había ya concluido —en lo que a los asuntos públicos se re- 
fiere— aquel año cuando, en medio de una gran agitación y te- 
mor de muchos, un arco fue dirigido contra mí sólo (tal como 
públicamente los ignorantes de los hechos afirmaban), aunque, 
en realidad, iba contra todo el Estado a causa de la adopción 
como plebeyo de un hombre furibundo y miserable, irritado 
conmigo 2, pero enemigo mucho más encarnizado aún de la 
concordia y de la seguridad públicas. Gneo Pompeyo, hombre 
distinguido y (pese a la oposición de mucha gente) gran amigo 
mío, le había obligado con todo tipo de garantías, alianzas y 
juramentos a que no hiciera nada contra mi persona durante su 


23 Además del escándalo protagonizado por Clodio en el 62 durante los 
misterios de la Buena Diosa, posteriormente el orador intentó oponerse a la 
adopción plebeya de Clodio en marzo del 59 (supra, págs. 15-16). 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 293 


tribunado ^; compromiso que ese malvado, nacido de la in- 
mundicia de todos los crímenes, pensó que no violaría sufi- 
cientemente si no hacía temer por su propia seguridad al ga- 
rante mismo de la seguridad ajena. 

A este monstruo repugnante y abominable, sujeto por los 
auspicios, obligado por las costumbres de nuestros mayores y 
atado con las cadenas de unas leyes inviolables, lo liberó de re- 
pente, mediante una ley curial, un cónsul ablandado —segün 
creo- por sus súplicas, o bien —como algunos piensan- irritado 
conmigo, sin comprender ni prever ciertamente los crímenes y 
desgracias tan grandes que se cernían sobre nosotros 25, Este 
tribuno de la plebe tuvo un gran éxito en subvertir el Estado, 
pero no por sus propias fuerzas; pues, ¿qué energías pudo te- 

. ner, con semejante vida, un hombre agotado por sus actos ig- 
nominiosos con sus hermanos, por sus incestos con sus herma- 
nas 26 y por todo tipo de desenfrenos inauditos? 


— 


6 


Pero, sin duda, resultó un destino funesto para la República 17 


el que un tribuno de la plebe como él, obcecado y demente, 


24 En una carta de, tal vez, agosto del 59 (Att. II 22, 2), Cicerón le cuenta a 
Ático que «Pompeyo ha hablado con él [con Clodio] y, según me ha informa- 
do,...le trató enérgicamente diciéndole que se le consideraría un gran traidor y 
criminal si me ponía en algún peligro valiéndose de las armas...; que Clodio y 
Apio le habían dado su palabra en cuanto a mi persona...». A un compromiso 
similar había llegado con L. Ninio, a condición de que Cicerón no se, opusiera 
a las primeras leges Clodianae (sen. 3, nota 3). 

25 Nuevo intento de disculpar la responsabilidad de César (supra, Sest. 14, 
nota 22) en el exilio de Cicerón: el triunviro estaba, en efecto, irritado con Ci- 
cerón por las críticas de éste a las leyes de su consulado del 59 (en especial a 
la ley agraria) y, posiblemente también, por haber despreciado el ofrecimiento 
que César le hizo (junio-julio del 59) para que le acompañara en su campaña 
de las Galias (Att. II 18, 3; II 19, 5; DióN Casto, XXXVIII 15); de ahí que per- 
mitiera la adopción de Clodio y viera con buenos ojos los intentos del tribuno 
por deshacerse del orador. 

26 Sobre todo con Clodia, la Lesbia de Catulo; cf. har. 9, nota 15, 


294 DISCURSOS 


diera con semejantes ¿qué diré, cónsules? 27 ¿sería yo capaz de 
llamar con tal nombre a los destructores de este imperio, a los 
traidores de vuestra dignidad, a los enemigos de todos los 
hombres de bien, los cuales creían haber sido adornados con 
las fasces y demás insignias del cargo y autoridad supremas 
para destruir el senado, debilitar el orden ecuestre y extinguir 
todos los derechos e instituciones de nuestros antepasados? 
¡Por los dioses inmortales!, si no deseáis todavía recordar sus 
crímenes y las heridas marcadas a fuego sobre la República, 
imaginaos en vuestro interior su expresión y sus movimientos: 
si ponéis ante vuestros ojos sus auténticos rasgos, con mucha 
más facilidad acudirán a vuestro pensamiento sus actos. 

Uno de ellos 28, bañado en perfumes, de cabellos ensortija- 
dos, desdeñoso con los cómplices de sus perversiones y con 
los antiguos corruptores de su tierna infancia, henchido de ra- 
bia a la vista del Puteal y del tropel de usureros 22 (por quienes 
había sido obligado, en el pasado, a buscar refugio en el puerto 
del tribunado para que, en medio del escollo de Escila de sus 
deudas, no se viera atado a una columna, como si se encontra- 
ra en un estrecho), despreciaba a los caballeros romanos, lan- 
zaba amenazas contra el senado, hacía alarde de sus bandas 


27 Una vez más, Cicerón vuelve a la carga contra los cónsules del 58, Ga- 
binio y Pisón. 

28 Aulo Gabinio (cf. sen. 11-13). El retrato de los cónsules del 58 es para 
A. DEsMOULIEZ (Cicéron et son goút..., op. cit., págs. 139-140) una muestra de 
vivacidad y preciosismo: «El retrato de Gabinio..., duro, ejecutado severamen- 
te, con trazos sostenidos, como un dibujo al carbón. Y de inmediato, sin tran- 
sición, el retrato de Pisón, vivo, ágil, lleno de vida y que Cicerón parece dibu- 
jar ante nosotros a la manera de un caricaturista que esboza, con trazos 
ajustados, la fisonomía de su personaje». 

29 Cf. sen, 11 y Sest. 26. El Puteal se encontraba próximo al tribunal del 
pretor, un lugar frecuentado por los usureros. La columna a la que se refiere a 
continuación podría ser la columna Menia (Sest. 124, nota 175). 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 295 


callejeras, proclamaba públicamente que había sido librado 
por ellas de un proceso de cohecho y afirmaba que esperaba 
conseguir una provincia con su ayuda aunque el senado se 
opusiera; creía que, de no conseguirla, de ningún modo podría 
quedar él a salvo. 

El otro 30, ¡por los dioses!, ¡qué repugnante en su andar, 
qué salvaje, qué terrible aspecto! Se diría que estabas viendo a 
uno de aquellos barbudos, ejemplar del antiguo imperio, ima- 
gen del pasado y columna de la República. Iba vestido ruda- 
mente con nuestra púrpura plebeya y casi negruzca, con el ca- 
bello tan desaliñado que parecía dispuesto a suprimir de Capua 
la plaza Seplasia 31, ciudad en la que, por aquel entonces, ejer- 
cía el duunvirato con el fin de resaltar su imagen. Pues, ¿qué 
puedo decir de un ceño como el suyo que a la gente le parecía 
-más que un ceño- la garantía del Estado? Era tal la gravedad 
de su mirada, tan grandes las arrugas de su frente que todo 
aquel año parecía apoyarse en aquel ceño como si de su garan- 
tía se tratase. 

Esto era lo que todos decían: «Pese a todo, la República 
tiene un apoyo firme y sólido; ya tengo a quien oponer a esa 
ruina e inmundicia; a fe que con su expresión contendrá el de- 
senfreno y la frivolidad de su colega; el senado tendrá este año 
alguien a quien seguir; a los hombres de bien no les faltará un 
guía y protector». La gente, en fin, se congratulaba de manera 
especial conmigo porque —creían— iba a tener, frente a un tri- 
buno de la plebe enloquecido y osado, un cónsul no sólo ami- 
go y allegado sino además valeroso y ponderado. 


30 L, Calpurnio Pisón. Para su retrato, cf. sen. 13-15. 

31 Era la plaza de los perfumistas (a Gabinio lo acaba de dibujar como un 
afeminado «bañado en perfumes») y, junto con la plaza Albana, el lugar habi- 
tual de reunión de los ociosos (leg. agr. 11 94). Pisón compartía con Pompeyo 
el cargo de administrador de la colina de Capua (sen. 17, nota 33). 


19 


20 


21 


296 DISCURSOS 


El primero de ellos no logró engañar a nadie 32, En efecto, 
¿quién podría pensar que un hombre surgido bruscamente de 
las tinieblas prolongadas de burdeles y orgías, agotado por la 
bebida, las tabernas, la prostitución y los adulterios, sería ca- 
paz de mantener el timón de un imperio tan grande y dirigir el 
gobernalle de la Repüblica en una travesía tan larga y en me- 
dio de un encrespado oleaje, habiendo como había sido situa- 
do, de forma inesperada y gracias a apoyos extrafios, en la más 
alta magistratura, él, que, siempre ebrio, no podía, no ya ver la 
tempestad que nos amenazaba sino, ni siquiera, contemplar la 
luz a la que no estaba acostumbrado? 33, 

El otro engañó evidentemente a muchos en todos los senti- 
dos; sin duda se hacía valer ante la opinión de la gente por su 
propio origen noble y por su suave zalamería. Todos los hom- 
bres de bien miramos siempre con buenos ojos la nobleza de 
origen, ya porque resulta beneficiosa para la República la exis- 
tencia de hombres nobles dignos de sus antepasados, ya por- 
que tiene un gran valor entre nosotros el recuerdo de persona- 
jes distinguidos y beneméritos de la República, aun cuando 
hayan muerto. Como lo veían siempre abatido, taciturno, desa- 
liñado y descuidado, y con un sobrenombre tal que la sobrie- 
dad parecía hereditaria en su familia, le manifestaban su apo- 
yo, se alegraban con él y, olvidando su ascendencia materna 34, 


32 Gabinio. La misma frase que había utilizado en sen. 11. 

33 A Cicerón le gusta comparar (dom. 24; 68; 108; har, 4; 11; 43; Sest. 46; 
61; 73, etc.) la vida política con una navegación, oponiendo la imagen de la 
tempestad propia de los tiempos agitados a la tranquillitas, a la calma que ga- 
rantizaría la política de los optimates. Se trata de una imagen antigua, frecuen- 
te en la literatura greco-latina; cf. A. MICHEL, Les rapports de la rhétorique et 
de la philosophie dans l'oeuvre de Cicéron, París, 1960, págs. 371-372, y G. 
AcHARD, Pratique rhétorique..., op. cit., págs. 288-289. 

34 Para Cicerón los defectos de Pisón se explicarían por el negativo influjo 
de sus antepasados galos por línea materna; cf. sen. 15, nota 32, 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 297 


inducidos por sus propias esperanzas lo animaban a seguir la 
integridad de sus antepasados. 

Por mi parte —voy a hablar, jueces, con sinceridad- nunca 
creí que existieran en ese hombre unos crímenes, una audacia 
y una crueldad tan grandes como los que yo mismo he sufrido 
junto con la República. Eso sí, sabía que era un hombre inútil, 
de poca importancia, y que se había granjeado desde su juven- 
tud, equivocadamente, la estima de la gente sin fundamento. 
En definitiva, su espíritu aparecía oculto bajo su rostro y sus 
actos vergonzosos al abrigo de los muros de su casa. Pero unos 
engaños como éstos no duran ni se mantienen ocultos hasta el 
punto de no poder ser visibles a una mirada curiosa. 

Veíamos su tipo de vida, su desidia, su inactividad; los que 
se le acercaban un poco más, observaban sus pasiones escondi- 
das; en fin, también su lenguaje nos proporcionaba motivos 
con los que poder comprender sus recónditos sentimientos. 

Cual hombre instruido alababa (a pesar de no ser capaz de 
decir sus nombres) a no sé qué filósofos, pero alababa sobre 
todo a aquellos que —se dice— son los mejores consejeros y pa- 
negiristas del placer; lo de menos era la naturaleza del placer, 
sus Circunstancias o su medida: era el nombre mismo el que 
devoraba entregado totalmente en cuerpo y alma 35, Sostenía 
que estos mismos filósofos afirmaban atinadamente que era na- 
tural en un hombre sabio actuar en su propio interés; que un 
hombre sensato no debía aspirar a la carrera política y que 
nada era mejor que una vida ociosa, saturada y colmada de pla- 
ceres; a su vez, afirmaba que decían extravagancias y estaban 
locos quienes sostenían que había que entregarse a una activi- 
dad digna, velar por el bien de la República, tener en cuenta el 
sentido del deber y no el interés durante toda la vida, afrontar 
peligros por la patria, recibir heridas y enfrentarse a la muerte. 


35 Sen. 14, nota 31. 


23 


24 


25 


298 DISCURSOS 


A partir de estas intervenciones suyas insistentes y habitua- 
les, porque me daba cuenta de con qué hombres vivía dentro 
de su casa y porque su propia morada exhalaba un olor tal que 
apestaban los muchos indicios de sus malas compañías, me 
convencía de que nada bueno debía esperarse de semejantes 
frivolidades pero que, sin duda, nada malo tampoco podía te- 
merse. De todos modos sucede, jueces, que, si se da una espa- 
da a un niño pequeño o a un anciano enfermizo y débil, el 
arma misma no puede herir a nadie por su propio impulso; 
pero, si se aplica al cuerpo desnudo incluso del hombre más 
fuerte, puede provocar una herida por su misma punta o por el 
peso del hierro. Al habérseles concedido —como si de una es- 
pada se tratara— el consulado a unos hombres sin carácter ni 
energía, los que por sí mismos nunca habrían podido herir a 
nadie, al verse armados con el título de la más alta magistratu- 
ra, acabaron degollando a la República. Hicieron públicamente 
un pacto con un tribuno de la plebe, en el sentido de que reci- 
birían de él las provincias 36 que prefirieran y cuantas tropas y 
dinero quisieran, a condición de que, previamente, pusieran en 
manos del propio tribuno un Estado arruinado y encadenado. 
Decían que esta alianza podría quedar sellada y sancionada 
con mi propia sangre. 

Al quedar al descubierto este hecho —pues un crimen tan 
grande no podía disimularse ni permanecer oculto— se promul- 
gan por este mismo tribuno, en un solo día y a la vez 37, dos 


36 Sobre este reparto de las provincias, cf. sert. 4, nota 5. 

37 La lex de capite y la lex de provinciis, en febrero del 58. No es fácil es- 
tablecer una cronología de los hechos inmediatos a la presentación de la roga- 
tio. de Clodio relativa a la lex de capite. Si hemos de hacer caso a P. GrIMAL 
(Études..., op. cit., págs. 34-48), los hechos se sucedieron así: tras el depósito 
de la rogatio (13 de febrero), se habría producido la manifestación de los ca- 
balleros en el Capitolio mientras el senado se reunía en el templo de la Con- 
cordia (16 de febrero), manifestación reprimida por Gabinio con la ayuda de 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 299 


proposiciones de ley, una sobre mi perdición y la otra sobre la 
atribución nominal de las provincias a los cónsules. 

Fue entonces cuando el senado se preocupó; vosotros, ca- 
balleros romanos, os pusisteis alerta; se conmovió toda Italia y, 
en fin, todos los ciudadanos de todas las clases y estamentos 
pensaban que, en interés público, había que pedir ayuda a los 
cónsules y a la autoridad suprema cuando, en realidad, ellos 
eran los únicos dos torbellinos de la República (además de 
aquél tribuno enloquecido) que no sólo no acudían en ayuda de 
una patria que se desmoronaba, sino que se lamentaban de que 
ésta tardara demasiado en caer. Se les pedía insistentemente to- 
dos los días, con lamentaciones de todos los hombres de bien 
e, incluso, con súplicas del senado, que tomaran en sus manos 
, mi causa, que hicieran algo, en fin, que remitieran la cuestión 
al senado; pero ellos, no sólo con sus negativas sino con sar- 
casmo, censuraban a los hombres más influyentes de este esta- 
mento. 

Entonces, de improviso, después de haber acudido al Capi- 
tolio una increíble multitud procedente de toda la ciudad y de 
Italia entera, decideron todos tomar un vestido de luto y defen- 
derme con todos los medios, con todo tipo de decisiones priva- 
das, dado que el Estado carecía de dirigentes públicos. Al mis- 
mo tiempo se reunía el senado en el templo de la Concordia 38 
(el propio templo representaba el recuerdo de mi consulado) 
suplicándole con lágrimas todo el orden senatorial a aquel cón- 


Clodio (sen. 12; Sest. 26; 28-29); posteriormente tuvo lugar una primera visita 
de Cicerón al cónsul Pisón para solicitar su ayuda (Pis. 12-13); dos días des- 
pués se celebró una asamblea en el circo Flaminio a instancias de Clodio y en 
la que intervinieron los dos cónsules y el propio César (DióN Casio, XX XVIII 
17, 3); Cicerón, angustiado, partió hacia Alba (24 de febrero) para entrevistar- 
se con Pompeyo (Prur., Cic. 31, 2-3), quien se negó a recibirlo. 

38 Sobre el templo de là Concordia, cf. dom. 11, nota 15. 


11 


12 27 


300 DISCURSOS 


sul de cabellos ensortijados; pues el otro, el desaliñado y serio, 
se quedaba a propósito en casa. ¡Con qué altanería aquella in- 
mundicia y azote rechazó entonces las súplicas del estamento 
más distinguido y las lágrimas de los ciudadanos más eminen- 
tes! ¡qué desprecio hacia mi propia persona el de aquel devora- 
dor de su patria! En efecto, ¿qué podría decir de su patrimonio 
que perdió por completo al querer enriquecerse? Acudisteis al 
senado vosotros, caballeros romanos, y todos los hombres de 
bien vestidos de luto, y os arrojasteis suplicando por mi vida a 
los pies de un alcahuete depravado; fue entonces cuando, al ser 
rechazadas vuestras súplicas por ese ladrón, Lucio Ninio 3, 
hombre de una lealtad, de una grandeza y firmeza de carácter 
fuera de lo común, presentó al senado una proposición sobre la 
situación de la República: el senado en pleno decidió vestirse 
de luto por mi salvación. 

¡Oh qué día, jueces, funesto para el senado y para todos. los 
hombres de bien, luctuoso para la República y, para mí, triste 
por la aflicción de mi familia, pero glorioso si se mira al re- 
cuerdo de la posteridad! En efecto, de todo nuestro pasado, 
¿puede considerar alguien algo más glorioso que el hecho de 
que, en defensa de un sólo ciudadano, todos los hombres de 
bien, por una decisión privada, y la totalidad del senado, por 
una decisión oficial, se hayan vestido de luto? A decir verdad, 
el vestirse entonces de luto no se hizo para interceder por mi 
persona sino para manifestar su propio dolor: ¿a quién se po- 
dría suplicar cuando todos estaban vestidos de luto y cuando se 
consideraba suficiente muestra de maldad que uno no se hubie- 
se vestido también así? Voy a pasar por alto lo que, una vez to- 
mada esta vestimenta de luto, en medio de un dolor tan grande 


39 Sobre este tribuno de la plebe del 58, representante de la burguesía de 
la Campania (cuyos intereses eran constantemente amenazados por los popu- 
lares), cf. sen. 3, dom. 125, Sest. 68 y notas. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 301 


de la ciudad, hizo aquel tribuno, profanador de todo lo divino y 
humano, que ordenó comparecer a los jóvenes más nobles, a 
los caballeros romanos más ilustres por haber intercedido en 
mi favor y los expuso a las espadas y a las piedras de sus ban- 
das criminales: estoy hablando de unos cónsules en cuya leal- 
tad debía apoyarse la República. 

Confundido, sale volando del senado con ánimo y rostro no 
menos turbados que si hubiese caído, pocos años antes, en una 
reunión de acreedores. Convoca una asamblea popular; aunque 
cónsul, pronuncia un discurso que nunca habría pronunciado 
un Catilina victorioso: decía que la gente se equivocaba si 
creía que todavía entonces el senado tenía algún poder en la 
República; que, por su parte, los caballeros romanos sufrirían 

„un castigo por aquel día en el que, durante mi consulado, se 
habían presentado armados en la colina del Capitolio ^; que 
les había llegado la hora de vengarse a aquellos —se refería, sin 
duda, a los conjurados- que se habían mantenido en medio del 
temor. 

Si solamente hubiera dicho estas cosas, sería ya merecedor 
de todos los suplicios; pues el solo discurso de un cónsul, si es 
pernicioso, puede arruinar al Estado. Pero fijaos en lo que hizo. 

Relegó en la asamblea a Lucio Lamia *!, quien, además de 
sentir por mí un afecto especial debido al profundo trato fami- 
liar que yo tenía con su padre, deseaba incluso afrontar la 
muerte en defensa de la República; redactó un edicto prohi- 
biéndole permanecer a menos de 200.000 pasos de Roma por 
haberse atrevido a interceder por un ciudadano benemérito, sí, 
por un amigo y por la Repüblica. 


40 El 5 de diciembre del 63 (cf. sen. 12, Flac. 102) los equites ocuparon el 
acceso al Capitolio para proteger a Cicerón y a los senadores que, reunidos en 
el templo de la Concordia, iban a votar la condena de los cómplices de Catilina. 

^! Sobre esta relegatio de Lucio Lamia, cf. sen. 12, nota 24. 


13 


30 


302 DISCURSOS 


¿Qué podría hacerse con un hombre como éste, qué podría 
reservarse a un ciudadano cruel o, mejor, a un enemigo público 
tan criminal? Dejando a un lado cuanto le une y le es común 
con su colega bárbaro e infame, únicamente esto tiene como 
exclusivo: haber arrojado y relegado fuera de Roma, no digo a 
un caballero romano, no a un hombre bien considerado e ínte- 
gro, no a un ciudadano amantísimo de la República que en ese 
preciso momento lamentaba la desgracia de un amigo y de la 
Repüblica junto con el senado y con todos los hombres de 
bien, sino haber expulsado de su patria, —él, cónsul- a un ciu- 
dadano romano mediante un edicto y sin juicio alguno. 

Nuestros aliados y los latinos se han acostumbrado a consi- 
derar como lo más duro el ser conminados por los cónsules a 
salir de Roma, algo que sucede muy excepcionalmente. En tal 
caso, tenían además la posibilidad de regresar a sus ciudades 
junto a sus Lares 2 familiares y, en medio de aquella desgracia 
general, no caía nominalmente sobre nadie ignominia personal 
alguna. Pero, ¿qué ocurre ahora? ¿Mediante un edicto, un cón- 
sul va a apartar a ciudadanos romanos de sus dioses Penates? 
¿Los expulsará de su patria? ¿Los apartará a su antojo? ¿Los 
condenará y arrojará de forma nominal? Si él hubiese pensado 
que ibais a ser vosotros los que en la actualidad os encontráis 
al frente del Estado, si hubiese creído, en fin, que iba a quedar 
en la ciudad alguna imagen o simulacro de tribunal, ¿se habría 
atrevido alguna vez a apartar al senado de los asuntos públicos, 
a despreciar las súplicas de los caballeros romanos, a destruir, 
en fin, los derechos y libertades de todos los ciudadanos me- 
diante edictos extraordinarios e inauditos? 


42 Son los dioses de los lugares, confundidos a veces con los Manes y los 
Penates (sobre éstos, cf. dom. 1, nota 1). Se distinguían varias clases; así, los 
Compitales (o Lares de las encrucijadas de los campos y ciudades), los Fami- 
liares (dioses domésticos asociados en el culto a Vesta y a los Penates) o los 
Protectores (que vigilaban las murallas de las ciudades). 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 303 


Pese a que me estáis escuchando, jueces, con ánimos muy 31 
atentos y con una gran afabilidad, me preocupa que alguno de 
vosotros se pregunte extrañado cuál es el propósito de este mi 
discurso tan largo y que se remonta tan atrás, o bien qué rela- 
ción tienen con el proceso de Publio Sestio los delitos de aque- 
llos que, antes de su tribunado, atacaron al Estado. 

Por mi parte, mi propósito es demostrar lo siguiente: que 
todas las decisiones y pensamientos del tribunado de Publio 
Sestio se han encaminado, en la medida de lo posible, a curar 
las heridas de una República abatida y arruinada. Me habréis 
de perdonar si, al exponer aquellas heridas, da la impresión de 
que hablo en exceso de mí mismo, pues, por una parte, voso- 
tros y todos los hombres de bien considerasteis el destierro que 
padecí como la herida más importante de la República y, por 
otra, Publio Sestio está siendo acusado no en su nombre sino 
en el mío: ya que consumió toda la fuerza de su tribunado en la 
defensa de mi persona, necesariamente mi propia causa del pa- 
sado ha de estar en estrecha relación con su defensa en la ac- 
tualidad. P 

Asíp des, el senado estaba sumido en el dolor; por decisión 32 14 
oficial la ciudad aparecía vestida de luto; no había municipio 
alguno de Italia, ninguna colonia, ninguna prefectura 4, ningu- 
na sociedad arrendataria en Roma, ningún colegio o asamblea, 
o, ningún consejo público, en absoluto, que por entonces no 
hubiese votado de la manera más honrosa una proposición en 
favor de mi persona; entonces, de improviso, los dos cónsules 
ordenan mediante un edicto que los senadores vuelvan a adop- 
tar su vestimenta habitual. ¿Hubo alguna vez un cónsul que 


43 La prefectura es una ciudad italiana administrada por un praefectus 
nombrado por el praetor urbanus; la colonia se establecía en un país conquis- 
tado y su administración estaba compuesta por una especie de senado (decu- 
riones) y dos magistrados (duumviri). 


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304 DISCURSOS 


prohibiera al senado obedecer sus propios decretos? ¿Qué tira- 
no prohibió a los desgraciados vestirse de luto? Sin mencionar 
a Gabinio, ¿te parece poco, Pisón, haber engañado a la gente 
hasta el extremo de mostrarte indiferente a la autoridad del se- 
nado, despreciar las opiniones de los mejores, traicionar al Es- 
tado y degradar el nombre de cónsul? ¿Te atrevías, además, a 
prohibir, mediante un edicto, que la gente lamentara mi propia 
desgracia, la suya y la de la República, y que manifestara este 
dolor en su forma de vestir? Si el vestirse de luto contribuía a 
manifestar su propia aflicción o a suplicar en mi favor, ¿quién 
hubo nunca tan cruel que prohibiera a alguien lamentar sus 
propias desgracias o suplicar en favor de otros? 

Entonces, ¿qué? ¿No suelen cambiar espontáneamente su 
forma de vestir los hombres ante una situación comprometida 
de sus amigos? ¿Nadie lo hará, Pisón, en favor tuyo? ¿Ni si- 
quiera esos individuos a los que tú personalmente elegiste 
como consejeros sin que mediara un decreto del senado e, in- 
cluso, con su oposición? Por lo tanto, ¿lorarán, tal vez, quie- 
nes lo deseen el infortunio de un hombre como tú, desesperado 
y traidor a la República, y no se le permitirá al senado lamen- 
tar los peligros de un ciudadano tan distinguido por el afecto 
de la gente honrada y que ha prestado excelentes servicios a la 
salvación de su patria, unos peligros estrechamente asociados a 
los de la propia ciudad? Estos mismos cónsules (si es que han 
de llamarse cónsules aquellos que -como todo el mundo cree 
han de ser eliminados, no ya de la memoria de la gente sino, 
incluso, de los fastos públicos), concluido ya su pacto sobre las 
provincias y presentados en el circo Flaminio ** ante la asam- 


44 Sobre esta asamblea cf. Sest. 25, nota 37. El circo Flaminio fue cons- 
truido en el 221 por el censor G. Flaminio, el que después fue derrotado y 
muerto por Aníbal en la batalla del lago Trasimeno. Se encontraba en las afue- 
ras de Roma; Clodio celebró allí la asamblea para permitir la participación de 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 305 


blea popular por aquel azote y calamidad de la patria, pese a 
vuestras intensas quejas, aprobaron con su voz y voto todas las 
medidas que se estaban tomando entonces contra mi persona y 
contra la República. 

Ante estos mismos cónsules que permanecían sentados y a 
su vista, se presentó para su aprobación una ley 4 en la que se 
establecía «que no tuvieran valor los auspicios, que nadie 
anulara una asamblea ante unos presagios desfavorables, que 
nadie interpusiera su veto a una ley, que ésta pudiera promul- 
garse en cualquiera de los días fastos y que quedaran sin valor 
las leyes Elia y Fufia». Sólo con esta proposición de ley, 
¿quién no comprende que ha quedado destruido todo el siste- 
ma político? 

. A Ante la presencia de estos mismos cónsules, se efectuaba 
un reclutamiento de esclavos delante del tribunal Aurelio con 
el pretexto de constituir asociaciones 46, aunque lo que se hacía 
con estos hombres era enrolarlos barrio por barrio, distribuir- 
los en decurias e incitarlos a la violencia, a la rebelión, al ase- 
sinato y al pillaje. Ante estos mismos cónsules se almacenaban 
armas, a la vista de todo el mundo, en el templo de Cástor, se 


César que, al estar revestido de imperium, no podía permanecer dentro del po- 
moerium, El triunviro habría criticado en la asamblea la ejecución de los cóm- 
plices de Catilina (Dión Casio, XXXVIII 17, 3). 

45 Sobre esta rogatio de Clodio que, en realidad, no anulaba las leyes Elia 
y Fufia sino que simplemente limitaba el abuso de la obnuntiatio, cf. sen. 12, 
nota 22, har. 58 y Sest. 114. 

46 En la constante asociación de los esclavos a las actividades de Clodio 
hay un evidente intento de Cicerón por desacreditar a su adversario dada la 
sensibilidad de los ciudadanos romanos ante cualquier amenaza servil. Sin 
embargo, conviene señalar que Cicerón utiliza en ocasiones servus para desig- 
nar a personas que, en realidad, son libertos, con el fin de recordar su anterior 
status y denigrarlos a ellos y a quienes como Clodio los sostenían (cf. F. PINA, 
«Cicerón contra Clodio...», art. cit., pág. 139). 


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306 DISCURSOS 


eliminaban los accesos de este mismo templo ^", hombres ar- 
mados ocupaban el foro y las asambleas, y se producían asesi- 
natos y lapidaciones; no había ya senado, no quedaba ninguna 
magistratura; una sola persona, con sus armas y bandas de sal- 
tadores, detentaba todos los poderes, no porque ejerciera su 
propia violencia, sino porque, al haber apartado a los dos cón- 
sules de sus poderes públicos mediante el pacto relativo a las 
provincias, insultaba, actuaba como un tirano, hacía promesas 
a algunos y retenía a muchos otros mediante el terror y el mie- 
do, y alos más con esperanzas y promesas. 

Estando así la situación, jueces, aunque el senado carecía 
de líderes y, en su lugar, tenía traidores o, mejor, enemigos de- 
clarados; aunque el orden ecuestre era citado por los cónsules 
a comparecer como acusado, se repudiaba la autoridad de toda 
Italia, eran relegados nominalmente algunos y otros aterroriza- 
dos con peligros y temores; aunque había armas en los tem- 
plos, hombres armados en el foro y todas estas medidas eran, 
no ya disimuladas con el silencio de los cónsules sino, incluso, 
aprobadas con su voz y voto; aunque todos nosotros veíamos a 
la ciudad, si no todavía destruida y subvertida, sí ya casi con- 
quistada y oprimida; a pesar de todo ello, habríamos podido 
hacer frente a tan grandes desgracias, jueces, con el empeño 
encendido de las gentes de bien. Pero me influyeron otros te- 
mores, Otras preocupaciones y sospechas. 

Voy a exponer, pues, en el día de hoy, jueces, toda mi for- 
ma de actuar y de pensar, y no defraudaré este interés tan gran- 
de que tenéis por oírme ni a esta multitud tan numerosa como 
no recuerdo hubo nunca en proceso alguno. Pues si yo, en una 
causa tan noble, con un desvelo tal del senado, con una unani- 
midad de pareceres tan fuera de lo común entre las gentes de 


^! Situado en el centro del foro, Clodio convirtió el templo de Cástor en 
un auténtico arsenal (sen. 32; dom. 54; har. 29; 49; Pis. 23). 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 307 


bien 48, con una disposición semejante del orden ecuestre y, en 
fin, con toda Italia dispuesta a cualquier lucha, he cedido ante 
la furiosa locura de un tribuno de la plebe tan vil, si he mostra- 
do temor ante la ligereza y audacia de unos cónsules tan des- 
preciables, reconozco que he sido demasiado timorato, que he 
sido un hombre carente de coraje y decisión. 

¿Hubo algo en común con el caso de Quinto Metelo? 49 
Aunque todos los hombres honrados aprobaban su causa, sin 
embargo, ni el senado, de forma pública, ni ningún estamento, 
de forma privada, ni Italia entera, con sus decretos, la habían 
defendido. Pues él la había asumido para alcanzar cierta gloria 
personal más que para la auténtica salvación de la República 
desde el momento en que fue el único que se negó a jurar una 
. ley establecida con violencia 5%; en definitiva, daba la impre- 
sión de que había sido tan valeroso con un único propósito: 
conseguir una fama de firmeza a cambio de su amor a la patria. 
Además, su situación se relacionaba con el invicto ejército de 
Gayo Mario, pues tenía como adversario a éste, al salvador de 


48 Es el consensus omnium bonorum, reformulación y ampliación del con- 
cepto de concordia ordinum (Att. 114, 4; I 18, 3; Cluent. 154; Cat. IV 15), no 
entendido, por tanto, en el sentido restrictivo de unión entre senadores y caba- 
lleros que Cicerón defendía en la época de su consulado y en los años poste- 
riores. Cf. supra, pág. 277, nota 22, y G. ACHARD, Pratique rhétorique..., op. 
cit., págs. 33 ss. 

49 Como ya hiciera en sen. 37-38 y Quir. 6-12, Cicerón vuelve a comparar 
su exilio y regreso con el de otros personajes históricos ilustres. Sobre Q. Me- 
telo Numídico, cf, sen. 37, nota 72. 

50 Como censor fue el ánico en oponerse a la ley presentada en el 100 por 
el tribuno L. Apuleyo Saturnino sobre el reparto de las tierras de la Galia ocu- 
padas por los cimbros. La Lex Appuleia agraria disponía que el ager Gallicus 
conquistado por Mario debía ser distribuido entre los veteranos de guerra. Los 
senadores tuvieron un plazo de cinco días para jurar su acatamiento a la ley; 
sólo Q. Cecilio Metelo se negó y prefirió exiliarse. Tras la muerte de Apuleyo, 
el senado derogó la ley. 


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308 DISCURSOS 


la patria que ejercía ya su sexto consulado; estaba en relación 
también con Lucio Saturnino 3!, tribuno de la plebe por segun- 
da vez, hombre solícito y entregado al partido demócrata, si no 
con moderación sí, al menos, de forma desinteresada y deseoso 
del favor popular. Abandonó Roma para no caer derrotado con 
deshonor por unos ciudadanos valerosos como éstos o bien 
para no privar a la República, en el caso de resultar vencedor, 
de muchos y excelentes ciudadanos. 

Mi causa la habían asumido el senado públicamente, el or- 
den ecuestre con energía, Italia entera de forma oficial y todos 
los hombres de bien de forma particular y con empeño. Yo ha- 
bía llevado a cabo unas medidas de las que no fui el único res- 
ponsable sino más bien el guía de la voluntad general; unas 
medidas que se encaminaban, no sólo a mi gloria personal 
sino a la salvación común de todos los ciudadanos y casi de 
todos los pueblos. Había actuado con la condición de que to- 
dos tuvieran que garantizar y defender siempre mi propia ac- 
tuación. 

Por otra parte, sostenía un enfrentamiento no con un ejérci- 
to victorioso, sino con bandas de mercenarios conducidas y 
concitadas para saquear la ciudad. No tenía como adversario a 
Gayo Mario, el terror de sus enemigos y la esperanza y sostén 
de su patria, sino a dos monstruos crueles a quienes la necesi- 
dad, la magnitud de sus deudas, su ligereza y desvergüenza los 
habían hecho entregarse, sometidos, a un tribuno de la plebe. 

Y no me las tenía que ver con Saturnino, quien, porque sa- 
bía que el suministro de trigo había sido transferido de sus ma- 
nos (era entonces cuestor de Ostia) de forma ignominiosa a 
Marco Escauro, líder del senado y de la ciudad, intentaba ven- 


51 Sobre este tribuno de la plebe en los años 103 y 100, cf. dom. 82, har, 
41 y 43. Q. Metelo había señalado a Saturnino con una nota de infamia duran- 
te su censura (Sest. 101). 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 309 


gar su resentimiento con gran vehemencia %, sino con la pros- 
tituta de unos ricos vividores, con el amante de su propia her- 
mana, con un sacerdote de adulterios, un envenenador, un fal- 
sificador de testamentos 33, un sicario, un salteador; si yo 
hubiese vencido con la fuerza de las armas a estos hombres 
(algo fácil de conseguir, que debió hacerse y que me pedían in- 
sistentemente los ciudadanos más íntegros y valerosos), no ha- 
bría tenido miedo de que alguien censurara el haber rechazado 
la violencia con violencia o que lamentara la muerte de ciuda- 
danos infames o, mejor, de enemigos públicos. Pero me condi- 
cionaron las siguientes circunstancias: aquel azote gritaba en 
todas las asambleas del pueblo que, cuanto hacía contra mi 
persona, lo hacía con el respaldo de Gneo Pompeyo, un hom- 
bre distinguido y amigo mío en la actualidad y siempre que 
pudo 54; en cuanto a Marco Craso, con quien yo tenía todo tipo 
de relaciones amistosas y lazos familiares 55, hombre muy va- 
leroso, aquella misma furia proclamaba públicamente que era 
muy hostil a mi causa; de Gayo César (de acuerdo con mi con- 
ducta hacia él no debía ser contrario a mi persona) este mismo 
individuo andaba diciendo todos los días en las asambleas po- 
pulares que era el mayor enemigo de mi vida. 


52 Sobre este mismo episodio, cf. har. 43. Ostia, una colonia de gran acti- 
vidad económica y puerto fundamental para el abastecimiento de Roma, cons- 
tituía una de las cuatro provinciae quaestoriae. 

53 Cuando estaba al servicio de L. Licinio Murena, gobernador de la Galia 
Narbonense durante el 64-63 (har. 42). 

54 Cicerón, como en otras muchas ocasiones a lo largo de estos discursos, 
pretende ocultar la verdadera actitud de Pompeyo, que no sólo no hizo nada 
para impedir la aprobación de las leyes clodianas, sino que, además, se negó a 
recibir a Cicerón cuando éste buscó su ayuda (Att. III 15, 4; X 4, 3; Q. fr. 14, 
4; PLur., Cic. 31). 

55 Pero en su correspondencia reprocha a Craso haber comprado a los jue- 
ces en el proceso contra Clodio por el escándalo de la Buena Diosa (Att. I 16, 
5) y censura su apoyo al tribuno (Att. II 22, 5; Q. fr. IL 3, 3-4). 


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310 DISCURSOS 


Declaraba que se serviría de estos tres hombres como con- 
sejeros a la hora de tomar sus decisiones y como colaboradores 
al emprender la acción; decía que uno de ellos tenía el mayor 
ejército en Italia 56; que los otros, por aquel entonces simples 
ciudadanos particulares, si querían podían mandar y reclutar 
un ejército y que iban a hacerlo. No me amenazaba con un pro- 
ceso ante el pueblo, con un enfrentamiento legal, un debate ju- 
dicial o la defensa en un juicio, sino con violencia, armas, ejér- 
citos, generales y campamentos. 

Entonces ¿qué? ¿Fueron las palabras —falsas, además- de 
mi enemigo las que, lanzadas de forma tan calumniosa contra 
hombres tan distinguidos, me hicieron vacilar? En verdad no 
fueron sus palabras sino el silencio de aquellos contra los que 
se lanzaban aquellas calumnias. Aunque éstos callaban enton- 
ces por otros motivos, sin embargo, a la gente que suele temer 
por todo le parecía que estaban hablando con su silencio y que, 
al no negarlo, lo estaban confirmando. Por su parte, profunda- 
mente preocupados por otros temores (pues creían que todas 
sus actuaciones y empresas del año anterior estaban siendo 
destruidas por los pretores y debilitadas por el senado y por los 
principales personajes de la ciudad), no deseaban privarse del 
apoyo de un tribuno popular y sostenían que sus propios ries- 
gos les afectaban más que los míos 5”, 


56 Sobre César y la presencia de su ejército a las puertas de Roma, cf. in- 
fra, Sest. 41, nota 60, 

57 Las afirmaciones de Cicerón, pese a su calculada ambigüedad, tienen 
como destinatarios a los triunviros y, en particular, a César; éstos no se ha- 
brían opuesto a Clodio y a su campaña contra Cicerón porque eran sensibles a 
la amenaza que para la suerte del triunvirato suponía la relatio que dos preto- 
res hostiles (L. Domicio Enobarbo y G. Memio) habían presentado en enero 
del 58 para revisar las acta Caesaris. Se trata, lógicamente, de la justificación 
de Cicerón porque, en realidad, César no temía a Clodio sino que, más bien, 
veía con buenos ojos sus ataques a Cicerón: el orador era el principal obstácu- 
lo contra la política de César. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 311 


De todos modos, Craso afirmaba que los cónsules debían de- 41 
fender mi causa; Pompeyo invocaba la lealtad de éstos y decla- 
raba que él, un particular, no abandonaría una causa defendida 
de forma oficial 58, A este hombre, lleno de celo por mi vida y 
ardiente defensor del mantenimiento del Estado, determinados 
individuos elegidos para este fin le aconsejaron en mi propia 
casa que tuviera más cuidado y le dijeron que yo había tramado 
en mi casa acabar con su vida. Además esta sospecha suya la 
alentaron, unos enviándole cartas, otros con mensajeros, algunos 
diciéndoselo personalmente; de modo que él, aunque no temía 
nada de mi parte, pensó que debía guardarse de ellos no fuera 
que maquinaran algo contra él encubriéndolo con mi nombre %, 
A su vez, el propio César, a quien las gentes desconocedoras de 
la verdad creían especialmente irritado conmigo, se encontraba 
con poderes militares a las puertas de Roma; su ejército perma- 
necía en Italia y, dentro de él, había dado el mando a un herma- 
no € del propio tribuno de la plebe que era mi enemigo personal. 


38 Si hemos de hacer caso a Cicerón, parece que Pompeyo exigió a los 
cónsules que defendieran al orador ante la amenaza de la lex de capite presen- 
tada por Clodio. Sin embargo, en la entrevista de los amigos de Cicerón con el 
triunviro (Pis. 77), éste se limitó a señalar que acataría la legalidad de las de- 
cisiones de los cónsules. 

59 Sobre esta campaña de difamación, cf. también dom. 28. 

60 A G. Claudio Pulcro, el hermano menor de Clodio. La presencia de Cé- 
sar a las puertas de Roma, lo hemos visto (sen. 32; dom. 131; har. 47; Sest. 
52), estaba más que justificada; aunque su ejército se encontraba en la Cisalpi- 
na, el general estaba dispuesto a intervenir en Roma si triunfaban las propues- 
tas de sus adversarios (Cicerón entre ellos), dispuestos a revisar toda su políti- 
ca del 59, Por ello, antes de partir hacia la Galia, quería dejar arreglados dos 
asuntos en Roma: asegurar el voto de la rogatio de Clodio (que eliminaba a 
Cicerón de la escena política) y reducir al silencio a los pretores Memio y Do- 
micio Enobarbo que pretendían anular las acta Caesaris (Suer., Caes. 23, 1). 
Para la cronología de la actuación de César antes de su partida hacia la Galia, 
cf. P. GrimaL, Études..., op. cit., págs. 48-53. 


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312 DISCURSOS 


Por lo tanto, al ver estas cosas (pues eran evidentes), es 
decir, que el senado, sin el que no podía sostenerse el Estado, 
había sido apartado completamente del gobierno de la ciu- 
dad; que los cónsules, cuya obligación era tomar medidas pú- 
blicas, habían conseguido, ellos mismos, eliminar completa- 
mente dichas medidas públicas; que aquellos que mayor 
poder tenían se presentaban en todas las asambleas populares 
(sirviéndose de mentiras, pero provocando una gran alarma) 
como instigadores de mi propia perdición; que se celebraban 
diariamente asambleas contra mí; que nadie elevaba su voz 
para defenderme, a mí y a la República; que los estandartes 
de las legiones se creían desplegados sobre vuestras cabezas 
y bienes (es cierto que equivocadamente pero, con todo, así 
se pensaba); que las viejas tropas de los conjurados y aquella 
peligrosa banda de Catilina, dispersada y vencida, habían 
sido recompuestas bajo un nuevo jefe y ante el inesperado 
cambio de la situación; al ver todo esto, jueces, ¿que podía 
hacer? 

Soy consciente de que lo que me falló entonces no fue 
vuestro desvelo hacia mi persona sino que, en cierto modo, al 
vuestro le faltó el mío. ¿Debía enfrentarme con las armas, yo, 
un ciudadano privado, a un tribuno de la plebe? Supongamos 
que hubieran vencido los buenos ciudadanos a los impíos, los 
fuertes a los débiles; que hubiera resultado muerto un indivi- 
duo como ése, que únicamente con este remedio pudo ser 
apartado de la destrucción de la República; y después, ¿qué? 
¿Quién se encargaría de lo restante? ¿A quién le quedaba algu- 
na duda de que aquella sangre de un tribuno, derramada ade- 
más sin el apoyo de ninguna decisión oficial, habría de tener 
como vengadores y defensores a los dos cónsules? ¿No había 
afirmado alguien en la asamblea del pueblo que yo, o debía 
morir una sola vez, o vencer dos veces? ¿Qué quería decir eso 
de vencer dos veces? Sin duda, que, después de haberme en- 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 313 


frentado a este loco tribuno de la plebe, debería luchar con los 
cónsules y con los otros vengadores de su muerte. 

En cambio, si el destino hubiera sido que yo cayera en el 
combate en vez de recibir una herida, para mí fácil de curar 
pero mortífera para quien me la había infligido, con todo, jue- 
ces, hubiera preferido morir una vez a resultar vencedor en dos 
ocasiones. Pues el segundo enfrentamiento era de tal naturale- 
za que ni vencedores ni vencidos habríamos podido mantener a 
salvo la República. ¿Qué habría ocurrido si, vencido en el pri- 
mer combate por la violencia del tribuno, hubiese caído en el 
foro junto con muchos buenos ciudadanos? Sin duda, los cón- 
sules habrían convocado al senado, al que, en su totalidad, ha- 
bían apartado previamente de la vida política; los que ni si- 

. quiera habían permitido que se defendiera a la República con 
un vestido de luto, habrían apelado a las armas; los que habían 
deseado que la hora de mi muerte fuera también la de sus re- 
compensas, tras mi muerte se habrían apartado del tribuno de 
la plebe. l 

Me quedaba únicamente lo que tal vez podría haber dicho 
un hombre valeroso, de espíritu enérgico y noble: «deberías 
haber resistido, haber combatido y haberte enfrentado a la 
muerte luchando». Sobre este punto os pongo por testigos a ti, 
sí, a ti, patria mía, y a vosotros, penates y dioses de nuestros 
padres: huí de la batalla y de la matanza a causa de vuestras 
moradas y templos, movido por la salvación de mis ciudada- 
nos, que para mí fue siempre algo más querido que mi propia 
vida. Por lo tanto, si, al navegar en una nave con mis amigos, 
me hubiera sucedido, jueces, que un gran número de piratas, 
venidos de muchas partes, amenazaran con destruir la nave 
con su flota en el caso de que mi persona -y sólo mi persona- 
no les fuera entregada, si se negaran a ello los pasajeros y pre- 
firieran morir conmigo a entregarme a los enemigos, yo mismo 
me habría arrojado al fondo del mar para salvar a los demás 


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314 DISCURSOS 


antes que exponer a aquellos hombres tan preocupados de mi 
persona, no ya a una muerte segura sino, ni siquiera, a un gra- 
ve peligro de sus vidas 6!. 

Pero, al ser tan numerosas las armadas que parecían dis- 
puestas —si no era entregado yo solo- a precipitarse contra esta 
nave del Estado la cual, privada de la dirección del senado, an- 
daba a la deriva en alta mar en medio de un temporal de sedi- 
ciones y discordias; al anunciarse proscripciones, asesinatos y 
saqueos; al no defenderme unos por temor a su propio peligro, 
al dejarse influir otros por el rencor inveterado contra las gen- 
tes de bien, al sentir algunos resentimiento hacia mí, al consi- 
derarme determinadas personas un obstáculo para sus planes y 
desear otros vengar alguna afrenta personal €; al odiar algunos 
el propio régimen político y la situación y tranquilidad de los 
buenos ciudadanos; cuando, por estas razones tan diversas y 
numerosas, reclamaban únicamente mi persona, ¿debía yo 
combatir a vida o muerte, no diré en medio de una gran des- 
trucción pero sí, sin duda, con riesgo para vuestras personas y 
vuestros hijos, en vez de afrontar y sufrir yo solo, por todos, el 
peligro que nos amenazaba? 

«Los criminales habrían resultado vencidos». Pero eran ciu- 
dadanos y habrían sido vencidos a manos de un particular que, 
siendo cónsul, había salvado a la República sin recurrir siquiera 


61 La nave como imagen del Estado, con todos sus elementos (el timón 
-gubernaculum- que no ha de estar en manos inexpertas para evitar un naufra- 
gium), ampliamente desarrollada en la literatura griega (Alceo, Teognis, Pín- 
daro, los trágicos, Platón o Demóstenes), es una constante a lo largo de este 
discurso (Sest. 15; 20; 45-46; 73; 98-99, etc.) como parte del vocabulario polí- 
tico de Cicerón, pero, también, como elemento artístico de su exposición; cf. 
J. M. May, «The image of the ship of State in Cicero's Pro Sestio», Maia 32 
(1980), 259-264. 

62 Para una exposición similar de los distintos tipos de adversarios de Ci- 
cerón que contribuyeron a su exilio, cf. Quir. 21 y notas. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 315 


al uso de las armas 9. Por el contrario, si hubiesen sido venci- 
dos los ciudadanos honestos, ¿quiénes quedarían? ¿No véis que 
la República habría caído en manos de los esclavos? ¿Acaso 
debí -como algunos piensan- afrontar serenamente la muerte? 
Y ¿qué? ¿Es que evitaba entonces la muerte? ¿Había algo que 
considerara yo más deseable? Cuando tomaba aquellas decisio- 
nes tan importantes en medio de una multitud de criminales, 
¿no era la muerte o el exilio lo que se me presentaba ante los 
ojos? En definitiva, en el momento de mi actuación, ¿no prede- 
cía yo, como cosas del destino, todo lo que ocurrió? ¿Podía, 
acaso, aferrarme a la vida en medio de una aflicción tan grande 
de mis allegados, de una separación tan amarga, de una desgra- 
cía tal y de la expoliación de todas las posesiones que me ha- 
. bían otorgado la naturaleza y la fortuna? ¿Tan ignorante era, tan 
desconocedor de la realidad, tan desprovisto de reflexión o inte- 
ligencia? ¿No me había enterado de nada, no había visto nada, 
no había aprendido nada con mis lecturas e indagaciones? ¿No 
sabía que la duración de la vida es breve, pero eterna la de la 
fama? Habiendo sido fijada una muerte para todos, ¿no debería 
parecer deseable sacrificar la vida (obligada como está al desti- 
no) por la patria antes que reservarla a la naturaleza? ¿Ignoraba 
que había habido una gran discusión entre los hombres más sa- 
bios, de suerte que unos % afirmaban que el espíritu y los senti- 
dos humanos se extinguen con la muerte, y otros, en cambio, 
que es entonces, al haber abandonado el cuerpo, cuando espe- 
cialmente sienten y tienen vigor las mentes de los hombres sa- 
bios y valerosos? Por lo tanto —decían- de estas consecuencias, 
una (el carecer de sentimientos) no debía rehuirse; la otra (dis- 
poner de una mejor sensibilidad) debía, incluso, ser deseada. 


63 Como se ve, una visión idílica de su enérgica actuación contra Catilina 
y sus secuaces, lo que le valdría posteriormente el exilio. 
$^ Los epicúreos; los otros son los socráticos. 


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316 DISCURSOS 


En fin, habiendo encaminado siempre todos mis actos a la 
consecución del honor y habiendo creído que, sin él, un hom- 
bre no puede pretender nada en la vida, ¿un hombre consular 
como yo, que tantas gestas había realizado, iba a temer una 
muerte que incluso unas jóvenes atenienses, según creo hijas 
del rey Erecteo, se cuenta que despreciaron por patriotismo 65, 
siendo además yo natural de una ciudad desde la que Gayo 
Mucio $6 acudió, en solitario, al campamento de Porsena e in- 
tentó asesinarlo aun con riesgo seguro de su propia vida? Na- 
turales de esta ciudad fueron, primero Publio Decio padre y 
después su hijo (adornado del mismo valor patriótico) 67, los 
cuales se inmolaron a sí mismos y sus vidas, en medio de la 
batalla, por la salvación y la victoria del pueblo romano; de 
ella eran también muchos otros que afrontaron la muerte con 
ánimo decidido en diversas guerras, en parte para alcanzar la 
gloria y en parte para evitar el deshonor; en esta ciudad yo 
mismo recuerdo que el padre de este Marco Craso, hombre de 
un gran valor, para no vivir viendo a un adversario victorioso, 
se quitó la vida con la misma mano con la que tantas veces ha- 
bía provocado la muerte de sus enemigos 65, 

Meditando estas y otras muchas ideas, veía que, si mi muer- 
te provocaba la destrucción del Estado, no habría nadie que se 
atreviera a defender la vida de la República enfrentándose a 
unos ciudadanos criminales. En consecuencia, tanto si perecía 


65 Brecteo, para conseguir la victoria sobre Eumolpo de Eleusis, debía sa- 
crificar a una de sus tres hijas; aunque la elegida fue Agraulos, la más joven, 
sus otras dos hermanas decidieron morir a su lado. 

$6 G, Mucio Escévola, para romper el cerco que sobre Roma estaba ejer- 
ciendo el ejército etrusco de Porsena, penetró en el campamento enemigo para 
dar muerte al rey (Liv., 11 12). 

67 Sobre los Decios, cf. dom. 64, nota 95. 

$8 En efecto, P. Licinio Craso Lusitánico, padre de Marco Craso, se suici- 
dó cuando en el 87 regresaron a Roma Mario y Sila. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 317 


víctima de la violencia como si era una enfermedad la que aca- 
baba conmigo, pensaba que desaparecería conmigo el ejemplo 
que había dado para salvar a la República. Porque, si yo no hu- 
biese sido restituido por el senado y el pueblo romano merced al 
gran empeño de mucha gente de bien (lo que, evidentemente, 
no habría podido suceder si hubiese resultado muerto), ¿quién 
se atrevería nunca a tomar parte en los asuntos públicos en el 
caso de sufrir la más mínima impopularidad? Por lo tanto, jue- 
ces, con mi partida puse a salvo a la República: con mi propio 
sufrimiento y dolor alejé las matanzas, devastaciones, incendios 
y pillajes de vuestro lado y del de vuestros hijos y fui el único 
en salvar dos veces a la República, la primera con mi gloria, la 
segunda con mi desgracia. Nunca dejaré de reconocer que soy 
hombre, pero no hasta el extremo de vanagloriarme sin dolor de 
verme privado de mi intachable hermano, de mis queridísimos 
hijos, de mi fiel esposa, de vuestra presencia, de mi patria y del 
rango político que ostento. Si lo hubiera hecho así, ¿qué benefi- 
cio obtendríais de mí al haberos dejado lo que para mí no tenía 
ningún valor? Ciertamente, en mi interior ésta debe ser la prue- 
ba más segura de mi ardiente amor a la patria: que, aunque no 
era capaz de abandonarla sin un gran dolor, preferí sufrirlo antes 
que ver cómo era destruida a manos de unos criminales. 

Me acordaba, jueces, de que Gayo Mario, aquel hombre di- 
vino, nacido de las mismas raíces que yo para la salvación de 
este imperio, bien entrado en la vejez, después de haber evita- 
do la violencia casi justificada de las armas, ocultó en un pri- 
mer momento su cuerpo senil sumergido en los pantanos, des- 
pués imploró la compasión de los hombres más débiles y 
pobres de Minturna, y desde allí en una diminuta embarcación, 
evitando cualquier puerto o país, llegó a las costas más desha- 
bitadas de África 6, Además, él conservó su vida para vengar- 


69 Para este mismo relato, cf. Quir. 20, nota 36 


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318 DISCURSOS 


se, es decir, para una esperanza muy incierta y para la ruina de 
la República. Yo, que, tal como mucha gente dijo ante el sena- 
do en mi ausencia, seguía viviendo con un gran riesgo para la 
República y que, por esta razón, era confiado, por medio de 
una carta de los cónsules y con el consentimiento del senado, a 
pueblos extranjeros 7%, ¿no habría traicionado a la República de 
haber abandonado la vida? Sin duda, restituido como he sido 
ahora a la vida política, vive a la vez conmigo un ejemplo de 
lealtad pública; si este ejemplo se mantiene para siempre, 
¿quién no comprende que esta ciudad será también inmortal? 

Hace ya tiempo que se extinguieron las guerras exteriores 
contra reyes, pueblos y naciones, de modo que tenemos exce- 
lentes relaciones con aquellos a los que dejamos vivir en paz; 
en definitiva, con una victoria militar casi nadie se ha procura- 
do la impopularidad de sus conciudadanos. Hay que hacer 
frente a menudo a problemas internos y a decisiones de ciuda- 
danos audaces; ha de mantenerse en la República el remedio 
contra estos peligros 7!, Un remedio que habríais perdido com- 
pletamente, jueces, si con mi muerte se hubiera privado al se- 
nado y al pueblo romano de la posibilidad de manifestar su do- 
lor por mi desgracia. Por lo tanto, os advierto a vosotros, 
jóvenes, y os prevengo por derecho propio a los que aspiráis a 
un rango, a un cargo político y a la gloria: si el destino os Ila- 
mara alguna vez a defender a la República contra ciudadanos 
criminales, no seáis demasiado apáticos y, al recordar mi pro- 
pia desgracia, no evitéis tomar decisiones enérgicas. 


70 Tras una reunión en el templo del Honor y la Virtud (Planc. 78; Pis, 
34), por orden del senado y a propuesta del cónsul P. Léntulo se enviaron car- 
tas a los gobernadores de provincias para que dieran acogida a Cicerón duran- 
te su exilio, 

71 Es decir, hay que mantener a personajes como Sestio (que corría el ries- 
go de ser condenado al exilio) y como Milón (que acabaría siendo el verdugo 
de Clodio). 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 319 


En primer lugar, no hay peligro de que nadie tenga que 
vérselas nunca con unos cónsules semejantes 72, sobre todo si 
éstos sufren como castigo lo que es de justicia. Además, —se- 
gún espero- ya nunca ningún malvado dirá, aprovechando el 
silencio de hombres honrados, que ataca a la República con su 
consejo y ayuda, ni expondrá a los ciudadanos al temor de un 
ejército armado; no tendrá ya razón justificada el general que 
acampa a las puertas de Roma para consentir que, sin motivo, 
se haga ostentación del terror que él representa y éste se ponga 
a la vista de todos 73. Por otra parte, ya nunca el senado estará 
tan oprimido como para que no'haya siquiera posibilidad de 
suplicar y lamentarse, ni el orden ecuestre estará tan sujeto 
como para que los caballeros romanos sean relegados por un 
cónsul. Aunque sucedieron todas estas cosas y otras incluso 
mucho más graves (que deliberadamente omito), estáis viendo, 
con todo, que, después de un corto tiempo de sufrimiento, he 
sido restituido a mi situación por la voz de la República, 

Pero volviendo a mi propósito inicial de todo este discurso 
(es decir, a hacer ver que la República fue abatida en aquel año 
con todo tipo de desgracias por culpa del crimen de los dos 
cónsules): en primer lugar, en aquel mismo día (que resultó fu- 
nesto para mí y luctuoso para toda la gente de bien) en el que 
yo me arranqué del abrazo de la patria y de vuestras miradas, 
en el que, temiendo por vuestros peligros, no por los míos, 
cedí a la locura, al crimen, a la perfidia, a las armas y a las 
amenazas de aquel hombre, y acabé abandonando lo que más 
quería, mi patria, precisamente por amor a ella; en aquel día en 
el que lloraban mi desdicha tan terrible, tan difícil de soportar 
y tan inesperada, no sólo los hombres sino también las casas y 
los templos de Roma, en el que ninguno de vosotros deseaba 


12 Como Gabinio y Pisón, los cónsules del 58. 
73 Sobre este episodio, cf. supra, Sest. 41, nota 60. 


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320 DISCURSOS 


ver el foro, la curia o la luz; en aquel mismo día, ¿qué digo 
día?, más bien en aquella misma hora, e, incluso, en aquel mis- 
mo instante se propuso una ley que suponía la perdición para 
mí y para la República y la asignación de las provincias a Ga- 
binio y Pisón "^, ¡Oh dioses inmortales, guardianes y custodios 
de esta ciudad y de este imperio! ¡Qué monstruosidades, qué 
crímenes fueron los que visteis en la República! Había sido ex- 
pulsado un ciudadano que, de acuerdo con la autoridad del se- 
nado y junto con todos los hombres de bien, había defendido la 
República, y había sido expulsado por ese mismo delito y no 
por ningún otro; además, había sido expulsado sin un juicio, 
mediante la violencia, la lapidación, las armas y la sublevación 
de los esclavos. Se había propuesto una ley ante un foro devas- 
tado, desierto y entregado a unos asesinos y esclavos; además, 
una ley que, para que no se adoptara, el senado se había vesti- 
do de luto. 

En medio de tal conmoción de la ciudad, los cónsules ni si- 
quiera consintieron que transcurriera una sola noche entre mi 
desgracia y su botín: al instante de haber sido yo abatido, acu- 
dieron raudos a beber mi sangre y a llevarse los despojos de la 
República que aún respiraba. No voy a mencionar sus acciones 
de gracias, los banquetes, el reparto del erario público, los fa- 
vores, esperanzas, promesas, botín y alegría de unos pocos en 
medio del llanto general. Se perseguía a mi mujer; se buscaba 


74 De las palabras de Cicerón (cf. también sen. 18), parecé deducirse que 
la lex de provinciis fue votada al mismo tiempo que la lex de exsilio. Sin em- 
bargo, en su correspondencia (Att. III 1) señala que la proposición relativa al 
reparto de las provincias fue adoptada con anterioridad. Es posible (cf. P. 
WUILLEUMIER, Cicéron. Discours XIII, op. cit., pág. 12, n. 1) conciliar ambos 
datos: la lex de provinciis, votada al mismo que la lex de capite civium (opi- 
nión que defiende P. GrimaL, Études..., op. cit., pág. 148), fue posteriormente 
modificada (para asignar a Gabinio Siria en lugar de Cilicia) y esta modifica- 
ción coincidió con la votación de la lex de exsilio. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 321 


a mis hijos para darles muerte 73; mi yerno, sí, mi yerno Pisón, 
que se arrojó, en actitud suplicante, a los pies del cónsul Pi- 
són 76 era rechazado; mis bienes eran objeto de pillaje y se los 
llevaban a casa de los cónsules; mi casa ardía en el Palatino; 
los cónsules iban de banquete en banquete. Aunque fuera cier- 
to que se alegraban de mis desgracias, sin embargo deberían 
haberse preocupado ante el peligro que amenazaba a la ciudad. 

Pero, dejando ya a un lado mi propia causa, recordad los 
restantes desastres de aquel año (de este modo entenderéis fá- 
cilmente la importancia tan grande de los remedios de todo 
tipo que la República esperó de los magistrados del año si- 
guiente): recordad la multitud de leyes, tanto las que fueron 
propuestas como las que fueron promulgadas, En efecto, fue- 
ron propuestas algunas leyes ¿diré con el silencio de aquellos 
cónsules?; más bien, con su aprobación 77: que el registro del 
censor y las decisiones importantísimas de este respetable ma- 
gistrado fueran suprimidas de las instituciones públicas; que 
no sólo se restaurasen las antiguas asociaciones en contra de 
un decreto del senado, sino que además se inscribieran otras 
nuevas organizadas en gran número únicamente por este gla- 


75 Sobre el acoso de las bandas clodianas a la mujer e hijos de Cicerón, cf. 
Quir. 8, dom. 59 y notas. 

76 G, Calpurnio Pisón, el primero de los tres maridos de Tulia, la hija de 
Cicerón (cf. sen. 15, nota 32). 

17 Cicerón expone a continuación gran parte de las leyes tribunicias de 
Clodio: la /ex de censoria notione (dom. 130, nota 193), la lex de collegiis 
(dom, 54, nota 86), la ley frumentaria (dom. 25, nota 38), la lex de provinciis 
(sen. 4, nota 6) y, en $ 56, la lex Clodia de auspiciis (sen. 11, nota 22). Para 
un análisis completo de las distintas leges Clodianae y el juicio parcial que so- 
bre su contenido realiza Cicerón, cf. W. J. Tarum, P. Clodius Pulcher..., op. 
cit., págs. 195 ss. Gran parte de estas medidas legislativas fueron o derogadas 
por César en el 52 (así, por ejemplo, la lex de censoria notione; DióN Casto, 
XL 57) o mitigadas: redujo el número de receptores del trigo público (SukT., 
Caes. 41, 3) y modificó severamente la lex de collegiis (Sugr., Caes. 42, 4). 


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322 DISCURSOS 


diador; que se eliminase casi una quinta parte de los impuestos 
al ser devueltos seis ases y un tercio sobre el precio del trigo; 
que en lugar de Cilicia (la provincia que había sido el resultado 
del pacto por haber traicionado a la República), a Gabinio se le 
entregara Siria y que únicamente a este libertino se le conce- 
diera la posibilidad de deliberar dos veces sobre la misma 
cuestión y de cambiar su provincia cuando la ley había sido ya 
discutida, 78 

Paso por alto la ley que, mediante una sola proposición, de- 
rogó todas las normas de derecho sagrado, de los auspicios 7, 
de los poderes de los magistrados y toda la legislación relativa 
a las normas y plazos para la discusión de proyectos de ley. 
Paso por alto toda su destructora acción doméstica. También 
veíamos a las naciones extranjeras sacudidas por la locura de 
aquel año. Mediante una ley tribunicia, el sacerdote de la Gran 
Madre de Pesinunte fue expulsado y privado de su sacerdocio 
y el santuario de uno de los cultos religiosos más sagrados y 
antiguos fue vendido por una gran suma de dinero a Brogita- 
ro 80, hombre impuro e indigno de aquel culto, sobre todo por- 
que lo había deseado, no para honrarlo sino para profanarlo; 
fueron llamados reyes por el pueblo quienes nunca lo habían 
solicitado, ni siquiera al senado; a los exiliados por condena se 
les hizo volver de Bizancio, a la vez que eran expulsados de 
Roma ciudadanos que no habían sido ni siquiera condenados. 


78 Sobre esta modificación de la lex de provinciis, cf. supra, Sest. 53, 
nota 74. 

79 En referencia a la lex Clodia de auspiciis que, según Cicerón, derogaba 
el derecho de la obnuntiatio establecido por las leyes Elia y Fufia. En realidad, 
según T. N. MircHELL («The leges Clodiae and obnuntiatio», CQ 86 (1986), 
172-176), Cicerón hace una interpretación sesgada de esta ley que únicamente 
exigía que el anuncio de presagios desfavorables lo hiciera el magistrado en 
persona y en unas condiciones establecidas. i 

39 Este sería, pues, el contenido de la lex Clodia de rege Deiotaro et Bro- 
gitaro. Sobre estos dos tetrarcas de Galacia, cf. dom. 129 y har. 29. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 323 


El rey Ptolomeo (aunque todavía no había sido declarado 
aliado por el senado, era hermano de un rey que, en la misma 
situación, había conseguido ya del senado este título honorífi- 
co) tenía este mismo linaje y antepasados, y estaba unido por 
una alianza igualmente antigua $!, Se trataba, en definitiva, de 
un rey que, si bien no era todavía nuestro aliado, al menos no 
era nuestro enemigo. Hombre pacífico, tranquilo y confiado en 
la soberanía del pueblo romano, disfrutaba plenamente del rei- 
no de sus padres y abuelos con la tranquilidad propia de un 
rey... Mediante una votación de las mismas bandas asalariadas 
relativa a este rey (que nada sabía y nada sospechaba) se esta- 
bleció que, sentado sobre su trono, con la púrpura, el cetro y 
demás insignias reales, se pusiera a disposición de un alguacil 
público y que, por orden del pueblo romano (que, por norma, 
devolvió sus reinos incluso a los reyes vencidos en la guerra), 
un rey amigo del que no se podía recordar afrenta o reclama- 
ción alguna fuera puesto a subasta pública junto con todos sus 
bienes. 

Aquel año se caracterizó por muchos hechos amargos, ver- 
gonzosos y tempestuosos. Con todo, no sé si podríamos decir 
con razón que este crimen del que voy a hablar fue inmediata- 
mente posterior al que la barbarie de aquellos individuos per- 
petró contra mí: a Antíoco el Grande € (que había sido venci- 


8! Se trata del rey de Chipre, hermano del rey de Egipto Ptolomeo XII Au- 
letes (dom. 20, nota 26). Además de las razones económicas para la confisca- 
ción de su reino (dom. 65, nota 96) y las ventajas políticas (el alejamiento de 
Roma de un personaje tan molesto como Catón), había en esta medida algo de 
venganza personal, ya que el rey de Chipre, cuando Clodio cayó en poder de 
los piratas (har. 42, nota 84), creyó poder comprarlo pagando como rescate 
una suma que Clodio consideró muy por debajo del valor real de su persona. 

82 Antíoco, rey de Siria, fue vencido en las Termópilas en el 191 y en el 
monte Sípilo en el 190 (Liv., XXXVII 38). Como consecuencia de la derrota 
hubo de ceder sus posesiones en Europa y la parte occidental de Asia Menor. 


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324 DISCURSOS 


do por tierra y por mar en una gran guerra) nuestros antepasa- 
dos le fijaron como límite de su reino el monte Tauro; como 
castigo contra él, concedieron Asia a Atalo para que reinara en 
ella 83, Nosotros mismos hemos sostenido recientemente una 
guerra difícil y prolongada contra Tigranes, rey de los arme- 
nios, al habernos provocado, en cierto modo, militarmente con 
las ofensas inferidas a nuestros aliados. Fue, por su propio ca- 
rácter, un hombre violento y defendió con todos los recursos 
de su reino a Mitrídates, el más encarnizado enemigo de nues- 
tro imperio, que había sido expulsado del Ponto; rechazado por 
Lucio Lúculo **, un excelente ciudadano y general, se mantu- 
vo, sin embargo, con las tropas que le quedaron en la misma 
disposición que al principio y con ánimo hostil. Gneo Pompe- 
yo, cuando lo vió en su campamento postrado en actitud supli- 
cante, le hizo levantar, le volvió a colocar en la cabeza el dis- 
tintivo real que él se había quitado y, después de imponerle 
ciertas condiciones, le rogó que siguiera siendo rey $5: creyó 
que el confirmarlo en el trono resultaba más glorioso para sí y 
para nuestro imperio que el mantenerlo encadenado. 

Así, quien personalmente fue un enemigo del pueblo roma- 
no y recibió en su reino a nuestro enemigo más encarnizado, 
quien se enfrentó y entabló combate con nosotros, quien casi 
nos disputó la supremacía, reina en la actualidad y ha conse- 
guido con sus súplicas el título de amigo y aliado que había ul- 
trajado con las armas. Aquel desdichado rey de Chipre, que 
fue siempre nuestro amigo y nuestro aliado, sobre el que nunca 
se suscitó una sospecha suficientemente importante, ni ante el 


83 No fue a Átalo, sino a Éumenes II, hijo de Átalo I, que sería reemplaza- 
do por su hermano Átalo 1I. 

84 Lúculo conquistó la capital del reino de Tigranes en el 69 y 68. Tigra- 
nes era yerno de Mitrídates. : 

35 Para el relato de esta escena, cf. Por Pomp. 33. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 325 


senado ni ante nuestros generales, aún en vida —segün dicen- 
se vió con sus propios ojos puesto a subasta pública junto con 
sus víveres y sus vestidos. ¿Por qué iban a pensar los restantes 
reyes que sus fortunas estaban a salvo, si estaban viendo (al 
proporcionárseles el ejemplo de aquel funesto año) que, por 
medio de un tribuno y de una banda callejera de seiscientos 
hombres, se les podía despojar de sus bienes y privar de todo 
su reino? 

Más aún, con este asunto pretendieron mancillar el presti- 
gio de Marco Catón, ignorando sin duda el valor de la rectitud, 
de la integridad, de la grandeza de espíritu y, en fin, de la vir- 
tud, una virtud que se mantiene tranquila en medio de una vio- 
lenta tempestad, que resplandece en medio de las tinieblas y 

. que, aunque apartada, permanece en su lugar y no se aleja de 
su patria, que brilla siempre por sí misma y no se debilita nun- 
ca ante las bajezas ajenas. Los que ante la asamblea del pueblo 
afirmaron públicamente que le habían arrancado a Marco Ca- 
tón la lengua que siempre había criticado con libertad los po- 
deres extraordinarios, no decidieron que Marco Catón debía 
ser honrado, sino relegado, y que se le debía no ya confiar sino 
imponer aquella misión 86. Se darán cuenta —espero- en poco 
tiempo de que aquella libertad suya permanece y de que, inclu- 
so, es todavía mayor (si ello es posible), pues Marco Catón, 
aunque tenía ya pocas esperanzas de que sirviera de algo su 
autoridad, con todo, se enfrentó a aquellos cónsules con sus 
palabras y su indignación y, después de mi partida, lamentando 
mi desgracia y la de la República, atacó a Pisón en tales térmi- 
nos que aquel hombre tan infame y desvergonzado estuvo a 
punto de arrepentirse de haber aceptado la provincia. 


3$ Sobre la doble misión «honorífica» de Catón en Chipre y Bizancio, cf. 
dom. 20, 22, y notas. Para la cronología de los hechos, cf. P. GrImAL, Étu- 
des..., op. cit., págs. 93-102. 


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326 DISCURSOS 


«Entonces, ¿por qué obedeció esta proposición de ley?». 
¡Como si, en realidad, no hubiera antes jurado ya obediencia 
también a otras leyes que, sin embargo, consideraba injustas! 
No se presta a esos actos irreflexivos para que, sin provecho 
alguno para la República, la prive de un ciudadano como él 37, 
Bajo mi consulado, después de haber sido nombrado tribuno 
de la plebe, arriesgó su propia vida ante una situación crítica; 
expresó una opinión cuya impopularidad veía que le podía aca- 
rrear un peligro de muerte 88: habló con vehemencia; actuó con 
decisión; expresó sus sentimientos; fue guía, responsable y eje- 
cutor de aquellas medidas, no porque no percibiera su propio 
peligro, sino porque, en medio de una convulsión tan grave del 
Estado, creía que no debía pensarse en otra cosa que no fueran 
los peligros de la patria. 

Siguió después su tribunado. ¿Qué puedo decir de su sin- 
gular grandeza de espíritu y su extraordinario valor? Recordáis 
aquel día en el que, habiendo ocupado su colega un templo $2, 
temerosos todos nosotros de la vida de un hombre y un ciuda- 
dano como él, con el ánimo más decidido acudió en persona al 
templo y apaciguó con su autoridad el griterío de la gente y 
con su valor el ímpetu de los malvados. Hizo frente al peligro, 
pero lo hizo por un motivo sobre cuya importancia no creo ne- 
cesario hablar. En cambio, si no hubiese obedecido aquella 
proposición de ley tan infame relativa a Chipre, de todos mo- 
dos aquella deshonra permanecería ligada a la Repüblica. En 


87 Pese a las afirmaciones de Cicerón, no parece que Catón se resistiera a 
cumplir una misión de la que volvió como un auténtico triunfador; cf. W. M. 
F. RuNpzL, «Cicero and Clodius...», art. cit., págs. 315-316. 

88 En referencia a la actuación de Catón durante el consulado de Cicerón y 
en relación con la conjura de Catilina (cf. SaL., Cat. 52-54). 

89 El templo de Cástor y Pólux (Sest. 34, nota 47). Sobre este episodio, cf. 
PLUT., Cato 27. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 327 


efecto, la proposición de ley se refería nominalmente a Catón y 
cuando ya el reino se había puesto a subasta pública. Si la hu- 
biese rechazado, ¿tenéis alguna duda de que no se hubiese em- 
pleado contra él la violencia teniendo en cuenta que todos los 
actos de aquel año parecían irse a pique por culpa de él solo? 

Además, dado que iba a quedar en la República aquella 
mancha ignominiosa de la venta del reino (que nadie ya podría 
borrar), veía que sería más útil que él preservara cualquier be- 
neficio que pudiera sacarse para la República de aquellas des- 
gracias, a que otros lo destruyeran. Aunque en aquella época 
hubiese sido expulsado de la ciudad por cualquier otra medida 
de fuerza, habría sabido soportarlo sin dificultad. En efecto, él, 
que el año anterior se había visto alejado del senado (si enton- 
ces hubiese comparecido en él me habría podido encontrar 
como partidario de sus puntos de vista), ¿podría permanecer 
en esta ciudad con ánimo tranquilo cuando yo había sido ex- 
pulsado y, bajo mi nombre, había sido condenado todo el sena- 
do y su propio voto? En verdad cedió a las mismas circunstan- 
clas que yo, a la locura del mismo hombre, ante los mismos 
cónsules, ante las mismas amenazas, insidias y peligros. Noso- 
tros apuramos una desgracia mayor; él, un dolor de espíritu no 
menor - 

Debió producirse una protesta de los cónsules ante tantas y 
tan graves afrentas contra aliados, reyes y ciudades libres: los 
reyes y naciones extranjeras han estado siempre bajo la tutela 
de estos magistrados. ¿Se oyó alguna vez la voz de los cónsu- 
les? Aunque, ¿quién la habría escuchado por más que hubieran 
querido protestar? ¿Habrían protestado por el rey de Chipre 
quienes a mí, un ciudadano romano que sufría en nombre de su 
patria sin cometer crimen alguno, no me defendieron cuando 
me mantenía en pie y ni siquiera me protegieron cuando yacía 
derribado? Yo habría cedido ante la impopularidad si realmen- 
te -como pretendéis- la plebe me hubiera sido hostil (cosa que 


63 


64 30 


65 


328 DISCURSOS 


no es verdad); habría cedido a las circunstancias si —al pare- 
cer— hubiera reinado una agitación general; a las armas, si es 
que me amenazara la violencia; a un compromiso, en el caso 
de existir un pacto entre los cónsules; al interés de la Repúbli- 
ca, en el caso de un peligro para los ciudadanos. 

Al presentarse como proyecto de ley una proscripción rela- 
tiva a la persona y a los bienes de un ciudadano (no entro a 
discutir qué tipo de ciudadano) cuando estaba sancionado por 
las leyes sagradas y por las Doce Tablas que no se permitiera 
presentar ni proponer contra nadie una ley particular % que ata- 


- fiera a su persona (a no ser mediante los comicios centuriados), 


66 


¿por qué no se oyó nunca la voz de los cónsules? ¿por qué se 
estableció aquel año (en la medida en que dependió de aque- 
llos dos azotes de este imperio), que era legalmente posible, 
mediante bandas callejeras incitadas, arrojar fuera de Roma, de 
forma nominal, a cualquier ciudadano tras la convocatoria de 
una asamblea por parte de un tribuno de la plebe? 

Aunque, ¿para qué hablar de las leyes que fueron promul- 
gadas aquel año, de las prometidas a muchos, de las redacta- 
das, de las esperadas, de las planeadas? ¿Qué punto del orbe 
terrestre no quedó reservado a alguien? ¿Qué cargo público 
pudo ser imaginado, deseado o proyectado que no estuviese ya 
adjudicado y asignado por escrito? ¿Qué tipo de mando mili- 
tar, qué cargo, qué método de acuñar o reunir dinero no se in- 
ventaba? ¿Qué región o confín de la tierra había que fuera un 
poco extenso y en el que no se estableciera algún reino? ¿Qué 
rey hubo aquel año que no se creyera en la obligación de com- 
prar lo que no tenía o de volver a comprar lo que tenía? ¿Quién 
no pedía al senado una provincia, dinero, una misión? Se pre- 
paraba la rehabilitación para los condenados por violencia y la 


99 Es uno de los puntos que Cicerón señala repetidas veces (sen, 29; dom. 
26; 43; 50: 58) para criticar la validez legal de la lex de exsilio. 


EN DEFENSA DEP. SESTIO 329 


candidatura al consulado para ese mismo sacerdote demago- 
£o?!, Lamentaban estos hechos las gentes de bien, los añora- 
ban los malvados, un tribuno de la plebe los promovía y lo 
ayudaban los cónsules. 

Finalmente, Gneo Pompeyo, algo más tarde de lo que él 
mismo hubiese querido, con una gran oposición de aquellos 
que habían intentado con sus consejos y falsos temores apartar 
de la defensa de mi vida al espíritu de un hombre tan intacha- 
ble y valeroso como él, reavivó aquel hábito suyo de prestar un 
buen servicio a la República, un hábito no adormecido sino, 
más bien, paralizado por determinadas sospechas. Ese hombre 
que había dominado con su valor y victorias a los ciudadanos 
más criminales, a los enemigos más encarnizados, a las nacio- 
nes más poderosas, a reyes, a pueblos salvajes y desconocidos, 
a un ejército de piratas muy numeroso e, incluso, a los escla- 
vos 2; el hombre que, tras detener todas las guerras por tierra y 
por mar, había establecido los límites del mundo como frontera 
del imperio del pueblo romano, no pudo soportar que, por el 
crimen de unos pocos, se destruyera el Estado que él mismo 
había salvado a menudo con sus decisiones e, incluso, con su 
sangre %: se involucró en los asuntos políticos, se opuso con su 
autoridad a las medidas que quedaban por realizar y protestó 
por las anteriores. 

Dio la impresión de que se producía cierto cambio hacia 


?! De nuevo la ironía de Cicerón: Clodio, «sacerdote» de la Buena Diosa 
en unas ceremonias «en honor del pueblo romano» (cf. dom. 77, nota 112, Pis. 
89). 

92 Aunque el elogio de Cicerón es hiperbólico, es indudable que la carrera 
militar de Pompeyo era impresionante; baste recordar sus victorias contra Ser- 
torio en Hispania, contra Espartaco en Italia, contra los piratas en el Adriático 
o la más reciente contra Mitrídates en Asia. 

?3 Pues Pompeyo resultó herido en el 75, en su campaña en Hispania con- 
tra Sertorio. 


67 31 


32 69 


330 DISCURSOS 


una esperanza más favorable. Sin que nadie se opusiera, el se- 
nado en pleno % dictó una resolución relativa a mi regreso en 
las calendas de junio a propuesta de Lucio Ninio %, un hombre 
cuya lealtad y valentía nunca vacilaron en la defensa de mi 
causa. Interpuso su veto ese tal Ligo que se había añadido al 
bando de mis enemigos ?6. La situación y mi causa se encontra- 
ban en un punto tal que parecían alzar ya la vista y cobrar vida. 
Todo aquel que, durante mi desgracia, había participado de al- 
guna forma en el crimen de Clodio, a donde quiera que se en- 
caminara, se sometiera al tribunal que fuera, resultaba conde- 
nado; no se encontraba a nadie que admitiera haber votado 
contra mí. Mi hermano había abandonado Asia con un aspecto 
exterior lamentable pero, sobre todo, con una gran tristeza. Al 
llegar a Roma había salido a su encuentro toda la ciudad con 
lágrimas y lamentaciones. El senado se expresaba más libre- 
mente; se reunían los caballeros romanos. Mi yerno Pisón, a 
quien no le fue posible recibir, ni de mi parte y ni del pueblo 
romano la recompensa de su bondad ”, pedía con insistencia a 
su pariente el regreso de su suegro. El senado aplazaba cual- 
quier medida si los cónsules no trataban previamente mi situa- 
ción personal. 

Cuando el éxito estaba ya a nuestro alcance y a pesar. de 
que los cónsules habían perdido toda su libertad por culpa del 
reparto pactado de las provincias, éstos, al pedir insistentemen- 
te en el senado que, como ciudadanos particulares, se les per- 
mitiera expresar su opinión sobre mi caso, afirmaban que sen- 


% Sobre la expresión senatus frequens, cf. J. P. V. D. BALspoN, «Three 
Ciceronian problems II», JRS 47 (1957), 16. 

35 Sobre Lucio Ninio Cuadrato, cf. sez. 3, nota 4. 

96 Sobre el tribuno Elio Ligo, partidario de Clodio, cf. har. 5, nota 9. 

97 Pues murió antes de que Cicerón regresara del exilio (sen. 38; Sest. 54). 

98 Ya que prohibía tratar cualquier proposición en favor del regreso de Ci- 
cerón o que se derogase la lex Clodia de exsilio (sen. 14, dom. 69 y notas). 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 331 


tían temor de la ley Clodia %; al no poder sostener ya por más 
tiempo esta postura, se toma la determinación de dar muerte a 
Gneo Pompeyo %. Descubierto el plan y confiscadas las armas, 
Pompeyo permaneció encerrado en su casa tanto tiempo como 
mi enemigo personal estuvo de tribuno. 

Ocho tribunos promulgaron una ley en favor de mi regreso. 
De ello no se dedujo que, en mi ausencia, hubieran aumentado 
mis amigos (sobre todo en una situación difícil en la que, in- 
cluso, algunos, que yo creía que lo eran, dejaban de serlo) sino 
que éstos tuvieron siempre los mismos sentimientos, aunque 
no siempre la misma libertad. En efecto, de los nueve tribunos 
que por entonces había considerado favorables, se descarrió en 
mi ausencia uno solo que se apropió de un sobrenombre toma- 
. do de las imágenes de los antepasados de los Elios para que 
pareciera que pertenecía a esta «nación» más que a este linaje. 

De modo que, al ser designados ese mismo año nuevos ma- 
gistrados, como todos los hombres honrados hubieran puesto 
sus esperanzas de una mejora de la situación en su lealtad, Pu- 
blio Léntulo, el primero, con su autoridad y sus opiniones, a 
pesar de la oposición de Pisón y Gabinio, sostuvo la defensa 
de mi causa y, ante la proposición de los ocho tribunos de la 
plebe 10, expresó un parecer muy favorable a mi persona. 


2 Sobre este plan para asesinar a Pompeyo, cf. Pis, 28 y, sobre todo, 
Mil. 18. f 

100 El 29 de octubre del 58, ocho tribunos de la plebe elegidos para el año 
siguiente, con el apoyo de Pompeyo y del cónsul designado P. Léntulo, propu- 
sieron que Cicerón recobrara el derecho a la ciudadanía y su lugar en el sena- 
do; la propuesta contó con el veto de los otros dos tribunos (Serrano y Q. Nu- 
merio Rufo) y del pretor Apio Claudio, hermano de Clodio (sen. 29; dom, 70; 
Sest. 70). De todos modos, el propio exiliado (Att. HI 23, 2-4) la consideró in- 
suficiente por no incluir la devolución de sus bienes. Cf. el exhaustivo estudio 
de S. BonsaccHi, «Sanctio e attivittà collegiale tribunizia in Cic. Art. III 23, 
4», LSRR 1 (1981), 439-483 y PH. Moreau, «La rogatio des huits tribuns...», 
art. cit. 


70 


33 71 


332 DISCURSOS 


Aunque se daba cuenta de que, para su prestigio personal y 
para conseguir el reconocimiento de un favor tan señalado, le 
interesaba más que aquella causa se reservara en su totalidad 
para su consulado, prefirió, sin embargo, que fueran otros 
quienes resolvieran este asunto más rápidamente antes que ha- 
cerlo él con más lentitud. 

Fue en este momento, jueces, cuando Publio Sestio, nom- 
brado ya tribuno, emprendió un viaje a donde se encontraba 
Gayo César para defender mi regreso; creyó que era conve- 
niente, tanto para favorecer la concordia entre los ciudadanos 
como para facilitar el buen término del asunto, que el ánimo de 
César no fuera contrario a mi causa. Nada importa para esta 
causa lo que hizo y el resultado que de ello obtuvo. A decir 
verdad pienso que, si César —como lo creo- me era favorable, 
en nada me benefició este viaje y, si estaba algo resentido, su 
repercusión fue escasa !?!, Con todo, estáis viendo la diligencia 
e integridad de este hombre. 

Paso ya a abordar el tribunado de Sestio, pues este primer 
viaje lo emprendió una vez nombrado para este cargo y en in- 
terés de la República. Aquel año tocó a su fin; la gente parecía 
recobrar el aliento con la esperanza -que todavía no con la 
realidad— de la restauración de la República. Partieron aque- 
llos dos buitres, vestidos de generales, en medio de malos pre- 
sagios y maldiciones. ¡Ojalá que a estos mismos individuos 
les hubiesen sucedido las desgracias que entonces las gentes 
pedían! No habríamos perdido la provincia de Macedonia jun- 


101. Cicerón apenas da detalles sobre esta entrevista de César con Sestio en 
las Galias, una entrevista que, sin duda, contó con la aprobación previa de 
Pompeyo. De todos modos, en una carta del 54 (Fam. 1 9, 9) el propio Pompe- 
yo señala que todas sus tentativas en favor del regreso de Cicerón contaron 
siempre «con el apoyo de César» (cf. también, prov. cons. 43). 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 333 


to con un ejército ni la caballería y unas cohortes excelentes 
en Siria 102, 

Comienzan su magistratura los tribunos de la plebe: todos 72 
ellos habían asegurado que presentarían una proposición en fa- 
vor de mi persona 1%, Es comprado por mis enemigos el pri- 
mero de ellos, aquel a quien llamaban «Graco» !% las gentes 
riéndose en su desgracia, pues fue también el destino de la ciu- 
dad que aquella rata salida de la maleza intentara corroer poco 
a poco a la República. El otro (no aquel Serrano del arado sino 
el que, procedente de las tierras áridas de Gavio Olelio, de en- 
tre los cestos gavios, se injertó en los Atilios Calatinos), de re- 
pente, tras contar el dinero, quitó su nombre de la lista de mis 
partidarios 105, 

Llegan las calendas de enero. Sois vosotros los que mejor 
que yo (a decir verdad, hablo de oídas) podéis conocer todo lo 
que sucedió: cuál fue entonces la concurrencia del senado, cuál 
la expectación del pueblo, la afluencia masiva de delegados de 
toda Italia, el valor, la actuación y firmeza del cónsul Publio 
Léntulo e, incluso, la moderación de su colega respecto a mi 
caso. Éste, después de haber declarado que su enemistad hacia 
mí había surgido por disensiones políticas, afirmó que sacrifi- 
caría dicha enemistad en interés de los senadores y de la situa- 
ción de la República. 

Fue entonces cuando Lucio Cota 1%, llamado el primero a 73 34 


102 Con ocasión de la ayuda que Mitrídates solicitó al procónsul Pisón 
para castigar a Orodes que había usurpado el título de rey (Arrano, Syr. 51). 

103 Así, por ejemplo, G. Mesio (sen. 21, nota 42). 

194. Se refiere, sin duda, a Q. Numerio Rufo (cf. Sest. 82 y 94). 

105 Sex. Atilio Serrano Gaviano, el otro de los tribunos del 57 partidario 
de Clodio; profanador de templos (har. 32), se opuso a otras medidas en favor 
de Cicerón (Sest. 74) y liberó, además, a los gladiadores del pretor Apio Clau- 
dio (hermano de Clodio) encarcelados por Milón (Sest. 85). 

106 Sobre L. Aurelio Cota, cf. dom. 68, nota 99. 


74 


334 DISCURSOS 


expresar su parecer, dijo palabras muy dignas de la República: 
que en lo referente a mi persona en nada se había actuado de 
acuerdo con el derecho, las costumbres de nuestros antepasa- 
dos y las leyes; que nadie podía, sin un juicio, ser privado de la 
ciudadanía; que sobre la vida de una persona no se podía hacer 
ninguna proposición —ni siquiera un juicio— a no ser mediante 
los comicios centuriados; que todo aquello había sido un acto 
de violencia, el resultado del incendio de un Estado quebranta- 
do y de una época turbulenta; que había sido después de elimi- 
nados el derecho y los tribunales, y ante la amenaza de una re- 
volución radical cuando me había apartado un poco y había 
evitado los oleajes y la tempestad presentes con la esperanza 
de una tranquilidad posterior; que, por lo tanto, habiendo libra- 
do mi ausencia a la República de peligros no menores de los 
que en otro tiempo la había librado mi presencia, era conve- 
niente, no sólo que el senado me restituyera sino que además 
me colmara de honores. Expuso también con sagacidad otras 
muchas ideas: que aquel hombre tan lleno de locura y enemigo 
tan encarnizado de todo respeto o sentimiento de pudor, cuanto 
había redactado sobre mi persona lo había hecho en unos tér- 
minos, en una situación y con unos propósitos tales que, aun- 
que la proposición se hubiera realizado de acuerdo con el dere- 
cho, no podía tener validez; que, en consecuencia, puesto que 
yo no había partido a instancias de ley alguna, no debía ser res- 
tituido por una ley sino vuelto a llamar por la autoridad del se- 
nado. 

No había nadie que no reconociera que Lucio Cota expresa- 
ba una opinión muy acertada. Pero, llamado tras él Gneo Pom- 
peyo, después de mostrar su aprobación y alabar las opiniones 
de Cota, declaró que, para mi tranquilidad, para librarme de 
cúalquier protesta popular, creía oportuno que a la autoridad 
del senado se añadiera también el favor del pueblo romano 
para conmigo. Cuando todos a porfía, cada uno con mayor pro- 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 335 


fundidad y elegancia, habían hablado acerca de mi salvación y 
cuando se estaba produciendo la votación sin cambio alguno, 
se levantó, como sabéis, este Atilio Gaviano; y, pese a haber 
sido sobornado, no se atrevió a interponer su veto 107: pidió una 
noche para deliberar. Gritos del senado, quejas, súplicas, su 
suegro postrado a sus pies. Él no dejaba de reafirmarse en que 
al día siguiente no provocaría ya ninguna demora. Se le creyó; 
se levantó la sesión. Mientras tanto, en el transcurso de aquella 
larga noche se le dobló la recompensa a ese individuo tan refle- 
xivo. Realmente quedaban pocos días del mes de enero en los 
que se pudiera celebrar una sesión del senado; con todo, no se 
trató ningún otro tema más que el mío. 
Pese a que se intentaba impedir la autoridad del senado 
mediante todo tipo de demoras, subterfugios y calumnias, lle- 
gó por fin el día para que la asamblea tratara mi caso: era el 
octavo día antes de las calendas de febrero 10, Como autor de 
la proposición, Quinto Fabricio, un gran amigo mío, ocupó el 
templo un poco antes del amanecer. Sestio, el hombre que está 
siendo acusado de violencia, permanece sin hacer nada ese día; 
responsable y defensor de mi causa, no toma ninguna iniciati- 
va: está a la espera de conocer las intenciones de mis adversa- 
rios. Y ¿qué ocurre? ¿De qué modo se comportan aquellos por 
cuya decisión Sestio está siendo juzgado? Después de haber 
ocupado, desde altas horas de la noche, el foro, el comicio y la 
curia con hombres armados y con la mayoría de esclavos, se 
lanzan contra Fabricio, le ponen las manos encima, matan a al- 
gunos y hieren a muchos. 


107 La misma narración en Quir. 12. 

108 Bs decir, el 23 de enero del 57. La propuesta de Q. Fabricio y el clima 
de violencia que Clodio desató para oponerse a ella, habían sido ya descritos, 
aunque más brevemente, en sen. 22. 


75 35 


76 


TI 


36 


336 DISCURSOS 


A Marco Cispio, hombre íntegro y de la mayor firmeza, 
que acudía como tribuno de la plebe al foro, lo apartan violen- 
tamente; llevan a cabo en el foro una inmensa matanza a la vez 
que todos ellos, con las espadas desenvainadas y ensangrenta- 
das, andaban buscando con la mirada por todos los rincones 
del foro y llamaban a gritos a mi hermano, otro hombre exce- 
lente, muy valiente y lleno de afecto hacia mí 1%, En medio de 
tanto dolor y añoranza de mi persona, él habría expuesto de 
buen grado su cuerpo a las armas de aquellos para morir más 


que para rechazarlas si no hubiese guardado su vida ante la es- 


peranza de mi regreso. Con todo, soportó la violencia criminal 
de aquellos bandidos infames y, como hubiera acudido a im- 
plorar del pueblo romano la salvación de su hermano, rechaza- 
do de la tribuna cayó derribado en el estrado, se protegió con 
los cuerpos de los esclavos y libertos !!? y salvó entonces su 
vida huyendo al abrigo de la noche, no con la protección del 
derecho y de los tribunales. 

Os acordáis, jueces, de que el Tíber estaba entonces lleno 
de cadáveres de ciudadanos, que las alcantarillas estaban a re- 
bosar, que la sangre se quitaba del foro con esponjas, de suer- 
te que todos creían que aquel despliegue de hombres y aquel 
dispositivo tan impresionante no eran cosa de un ciudadano 
particular o de un plebeyo, sino de un patricio o de un antiguo 
pretor. 

Ni antes de esta fecha ni durante ese mismo día tan turbulen- 


109 Sobre este mismo suceso, cf. sen. 7; PLUT., Cic. 33, 4. 

110 La referencia a la utilización de esclavos por parte de Clodio o sus par- 
tidarios es, tal como se ha podido ver, una constante a lo largo de estos discur- 
sos y un medio para desacreditar al tribuno: Clodio habría reunido esclavos 
antes de la partida del orador para intimidar a los boni (sen. 33; dom. 54; 129; 
Sest. 34; 84; Mil. 36-37; 73; 76), habría convocado los comicios por tribus con 
la presencia de esclavos (dom. 53; 79; Sest. 53), apostó a un esclavo para ase- 
sinar a Pompeyo (Mil. 18), etc. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 337 


to tenéis nada de qué acusar a Sestio. «Pero se produjeron actos 
de violencia en el foro». Es cierto: ¿cuándo los hubo más gra- 
ves? Vimos muy a menudo lapidaciones; no tan a menudo, pero, 
con todo, demasiado frecuentemente vimos utilizar las espadas. 
Ahora bien, ¿quién vio alguna vez en el foro (salvo, quizás, en 
aquella jornada que protagonizaron Cina y Octavio) !!! una ma- 
tanza tan grande, una acumulación tal de montones de cadáve- 
res? ¿Qué excitación de ánimos las causó? Pues a menudo se 
produce un tumulto por la obstinación y terquedad de quien 
opone su veto, por el delito y desvergüenza de quien propone la 
ley ofreciendo a gente inexperta alguna ventaja o un soborno; se 
produce por el enfrentamiento entre los magistrados; surge pri- 
mero, poco a poco, con un griterío, luego con alguna escisión en 
la asamblea; pero muy de tarde en tarde se llega a las manos. Sin 
embargo, ¿quién ha oído hablar de una sedición nocturna que se 
haya producido sin que se pronunciara palabra alguna, sin ha- 
berse convocado ninguna asamblea ni propuesto ninguna ley? 
¿Es verosímil que un ciudadano romano o un hombre libre 
cualquiera hayan bajado al foro antes de amanecer armados 
con espadas para impedir que se presente una proposición en 
mi favor, a no ser que se trate de aquellos que ya desde hace 
tiempo están siendo cebados con la sangre de la República por 
ese funesto y malvado ciudadano? Pregunto ahora al propio 
acusador !!? que se queja de que Publio Sestio estuvo acompa- 


111 En el 87, el cónsul Gn. Octavio «expulsó de la ciudad a su colega (L. 
Cornelio Cina) por las armas; todo el lugar se cubrió de montones de cadáve- 
res y sangre de ciudadanos» (Cat. III 24). La misma mención del suceso apa- 
rece en sen. 9. 

11? M, Tulio Albinovano y T. Claudio fueron los acusadores del proceso 
contra Sestio (Vat. 3 y 41). Si hemos de hacer caso al escoliasta (accusare de 
vi P. Clodius Sestium coepit immisso velut principe delationis P. Albinovano, 
Schol. Bob. 125 Stang.), Albinovano (llamado aquí Publio y Marco en Q. fr. II 
3, 5) fue el acusador principal. 


IL 


8 


37 79 


338 DISCURSOS 


fiado durante su tribunado por una multitud y una gran escolta: 
¿acaso lo estuvo aquel día? Ciertamente no. Fue vencida, por 
tanto, la causa de la Repüblica, y lo fue, no por los auspicios, 
por la interposición de un veto o por los sufragios, sino por la 
violencia, por la fuerza y por la espada. En efecto, si el pretor, 
que decía haber observado el cielo, hubiera anunciado a Fabri- 
cio que los presagios eran desfavorables, la Repüblica habría 
sufrido una desgracia que, con todo, habría podido lamentar. Si 
un colega hubiera interpuesto su veto a Fabricio, habría perju- 
dicado a la Repüblica, pero lo habría hecho de acuerdo con el 
derecho público. ¿Vas a lanzar tá, Clodio, antes del amanecer, 
a gladiadores novicios, alistados ante la esperanza de la edili- 
dad, en compañía de asesinos sacados de las cárceles? ¿Vas a 
expulsar a los magistrados de un templo, a cometer la mayor 
de las masacres, a dejar vacío el foro? Y, cuando hayas hecho 
todo esto con la violencia de las armas, ¿serás capaz de acusar 
a un hombre que se protegió con una guardia personal, no para 
atacarte sino para poder defender su propia vida? 

Más aún, ni siquiera fue a partir de este momento cuando 
Sestio intentó, protegido por sus partidarios, ejercer su magis- 
tratura en un foro seguro y administrar los asuntos públicos. 
Protegido, pues, por el carácter inviolable de su tribunado 133, 
pensando que se había armado con leyes sagradas, no sólo 
contra la violencia y las armas sino también contra los insultos 
y las interrupciones, acudió al templo de Cástor y anunció al 
cónsul que los auspicios eran desfavorables, cuando, de repen- 
te, aquella banda de Clodio, acostumbrada ya a vencer en me- 
dio de la sangre de los ciudadanos, se pone a gritar, se agita y 
se lanza contra él; unos atacan con espadas al tribuno desarma- 


113 La lex Icilia de tribunicia potestate había sido establecida por el tribu- 
no Espurio Icilio en el 492 contra la violación de la potestad sacrosanta de los 
tribunos de la plebe. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 339 


do y desprotegido; otros con palos y con trozos de las barreras. 
Después de recibir múltiples heridas, cayó sin sentido con el 
cuerpo debilitado y molido a golpes, y escapó de la muerte no 
por otra razón que porque se lo creía muerto. Al verlo en el 
suelo, abatido por numerosas heridas, a punto de morir, sin 
fuerzas y agotado, dejaron por fin de golpearlo más por can- 
sancio y error que por misericordia y moderación !!4. 

¿Y es Sestio quien se está defendiendo de una acusación de 
violencia? ¿Por qué? Porque está vivo. Pero no por culpa suya: 
no le faltó más que el último golpe; si le hubiese alcanzado ha- 
bría exhalado el último suspiro. Acusa, pues, a Lentidio: no 
golpeó en buen lugar. Maldice a Titio, un sabino de Reate !!5, 
por haber gritado sin fundamento que estaba muerto. Pero, al 
propio Sestio, ¿por qué lo acusas? ¿Se sustrajo acaso a las es- 
padas? ¿Opuso resistencia? ¿No aceptó recibir el golpe de gra- 
cia tal como se suele ordenar a los gladiadores? 

¿Acaso la violencia misma consiste en no poder morir? ¿o 
en que un tribuno de la plebe haya teñido con su sangre un lu- 
gar sagrado? ¿o en que, después de haber sido sacado de allí y 
vuelto en sí, no haya ordenado que se le volviera a traer al 
foro? ¿Dónde está el motivo de acusación? ¿Qué es lo que le 
reprocháis? 

Os pregunto ahora, jueces: si esa gentuza de Clodio hubie- 
se llevado a cabo en aquel día lo que pretendía hacer, si Publio 
Sestio (que fue dejado por muerto) hubiese resultado realmen- 
te muerto, ¿habríais estado prestos a acudir a las armas? ¿Ha- 
bríais estado dispuestos a avivar aquel espíritu patriótico y el 
valor de vuestros antepasados? ¿Habríais estado dispuestos, 


114 En Q. fr. IL 3, 6, Cicerón señala que Sestio se salvó gracias a la ayuda 
de L. Calpurnio Bestia. 

115 Lentidio y Titio aparecen citados en dom. 89, junto a L. Sergio y M. 
Lolio, entre los cabecillas más destacados de las bandas de Clodio. 


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340 DISCURSOS 


por fin, a reclamar la República de las manos de aquel funesto 
ladrón? ¿O, incluos entonces, ibáis a permanecer sin hacer 
nada, dubitativos y temerosos mientras veíais que el Estado era 
oprimido y pisoteado por unos esclavos y unos sicarios tan fa- 
cinerosos? En suma, ¿habríais vengado su muerte (si es que 
realmente pensábais ser libres y conservar la República), y 
creéis que cabe alguna duda sobre qué es lo que debéis decir, 
sentir, pensar y decidir respecto a su valor ahora que está vivo? 

Pero seguramente aquellos mismos asesinos, cuyo desen- 
frenado furor se alimenta de una impunidad prolongada, ha- 
brían sentido tal horror ante las consecuencias de su crimen 
que, si se hubiese mantenido durante algún tiempo más la cre- 
encia en la muerte de Sestio, habrían planeado matar a su pro- 
pio Graco para que recayera sobre nosotros la acusación de 
asesinato. Este pueblerino precavido se dio cuenta —aquella 
gente vil fue incapaz de callarse— de que se buscaba su propia 
sangre para apaciguar el odio ante el crimen de Clodio; se puso 
el capote de mulatero con el que por primera vez había venido 
a los comicios de Roma; se cubrió con una cesta de segador, 
Mientras unos buscaban a Numerio y otros a Quintio, logró 
salvarse aprovechando el equívoco de este doble nombre !!6. 
Además, todos vosotros sabéis que este hombre permaneció en 
constante peligro hasta que se supo que Sestio estaba vivo. Si 
esta noticia no se hubiese hecho püblica un poco antes de lo 
que ellos pretendían, a buen seguro que, matando a su propio 
mercenario, no habrían podido hacer recaer el odio contra 
quienes pensaban hacerlo, pero habrían atenuado, con algún 
crimen apropiado, la infamia de un crimen tan cruel. 


116 Q, Numerio Rufo, junto con Serrano, los dos tribunos que se opusieron 
a la proposición (29 de octubre del 58) de sus ocho colegas restantes para de- 
volver a Cicerón el derecho de ciudadanía y su lugar en el senado (Sest. 70, 
nota 100). 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 341 


Y si Publio Sestio, jueces, hubiese exhalado entonces en el 
templo de Cástor una vida que a duras penas pudo conservar, 
estoy seguro de que, con que hubiese existido un senado en la 
República y se hubiese recobrado la dignidad del pueblo roma- 
no, se le habría levantado finalmente una estatua en el foro por 
haber muerto por la patria. En verdad, ninguno de aquellos a 
los que veis que se les erigió, en aquel lugar o en la tribuna de 
los oradores, una estatua por nuestros antepasados por haber 
afrontado la muerte, debería ser colocado por delante de Sestio 
teniendo en cuenta la crueldad de su muerte o su patriotismo. 
Éste, por haber aceptado defender la causa de un ciudadano in- 
fortunado, la causa de un amigo, de alguien que había rendido 
excelentes servicios a la República, la causa del senado, de Ita- 
lía y de la República, y porque, de acuerdo con los auspicios y 
los ritos religiosos, anunciaba los presagios desfavorables que 
había observado, habría sido asesinado a plena luz, a manos de 
unos impíos criminales, en un recinto religioso, en defensa de 
una causa y de una magistratura sagradas. En consecuencia, 
¿podrá decir alguien que se debe privar de honores la vida de 
aquel cuya muerte pensáis que merecería el honor de un monu- 
mento eterno? 

«Compraste» —dice— «reuniste y preparaste a hombres ar- 
mados». Y, ¿qué pensaba hacer?, ¿ocupar el senado?, ¿expulsar 
a ciudadanos no condenados?, ¿saquear sus bienes?, ¿incendiar 
sus casas?, ¿destruir sus moradas?, ¿quemar los templos de los 
dioses inmortales?, ¿expulsar de la tribuna de los oradores con 
espadas a los tribunos de la plebe?, ¿poner en venta las provin- 
cias que le apeteciera y a quienes quisiera?, ¿nombrar reyes?, 
¿hacer que, mediante nuestros legados, regresaran a ciudades li- 
bres hombres condenados por delitos capitales?, ¿mantener con 
las armas asediado en su casa a uno de los líderes de la ciudad? 
Para poder hacer todo esto (que en modo alguno podía llevarse 
a cabo si no es con las armas y con un Estado oprimido), según 


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342 DISCURSOS 


creo, Publio Sestio se preparó su escolta y sus tropas. «Pero era 
prematuro: la propia situación no obligaba todavía a las gentes 
honestas 117 a buscar protecciones de este tipo». Nosotros había- 
mos sido expulsados de la ciudad, es verdad que no únicamente 
por culpa de esas bandas, pero, de todos modos, con su inter- 
vención: vosotros os limitabais a lamentaros sin hacer nada. 

El año anterior habían ocupado el foro después que unos 
fugitivos se apoderaron del templo de Cástor como si de una 
fortaleza se tratara: se guardaba silencio. Ejecutaban todas es- 
tas acciones aprovechando la situación desesperada y la auda- 
cia de hombres desalmados, mediante sus gritos, su afluencia 
en masa, su violencia y sus armas: vosotros os resignabais. A 
los magistrados se les arrojaba de los templos; a otros se les 
impedía cualquier acceso al foro: nadie se oponía. Los gladia- 
dores del séquito de un pretor eran apresados, llevados al sena- 
do, declarados culpables, puestos en prisión por Milón y libe- 
rados por Serrano !!8: no había nada que decir. El foro estaba 
cubierto con los cadáveres de ciudadanos romanos como resul- 
tado de una matanza nocturna: ninguna nueva comisión de in- 
vestigación; más aún, fueron suspendidos los tribunales ordi- 
narios. Habéis visto a un tribuno de la plebe con más de veinte 
heridas, postrado en el suelo y moribundo; con armas, con an- 
torchas y con el ejército de Clodio fue atacada la casa de otro 
tribuno de la plebe !!%, un hombre divino (voy a decir lo que 


117 Viri boni con un valor social o socio-político es relativamente poco uti- 
lizado por Cicerón, frente a expresiones como boni u omnes boni; cf. 
G.Acuanp, «L'emploi de boni..., art. cit., págs. 217-219. 

118 En har. 34, el orador hace responsable directo de la liberación de los 
gladiadores de Apio Claudio al propio Clodio. 

119 Para T. Mastowskt («Domus Milonis oppugnata», Eos 64 (1976), 23- 
30), el asedio a la casa de Milón el 12 de noviembre del 57 (supra, pág. 204 y 
Att. IV 3, 2-3) no es el mismo incidente que aparece aquí mencionado, en con- 
tra de la opinión de M. Gelzer, Cicero..., op. cit., pág. 156. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 343 


pienso y lo que piensa conmigo todo el mundo), sí, divino y 
dotado de una grandeza de espíritu insigne, inaudita y extraor- 
dinaria, de una gran lealtad y dignidad. 

En este punto, incluso tú alabas —y con razón- a Milón. 
Pues ¿a qué hombre hemos visto alguna vez con un valor tan 
inmortal? Sin esperar ninguna otra recompensa que la que ya 
se considera vulgar y despreciable, es decir, la estima de los 
hombres de bien, afrontó todos los peligros, las pruebas más 
difíciles, los enfrentamientos y enemistades más duros; de en- 
tre todos los ciudadanos me parece que él ha ensefíado, no con 
palabras sino con hechos, lo que debían hacer y era necesario 
que hiciesen en la Repüblica los ciudadanos eminentes; había 
que oponerse con leyes y tribunales al crimen de unos hombres 
. audaces, destructores del Estado; en el caso de que no tuvieran 
validez las leyes, de que no existieran tribunales y de que el 
Estado siguiera oprimido por las armas gracias a la violencia y 
alianza de los audaces, era necesario defender la vida y la li- 
bertad con guardias personales y tropas. Pensar así es prueba 
de inteligencia; actuar así, lo es de valor. Pero pensar y actuar 
así a la vez, lo es de una virtud completa y consumada. 

Comenzó su actuación pública Milón como tribuno de la 
plebe; voy a extenderme algo más sobre el elogio de su perso- 
na, no porque él prefiera que se mencionen a que se valoren es- 
tas cosas, o porque yo vaya a concederle, en su presencia y de 
buen grado, la recompensa de sus méritos (sobre todo cuando 
no podría lograrlo con mis palabras), sino porque creo que, si 
demuestro que la causa de Milón ha sido también alabada por 
las palabras del acusador, vosotros consideraréis en este proce- 
so que la causa de Sestio es similar. ; sí, pués, Tito Anio afrontó 
el desempeñó de su cargo público co a pretensión de recupe- 
rar para la República a un ciudadano que le había sido arrebata- 
do. La causa era sencilla, el plan inalterable, total el consenso y 
el acuerdo de todos. Tenía como colaboradores a sus colegas; 


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344 DISCURSOS 


un gran interés de uno de los cónsules, el ánimo casi aplacado 
del otro; contrario sólo uno de los pretores !2%; excepcional la 
voluntad del senado; los ánimos de los caballeros romanos fa- 
vorables a esta causa; Italia puesta en pie. Tan sólo dos perso- 
nas habían sido sobornadas para impedirlo !?!; si estos hombres 
despreciables e indignos no hubiesen sido capaces de sostener 
esta empresa tan difícil, se daba cuenta de que sin ningún es- 
fuerzo habría llevado a buen fin la causa que había emprendi- 
do. Actuaba con autoridad, con decisión, sirviéndose del esta- 
mento más importante y con el ejemplo de ciudadanos honestos 
y valerosos. Meditaba con gran detenimiento qué es lo que era 


: digno de él y de la República, quién era él mismo, qué debía 


esperar y en qué era deudor de sus antepasados. 

Aquel gladiador era consciente de que, si actuaba como de 
costumbre, no podría estar a la altura de la firmeza de Milón: 
recurrió, junto con su ejército 122, a las armas, al fuego, a los 
asesinatos diarios, a los incendios y robos; comenzó a asediar 
su casa, a salir a su encuentro por las calles, a acosarlo y ate- 
morizarlo con violencia. No logró quebrantar a un hombre 
como él, de gran firmeza y constancia. De todos modos, y aun- 
que la indignación de su espíritu, su sentido innato de la liber- 


120. Apio, el hermano de Clodio. Para el resto de pretores, cf. sen. 23. 

121 Es decir, los cónsules del 58 Gabinio y Pisón, cuyo apoyo habría com- 
prado Clodio con el reparto de las provincias (sen. 4, nota 5). Antes de acce- 
der al consulado, tanto Gabinio como Pisón habían sido perseguidos judicial- 
mente por concusión (Q. fr. 12, 15, Sest. 18 -Gabinio- y VaL. MÁx., VIII 1, 6 
—Pisón--). 

122 Es una constante de la invectiva ciceroniana contra Clodio utilizar un 
lenguaje militar («ejército», «reclutamiento», «generales») para referirse a 
las bandas clodianas y presentarlas de este modo como una auténtica fuerza 
paramilitar; cf, F. FAvonv, «Classes dangereuses et crise de l'état dans le dis- 
cour cicéronien», en Texte, politique, idéologie: Cicéron, París, 1976, págs. 
111-123. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 345 


tad, su arrojo decidido y distinguido incitaban a este hombre 
tan valiente a destruir y rechazar de forma violenta la violencia 
que tan a menudo había sufrido, fue tal su moderación, tan 
grande su prudencia, que logró contener su indignación y no se 
vengó con los mismos medios con los que había sido atacado, 
sino que intentó sujetar -en lo posible- con los lazos de las le- 
yes a quien ya saltaba y bailaba de alegría en medio de tantas 
desgracias de la República. 

Se dispuso a acusarlo !23, ¿Qué ciudadano lo hizo alguna 
vez tan justificadamente por causa de la República, sin que hu- 
biera de por medio enemistades, recompensas o presiones de la 
gente e, incluso, sin que se esperara que iba a ser capaz de ha- 
cer tal cosa? Los ánimos de Clodio se habían quebrantado: con 
. un acusador como éste no esperaba alcanzar el vergonzoso ve- 
redicto de aquel antiguo juicio. Mas he aquí que un cónsul, un 
pretor y un tribuno de la plebe proponen nuevos edictos de ca- 
rácter extraordinario prohibiendo «que comparezca el acusado, 
que sea citado, que se le interrogue, que nadie pueda mencio- 
nar a los jueces o a los tribunales». ¿Qué podía hacer un hom- 
bre como Milón, nacido para el valor, el honor y la gloria 12, al 
ver confirmada la violencia de unos sujetos criminales y supri- 
midas las leyes y los tribunales? ¿Él, un tribuno de la plebe, un 
hombre tan eminente, debía doblegar su cerviz ante un ciuda- 
dano privado tan vil? ¿Debía dar por fracasada la empresa em- 
prendida? ¿Debía encerrarse en casa? Pensó que era una des- 
honra ser vencido, desistir por miedo o esconderse: puesto que 
no se le permitía utilizar las leyes contra aquel individuo, deci- 


123 Sobre este proceso fallido, cf. infra, pág. 444 y Mil. 40, nota 61. 

124 Virtus, dignitas, gloria: se evocan así los valores fundamentales de la 
moral ciceroniana y que, por el orden dado a la enumeración, parecen presen- 
tados de forma jerárquica. Para la interpretación de este pasaje, cf. J, Boes, La 
philosophie et l'action.., op. cit., pág. 355, n. 173. 


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dió no mostrar temor anteg'sus ataques en caso de peligro para 
él o para la República. 

Por lo tanto, ¿cómo es posible que acuses a Sestio en lo re- 
ferente a la naturaleza de la escolta que se preparó, cuando es- 
tás alabando tú mismo a Milón? Quien defiende su propia 
casa, quien rechaza de sus altares y de sus fuegos la espada y 
las llamas, quien pretende que se le permita permanecer con 
seguridad en el foro, en el templo, en la curia, ¿no es justo que 
organice su protección? Aquel a quien sus propias heridas (que 
está viendo todos los días por todo su cuerpo) le aconsejan 
proteger con alguna defensa su cabeza, su cerviz, su garganta y 
sus costados, ¿crees que debe ser acusado de violencia? 

En efecto, jueces, ¿quién de nosotros ignora que la natura- 
leza de las cosas se desarrolló de tal modo que, en otro tiempo, 
sin la prescripción todavía de ningún tipo de derecho natural o 
civil, los hombres andaban dispersos y diseminados por los 
campos y que únicamente poseían cuanto, con sus manos y sus 
fuerzas, matándose o hiriéndose, habían podido robar o con- 
servar? En consecuencia, los primeros que destacaron por un 
valor o inteligencia sobresalientes, al darse cuenta de la natural 
docilidad y forma de pensar del hombre, congregaron en un 
único lugar a los que vivían diseminados y transformaron 
aquel su estado salvaje en una forma de vivir apacible y de 
acuerdo con unas normas. Entonces las instituciones encami- 
nadas al bien común que llamamos «públicas», las asociacio- 
nes humanas que después fueron denominadas «estados» y la 
reunión de casas que llamamos «ciudades», al establecerse el 
derecho divino y humano, fueron protegidas con murallas, 

Además, entre esta vida civilizada por la cultura y aquella 
salvaje, la diferencia más importante radica en el derecho y la 
violencia. Si no queremos usar el uno, habrá que usar la otra. 
Queremos eliminar la violencia: necesariamente ha de prevale- 
cer el derecho, es decir, los tribunales en los que se contiene 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 347 


todo el derecho. Se desprecian los tribunales o no existen: ne- 
cesariamente prevalecerá la fuerza. Esto lo entienden todos: 
Milón lo vió e intentó recurrir al derecho y rechazar la violen- 
cia. Quiso utilizar el primero de los medios para que la virtud 
venciera a la audacia. Se sirvió por necesidad del segundo para 
que la audacia no triunfara sobre la virtud. La misma forma de 
pensar tuvo Sestio 125, si no al acusar (no había necesidad de 
que todos hicieran lo mismo), sí ciertamente ante la necesidad 
de defender su vida y al preparar una escolta para protegerse 
de la violencia de las armas. 

¡Oh dioses inmortales! ¿qué salida nos mostráis? ¿qué es- 


peranza ofrecéis a la República? ¡Qué pocos hombres se en-' 


contrarán con un valor tan grande como para asumir las mejo- 
Ies causas de la República, para consagrarse al servicio de la 
gente de bien y buscar una gloria sólida y auténtica !26, cuando 
sepan que, de esos dos individuos casi fatales para la Repúbli- 
ca, es decir, Gabinio y Pisón, el uno saca a diario incontables 
sumas de oro de los tesoros de Siria, un reino tan pacífico 
como opulento, lleva la guerra contra pueblos tranquilos para 
depositar en el abismo insondable de su ambición desenfrena- 
da sus antiguas e intactas riquezas y se construye, a la vista de 
todo el mundo, una villa tan magnífica 127 que parece una cho- 
za la villa que él mismo, como tribuno de la plebe, describía 
con vivos colores en una asamblea popular para provocar, 
como hombre íntegro y desinteresado, la impopularidad contra 
el ciudadano más valeroso e insigne! 


125 Cicerón adelanta, pues, en el proceso de Sestio, el argumento que de- 
sarrollará más ampliamente para defender a Milón: el uso de la violencia en 
legítima defensa (Mil. 7-11). 

126 Sobre el concepto y los principios de la «verdadera gloria» tal como 
aparecen desarrollados por Cicerón en este discurso, cf. J. Boes, La philoso- 
phie et l'action..., op. cit., págs. 122-124. 

127 Cerca de Tüsculo. Sobre esta misma idea, cf. dom. 124. 


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348 DISCURSOS 


El otro, a cambio de una gran suma de dinero, primeramen- 
te vendió la paz a tracios y dárdanos; después, para que tuvie- 
ran posibilidades de conseguir dinero, les entregó Macedonia 
para que la asolaran y expoliaran; él mismo repartió entre sus 
deudores griegos los bienes de los acreedores, que eran ciuda- 
danos romanos; mandó a los de Dirraquio reunir grandes su- 
mas de dinero, expoliar a los tesalios e imponer a los aqueos 
un tributo fijo cada año; y no por ello dejó a salvo estatuas, 
cuadros y objetos artísticos en ningún lugar público o religio- 
so. Así es como se burlan de nosotros esos individuos a quie- 
nes, con pleno derecho, se les debe todo tipo de suplicios y de 
condenas; en cambio, son objeto de acusación estos dos hom- 
bres que tenéis ante vuestros ojos. Ya no voy a hablar de Nu- 
merio, de Serrano, de Elio, que son el desecho de la subleva- 
ción de Clodio !?3, Sin embargo, también éstos, incluso ahora, 
andan de aquí para allá, como lo estáis viendo, y no van a te- 
mer nunca por sus personas mientras vosotros mostréis algün 
temor por vosotros mismos. 

Y, ¿qué puedo decir yo del edil mismo que incluso citó a 
juicio y acusó de violencia a Milón? 129. De todos modos, nin- 
guna injusticia moverá nunca a un hombre de semejante valor 
y de tan gran firmeza a arrepentirse de haberse consagrado a la 
actividad política; pero los jóvenes que están viendo estas co- 
sas, ¿qué pensarán? Aquel que atacó, destruyó e incendió los 
momumentos públicos, los edificios sagrados y las casas de 
sus adversarios, que siempre estuvo escoltado por sicarios, ro- 
deado de gente armada y protegido por espías cuyo número 


128 Todos ellos tribunos de la plebe partidarios de Clodio: Elio Ligo (har. 
5, nota 9), Q. Numerio Rufo y Sex. Atilio Serrano (Sest. 82, nota 116). 

129 Sobre las circunstancias y motivación del proceso contra Milón, inicia- 
do poco después de haber conseguido Clodio la edilidad, cf. supra, págs. 271- 
272. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 349 


hoy en día nos desborda, que sublevó a una banda de crimina- 
les extranjeros, compró esclavos entrenados para el asesinato 
y, durante su tribunado, dejó sueltos por el foro a todos los 
ocupantes de las cárceles, anda ahora, en calidad de edil, de 
aquí para allá y acusa al hombre que, en parte al menos, refre- 
nó su locura exaltada. A éste, en cambio, que se protegió para 
poder defender en su vida privada a sus dioses penates y, en la 
actividad pública, los derechos del tribunado y los auspicios, la 
autoridad del senado no le ha permitido acusar con moderación 
a aquel por el que él, en cambio, está siendo acusado con evi- 
dente maldad. 

Sin duda esto es lo que, de forma muy especial, me pre- 
guntaste durante la acusación: ¿qué era esa «casta nuestra de 
los optimates»? 130, Pues así la denominaste. Me preguntas por 
una cuestión muy señalada para que la aprenda la juventud y 
que a mí no me es difícil explicar: no voy a extenderme mucho 
sobre este punto, jueces, y, a mi entender, mi exposición 131 no 
será ajena al interés de los que me oigan, ni a las exigencias de 
vuestro cargo, ni a la causa misma de Publio Sestio. 

Hubo siempre en esta ciudad dos clases de hombres entre 
quienes aspiraron a ocuparse de la política y a actuar en ella de 
manera distinguida; de éstos, unos pretendieron ser y que se 
les considerara «populares», los otros «optimates». Los que 


130 Sobre el significado socio-político, en este contexto, del término opri- 
mates, cf., entre otros, H. STRASBURGER, «Optimates», RE 18.1 (1939), c. 773- 
798, S. UrscHENKO, «Le sens social et politique du terme optimates chez Cicé- 
ron», Acta sessionis Ciceronianae, Varsovia, 1957, 51-62, J. HELLEGOUARC'H, 
Le vocabulaire latin des relations et des partis politiques, París 1972, pág. 
502, n. 7, y G. ACHARD, «L'emploi de boni...», art. cit., págs. 210-211. 

131 Comienza, pues, la famosa digresión (Sest. 96-127) política de Cicerón 
que, para muchos autores, constituye el núcleo central, «la parte culminante 
del discurso» (cf. P. BovaNcÉ, «Cum dignitate otium», en Études sur l'huma- 
nisme cicéronien, Bruselas, 1970, pág. 116). 


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350 DISCURSOS 

pretendían que sus acciones y palabras fueran gratas a la multi- 
tud, eran considerados populares !32; optimates, en cambio, los 
que se conducían de tal forma que sus decisiones recibían la 
aprobación de los mejores. 

¿Quiénes son, pues, esos mejores? Si preguntas por su nú- 
mero, infinitos (pues de otra forma no podríamos subsistir); 
son los primeros a la hora de adoptar decisiones públicas, los 
que secundan el modo de pensar de éstos, los hombres de las 
clases superiores, los que tienen acceso a la curia, romanos que 
residen en los municipios y en el campo; son hombres de ne- 
gocios e incluso libertos. Su número, como he dicho, es de una 
amplia y variada extensión !33, Pero, para evitar equívocos, 
esta clase en su conjunto puede ser definida y delimitada bre- 
vemente: pertenecen a los «optimates» todos los que no son 
criminales ni malvados por naturaleza ni desenfrenados ni es- 
tán acuciados por dificultades domésticas. De ello se deduce, 
por tanto, que esos a los que tú has denominado «casta» son 
hombres íntegros, sanos y poseedores de una buena situación 
privada. Los que, en el gobierno de la República, se ponen al 
servicio de lo deseos, intereses y opiniones de ellos, son defen- 
sores de los «optimates» y, al mismo tiempo, son considerados 
entre los optimates más influyentes y distinguidos, entre los lí- 
deres del Estado !34, 


132 Sobre el término popularis en Cicerón, casi siempre definido de forma 
negativa y, como en este caso, en oposición al de optimates, cf. R. SEAGER, 
«Cicero and the word popularis», CQ 22 (1972), 328-338. 

133 Cicerón, pues, defiende una concepción amplia del concepto de optima- 
tes, sin restringirlo a senadores y caballeros (cf. también har. 45; 60, y Mil. 94). 

134 Para el concepto de principes en Cicerón, es decir, de aquellos políti- 
cos que consagran toda su actividad a la defensa de los ideales de los boni, de 
los optimates, unos ideales resumidos en la fórmula cum dignitate otium, cf. 
E. LEPORE, J| princeps ciceroniano e gli ideali politici della tarda repubblica, 
Nápoles, 1954. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 351 


¿Cuál es, entonces, la meta a la que deberían mirar y orien- 
tar su ruta estos pilotos de la nave del Estado? Aquello que es 
lo mejor y más deseable para todos los hombres sanos, hones- 
tos y felices: una vida apacible con honor 5, Todos los que de- 
sean esto son considerados optimates; quienes lo consiguen, 
hombres ilustres y protectores del Estado. Pues ni es conve- 
niente que los hombres se dejen arrastrar por el honor de de- 
sempeñar cargos públicos hasta el punto de no mirar por su 
tranquilidad, ni que se entreguen a una vida apacible que los 
aparte de los honores. 

A su vez, los fundamentos de una honorable tranquilidad, 
los aspectos que los líderes deben proteger y defender, incluso 
con peligro de sus vidas, son los siguientes: la religión, los 
auspicios, los poderes de los magistrados, la autoridad del se- 

nado, las leyes, las costumbres de nuestros antepasados, los tri- 
bunales, la jurisdicción, la fidelidad a la palabra dada, las pro- 
vincias, los aliados, el prestigio del imperio, el ejército y el 
tesoro público. 


135 Aparece aquí el famoso eslogan cum dignitate otium que después desa- 
rrollará el orador y que ha suscitado múltiples interpretaciones: desde quienes 
insisten sobre todo en sus antecedentes filosóficos griegos hasta quienes inten- 
tan una justificación a partir de las circunstancias políticas de Roma en aquel 
momento. Para su análisis, a la bibliorafía ya citada (P. BovANCÉ, E. LEPORE, J. 
CousiN, G. ACHARD, etc.), habría que mencionar, entre otros, a E. RemY («Dig- 
nitas cum otio», Le Musée Belge 32 (1928), 113-127), A, GRILU («Otium cum 
dignitate», Acme 4 (1951), 227-241), CH. WiRszuBskI («Cicero's cum dignita- 
te otium: a reconsideration», JRS 44 (1954), 1-13), L. Arrows: («Tra l'ozio e 
l'inerzia», Aevum 28 (1954), 375-376), M. FUHRMANN («Cum dignitate 
otium», Gymnasium 67 (1960), 481-500), J. P. V. D. BaLsDON, «Auctoritas, 
Dignitas, Otium», LQ 10 (1960), 43-50, A. Macariños («El Pro Sestio de Ci- 
cerón», en VV.AA,, Cicerón, Cuadernos de la Fundación Pastor, Madrid, 
1961, págs. 79-97) y J. Anbré (L'otium dans la vie intellectuelle romaine, Pa- 
rís, 1966, págs. 295-306). 


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352 DISCURSOS 


Ser defensor y protector de tantos y tan importantes intere- 
ses exige grandeza de ánimo, un gran talento y una gran firme- 
za. Porque, entre un número tan grande de ciudadanos, hay 
multitud de ellos que, o por miedo al castigo, conscientes de 
sus delitos, buscan revoluciones y cambios políticos, o que, 
por un innato desenfreno interior, se alimentan de discordias y 
subversiones civiles, o que, ante las dificultades de su patrimo- 
nio familiar, prefieren consumirse en el fuego de un incendio 
general antes que en el suyo propio. Desde el momento en que 
éstos han encontrado consejeros y guías de sus intereses políti- 
cos y de sus vicios, es cuando se producen tempestades en la 
República, de suerte que deben estar atentos los que reclama- 
ron para sí el timón de la patria y han de esforzarse con toda su 
sabiduría y diligencia para, preservando todo cuanto yo previa- 
mente he dicho que constituía las bases y los elementos de una 
honorable tranquilidad, poder mantener el rumbo y alcanzar 
aquel puerto de la tranquilidad y del honor. 

Mentiría si no dijera que esta ruta es escabrosa, difícil y 
llena de peligros y asechanzas; sobre todo, porque, no sólo he 
sido siempre consciente de ello sino porque, incluso, lo he vi- 
vido por experiencia más que los demás. 

Son más los medios que atacan a la República que los que 
la defienden, porque los hombres audaces y malvados se po- 
nen en movimiento a la menor señal e, incluso, ellos mismos 
por propia iniciativa se sublevan contra la República; los bue- 
nos ciudadanos, no se por qué, son más lentos y, dejando de 
lado los orígenes de la situación, se ponen en movimiento en el 
último momento por imperiosa necesidad, de modo que a ve- 
ces, por sus vacilaciones y tardanzas, al desear mantener su 
tranquilidad incluso sin honor, pierden ambas cosas. 

A su vez, aquellos cuyo deseo fue convertirse en defenso- 
res de la República, abandonan la causa si son demasiado in- 
constantes y faltan a su obligación si son temerosos en exceso; 


EN DEFENSA DEP. SESTIO 353 


permanecen y soportan todo por patriotismo únicamente aque- 
llos que son como tu padre, Marco Escauro !36, que hizo frente 
a todos los sediciosos, desde Gayo Graco a Quinto Vario, y a 
quien nunca quebrantaron la violencia, las amenazas o la im- 
popularidad; o como lo fue Quinto Metelo, el tío de tu madre, 
quien, habiendo señalado durante su censura con una nota de 
infamia a Lucio Saturnino 137, hombre destacado del partido 
popular, después de haber eliminado de las listas del censo a 
un falso Graco 138 enfrentándose a la violencia de una multitud 
incitada y de haber sido el único en negarse a acatar aquella 
ley que —a su juicio- había sido propuesta de forma ilegal, pre- 
firió renunciar a su patria antes que a sus principios; o (dejan- 
do a un lado otros ejemplos antiguos cuyo gran número es dig- 
no de la gloria de este imperio, y sin mencionar nombre alguno 
de los que todavía viven) como lo fue hace poco Quinto 
Cátulo 139, a quien ni el temporal peligroso ni la brisa del pres- 
tigio pudieron nunca apartarlo, por miedo o ambición, de su 
rumbo. : : 

Por los dioses inmortales, imitad estos ejemplos, vosotros 
que buscáis los honores, la fama y la gloria! Son ejemplos 
magníficos, divinos e inmortales; son difundidos por la fáma, 
confiados al recuerdo de los anales y transmitidos a la posteri- 
dad. Supone un gran esfuerzo: no lo niego; los riesgos —lo re- 
conozco- son grandes. Se ha dicho muy acertadamente: 


136 M. Emilio Escauro, el presidente del tribunal, era hijo del cónsul del 
115 del mismo nombre (dom. 50, nota 75) y de Cecilia Metela, que se casó 
más tarde con Sila. Es posible que se trate también de uno de los miembros 
del colegio de los arúspices que trató el problema de la consagración de la 
casa de Cicerón (har. 12). 

137 Sobre este suceso, cf. Sest, 37 y notas. : 

138 Llamado L. Equicio, se hizo pasar por hijo de Tiberio Graco y gracias 
a este engaño fue elegido tribuno en el 99. 

19 Q. Cátulo, el hijo del vencedor de los cimbros. 


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354 DISCURSOS 
para la gente de bien los riesgos son muchos; 


pero, añade el poeta que, 


es una insensatez pretender lo que muchos envidian y mu- 
chos desean, a no ser que se manifieste un gran interés y em- 
peño 1%, 


Ya que este mismo poeta había dado a la juventud estos ex- 
celentes consejos, me hubiese gustado que no hubiera dicho en 
otro lugar algo que podrían aprovechar los malos ciudadanos: 


¡que me odien, con tal de que me teman! 


Pero, con todo, esta vía y este medio de acceder a la catrera 
política eran mucho más temibles en el pasado, cuando en mu- 
chas cuestiones las preocupaciones de las masas y los intereses 
del pueblo no coincidían con el bien público. Una ley electoral 
era presentada por Lucio Casio !4!; el pueblo creía que estaba 
en juego su propia libertad; los líderes de la ciudad no estaban 
de acuerdo y, respecto a la seguridad de los optimates, temían 
la temeridad de la masa y la libertad que conllevaba la tablilla 
del voto. Tiberio Graco proponía una ley agraria !€?; al pueblo 
le agradaba pues parecía consolidar la situación económica de 
las clases bajas. Los optimates se manifestaban en contra por- 
que se daban cuenta de que se provocaba la discordia y pensa- 


14 Son palabras de Atreo dirigidas a su hijo en la tragedia de Acio. 

141 Aunque ya la lex Gabinia del 139 había establecido el voto secreto 
para las elecciones, con la lex Cassia tabellaria propuesta dos años después 
por el tribuno L. Casio Longino Ravila, se hizo extensible este voto secreto a 
la elección de los miembros de los jurados sobre delitos criminales. 

142 La lex Sempronia agraria del 133, que limitaba el disfrute del ager pu- 
blicus a 500 yugadas por pater familias. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 355 


ban que, al ser privados los ricos de unas posesiones de las que 
disfrutaban desde hacía mucho tiempo, se estaba privando a la 
República de sus defensores. Gayo Graco proponía una ley 
frumentaria 143: el tema era del agrado de la plebe, pues asegu- 
raba un sustento abundante sin trabajo; las gentes de bien se 
oponían !^^ porque pensaban que se apartaba a la plebe de la 
actividad para llevarla a la pereza y veían que se agotaba el te- 
soro público, 

En nuestro tiempo ha habido, además, otros muchos ejem- 
plos (que omito deliberadamente) de este enfrentamiento en 
que los deseos populares se alejaban de los propósitos de los 
dirigentes. En la actualidad no existe ningún motivo para que 
el pueblo disienta de aquellos a los que ha elegido y de sus di- 
rigentes: no reclama nada ni está deseoso de revoluciones; dis- 
- fruta de su propia tranquilidad, de los honores de los mejores y 
de la gloria de toda la República. De ahí que los hombres sedi- 
ciosos y agitadores, al no poder inflamar al pueblo romano con 
ninguna promesa de liberalidad ya que la plebe, después de ha- 
ber pasado por tan gravísimas sediciones y discordias, desea 
ardientemente la tranquilidad, celebren asambleas amañadas 
con dinero: no actúan con el propósito de decir o hacer lo que 
quieren oír los asistentes a la asamblea sino que, a cambio de 
dinero y recompensas, consiguen que, cualquier cosa que di- 
gan, parezca que es del agrado de su auditorio. 


"143 Dicha lex frumentaria del 123 fue recuperada más tarde, en el 73, por 
la lex Terentia Cassia. 

144 Obsérvese el juego de la terminología ciceroniana: mientras que, ante- 
riormente, fueron los optimates los que, por razones políticas y personales 
(para salvaguardar sus bienes), se opusieron a la reforma agraria de Tib. Gra- 
co, ahora son los boni (concepto más amplio que el elitista de los optimates) 
los que luchan contra la ley frumentaria de G. Graco por una razón social: 
apartaría al pueblo del trabajo. Cf. G. Acuanp, Pratique rhétorique..., op. cit., 
pág. 365. 


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356 DISCURSOS 


¿Creéis vosotros que los Gracos, que Saturnino o cualquie- 
ra de aquellos antepasados que eran considerados populares tu- 
vieron alguna vez en las asambleas un auditorio a sueldo? Nin- 
guno lo tuvo; pues su propia liberalidad y la esperanza del 
beneficio que se le proponía inflamaban a la multitud sin nece- 
sidad de ser comprados. dni pues, en aquellos tiempos los que 
eran «populares» se enfrentaban con los hombres rigurosos y 
honestos, pero brillaban con las opiniones y manifestaciones 
de apoyo por parte del pueblo. Se les aplaudía en el teatro !45; 
conseguían mediante sufragios aquello por lo que habían lu- 
chado; sus partidarios amaban su nombre, sus palabras, su ros- 
tro, su forma de andar. A su vez, a aquellos que se oponían a 
este partido, se les tenía por hombres poderosos e importantes: 
tenían un gran poder en el senado, y mayor aún entre las gen- 
tes de bien, pero no eran del agrado de la multitud; los votos, a 
menudo, constituían un obstáculo para sus deseos; más aún, si 
alguno de ellos obtenía alguna vez su aplauso, temía haber co- 
metido un error. Y, sin embargo, si había alguna cuestión más 
importante, este mismo pueblo se dejaba influir sobre todo por 
la autoridad de tales hombres. 

En la actualidad, si no me equivoco, el Estado se encuentra 
en una situación tal que, si excluimos las bandas a sueldo, da 
la impresión de que todos serían de la misma opinión en lo re- 
ferente a los asuntos püblicos. Ciertamente, hay tres lugares en 
donde la opinión y la voluntad del pueblo romano en cuestio- 
nes políticas pueden manifestarse de forma especial: en las 
asambleas, en los comicios y en las reuniones con motivo de 
los juegos y de las luchas de gladiadores. ¿Se celebró alguna 


145 Las representaciones teatrales (Sest. 115; 121) eran una ocasión impor- 
tante para que el pueblo manifestara sus inquietudes políticas (cf. F. F. AB- 
BOTT, «The theater as a factor in Roman politics under the Republic», TAPhA 
(1907), 49-56). 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 357 


asamblea durante estos años, (que fuera no comprada sino au- 
téntica) en la que no pudiera comprobarse el consenso del pue- 
blo romano? Se celebraron muchas sobre mi persona a instan- 
cias de ese criminal gladiador, a las que no acudía nadie que 
no fuera corrupto o que fuera íntegro. Ninguna persona honra- 
da podía contemplar ese rostro repugnante o escuchar esa fu- 
riosa voz. Aquellas asambleas, al estar constituidas de malhe- 
chores, eran necesariamente agitadas. 

El cónsul Publio Léntulo convocó una asamblea para tratar 
también de mi situación; se produjo la afluencia masiva del 
pueblo romano; en aquella asamblea. se presentaron todos los 
estamentos, Italia entera. Defendió mi causa con gran rigor y 
facilidad de palabra en medio de un silencio y aprobación de 
, todo el mundo tan impresionantes que parecía que nunca se 
había presentado algo tan popular a los oídos del pueblo roma- 
no. Hizo salir a hablar a Gneo Pompeyo, quien no sólo se mos- 
tró defensor de mi regreso sino que, además, imploró en mi fa- 
vor al pueblo romano. Su discurso fue —como siempre en las 
asambleas— ponderado !46 y agradable, pero. sostengo firme- 
mente que nunca como entonces sus opiniones fueron de una 
autoridad tan grande ni su elocuencia más del agrado de todos. 

¡Con qué silencio fueron escuchados los restantes líderes 
de la ciudad que hablaron en mi favor! No los menciono en 
este momento para que mi intervención no parezca desagrade- 
cida si hablo poco de alguien, e interminable si hablo demasia- 
do de todos ellos. Veamos ahora la asamblea convocada por 
este adversario mío para tratar sobre mi caso en el Campo de 


M6 Oratio gravis la de Pompeyo, gravitas dicendi la de Léntulo. A partir 
de pasajes como éste, G. ACHARD (Pratique rhétorique..., op. cit., págs. 8-11) 
intenta demostrar la existencia de una retórica «optimate»: los defensores de 
la ideología «conservadora» habrían constituido, con el paso del tiempo, todo 
«un arsenal de armas oratorias comunes». 


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358 DISCURSOS 


Marte y ante el auténtico pueblo romano. ¿Quién estuvo de 
acuerdo, no sólo eso, quién no consideró como el crimen más 
indigno el hecho de que aquél pudiera, no diré hablar sino vi- 
vir y respirar? ¿Hubo alguien que no creyera que con su voz se 
deshonraba a la República y que uno se hacía culpable de sus 
crímenes si lo escuchaba? 

Voy a referirme -si os parece bien- a los comicios gelati- 
vos a la elección de magistrados o, si no, a los legislativos. 
Estamos viendo que se proponen a menudo muchas leyes. 
Voy a dejar a un lado las que son presentadas en unas condi- 
ciones tales que a duras penas se encuentran cinco votantes (y 
además pertenecientes a tribus distintas) que otorguen su su- 
fragio. Ese azote de la República que me llamaba tirano ' y 
destructor de la libertad afirma haber presentado una ley con- 
tra mí. ;Hay alguien que admita haber votado cuando se pro- 
ponía esa ley en contra mía? En cambio, cuando se proponía a 
los comicios centuriados otra ley también sobre mi persona de 
acuerdo con un senadoconsulto, ¿quién hay que no declare ha- 
ber estado presente y haber otorgado su sufragio en favor de 
mi regreso? Por lo tanto, ha de verse cuál de las dos causas es 
la «popular»: ¿aquella en la que todos los personajes honora- 
bles de la ciudad, todas las edades y todos los estamentos es- 
tán a la vez de acuerdo, o aquella en la que unas furias desen- 
frenadas acuden todas juntas como si se tratara del funeral de 
la República? l 
¿Acaso va a ser «popular» la causa por haberse presentado, 
en un momento dado, Gelio, ese individuo indigno de su her- 


147 «¡Hasta cuándo —dice Clodio-, soportaremos a este tirano!» (es decir, 
a Cicerón: Att. I 16, 10). El término tyrannus o rex sería, a juicio de Cousin 
(Cicéron. Discours..., op. cit., pág. 240, nota 3), uno de los insultos o «gritos 
de guerra» que los adversarios políticos se lanzaban entre sí. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 359 


mano (hombre ilustre y excelente cónsul) 48 e indigno del or- 
den ecuestre, estamento del que conserva el nombre y ha des- 
truido los distintivos honoríficos? «Ese hombre» -dicen- «se 
ha sacrificado por el pueblo romano». No he visto a nadie que 
se sacrificara más: habiendo podido desde su adolescencia 
destacar en medio de los honores tan distinguidos de un hom- 
bre eminente como su padrastro Lucio Filipo, fue tan poco 
«popular» que él solo disipó todos sus bienes. Posteriormente, 
tras una juventud viciosa y petulante, después de haber hecho 
que la herencia paterna pasara de la situación holgada propia 
de la gente no instruida a las estrecheces de los filósofos, pre- 
tendió que se le considerara un hombre amante de la vida 
ociosa y de las discusiones propias de los griegos, y se entregó 
, de repente al estudio de las letras. A decir verdad, no le agra- 
daban mucho los lectores atenienses; a menudo, incluso, em- 
peñaba estos libros a cambio de vino; su vientre seguía insa- 
ciable 19%: comenzaban a faltarle medios para vivir 150, De 
modo que andaba siempre ocupado con la esperanza de una re- 
volución: se sentía envejecer en medio de la calma y tranquili- 
dad de la República. 


148 L, Gelio Publícola, uno de los secuaces de Clodio (har. 59), compare- 
ció como uno de los testigos de la acusación contra Sestio; era, además, her- 
manastro de L. Marcio Filipo, el cónsul del 56 que era aparentemente adversa- 
rio de Cicerón. Según R. J. Evans («The Gellius of Cicero's Pro Sestio», 
LCM 8 (1983), 124-126) se trataría de un caballero romano de edad mediana, 
hijo del cónsul del 72 citado en Quir, 17. 

149 Otro de los lugares comunes de la invectiva ciceroniana contra Clodio 
o cualquier otro de sus adversarios políticos: señalar sus excesos en la comida 
y la bebida (G. Acnanp, Pratique rhétorique..., op. cit., págs. 248-254). 

150 Aunque no resulta fácil trasladarlo a la traducción castellana, todo el 
pasaje es una muestra del empleo que Cicerón hace del lenguaje familiar 
(idiotarum, philosopharum reculam, Graeculum, insaturabile abdomen) en 
sus discursos (L. LAURAND, Études sur le style..., op. cit., págs. 281-281). 


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¿Hubo alguna vez una sedición en la que él no fuera el cabe- 
cilla? ¿Algún sedicioso que no lo tuviera por amigo? ¿Alguna 
asamblea turbulenta de la que no fuera el agitador? ¿De qué 
hombre honrado habló alguna vez bien? ¿Hablar bien? Al con- 
trario: ¿a qué ciudadano valeroso y honrado no censuró de la 
forma más desvergonzada? En mi opinión, se casó con una liber- 
ta no por deseo natural sino para parecer «amigo del pueblo» 151, 

Éste votó contra mí, estuvo presente e intervino en los ban- 
quetes 152 y celebraciones de los traidores de la patria. Allí, de 
todos modos, me vengó cuando con aquella boca suya besó a 
mis enemigos. Como si hubiese perdido sus bienes por mi cul- 
pa, se convierte en mi enemigo precisamente por esta razón, 
porque no tiene nada. ¿Te robé yo tu patrimonio, Gelio, o lo 
disipaste tú mismo? ¿Pues qué? ¿No eras tú, torbellino y abis- 
mo de tu pad nónio, el que, con riesgo de mi parte, te entre- 
gabas a la crápula de modo que no querías que yo permanecie- 
ra en la ciudad porque, como cónsul, defendía a la República 
contra tí y tus camaradas? Nadie de los tuyos quiere verte: to- 
dos evitan tu llegada, tu conversación, el encuentro contigo. 
Un joven ponderado como Postumio, hijo de tu hermana, con 
el buen juicio de una persona mayor, te sefíaló con una nota de 
infamia al no incluirte como tutor de sus hijos entre una lista 
muy numerosa. Por mi parte, llevado del odio que siento en mi 
propio nombre y en el de la Repüblica (no sé cuál de los dos él 
aborrece más) he dicho más de lo que debía contra este loco y 
desesperado libertino. 


151 Tronía de Cicerón, que juega con el sobrenombre («Publícola») del per- 
sonaje. 

132 Estos banquetes, a los que el orador ya se ha referido varias veces 
(dom. 62; Sest. 54; Pis. 22) serían la celebración, por parte de un epicúreo 
como Pisón, de la fiesta de las «eikades» del 20 de marzo (cf. P. BovANCÉ, 
«Sur une épitaphe épicurienne», REL (1955), 118-119). 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 361 


Vuelvo al tema anterior 153 recordando que, cuando se actuó 
contra mí, en medio de una ciudad dominada y oprimida, los 
guías y responsables de aquellas bandas de mercenarios fueron 
Gelio, Firmidio y Titio, unas furias de la misma calaña, sin que 
el propio presentador de la ley se diferencie en nada de ellos 
por su desvergüenza, osadía y vileza. Pero, cuando se presenta- 
ba una proposición en favor de mi honor, nadie pensó que fue- 
ra una excusa suficiente el estado de salud o la vejez 15%: no 
hubo nadie que no pensara que, junto conmigo, volvía a traer a 
la República a sus propias moradas. 

Veamos ahora los comicios para la elección de los magis- 
trados. Hace poco hubo un colegio de tribunos, en el que tres 
de sus miembros eran considerados poco «populares» 155 y 
los otros dos ardientes partidarios del pueblo. De aquellos 
que no eran considerados «populares», que no tenían la posi- 
bilidad de comparecer en aquel tipo de asambleas compradas 
con dinero, veo que dos han sido nombrados pretores por el 
pueblo romano; y, por lo que he podido deducir de las inter- 
venciones y votaciones de la multitud, el pueblo romano ma- 
nifestaba claramente que para él aquel espíritu firme y noble 
de Gneo Domicio durante su tribunado así como la lealtad y 
valentía de Quinto Ancario, aunque no hubieran podido ha- 
cer nada, habían sido siempre gratos por sus buenas intencio- 
nes. En cuanto a Gayo Fanio estamos viendo cuál es su esti- 
ma: nadie debe abrigar ninguna duda sobre cuál ha de ser el 
juicio del pueblo romano en los cargos honoríficos que éste 
ostente. 


153 Es decir, al tema de los comicios tratado en $ 109, 

154 La misma idea que en sen. 28. 

155 Se refiere a los tribunos del 59, Gn. Domicio Calvino, G. Ancario y 
G. Fanio, que coincidieron con el consulado de G. César y M. Bíbulo (Vat. 
16). 


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362 DISCURSOS 


En cambio, los otros dos, los «populares», ¿qué hicieron? 
Uno de ellos !56 (quien, a pesar de todo, se había sabido refre- 
nar) no había presentado ninguna proposición y tan sólo había 
manifestado una opinión sobre la situación política distinta a lo 
que la gente esperaba: hombre honesto, inofensivo y apreciado 
siempre por las gentes de bien, sin duda por haber comprendi- 
do mal durante su tribunado qué era lo verdaderamente apre- 
ciado por el pueblo, y porque creía que el verdadero pueblo ro- 
mano era aquel que se encontraba en estas asambleas, no 
alcanzó el puesto al que fácilmente habría accedido de no ha- 
ber querido ser «popular». El otro, que se había jactado de es- 
tar en el partido popular hasta el punto de no importarle nada 
los auspicios, la ley Elia 157, la autoridad del senado, el cónsul, 
sus colegas y la opinión de la gentes de bien, aspiró al cargo de 
edil junto con personas honestas e importantes, aunque no fue- 
ran las más destacadas por su fortuna o influencias: no obtuvo 
siquiera los votos de su propia tribu !58, perdió, en fin, los de la 
tribu Palatina (gracias a la cual se decía que todos aquellos 
personajes funestos subvertían a la República) y no consiguió 
de aquellos comicios nada salvo la derrota, que era lo que que- 
rían los hombres honestos. Estáis viendo, por tanto, que el pro- 


156 El orador alude, sin duda, a G. Alfio, uno de tantos personajes «vele- 
tas» de la época, a quien trata con simpatía tal vez porque colaboró con Cice- 
rón en el 63 (Planc. 104); sin embargo, en el 59, aparece como partidario de 
César, un cambio que posiblemente influyó en la pérdida de las elecciones del 
57 (Vat. 38). i 

157 Sobre las leyes Elia y Fufia, cf. sen. 11, nota 22. Aunque normalmente 
aparecen citadas juntas, se trataría de dos leyes distintas pero complementa- 
rias: es posible que la ley Elia se limitara al derecho de la obnuntiatio y la ley 
Fufia estableciera el castigo a los infractores. 

158 El orador se está refieriendo a Vatinio, que fracasó en las elecciones a 
edil del 57 al no conseguir siquiera los votos de una tribu tan «popular» como 
la Palatina (dom. 49). 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 363 


pio pueblo -por así decir- ya no es «popular», puesto que re- 
chaza tan violentamente a los que se consideran «populares» y, 
en cambio, juzga muy dignos de estos honores a aquellos que 
se oponen a esta clase de hombres. 

Pasemos a los juegos; por cierto, jueces, la forma en que 115 54 
me miráis y me prestáis atención hace que piense que puedo 
servirme de un modo de hablar más distendido. En los comi- 
cios y asambleas la expresión de opiniones es, en ocasiones, 
sincera pero, a veces, falsa y distorsionada. Se dice que las 
reuniones teatrales y los espectáculos de gladiadores, por lo 
general, suelen provocar, dada la frivolidad de algunas perso- 
nas, aplausos comprados aunque —eso sí- débiles y dispersos. 
De todos modos resulta fácil ver, cuando esto ocurre, cómo se 

. producen, su procedencia y cuál es la actitud del público ho- 
nesto. ¿Para qué voy a señalar ahora qué individuos y qué cla- 
se de ciudadanos aplauden sobre todo? No engañan a ninguno 
de vosotros, De acuerdo en que, aunque no sea así, se trata sin 
duda de una cuestión irrelevante, puesto que se aplaude a los 
mejores; pero, si es una cuestión sin importancia, lo es a juicio 
de un hombre serio; en cambio, a aquel que está pendiente de 
las cuestiones más insignificantes, que depende de los rumores 
y se deja llevar por ellos y (como ellos mismos dicen) por el 
favor popular, un aplauso le parece que significa necesaria- 
mente la inmortalidad; un abucheo, la muerte 15, 

Por lo tanto, te pregunto sobre todo a ti, Escauro 16%, que or- 116 
ganizaste unos juegos muy brillantes y fastuosos: ¿por casuali- 
dad alguno de esos populares presenció tus juegos y se aventu- 
ró a asistir al teatro y a juntarse con el pueblo romano? Incluso 


152 Sobre esta idea, cf. las reflexiones de A. MICHEL, Les rapports de la 
rhétorique et la philosophie..., op. cit., págs. 373-374. 

160 M. Emilio Escauro, el presidente del tribunal de este proceso (Sest. 
101, nota 136). 


55 117 


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364 DISCURSOS 


aquel mismo que es el mayor de los histriones (espectador, ac- 
tor y bufón a la vez), que conoce todos los intermedios de las 
comedias que representa su hermana y que se hace pasar por 
una citarista en una reunión de mujeres 161, ni contempló tus 
juegos durante su violento tribunado ni ningún otro sino aque- 
llos de los que a duras penas escapó con vida. Una sola vez, 
afirmo, este hombre popular se aventuró a participar en los jue- 
gos: cuando en el templo de la Virtud !6 se rindió homenaje a 
la virtud y cuando el monumento de Gayo Mario, el salvador 
de nuestro imperio, me proporcionó a mí, su compatriota y de- 
fensor de la República, un lugar para lograr mi salvación. 

Ciertamente, en esta ocasión resultó evidente la opinión del 
pueblo romano en uno y otro sentido. En primer lugar, cuando, 
al conocerse el decreto del senado, todo el mundo aplaudió la 
propia decisión y al senado ausente; después, cuando se hizo lo 
mismo con cada uno de los senadores que acudían desde el se- 
nado a la representación. Pero, cuando el cónsul mismo que 
organizaba los juegos tomó asiento, todos de pie con las manos 
dirigidas hacia él, en actitud de agradecimiento y con lágrimas 
de alegría, pusieron de manifiesto los buenos sentimientos y el 
afecto que sentían hacia mi persona. Por el contrario, cuando 
se presentó aquel furibundo con su espíritu enloquecido y exci- 
tado, a duras penas el pueblo romano se contuvo, a duras penas 
la gente reprimió manifestar su odio contra aquel cuerpo impu- 
ro y abominable: en realidad, todo el mundo profirió gritos, 
extendió contra él sus puños y le lanzó improperios. 

Pero, ¿por qué recordar la actitud y la valentía del pueblo 
romano (que descubría por fin su libertad después de una pro- 


161 Nueva alusión a Clodio, a sus relaciones incestuosas con sus hermanas 
y al escándalo de los misterios de la Buena Diosa. 

162 Construido tras la victoria de Mario sobre los cimbros y que estaba si- 
tuado posiblemente en el Capitolio. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 365 


longada esclavitud) en el caso de ese hombre, hacia el cual, 
aun cuando aspiraba ya entonces al cargo de edil, ni siquiera 
los actores tuvieron consideración al sentarse ante ellos para la 
representación? En efecto, mientras se representaba —según 
creo- la comedia romana «El Simulador» 16, toda la compañía 
al unísono y de la forma más clara, dirigiéndose a este hombre 
abominable, le gritó a la cara: 


Después de unos principios como los tuyos, Tito, tal será 
también el final de tu corrompida existencia. 


Permanecía sentado, en medio de una gran turbación; un 
hombre como él, que antes solía celebrar sus asambleas en me- 
dio del griterío de sus aduladores, era arrojado del teatro por 
las voces de los propios cantores 16, Y, ya que se ha hablado 
de las representaciones, no dejaré de mencionar lo siguiente: a 
pesar de la gran diversidad de ideas que se expresaron, no 
hubo nunca pasaje alguno, en el que alguna de las palabras del 
poeta pudiera parecer que se aplicaban a nuestro tiempo !65, 
que escapara a la comprensión del público en general o que no 
lo destacara el propio actor. 

Llegados a este punto, Os ruego, jueces, que no penséis 
que, por frivolidad, me dejo arrastrar hacia un estilo oratorio 
desacostumbrado por el hecho de hablar en un juicio de poetas, 
de actores y de espectáculos. 


163 Fabula togata de Afranio representada en el 56. 

16^ Cicerón juega con dos acepciones de cantores: los primeros, los que 
gritan, los «voceadores»; los segundos los «cantores» de oficio que formaban 
parte de los coros de las representaciones teatrales. 

165 Como bien señala G. Acuanp (Pratique rhétorique..., op. cit., pág. 78), 
«el pueblo era muy sensible a las relaciones que pudieran establecerse entre 
los textos de las comedias y de la tragedia y los sucesos políticos contemporá- 
neos», 


19 


56 


120 


366 DISCURSOS 


No soy, jueces, tan desconocedor de los procesos judiciales 
ni estoy tan poco habituado al arte de la oratoria como para ir a 
la caza de cualquier tipo de discurso y andar recogiendo y es- 
pigando por todas partes los adornos florales más novedosos. 
Conozco lo que exigen vuestra gravedad, esta convocatoria, 
esta reunión, la dignidad de Publio Sestio, la magnitud del pe- 
ligro, mi propia edad y mi rango. Pero he asumido en este mo- 
mento la tarea de enseñar, en cierto modo, a la juventud quié- 
nes son los optimates. A la hora de explicarlo he de demostrar 
que no todos los que son tenidos como populares lo son real- 
mente. Conseguiré fácilmente mi propósito si logro poner de 
manifiesto la opinión auténtica e imparcial del pueblo en su 
conjunto y los sentimientos más profundos de la ciudad. 

¿Por qué razón, en el momento en que llegó a la escena y a 
la representación la noticia del reciente decreto del senado que 
había sido votado en el templo de la Virtud !66, ante un audito- 
rio numerosísimo un actor excelente 167 y que, ¡por Hércules! 
representó los mejores papeles tanto en la vida política como 
en la escena, en medio de lágrimas de alegría por la buena nue- 
va mezcladas con el dolor y la añoranza de mi persona, defen- 
dió ante el pueblo romano mi propia causa con palabras más 
dignas que las que yo mismo hubiese sido capaz de pronunciar 
para defenderme a mí mismo? Sin duda, ponía de manifiesto su 


166 A comienzos de julio del 57 y a propuesta del cónsul Léntulo, en el 
templo del Honor y la Virtud el senado confió a Cicerón bajo la protección de 
los gobernadores provinciales e invitó a todos los ciudadanos de Italia a votar 
en favor de su regreso. 

167 De nombre Esopo, mencionado por Horacio (Epod. II 1, 81, y Sat. 11 3, 
239). Esta representación teatral, según la reconstrucción cronológica de GRI- 
MAL (Études..., op. cit., pág. 127), formaría parte de los ludi Florales que se 
celebraban a comienzos de mayo. Fiestas populares instituidas en el 238 y ce- 
lebradas anualmente desde el 173, estaban organizadas por los ediles plebeyos 
y se caracterizaban por su desenfreno y colorido. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 367 


talento de gran poeta no sólo con su arte sino también con su 
expresión apasionada. ¡Con qué intensidad recitaba aquello de 


Aquel que con ánimo decidido ayudó a la República, 
la sostuvo y permaneció fiel a los aqueos...! 168, 


¡Él decía que yo me había mantenido fiel a vosotros; seña- 
laba con sus gestos a vuestros estamentos! 
Todo el mundo le pedía que volviera a repetir aquello de 


en una situación crítica 


no vaciló en exponer su vida y arriesgar su cabeza. 


¡En medio de qué aclamaciones recitaba aquel actor estos 
versos! Cuando ya, prescindiendo de su actuación, se aplau- 
dían las palabras del poeta, la entrega del actor y la expectativa 
de mi regreso l 


a nuestro amigo más excelso en medio de un gran peli- 
gro... 
el propio actor añadía, por amistad, 

dotado de unas grandes cualidades naturales 
y el público manifestaba su aprobación sin duda porque sen- 
tían una cierta añoranza de mi persona. 


Muy poco después, en la misma representación, ¡con qué 
sollozos del pueblo romano recitó este mismo actor aquello de 


Oh padre mío!... 


168 Son versos de la tragedia de Acio Eurysaces, hijo de Áyax. 


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368 DISCURSOS 


¡Era a mí, a mí, a quien creía que debía llorar en mi ausen- 
cia como a un padre! A mí, a quien Quinto Cátulo 162 y otros 
muchos me habían llamado a menudo en el senado «padre de 
la patria». ¡Con cuántas lágrimas por nuestros incendios y ca- 
lamidades!; cuando deploraba el exilio de un padre, la patria 
afligida y mi casa incendiada y destruida, lo hizo con tanta 
emoción que, después de describir mi fortuna primitiva, al vol- 
verse para exclamar 


He visto todo esto consumido por el fuego... 10 


¡provocaba incluso el llanto de mis enemigos y rivales! 

¡Por los dioses inmortales! ¡De qué forma declamó los si- 
guientes versos! Ciertamente a mí me parece que fueron repre- 
sentados y escritos con tal acierto que —creo- podrían haber 
sido brillantemente declamados por Quinto Cátulo si hubiera 
vuelto a la vida; en efecto, éste acostumbraba a censurar libre- 
mente y a recriminar a veces la ligereza del pueblo romano y 
los errores del senado diciendo: 


¡Oh ingratos argivos, oh griegos indiferentes, que olvidáis 
los favores recibidos..! 


En realidad, no era cierto: no eran ingratos sino desdicha- 
dos, ya que no les fue permitido devolver la salvación a aquel 
del que la habían recibido, y ninguno fue nunca más agradeci- 
do hacia nadie de lo que todos ellos lo fueron hacia mí. Y, sin 
embargo, el poeta más elocuente escribió los siguientes versos 


162 Q. Lutacio Cátulo, el hijo del vencedor de los cimbros y cónsul en el 
78 (sen. 9; dom. 113). 

120 Estos versos, que procedían en realidad de la Andromaca de Enio, los 
habría afiadido intencionadamente el actor en la representación de la tragedia 
de Acio para aludir al incendio y saqueo de las propiedades de Cicerón. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 369 


a propósito de mi persona y, pensando en mí, los declamó el 
mejor y más valiente de los actores, cuando, señalando a todos 
los estamentos, acusaba al senado, a los caballeros romanos y 
a todo el pueblo de Roma: 


¡Consentís su exilio; habéis permitido que fuera expulsa- 
do; os resignáis a que siga así! 


Cuál fue entonces la aprobación general y cuáles los deseos 
que manifestó todo el pueblo romano en la causa de un hombre 
no popular, yo ciertamente lo conocía de oídas; pero los que es- 
tuvieron presentes pueden valorarlo con más facilidad. 

Y, ya que mi discurso me ha arrastrado hasta aquí, diré 
que el actor lloró tantas veces mi desgracia cuando, con tanto 
“sentimiento, defendía mi causa, que las lágrimas impedían 
que se entendiera su clarísima voz. En mi desgracia ni siquie- 
ra me faltó la ayuda de los poetas, cuyo talento yo he aprecia- 
do siempre; y el pueblo romano, con sus aplausos y sus la- 
mentaciones, dio muestras de aprobar lo que ellos decían. Ási 
pues, si el pueblo romano hubiese sido libre, ¿eran Esopo o 
Acio 17 o, más bien, los dirigentes de la ciudad quienes debie- 
ron decir estos versos? Mi nombre se citó expresamente en el 
«Bruto»: 


Tulio ?, que había dado estabilidad a la libertad de los 
ciudadanos... 


Mil veces se hizo repetir este verso. ¿No resultaba evidente 
que el pueblo romano pensaba que, tanto yo como el senado, 


171 El actor principal y autor, respectivamente, de la tragedia cuyos versos 
ha estado citando. 

172 Lógicamente este Tulio no es Cicerón sino posiblemente Servio Tulio, 
El Brutus era una tragedia pretexta de Acio. 


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370 DISCURSOS 


habíamos consolidado aquello mismo que unos ciudadanos in- 
fames decían, acusándonos, que habíamos destruido? 173. 

Pero la expresión más unánime del sentir de todo el pueblo 
romano se puso de manifiesto en una reunión multitudinaria con 
motivo de un combate de gladiadores. Era éste en un espectácu- 
lo ofrecido por Escipión !74, tan digno de él como de Quinto Me- 
telo en cuyo honor se ofrecía. Por lo demás se trataba de un tipo 
de espectáculo que suele celebrarse con una gran afluencia de 
gentes de toda condición y con el que el público suele disfrutar 
sobremanera. Publio Sestio, tribuno de la plebe que, durante su 
magistratura, no hizo otra cosa que defender mi causa, acudió a 
este espectáculo multitudinario y se presentó ante el pueblo, no 
porque deseara sus aplausos sino para que nuestros propios ene- 
migos vieran cuáles eran los sentimientos del pueblo entero. 
Vino, como sabéis, de la columna Menia !/5. Desde todos los 
puestos en que había espectadores a partir del Capitolio y desde 
las barreras del foro se suscitó un aplauso tan grande que, a de- 
cir de la gente, no hubo nunca en causa alguna una manifesta- 
ción de unanimidad mayor y más evidente del pueblo romano. 

¿Dónde estaban entonces aquellos organizadores de asam- 
bleas, aquellos amos de las leyes que expulsaban a sus conciu- 
dadanos? ¿O es que para esos infames ciudadanos existe otro 
pueblo especial al que nosotros nos hemos hecho odiosos y 
hostiles? 


173 Cuando Clodio levantó, en la casa de Cicerón en el Palatino, un templo 
a la Libertad (supra, págs. 92-93), lo hacía para poner de manifiesto qué Cice- 
rón, como otros tiranos del pasado, había conculcado la libertad del pueblo 
(Sulla 21; Vat, 23). 

174 P, Cornelio Escipión Nasica, que, al ser adoptado por Q. Metelo Pío 
(el hijo del Numídico) pasó a llamarse Q. Cecilio Metelo Escipión. Cónsul en 
el 52, era suegro de Pompeyo. 

175. Próxima a la basílica Porcia, recordaba las victorias de G. Menio sobre 
los latinos en el 338. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 371 


En verdad, creo que no ha existido ninguna otra ocasión de 
una afluencia tan numerosa del pueblo romano como la que 
hubo en aquel espectáculo de gladiadores, ni aún tratándose de 
una asamblea o de los comicios populares. Por lo tanto, esta 
multitud innumerable de gente, esta expresión tan clara del 
sentir del pueblo romano en su totalidad y sin distinciones en 
aquellas mismas fechas en que se creía que se iba a tratar mi 
causa, ¿qué otra cosa manifestó sino que la salvación y el ho- 
nor de sus mejores ciudadanos eran del agrado de todo el pue- 
blo romano? 

En cambio, nunca se vió llegar —a pesar de que asistía to- 
dos los días a los combates de los gladiadores— a aquel pre- 
tor 176 que, respecto a mí, solía preguntar a la asamblea popu- 
lar, no como su padre, su abuelo, su bisabuelo o, en fin, todos 
sus antepasados sino con una frivolidad propia de los griegos, 
«si quería que yo regresara» y que, después que sus mercena- 
rios habían gritado «no» con voz medio apagada, afirmaba que 
era el pueblo el que se oponía a mi regreso. Surgía de repente, 
después de haberse deslizado bajo el entablado, como si fuera 
a decir 


¡Oh madre, escchame! V1, 


De modo que aquel camino tan clandestino por el que acu- 
día al espectáculo se denominaba ya «Vía Apia»; de todos mo- 
dos, desde el momento en que su presencia era descubierta, 
tanto los gladiadores como sus propios caballos se aterroriza- 
ban ante los repentinos abucheos que se producían. 

¿Veis, pues, la gran diferencia que existe entre el auténtico 
pueblo romano y una asamblea popular?; ¿cómo los amos de 
estas asambleas son señalados con todo tipo de manifestacio- 


176 Apio Claudio Pulcro, hermano de Clodio y pretor en el 57. 
177 Fragmento de la tragedia de Pacuvio Ziona. 


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372 DISCURSOS 


nes de odio por parte del pueblo, mientras que aquellos a los 
que no se les permite asistir a esas asambleas de asalariados 
son honrados con muestras de aprobación de todo el pueblo? 
¿Eres tú el que me recuerdas además el caso de Marco Atilio 
Régulo (antes que permanecer en Roma sin aquellos prisione- 
ros por cuya salvación había sido enviado ante el senado prefi- 
rió regresar voluntariamente a Cartago para sufrir el suplicio) y 
el que sostienes que no debí desear el regreso sirviéndome de 
bandas de mercenarios y de hombres armados? 

¡Seguro que deseé el uso de la violencia! Precisamente yo 
que, mientras la hubo, no hice nada y a quien, de no haberse 
producido, ninguna otra circunstancia me habría podido que- 
brantar. 

¿Debería rechazar un regreso como éste, tan brillante que 
temo que alguien piense que salí exiliado por mi afán de gloria 
con el propósito de regresar de la forma en que lo he hecho? 178, 
Salvo a mí, ¿a qué ciudadano ha recomendado alguna vez el se- 
nado a las naciones extranjeras? Si no es por mi salvación, ¿por 
la de quién ha dado alguna vez el senado las gracias pública- 
mente a los aliados del pueblo romano? Únicamente por mí los 
senadores decretaron que, quienes gobernaban provincias con 
mando militar, quienes eran cuestores y legados, protegieran mi 
persona y mi vida; desde la fundación de Roma, únicamente en 
mi causa fueron convocados de toda Italia, mediante cartas de 
los cónsules y en virtud de un decreto del senado, cuantos que- 
rían la salvación de la República !”?. Lo que nunca decretó el 
senado en una situación de peligro de toda la República, pensó 
que, sólo por salvarme, debía decretarse. ¿A quién reclamó más 
vivamente la curia, a quién lloró más el foro? ¿A quién, igual- 
mente, echaron en falta los propios tribunales? Con mi partida 


178 El mismo razonamiento que había expresado en dom. 76. 
179 Sobre esta misma idea, cf. sen. 24, nota 47. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 373 


todo quedó desierto, sombrío, silencioso, lleno de luto y triste- 
za. ¿Qué rincón de Italia existe en el que no haya quedado gra- 
bado en sus monumentos públicos el profundo interés por mi 
salvación como testimonio de la estima hacia mi persona? 
¿Para qué, pues, voy a recordar aquellos divinos decretos 
del senado referentes a mí? Por ejemplo, el que fue votado en 
el templo de Júpiter Óptimo Máximo, cuando ese hombre que 
con tres triunfos !80 marcó tres límites del mundo y tres regio- 
nes que quedaron unidas a nuestro imperio, al manifestar su 
opinión por escrito me concedió únicamente a mí el título de 
salvador de la patria 181; esta decisión fue secundada por un se- 
nado tan concurrido que únicamente mi enemigo disintió, y 
fue anotada en los registros oficiales para eterno recuerdo de la 
. posteridad; o bien aquel decreto del día siguiente en la curia 
con la advertencia del pueblo romano y de aquellos que habían 
acudido desde los municipios, de que quedaba prohibido ob- 
servar el cielo y provocar algún retraso en el modo de proce- 
der; se establecía que, si alguien actuaba de otra forma, se 
comportaría abiertamente como destructor del Estado, que el 
senado se molestaría profundamente y que se ordenaría tratar 
de inmediato esta actuación. A pesar de que con estas medidas 
rigurosas el senado en pleno consiguió refrenar los propósitos 


180 Pompeyo celebró el triumphus por las victorias en África (81), en His- 
pania (71) y en Asia Menor contra Mitrídates (61). Sobre esta ültima celebra- 
ción, en septiembre del 61, cf. Pim, nat. hist. XXXVII 2; 37, 6; PLUT., Pomp. 
45; Dión Casio, XXXVII 21; VaL. Máx., VIII 15, 8. 

18! Después de la votación unánime del senado en favor del regreso de Ci- 
cerón (supra, pág. 22), se fijó al pueblo un plazo máximo de cinco días comi- 
ciales para proponer una ley sobre el retorno del exiliado (sen. 27). El 4 de 
agosto los comicios centuriados aprobaron una propuesta que, mediante una 
excepción personal, al impedir que se pudiera ejercer el derecho de la obnun- 
tiatio, abolía al menos temporalmente las leyes Elia y Fufia (S. WEINSTOCK, 
«Clodius and the lex Aelia Fufia», JRS 27 (1937), 215-222, y J .P. V. D., «Ro- 
man History 58-56 b.C.», art. cit.). 


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374 DISCURSOS 


criminales y la audacia de algunos individuos, de todos modos 
añadió que, si en el plazo de los cinco días en que se podía tra- 
tar de mi regreso no se hacía, podría regresar a mi patria recu- 
perando todos mis honores. 

Al mismo tiempo el senado decretó que se dieran las gra- 
cias a cuantos, desde toda Italia, habían acudido para favorecer 
mi regreso y que se les rogara que acudieran igualmente a la 
hora de volver a tratar el tema. 

Era tal la rivalidad en mostrar interés por mi regreso que 
los mismos a quienes el senado consultaba sobre mi situación 
acababan suplicando al senado en mi favor. En estas circuns- 
tancias sólo se encontró una persona que se opusiera pública- 
mente a estos deseos tan encarecidos de la gente de bien; es 
más, fue el cónsul Quinto Metelo (que había sido un enconado 
adversario mío a causa de importantes disputas políticas) quien 
presentó la proposición en favor de mi regreso !9?, Fue estimu- 
lado, tanto por la gran autoridad de Publio Servilio 183 como 
por su excepcional ponderación a la hora de hablar, cuando 
hizo salir de los infiernos a casi todos los Metelos y consiguió 
que el pensamiento de su pariente, lejos de las fechorías de 
Clodio, se fijara en el honor de aquel linaje que les era común; 
cuando le hizo recordar el ejemplo de su familia y el destino 
-glorioso y difícil a la vez- de aquel famoso Metelo Numídi- 
co 184, este hombre distinguido —un auténtico Metelo— se echó 
a llorar y se entregó completamente a Publio Servilio, que aún 


182 En cambio, en sen. 26 es el otro cónsul del 57, Léntulo, el que presentó 
la propuesta y Q. Metelo se limitó a apoyarla. 

183 P. Servilio Vatia Isáurico, nieto por línea materna de Q. Cecilio Mace- 
dónico. Cónsul en el 79, procónsul en el 78 en Cilicia, debe su sobrenombre a 
la conquista del territorio de los isauros, por lo que celebró un triumphus en el 
774. Uno de los jueces en el proceso de Verres, participó activamente en el re- 
greso del orador. 

184 Sobre Q. Cecilio Metelo Numídico y su exilio, cf. sen. 37, nota 72. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 375 


estaba hablando; un hombre como él, de su misma sangre, no 
pudo aguantar por más tiempo aquella divina gravedad, llena 
de nobleza, y, aunque distante, se reconcilió conmigo por su 
propio mérito, 

Esto, sin duda, debió de ser motivo de una gran alegría 
para todos los Metelos (si es que a los hombres ilustres les 
queda al morir alguna conciencia) y, en especial, para un hom- 
bre tan valeroso y un ciudadano tan distinguido como su her- 
mano, que fue compañero de mis fatigas, de mis peligros y de- 
cisiones. 

¿Quién ignora cómo fue mi regreso? 185, Cómo, a mi llega- 
da, los habitantes de Brindis me tendieron su mano como si 
fuera la de toda Italia y la de la patria misma; pues ese mismo 
. día, el de las Nonas del sexto mes, fue a la vez el de mi llegada 
y el de mi vuelta a nacer, el aniversario de mi queridísima hija 
(a quien vi entonces por primera vez después de una ausencia 
y un sufrimiento tan difíciles de sobrellevar) y también el ani- 
versario de la propia colonia de Brindis así como el del Tem- 
plo de la Salud !36; y fue el día en que la casa de unos hombres 
intachables y cultos, Marco Lenio Flaco !57, su padre y su her- 
mano, me recibió con la mayor de las alegrías, una familia que 
ya me había acogido el año anterior cuando me encontraba su- 
mido en la desolación y que, no sin riesgos, me procuró con su 
protección una defensa. A lo largo del recorrido se veía a todas 
las ciudades de Italia en fiestas para conmemorar mi llegada, 
los caminos estaban frecuentados por una multitud de legados 
venidos de todas partes y el acceso a la ciudad destacaba por la 


185 Para el relato del regreso triunfal de Cicerón, cf. Att. IV 1, 4-5, citado 
en pág. 22, 

186 El templo de la Salud, situado en el Quirinal, había sido consagrado 
por el dictador G. Junio Bubulco en el 303. 

187 Sobre M. Lenio Flaco, cf. Planc. 97. 


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376 DISCURSOS 


increíble cantidad de gente y sus manifestaciones de alegría; el 
trayecto desde la puérte, Capena, la subida al Capitolio y el re- 
greso a casa eran tan emotivos que, en medio de aquella in- 
mensa alegría, me dolía que una ciudad tan agradecida hubiese 
estado sumida en la desgracia y la opresión. 

Tienes, pues, la respuesta a tu pregunta: quiénes son los 
optimates. No es, como dijiste, una «secta»; término que he re- 
conocido de inmediato pues es propio de ese hombre, el único 
por el que Publio Sestio se ve directamente atacado, de un 
hombre que deseó ver destruida y aniquilada esta «secta» y 
que, con frecuencia, censuró y acusó a una persona moderada 
y enemiga de asesinatos como Gayo César porque afirmaba 
que, mientras se mantuviera viva esta «secta», él nunca estaría 
tranquilo. Nada consiguió sobre el conjunto de los optimates; 
pero no cesó de actuar contra mí: me atacó, primero mediante 
el delator Vetio !88, a quien interrogó en una asamblea sobre mi 
persona y sobre ciudadanos muy distinguidos. Al hacerlo, aso- 
ció a estos ciudadanos bajo los mismos peligros y acusaciones 
que pesan sobre mí, de modo que se ganó mi gratitud por ha- 
berme puesto junto a unos hombres distinguidos y valerosos. 

Después maquinó todo tipo de intrigas criminales contra 
mí sin ningún mérito de mi parte ya que yo sólo deseaba agra- 
dar a la gente de bien. Todos los días ofrecía alguna mentira 


188 Personaje siniestro del orden ecuestre, fue un auténtico delator «profe- 
sional». Informador de Cicerón durante su consulado del 63, acusó a César de 
connivencia con Catilina. Años después, en el 59, al ser detenido en el foro, 
declaró estar preparando un atentado contra Pompeyo a instigación de Curión 
el hijo, de sus amigos y de Bíbulo; encarcelado primero y liberado después 
por César para que declarara, afirmó que los auténticos instigadores eran L. 
Domicio Enobarbo, L. Lúculo y «un consular elocuente» (en referencia clara 
a Cicerón). Reconducido a prisión, fue encontrado muerto días después (cf. 
Att. 11 24; Vat. 24-26; PLuT., Luc. 42, 7-9; DióN Casio, XXXVII 9; SuET.; 
Caes. 20). 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 3T] 


sobre mí a cuantos le hacían caso; a un hombre tan amigo mío 
como Gneo Pompeyo le aconsejaba que sintiera miedo de mi 
casa y.se guardara de mi persona; había realizado con mi ene- 
migo una alianza tal que un personaje tan digno de la gente 
con la que se asociaba como Sexto Clodio '$% proclamaba que, 
en lo referente a mi proscripción, (a la que él había contribui- 
do) los dos eran por igual sus redactores !%, Fue el único de 
nuestro estamento que públicamente se llenó de alegría con mi 
exilio y vuestro dolor. Aunque todos los días se lanzaba contra 
mí, yo, jueces, nunca dije una palabra sobre él; aunque era ata- 
cado con toda clase de artefactos y de máquinas, con la violen- 
cia de su ejército y con sus tropas, pensé que no era convenien- 
te quejarme de un arquero aislado. Afirma que no está de 
„acuerdo con mis decisiones políticas. ¿Hay alguien que no lo 
sepa? Pues es él el que desprecia la ley propuesta por mí !?! 
que prohibe expresamente ofrecer combates de gladiadores du- 
rante los dos años en que alguien presente o vaya a presentar 
una candidatura. 

En este punto, jueces, no puedo dejar de admirar su temeri- 
dad. Actúa contra esta ley de la forma más visible y lo hace 


189 Sobre Sexto Clodio, cf. dom. 25, nota 38. 

190 El pasaje presenta problemas de crítica textual. Hemos aceptado, como 
Cousin, la corrección a los manuscritos de Madvig: P. Vatinio habría estado, 
por tanto, asociado a Sexto Clodio en el trabajo de redacción de las leyes de P. 
Clodio (dom. 47, nota 65) y, en especial, en la redacción de la lex de exsilio 
Ciceronis. 

19% La lex Tullia de ambitu, presentada por Cicerón durante su consulado 
del 63 y que reforzaba la lex Calpurnia del 67. Esta última excluía del senado 
y de todo cargo público (con la pérdida del derecho al ius honorum) a las per- 
sonas culpables de ambitu; la de Cicerón los condenaba, además, al exilio fue- 
ra de Roma durante diez años y, entre otras cláusulas, establecía la prohibi- 
ción de dar juegos de gladiadores en los dos años que precedieran a la 
presentación de una candidatura. 


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378 DISCURSOS 


quien no puede, ni escapar de un juicio con su amabilidad, ni 
salir libre pese a sus influencias, ni quebrantar las leyes y los 
tribunales con sus recursos y su poder. ¿Qué motivo empuja a 
este hombre a semejante falta de moderación? ¿un deseo exce- 
sivo de gloria? 

Consiguió -según creo— una banda de gladiadores de apa- 
riencia impresionante, de buena calidad y famosa: conocía los 
intereses del pueblo y se imaginaba ya sus aclamaciones y su 
presencia multitudinaria. Movido por estas expectativas y ar- 
diendo en deseos de gloria, no pudo abstenerse de poner en 
escena a estos gladiadores, de los que el más hermoso era él 
mismo !?2, Nadie podría perdonarle si cometiera sus errores 
alegando como excusa que se sentía empujado por un celo 
popular ante los recientes favores del pueblo romano hacia su 
persona. Pero, puesto que armó con el nombre de gladiadores 
a hombres que ni siquiera habían sido elegidos de entre los 
esclavos puestos a la venta sino comprados de los calabozos 
y, echándolo a suertes, los hizo a unos «samnitas», a otros, l 
«provocadores» 1%, ¿no tiene miedo de las consecuencias que 
puede traer. una licencia tan grande y un desprecio tal de las 
leyes? 

Alega, sin embargo, como defensa dos motivos: en primer 
lugar dice: «yo presento bestiarios y el texto de la ley se re- 
fiere a gladiadores». ¡Ingenioso! Escuchad algo todavía más 
sutil: nos dirá que no presenta, en realidad, gladiadores sino 
un solo gladiador y que ha dedicado toda su edilidad a este 
único espectáculo. ¡Brillante edilidad la suya! Un solo león y 


192 Alusión mordaz a Vatinio, cuyo aspecto físico no era precisamente 
atractivo (cf. infra, pág. 393 y Vat. 2, 4, 39 y notas). 

193 Si bien son conocidos los gladiadores samnitas, tracios, galos, etc., ig- 
noramos el significado de provocatores que bien podría referirse a los gladia- 
dores que incitaban a la lucha o entrenaban a otros. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 379 


doscientos bestiarios. Pero no me importa que alegue esta de- 
fensa: deseo que tenga confianza en su propia causa, pues, 
cuando desconfía, acostumbra a apelar a los tribunos de la 
plebe y a obstaculizar los juicios con violencia. No me sor- 
prende tanto que desprecie una ley como la mía (la de un 
hombre que es su adversario), como que haya decidido consi- 
derar nula toda ley consular: despreció las leyes Cecilia Didia 
y Licinia Junia 19%, ¿También considera nula la ley sobre el 
delito de concusión debida a Gayo César !%, un hombre al 
que suele vanagloriarse de haberlo protegido, pertrechado y 
armado con su propia ley !?6 y su ayuda? Cuando aquel sue- 
gro de César y este acólito 19 desprecian una ley tan excelen- 
te como ésta, ¡dicen que son otros los que anulan las decisio- 
nes de César! 

El acusador se ha atrevido, incluso, a exhortaros a voso- 
tros, jueces, a que seáis de una vez por todas severos y a que 
apliquéis, por fin, algún remedio a la República. Aplicar el es- 
calpelo a la parte sana del cuerpo no es un remedio: es una car- 
nicería, un acto de crueldad. Los que realmente curan a la Re- 


19 La lex Caecilia Didia de modo legum promulgandarum del 98, pro- 
mulgada por los cónsules Q. Cecilio Metelo y T. Didio, retomaba las disposi- 
ciones de la ley de los Gracos en relación a agrupar en una proposición única 
proyectos heterogéneos (rogatio per saturam) y prescribía el plazo de un tri- 
nundinum (para su significado, cf. dom. 45, nota 62) entre la promulgatio y el 
voto de una ley. Sobre la lex Licinia Iunia del 62, cf. Vat. 33, nota 60. 

195 La lex Iulia de pecuniis repetundis del 59, con gran severidad y detalle 
(tenía al menos 101 artículos) establecía los castigos contra los magistrados 
que recibieran ilegalmente dinero o regalos durante el desempeño de su cargo. 

196 Ya que la lex Vatinia de provincia Caesaris del 59 otorgaba a César la 
Galia Cisalpina y el Ilírico por cinco años con tres legiones. El senado la com- 
pletó concediéndole una legión suplementaria y la Galia Narbonense. 

197 Se refiere a L. Calpurnio Pisón, procónsul en Macedonia, ya que Cal- 
purnia fue la última esposa de César. El acólito es Vatinio (Vat. 29). 


65 


136 


137 


380 DISCURSOS 


pública son los que amputan la parte contagiosa del Estado 
como si de un tumor se tratara 1%, 

Pero para que mi discurso tenga algün límite y para que yo 
deje de hablar antes de que vosotros dejéis de escucharme tan 
atentamente, voy a concluir mi exposición relativa a los opti- 
mates, a sus líderes y a los defensores de la Repüblica; y a vo- 
sotros, jóvenes, a los que pertenecéis a la nobleza, os invitaré a 
imitar a vuestros antepasados, y a los que podéis conseguir la 
nobleza merced a vuestro talento y virtudes !??, os exhortaré a 
seguir el mismo método de vida en el que han brillado por sus 
honores y por su gloria muchos hombres nuevos. 

Creedme, la ánica vía para alcanzar la estima, la considera- 
ción y los honores es ésta: ser alabados y apreciados por los 
hombres de bien, sabios y bien nacidos, y conocer la constitu- 
ción tan sabiamente establecida por nuestros antepasados; és- 
tos, al no haber podido soportar el poder de los reyes, crearon 
magistrados anuales aunque a la cabeza del Estado pusieron 
como consejo permanente al senado; los miembros del consejo 
eran elegidos por todo el pueblo y el acceso a este estamento 
(que es el más importante) estaba abierto a los méritos y virtu- 
des de todos los ciudadanos. Colocaron al senado como guar- 
dián, protector y defensor de la República. Su intención era 
que los magistrados se sirvieran de la autoridad de este esta- 
mento y que, en cierto modo, fueran ministros de este impor- 
tantísimo consejo. Era también su deseo fortalecer al propio 
senado con el prestigio de los estamentos más próximos 20 así 


198 Nueva alusión mordaz a Vatinio, por sus tumores físicos y por ser un 
«tumor» para la Repüblica. 

19? Para Cicerón, por tanto, la «nobleza» no se consigue sólo por herencia 
de sangre: las cualidades personales y morales de un individuo pueden hacer 
también de él un bonus civis, un optimate. Cf. H. STRASBURGER, «Homo no- 
vus», RE 17.1 (1936), cc. 1223-1228. 

200 El de los caballeros y el de los tribuni aerarii. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 381 


como proteger y acrecentar la libertad y los privilegios de la 
plebe. 

Los que, en la medida de sus fuerzas, defienden estos prin- 138 66 
cipios, son optimates con independencia del estamento al que 
pertenezcan. A su vez, los que principalmente sostienen sobre 
sus espaldas cargos y funciones públicas tan importantes, son 
considerados siempre líderes de los optimates y garantes y sal- 
vadores del Estado. Como ya he dicho antes, reconozco que 
este tipo de personas tienen muchos adversarios, muchos ene- 
migos y rivales; están expuestos a muchos peligros, son vícti- 
mas de muchas injusticias y han de sufrir y afrontar grandes 
esfuerzos; pero todas mis palabras tienen que ver con la virtud 
y no con la desidia, con la dignidad y no con el placer, con 
. aquellos que creen haber nacido para el bien de la patria, para 
sus conciudadanos, para la consideración y la gloria y no para 
el sueño, los banquetes y la diversión. En efecto, quienes se 
dejan arrastrar por los placeres, quienes se entregan a los atrac- 
tivos de los vicios y a los encantos de las pasiones, que aban- 
donen los honores, que no afronten responsabilidades públicas, 
que se contenten con disfrutar de su vida ociosa gracias a los 
esfuerzos de los ciudadanos de espíritu más decidido, 

Al contrario, quienes pretenden alcanzar la honrosa estima 139 
de la gente de bien (que es la única gloria que verdaderamente 
puede denominarse así), deben buscar la tranquilidad y los pla- 
ceres para los demás, no para ellos. Deben sudar por el bien 
común, deben afrontar enemistades y, a menudo, sufrir tem- 
pestades por defender la República: han de enfrentarse a mu- 
chos hombres audaces, impíos y a veces, incluso, a los podero- 
sos 201, Esto es lo que hemos oído, lo que nos ha enseñado la 
tradición y lo que hemos leído acerca de lo que pensaron e hi- 


201 ¿Alusión a los triunviros, César, Pompeyo y Craso? 


67 140 


382 DISCURSOS 


cieron los hombres más ilustres. No vemos, en cambio, que 
sean alabados los que alguna vez incitaron los ánimos del pue- 
blo a la sedición, los que con sus dádivas intentaron cegar el 
espíritu de la gente ignorante o los que provocaron alguna ani- 
madversión contra hombres enérgicos, distinguidos y benemé- 
ritos de la República. Nuestros compatriotas los consideraron 
siempre ciudadanos frívolos, temerarios, malvados y pernicio- 
sos. Por el contrario, quienes refrenaron sus ataques y tentati- 
vas, quienes, con su autoridad, lealtad, constancia y grandeza 
de ánimo, resistieron a los planes de los audaces, han sido con- 
siderados siempre como hombres serios, líderes, guías y garan- 
tes de nuestra dignidad y de nuestro imperio. 

Y, para que nadie tema seguir esta norma de vida por culpa 
de mi desgracia o de la de algunos otros, sepa que tan sólo 
hubo un hombre en esta ciudad (que yo pueda citar) que, pese 
a sus brillantes servicios a la República, cayó de la forma más 
ignominiosa: Lucio Opimio ?%. De él nos ha quedado un mo- 
numento muy concurrido en el foro 203 y su sepulcro completa- 
mente abandonado en la costa de Dirraquio. Pese a la fuerte 
impopularidad que le supuso la muerte de Gayo Graco, el pue- 
blo romano siempre lo libró del peligro: fue otra tempestad, la 
de un juicio injusto, la que derribó a este egregio ciudadano 204, 
Los demás, o bien, después de haber sido abatidos por una vio- 
lencia repentina o por la agitación popular, fueron restableci- 
dos y vueltos a llamar por el propio pueblo o bien vivieron 


22 Cónsul único en el 121, después de dar muerte a Gayo Graco y a sus 
partidarios, eligió a un tribuno de la plebe favorable a la nobleza. Acusado al 
concluir su mandato, su defensor Gayo Carbón consiguió su absolución ale- 
gando que había actuado legalmente en defensa del Estado (De orat. II 106; 
132; Liv., Perioc. 61). 

263 El templo de la Concordia y la basílica Opimia. 

?* En efecto, fue condenado en el 110 por haber aceptado ciertos «favo- 
res» de Yugurta en el tema de la sucesión en Numidia. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 383 


completamente a salvo y libres de toda violencia. En cambio, 
quienes despreciaron el consejo del senado, la autoridad de los 
ciudadanos honestos, las instituciones de nuestros antepasados, 
y pretendieron agradar a un populacho ignorante y agitado, 
casi todos expiaron sus crímenes contra el Estado, o con una 
muerte inmediata o con un exilio vergonzoso 205, 

Y si entre los atenienses —al fin, hombres griegos-, que es- 
tán muy lejos de tener nuestra gravedad de carácter, no falta- 
ban quienes defendían al Estado contra la temeridad del 
pueblo 2%, a pesar de que cuantos habían actuado así eran ex- 
pulsados de la ciudad; si a Temístocles, aquel famoso salvador 
de su patria, no lo apartaron de la defensa del Estado ni las 
desgracias de Milcíades (que había salvado poco antes a aque- 
lla ciudad) ni el exilio de Arístides (que fue, según la tradición, 
el hombre más justo de su tiempo); si, más tarde, otros hom- 
bres distinguidos de esa misma ciudad (a los que no me parece 
necesario citar uno a uno), pese a haber experimentado tantas 
muestras del carácter colérico y voluble del pueblo, defendie- 
ron, no obstante, sus instituciones políticas, ¿qué no debemos 
hacer, en fin, nosotros que, en primer lugar, hemos nacido en 
una ciudad —en mi opinión- origen de la gravedad y grandeza 
de ánimo; que, además, nos apoyamos en un prestigio tan 
grande que todas las demás cuestiones humanas deben pare- 
cernos insignificantes; que, después, hemos asumido la misión 
de proteger un Estado que goza de una consideración tal que 
morir en su defensa es preferible a intentar alcanzar el poder 
atacándola? 


205 Con la muerte, personajes como Espurio Melio, M. Manlio Capitolino, 
los Gracos, Saturnino, etc.; con el exilio, M. Emilio Lépido, padre del triunvi- 
ro, exiliado en Cerdeña. 

206 Además de los personajes griegos, en rep. I 5, Cicerón cita ejemplos 
romanos similares: Camilo, Ahala, Escipión Nasica, Opimio, Metelo o Mario. 


141 


68 142 


143 


384 DISCURSOS 


Los hombres griegos que acabo de mencionar, aunque con- 
denados y expulsados de forma injusta por sus conciudadanos, 
sin embargo, gracias a los buenos servicios que prestaron a sus 
ciudades, gozan en la actualidad de una consideración tan 
grande (no sólo en Grecia sino también entre nosotros y en los 
demás países) que nadie menciona el nombre de sus opresores 
sino que todos anteponen la desgracia de aquéllos a la tiranía 
de éstos. ¿Qué cartaginés ha destacado sobre Aníbal por sus 
decisiones, por su valor y sus hazañas, el único que fue capaz 


de luchar durante tantos años, con muchos generales nuestros 


por el imperio y la gloria? A ése sus conciudadanos lo expulsa- 
ron de la ciudad 207; en cambio nosotros vemos que, pese a ser 
un enemigo, ha sido celebrado en nuestra literatura y nuestra 
historia. 

Por lo tanto, intentemos imitar a nuestros Brutos, Camilos, 
Ahalas, Decios, Curios, Fabricios, Máximos, Escipiones, Lén- 
tulos, Emilios y a otros muchos que consolidaron este Estado; 
yo, al menos, les concedo un lugar entre el número de los dio- 
ses inmortales. Amemos a nuestra patria; obedezcamos al se- 
nado; velemos por la gente de bien; despreciemos las ventajas 
del presente; busquemos la gloria futura; consideremos que lo 
mejor es lo más recto; tengamos confianza en conseguir nues- 
tros deseos, pero sepamos también sobrellevar cuanto la suerte 
nos depare; pensemos, en fin, que el cuerpo de los hombres va- 
lerosos e importantes es mortal, pero el impulso de su espíritu 
y la gloria de su virtud eternos; y, si vemos esta opinión consa- 
grada en un personaje tan venerable como Hércules (se dice 
que, aunque quemado su cuerpo, su vida y virtudes alcanzaron 
la inmortalidad), consideremos igualmente que han alcanzado 


207 Aníbal (cuyos bienes serían confiscados y destruida su casa) huyó de 
Cartago antes de que se dictara su exilio. Cf. Liv., XXXIII 47, y NeroTE, 
Hann. 7. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 385 


una gloria inmortal quienes con sus decisiones y esfuerzos han 
robustecido, defendido o protegido a esta gran República. 

Sin embargo, mientras estaba hablando y me disponía a de- 144 69 
cir más cosas aún sobre la consideración y la gloria de estos 
ciudadanos valerosos y egregios, de repente la visión de los 
amigos presentes ha hecho que me detenga en el desarrollo de 
mi discurso: estoy viendo como acusado a Publio Sestio, de- 
fensor, protector y abogado de mi vida, de vuestra autoridad y 
de la causa del Estado; veo a su hijo, que aún viste la toga pre- 
texta 208 y que me mira con lágrimas en los ojos; veo vestido de 
luto y acusado a Milón, el garante de vuestra libertad, el guar- 
dián de mi vida, el refugio de la República abatida, el destruc- 
tor de las bandas de ladrones de nuestra ciudad, el represor de 

_los asesinatos de cada día, el defensor de nuestros templos y 
casas, el protector de la curia; veo envuelto en un aspecto sór- 
dido y miserable a Publio Léntulo, a cuyo padre considero 
como el dios y creador de mi fortuna y de mi nombre, así 
como de los de mi hermano y de nuestros hijos; al mismo que 
el año anterior recibió de su padre la toga viril y de la voluntad 
del pueblo la toga pretexta lo estáis viendo ahora, envuelto en 
esta toga, intentando con sus súplicas evitar a su padre, ciuda- 
dano valeroso y distinguido, la desgracia inesperada de una ley 
tan injusta 209, 

Ha sido únicamente por mi causa, por haberme defendido, 
por haber sufrido mi propia desgracia y dolor, por haberme 
confiado a las lamentaciones de la patria, a las demandas del 
senado, a las peticiones de Italia y a las súplicas de todos voso- 
tros por lo que tantos y tales ciudadanos han adoptado estos 


45 


208 Y por tanto con un mínimo de 16 años. Sobre este hijo cf. supra, Sest. 
10, nota 16. 

209 Ya que el tribuno G. Catón, enemigo de Léntulo, había presentado una 
ley de imperio Lentulo abrogando (Q. fr. 118, 1). 


146 


386 DISCURSOS 


vestidos de luto, este aspecto sórdido y miserable. ¿Tan grave 
es el crimen que se me imputa? ¿Qué falta tan grande cometí 
el día en que os presenté pruebas, cartas y confesiones del 
desastre que se preparaba contra todos nosotros, el día en que 
os obedecí? Si es un crimen amar a la patria, he expiado sufi- 
cientemente el castigo: mi casa ha sido destruida, mis bienes 
saqueados, dispersados mis hijos, arrebatada a la fuerza mi mu- 
jer; mi buen hermano, con su increíble devoción y su extraordi- 
nario cariño hacia mí, en el colmo de las desgracias ha ido a 
postrarse a los pies de mis peores enemigos; por mi parte, apar- 
tado de mis altares, de mi hogar y de mis dioses penates, sepa- 
rado de los míos, me he visto privado de la patria a la cual —por 
decirlo rápidamente- yo había defendido ciertamente con mi 
vida: he soportado la crueldad de mis enemigos, el crimen de 
los traidores, la perfidia de los envidiosos. 

Si no son suficientes estos sufrimientos, porque parece que 
han desaparecido con mi regreso, prefiero mucho más, jueces, 
lo'prefiero, volver a caer en aquel mismo infortunio antes que 
provocar la desgracia de mis defensores y salvadores. ;, Podría, 
acaso, quedarme en esta ciudad habiendo sido expulsados 
aquellos que hicieron que yo volviera a recuperarla? 210, No me 
quedaré, jueces: no podré quedarme. Nunca este muchacho, 
que con sus lágrimas está manifestando su devoción filial, me 
verá a salvo de peligros si, por mi causa, pierde a su padre; ni, 
cuantas veces me vea, llorará y dirá que ve en mí la causa de 
su desgracia y la de su padre. Más bien al contrario: comparti- 
ré su suerte, sea cual fuere la que se presente; ningün destino 
me apartará nunca de esos a quienes veis vestidos de luto por 
mi causa; ni las naciones a las que me recomendó el senado y a 
las que manifestó su agradecimiento por sus servicios a mi 


210 Es decir, los tribunos Sestio y Milón o el cónsul del 57 P. Léntulo. 


EN DEFENSA DE P. SESTIO 387 


persona, llegarán a ver a Sestio exiliado por mi causa sin que 
yo esté a su lado. 

De todos modos, jueces, son los dioses inmortales, los 
mismos que, a mi llegada, me acogieron en sus templos en 
compañía de estos hombres y del cónsul Publio Léntulo, y es 
la propia República -lo más sacrosanto que se puede imagi- 
nar- quienes han confiado estas cuestiones a vuestro poder de 
decisión. Vosotros podéis reafirmar con vuestro veredicto las 
intenciones de todos los hombres de bien y rechazar las de los 
malvados; podéis serviros de estos excelentes ciudadanos, po- 
déis restablecerme a mí y renovar la República. Por lo tanto, 
os ruego y suplico que, si realmente quisisteis que yo me sal- 
vara, salvéis ahora a esos hombres gracias a los cuales me ha- 
. béis recuperado. 





147 


CONTRA VATINIO 


INTRODUCCIÓN 


4 


1. La «interrogatio» contra Vatinio 


Había, además, otro interrogatorio de los testigos [de la acusa- 
ción] en la forma en que el propio Cicerón interrogó en su tiempo al 
testigo Publio Vatinio; pues, hablando con propiedad, se llamaba in- 
terrogatio a la refutación de los testigos !. 

En ocasiones la intervención del orador se dirige contra testigos 
aislados; este género de ataque lo leemos en muchos discursos mez- 
clado con la defensa, pero también editado por separado, como ocu- 
rrió contra el testigo Vatinio?. 


Las palabras de Quintiliano y la anotación del escoliasta 
explican claramente la naturaleza de este discurso o, para ser 


! Schol. Bob. pág. 170, 6, Stangl. 

2 QuiNT., Inst. orat. V 7,6. Esta interrogatio fue, por tanto, reelaborada an- 
tes de su publicación (cf. J. HuMBERT, Les plaidoyers écrits..., op. cit, págs. 
175-176), lo que explicaría algunas referencias de Cicerón a hechos en reali- 
dad posteriores al discurso (J. CousiN, op. cit., págs. 234-235 y 248) y la for- 
ma como mitigó cualquier alusión crítica a César (infra, págs. 399-400). Basta 
comparar, en este sentido, el contenido de la interrogatio tal como se nos ha 
conservado con los argumentos que el propio Cicerón (en una carta a Léntulo 
fechada dos años después: Fam. I 9, 7; cf. Vat. 22, nota 39) dice haber desa- 
rrollado durante el interrogatorio. 


392 CONTRA VATINIO 


más precisos, de esta interrogatio: como en la mayoría de los 
procesos judiciales, en el iniciado contra Publio Sestio uno de 
los cometidos de sus defensores (en este caso, de Cicerón) 
consistió en interrogar a los testigos de la acusación para inten- 
tar destruir su testimonio. Vatinio era el testigo de cargo más 
importante 3 porque «atacaba abiertamente a Sestio»; Cicerón 
—así se lo cuenta a su hermano Quinto +- se despachó a gusto 
con él (arbitrio suo) y consiguió «hacer pedazos» su testimo- 
nio «con gran complacencia de los dioses y de los hombres» y, 
en especial, del propio Sestio. 

Para invalidar un testimonio nada mejor que desacreditar a 
la persona que lo presenta, destacando su falta de credibilidad, 
recordando su dudoso pasado, sus defectos, etc. Ése fue preci- 
samente el propósito de Cicerón: 


Todo mi interrogatorio no tuvo otra intención que criticar su tri- 
bunado. A este respecto hablé, con la mayor libertad y energía, de su 
violenta actuación, de los auspicios, de los repartos de reinos, pero no 
sólo en este proceso sino también en el senado, en los mismos térmi- 
nos y reiteradas veces 5, 


Cicerón, por tanto, no va a abordar en este interrogatorio 
los aspectos fundamentales de la acusación contra Sestio, sino 
que, para destruir la credibilidad del testigo (que acabará con- 
vertido de acusador en acusado), se va a centrar en la actua- 
ción pública de Vatinio, sobre todo durante su tribunado de la 
plebe en el 59; de ahí que convenga detenerse, siquiera breve- 
mente, en la trayectoria política de Vatinio y en su relación con 
el orador. 


3 Los otros dos testigos fueron L. Gelio Publícola (cf. Sest. 110, nota 148) 
y L. Emilio Paulo (cf., Vat. 25, nota 47). 

+ Q.fr. M4, 1. 

5 Fam. Il 9, 7. 


INTRODUCCIÓN 393 


2. La personalidad de Vatinio 


Lo cierto es que para trazar la biografía de Vatinio, la única 
fuente de que disponemos son los datos que el propio Cicerón 
aporta en este discurso y en su correspondencia; unos datos ló- 
gicamente parciales y que, al igual que en el caso de Clodio, 
(sus biografías son, en cierto modo, paralelas) nos ofrecen una 
visión distorsionada del personaje 9. Si su carrera política estu- 
vo salpicada de irregularidades —semejantes, por lo demás, a 
las de otros muchos personajes de la época—, no se le puede 
negar su fortaleza de carácter, su voluntad para vencer las difi- 
cultades, su fidelidad a los amigos e, incluso, respecto a Cice- 
rón, su capacidad para perdonar las injurias 7. 

La ascendencia humilde de Vatinio (su familia era de ori- 

: gen sabino) y su nada atractivo aspecto físico («un hombre na- 
cido para la risa y el aborrecimiento» llegará a decir Séneca 8) 
no fueron obstáculo para la carrera política de este homo novus 
que llegará a alcanzar el consulado gracias al apoyo que siem- 
pre le dispensaron personajes importantes de la vida romana y, 
en especial, César. 

Así, su elección como cuestor en el 64 fue debida, en gran 
parte, a la intervención directa del cónsul L. Julio César (Vati- 


6 Además de la introducción de J. CousiN (op. cit., págs. 225-233), deudo- 
ra, a su vez, del estudio de L. G. Pocock (A commentary on Cicero in Vati- 
nium, Londres, 1926), nos ha sido de gran utilidad el trabajo de G. BELLARDI 
(«Un monstro partorito dalla parola. P. Vatinio nella interrogatio di Cicero- 
ne», A  R 17 (1972), 1-20), en el que reconstruye la biografía política de Va- 
tinio en un intento por hacer justicia al personaje. 

7 Pese al ataque despiadado de Cicerón en este proceso, Vatinio ayudará y 
defenderá al orador durante la estancia de éste en Brindis tras la derrota de 
Farsalia (Att. XXI 5, 4; XXI 9, 2). 

8 De const. sap. 17, 3; cf. Vat. 2; 4; 39 y notas. 


394 CONTRA VATINIO 


nio estaba casado con una sobrina suya ?); durante el desempe- 
ño del cargo (le correspondió la provincia aquaria 1%) fue acu- 
sado por los habitantes de Pozzuoli de enriquecimiento ilícito 
ante el cónsul del 63, es decir, ante Cicerón, con lo que se cru- 
zaron por primera vez los destinos de ambos personajes; tam- 
poco su estancia en Hispania en el 62, como legado de G. Cos- 
conio, estuvo exenta de irregularidades. 

Pero fue, sobre todo, su actuación como tribuno de la plebe 
en el 59 la que hizo de Vatinio un personaje conflictivo por su 
oposición a algunas de las leyes en las que se asentaba la auto- 
ridad y el poder de los optimates; así, adelantándose a las dis- 
posiciones que un año después tomaría Clodio, hizo caso omi- 
so, entre otras !!, de las leyes Elia y Fufia que concedían a los 
magistrados el derecho de la obnuntiatio: si observaban en el 
cielo presagios desfavorables, podían impedir la celebración 
de una asamblea pública o de unos comicios. Pese a la despia- 
dada crítica de Cicerón, la actuación de Vatinio estaba más que 
justificada por el empleo abusivo y arbitrario que la oligarquía 
senatorial había hecho de esta prerrogativa legal ?. No es ex- 
traño, pues, que el pueblo viera con agrado la actitud desafian- 
te de su tribuno y que el propio César le recompensara al año 


9 Su primera esposa, Antonia, era hija de M. Antonio Crético (hermano de 
G. Antonio Hybrida, el colega de Cicerón en el consulado del 63) y de Julia 
(hija de L. Julio César, cónsul en el 90, y hermana del cónsul homónimo del 
64). Más tarde (en el 45) se casó con una Pompeya, posiblemente hermana del 
triunviro. Ambos matrimonios fueron de gran ayuda en la carrera política de 
Vatinio. 

10 Cf. Vat. 12, nota 20. 

11 También habría actuado contra las leyes Cecilia Didia del 98 y Licinia 
Junia del 62 (cf. Sest. 135, nota 194). 

12 Sobre esta cuestión, cf. R. GARDNER, Cicero. The speeches, XII, Lon- 
dres, 1958, págs. 309-322, 


INTRODUCCIÓN 395 


siguiente nombrándolo legado suyo en las Galias !3; de todos 
modos, se vio obligado a regresar a Roma para responder judi- 
cialmente de la supuesta ilegalidad de algunas de sus actuacio- 
nes !*, pero logró salir bien librado gracias a la intervención 
violenta de Clodio, que no había olvidado el reciente apoyo de 
Vatinio para conseguir el exilio de Cicerón. 

Parece lógico, pues, que, tras su triunfal regreso, el orador 
se alegrara al ver cómo Vatinio fracasaba en su intento por 
conseguir la edilidad en el 57; como tampoco tiene nada de 
sorprendente que Vatinio participara en la violencia callejera 
de Clodio y le prestara su colaboración en los procesos contra 
Milón y Sestio. Con semejantes antecedentes, si ya de por sí 
una interrogatio suponía un ataque directo. contra el testigo, a 
Cicerón no le faltaran motivos para «hacer pedazos» a alguien 
que, al igual que Clodio, había sido a la vez un adversario polí- 
tico y un enemigo personal. 

Sin duda, la absolución por unanimidad de Sestio supuso 
un serio quebranto para Vatinio que hubo, además, de compa- 
recer poco después ante los tribunales acusado por G. Licinio 
Calvo '5; el proceso, sin embargo, quedó interrumpido tras los 
acuerdos de Luca del abril del 56; Vatinio fue, junto con Clo- 
dio, uno de los beneficiados del cambio radical que se produjo 
en el reparto del poder tras la renovada alianza de César, Pom- 
peyo y Craso. Precisamente, estos dos últimos apoyarán su 


13 Vatinio, como tribuno, apoyó las medidas del consulado de César en el 
59 (la ley agraria relativa al reparto del ager Campanus, la ratificación de las 
actuaciones de Pompeyo en Oriente Próximo, etc.; cf. Vat. 13, nota 24), unas 
medidas que contaron con la oposición sistemática del otro cónsul: M. Calpur- 
nio Bíbulo (Vat. 21, nota 37). 

14 Cf, Vat. 33, nota 60. 

15 Desconocemos el contenido del proceso, aunque bien podría tratarse de 
un intento por retomar las imputaciones relativas a algunos de los actos de Va- 
tinió durante su tribunado del 59. 


396 CONTRA VATINIO 


candidatura a pretor en el 55 para impedir la elección de Ca- 
tón, que contaba, en cambio, con el respaldo de Cicerón; la 
victoria de Vatinio estuvo salpicada de irregularidades y vio- 
lencia, por lo que, al concluir su mandato, se vio obligado a 
comparecer judicialmente acusado, una vez más, por Licinio 
Calvo. Pero en este caso, ironías del destino, su defensor será 
el propio Cicerón: «Tengo que defender a Vatinio. El asunto es 
fácil» !6. 

La obligación de defenderlo se la había impuesto Pompeyo 
y, posiblemente, el propio César intervino también ante el abo- 
gado. Que el asunto sea fácil es una prueba de la confianza de 
Cicerón en su capacidad dialéctica, ya que iba a defender al 
mismo personaje a quien, dos años antes, había atacado con 
tanta dureza, a alguien que había resultado elegido edil frente 
al propio candidato del orador, y acusado, además, de haber 
transgredido la lex Tullia de ambitu, es decir, una disposición 
legal establecida por el propio Cicerón ". Esta sorprendente 
actitud, aunque nada extraña en una época en la que el poder, 
las alianzas y los intereses variaban de un día a otro, no deja de 
ser una prueba más de las contradicciones vitales de Cicerón, 
de su falta de entereza moral y de su sumisión a las presiones 
de los poderosos. La carta que escribe a Léntulo para justificar 
su actitud no tiene desperdicio: 


En cuanto a Vatinio, después de ser nombrado pretor, hubo un 
acto de reconciliación promovido por Pompeyo, a pesar de que yo 
impugné en el senado su candidatura con palabras muy duras, si bien 
es cierto que menos con el deseo de perjudicarle a él que de defender 
y encomiar a Catón. Después siguieron las fortísimas presiones de 


16 Q. fr. II 15, 3. 

17 A] parecer Vatinio, para conseguir apoyo electoral, había organizado 
juegos de gladiadores durante su campaña electoral a la pretura (har. 56; Sest. 
133; Vat. 37; Macros., Satur. II 5, 1). 


INTRODUCCIÓN 397 


César para que me conviertiera en su abogado. ¿Por qué lo elogié? Te 
ruego que no me lo preguntes, ni en este caso ni en otros similares, 
para que no te pregunte yo a ti lo mismo... Y no temas lo que te digo: 
yo los elogio y los elogiaré igualmente !8, 


Vatinio disfrutaría, sin duda, al ver al orador defendiendo 
su integridad y su inocencia; además, con el paso de los años, 
mientras que la figura política de Cicerón se fue eclipsando, 
Vatinio continuó su ascenso en el poder hasta llegar a ser cón- 
sul en el 47, siempre al lado y con el apoyo de César !?. 


3. Circunstancias de la «interrogatio» 


Para entender el tono y el contenido de la intervención de 
Cicerón, conviene tener también presentes, además de la bio- 
grafía política de Vatinio, las circunstancias mismas en que 
tuvo lugar esta interrogatio dentro del proceso contra Sestio. 
Recordemos, a este respecto, que, en realidad, Sestio fue en un 
primer momento acusado de dos delitos: de tráfico electoral 
(de ambitu) por Gneo Nerio y de actuación violenta (de vi) por 


18 Fam. 19, 19. Como en tantas otras actuaciones controvertidas de Cice- 
rón, los investigadores se debaten entre la crítica (cf., p. ej., J. CARcoPINO, Les 
secrets..., op. cit, págs. 334-336), la justificación (J. GuiLLÉN, Héroe..., op. 
cit., II, págs. 34-37) o la ironía: «Se puede suponer que en esta fecha Vatinio 
se había milagrosamente curado de su gota y sus varices..., que su conducta 
política había brillado por su rectitud y que el abogado, súbitamente aquejado 
de amnesia, podía extraer de la vita ante acta del acusado argumentos propios 
para demostrar que era el mejor de los hombres, el más íntegro de los candida- 
tos y el más inocente de los acusados. El discurso de Cicerón...ha desapareci- 
do:. ¡la tradición manuscrita tiene lagunas verdaderamente lamentables!» (J. 
Cousin, op. cit., pág. 249). 

19 Para la carrera política de Vatinio con posterioridad a este proceso, cf. 
J. Cousin, op. cit., págs. 232-233, y G. BELLARDI, «Un mostro partorito...», art. 
cit., págs. 17-18. 


398 CONTRA VATINIO 


P. Alboniovano 2%; Vatinio era partidario únicamente de la pri- 
mera acusación; sin embargo, ésta fue abandonada para limitar 
el proceso a la supuesta actuación violenta de Sestio durante el 
tribunado, por lo que la comparecencia de Vatinio como testi- 
go se hizo en contra de su voluntad ?!. Durante la primera parte 
de la audiencia (la causa) es de suponer que los oradores de la 
defensa (y especialmente Cicerón) resaltaran la contradictoria 
actitud de Vatinio, dando a entender, además, que sus relacio- 
nes previas con Albinovano lo convertían en co-acusador más 
que en testigo; su declaración, por tanto, carecía de cualquier 
valor. 

No es de extrafíar, pues, que, cuando se produjo la compa- 
recencia de Vatinio (locus testium), éste se presentara «irritado 
con todo el mundo» ? y que aprovechara su declaración para 
criticar al propio Cicerón recordándole su oportunismo, su ver- 
gonzante exilio, sus constantes vaivenes políticos en aras de 
una interesada concordia ordinum y el hecho de que, en reali- 
dad, los dardos que el orador le dirigía tenfan como auténticos 
destinatarios a César e, incluso, a Pompeyo: 


...no intentes mezclar tus acciones ruines —replicará Cicerón— 
con el esplendor de nuestros ciudadanos más distinguidos...; voy a 
lanzar contra ti todos mis dardos, pero lo haré de forma que nadie re- 
sulte herido ‘a través de ti”, como sueles decir 2^. 


20 Cf. la introducción al Pro Sestio, pág. 273. 

21 Es decir, Vatinio no habría comparecido por iniciativa propia sino cita- 
do de oficio, de acuerdo con la ley (cf. Quint., Inst. orat. V 7, 9, y Vat. 42, 
nota 73). 

?? Vat. 4. Irritado con los acusadores, por presentarle como testigo de una 
acusación de vi y no de ambitu, y con la defensa, por las insinuaciones y ata- 
ques lanzados contra él. 

23 Vat. 13. Para un análisis de las críticas veladas a los dos triunviros en el 
interrogatorio a Vatinio, cf. J. Cousin, op. cit., págs. 242-248, y R: GARDNER, 
op. cit, págs. 305-309. 


INTRODUCCIÓN 399 


Es, pues, tras esta primera declaración envenenada de Vati- 
nio cuando se produjo el interrogatorio de Cicerón quien, en 
consecuencia, hubo de afrontar una tarea doble: responder a 
los ataques personales de Vatinio y destruir su testimonio 
como testigo. 

Si, pese al escaso lucimiento literario que, por sus propias 
características, permitía una interrogatio, Cicerón se mostró 
plenamente satisfecho de su intervención (hasta el punto de re- 
dactarla posteriormente para ser publicada) ?*; la razón de esta 
justificada autocomplacencia hay que buscarla en su habilidad 
dialéctica para destruir el testimonio de un testigo tan compro- 
metedor, pero evitando, a la vez, que su crítica se entendiera 
extensiva a algunos de los valedores de Vatinio (a César sobre 
todo) ?5, precisamente en un momento en el que la posición po- 
lítica de Cicerón era, cuando menos, comprometida 2, 

De ahí que, ante las insinuaciones de Vatinio, Cicerón no 
se canse de repetir que sus críticas van dirigidas únicamente 
contra él. Y, sin embargo, a nadie se le ocultaba que muchas de 
las actuáciones de Vatinio durante su tribunado en el 59 habían 
contado con el silencio interesado, cuando no con el apoyo di- 
recto, del triunviro: si Vatinio había hecho caso omiso de los 
auspicios (siendo, además, César Pontifex Maximus) ?!, era, en 


24. CF., supra, pág. 391, nota 2. 

25 Craso era -recordémoslo- uno de los abogados de la defensa de Sestio y 
Pompeyo había regresado a Roma para hacer el elogio del acusado (Fam. I 9, 
7). Sin embargo, las relaciones entre Pompeyo y Craso eran, en este momento, 
muy tensas (dos días antes del inicio del proceso contra Sestio, Pompeyo había 
acusado a Craso de pagar a Clodio para que lo asesinara), un situación que 
cambiará —apenas un mes después- tras los acuerdos de Luca; ambos acabarán 
apoyando a Vatinio en el 55, en su candidatura a pretor, frente a la de Catón. 

26 Para las circunstancias políticas del proceso remitimos a la Introducción 
al Pro Sestio, págs. 273-275. 

27 Vat, 39, nota 68. 


400 CONTRA VATINIO 


parte, para conseguir que los comicios ratificaran las medidas 
que el propio César había tomado durante su consulado, a pe- 
sar de la oposición (invocando, por supuesto, augurios desfa- 
vorables) de su colega Marco Bíbulo. La habilidad de Cicerón 
para evitar la crítica directa a César en ésta y en otras muchas 
de las actuaciones de Vatinio ?8 es, sin duda, admirable ?. 


4. Contenido y estructura 


Desde un punto de vista literario, una interrogatio, por sus 
características y contenido, no estaba sujeta a la estructura ha- 
bitual y a las normas de composición retórica de un discurso 
judicial; no ha de sorprender, por tanto, la reiteración en el 
modo de formular las preguntas y la escasa variación en el vo- 
cabulario. Por todo ello la lectura resulta, en ocasiones, monó- 
tona al echarse en falta la maestría en las transiciones de una 
idea a otra de que suele hacer gala el orador en sus discursos 30, 

De todos modos, se puede observar un plan en el desarrollo 
del interrogatorio, cuyas partes fundamentales serían las si- 
guientes: 

a) A modo de introducción (1-3), el orador justifica por 
qué ha decidido interrogar al testigo, en vez de olvidar sus tes- 
timonio: al desprecio que siente hacia su persona y hacia su ac- 


R Cf, Vat. 13; 15; 20; 21; 22; 24; 26; 29; 30; 35; 39; y las notas respecti- 
vas. Para T. N. MiTCHELL, en cambio («Cicero before Luca...», art. cit., pág. 
295 ss.),.tanto el Pro Sestio como In Vatinium han de interpretarse, en su con- 
texto, como ataques políticos a César. 

29. Para U. ALBiNI («L'orazione contra Vatinio», PP 14 (1959), 172-184) la 
mayor habilidad de Cicerón estaría en el hecho de que fue capaz de defender 
en el 54 (cf. supra, pág. 397, nota 18) al mismo Vatinio al que ataca con viru- 
lencia en este proceso. 

*! Para un estudio de esta interrogatio desde un punto de vista literario, cf. 
W. L. Watson, A stylistic commentary on Cicero In Vatinium, tesis Univ. de 
Texas, Austin, 1964 (resumido en DA 26 (1966), 4645-6). 


INTRODUCCIÓN 401 


tuación pública, se añaden las propias contradicciones y false- 
dad de la declaración de Vatinio 31. 

b) Antes de iniciar el interrogatorio propiamente dicho, Ci- 
cerón responde a los ataques personales que contra él había 
lanzado Vatinio (4-9): éste le había recordado al orador su re- 
ciente y sorprendente defensa de Gayo Cornelio, tribuno de la 
plebe del 57 que se había destacado por sus ideas demócratas; 
pero lo que más había molestado a Cicerón era la referencia a 
su partida precipitada hacia el exilio (que intenta, de nuevo, 
justificar), al abandono que sufrió por parte de aquellos a los 
que consideraba sus amigos y al hecho de que, según Vatinio, 
su regreso del exilio se había debido simplemente a razones de 
conveniencia política. 

c) La parte central del interrogatorio (10-39) constituye un 
repaso crítico y mordaz a la carrera política de Vatinio, desde 
su cuestura y estancia en Hispania como legado (10-12), pa- 
sando por su actuación como tribuno de la plebe y su desprecio 
a los auspicios (13-18), su fracasado intento por ser nombrado 
augur (19-20), su violenta oposición al cónsul Marco Bíbulo 
(21-23), la utilización del delator Vetio contra sus enemigos 
políticos (24-26), las medidas legislativas durante su tribunado 
(27-28), su ambición por el dinero (29), su insultante actitud 
durante el banquete funerario de Quinto Arrio (30-32), el apo- 
yo que Clodio le prestó para evitar ser juzgado (33-34) y la du- 
dosa legalidad de su nombramiento como legado de César en 
las Galias; además, la opinión que el general tiene sobre Vati- 
nio no es precisamente elogiosa (35-39). 


3! Como bien señala H. Haunv (L'ironie et l'humour..., op. cit., págs. 145- 
146), estos primeros capítulos constituyen una de las más feroces requisitorias 
que haya nunca empleado Cicerón para destruir a un enemigo privado: «la iro- 
nía más despectiva abre el exordio y no cesa de mezclarse con la invectiva y 
la caricatura». 


402 CONTRA VATINIO 


d) Para concluir (40-42), el orador insiste, sobre todo, en la 
contradicción que supone el hecho de que Vatinio considerara 
que Sestio no debía ser acusado de vi y, sin embargo, se hubie- 
ra prestado a declarar en su contra durante el proceso. 


5. Ediciones y traducciones 32 


U. ALsin1, Contro Vatinio, Milán, 1962. 

J. Bautista CALVO, Obras completas de Marco Tulio Cicerón. Vida y 
discursos, Tomo V, Buenos Aires, 1946. 

G. BELLARDI, Le orazioni di M. Tullio Cicerone, III, Turín, 1975. 

J. Cousin, Discours XIV: Pour Sestius, Contre Vatinius, París, 1965. 

R. GARDNER, Cicero. The Speeches, XII, Londres-N. York, 1956. 

A. KLorz - F. SchóLL, M. Tulli Ciceronis Orationes, VII, Leipzig, 
1919, 

C. F. MüLLER, M. T. Ciceronis scripta quae manserunt, II 3, Leipzig, 
1904 (reimpr., 1896). 

W. Pererson, M. Tulli Ciceronis Orationes, Oxford, 1978 (reimpr., 
1911). 

B. D. R. SHACKLETON, Cicero. Back from exile: six speeches upon his 
return, Chicago, 1991. 


Al igual que los discursos precedentes, para la presente tra- 
ducción hemos seguido la edición de Oxford de W. Peterson, 
pero teniendo también presentes, sobre todo, las de J. Cousin y 
A. Klotz-F. Schóll. Las variaciones respecto al texto de Peterson 
que pueden afectar al sentido de la traducción han sido mínimas: 


PETERSON TEXTO SEGUIDO 
Vat. 1: si tantum modo. si tua tantum modo (GEH, 
COUSIN). 
Vat. 9: quid dicant. quid iudicent ( codd.). 
Vat. 34: arbitretur. arbitraretur ( edd.). 


32 Para la tradición manuscrita, cf. supra, pág. 279, nota 26. 


INTRODUCCIÓN 403 


6. Bibliografía 3 


U. ALBINI, «L'orazione contro Vatinio», PP 14 (1959), 172-184. 

W. ALLEN (Jr.), «The Vettius affair once more», TAPhA 81 (1950), 
153-163, 

A. A. Barrer, «Catullus 52 and the consulship of Vatinius», TAPRhA 
103 (1972), 23-38. 

G. BELLARDI, «Un monstro partorito dalla parola. P. Vatinio nella in- 
terrogatio di Cicerone», A & R 17 (1972), 1-20. 

H. GuNDEL, «Vatinius», RE VIII A 1, 495-520. 

W. C. Mac Dznvorr, «Vettius ille, ille noster inde», TAPhA 80 
(1949), 351-367. 

T. N. MrrcHELL, «Cicero before Luca (September 57-April 56 B. 
C.)», TAPhA 100 (1969), 295-320. 

G. Pocock, A Commentary on Cicero in Vatinium, Amsterdam, 1967 
(reimpr. = Londres, 1926). 

B. D. R. SHACKLETON, «On Cicero's speeches», HSPh 83 (1979), 237- 
285. 

— «More on Cicero's speeches (post reditum)», HSPh 89 (1985), 
141-151. 

— «On Cicero's speeches (post reditum)», TAPhA 117 (1987), 271- 
280. 

L. R. TayLor, «The date and meaning of the Vettius affair», Historia 
1 (1950), 45-51. 

W. L. WarsoN, A stylistic commentary on Cicero In Vatinium, tesis, 
Univ. of Texas, Austin, 1964. 


33 Una vez más, sólo recogemos la bibliografía específica del discurso; 
para los estudios sobre el marco histórico, cf. supra, págs. 29-31, 


CONTRA VATINIO 


-Si mi propósito, Vatinio, hubiera sido únicamente tener en 1 1 
consideración lo que merecía tu indignidad, habría hecho algo 
. muy del agrado de los presentes: pasar de largo sin hablar de 
alguien como tú, cuyo testimonio se consideraba de nulo valor 
debido a la desvergüenza de tu vida y a la ruindad de tu fami- 
lía. Nadie pensaba, en efecto, que hubiera que refutarte como a 
un adversario importante ni interrogarte como a un testigo es- 
crupuloso. De todos modos, tal vez he sido un poco más agre- 
sivo de lo debido; pues, a causa del odio que siento hacia ti (un 
sentimiento en el que, a pesar de que debería ser yo el que su- 
perara a todo el mundo por tu actitud criminal contra mí !, sin 
embargo, estoy casi siendo vencido por todos) me he visto 
arrastrado hasta el punto —te desprecio tanto como te odio- de 
no querer dejarte escapar sin atacarte con dureza en lugar de, 
simplemente, despreciarte. 
Por lo tanto, no te extrañes si te concedo el honor de inte- 2 
rrogarte a ti, una persona a la que nadie considera digna de su 


! Un resentimiento justificado, ya que Vatinio había colaborado con Clo- 
dio en sus ataques a Cicerón (supra, pág. 395). 


406 DISCURSOS 


trato 2, de una aproximación, de su voto?, del título de ciudada- 
no o de la luz del día: no me habría movido a ello ningún otro 
motivo que no fuera contener esa insolencia tuya, debilitar tu 
audacia y detener tu ICA ONE en la red de algunas preguntas, 
pocas, de mi parte. KS, í, pues, Vatinio, aunque Publio Sestio se 
hubiera equivocado MA -sospechar de ti, deberías haberme per- 
donado por haber cedido a su situación y deseos ante el peligro 
tan grande que corría un hombre como él *, que tan excelentes 
servicios me ha prestado. 

Pero, hombre poco precavido, pusiste de manifiesto hace 
poco, en el día de ayer, que habías mentido en tu testimonio al 
afirmar que no habías tenido ninguna conversación con Albi- 
novano ni sobre la acusación contra Sestio ni sobre ningún 
otro asunto, ya que declaraste que Tito Claudio? se había pues- 
to de acuerdo contigo; que te había pedido consejo para acusar 
a Publio Sestio; que Albinovano, a quien antes -según habías 
dicho- apenas conocías, había acudido a tu casa y había habla- 
do largamente contigo; que, en fin, le habías dado a Albinova- 
no el discurso escrito de Publio Sestio, que él no conocía ni 
podía conseguir, y que dicho discurso había sido leído a lo lar- 


? En alusión al fracaso de Vatinio en las elecciones a edil en el 57 (Vat. 
36; 39). 

3 La impopularidad de Vatinio, sobre la que volverá Cicerón (Var. 39), no 
es un mero recurso retórico: Séneca dice de él que «tenía más enemigos que 
enfermedades» (const. sap. 17, 3). También el poeta Catulo se refiere a él en 
varias ocasiones: para señalar el odio que Vatinio sentía hacia Licinio Calvo 
(amigo del poeta) por haberlo llevado a los tribunales (14a, 3; 53, 2-3) o para 
presentarlo como uno de los secuaces de César (cf. A. A. BARRET, «Catullus 
52 and the consulship of Vatinius», TAPRA 103 (1972), 23-38). 

4 De las palabras de Cicerón parece deducirse que fue el propio Sestio (a 
través posiblemente de Quinto, el hermano del orador) quien le pidió que lo 
defendiera (supra, pág. 273). 

5 M. Tulio Albinovano (Sest. 78, nota 112) y T. Claudio fueron los acusa- 
dores del proceso. Este último nos es enteramente desconocido. 


CONTRA VATINIO 407 


go de este proceso. En este punto, por un lado, has reconocido 
haber instruido y sobornado a los acusadores; por otro, has 
mostrado tu inconsecuencia, envuelta en ligereza e, incluso, en 
perjurio, al haber declarado que había estado en tu casa un 
hombre que —habías dicho- te era totalmente ajeno, y que los 
documentos que te había pedido para la acusación se los ha- 
bías entregado a alguien a quien, desde el principio, habías 
considerado un prevaricador. 

Eres de un carácter demasiado violento e impetuoso: crees 
que no está permitido que salga de la boca de nadie una pala- 
bra que pueda resultar a tus oídos desagradable o deshonrosa. 
Te has presentado aquí irritado con todo el mundo; algo que 
observé y de lo que me di cuenta tan pronto como te vi, antes 
de que comenzaras a hablar, mientras Gelio $, la nodriza de to- 
dos los sediciosos, prestaba, antes que tú, su declaración. Pues, 
de repente, te lanzaste como una serpiente que sale de su es- 
condrijo, con los ojos desorbitados, dilatado el cuello y la nuca 
hinchada... 7. 

...he defendido a un viejo amigo mío a pesar de tratarse de 
un familiar tuyo, siendo como es costumbre en esta ciudad cen- 
surar la forma de atacar que tá empleas en la actualidad, pero 
nunca la defensa. Te hago, sin embargo, la siguiente pregunta: 
¿por qué no iba yo a defender a Gayo Cornelio? $, ¿Presentó, 


6 Sobre L. Gelio Publícola, uno de los testigos de la acusación contra Ses- 
tio, cf. Sest. 110, nota 148. 

7 Hay una laguna en el texto. En las palabras de Cicerón subyace un ata- 
que mordaz al aspecto físico de Vatinio, afectado por una adenopatía escrofu- 
losa que había deformado su cuello (Vat. 39); padecía, además, de gota y an- 
daba con dificultad (Macron., Sat. II 4,16); tal vez (PLtN., nat. hist. XI 254) el 
sobrenombre de Vatinius tenga que ver con vatius, «torcido, con las piernas 
arqueadas». 

3 A Vatinio no le falta razón, ya que G. Cornelio (W. F. MacDonaLD, 
«The tribunate of Cornelius», CQ 23 (1929), 196-209), cuestor de Pompeyo y 


42 


408 DISCURSOS 


acaso, Cornelio alguna ley contra los auspicios? ¿Despreció las 
leyes Elia y Fufia? ¿Actuó, acaso, con violencia contra un cón- 
sul? ?, ¿Ocupó un templo con gente armada? ¿Expulsó por la 
fuerza a un tribuno que interponía su veto? ¿Profanó las nor- 
mas religosas? ¿Vació completamente el erario público? ¿Sa- 
queó la República? Tú eres, tú, el que has cometido todos estos 
delitos. Nada semejante se le echó en cara a Cornelio. Se decía 
que había leído el texto de su proyecto de ley; con sus propios 
colegas como testigos, alegaba en su defensa que lo había leído 
no para hacerlo en público sino para revisar el texto. Se sabía, 
de todos modos, que había levantado aquel día la sesión y ha- 
bía acatado el derecho de veto interpuesto. Pero tú, que desa- 
pruebas mi defensa de Cornelio, ¿qué causa, qué rostro vas a 
presentar a tus abogados? Puesto que te crees en el deber de re- 
probar con injurias mi defensa de Cornelio, les estás ya prescri- 
biendo la gran deshonra que les espera si te defienden. 

A pesar de todo, Vatinio, acuérdate de que, poco después 
de esta defensa mía que -según afirmas- desagradó a las gen- 
tes de bien 1, fui elegido cónsul de la forma más brillante que 
pueda recordarse tanto por la voluntad unánime de todo el pue- 
blo romano como por el celo singular de los mejores ciudada- 
nos; he conseguido con mi vida virtuosa todo aquello que tú 


tribuno de la plebe en el 67, se destacó por sus ideas «populares» en contra de 
la oligarquía senatorial; fue acusado de maiestate por haber presentado una 
ley ante el pueblo a pesar del veto interpuesto por otro tribuno. Su defensa por 
parte de Cicerón era un buen ejemplo de esa inconstantia que el orador repro- 
cha, a su vez, a Vatinio. 

2 Vatinio estaba entre los que lanzaron todo tipo de improperios contra Bí- 
bulo cuando se opuso a la ley agraria de César (Vat. 21-23). Tanto ésta como 
las restantes acusaciones serán desarrolladas más tarde por el orador. 

10 Las «gentes de bien» (los boni), tienen aquí un sentido claramente políti- 
co y no moral; se trata de los optimates, de la aristocracia senatorial a la que ha- 
bía combatido G. Cornelio y que, por tanto, no entendió la defensa de Cicerón. 


CONTRA VATINIO 409 


—como has dicho a menudo- esperabas lograr con tus desver- 
gonzados «vaticinios» !!. 
En lo que respecta a tus reproches por mi partida de Roma !? 
y a tus deseos de renovar el luto y las lamentaciones de aquellos 
para los que aquel día resultó ser el más amargo (para tí el más 
dichoso), únicamente te responderé que, mientras tú y los de- 
más azotes de la República buscabais una excusa para armaros 
y deseabais, utilizando mi nombre, saquear las fortunas de los 
ricos, sorber la sangre de los líderes de la ciudad y saciar vues- 
tra crueldad y el viejo resentimiento que teníais desde siempre 
contra las gentes honestas, yo preferí debilitar vuestros críme- 
nes y locuras con mi retirada más que con mi resistencia. 
Por todo ello, te pido perdón, Vatinio, por haber respetado 
a la patria a la que había salvado y, si yo te soporto como des- 
tructor y verdugo de la República, sopórtame tú. a mí como su 
salvador y guardián. Además, censuras la partida de un hom- 
bre al que —como estás viendo- se ha vuelto a llamar ante la 
añoranza de todos sus conciudadanos y, en fin, ante las mani- 
festaciones de dolor de la propia República P. Pero has afirma- 


11 Juego de palabras por la similitud Vatinius-vaticinari. Del deseo de Va- 
tinio por llegar al consulado (lo que conseguirá en el 54) es revelador el verso 
de Catulo: «por su consulado jura en falso Vatinio» (52, 3). 

12 Es natural que Vatinio lanzara contra Cicerón el dardo envenenado de 
su más que discutible partida de Roma cuando Clodio propuso la lex de capi- 
te, una partida que se podía entender como un acto de cobardía o bien (y ade- 
más) como una consecuencia del abandono del que fue objeto por parte de 
aquellos a los que consideraba sus amigos. De ahí la obsesión del orador por 
justificar su actitud y el reconocimiento, en su correspondencia privada, de ha- 
ber cometido un lamentable error (supra, pág. 17, nota 16). 

13 Vatinio, al que no le faltaba el sentido del humor, se habría burlado de la 
constante autoalabanza del orador. A Cicerón le gustaba decir que había regre- 
sado del exilio sobre las espaldas de la República (sen. 39, nota 76), a lo que Va- 
tinio habría replicado: unde ergo tibi varices? («de ahí, entonces, tus varices») 
en alusión mordaz a la gota que padecía el orador. 


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410 DISCURSOS 


do que la gente se esforzó en favor de mi regreso no por mi 
causa sino «a causa de la República»: ¡como si un hombre que 
entra en la carrera política con nobles intenciones creyera que 
existe algo más deseable que ser amado por sus conciudadanos 
«a causa de la Repüblica»! 

Sin duda, tengo un carácter huraño, es difícil abordarme, 
mi rostro es severo, mis respuestas insolentes y mi forma de 
vivir extraña; nadie, por tanto, echaba de menos mi trato, nadie 
mis cualidades humanas, mis consejos, mi ayuda !4; y, sin em- 
bargo (por mencionar lo menos importante), debido a la año- 
ranza de mi persona el foro permaneció de luto, en silencio la 
curia y, en fin, todos los estudios de las artes liberales guarda- 
ron silencio 5. Supongamos, sin embargo, que nada de esto 
ocurrió por mi causa: admitamos que todos aquellos decretos 
del senado, los mandatos del pueblo y las decisiones de toda 
Italia, de todas las sociedades y colegios, relativas a mi perso- 
na, fueron realizados. «a causa de la República». Por lo tanto, 
hombre sumamente desconocedor de la sólida gloria y de la 
auténtica reputación, ¿pudo sucederme algo más distinguido? 
Para la inmortalidad de mi gloria y el recuerdo sempiterno de 
mi nombre, ¿qué puede haber más deseable que el que todos 
mis conciudadanos consideren que la salvación del Estado está 
unida a mi salvación únicamente? 

Te devuelvo, pues, lo que te mereces: del mismo modo que 
dijiste que yo era querido por el senado y el pueblo romano no 
tanto por mi propia causa como por la de la República, así 
también, aunque eres de lo más repugnante por tu carácter si- 


14 Es evidente que estos rasgos no se acomodaban a la forma de ser de Ci- 
cerón: «Si existe una persona afable y accesible —facilis-, ése es Cicerón» lle- 
gará a decir César (Att. XIV 1, 2). 

15 Cf. sen. 6: «contemplabais cómo el foro permanecía mudo, la curia sin 
voz y la ciudad silenciosa y abatida». 


CONTRA VATINIO 411 


niestro y abominable, sin embargo, sostengo que esta ciudad te 
destesta, no tanto por ti mismo como por el interés de la Repú- 
blica 16, 

Para poder referirme, de una vez por todas, a tu persona, lo 
último que voy a decir sobre mí es lo siguiente: no hay que 
examinar lo que cada uno de nosotros dice de sí mismo; lo que 
tiene más importancia y peso es la opinión de los ciudadanos 
honestos. Dos son las circunstancias en las que hay que tener 
en consideración las opiniones de nuestros conciudadanos so- 
bre nosotros: la referida a los cargos públicos y la que concier- 
ne a nuestra situación civil. A pocas personas como a mí le han 
sido conferidos cargos públicos con una voluntad tan señalada 
del pueblo romano; a nadie se le han restituido sus derechos cí- 
vicos merced a un empeño tan destacado de la ciudad. Respec- 
to a ti, sabemos por experiencia cuál es el sentir de la gente so- 
bre tus cargos públicos; en cuanto a tu situación civil, vamos a 
esperar a ver qué ocurre 17, A pesar de todo ello, y para compa- 
rarme, no con estos líderes de la ciudad que asisten a Publio 
Sestio sino únicamente contigo, el hombre más desvergonza- 
do, mezquino y vil, voy a hacerte una pregunta a ti, Vatinio, 
que eres tan arrogante y tan hostil a mi persona: ¿crees que 
para este Estado, para esta República, para esta ciudad, para 
estos templos, para el tesoro público y la curia, para estos 
hombres que estás viendo, para sus bienes, sus fortunas y sus 
hijos, para los restantes ciudadanos y, en fin, para los santua- 


16 El orador juega en todo este pasaje con la ambigüedad de la expresión 
rei publicae causa: cuando se refiere a Cicerón significa «en interés de la Re- 
pública», pero en el caso de Vatinio, «por razones políticas». 

17 La alusión a los cargos públicos tiene que ver con la candidatura a edil 
de Vatinio. En cuanto a la situación civil, Cicerón tiene presente que a Vatinio 
le amenazaban dos posibles procesos: «nuestro amigo Paulo...ha confirmado 
que acusará a Vatinio si tarda en hacerlo Macro Licinio; pero Macro...afirma 
que no fallará» (Q. fr. II 4, 1). 


A 


0 


511 


412 DISCURSOS 


rios de los dioses inmortales, para los auspicios y los cultos re- 
ligiosos fue mejor y más excelente que naciera yo como ciuda- 
dano de este Estado o que nacieras tú? Cuando me hayas res- 
pondido a esta pregunta, con tanta insolencia que a duras penas 
podrá la gente contenerse de ponerte las manos encima o con 
tanta lástima que, por fin, se desinflarán tus humos, entonces 
habrás de responderme, sin olvidar nada !8, a las preguntas que 
voy a hacerte sobre ti mismo. 

Voy a permitir que se mantenga oculta aquella época tene- 
brosísima de tus primeros años. Por mi parte, no tengo incon- 
veniente en que quede impune el que hayas atravesado los mu- 
ros de las casas durante tu adolescencia, saqueado a tus 
vecinos y maltratado a tu propia madre; tenga tu indignidad al 
menos esta recompensa: que quede oculta la vileza de tu ado- 
lescencia bajo la oscuridad y sordidez de tu origen. Aspiraste a 
la cuestura a la vez que Publio Sestio: mientras éste no hablaba 
de otra cosa que no fuera su actuación, tú andabas diciendo 
que pensabas desempeñar un segundo consulado. Te pregunto: 
¿ho recuerdas que, mientras Publio Sestio fue elegido cuestor 
por unanimidad, tú, a duras penas, en contra de los deseos de 
todo el mundo y con la ayuda, no del pueblo sino de un cónsul, 
conseguiste engancharte en el último lugar de la lista? 1, 


18 El hecho de que Cicerón exija al testigo que responda memoriter a todo 
un cuestionario, parece indicar que la interrogatio no constituía un diálogo 
con réplicas por las dos partes; todo hace pensar (J. Cousin, op. cit., pág. 235) 
que, en el espacio de dos días, el testigo declaró en primer lugar, que Cicerón 
le hizo preguntas tras su testimonio y que, finalmente, Vatinio, invitado a res- 
ponder, respondió efectivamente (pero se ignora lo que dijo) o bien renunció a 
hacerlo ante el ataque implacable del orador. 

1% Se trata de las elecciones del 64, durante el consulado de G. Marcio Fí- 
gulo y L. Julio César, este último tío de la mujer de Vatinio (pág. 394, nota 9) y 
que, según la insinuación de Cicerón, habría presionado para conseguir que Va- 
tinio fuera elegido cuestor junto con P. Sestio, Sex. Atilio Serrano y T. Fadio. 


CONTRA VATINIO 413 


Durante esa magistratura, ¿no recuerdas que al haberte to- 12 
cado por sorteo, en medio de grandes protestas, la intendencia 
de las costas 2, fuiste enviado por mí, entonces cónsul, a Púzol 
para impedir la exportación de oro y plata? En esta misión, 
cuando te considerabas enviado no como guardián para retener 
las mercancías, sino como aduanero para llevarte una parte de 
ellas, cuando examinabas cuidadosamente como un ladrón las 
casas, los almacenes y las naves de todo el mundo, cuando en- 
redabas con las acciones judiciales más injustas a los hombres 
de negocios, cuando aterrorizabas a los mercaderes que desem- 
barcaban y demorarabas la salida de los que embarcaban, ¿no 
recuerdas que durante una asamblea en Putéolos te pusieron las 
manos encima y que a mí, que era el cónsul, aquellos habitan- 
. tes me presentaron quejas contra ti? ?!, Después de tu cuestura, 
¿no partiste hacia la Hispania Ulterior como legado del procón- 
sul Gayo Cosconio? 2. Dado que el trayecto hacia Hispania se 
suele hacer por tierra o que —en el caso de que se prefiera ir por 
mar- existe una ruta de navegación establecida, ¿no es cierto 
que te dirigiste a Cerdeña y desde allí a África? ¿Estuviste o no 
en el reino de Hiémpsal, algo que no debiste hacer sin una au- 
torización del senado? ¿No estuviste en el reino de Mastaneso- 
so y te dirigiste al Estrecho de Gibraltar a través de Maurita- 


20 Las provinciae quaestoriae eran cuatro: Calena, Gallica, Ostiensis y 
Baiana. Según BELLARDI («Un mostro partorito...», art. cit., pág. 3) a Vatinio 
le habría correspondido la provincia Ostiensis, con jurisdicción sobre la zona 
costera tirrénica; llamada así porque el pretor tenía su sede en Ostia, se trataba 
de una provincia negotiosa et molesta (Mur. 18) ya que había que ejercer las 
funciones de policía tributaria y controlar el tráfico de mercancías, 

21 Es evidente que, si —como parece- Vatinio cumplió con celo su misión, 
muchos comerciantes se quejaran de un control excesivo; de todos modos, si 
estas quejas hubiesen estado basadas en alguna actuación ilegal de Vatinio, 
¿por qué Cicerón no actuó judicialmente contra él? 

2 Gayo Cosconio se había destacado en el 63 como enemigo de Catilina, 


6 14 


414 DISCURSOS 


nia? 23, ¿Qué legado de Hispania conoces que se haya dirigido 
alguna vez a aquella provincia por una ruta semejante? 

Fuiste nombrado tribuno de la plebe 4, ¿Para que voy a pre- 
guntarte sobre tu actuación vergonzosa en Hispania y sobre tus 
actos de pillaje tan viles? Te pregunto en primer lugar y de for- 
ma general: ¿qué tipo de perversidad o de crimen dejaste de co- 
meter durante esa magistratura? Ya desde ahora te ordeno que 
no intentes mezclar tus acciones ruines con el esplendor de nues- 
tros ciudadanos más distinguidos. Cuanto te voy a preguntar ver- 
sará sobre ti mismo y no te voy a hacer salir de la consideración 
social propia de un hombre muy prestigioso, sino de tus propias 
tinieblas; voy a lanzar contra ti todos mis dardos, pero lo haré de 
forma que nadie resulte herido «a través de ti», como sueles de- 
cir 25; se quedarán clavados en tus pulmones y en tus entrañas. 

Y, puesto que los principios de todas las cosas importantes 
parten de los dioses inmortales, quiero que tú, que acostumbras 
a considerarte un pitagórico 26 y a cubrir con el nombre de un 


23 Es posible que estas visitas las hiciera Vatinio a instancias de César que 
buscaba conseguir una mayor influencia en África. Salvo esta cita, nada se 
sabe de Mastanesoso y su reino. 

24 Los tribunos iniciaron su cargo el 10 de diciembre del 60. El tribunado 
de Vatinio coincidió, por tanto, con el consulado del César en el 59, año en el 
que se concretaron los pactos del primer triunvirato y César dio un vuelco de- 
cisivo en la política romana con un programa cuyos puntos fundamentales 
eran: la ley agraria (con la asignación de tierras en la Campania a los vetera- 
nos de Pompeyo), la ratificación de los acta Pompei en Asia, la revisión de las 
contratas de los impuestos en Asia en favor de los publicani (exigencia de 
Craso) y la asignación al propio César de la Galia Cisalpina y el Ilírico como 
provincias proconsulares. 

25 Cicerón quiere que se entienda con claridad que su ataque es exclusiva- 
mente contra Vatinio y no contra César (supra, pág. 400, nota 28). 

26 El orador, para desacreditar a Vatinio, se hace eco de la tradición popu- 
lar que atribuía a los pitagóricos (movimiento filosófico introducido en Roma 
por P. Nigidio Fígulo) todo tipo de crímenes amparados en el secreto que ro- 
deaba sus reuniones. 


CONTRA VATINIO 415 


hombre sabio tus costumbres salvajes y bárbaras, me respon- 
das a lo siguiente: aunque sea cierto que has adoptado ritos ex- 
traños e impíos, que sueles llamar a los espíritus de los infier- 
nos y sacrificar a los dioses Manes las entrañas de niños, ¿qué 
depravación mental tan grande, qué locura se apoderó de ti 
como para despreciar los auspicios con los que fue fundada 
esta ciudad y se mantiene nuestra República y nuestro imperio, 
y para declarar ante el senado, al comienzo de tu tribunado, 
que las respuestas de los augures y las atribuciones de su cole- 
gio no iban a ser un impedimiento para tus actividades??”, 

Mi pregunta inmediata es: ¿has mantenido tu palabra en 15 
este punto? ¿Acaso alguna vez te ha supuesto una demora para 
convocar una asamblea o presentar una ley saber que ese día se 
había observado el cielo? Puesto que éste es el único punto que 
dices tener en común con César, voy a intentar separar tu ac- 
tuación de la de aquél, tanto en interés de la República como 
del propio César, para que no dé la impresión de que, por culpa 
de una iniquidad tan grande como la tuya, se añade una man- 
cha deshonrosa a la dignidad de aquél. Te pregunto en primer 
lugar: ¿vas a confiar tu propia causa al senado, tal como hace 
César? En segundo lugar: ¿cuál podrá ser la autoridad de al- 
guien que se defiende no con su propia actuación sino escudán- 
dose en la de otro? Además (pues, por fin, van a salir de mí pa- 
labras auténticas y voy a decir, sin dudarlo, todo lo que siento), 
si realmente César hubiese sido demasiado impetuoso en algu- 
na ocasión, si la trascendencia del enfrentamiento, su deseo de 
gloria, su espíritu distinguido o su sobresaliente nobleza le hu- 
bieran empujado a hacer algo que, en un hombre como él, sería 


27 Al igual que haría un año después Clodio con el privilegio de la obnun- 
tiatio (sen. 11, nota 22), Vatinio mostró su oposición al colegio de los augures 
(controlado por los optimates) que podían obstaculizar cualquier actuación pú- 
blica sin una consulta previa de los auspicios. 


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416 DISCURSOS 


excusable entonces y merecería ser olvidado ante las grandes 
hazañas que después realizó, ¿reivindicarás esto mismo para ti, 
granuja, y se oirá la voz de un ladrón y sacrílego como Vatinio 
reclamando que se le conceda lo mismo que a César? 2, 

Ésta es, pues, mi siguiente pregunta: fuiste tribuno de la 
plebe; deja a un lado tu relación con el cónsul: tuviste como 
colegas a nueve hombres enérgicos. Había tres de ellos que ob- 
servaban a diario —y tú lo sabías— el cielo, de los que te burla- 
bas y decías que eran simples particulares; a dos de ellos los 
estás viendo sentados en el tribunal con la toga pretexta 2, sí, 
con esa toga pretexta que te habías hecho inútilmente para tu 
edilidad y que pusiste a la venta. En cuanto al tercero 30, sabes 
que, después de verse asediado y abatido en su tribunado, con- 
siguió, a pesar de su juventud, una autoridad consular. De los 
seis restantes, unos compartían claramente tus puntos de vista; 
los otros adoptaban una postura intermedia 31; todos hicieron 
promulgar leyes y, entre ellos, Gayo Cosconio 32, una persona 
estrechamente unida a mí, promulgó un gran número de ellas 
de acuerdo, además, con mis opiniones, y ante el que, juez en 
este momento, revientas de envidia al verlo ostentar el título de 
antiguo edil. 


28 De nuevo el problema de si Cicerón critica a César a través de Vatinio: 
no sólo utiliza una condicional (en vez de afirmar los hechos) sino que, además, 
abunda en constantes elogios a su persona que difuminan lo que podría conside- 
rarse una crítica indirecta. Es ésta una actitud constante de Cicerón a lo largo de 
estos discursos (G. ACHARD, Pratique rhétorique..., op. cit., págs. 159-175). 

29 Gn. Domicio Calvino y Quinto Ancario. 

30 Se refiere a Gayo Fanio. e 

31 En esta posición se encontrarían los tribunos partidarios de Pompeyo, 
como Metelo Escipión. 

32. Este Gayo Cosconio, tribuno de la plebe en el 59, edil plebeyo en el 57 
y, posiblemente, pretor en el 54, no debe confundirse con el procónsul de la 
Hispania ulterior en el 62 citado anteriormente (Vat. 12). 


CONTRA VATINIO 417 


Quiero una respuesta: de todos los miembros de este cole- 
glo, excepto únicamente tú, ¿quién se atrevió a presentar una 
proposición de ley semejante? ¿Qué audacia y violencia tan 
grandes hubo en ti para que tú solo, surgido del fango y, sin 
duda alguna, el más miserable de todos los hombres en todos 
los aspectos, pensaras que debía ser desdeñiado, menospreciado 
y burlado precisamente aquello que tus nueve colegas conside- 
raron que debían temer? Desde la fundación de Roma, ¿cono- 
ces algún tribuno de la plebe que haya celebrado una asamblea 
popular al haber constancia de que se había observado el cielo? 

Al mismo tiempo, quiero que me respondas a lo siguiente: 
durante tu tribunado, estando todavía en vigencia en la Repú- 
blica las leyes Elia y Fufia, unas leyes que refrenaron y repri- 
mieron muchas veces los deseos alocados de los tribunos, con- 
tra las que nadie, excepto tá, intentó actuar nunca y que se 
consumieron en el fuego común junto con los auspicios, con 
los derechos de veto y con todo el derecho público al año si- 
guiente, cuando se sentaron en un lugar sagrado no ya dos cón- 
sules sino dos traidores, dos azotes de este Estado 33, ¿acaso 
dudaste un instante en convocar una asamblea popular y cele- 
brarla en contra de estas leyes? ¿Qué tribuno de la plebe, de 
entre todos cuantos fueron sediciosos, has oído que fuera tan 
atrevido como para convocar alguna vez una asamblea del 
pueblo en contra de las leyes Elia y Fufia? 3, 


33 Los cónsules del 58, Gabinio y Pisón. 

34 Sobre estas leyes, cf. sen. 11, nota 22, En realidad fue al año siguiente 
cuando una ley de Clodio limitó el derecho de la obnuntiatio. Vatinio simple- 
mente, en armonía con la política de los «populares», habría hecho caso omiso 
de estas disposiciones legales por entender que eran invocadas por los magis- 
trados de forma arbitraria: la actitud de Bíbulo, colega en el consulado de Cé- 
sar, fue un buen ejemplo de estos abusos (Vat. 21, nota 37), ya que en realidad 
sus observationes del cielo las hizo en su casa y no en un lugar consagrado, en 
un templum, como prescribía el ritual. 


— 


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418 DISCURSOS 


Te pregunto igualmente si tuviste la intención, la preten- 
sión o, en fin, el proyecto (en verdad, se trata de un acción tal 
que, en el caso de que simplemente se te haya ocurrido, no hay 
nadie que no crea que te mereces cualquier tormento), si tuvis- 
te —epito— el proyecto, no durante aquella insorportable tiranía 
tuya (que es lo que deseas oír) sino durante tu actuación como 
bandido, de ser nombrado augur en lugar de Quinto Metelo 35 
para que de este modo, cualquiera que te contemplara, sufriera 
y se lamentara doblemente: por el dolor de la pérdida de un 
ciudadano tan distinguido como él y por el cargo desempeñado 
por un hombre tan repugnante y perverso como tú. ¿No creías 
que, durante tu tribunado, había sido ya suficientemente debili- 
tada la República, sacudido el Estado y cautivada y revuelta 
esta ciudad como para que pudiéramos soportar a Vatinio 
como augur? : 

Te pregunto ahora: si, tal como habías deseado, hubieras 
sido nombrado augur (ante semejante proyecto tuyo los que te 
odiábamos a duras penas soportábamos el dolor y los que te te- 
nían afecto apenas lograban contener la risa) 36; te repito la pre- 
gunta: si junto a las demás heridas con las que pensaste des- 
truir la República, le hubieras infligido también el golpe 
mortal de tu cargo de augur, ¿habrías decretado —como hicie- 
ron todos los augures desde la fundación de Roma- que, ante 


35 Q, Cecilio Metelo Céler, casado con una hermana de Clodio (har. 9, 
nota 15) había sido cónsul en el 60; al morir al año siguiente hubo grandes di- 
ficultades (Att. II 5, 2; II 9, 2) para reemplazarlo en su puesto de augur. 

36 Sin embargo, el propio Cicerón (Fam. V 10, 2) señala que Vatinio pa- 
recía apoyado por «los tres hombres» en su candidatura a augur, circunstancia 
ésta que indignó al orador: «[los tres hombres] incluso quieren revestir la mala 
vida de Vatinio con la párpura sacerdotal» (Att. II 9, 2). Que Cicerón no men- 
cione este extremo es una prueba más de que no deseaba que los ataques a Va- 
tinio se entendieran dirigidos también a quienes, en cada momento, habían 
sido sus valedores. 


CONTRA VATINIO 419 


los relámpagos de Júpiter, era contrario a la ley sagrada cele- 
brar una asamblea del pueblo, o bien (dado que tú siempre ha- 
bías actuado así) habrías abolido como augur dichos auspi- 
cios? 

No voy a hablar ya más de tu augurado, algo que hago de 
mala gana y sólo con la intención de recordar los desastres su- 
fridos por la República. En realidad, nunca creíste que llegarías 
a ser augur mientras se mantuviera en pie tanto el prestigio de 
estos hombres como la propia ciudad; pero, para dejar de lado 
tus sueños y abordar ya tus crímenes, quiero que me respondas 
a lo siguiente: cuando a un cónsul como Marco Bíbulo 37 (no 
voy a decir que tuviera buenas intenciones políticas —no sea 
que te irrites conmigo tú, un hombre poderoso que disentiste de 
. Sus opiniones- sino que, en cuestiones políticas, ciertamente 
nunca se precipitó, no maquinó nada y tan sólo en su interior se 
oponía a tus actuaciones), cuando —repito- encarcelaste a este 
cónsul y tus colegas ordenaron que fuera excluido de la Tabla 
Valeria 38, ¿no es verdad que construiste ante los Rostros, jun- 


37 M. Calpurnio Bíbulo (dom. 39), en el 59 y con el apoyo de los tribunos 
Q. Ancario, Gn. Domicio y G. Fanio (Vat. 16), intentó oponerse al proyecto 
de ley agraria de su colega J. César; para ello se retiró a su casa y no cesó de 
alegar que observaba presagios desfavorables en el cielo. Pero César (reforza- 
do por su reciente alianza con Pompeyo y Craso) hizo caso omiso a la obnun- 
tiatio de Bíbulo y -prescindiendo del senado— consiguió que el pueblo, me- 
diante un plebiscito, aprobara la ley. 

38 Los comentaristas no se ponen de acuerdo sobre su significado: podría 
tratarse de un recinto donde se exponía una tabla de bronce con el texto de las 
leyes valerio-horacianas. Junto con P. Vatinio, apoyaban a César los tribunos 
G. Alfio, Q. Cecilio Metelo Pío Nasica y G. Cosconio. Lo cierto es que, si los 
tribunos ejercieron violencia contra Bíbulo, debería haber sido su colega, es 
decir, César, quien saliera en su defensa. Ahora bien, frente al silencio de Ci- 
cerón, los historiadores señalan que fue el propio César el responsable de di- 
cha violencia (Ariano, II 11; DióN Casio, XXXVIII 6; PLUT., Cato 32; Pomp. 
42; SuET., Caes. 20). 


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tando las tribunas, una pasarela por la que un cónsul del pueblo 
romano tan moderado y firme, sin protección ni amigos, por 
culpa de la violencia desatada de unos hombres perversos, fue- 
ra conducido, en medio de un espectáculo tan vergonzoso como 
deplorable, no ya a la cárcel sino al suplicio y a la muerte? 

¿Es que hubo alguien, antes que tú, tan perverso como para 
cometer un acto semejante? Lo pregunto para que podamos sa- 
ber si realmente fuiste imitador de antiguos crímenes o, más 
bien, inventor de otros nuevos. Asímismo, cuando, con estos 
planes criminales y otros del mismo estilo, expulsaste a Marco 
Bíbulo del foro, de la curia, de los templos y de cualquier lugar 
público y lo retenías encerrado en su casa (escudándote siem- 
pre en el nombre de Gayo César, el mejor y más clemente de 
los ciudadanos, pero, en realidad, de acuerdo con tu audacia y 
tu carácter criminal) 39; cuando la vida del cónsul se encontra- 
ba protegida, no por la majestad de su cargo ni por el derecho 
y las leyes, sino por la protección de su puerta y por la defensa 
de. los muros de su casa, ¿enviaste o no un mensajero oficial 
para sacar por la fuerza a Marco Bíbulo de su casa con el fin 
de que, mientras tú fueras tribuno de la plebe, un cónsul como 
él no pudiera exiliarse en su casa, algo que fue siempre respe- 
tado aun tratándose de un ciudadano particular? 

Al mismo tiempo, tú, que nos llamas tiranos a los que esta- 
mos de acuerdo en preocuparnos por el bien común, respónde- 


39. En su declaración Vatinio había insinuado que Cicerón buscaba en este 
momento, de forma interesada, la amistad y el apoyo de César al que, como se 
ve, elogia y evita criticar: «Como Vatinio hubiera dicho, al testificar en el pro- 
ceso [contra Sestio] que me movían a ser amigo de César su fortuna y Sus éxi- 
tos, le respondí que yo prefería la fortuna de Bíbulo a todos los triunfos y vic- 
torias..., que los que habían impedido a Bíbulo salir de su casa eran los mismos 
que me habían obligado a mí a partir hacia el exilio...» (Fam. 19, 7). Esta car- 
ta, escrita dos años después del proceso (diciembre del 54), recoge, pues, unas 
ideas que Cicerón no incluyó en la redacción definitiva de la interrogatio. 


CONTRA VATINIO 421 


me: ¿no fuiste tú (más que tribuno de la plebe, un auténtico ti- 
rano surgido de no se qué fango y tinieblas) quien, por primera 
vez, intentaste subvertir con la abolición de los auspicios un 
Estado que se había constituido precisamente sobre esta insti- 
tución de los auspicios? ¿No fuiste tú el único en pisotear y 
considerar nulas unas leyes tan sagradas como la Elia y Fufia 
que se mantuvieron vigentes en medio de la osadía de los Gra- 
cos, la audacia de Saturnino, el caos de Druso, los enfrenta- 
mientos de Sulpicio, la sangre derramada por Cina e, incluso, 
las armas de Sila? 40; ¿No fuiste tú quien expuso a un cónsul a 
la muerte, lo sitió cuando estaba encerrado e intentó sacarlo de 
su propia casa, tú, que no sólo lograste salir durante aquella 
magistratura de tu indigencia sino que intentas en la actualidad 
. atemorizarnos sirviéndote de tus riquezas? 

¿Fuiste tan cruel como para intentar, mediante tu proposi- 
ción de ley, eliminar y suprimir a nuestros mejores hombres, a 
los líderes de la ciudad? Pues a Lucio Vetio ^! (quien había 
confesado en el senado haberse armado con el propósito de 
matar con sus propias manos a un ciudadano tan excelso y dis- 
tinguido como Gneo Pompeyo) lo presentaste ante la asamblea 
y lo colocaste como delator ante la tribuna de los oradores ^, 


40 Se trata, en todos los casos, de importantes personajes históricos citados 
ya a lo largo de estos discursos. Cf., sobre todo, har. 41, 43 y notas. 

^! Sobre este siniestro personaje, cf. Sest. 132, nota 188 y los trabajos de 
W. C. MacDermorT («Vettius», TAPRA 80 (1949), pág. 351 ss.), L. R. TAYLOR 
(«The date and meanings of the Vettius affair», Historia 1 (1950), pág. 45 ss.) y 
W. ALLEN (Jr.) («The Vettius affair once more», TAPhA 81 (1950), pág. 153 ss.). 

42. Pero en Att. II 4, 3, en cambio, el mismo Cicerón escribe que «César [y 
no Vatinio] hizo comparecer a Vetio en la tribuna de los oradores y lo colocó 
en un sitio al que Bíbulo, el cónsul, no podía acceder...Entonces Vetio dijo 
todo lo que quiso sobre la República como quien había llegado allí preparado 
y con la lección bien aprendida». Una vez más el orador distorsiona los he- 
chos atacando ünicamente a Vatinio que había sido quien, como tribuno de la 
plebe, convocó la asamblea. 


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422 DISCURSOS 


es decir, en aquel templo y lugar consagrado por los augures 


en el que los demás tribunos de la plebe acostumbraron a pre- 


sentar a los líderes de la ciudad para obtener un mayor presti- 
gio. En un lugar como éste has querido que un delator como 
Vetio prestara su lengua y su voz a tus crímenes y locuras. A 
instancias tuyas, ¿dijo o no Lucio Vetio, ante la asamblea que 
habías convocado, que él consideraba que los impulsores, res- 
ponsables y cómplices de aquel crimen eran unos hombres ta- 
les que, de ser eliminados del Estado (precisamente lo que tú 
maquinabas en aquella época), el propio Estado no podría 
mantenerse en pie? Habías querido matar a Marco Bíbulo (no 
te bastaba con su secuestro): lo habías despojado de su autori- 
dad consular y deseabas privarlo de la vida. Quisiste destruir a 
Lucio Lúculo, ante cuyas hazañas sentías una intensa envidia, 
sin duda porque desde niño tú mismo habías deseado alcanzar 
las glorias de un general victorioso 43; a Gayo Curión, enemigo 
perpetuo de todos los hombres malvados, guía del consejo pú- 
blico y el más libre defensor de la libertad común, lo quisiste 
también destruir junto a su hijo ^, uno de los líderes de la ju- 
ventud y entregado a la vida pública más intensamente de lo 
que se podía exigir a su edad. 

Quisiste aplastar también con la delación de Vetio a Lucio 
Domicio, cuyos méritos y brillantez deslumbraban —según 
creo- tus ojos (lo detestabas por ese resentimiento tuyo general 
contra todos los hombres honestos, pero, a su vez, lo temías 


43 L. Lúculo, por sus campañas militares en Oriente Próximo del 74 al 66 
y, sobre todo, por su victoria sobre Mitrídates. 

44 G. Escribonio Curión, cónsul en el 76, miembro del colegio de los pon- 
tífices que trató el problema de la consagración de la casa de Cicerón (har. 
12), había defendido a Clodio en el 61 por lo que fue, a su vez, atacado por 
Cicerón (In Curionem). Su hijo, tribuno en el 50, fue muerto por Juba en Áfri- 
ca un año después. 


CONTRA VATINIO 423 


bastante de cara al futuro por la esperanza que todo el mundo 
tenía y tiene puesta en él) ^ y a Lucio Léntulo, uno de los jue- 
ces de este tribunal, flamen de Marte, debido a que era en 
aquella época rival de tu amigo Gabinio *, Si Léntulo hubiera 
vencido entonces a aquella ruina y azote de la República (algo 
que, por culpa de tu crimen, no pudo lograr), la propia Repú- 
blica habría resultado también vencedora. A la muerte del pa- 
dre quisiste añadir también la de su hijo sirviéndote de la mis- 
ma denuncia y acusación; a Lucio Paulo *, a quien, como 
cuestor, le había tocado en suerte Macedonia (¡qué ciudadano 
y qué hombre!), quien, con la ayuda de las leyes, había expul- 
sado a aquellos dos criminales, traidores a la patria y enemigos 
públicos domésticos ^8, a un hombre como él, nacido para sal- 
. var a la República, lo incluiste también en la delación de Vetio 
y en el mismo grupo. 

¿Qué sentido tiene que me queje de mi suerte? Incluso 
debo darte las gracias por no creer que debías excluirme del 
grupo de ciudadanos más valientes. 

Pero, después que Vetio acabó su intervención a tu gusto, 
difamó a los personajes más brillantes de la ciudad y descen- 
dió de la tribuna de los oradores, ¿qué locura tan grande se 
apoderó de tí como para volver a llamarlo de repente, ponerte 
a hablar con él a la vista del pueblo romano y preguntarle a 


45 L. Domicio Enobarbo combatió: al lado de Pompeyo en la guerra civil 
muriendo en la batalla de Farsalia, en el 48. 

46 L. Léntulo Nigro acusó a Clodio en el 61 y murió en el 56. Su hijo, al 
que se referirá a continuación, fue uno de los acusadores de Gabinio en el 54, 

41 L. Emilio Paulo, cónsul en el 50 (Mil. 24), pese a ser amigo de Cicerón, 
fue citado como testigo de la acusación en el proceso contra Sestio. No debió 
ser, por tanto, un testigo útil para la acusación ya que, durante el proceso mis- 
mo, «manifestó que acusaría a Vatinio...Éste, hombre petulante y audaz, salió 
confundido y malparado» (Q. fr. II 4, 1). 

48 Es decir, a Catilina y Cetego. 


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424 DISCURSOS 


qué otros personajes podía nombrar? ¿Le hiciste o no insinua: 
ciones para que nombrara a mi yerno Gayo Pisón (entre el gran 
número de jóvenes excelentes, no dejó que nadie le igualara en; 
moderación, valor y afecto) * e, igualmente, a Marco Lateren: 
se, un hombre que no dejaba de pensar día y noche en la gloria 
y en la República? ¿Tú, el más infame de nuestros enemigos; 
no propusiste acaso la creación de una comisión de investiga: 
ción sobre tantos y semejantes ciudadanos tan distinguidos, nó: 
diste tu autorización a la delación de Vetio y a una recompensa 
tan generosa? Al ver rechazadas estas decisiones por la volut: 
tad, o más bien, por el griterío de todos los mortales, ¿hiciste o: 
no estrangular a ese mismo Vetio en la cárcel para que no ques 
dara ninguna prueba de aquella delación fraudulenta y se exis 
giera contra ti una investigación sobre este crimen? 50, 

Y, ya que mencionas a menudo que presentaste una ley so+ 
bre las recusaciones contradictoriás, para que todos se den 
cuenta de que ni siquiera fuiste capaz entonces de actuar recta- 
mente sin cometer un crimen, te pregunto lo siguiente: después: 
de haber promulgado esta ley justa?! al comienzo de tu magis- 
tratura y de haber presentado otras muchas 22, ¿no es cierto qué 
esperaste a que Gayo Antonio fuera acusado 5 ante Gneo Lén- 


49 Sobre G. Calpurnio Pisón, sen. 38, nota 74. 

50 Cicerón insinúa que fue Vatinio el responsable de la extraña muerte de 
Vetio (Att. II 23); para PLurarco el sospechoso era Pompeyo (Luc. 42, 7-9) y. 
el propio César para Suetonio (Caes. 20). Cf. también, Ariano, BC II 12, ER 
44, y Dión Casto, XXXVIII 9. 

51 Se trata de la lex Vatinia de reiectione iudicum del 59, que posibleen: 
te reglamentaba la recusación de los jurados, suavizando las disposiciones de: 
las leyes de Sila que confirmaban los privilegios de los senadores. 

3? Sobre el contenido de estas multas alias leges, por lo general en favor 
de los triunviros, cf. L. G. Pocock, A commentary..., op. cit., págs. 161-179;:y: 
G. BELLARDI, «Un mostro partorito...», art. cit., págs. 6-7. 

5 G. Antonio Hybrida, el colega de Cicerón en el consulado del 63, acus 
sado de maiestate a su regreso de la provincia de Macedonia y defendido sin 


CONTRA VATINIO 425 


tulo Clodiano y que, después de que aquél resultó acusado, 
añadiste que tu proposición iba dirigida contra todo aquel «que 
hubiera sido acusado con posterioridad a tu ley» para que, que- 
dando excluido un hombre consular como aquel desdichado, 
fuera privado de la ayuda y de la equidad de aquella ley tuya 
por culpa de un plazo mínimo de tiempo? 

Me dirás que tenías una relación muy estrecha con Quinto 
Máximo. ¡Excelente excusa para tu actuación! Pues, sin duda, 
el mayor elogio de Máximo radica en que, después de suscitar- 
se las hostilidades, de abrirse el proceso y de ser elegido el 
juez instructor y el jurado, no quiso proporcionar a su adversa- 
rio unas condiciones de recusación demasiado favorables. Má- 
ximo no hizo nada contrario a sus virtudes ni a las de. unos 
hombres tan distinguidos como los Paulos, Máximos y Africa- 
nos, cuya gloria esperamos e, incluso, estamos viendo ya que 
ha sido renovada gracias a las virtudes de él. Tu perfidia, tu 
maldad y tu crimen radican en que, aquella ley que habías pro- 
mulgado con el pretexto de la generosidad, la aplazaste hasta 
que llegara una ocasión para ejercer tu crueldad. Sin duda, en 
la actualidad Gayo Antonio se consuela de su desgracia única- 
mente porque prefirió oír antes que ver que su sobrina y las 
imágenes de su padre y de su hermano habían sido colocadas, 
no en el seno de su familia sino en la cárcel. 

Y puesto que desprecias el dinero de los demás mientras 
que te vanaglorias de tus riquezas de la forma más intolera- 
ble 54, quiero una respuesta: ¿concluiste o no tratados con ciu- 


éxito por el orador (supra, pág. 270, dom. 41, Sest. 13 y notas). Antonio era 
tío de la mujer de Vatinio (infra, $ 28), por lo que es difícilmente creíble la in- 
sinuación de mala fe y crueldad que Cicerón lanza contra el tribuno (cf. G. 
BELLARDI, «Un mostro partorito..», art. cit., pág. 10). 

54 Cousin piensa (op. cit., págs. 246-248) que los «tratados» con ciudades 
y tetrarcas hacen referencia a los acta Pompei en Oriente que el senado se 


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426 DISCURSOS 


dades, reyes y tetrarcas?, ¿sacaste o no dinero del tesoro públi»; 
co amparándote en tus propias leyes? 55, ¿no es cierto que arre» 
bataste, tanto a César como a los publicanos, una parte de sus: 
acciones que por aquel entonces eran de un gran valor? Siendo. 
esto así, te pregunto a ti, que eras tan pobre, si no te hiciste: 
rico 56 precisamente aquel mismo año en el que se presentó una, 
ley muy rigurosa contra el delito de concusión, para que todo 
el mundo pudiera darse cuenta de que habías despreciado, no: 
sólo nuestras actuaciones (nos llamas tiranos) sino incluso la. 
ley de tu mejor amigo, ante quien sueles además acusarnos (a. 
nosotros, que somos grandes amigos suyos), cuando en reali- 
dad le estás insultando de la forma más ultrajante cada vez que 
afirmas que eres su cómplice. 

Me gustaría además saber con qué propósito o intención te 
sentaste a la mesa, vestido con una toga oscura, en el banquete; 
funerario de un allegado mío como Quinto Arrio 57. ¿Has visto: 


negó a ratificar y que César, sirviéndose de Vatinio, consiguió que aprobara el 
pueblo en el 59, cumpliendo así uno de los acuerdos del primer triunvirato. 
(Vat. 13, nota 24). 

55 En realidad, en la referencia a «tus leyes» estaría la lex Iulia aprobada 
por los comicios tributos presididos por Vatinio. Por lo tanto, cuando Cicerón 
lo acusa de haber arruinado el tesoro público a causa del déficit que provocó: 
la aprobación de las medidas agrarias relativas a Campania (Att. II 9, 1; 1117, 
1; I1 16, 1), parece querer olvidar, una vez más, que Vatinio era simplemente 
el brazo ejecutor de las leyes de César. 

56 Como se ve (Vat. 5; 15; 19; 23), la alusión a Vatinio como ladrón es uhá 
constante. Sobre la lex Iulia de pecuniis repetundis, cf. Sest. 135, nota 195. 

57 Otra de las acusaciones que el orador lanza contra Vatinio es que éste y 
sus amigos participaron con toga oscura (atrati) y no blanca (albati), como exis, 
gía la etiqueta, en el banquete fúnebre que Q. Arrio, amigo de Cicerón, ofreció 
en el templo de Cástor en honor de su padre. Un banquete del que llegará a- de~ 
cir Horacio: «La progenie de Q. Arrio, noble par de hermanos, gemelos en Ja: 
disipación, en las frivolidades y en el gusto por lo depravado, que suelen almor- 
zar ruiseñores comprados con gran exquisitez, ¿a dónde irá?» (Sat. 113, 84). 


CONTRA VATINIO 427 


u oído que alguien actuara alguna vez así? ¿Qué ejemplo o qué 
. normas seguiste para actuar de este modo? Me vas a decir que 
desaprobabas aquellas rogativas públicas. Muy bien: admita- 
mos que no tenían ningún valor. Pero ¿te das cuenta de que no 
te estoy preguntando nada sobre los asuntos de aquel año ni 
sobre aquello que parece tienes en común con los personajes 
más importantes, sino sobre tus propios actos criminales? De 
acuerdo en que fue nula aquella rogativa pública 58; pero, dime: 
¿quién se sentó alguna vez enlutado en un banquete? Un ban- 
quete como aquél es fúnebre en la medida en que representa un 
deber para con el difunto y los manjares están sin duda en con- 
sonancia con su dignidad. 

De todos modos voy a dejar ya de lado el banquete ofreci- 
do al pueblo romano y aquel día festivo, con su dinero;.sus 
vestidos y toda su suntuosidad y magnificencia que provoca- 
ban admiración; ¿hubo alguna vez, en un duelo doméstico o en 
unos funerales familiares, alguien que cenara vestido con una 
toga oscura? Excepto tú, ¿se puso alguna vez alguien esa toga 
al salir de los baños? Cuando se sentaron a la mesa tantos mi- 
les de personas y se vistió de blanco Quinto Arrio (que era el 
anfitrión del banquete), tú te presentaste en el templo de Cástor 
vestido de luto y acompañado de Gayo Fíbulo (también de ne- 
gro) y de tus restantes furias. ¿Quién no lamentó y deploró en- 
tonces la desgracia de la República? ¿Qué otro tema de con- 
versación hubo durante aquel banquete sino que una ciudad tan 
poderosa y respetada había quedado expuesta a tu locura y a 
tus burlas? 


38 Ofensa al anfitrión o extravangancia de mal gusto, es posible (G. Be- 
LLARDI, «Un mostro partorito...», art. cit., pág. 11) que se tratara de un gesto de 
protesta sugerido por César (que deseaba para sí todos los honores de los su- 
cesos en la Galia) ante la supplicatio o rogativa pública decretada por el sena- 
do por la victoria de G. Pontino en la Galia Narbonense. 


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428 DISCURSOS 


¿Desconocías estas costumbres? ¿Nunca habías visto un 
banquete fúnebre? ¿Nunca habías estado entre cocineros en tu 
infancia o en tu juventud? ¿No habías saciado poco antes ty 
vieja hambre en el espléndido banquete de un joven tan noble 
como Fausto? 5%, ¿Habías visto a alguien sentarse a la mesa 
vestido de luto? ¿Viste alguna vez, en presencia de sus convi» 
dados, a un anfitrión y a sus amigos vestidos con una toga oss 
cura? ¿Qué locura tan grande se apoderó de tí para que, si nó 
hacías lo que te prohibían las normas religiosas, si no profana: 
bas el templo de Cástor, el nombre de aquel banquete fünebre; 
los ojos de tus conciudadanos, las costumbres de tus antepasas 
dos y la autoridad misma de quien te había invitado, pensaras 
que no habías puesto suficientemente de manifiesto que consi- 
derabas nulas aquellas rogativas püblicas? 

Te voy a interrogar además sobre tu actuación como ciuda- 
dano particular, aspecto en el que ho podrás ya decir que:tü 
causa está ligada a la de ciudadanos tan distinguidos: ¿Fuiste:9 
no acusado de acuerdo con las leyes Licinia y Junia? 9, ¿No:te 
citó el pretor Gayo Memio 8!, de acuerdo con esa ley, para: que 
comparecieras en el plazo de treinta días? Y, al haber llegado 


59 Hijo de Sila y cuestor en el 54, combatió al lado de Pompeyo en la gue 
rra civil. 

60 La ley Licinia Junia del 62 confirmaba las disposiciones de la ley Ceci 
lia Didia del 96 (Sest. 135, nota 194) prohibía que se presentaran a votación 
proyectos de ley per saturam; además, el texto de dichos proyectos debía de- 
positarse, en presencia de testigos que garantizasen su autenticidad, en el tém- 
plo de Saturno para su conocimiento previo por parte del pueblo. G. Licinio 
Calvo, el amigo del poeta Catulo, le habría acusado de maiestate por transgre- 
dir estas disposiciones durante su tribunado, posiblemente al presentar la lex 
de actis Pompei confirmandis (PLutr., Pomp. 48). a 

61 Si se trata del mismo personaje al que Lucrecio dedicó su De rerum nas 
tura, fue tribuno de la plebe en el 66, pretor en el 58 y activo anticesariano 
(Suer., Caes. 23); acusado de concusión por su gobierno de Bitinia, se exilió 
enel 51. 





CONTRA VATINIO 429 


ese día, ¿no es verdad que hiciste lo que nunca con anteriori- 
dad se había hecho ni se había oído en esta República? ¿Ape- 
laste o no a los tribunos de la plebe para no acudir a juicio? 62; 
—he hablado con demasiada suavidad; por más que la acción 
misma es inaudita y difícilmente tolerable, ¿apelaste o no di- 
rectamente a Clodio, es decir, al azote de aquel año, a la ruina 
de la patria, a la tempestad devastadora de nuestra Repüblica? 
Puesto que no podía impedir el proceso de acuerdo con el de- 
recho, las costumbres y su propia autoridad de magistrado, 
acudió de nuevo a la violencia desmedida y se presentó a la ca- 
beza de tus tropas. Para que no creas, en este punto, que he di- 
cho contra tí algo más allá de lo que son mis preguntas, no me 
voy a imponer la tarea de aportar pruebas: voy a reservarme lo 
que, de acuerdo con este asunto, veo que he de decir ensegui- 
da; no te voy a inculpar sino que, tal como he hecho en las res- 
tantes cuestiones, me voy a limitar a interrogarte. 

Vatinio, ésta es mi pregunta: ¿desde la fundación de Roma 
hubo alguien en esta ciudad que apelara a los tribunos de la 
plebe para evitar ir a juicio?, ¿alguien que, siendo acusado, se 
atreviera a subir al estrado del juez instructor, a desalojarlo por 
la fuerza, a echar por tierra sus asientos, a derribar las urnas y, 
en fin, a actuar en contra de todo aquello en lo que se funda- 
mentan los tribunales, y esto con la intención de anular el jui- 
cio? ¿O es que no sabes que Memio huyó, que quienes te acu- 
saban lograron librarse de tus garras y de las de tus partidarios, 
que fueron expulsados los jueces de interrogatorio de los tribu- 
nales más próximos y que, en el foro, a plena luz y a la vista de 
todo el pueblo romano quedaron reducidos a la nada el tribu- 


€ La apelación al ius auxilii de un tribuno de la plebe era un hecho habi- 
tual sobre todo en los procesos civiles (Quinct. 29; Tull. 38). Cicerón, que no 
ignora el hecho, prefiere cargar las tintas en el hecho de que fuera Clodio el 
tribuno al que apeló Vatinio. 


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430 DISCURSOS 


nal, los magistrados, las costumbres de nuestros antepasados, 
las leyes, los jueces, el acusado y la propia sanción legal? ¿No 
sabes que, gracias al celo de Gayo Memio, todos estos hechos 
quedaron anotados y consignados en los registros públicos? 
Una pregunta más: después de haber sido citado, cuando regre» 
saste de tu legación para que nadie pensara que evitabas el jui 
cio 9, cuando andabas diciendo que, si hubieras podido elegir, 
habrías preferido defenderte judicialmente, ¿te parece consé: 
cuente que, no habiendo querido servirte del refugio que repre 
sentaba tu legación hayas buscado refugio en una ayuda crimi- 
nal mediante esta apelación tan vergonzosa? 

Y ya que acabamos de mencionar tu legación, quiero ofr.de 
tus labios: ¿en virtud de qué decreto del senado fuiste enviado? 
Por tus gestos intuyo lo que vas a responderme; dices que:de 
acuerdo con tu ley 94. ¿No eres, por tanto, el más decidido pá: 
rricida de la patria? ¿No te proponías alejar completamente:à 
los senadores de toda actividad püblica? ; Ni siquiera le deja- 
bas al senado algo que nunca nadie le quitó: que los legados 
fueran elegidos de acuerdo con la autoridad de este estamento? 
¿Hasta tal punto te pareció sórdido el consejo público, arruiná: 


63 Vatinio, no hay que olvidarlo, puesto que se encontraba como legado de 
César en la Galia (sobre esta legación, cf. Att. II 7, 3), podría haberse sustraído 
a la citación de Memio apelando a la lex Memmia de absentibus reipublicae 
causa del 111, que impedía que fueran incriminados aquellos que se encontra: 
ran fuera de Roma por razones de Estado. 

64 La lex Vatinia de imperio C. Caesaris. En cuanto a esta ley, que ll 
buía las provincias de la Galia Cisalpina y el Ilírico a César, Cicerón es;:de 
nuevo, prudente: reprocha a Vatinio todas las medidas accesorias (legaciones, 
nombramiento de parlamentarios, etc.), pero nunca la designación del propic 
gobernador (es decir, de César) y la duración (cinco años) de su mandato. 
Además, si la lex Vatinia representaba una violación tan grave de la legalidad, 
¿por qué razón el senado, por propia iniciativa, había añadido a las provincias 
asignadas por el plebiscito la Galia Trasalpina y una legión suplementaria? 





CONTRA VÁTINIO 431 


do el senado y miserable y postrada la República que el senado 
era incapaz de elegir, siguiendo las costumbres de sus antepa- 
sados, a los mensajeros de la paz y la guerra, a los parlamenta- 
rios, intérpretes, responsables de los planes militares y admi- 
nistradores de cargos provinciales? 

Habías arrebatado al senado la potestad de asignar las pro- 
vincias, la decisión de elegir a los generales y la administra- 
ción del tesoro público, prerrogativas que nunca deseó para sí 
el pueblo romano pues nunca intentó arrancar al senado la di- 
rección del alto tribunal. De acuerdo: algo de esto se hizo en 
otras ocasiones; excepcionalmente, es cierto, pero ocurrió que 
el pueblo eligió a un general. ¿Quién ha oído que el pueblo eli- 
giera alguna vez legados sin un decreto del senado? 65. Antes 
que tú, nadie; después y de inmediato hizo esto mismo Clodio 
en el caso de aquellos dos monstruos de la República. Debes 
sufrir, por tanto, un castigo mayor, ya que heriste a la Repúbli- 
ca, no sólo con tu actuación sino también con tu ejemplo y no 
te limitaste a ser malvado sino que, incluso, quisiste dar leccio- 
nes a otros. ¿Eres consciente de que, por todas estas razones, 
has sido censurado por el juicio de los sabinos 96, que son los 
hombres más severos, por el juicio de los marsos, los más va- 
lerosos, y por el de los pelignos, miembros de tu tribu, y que, 
desde la fundación de la ciudad, la tribu Sergia no había perdi- 
do, salvo a ti, a ninguno de sus miembros? 


65 La lex Sempronia de provinciis consularibus del 123 otorgaba al se- 
nado la designación anual de las provincias consulares, una designación con- 
tra la que no podían interponer su veto los tribunos y que debía hacerse antes 
de los comicios consulares para evitar así toda injerencia de los nuevos cón- 
sules. 

66 La patria de Vatinio era Reate (Rieti) en la Sabina (nat. deor. II 6; VaL. 
Max., 1 8, 1). Todo el pasaje hace alusión al fracaso de Vatinio en las eleccio- 
nes a edil para el 57, en las que no consiguió ni siquiera los votos de una tribu 
tan «popular» como la Sergia. 


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432 DISCURSOS 


Me gustaría, además, oírte responder a lo siguiente: dado 
que presenté una ley contra el cohecho 9? de acuerdo con un 
decreto del senado, y la presenté sin ejercer violencia alguna, 
respetando los auspicios y las leyes Elia y Fufia, ¿por qué ra- 
zón no la consideras ley, sobre todo teniendo en cuenta que yo 
obedezco tus leyes, sin importarme el modo como las hayas 
presentado? Cuando mi ley prohíbe expresamente «dar espec- 
táculos de gladiadores durante los dos años en los que se pre- 
sente o se vaya a presentar una candidatura, salvo que la fecha 
hubiese sido fijada previamente por testamento», ¿qué locura 
tan grande se apoderó de ti como para atreverte a ofrecer com- 
bates de gladiadores durante la propia campaña electoral? 
¿Crees que puede encontrarse algún tribuno de la plebe seme- 
jante a aquel gladiador tuyo tan decidido, que se interponga 
para impedir que seas acusado de acuerdo con mi ley? 

Si desprecias y desdeñas todo esto porque, tal como dices 
una y otra vez en público, te has convencido de que, aun en 
contra de la voluntad de dioses y hombres, vas a conseguir to- 
dos tus deseos gracias al gran afecto que te profesa Gayo Cé- 
sar, ¿no has oído y nadie te ha dicho que hace poco en Aquile- : 
ya Gayo César, al mencionarse a diversas personas, dijo haber : 
llevado muy a mal que Gayo Alfio 68 hubiese sido relegado 
como candidato (reconocía en aquel hombre una lealtad.y 
honradez muy profundas) y que también le molestaba que hu- 
biese sido nombrado pretor alguien que había disentido de sus 
opiniones? Alguien le preguntó entonces cómo llevaba el caso. 
de Vatinio; a lo que respondió que Vatinio no había hecho 
nada gratis durante su tribunado; que, quien había puesto to o 
su interés en el dinero, debía sufrir de buen grado la ausencia 
de honores. 





67 La lex Tullia de ambitu, en el 63, cf. Sest. 133, nota 191. 
$8 Sobre este personaje, cf. Sest. 114, nota 156. 


CONTRA VATINIO 433 


Pero si el hombre mismo que, para aumentar su prestigio, 
consintió sin dificultad que tú te precipitaras en el abismo con 
tus propios riesgos pero sin que él cometiera delito alguno %, 
te considera, sin embargo, totalmente indigno de cualquier car- 
go honorífico; si tus vecinos, tus allegados y los miembros de 
tu tribu te detestan hasta el extremo de interpretar tu derrota en 
las elecciones como un triunfo propio; si no hay nadie que te 
mire sin lamentarse, nadie que hable de ti sin maldecirte; si te 
evitan, si huyen de ti, si no quieren oír tu nombre y detestan 
verte como si de un mal augurio se tratara; si te rechazan tus 
parientes, te maldicen los miembros de tu tribu, te temen tus 
vecinos, se avergüenzan de tí tus cómplices; si esos tumores 
escrofulosos han abandonado ya tu detestable rostro. para si- 
tuarse en otras parte de tu cuerpo 7°; si sufres la aversión del 
pueblo, del senado y de todos los campesinos, ¿por qué razón 
deseas la pretura más que la muerte, sobre todo si se tiene en 
cuenta que deseas realmente ser un demócrata y que no podrí- 
as hacer nada que fuera más grato al pueblo? 

Pero para que podamos oír, de una vez, tus elocuentes res- 
puestas a mis preguntas, voy a concluir ya este interrogatorio 
y, en último lugar, voy a hacerte unas pocas preguntas sobre la 
propia causa que nos ocupa. 

¿Qué frivolidad y ligereza tan grandes hubo en ti para que 
alabaras en este proceso a Tito Anio con las mismas palabras 


69 César, como Pontífice Máximo además de cónsul, debería haber reac- 
cionado ante el desprecio que Vatinio mostró hacia los auspicios. Cicerón in- 
tenta justificar su actitud como queriendo olvidar que fue el triunviro el máxi- 
mo beneficiario de las transgresiones de Vatinio y que él mismo hizo caso 
omiso a la obnuntiatio de su colega M. Bíbulo (Vat. 21, nota 37). 

70 Sobre la impopularidad de Vatinio, cf. Vat. 2, nota 2. De nuevo Cice- 
rón, llevado por su aversión al personaje, carga las tintas sobre la deformitas 
corporis (Bel. Alex. 44,1) del testigo (Vat. 4, nota 7), transgrediendo el princi- 
pio de la retórica (Orat. 89) de no aludir a los defectos físicos del adversario 
en un discurso de defensa. 


39 


40 


41 


434 DISCURSOS 


con las que acostumbran a alabarlo la gente honesta y los bue- 
nos ciudadanos, cuando no hace mucho, al ser citado ante el 
pueblo por aquella furia abominable, presentaste con tanta so- 
licitud un falso testimonio contra él? 71. Cuando veas a las ban- 
das de Clodio y a su ejército de criminales y malhechores, ¿vas 
a tener la opción y posibilidad de decir lo que dijiste ante la 
asamblea del pueblo: que Milón había asediado a la República 
con gladiadores y bestiarios? En cambio, cuando te presentes 
ante unos hombres como éstos, ¿no te vas a atrever a vituperar 
a un ciudadano de semejante valor, lealtad y constancia? 

Pero, puesto que elogias con tanto empeño a Tito Anio y 
estás empañando con este elogio el honor de un ciudadano tan 
distinguido -pues Tito Anio prefiere estar entre el número de 
aquellos a los que vituperas-, a pesar de todo te hago la. si- 
guiente pregunta: dado que entre Tito Anio y Publio Sestio 
hubo comunidad de pareceres en materia política (una comuni: 
dad atestiguada por el juicio de las gentes de bien e, incluso; 
de los malos ciudadanos; en efecto, uno y otro están acusados 
por la misma razón y del mismo delito, el uno con el día fijado 
para declarar por aquel a quien sueles reconocer como la ünica 
persona más depravada que tú ??, el otro acusado por decisión 
tuya propia y, sin embargo, con la ayuda de aquél), te pregun 
to: ¿cómo puedes disociar en tu testimonio a aquellos a quie- 
nes estás asociando en tu acusación criminal? 

Lo ültimo que me gustaría respondieras es lo siguiente: al 
hablar con tanta insistencia de la prevaricación de Albinovano?3, 
¿no es cierto que dijiste que ni te parecía bien ni creías conve- 


7! Recuérdese que Clodio, antes de provocar el proceso contra Sestio, ha- 
bía acusado personalmente de vi a Milón (supra, págs. 272-273). 

7? Es decir, por Clodio. 

75 Al parecer, Vatinio le había devuelto el golpe a Cicerón al afirmar dus 
rante su declaración que Cicerón se había entrevistado también con Albinovas 
no antes del proceso (J. Cousin, op. cit., pág. 240, n.1). 


CONTRA VATINIO 435 


niente que Sestio fuera acusado de violencia?, ¿que debería ha- 
ber sido inculpado en virtud de cualquiera otra ley o de cual- 
quiera otra acusación? Más aún, ¿dijiste o no que la causa de un 
hombre tan valeroso como Milón la considerabas ligada a la de 
Sestio y que cuanto Sestio había hecho en mi favor había sido 
aprobado por las gentes de bien? 74. No es mi intención repro- 
charte la contradicción que existe entre tus palabras y la declara- 
ción que hiciste ante los jueces. En efecto, prestaste una extensa 
declaración en contra de las actuaciones de Sestio, unas actua- 
ciones que dices han sido aprobadas por las gentes de bien; has 
ensalzado, a su vez, con las mayores alabanzas, a aquel hombre 
al que asocias a la causa y a los peligros de Sestio. Pero, res- 
póndeme: ¿crees que Publio Sestio debe ser condenado por la 
misma ley por la que dices que en absoluto debió ser acusado? 
Y, si no quieres que se te consulte en el momento de dar tu tes- 
timonio, para que no parezca que he contribuido a darte la más 
mínima autoridad, dime: ¿no es cierto que prestaste declaración 
sobre su actuación violenta en contra de aquel que ahora dices 
no debió ser acusado, en absoluto, de violencia? 75. 


74 Parece, pues, que los acusadores no se pusieron plenamente de acuerdo 
sobre la naturaleza de la acusación contra Sestio (de ambitu o de vi; cf. supra, 
págs. 397-398) y que, finalmente, con el apoyo de Clodio, Albinovano impuso 
la acusación de vi, mientras que Vatinio hubiera preferido la de ambitu. Ello 
explica el que Vatinio declarara de mala gana y que llegara a alabar a Milón. 
Vatinio, sabedor sin duda de que Milón era sostenido por los triunviros (que 
querían entonces servirse de él como contrapeso frente a Clodio) no se intere- 
só en seguir el juego a Clodio, máxime cuando Sestio era defendido por Cra- 
so, apreciado por Pompeyo (Fam. I 9, 7), que se presentó en el proceso como 
laudator del acusado, y no le era indiferente a César (Sest. 71). 

75 Cicerón, hábil jurista, juega con el sentido de los verbos oportuisse, non 
debuisse: oportere «concierne estrechamente a la obligación jurídica del dere- 
cho romano en la técnica procesal, mientras que debere se refiere al deber mo- 
ral impuesto a la conciencia» (G. BELLARDI, «Un mostro partorito...», art. cit., 
pág. 16). 


EN DEFENSA 
DE T. ANIO MILON 


INTRODUCCIÓN 


1. Las circunstancias históricas (56-52 a. C.) 


Tal como hemos ido viendo a lo largo de los discursos post 
reditum, la figura de Clodio constituyó una referencia casi ob- 
sesiva en boca de Cicerón. El orador ha ido dibujando, con tra- 
zos enérgicos, con pasión y resentimiento, la trayectoria vital y 
política de quien durante diez largos años fue su más enconado 
enemigo personal: el escándalo que protagonizó en casa de Cé- 
sar durante la celebración de los misterios de la Buena Diosa, 
su adopción plebeya, su tribunado de la plebe en el 58, las me- 
didas legislativas «revolucionarias» que presentó durante su 
mandato, el exilio de Cicerón y la pérdida de sus posesiones, 
su violenta oposición al regreso del orador, los obstáculos de 
todo tipo que presentó para impedir que Cicerón recuperara su 
casa del Palatino, la violencia física y jurídica contra los parti- 
darios (Milón y Sestio) del exiliado, su elección como edil en 
el 56, etc.!. 


! No hace falta insistir en que la imagen que Cicerón nos ofrece de Clodio 
en estos discursos es parcial y poco objetiva (cf. W. M. F. RunDELL, «Cicero 
and Clodius. The question of credibility», art. cit.). Ha sido en.los últimos 
afios cuando ha comenzado a reivindicarse la figura política de Clodio y 


440 EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 


No vamos, por tanto, a detenernos en estos hechos sufi- 
cientemente conocidos ? ni a recordar los apoyos (casi siempre 
de las masas populares y de César, pero también de Pompeyo, 
de Craso e, incluso, de parte de la oligarquía senatorial) que 
Clodio supo buscar con habilidad en cada momento 3. Puesto 
que entre el último de los discursos post reditum (el De harus- 
picum responso de mayo del 56) y la muerte de Clodio (20 de 
enero del 52) transcurren casi cuatro años, es a este período al 
que vamos a prestar atención brevemente, para completar así 
el marco histórico en el que se sitúa uno de los discursos más 
brillantes y famosos de Cicerón: el Pro Milone. 

Habíamos dejado a Cicerón irritado tras la elección de Clo- 
dio como edil (enero del 56), satisfecho por el éxito político de 
su defensa de Sestio (marzo), sorprendido al conocer los 
acuerdos de Luca (abril) y molesto con Pompeyo por haberlo 
engañado y mantenido al margen de las negociaciones. Ante él 
cambio en la situación política que supuso el nuevo reparto de 
poder entre los triunviros, el orador dio muestras, una vez más, 
de sus dudas y contradicciones; es cierto que, durante largos 
períodos, se mantuvo al margen de la actividad política (entré- 


su importancia, haciendo ver que muchas de las descalificaciones de Cicerón 
han de entenderse «en el marco del lenguaje propio de la invectiva, en el cual 
todo vale, en el que el insulto y la calumnia juegan un papel importante» (F. 
Pina, «Cicerón contra Clodio...», art. cit., pág. 140). Cf., a este respecto, las 
monografías ya mencionadas de W. J. Tatum (P. Clodius Pulcher (tr. pl. 58 
B.C.): the rise of power, tesis, Austin, 1986) y H. Benner (Die Politik des,P. 
Clodius Pulcher, Stuttgart, 1987). 

? Remitimos, para ello, a las introducciones de cada unos de los discursos 
y, en especial, a las págs. 13-22 y 203-207. 

3 N. S. Gruen («P. Clodius: instrument or independent agent?», Phoenix 
20 (1960), 120-130) pone de manifiesto cómo Clodio no fue un simple instru- 
mento en mano de los triunviros (y, sobre todo, de César) por más que, en mus 
chas ocasiones, unos y otros se apoyaran mutuamente. Cf. también, L. Ut- 
CHENKO, Cicerón y su tiempo, op. cit., págs. 178-179 y Att. I1 7, 3; 1112, 2. 


INTRODUCCIÓN 441 


gado al estudio de la filosofía y a la redacción de algunos de 
sus tratados de retórica) y que, en su correspondencia particu- 
lar, se manifestó cada vez más crítico y desengañado al consta- 
tar la degradación de las instituciones republicanas (reflejada, 
por ejemplo, en la irregular elección como cónsules de Pompe- 
yo y Craso en el 55) y cómo su sueño de la concordia ordinum 
se veía sustituido por el reparto del poder entre unos pocos, 
por el desprecio a la legalidad de un régimen ya caduco y por 
un clima de inestabilidad política y de desórdenes públicos. Y, 
sin embargo, incapaz de renunciar a algún protagonismo, en 
vez de denunciar públicamente la situación, se dejó vencer por 
las presiones y los halagos de los triunviros *; sólo así se expli- 
ca, por ejemplo, que, poco después de los acuerdos de Luca, 
preste su voz y su prestigio para, en el De provinciis consulari- 
bus, apoyar la concesión a César de la prórroga de su gobierno 
de las Galias y el incremento de sus legiones; o que, en el 54, 
acabe siendo el abogado defensor de dos personajes (Vatinio y 
Aulo Gabinio) a los que años antes había atacado con la mayor 
dureza ?. 

La degradación de la situación política y la violencia en las 
calles impedían el normal desarrollo de las instituciones; las 
elecciones eran interrumpidas o aplazadas según los intereses 


4 Para M. C. MITTELSTADT («Cicero's political velificatio mutata: 54 B. C.- 
51 B. C., compromise or capitulation?», PP 40 (1985), 13-28), del análisis de 
los sucesos políticos a través de la correspondencia privada de Cicerón du- 
rante este período, concluye que el orador intentó mantenerse fiel a sus alia- 
dos, pero que finalmente debió reconocer que no podía seguir defendiendo 
una causa política ya perdida. Para una justificación filosófico-política de la 
actitud de Cicerón, cf. J. Boes, La philosophie et l'action..., op. cit., págs. 
285-292. 

5 Sobre la defensa de Vatinio, cf., supra, págs. 396-397. Respecto a Gabi- 
nio, recuérdese que fue uno de los cónsules que durante el 58 contribuyó di- 
rectamente al exilio de Cicerón. 


442 EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 


de cada bando y resultaba imposible un mínimo de continuidad 
en la acción judicial. Esta inestabilidad se agudizó en el 53 (los 
cónsules para aquel año tardaron seis meses en tomar posesión 
del cargo) y a ello contribuyó, sin duda, la reciente quiebra del 
triunvirato; en efecto, la muerte un año antes de Julia, esposa 
de Pompeyo e hija de César, había supuesto la ruptura de un 
vínculo personal entre los dos aliados; con la derrota y muerte 
de Craso en el 53 durante su campaña contra los partos, el dis: 
tanciamiento entre César y Pompeyo se acentuó y sus ambicio- 
nes personales acabarán haciendo inevitable el enfrentamiento 
entre ambos 6. 

Ante esta situación, animado tal vez por su reciente nom- 
bramiento como augur, Cicerón, cuando se enteró de que Mi- 
lón pensaba presentarse a las elecciones a cónsul para el año 
siguiente, se dispuso a apoyarlo con todas sus fuerzas al ver en 
él la última posibilidad de restaurar las instituciones republica: 
nas y devolverle al propio orador el protagonismo que había 
perdido: 


Todos mis afanes, esfuerzos, preocupaciones, actividad y refle- 
xiones, en fin mi alma entera, los he puesto y fijado en el consúlado 
de Milón; he decidido que debo buscar en él, además de la recompen- 
sa a mi entrega, la gloria de una amistad cumplida; en verdad creo 
que nunca persona alguna se ha preocupado tanto por la salvaguarda 
de su propia vida y de su fortuna como yo lo hago por el éxito de Mi- 
lón. He decidido jugármelo todo a esta carta?. 


$ Cf., J. M. Baños, Cicerón. Discursos cesarianos, op. cit., pág. 10 ss. 

7 Fam. Il 6, 3; cf., también, O. fr. III 7, 2. A. W. Lintorr («Cicero and 
Milo», JRS 64 (1974), 62-78) analiza con detalle la relación entre las carreras 
políticas de Cicerón y Milón, señalando precisamente que el apoyo del orador 
a la candidatura de Milón al consulado, además de una manifestación de amis- 
tad y lealtad, ha de interpretarse como un esfuerzo por restablecer su propia 
autoridad y principios frente a la amenaza que suponía el que Clodio fuera 
elegido pretor. 5 





INTRODUCCIÓN 443 


Se presentaban también al consulado P. Plaucio Hipseo y 
Q. Metelo Escipión, candidatos de Pompeyo que contaron, 
además, con el apoyo de Clodio, dispuesto a todo con tal de 
evitar la elección de Milón. De ahí que la campaña electoral 
estuviera salpicada de violencia y corrupción por uno y otro 
bando 8 y que, como consecuencia de los frecuentes enfrenta- 
mientos armados, la fecha de los comicios fuera postergándose 
sine die. 

El resultado de una de estas refriegas fue la muerte del pro- 
pio Clodio a manos de los hombres de Milón; era el capítulo 
final y el desenlace esperable de una relación de odio y resenti- 
miento entre estos dos «agitadores profesionales» que había 
ido alimentándose con el paso de los años. 


2. El enfrentamiento entre Clodio y Milón 


Como ya hemos señalado ?, el enfrentamiento entre Clodio 
y Milón se remonta al 57, cuando Milón, uno de los tribunos 
de la plebe que más contribuyó al regreso de Cicerón !0, reclu- 
tó tropas para hacer frente a las bandas callejeras de Clodio 
que, con su violencia, impedían cualquier medida en favor del 
exiliado !!. 


8 Cf. Ascon., 2 y nota 2. En palabras del propio Cicerón, «todos los candi- 
datos al consulado están acusados de corrupción electoral...Hay en juego algo 
muy importante: la perspectiva que se nos ofrece es o la muerte de los hom- 
bres o la de las instituciones» (Q. fr. III 2, 3). 

2 Cf. supra, pág. 21. 

10 Cf. sen. 19; 30; Quir. 15; Sest. 85-89; Mil. 38 y passim. 

!! Hay que recordar, de todos modos, que, al no existir un cuerpo policial, 
la presencia de escoltas armadas era un hecho bastante frecuente en Roma; era 
habitual que muchos nobles se hicieran acompañar públicamente de un grupo 
de hombres armados (praesidia). 


444 EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 


Los desórdenes continuaron tras el regreso de Cicerón, 
Clodio no se resignó ante la decisión de los pontífices y del se» 
nado, favorable a la restitución de las propiedades de Cicerón, 
y el 3 de noviembre sus bandas atacaban a los obreros encarga- 
dos de la reconstrucción de la casa del Palatino y, días después, 
al propio Cicerón en la Vía Sacra. También Milón fue blanco 
de su violencia: 


El 12 de noviembre intentó asaltar e incendiar la casa de Milón 
en el Cermalo: a la hora quinta y a la vista de todo el mundo condujo 
a su banda de hombres armados con escudos, espadas desenvainadas 
y teas encendidas... 12. 


Milón aprovechó estos incidentes para acusar de vi a Clo- 
dio y, puesto que éste se presentaba como candidato a edil (con 
lo que, de ser elegido, se habría sustraído a la acción de la jus- 
ticia), además de recurrir a la obnuntiatio, ocupó por la fuerza 
el Campo de Marte para evitar la celebración de los comicios. 
Así nos lo cuenta Cicerón: 


Su valor [el de Milón] es admirable. Pasando por alto algunos 
signos divinos, esto es lo fundamental: creo que no habrá comicios; 
pienso, además, que Clodio será acusado por Milón si es que no lo ha 
matado antes; si se lo encuentra en medio de la gente, veo que Milón 
es capaz de matarlo. No lo duda, lo dice abiertamente y no teme lo 
que me ha ocurrido a mí !3. 


Las últimas palabras de Cicerón no sólo son una premoni- 
ción —la carta está fechada el 23 de noviembre del 57- de lo 
que años después sucederá, sino que, además, ponen de mani- 


12 Att. IV 3, 3; cf. supra, pág. 96 y nota 21. Sobre este asedio a la casa de 
Milón y su posible coincidencia con Sest. 85, cf. T. Mastowskt, «Domus Mis: 
lonis oppugnata», art. cit. 

13 Att. IV 3,5. 


INTRODUCCIÓN 445 


fiesto que Milón estaba decidido a acabar con la vida de Clo- 
dio desde hacía ya tiempo !4: la falta de premeditación que Ci- 
cerón intentará alegar en su defensa no parece, pues, muy con- 
vincente. 

Milón, sin embargo, ha de esperar aún algunos años para 
hacer realidad sus deseos. Mientras tanto, irá acumulando 
agravios y resentimientos. Así, no pudo impedir que finalmen- 
te Clodio fuera elegido edil (20 de enero del 56) con el apoyo 
de la facción de los optimates contraria a Pompeyo 15; es más, 
poco después (6 de febrero) hubo de hacer frente a una acusa- 
ción de vi !6 presentada por Clodio que pagaba así con la mis- 
ma moneda a su adversario. Ante los enfrentamientos que se 
produjeron en las calles de Roma y que llevaron a la paraliza- 
ción de los tribunales ”, el proceso se fue prolongando y Clo- 
dio acabó abandonando su propósito. 

Entre tanto, el senado había decretado la disolución de to- 
das las bandas callejeras (las de Clodio, pero también las de 
Milón), una medida que apenas surtió efecto ya que los distur- 
bios volvieron a reanudarse en abril del mismo año: al incendio 
por segunda vez de la casa que Cicerón había hecho reconstruir 
en el Palatino, las bandas de Milón (a las que acompañaba el 


14 Meses después, Cicerón volverá a repetir la misma idea: «(Clodio) pare- 
ce haberse convertido en la víctima propiciatoria de un hombre tan enérgico y 
distinguido como Tito Anio...; del mismo modo que el ilustre Publio Escipión 
me parece que nació para la destrucción y muerte de Cartago..., Tito Anio ha 
nacido para reprimir, extinguir y destruir totalmente esa peste y le ha sido con- 
cedido a la República como si de un presente divino se tratara» (har. 6). 

15 Cf., supra, págs. 204-205. 

16 Clodio lo acusó de perturbar la paz pública «porque se había servido de 
gladiadores para que se pudiese aprobar la propuesta sobre el regreso de Cice- 
rón» (Sest. 95; Mil. 40; Schol. Bob. 125 Stangl.). 

17 Pompeyo, que defendía a Milón, hubo de sufrir las injurias de Clodio y 
llegó a temer por su propia vida: cf., supra pág. 205 y har. 50, nota 116. 


446 EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 


propio orador) respondieron con el asalto del Capitolio y la 
destrucción de las tablas de bronce en que estaban grabadas las 
leyes de Clodio. 

Pero, tal como acabamos de ver, fue en el 53 cuando «la 
lucha llegó al paroxismo de violencia y encarnizamiento» !8; 
Clodio se presentaba a las elecciones de pretor; Milón aspiraba 
al consulado con el apoyo entusiasta de Cicerón. Los distur- 
bios habían ido retrasando los comicios; como consecuencia 
de ello Clodio, en el caso de ser elegido pretor, veía reducido 
el tiempo de su mandato con el riesgo, además, de quedar su 
actuación paralizada si, como temía, Milón alcanzaba el con- 
sulado. De ahí que posponga su candidatura para el año six 
guiente y concentre todos sus esfuerzos en apoyar a los candi- 
datos de Pompeyo al consulado para así evitar la elección de 
Milón. 


3. La muerte de Clodio 


Con estos precedentes, cuando en la noche del 20 de enero 
del 52 se supo que Clodio había muerto a manos de los hom: 
bres de Milón en la Vía Apia, la noticia no debió de sorprendér 
a mucha gente. Las circunstancias de la muerte de Clodio sor 
suficientemente conocidas por el relato que Cicerón hace de 
los hechos a lo largo del discurso y por el detallado testimonio 
de Asconio que, por su interés, hemos incluido como prólogo 
al Pro Milone "°. En síntesis, los hechos fueron los siguientes: 
en la tarde del 20 de enero, Milón se dirigía por la Vía Apia a 
Lanuvio, acompañado de su mujer y una comitiva de esclavos: 


18 A, BOULANGER, Cicéron. Discours XVII, París, 1949, pág. 48. . 

19 Sobre la validez de esta y otras fuentes (el escoliasta Bobiense, Dión 
Casio, Apiano, Plutarco, etc.) para los sucesos del 52, cf. A. C. CLARK, M. T. 
Ciceronis Pro T. Annio Milone, Amsterdam, 1967, págs. ix-xiv. 


INTRODUCCIÓN 447 


y sirvientes, para presidir el nombramiento del flamen de su 
villa natal. Fue entonces cuando se produjo el encuentro con 
Clodio que, procedente de Aricio, regresaba a Roma junto con 
una escolta de hombres armados. De las palabras se llegó en 
seguida a las manos; Clodio, herido, se refugió en una posada 
vecina que los hombres de Milón asaltaron para darle muerte. 
Su cadáver, abandonado en la Vía Apia, fue recogido por un 
caminante y llevado a Roma”, 

¿Encuentro casual o premeditado? Poco importa en reali- 
dad. Como tampoco (a la vista de los acontecimientos posterio- 
res) habría importado mucho que como resultado de la refriega, 
en vez de Clodio, hubiera muerto Milón. Los dos eran por 
igual culpables del clima de terror instaurado en Roma y el in- 
cidente fue aprovechado por el senado (con el apoyo de Pom- 
peyo) para intentar restablecer el orden y la normalidad institu- 
cional y por Pompeyo para conseguir un mayor protagonismo 
político. Si muchos ciudadanos recibieron con alivio la noticia 
de la muerte de Clodio y aprobaron la condena de Milón, las 
reacciones no habrían sido muy distintas en el caso de que los 
papeles de víctima y acusado se hubieran invertido. 

Como era de esperar, los partidarios de Clodio, sedientos 
de venganza, provocaron violentos disturbios en Roma llegan- 
do, incluso, a incendiar la Curia (a donde habían transportado 
el cadáver) y a asaltar la casa del interrey M. Lépido ?!. Ante 
esta situación, con César ocupado en la conquista de las Ga- 
lias, Pompeyo se presentaba como la única persona capaz de 
garantizar el orden y un juicio justo. Dada la gravedad de los 


20 La descripción más detallada de los sucesos que rodearon al proceso 
contra Milón es obra de J. S. RuEBEL («The trial of Milo in 52 B. C.», TAPhA 
109 (1979), 231-249), quien reconstruye la cronología de los mismos a partir 
de los relatos de Asconio, Dión y Plutarco y de los datos proporcionados por 
la correspondencia de Cicerón. 

21 Cf. Ascon., 8. 


448 EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 


hechos, el senado votó un senatus consultum ultimum: «que e] 
interrey, los tribunos de la plebe y Gneo Pompeyo... velaran 
para que la República no sufriera menoscabo alguno» 2, 

Días después, Pompeyo fue nombrado consul sine collega 
y, revestido de un poder político y militar casi absoluto, pro: 
mulgó dos leyes para que, mediante un procedimiento judicial 
abreviado y con agravamiento de las penas, se juzgara de in: 
mediato, tanto a los culpables de la muerte de Clodio como: 
los responsables del incendio de la Curia y del ataque a la casa 
del interrey. 


4. Las circunstacias del proceso 


Milón fue obligado, pues, a comparecer el 4 de abril ante 
un tribunal excepcional: el presidente, L. Domicio Enobarbo, 
fue elegido por sufragio popular entre quienes habían sido cón- 
sules y «la lista de jueces que presentó Pompeyo para que dic- 
taminaran sobre el asunto fue tal que todo el mundo reconocía 
que nunca hasta entonces se habían propuesto unos jueces tán 
ilustres y tan íntegros» 2. 

El ambiente que rodeó al proceso fue de una gran tensión; 
en los días previos, algunos tribunos de la plebe (T. Munacio 
Planco, Q. Pompeyo y el futuro historiador G. Salustio) habían 
inflamado los ánimos de la multitud contra Milón, pero también 
contra Cicerón por haber accedido a defenderlo. Los partidarios 
de Clodio rodeaban el foro para influir con su intimidación en 
el ánimo de los testigos y del jurado, mientras las tropas de 
Pompeyo intentaban garantizar el normal desarrollo del juicio, 

Cuando, tras los testimonios de los testigos (5-7 de abril) y 
de los abogados de la acusación (que fueron acumulando prue- 


22 Ascon., 10. 
23 ASCON., 23. 


INTRODUCCIÓN 449 


bas sobre la premeditación de Milón, su ensañamiento con 
Clodio, sus amenazas previas y los numerosos actos de violen- 
cia que habían salpicado toda su trayectoria política), le llegó 
el turno a Cicerón, las circunstancias no podían serle más des- 
favorables. Hombre de poco ánimo, fue incapaz de substraerse 
al ambiente hostil que le rodeaba: 


Milón, temeroso de que Cicerón, turbado al ver el inusitado es- 
pectáculo de las armas brillando a su alrededor, no pudiera defender 
acertadamente su causa, le persuadió de que, haciéndose llevar en li- 
tera de madrugada a la plaza, descansara allí a la espera de la llegada 
de los jueces y de que se llenara el estrado. Pues Cicerón no sólo era 
miedoso ante las armas, sino también a la hora de pronunciar un. dis- 
curso: nunca comenzaba a hablar sino agitado y tembloroso... Yendo, 
pues, a defender la causa de Milón, cuando al salir de la litera...vio a 
Pompeyo sentado en lo alto como si estuviese en un campo de batalla 
y toda la plaza alrededor llena de armas resplandecientes, se asustó 
hasta el extremo de que a duras penas pudo comenzar a hablar: le 
temblaba el cuerpo y no le salía la voz 24. 


El discurso que el orador pronunció en estas circunstan- 
cias, recogido por los estenógrafos 25, aunque no se nos ha con- 
servado, se podía leer todavía en la época de Quintiliano (que 
lo denomina despectivamente oratiuncula 26) y de los escolias- 


24 PLur., Cic. 35. Para B. A. MarsHALL («Excepta oratio. The other Pro 
Milone and the question of shorthand», Latomus 46 (1987), 730-736) el des- 
precio sistemático al discurso pronunciado realmente por Cicerón sería fruto 
de una tradición hostil; no habría razón para creer que el orador se dejó intimi- 
dar por los soldados de Pompeyo y los partidarios de Clodio hasta el punto de 
pronunciar un discurso vacilante e inconnexo. 

25 Cf, Ascon., 31, nota 10. 

26 Inst. orat. IV 3, 17. L. LAURAND (Études..., op. cit., pág. 14, nota 4) pre- 
fiere interpretar el término oratiuncula en el sentido de que el discurso origi- 
nal de Cicerón habría sido bastante breve. 


450 EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 


tas de Cicerón 27. Su valoración negativa debió de coincidir 
con la del propio Cicerón; así se explicaría una posterior re- 
dacción y reelaboración mucho más cuidada y que es la que ha 
llegado hasta nosotros: «lo redactó con tal perfección que, con 
razón, podría considerarse el primero» 2, Según una conocida 
anécdota, cuando Milón, desde su exilio en Marsella, recibe 
esta nueva redacción no pudo dejar de exclamar: «¡Ah, Cice- 
rón, si me hubieses defendido de esta forma, no habría podido 
comer tan buenos salmonetes en Marsella!» 2, . 

No parece verosímil, sin embargo, que Cicerón hubiese 
conseguido salvar al acusado ni con el más brillante de los dis- 
cursos. Las circunstancias que rodearon al proceso, el deseo de 
muchos ciudadanos de que se pusiera fin al clima de inseguri- 
dad y violencia al que habían contribuido tanto Milón como 
Clodio, la animadversión de Pompeyo hacia el acusado y, sin 
duda, las numerosas y concluyentes pruebas presentadas por la 
acusación y los testigos hicieron de la absolución de Milón una 
tarea imposible. Condenado por 38 votos contra 13, se exilió 
de inmediato para no tener que hacer frente a los otros proce- 
sos que se habían iniciado contra él 30, l 


27 También Dión Casio (XL 54, 1) dice que Cicerón pronunció con difi- 
cultad un discurso breve y frío. 

28 Ascon., 31. 

29 Dión Casio, XL 54, 2. 

30 Confiscados sus bienes, fueron vendidos públicamente. Para sorpresa 
del condenado, Cicerón constituyó una societas con Filotimo, liberto de Te- 
rencia, para adquirirlos. Según P. GrimaL (Les secrets..., I, op. cit., págs. 185 
ss; cf. también Att. VII 3, 7), Cicerón, necesitado de dinero, habría llegado.a 
un acuerdo con Pompeyo para perder la causa de Milón y hacerse posterior- 
mente con sus bienes; una hipótesis que corrige y matiza A. Haury («Philoti- 
me et la vente des biens de Milon», REL 34 (1956), págs. 179-190) y A. W. 
LiNrrOT («Cicero and Milo», art. cit., págs. 76-78). Sea como fuere, la trayec- 
toria posterior del acusado confirma, en cierto modo, su culpabilidad. Instala- 








INTRODUCCIÓN 451 


5. Análisis y estructura del discurso 


El texto que se nos ha conservado (y que, sin duda, no dife- 
riría mucho en su estructura y argumentos, aunque tal vez sí en 
su elaboración y exposición, del discurso pronunciado) 3! cons- 
tituye una de las obras maestras de la oratoria clásica en gene- 
ral y, por supuesto, de la elocuencia ciceroniana: «La extraor- 
dinaria habilidad de la composición, la fuerza persuasiva de 
los argumentos, la perfección formal lo hacen inigualable. En- 
contramos a la vez la astucia de un abogado retorcido y el so- 
plo poderoso de un gran orador» 32, 

Siendo el Pro Milone un discurso eminentemente judicial 
(aunque no falten en ocasiones las obligadas referencias políti- 
cas), todo el empeño de orador estaba encaminado a demostrar 
la inocencia de Milón: al ser imposible negar la evidencia de la 
muerte de Clodio, Cicerón intentará convencer a los jueces de 
que, frente a lo sostenido por la acusación y los testigos, su de- 
fendido no había premeditado la agresión de Clodio sino todo 


do en Marsella durante algunos años, su espíritu inquieto no pudo resistir la 
inactividad por lo que en el 48, tras el estallido de la guerra civil, regresó a 
Italia para morir en la Apulia mientras participaba en la insurrección de Celio 
contra el poder de César. 

31 Según J. N. SETTLE («The trial of Milo and the other Pro Milone», 
TAPhA 94 (1963), 268-280), es difícil inferir de la publicación del Pro Milone 
las diferencias respecto al discurso original. Además, el propio Cicerón no hace 
ninguna alusión a la existencia de dos versiones y parece como si considerara 
que el discurso que se nos ha transmitido es realmente el que pronunció en el 
momento del proceso. Para K. Wellesley, en cambio («Real and unreal pro- 
blems in the Pro Milone», ACD 7 (1971), 27-31) se pueden imaginar algunos 
de los argumentos ausentes de la versión publicada y que fueron esgrimidos 
por el orador en el discurso original. Sobre esta controvertida cuestión, cf., en- 
tre otros, J. HUMBERT (Les plaidoyers écrits..., op. cit., págs. 189-197), L. Lau- 
RAND (Études..., op. cit., págs. 6-7, 14 y 22-23), A. Haury (L'ironie..., op. cit., 
págs. 158-161) y P. FeoeL1 (In difesa di Milone, Venecia, 1990, págs. 23-26). 

32 A. BOULANGER, Op. cit., pág. 56. 


452 EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 


lo contrario: Milón actuó en legítima defensa ante un atentado 
con el que Clodio hacía realidad sus amenazas previas contra 
la vida de su cliente. Es éste el leit-motiv en torno al que se es- 
tructura todo el discurso 33, p 

Así, en el exordio (1-6), Cicerón no puede evitar mostrarse 
impresionado por las circunstancias excepcionales que rodean 
al proceso; quiere pensar que las fuerzas militares que ocupan 
el foro son una garantía para poder expresarse con libertad y, 
pese a las intimidaciones de los partidarios de Clodio, está 
convencido de que cuenta con el favor de la mayoría de los 
ciudadanos; apela, por tanto, a la conciencia de los jueces para 
que juzguen con libertad a un hombre tan benemérito de la Re- 
pública como T. Anio Milón. Dejando a un lado su trayectoria 
política, su elocuencia se encaminará a demostrar que «fue 
Clodio quien preparó la emboscada contra Milón» 34, 

Sigue a continuación una refutación previa 35 (7-23), en la 
que con gran habilidad el orador demuestra, en primer lugar, 
que una muerte no conlleva necesariamente una condena ya 
que las propias leyes romanas establecen que se puede matar 
en legítima defensa (7-11); además, frente a lo que sostienen 
los acusadores, ni el senado ni el propio Pompeyo han prejuz- 
gado desfavorablemente al acusado por el hecho de haberse 
constituido un tribunal extraordinario cuya composición es, en 
realidad, una garantía de imparcialidad (12-22); lo único que 


33 Para un análisis general de la composición de este discurso, siguen 
siendo excelentes las páginas (xlix-lvii) que a ello dedica A. C. Clark en'súl 
edición comentada de 1895 (reimpr. Amsterdam, 1967). 8 

34 Mil. 6. Para un análisis de este exordio, cf. C. CHAPARRO, «Comentario 
de oratoria latina: Cicerón, Pro Milone 1-6», en Primeras Jornadas de Filolo: 
gía latina: Comentario de Textos, Mérida, Univ. de Extremadura, 1982, págs: 
69-85. 

35 QUINTILIANO (Inst. orat. IV 2, 25) ve en ella un rasgo de originalidad. 


INTRODUCCIÓN 453 


han de decidir los jueces es «quién de los dos preparó la em- 
boscada al otro» (23). 

La narración (24-31) es, sin lugar a dudas, una de las partes 
fundamentales de este discurso, ya que de la exposición de los 
hechos que se juzgan depende en gran medida la inocencia de 
su defendido; de ahí que, después de señalar cómo durante la 
campaña electoral Clodio se mostró dispuesto a todo con tal de 
evitar la elección de Milón como cónsul (24-26), con gran vi- 
veza y claridad haga un relato hábil y tendencioso 36 del en- 
frentamiento que se produjo en la Vía Apia y del que se dedu- 
ce que la premeditación no pudo estar del lado de Milón sino 
del de Clodio (27-30); es éste, una vez más, el punto funda- 
mental que debe juzgar el tribunal (31). 

Para ello, el orador desarrolla la confirmación (32-92) en 
dos partes. En la primera o confirmatio de causa (32-71), a fal- 
ta de pruebas directas, recurre a las presunciones para mostrar 
que, de haber conseguido sus propósitos, Clodio habría sido el 
gran beneficiado de la muerte de Milón (32-35): mientras que 
aquél había recurrido siempre a la violencia, Milón ni siquiera 
aprovechó las muchas ocasiones y motivos que su rival le pro- 
porcionó para librarse de él; además, la muerte de Clodio su- 
ponía un serio contratiempo para su candidatura al consulado 
(36-43). A los intereses de cada uno, se añaden las circunstan- 
cias mismas del enfrentamiento en la Vía Apia, provocado pre- 
meditamente por Clodio en todos sus detalles (44-56). Frente a 


36 Cf. Mil. 30, nota 45. Esta simplicidad de la narratio del Pro Milone 
(entendida como falta de brillantez) fue criticada en época imperial (Quinr., 
inst. orat. IV 2, 59), pero el propio Quintiliano señala precisamente que su 
sencillez es la mejor muestra de la maestría del orador. Ya Cicerón había se- 
ñalado que «las narrationes han de ser creíbles y han de exponerse con clari- 
dad con un lenguaje cotidiano, no con el de los historiadores» (Orat. 124). So- 
bre este punto, cf. L. LAURAND, Études..., op. cit, págs. 323-324. 


454 EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 


la fuerza de estos argumentos, carece de valor la insinuación 
de la acusación en el sentido de que Milón había liberado a los 
esclavos que participaron en la refriega para evitar que decla. 
raran la verdad: su liberación es la justa recompensa a su fide: 
lidad y, además, la propia legislación romana prohíbe a los es- 
clavos testificar en contra de su dueño (57-60). Por último, 
mientras que el regreso de Milón a Roma tras la muerte: de 
Clodio es una buena prueba de que tenía la conciencia tranqui: 
la (61-63), los planes que se le imputan contra el Estado y con: 
tra Pompeyo no son sino calumnias: las medidas extraordina- 
rias tomadas por Pompeyo pretenden únicamente garantizar la 
libertad del tribunal (64-71). 

En la segunda parte de la confirmación, denominada com: 
pensatio extra causam (72-91) y considerada un añadido al 
discurso original 37, Cicerón desarrolla la idea de que, incluse 
si Milón hubiera premeditado la muerte de Clodio, debería set 
absuelto por haber prestado a la República un servicio al: li: 
brarla de Clodio (72-78); como los tiranicidas a los que lá pa: 
tria manifiesta su eterna gratitud, Milón ha sido un instrumento 
en manos de los dioses 38 para poner fin a la locura de Clodio 
(79-91). 

Para concluir su discurso 3%, en la peroración (92-105) Ci: 
cerón da muestras de una gran originalidad al ser el mismo 
orador el que solicita la compasión de los jueces (93); al acusa: 
do (que en su firmeza se niega a suplicar al tribunal), en'él 


37 Cf. Ascon., 30, nota 9. Para su estudio, cf. J. M. May, «The ethica qe 
gressio and Cicero's Pro Milone», CJ 74 (1979), 240-246. 1 

38 Esta «teoría» de Cicerón sobre el tiranicida ha sido estudiada por M: E. 
CLank-J. S. RueseL, «Philosophie and Rhetoric in Cicero's Pro Milone», RAM 
128 (1985), 57-72. 

39 Un análisis de las cualidades literarias y formales de esta peroraciólal 
puede encontrar en T. W. Guz, «Conclusion of Cicero's Milo», CB*32 
(1956), 43-45. p 


INTRODUCCIÓN 455 


caso de tener que exiliarse, el orador lo imagina lleno de ente- 
reza diciendo adiós a cuantos con sus sacrificios y entrega ha- 
bía salvado, incluido el propio Cicerón (95-99); pero el orador, 
en pago de amistad, está dispuesto a defenderlo hasta el final y 
de ahí que, con lágrimas en los ojos, después de manifestar el 
profundo dolor que la condena de Milón le provocaría, exprese 
su confianza en el sentido de la justicia del tribunal y del pro- 
pio Pompeyo. 


6. La tradición manuscrita 


Tal vez por la fama que desde la antigüedad alcanzó este 
discurso, el texto del Pro Milone ha podido ser establecido con 
mucha más seguridad que la mayor parte de las restantes pie- 
zas oratorias de Cicerón 49. 

Así, en un palimpsesto de la biblioteca de Turín (P) Tauri- 
nesis, A, II, 2, de los siglos 1v-v, se descifraron algunos frag- 
mentos del Pro Milone ($ 29-32; 34-36; 72-75; 86-88 y 92- 
95), publicados por A. Peyron ^! antes de que un incendio 
destruyera el manuscrito en 1904. 

También desapareció el manuscrito de Cluny, Cluniacensis 
496 (C), anterior al s. 1x, que Poggio trajo a Italia en 1414 y 
que contenía el texto del Pro Milone. Algunas de sus lecturas 
se pueden restituir a través de dos manuscritos posteriores: el 
Laurentianus plut. LIV, 5 (B) y el Parisinus, 14749 (V) del s. 
xv. Muy próximo al Cluniacensis está el Harleianus 2682 (H) 
del s. xi: ambos presentan la misma laguna desde $ 18 cruenta- 
ta hasta $ 37 paene in. 


40 Cf. J. BOULANGER, Cicéron. Discours..., op. cit., pág. 62, a quien esta- 
mos resumiendo en este punto. Cf. también A. C. CLark, M. T. Ciceronis Pro 
T. Annio Milone..., op. cit., págs. xxxi-xlix. 

^! Ciceronis orationum...fragmenta inedita, Stuttgart-Tubinga, 1824, pág. 
218 ss. 


456 EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 


A una misma familia, pero distinta de la anterior, pertene- 
cerían a su vez tres códices importantes: el Monacensis 18787 
(T) del s. xi, el Berolinensis 252 (E) del s. xu y un códice tam- 
bién antiguo y hoy perdido, el Werdensis (W), pero del que se 
han conservado algunas de sus lecturas. 

Finalmente, a los numerosísimos manuscritos de los siglos 
XIV y Xv (que no representan una tradición diferente a la de los 
manuscritos más antiguos, pero que contienen interesantes co- 
rrecciones de humanistas), habría que añadir la tradición indi- 
recta representada por los comentarios de Asconio y del esco- 
liasta Bobiense y por las numerosas citas de Quintiliano, de 
gramáticos y de retores. 


7. Ediciones y traducciones Y 


J. Bautista CaLvo, Obras completas de M. Tulio Cicerón, vol. VI, 
Buenos Aires, 1946. 

A. BOULANGER, Cicéron. Discours XVII, París, 1949. 

A. C. CLARK, M. Tulli Ciceronis Orationes II, Oxford, 1970 (= 
19182). 

A. C. CLARK, M. T. Ciceronis, Pro T. Annio Milone, Amsterdam, 
1967 (reimpr.= Oxford, 1895). 

P. CoLuin, Pro Milone, Lieja, 19636, 

R. FARANDA, Pro Milone, Turín, 1969. 

P. FEpEu, In difesa di Milone, Venecia, 1990. 

I. Di GaLLo, Orazioni clodiane, Roma, 1969. 

M. GrgbEL, Rede für Titus Annius Milo, Stuttgart, 1972. 

M. GRANT, Selected political speeches of Cicero, Baltimore, 1969. 

A. M. GuiLLEMIN, Pro Milone de Cicéron, París, 1938. 

A. KLorz, M. Tulli Ciceronis scripta..., VIII, Leipzig, 19182. 

J. QUÉMENER, Pro Milone, París, 1972. 


42 Citamos únicamente algunas de las ediciones y traducciones más ini--: 
portantes del s. xx. Sobre la presencia de este discurso en España, cf. lo dicho ` 
en pág. 27, nota 41. 


INTRODUCCIÓN 457 

J. S Rem, M.T. Ciceronis Pro T. Annio Milone, Cambridge, 1916 
(reimpr. = 1894). 

C. Romero BARRANCO - GÁMEZ GONZÁLEZ, Cicerón. Discurso en de- 
fensa de T. Annio Milón, Barcelona, 1984. 

N. H. Warrs, Cicero. The Speeches, XIV, Londres, 1979 (reimp. = 
1931). 

K. voN ZiEGLER, Pro T. Annio Milone, Heidelberg, 1977. 


Para la presente traducción hemos seguido la conocida edi- 
ción de OCT de A.C. Clark (que es una revisión, a su vez, de 
su edición comentada de 1895), pero teniendo también presen- 
tes las de Klotz y Boulanger. Las variaciones respecto al texto 
de Clark que pueden afectar al sentido de la traducción han 
sido las siguientes: 


CLARK TEXTO SEGUIDO 
Mil. 5: coniunctis. cunctis (ET). 
Mil. 14: volnerarunt. non volnerarunt (codd.). 
Mil. 42: rumorem, fabulam fal- rumorem levem, fictam fa- 
sam, fictam, levem. bulam (BOULANGER). 
Mil. 50: occultator et receptor occultator locus (codd.). 
locus. 
Mil. 60: ceteri. a ceteris (codd.). 
Mil. 64: quamvis. quemvis (ETW). 
Mil. 90: cui mortuo unus. qui mortuus uno (T). 
Mil. 91: fascibus. facibus (HET). 
Mil. 95: ceperit. dederit (ET). 
Mil. 105: exceperit. excipiet (B). 


458 EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 


8. Bibliografía Y 


J. AxER, «Gladiator's death: some aspects of rhetorical technique in 
Cicero's speech Pro Milone», Eos 77 (1989), 31-43. 

H. BENNER, Die politik des P. Clodius Pulcher, Stuttgart, 1987. 

R. Canen, «Examen de quelques passages du Pro Milone», REA 25 
(1923), 119-138. P 

C. CHAPARRO Gómez, C., «Comentario de oratoria latina: Cicerón, 
‘Pro Milone’ 1-6», Primeras jornadas de Filología latina: Co- 
mentario de Textos, Mérida, Univ. de Extremadura, 1982, 69-85. 

M. E. Crank - J. RueereL, «Philosophy and rhetoric in Cicero's Pro 
Milone», RhM 128 (1985), 57-72. 

F. DonneLLY, Cicero's Milo: a rhetorical commentary, N. York, 
1934. a 

T. W. Guze, «Conclusion of Cicero's Milo», CB 32 (1956), 43-45. 

A. W. Linrorr, «Cicero and Milo», JRS 64 (1974), 62-78. 

B. A. MansHALL, «Excepta oratio. The other Pro Milone and the 
question of shorthand», Latomus 46 (1987), 730-736. 

J. M. Mav, «The ethica digressio and Cicero's Pro Milone», CJ 74 
(1979), 240-246. 

M. C. MITTELSTADT, «Cicero's political velificatio mutata. 54 B.C.-52 
B.C., compromise or capitulation», PP 40 (1985), 13-28. 

J. H. MoLYNEUxX, «Clodius in hiding», CQ 11 (1961), 250-251. 

J. S. J. PEDRaz, Oratio pro Milone. Estudio histórico-literario, Sal Te- 
rrae, Santander, 19706. 

L. Perre, «Ancora a proposito di Cic. Mil. 32,87 e della kismo 
di Clodio», Scritti Guarino, IV, Nápoles, 1984, 1675-1687. 

J. S. RueBeL, «The trial of Milo in 52 B.C. A chronological study», 
TAPhA 109 (1979), 231-249. 


4 Dada la abundante bibliografía que este discurso ha suscitado (cf., por 
ejemplo, P. FeDEL1, In difesa di Milone, op. cit., págs. 191-193), no incluimos 
las biografías o estudios generales sobre Cicerón ni sobre el marco histórico 
común de los discursos post reditum (supra, págs. 29-31). Nos limitaremos, 
pues, a recoger una selección actualizada de los trabajos que abordan aspectos 
concretos de este discurso. 


INTRODUCCIÓN 459 


A. ScaILLEr, «Cicéron Pro Milone. La théorie oratoire appliquée à 
T'exorde et à la narration», EC 59 (1991), 345-347. 

J. N. SETTLE, «The trial of Milo and the other Pro Milone», TAPhA 94 
(1963), 268-280. 

A. M. STONE, «Pro Milone. Cicero's second thoughts», Antichthon 14 
(1980), 88-111. 

W. J. TATUM, P. Clodius Pulcher (tr. pl. 58 B.C.): the rise of power, 
tesis, Austin, 1986. 

E. VEREECKE, «Le rythme binaire et ternaire dans fangumenisuon. Ci- 
céron Pro Milone 1-31», EC 59 (1991), 171-178. 

K. WeLLesLeY, «Real and unreal problems in the Pro Milone», ACD 7 
(1971), 27-31. 





ARGUMENTO DE QUINTO ASCONIO PEDIANO ! 


(Cicerón) pronunció este discurso durante el tercer consu- 1 
lado de Gneo Pompeyo seis días antes de los idus de abril. Du- 
rante la celebración del juicio, Gneo Pompeyo colocó tropas 
en el foro y en todos los templos que rodean el foro: esta noti- 
cia la conocemos, no únicamente por este discurso y por los 
relatos históricos sino también por el libro, obra de Cicerón, 
que se titula Sobre el mejor género de elocuencia. El argumen- 
to es el siguiente: 

Tito Anio Milón, Publio Plautio Hipseo y Quinto Metelo 2 
Escipión presentaron su candidatura al consulado: además de 
repartir con largueza, durante la campaña, grandes cantidades 
de dinero, se hicieron rodear de partidarios armados ?. Entre 


! De Q. Asconio Pediano se conservan, además, los comentarios a los dis- 
cursos In Pisonem, Pro Scauro, Pro Cornelio de maiestate e In toga candida. 
Compuestos en Roma entre el 54 y 57 d. C., se trata de unos comentarios fun- 
damentalmente históricos y bien documentados. Del referido al Pro Milone 
reproducimos únicamente la introducción y la conclusión, como hace en su 
edición A. BouLANGER (Cicéron. Discours XVII, op. cit.), de quien hemos to- 
mado la numeración de los parágrafos. 

? Según cuenta Plutarco, fue una de las campañas electorales más escanda- 
losas: «se servían no sólo de la corrupción y el dinero..., sino, abiertamente, de 
las armas, la intriga y los asesinatos, con riesgo de una guerra civil...» (PLur., 
Cato 72). 


uy 


462 EN DEFENSA DET. ANIO MILÓN 


Milón y Clodio existían motivos de enemistad muy profundos, 
ya que, por una parte, Milón era muy amigo de Cicerón y, 
cuando fue tribuno de la plebe, había colaborado con gran em- 
peño en el regreso del orador: por otra, Publio Clodio era ene- 
migo encarnizado de Cicerón —incluso después de su regre- 
so— y, por ello, apoyaba a Hipseo y Escipión 3 contra Milón. 
Además, Milón y Clodio, junto con sus bandas, se habían en- 
frentado a menudo entre sí en las calles de Roma: los dos eran 
igualmente audaces, pero Milón defendía una causa mejor, 
Además, aspiraban —en el mismo año— Milón al consulado y 
Clodio a la pretura; éste se daba cuenta de que su cargo tendría 
escaso poder si Milón alcanzaba el consulado. 

Después, se habían ido retrasando durante bastante tiempo 
los comicios consulares y no podían celebrarse por culpa de 
las propias disputas, sin sentido, de los candidatos; por ello, en 
el mes de enero no había todavía ni cónsules ni pretores y se 
iba retrasando la fecha por los mismos motivos que antes: Mi- 
lón deseaba que los comicios se celebraran cuanto antes y, por 
su oposición a Clodio, confiaba en el apoyo de la gente de 
bien, así como en el apoyo del pueblo por el reparto generoso 
de dinero y por las inmensas sumas gastadas en espectáculos 
escénicos y de gladiadores (Cicerón señala que había disipado 
en ello tres patrimonios) *; sus adversarios, en cambio, querían 
aplazar los comicios; por ello Pompeyo, yerno de Escipión, y 


3 Los dos candidatos de Pompeyo. El triunviro se casaría poco después 
con Cornelia, la hija de Q. Metelo Escipión y viuda de Craso. A su vez, Q. 
Plautio Hipseo había sido cuestor de Pompeyo durante la tercera guerra contra 
Mitrídates (en el 66). 

4 Cicerón destaca este hecho como uno de los factores que favorecieron la 
candidatura de Milón: «Contamos con todo esto: el favor de las gentes de bien 
que se ganó durante su tribunado..., su celo por mi causa, el de la gente del 
pueblo por la magnificencia de sus juegos y su naturaleza generosa» (Fam, ll 
6, 3; cf. también O. fr. III 6, 6; III 7, 2). 


ARGUMENTO DE Q. ASCONIO PEDIANO 463 


el tribuno de la plebe Tito Munacio no permitieron que se dis- 
cutiera en el senado la propuesta de convocar a los patricios 
para que nombraran un interrey pese a ser un hecho regular el 
nombramiento de un interrey... 

En medio de esta situación, trece días antes de las calendas 
de febrero (creo que es preferible seguir las Actas y el discurso 
mismo que coincide con las Actas 5, en vez de a Fenestela que 
habla de catorce días antes) Milón se dirigió a Lanuvio (de 
donde era natural y en donde ejercía entonces como dictador) 
para nombrar un flamen al día siguiente. Sobre la hora nona se 
encontró --poco después de pasado Bovila- con Clodio que re- 
gresaba de Aricia, muy cerca del lugar en el que hay un peque- 
ño santuario consagrado a la Buena Diosa. Clodio había pro- 
nunciado una arenga ante los decuriones de Aricia. Viajaba a 
caballo y le seguían como unos treinta esclavos armados a la 
ligera (como era la costumbre entre los viajeros de aquella 
época) y ceñidos con espadas. Clodio tenía además tres com- 
pañeros de viaje: uno de ellos era el caballero romano Gayo 
Causinio Escola; los otros dos, conocidos plebeyos, eran Pu- 
blio Pomponio y Gayo Clodio. Por su parte, Milón viajaba en 
coche acompañado de su esposa Fausta, hija del dictador Lu- 
cio Sila, y de Marco Fufio, un amigo suyo. 

Los seguía una larga columna de esclavos, entre los que 
había también gladiadores; dos de ellos eran famosos: Eudamo 
y Birria. Éstos, que marchaban algo retrasados al final de la 


5 Es decir, las Actas de las sesiones del senado. Aun siendo el relato de 
Asconio el más completo para conocer las circunstancias del proceso, el co- 
mentarista rompe a veces la sucesión lineal.de los hechos en su afán por esta- 
blecer causas y consecuencias. De ahí que sea necesaria una reconstrucción 
cronológica confrontando los datos de Asconio con otras fuentes paralelas (el 
propio discurso de Cicerón, Dión, Plutarco, etc.). Cf. J. S. RueBeL, «The trial 
of Milo...», art. cit., págs. 231-232. 


o 


~ 


464 EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 


columna, entablaron una disputa con los esclavos de Publio 
Clodio; a Clodio que, ante este tumulto, había vuelto sobre sus 
pasos en actitud amenazante, Birria le atravesó el hombro con 
una gran espada. Entablado entonces un combate, acudieron en 
ayuda la mayoría de los hombres de Milón. Clodio, herido, fue 
transportado a una posada próxima, en Bovila. 

Cuando supo Milón que Clodio había resultado herido, 
consciente de que, si se mantenía con vida, aquel episodio sería 
muy peligroso para él mientras que, con su muerte (aunque tu- 
viera que sufrir un castigo), iba a tener un gran alivio, ordenó 
que le sacaran a la fuerza de la posada. A la cabeza de sus es- 
clavos estuvo Marco Saufeyo; así que Clodio fue sacado a la 
fuerza de su escondrijo y abatido con numerosas heridas. El se- 
nador Sexto Tedio (que casualmente regresaba desde el campo 
a la ciudad) recogió su cadáver abandonado en el camino (pues 
los esclavos de Clodio o habían sido' muertos o andaban escon- 
didos gravemente heridos) y ordenó que fuera transportado a 
Roma en su litera; él regresó al lugar de donde había partido. 

El cuerpo de Clodio llegó antes de la primera hora de la 
noche y una inmensa multitud de la gente más humilde y de 
esclavos, en medio de grandes manifestaciones de dolor, rodeó 
el cadáver que había sido colocado en el atrio de su casa. Ade- 
más, la mujer de Clodio, Fulvia, mostrando sus heridas y des- 
hecha en lamentaciones, hacía que aumentara la reprobación 
del crimen. 

Al amanecer del día siguiente acudió al lugar una multitud 
mayor aún de gentes de la misma clase; fueron vistos muchos 
hombres conocidos, entre ellos el senador Gayo Vibieno. La 
casa de Clodio, comprada algunos meses antes a Marco Escau- 
ro, se encontraba en el Palatino; allí también acudieron Tito 
Munacio Planco, hermano del orador Lucio Planco, y Quinto 
Pompeyo Rufo, tribuno de la plebe y nieto, por el lado de su ma- 
dre, del dictador Sila; siguiendo sus consejos, la masa ignorante 


ARGUMENTO DE Q. ASCONIO PEDIANO 465 


transportó hasta el foro y colocó sobre la tribuna de los orado- 
res el cadáver desnudo pero calzado, tal como había sido colo- 
cado en el lecho, para que se pudieran contemplar sus heridas. 

Allí, delante de la asamblea, Planco y Pompeyo, que apo- 
yaban a los candidatos rivales de Milón, encendieron el odio 
contra Milón. El pueblo, guiado por el escribano Sexto Clodio, 
introdujo el cadáver de Publio Clodio en la curia y lo quemó 
sirviéndose de los escaños y estrados de los senadores, de las 
mesas y de los libros. Como consecuencia del fuego ardió tam- 
bién la propia curia; asimismo la basílica Porcia, que estaba 
pegada a la curia, fue rodeada por las llamas. Esta misma mu- 
chedumbre de partidarios de Clodio atacó también la casa del 
interrey Marco Lépido (pues había sido elegido en su calidad 
de magistrado curul) y la del ausente Milón; pero fue rechaza- 
da de allí con flechas. Entonces llevaron las fasces (robadas 
del bosque sagrado de Libitina) a la casa de Escipión e Hipseo, 
y después a los jardines de Gneo Pompeyo mientras lo llama- 
ban a grandes gritos cónsul unas veces y, otras, dictador. 

El incendio de la curia había provocado en la ciudad una 
indignación bastante mayor que la muerte de Clodio. De modo 
que Milón, de quien se había supuesto que había marchado vo- 
luntario al exilio, reanimado ante la impopularidad de sus ad- 
versarios, había regresado a Roma la noche misma del incen- 
dio de la curia y persistía, sin ningún temor, en su candidatura 
al consulado; abiertamente, además, había repartido por tribus 
mil ases a cada ciudadano. Algunos días después, el tribuno de 
la plebe Marco Celio le preparó una asambea popular para que 
hablara y el propio Cicerón defendió ante el pueblo la causa de 
Milón. Los dos sostenían que era Clodio quien había prepara- 
do una emboscada a Milón. 

Entretanto, se sucedían los interreyes, uno tras otro, al no 
poderse celebrar los comicios consulares por culpa de los de- 
sórdenes que provocaban los propios candidatos y por las ban- 


oc 


o 


466 EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 


das armadas. Ante esta situación, en primer lugar se había dic- 
tado un senadoconsulto: que el interrey, los tribunos de la ple- 
be y Gneo Pompeyo (éste se encontraba, en calidad de procón- 
sul, a las puertas de Roma) «velaran para que la República no 
sufriera menoscabo alguno»; que, por su parte, Pompeyo reali- 
zara una leva de tropas por toda Italia. 

Después que hubo preparado Pompeyo con gran rapidez 
medios de defensa, le pidieron que hiciera comparecer para de- 
clarar a la servidumbre de Milón y a la de su esposa Fausta; la 
petición la hiceron dos jóvenes, de nombre los dos Apio Clau- 
dio y que eran hijos de Gayo Claudio, hermano a su vez de Clo- 
dio; por este motivo buscaban vengar la muerte de su tío, por 
decirlo así, a instancias de su padre. Esta misma comparecencia 
de la servidumbre de Fausta y de Milón la exigieron dos Vale- 
rios: Nepote y León. Lucio Herenio Balbo exigió también la de 
la servidumbre y acompañamiento: de Publio Clodio, y Celio, 
asímismo, la de la servidumbre de Hipseo y Quinto Pompeyo. . 

Asistieron a Milón Quinto Hortensio, Marco Cicerón, Mar- 
co Marcelo, Marco Calidio, Marco Catón y Fausto Sila. La in- 
tervención de Quinto Hortensio fue breve: dijo que, a quienes 
se exigía comparecer como esclavos, eran en realidad hombres 
libres, pues Milón, poco después del asesinato, les había con- 
cedido la libertad con el pretexto de que habían vengado a su 
persona. Todo esto sucedía durante el mes intercalado. 

Aproximadamente treinta días después del asesinato de 
Clodio, Quinto Metelo Escipión, al contrario que Quinto Ce- 
pión, lamentó en el senado la muerte de Publio Clodio; afirmó 
que no era cierto todo aquello en lo que Milón basaba su de- 
fensa..., que Clodio había abandonado Roma para arengar a los 
decuriones de Aricio, acompañado de veintiséis esclavos; que 
Milón, súbitamente, después de la hora cuarta, tras haber le- 
vantado la sesión, había partido a su encuentro con más de 
trescientos esclavos armados y, pasada la villa de Bovila, le 


ARGUMENTO DE Q. ASCONIO PEDIANO 467 


había atacado de improviso en el camino; que, entonces, Pu- 
blio Clodio, después de recibir tres heridas, había sido trans- 
portado a Bovila y que la posada en la que se había refugiado 
había sido asaltada por Milón; Clodio, medio muerto, sacado 
de allí a la fuerza, había sido rematado en la Vía Apia y, mien- 
tras expiraba, se le había robado su anillo; a continuación, Mi- 
lón, sabiendo que se encontraba en las proximidades de Alba 
un hijo pequeño de Clodio, se había dirigido a aquella villa y, 
como hubiese sido ya sacado de allí el muchacho, había inten- 
tado sonsacar con torturas al esclavo Halicor hasta el punto de 
que lo descuartizó; había degollado al granjero y a dos escla- 
vos más; de los esclavos de Clodio que defendieron a su señor, 
once habían sido muertos mientras que sólo dos de Milón ha- 
bían resultado heridos; por este motivo, al día siguiente Milón 
había concedido la libertad a los doce esclavos que más se ha- 
bían destacado en ayudarle, y había repartido entre el pueblo, 
por tribus, mil ases a cada uno para defenderse así de los ru- 
mores que corrían contra él. 

Milón -se decía- había enviado a Gneo Pompeyo (quien 
apoyaba con gran empeño a Hipseo por haber sido su:cuestor) 
un mensaje en el sentido de que estaba dispuesto a renunciar a 
su candidatura al consulado en el caso de que Pompeyo lo. con- 
siderara oportuno; éste le respondió que no daba consejos a na- 
die que aspirara o deseara renunciar a su candidatura, y que no 
interferiría con sus consejos u opiniones en la potestad del 
pueblo romano; según se decía después, sirviéndose de Gayo 
Lucilio (que por sus estrechos lazos con Cicerón era amigo de 
Milón) había intentado también no aumentar su impopularidad 
tomando una decisión en este tema. 

En medio de estos acontecimientos, como fuera cobrando 
fuerza la opinión pública de que lo más conveniente era nom- 
brar dictador a Gneo Pompeyo y que no había otra forma de 
poder solucionar los males de la ciudad, a los optimates les pa- 


468 EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 


reció más seguro nombrarlo cónsul sin colega; después de ser 
discutido el asunto en el senado, de acuerdo con un senadocon: 
sulto a propuesta de Marco Bíbulo, Gneo Pompeyo fue nom: 
brado cónsul por el interrey Servio Sulpicio, cinco días antes 
de las calendas de marzo, en el mes intercalado, e inició de in 
mediato su consulado. 

Tres días después propuso nuevas leyes y mediante un se: 
nadoconsulto promulgó dos de ellas: la primera, relativa a los 
actos de violencia, en la que se refirió de forma expresa al ase: 
sinato cometido en la Vía Apia, al incendio de la curia y al ata: 
que a la casa del interrey Marco Lépido; la segunda, sobre co: 
rrupción electoral; una y otra, con penas más duras, pero 
mediante un procedimiento judicial más abreviado. En efecto; 
ambas leyes prescribían que, en primer lugar, se presentaran 
los testigos; que, después, acusación y defensa pronunciaran 
sus discursos en un mismo y único día, concediéndosele dos 
horas al acusador y tres al acusado. 

El tribuno de la plebe Marco Celio, ardiente partidario de 
Milón, intentó oponerse a estas leyes porque, decía, estaban di- 
rigidas directamente contra Milón y el procedimiento jucial era 
precipitado; ante la obstinada crítica de Celio a estas leyes; 
Pompeyo se irritó llegando a decir que, si se veía obligado, de= 
fendería la República con las armas. Por otra parte, Pompeyo 
temía a Milón o daba la impresión de temerlo: la mayor parte 
del tiempo no permanecía en su casa sino en sus jardines: y, 
además, en la parte más elevada; en sus alrededores montaba 
guardia un gran número de soldados. Pompeyo, incluso, había 
levantado la sesión del senado en una ocasión porque, decía; 
temía la llegada de Milón: En la siguiente sesión Publio Corni- 
ficio había denunciado que Milón llevaba escondida bajo la tá- 
nica una espada atada a su muslo; le había exigido descubrir el 
muslo y Milón, sin dudarlo, se había levantado la túnica. Había 
sido entonces cuando Marco Cicerón exclamó que todas las 


ARGUMENTO DE Q. ASCONIO PEDIANO 469 


demás imputaciones que se lanzaban contra Milón tenían el 
mismo valor. 

Con posterioridad, el tribuno de la plebe Tito Munacio 
Planco había hecho comparecer ante una asamblea popular a 
Marco Emilio Filemón, personaje conocido y liberto de Marco 
Emilio. Afirmaba que él, junto con cuatro hombres libres que 
iban de viaje, habían estado presentes cuando Clodio fue asesi- 
nado y que, al haber protestado por ello, fueron arrestados y 
recluidos durante dos meses en una villa de Milón. Este suce- 
so, fuera cierto o no, le había provocado a Milón una gran im- 
popularidad. 

También Munacio y Pompeyo, en su calidad de tibunas de 
la plebe, habían hecho comparecer ante la tribuna de oradores 
al triunviro encargado de los delitos capitales. y: le habían. pre- 
guntado si había arrestado o no a un esclavo de Milón llamado 
Gálata cuando estaba cometiendo un asesinato. Su respuesta 
fue que había sido detenido, como fugitivo, cuando dormía en 
una posada y que había sido conducido a su presencia. Al 
triunviro le habían advertido, de todos modos, que no liberara 
al esclavo. Pero, al día siguiente, los tribunos de la plebe Celio 
y su colega Quinto Manilio Cumano, sacándolo de la casa del 
triunviro, habían devuelto el esclavo a Milón. Aunque Cicerón 
. no hizo referencia a estas imputaciones, he creído un deber ex- 
ponerlas porque es así como he tenido conocimiento de ellas. 

Los tribunos de la plebe Quinto Pompeyo, Gayo Salustio 9 
y Tito Munacio Planco eran los.que más se destacaban en pro- 
nunciar ante el pueblo discursos llenos de hostilidad hacia Mi- 
lón, pero también cargados de odio contra Cicerón por defen- 
der con tanto empeño a Milón; la mayor parte de.la multitud 
era contraria, no sólo a Milón sino también a Cicerón por una 
defensa que les resultaba odiosa. 


$ G. Salustio Crispo, el historiador. 


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2 


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470 EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 


Posteriormente hubo sospechas de que Pompeyo y Salustio 
se habían reconciliado con Milón y Cicerón. Por su parte, 
Planco persistió en su enconada hostilidad e instigó también a 
la multitud en contra de Cicerón. Hacía, además, que Milón re- 
sultara sospechoso ante Pompeyo diciendo a gritos que estaba 
tramando un atentado para darle muerte; por estas razones 
Pompeyo se quejaba con demasiada frecuencia de que se pre- 
parara un complot también contra él y de que se hacía además 
abiertamente. En consecuencia, se estaba armando con fuerzas 
aún mayores. 

Además, Planco anunciaba que iba a citar a continuación a 
Cicerón para que compareciera a juicio; ya antes Quinto Pom- 
peyo había pensado hacer lo mismo. Sin embargo, fue tal la 
firmeza y lealtad de Cicerón que ni el alejamiento del pueblo 
hacia su persona ni las sospechas de Pompeyo ni el peligro que 
suponía el que se le citara a juicio ni las armas que abiertamen- 
te se habían preparado contra Milón pudieron hacerle desistir 
de su defensa, a pesar de que le era posible evitar todos estos 
peligros y la desafección de una multitud que le era adversa, y 
volver a ganarse el ánimo de Gneo Pompeyo con tal de que re- 
mitiera un poco en su empeño por defender a Milón. 

A] entrar, después, en vigor la ley de Pompeyo en la que se 
había prescrito, además, que el presidente del tribunal se eligie- 
ra por sufragio popular entre quienes habían sido cónsules, se 
celebraron de inmediato los comicios y fue elegido presidente 
del tribunal Lucio Domicio Enobarbo. Además, la lista de jue- 
ces que presentó Pompeyo para que dictaminaran sobre el asun- 
to fue tal que todo el mundo reconocía que nunca hasta enton- 
ces se habían propuesto unos jueces tan ilustres y tan íntegros”. 


7 También Cicerón reconoce la integridad y prestigio del jurado (Mil. 21). 
Los jueces fueron sacados a sorteo de una lista de 360 nombres establecida 
por Pompeyo (infra $ 26). 


ARGUMENTO DE Q. ASCONIO PEDIANO 471 


Inmediatamente después y en virtud de una nueva ley, Mi- 
lón fue citado a juicio por los dos Apios Claudios, los mismos 
jóvenes que con anterioridad habían exigido la comparecencia 
de su servidumbre; a un mismo tiempo fue acusado de corrup- 
ción electoral por estos mismos Apios Claudios, de actuación 
violenta por Gayo Cetego y Lucio Cornificio, y de asociación 
ilegal por Publio Fulvio Nerato. Se le había citado para respon- 
der a las acusaciones de asociación ilegal y corrupción electo- 
ral porque estaba claro que el proceso sobre actuación violenta 
sería el primero en celebrarse; confiaban en que resultaría con- 
denado y en que, por tanto, no comparecería después. 

El debate judicial previo entre los acusadores del proceso 
sobre corrupción electoral se celebró bajo la presidencia de 
Aulo Torcuato; los dos presidentes, Torcuato y Domicio, orde- 
naron que el acusado compareciera el día anterior a las nonas 
de abril. Ese día Milón compareció ante el tribunal de Domicio 
y envió al de Torcuato, en representación suya, a unos amigos. 
Ante la petición formulada, en su lugar, por Marco Marcelo, 
consiguió que la causa sobre corrupción electoral no se cele- 
brara antes de haberse resuelto el proceso sobre actuación vio- 
lenta. Por otra parte, ante el presidente Domicio, el mayor: de 
los Apios pidió que se citara a declarar a cincuenta y cuatro es- 
clavos de Milón; como aquél afirmara que los esclavos nom- 
brados no estaban bajo su autoridad, Domicio, de acuerdo con 
la decisión de los jueces, falló que el acusador podía citar de 
entre el número de sus esclavos a cuantos quisiera. 

Fueron citados a continuación los testigos de acuerdo con 
la ley que, tal como hemos señalado más arriba, prescribía que, 
antes de celebrarse el proceso, fueran oídos los testigos duran- 
te tres días, que los jueces consignaran sus declaraciones, que 
se ordenase comparecer a todos el cuarto día y que, en presen- 
cia del acusador y del acusado, se comprobara el número de 
bolas en las que estaban escritos los nombres de los jueces; 


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472 EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 


que después, al día siguiente, se celebrara, a su vez, el sorteo 
de ochenta y un jueces; aquellos a quienes les hubiese corres: 
pondido por sorteo, debían tomar asiento de inmediato en e] 
tribunal; que el acusador tenía entonces dos horas para hablar 
y tres la defensa; que la causa sería dictaminada aquel mismo 
día; pero que, antes de la votación, el acusador recusaría a cin- 
co jueces de cada estamento y otros tantos el acusado, de for 
ma que quedaran cincuenta y un jueces para emitir su voto. 

El primer día, como testigo contra Milón había sido pre: 
sentado Gayo Causinio Escola que declaró haber acompañado 
a Publio Clodio cuando fue asesinado y exageró lo más que 
pudo la atrocidad del suceso. Marco Marcelo, cuando ya había 
comenzado a interrogarlo, se amendrentó ante los desórdenes 
provocados por la multitud partidaria de Clodio, que se encon 
traba a su alrededor, hasta el punto de que, temiendo lo peor de 
su violencia, fue acogido por Domicio en el tribunal. Por este 
motivo Marcelo y el propio Milón le rogaron a Domicio pro: 
tección. En aquel momento Pompeyo se encontraba sentado 
junto al erario y se había visto perturbado también por aquel 
griterío. De modo que le prometió a Domicio que al día. si; 
guiente bajaría al foro con tropas de protección y así lo hizo. 

Intimidados como consecuencia de ello los partidarios dé 
Clodio, permitieron que, durante dos días, las declaraciones:de 
los testigos se oyeran en silencio. Los interrogaron Marco. Ci» 
cerón, Marco Marcelo y el propio Milón. Muchos de los habi: 
tantes de Bovila declararon sobre los sucesos que allí habían 
ocurrido: que el posadero había sido muerto, asaltada la posa- 
da y el cuerpo de Clodio sacado fuera a la fuerza. Unas jóve- 
nes de Alba dijeron también que se había presentado ante ellas 
una mujer desconocida para, por mandato de Milón, cumplir 
un voto por haber resultado muerto Clodio. Las últimas «que 
prestaron declaración fueron Sempronia, hija de Tuditano. y 
suegra de Publio Clodio, y su mujer Fulvia: con sus llantos 


ARGUMENTO DE Q. ASCONIO PEDIANO 473 


conmovieron profundamente a los asistentes. Al levantarse la 
sesión del juicio en torno a la hora décima, Tito Munacio en 
una asamblea exhortó al pueblo a que acudiera en masa al día 
siguiente, a que no consintiera que Milón quedara libre y a que 
manifestara su dolor ante los jueces cuando fueran a depositar 
su voto. 

Al día siguiente, que fue el más importante del proceso, el 
sexto antes de los idus de abril, se cerraron las tiendas en toda 
la ciudad: Pompeyo dispuso tropas de protección en el foro y 
en todos los accesos al foro; él mismo, como el día anterior, 
tomó asiento delante del erario rodeado de tropas escogidas. A 
continuación, al comienzo del día, se procedió al sorteo de los 
jueces. Después se produjo en todo el foro un gran silencio en 
la medida en que es posible en una plaza pública cualquiera. 
Comenzaron entonces —era la hora segunda- su intervención 
los acusadores: el mayor de los Apios, Marco Antonio y Pu- 
blio Valerio. De acuerdo con la ley emplearon dos horas. 

Les respondió únicamente Cicerón; y, aunque algunos ha- 
bían opinado que la defensa contra la acusación estaba en que 
la muerte de Clodio se había producido en interés del Estado 
(planteamiento que siguió Marco Bruto en el discurso que 
compuso en defensa de Milón y que publicó como si lo hubie- 
ra pronunciado) $, a Cicerón no le pareció bien la idea de que, 
quien podía ser condenado por interés público, pudiera tam- 
bién ser matado sin haber sido condenado ?. Así pues, dado 


8 El proceso de Milón, por su importancia y por la fama del discurso de 
Cicerón, se convirtió en un tema de declamación en las escuelas; así, por 
ejemplo, Séneca el Viejo (contr. 3, praef. 16), cita un In Milonem de un tal 
Cestio. 

2 Sin embargo, en el discurso que se nos ha conservado Cicerón desarrolla 
(Mil. 72-91) la idea de que Milón debería ser absuelto por haber prestado un 
gran servicio a la Repüblica con la muerte de Clodio. Esta compensatio extra 
causam sería, por tanto, un añadido al discurso original. 


31 


474 EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 


que los acusadores habían sostenido que Milón había prepara- 
do una emboscada a Clodio, y puesto que ello era falso (pues 
el enfrentamiento se había entablado por casualidad), Cicerón 
alegó y sostuvo, por el contrario, que fue Clodio quien había 
preparado una emboscada a Milón: todo su discurso se orientó 
en este sentido. Sin embargo sucedió tal como hemos expues- 
to: el enfrentamiento de aquel día no fue planeado por ninguno 
de los dos; el encuentro fue casual y las muertes se produjeron 
como consecuencia de la pelea de los esclavos. Ahora bien, de 
todos era conocido que uno y otro se habían amenazado con la 
muerte en numerosas ocasiones y, de igual modo que hacía 
sospechoso a Milón el hecho de que el número de sus esclavos 
fuera mayor que el de los de Clodio, no era menos cierto que 
la servidumbre de Clodio estaba mejor equipada y preparada 
para la lucha que la de Milón. 

Al comenzar a hablar, Cicerón sé vió sorprendido por el 
griterío hostil de los partidarios de Clodio que fueron incapa: 
ces de contenerse ni siquiera por miedo a los soldados que los 
rodeaban. Como consecuencia de ello, el orador no habló con 
la firmeza acostumbrada. Se conserva también aquel discurso, 
que fue copiado !%, Pero éste que estamos leyendo lo redactó 
con tal perfección que, con razón, podría considerarse el pri- 
mero. 


10 La expresión excepta oratio ha sido interpretada de diversas maneras. 
Así, para B. A. MarsHaLL («Excepta oratio..», art. cit.), dicha expresión no 
significaría que el discurso fue copiado por estenógrafos sino simplemente 
que fue interrumpido por los gritos de los partidarios de Clodio. 


ARGUMENTO DE Q. ASCONIO PEDIANO 475 


(TRAS EL COMENTARIO) 


Concluidos los discursos de una y otra parte, la acusación y 
la defensa recusaron, cada una, a cinco senadores y a otros tan- 
tos caballeros y tribunos del tesoro, de modo que fueron cin- 
cuenta y uno los jueces que votaron. Doce senadores, trece ca- 
balleros y trece tribunos del tesoro lo condenaron; lo 
consideraron inocente seis senadores, cuatro caballeros y tres 
tribunos de la plebe. 

Los jueces parecían no haber ignorado que, en un princi- 
pio, Clodio resultó herido sin conocimiento de Milón, pero ha- 
bían entendido que, después de herido, se le dio muerte por or- 
den de Milón. Hubo quienes creían que el voto de Marco 
Catón había sido absolutorio; en efecto, no había ocultado su 
opinión de que, con la muerte de Clodio, se había rendido un 
servicio al Estado, apoyaba a Milón en su candidatura al con- 
sulado y lo había asistido cuando fue acusado. Además al mis- 
mo Catón, pese a ser uno de los que presidían el proceso, Cice- 
rón lo había citado y él había declarado haber oído a Marco 
Favonio, tres días antes de producirse la muerte, que Clodio 
había declarado que Milón iba a morir dentro de tres días.... 
Pero también se consideró provechoso librar a la República de 
una audacia tan conocida como la de Milón. Nadie, sin embar- 
go, pudo saber nunca cuál había sido el sentido de su voto. Por 
otra parte, se publicó que había sido condenado por obra, sobre 
todo, de Apio Claudio. 

Al día siguiente Milón, acusado de acuerdo con la nueva 
ley de un delito de corrupción electoral ante Manlio Torcuato, 
al no comparecer, fue declarado culpable. En este caso el acu- 
sador fue también Apio Claudio; al corresponderle, conforme a 


476 EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 


la ley, una recompensa, la rehusó. Firmaron la acusación en el 
proceso de corrupción electoral Publio Valerio León y Gneo 
Domicio, hijo de Gneo. Pocos días después Milón fue también 
declarado culpable de asociación ilegal ante un tribunal presi- 
dido por Marco Favonio; la acusación la presentó Publio Ful- 
vio Nerato, a quien se le concedió la recompensa establecida 
por la ley. A continuación, y sin que compareciese, fue conde- 
nado por segunda vez por un delito de actuación violenta ante 
el tribunal presidido por Lucio Fabio; los acusadores fueron 
Lucio Cornificio y Quinto Patulcio. Muy pocos días después 
Milón partió exiliado a Marsella. Sus bienes, a causa de la 
magnitud de sus deudas, fueron vendidos a bajo precio !!. 
Después de Milón, el primero en ser acusado de acuerdo 
con la ley de Pompeyo fue Marco Saufeyo, hijo de Marco, qué 
había dirigido el asalto a la posada en Bovila y el asesinato de 
Clodio. Los acusadores fueron Lucio Casio, Lucio Fulcinio 
-hijo de Gayo- y Gayo Valerio. Lo defendieron Marco Cicerón 
y Marco Celio, y consiguieron que fuera absuelto por un solo 
voto: lo absolvieron ocho senadores, ocho caballeros y diez tri: 
bunos del tesoro; lo consideraron culpable diez senadores, nué- 
ve caballeros y seis tribunos del tesoro. Quedó claramente dé 
manifiesto que el odio contra Clodio fue lo que salvó a Saufe- 
yo, teniendo en cuenta que su causa era peor que la de Milón 
ya que había dirigido abiertamente el asalto a la posada. De 
nuevo fue llamado a juicio, pocos días después, ante un tribu- 
nal presidido por Gayo Considio, en virtud de la ley Plautia só- 
bre actuaciones violentas, bajo la acusación de haber ocupado 
un puesto destacado y de haber estado armado: había sido, en 
efecto, el cabecilla de las bandas de Milón. Los acusadores fue- 
ron Gayo Fidio, Gneo Aponio —hijo de Gneo-, Marco Seyo... 
-hijo de Sexto-; lo defendieron Marco Cicerón y Marco Teren- 


11 Sobre la venta de los bienes de Milón cf. pág. 450, nota 30. 


ARGUMENTO DE Q. ASCONIO PEDIANO 4771 


cio Varrón Giba. Fue absuelto con mayor número de votos que 
en el proceso anterior: tuvo diecinueve votos en contra, y trein- 
ta y dos absolutorios. Pero resultó al contrario que en el ante- 
rior proceso: los caballeros y senadores lo absolvieron, mien- 
tras que lo consideraron culpable los tribunos del tesoro. 

A su vez, Sexto Clodio, bajo cuya dirección el cadáver de 
Clodio fue llevado dentro de la curia, acusado por Gayo Cese- 
nio Filón y Marco Alfidio, y defendido por Tito Flaconio, fue 
condenado por una gran mayoría: cuarenta y seis votos; sólo 
tuvo cinco votos absolutorios, dos de los senadores y tres de 
los caballeros. Además, fueron condenados muchos otros; 
unos estuvieron presentes, otros no comparecieron a la cita- 
ción; la mayoría fueron partidarios de Clodio. 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 


Aunque mucho me temo, jueces, que constituya un hecho 1 1 
vergonzoso ! el que manifieste temor al comenzar mi defensa 
de un hombre tan esforzado, y que no esté bien que, mientras 
el propio Tito Anio se preocupa más del peligro de la Repúbli- 
ca que del suyo propio, no sea yo capaz de presentar una gran- 
deza de ánimo similar al defender su causa, con todo, esta nue- 
va forma de juicio extraordinario atemoriza unos ojos como 
los míos que, adondequiera se dirigen, echan en falta la anti- 
gua costumbre del foro y la práctica ancestral de los. juicios. 
Vuestra asamblea, en efecto, no se ve rodeada, como de cos- 
tumbre, por un auditorio en círculo ni estamos apelotonados 
por la habitual afluencia de gentes. 

Aquellas tropas que veis delante de todos los templos ?, 2 
aunque han sido colocadas para evitar la violencia, no dejan 
sin embargo de provocar cierto temor en el orador; de ahí que, 


! Para el análisis de este comienzo del discurso, cf. Quiwr., inst. orat. XI 
3, 47-51 y IX 4, 73. Para un estudio global sobre el exordio, cf. C. CHAPARRO, 
«Comentario de oratoria latina...», art. cit. 

? Los de Vesta, Cástor, Concordia y Saturno. Este ültimo era el que ocu- 
paba Pompeyo y en sus inmediaciones se celebró el juicio. Sobre el estado de 
ánimo de Cicerón ante las circunstancias excepcionales que rodearon el proce- 
so, cf. supra, pág. 449 y Ascon., 31. 


v 


t2 


480 DISCURSOS 


en medio del foro y en pleno juicio, no somos capaces siquiera 
de sentirnos seguros, libres de cualquier temor, a pesar de que 
hemos sido rodeados por unas fuerzas militares saludables y 
necesarias. Si creyera que estas tropas han sido puestas contra 
Milón, cedería ante las circunstancias, jueces, y consideraría 
que no hay posibilidad para mi discurso en medio de semejan- 
te despliegue militar. Pero me tranquilizan y animan las inten- 
ciones de un hombre muy sabio y justo como Gneo Pompeyo, 
quien, sin duda, no consideraría propio de su sentido de la jus- 
ticia entregar a las armas de los soldados al mismo hombre que 
había entregado como reo para ser juzgado por los jueces, ni 
de su sabiduría armar con la autoridad püblica la temeridad de 
una multitud exaltada. 

Por lo tanto, esas armas, los centuriones y las cohortes no re- 
presentan para nosotros un peligro sino una protección: nos ani- 
man a estar, no ya tranquilos sino incluso con ánimo decidido y 
nos aseguran tanto ayuda para mi defensa como silencio. El 
resto de la muchedumbre, compuesta sin duda de ciudadanos, 
nos es enteramente favorable y todos esos a quienes estáis vien- 
do que nos observan desde todos los lugares desde donde puede 
verse alguna parte del foro y que esperan el buen término de 
este proceso, a la vez que miran con buenos ojos la valentía de 
Milón piensan que en el día de hoy se está combatiendo por sus 
propias personas, por sus hijos, por su patria y por sus bienes. 

Sólo hay una clase de personas que nos es contraria y hos- 
til: aquella que la locura de Publio Clodio alimentó con pilla- 
jes, incendios y todo tipo de calamidades públicas; además, a 
éstos, en la asamblea celebrada ayer 3, se les incitó a dictaros 


3 Sobre esta asamblea, cf. Ascon., 28. Hay que señalar que una parte im- 
portante de los partidarios de Clodio procedía de la plebs contionalis (CH. 
MEIER, Res publica amissa, Weisbanden 1980, págs. 114-115), es decir de los 
asiduos a las asambleas populares que tan bien supo utilizar Clodio: artesanos, 
tenderos (muchos de ellos libertos), etc. 








EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 481 


de antemano con sus gritos el sentido de vuestro veredicto. Si, 
por casualidad, se produjera tal griterío, deberá serviros de avi- 
so para que conservéis entre vosotros a ese ciudadano que, mi- 
rando por vuestra salvación, siempre despreció a esta clase de 
personas y los mayores gritos hostiles. 

Por todo ello, jueces, mostraos firmes y, si tenéis algún te- 
mor, abandonadlo. Pues, si alguna vez tuvisteis la posibilidad 
de juzgar a hombres íntegros y valientes, si alguna vez a ciuda- 
danos beneméritos, si, en fin, alguna vez les fue concedida a 
personajes escogidos entre los estamentos más distinguidos 4 la 
ocasión de manifestar directamente con su voto sus simpatías 
hacia unos ciudadanos íntegros y valientes (unas simpatías que 
ya a menudo habían dado a entender con su semblante y sus 
palabras), es sin duda en este momento cuando vosotros tenéis 
la potestad de decidir si nosotros, que siempre nos hemos so- 
metido a vuestra autoridad, nos lamentaremos para siempre en 
nuestra desgracia o si, después de haber sido ultrajados durante 
tanto tiempo por los hombres más perversos, seremos restable- 
cidos alguna vez gracias a vosotros, a vuestra rectitud, valor y 
sabiduría. 

Realmente, ¿se puede nombrar o imaginar a alguien más 
abrumado, preocupado o inquieto que nosotros dos, que, atraí- 
dos a la tarea política con la esperanza de las recompensas 
más elevadas, no podemos vernos libres del miedo a los supli- 
cios más crueles? A decir verdad, siempre creí que Milón de- 
bía hacer frente a las demás borrascas y tormentas (al menos 
en el caso de las agitadas asambleas populares) puesto que 
siempre se había manifestado a favor de la gente de bien y en 
contra de los desalmados, pero en un juicio como éste y ante 


4 Según la lex Aurelia, los tribunales estaban compuestos por miembros 
de los tres estamentos más importantes de la ciudad: senadores, caballeros y 
tribunos del erario. 


482 DISCURSOS 


un tribunal en el que imparten justicia los hombres más distin- 
guidos de todos los estamentos, nunca pensé que iban a tener 
los enemigos de Milón alguna esperanza, no ya de destruir su 
persona sino, incluso, de debilitar su prestigio, sirviéndose de 
tales hombres 5. 

De todos modos, en este proceso, jueces, para defenderlo 
del crimen que se le imputa no vamos a mencionar demasiado 
el tribunado de Tito Anio y todo cuanto hizo por la salvación 
de la República 6; mientras no veáis con vuestros ojos que fue 
Clodio quien preparó la emboscada contra Milón, no os supli- 
caremos que nos perdonéis este crimen en consideración a sus 
muchos y distinguidos servicios a la Repüblica ni os pedire- 
mos que, dado que la muerte de Clodio ha significado vuestra 
salvación, por esta razón la atribuyáis al valor de Milón más 
que a la fortuna del pueblo romano. Si, por el contrario, los 
proyectos criminales de Clodio os'resultasen más evidentes 
que la luz de este día, entonces sí que os rogaré y suplicaré, 
jueces, que, aunque hayamos perdido todo lo demás, se nos 
deje al menos la posibilidad de defender impunemente nuestra 
vida de la osadía y las armas de nuestros enemigos. 

Pero antes de abordar la parte de mi discurso que atañe a 
vuestra acción judicial, me parece que he de refutar cuanto con 
frecuencia se ha dicho en contra de él, en el senado por parte 
de sus enemigos, en la asamblea popular por hombres desal- 
mados y hace poco por boca de sus defensores, a fin de que, 
eliminada toda posible confusión, podáis examinar claramente 


5 Es decir, Milón podría sentir temor ante una asamblea popular (donde 
dominaban los partidarios de Clodio), pero no ante un tribunal compuesto por 
miembros de los estamentos más nobles de la ciudad, ya que Milón había sido 
el sostén de los optimates. 

6 Sobre esta actuación de Milón, cf. supra, págs. 443-445 y A. W. Lintorr, 
«Cicero and Milo», art. cit., págs. 62-68. H 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 483 


el asunto que se presenta a juicio. Afirman que no tiene dere- 
cho a ver la luz del día aquel que admite haber dado muerte a 
un hombre. Pero, ¿en qué ciudad hay hombres tan necios que 
sostengan esta afirmación? Sin duda en la ciudad que vio 
como primer juicio capital el de un hombre tan valeroso como 
Marco Horacio ?, quien, aun cuando todavía Roma no gozaba 
de la libertad republicana, fue absuelto por los comicios del 
pueblo romano a pesar de reconocer que había dado muerte a 
su hermana con sus propias manos. 
¿Hay alguien acaso que ignore que, cuando se juzga sobre 
la muerte de un hombre, o bien se suele negar con rotundidad 
el haberlo hecho o bien se alega como defensa que se hizo con 
razón y justicia? A no ser, en verdad, que consideréis que Pu- 
blio el Africano, al ser interrogado por el tribuno de la plebe 
Gayo Carbón en una agitada asamblea popular sobre qué-opi- 
naba de la muerte de Tiberio Graco, fue un loco por haber res- 
pondido que le parecía que había sido muerto con toda 
justicia 3, Ni podrían dejar de ser considerados abominables 
aquel famoso Servilio Ahala o Publio Nasica, Lucio Opimio, 
Gayo Mario o el senado durante mi consulado ?, en el caso de 


7 Horacio, que había dado muerte a su hermana, fue condenado por los 
duunviros, pero absuelto posteriormente por una asamblea popular en el pri- 
mer ejemplo de provocatio ad populum (Liv., 126; VAL. MÁx., VIII 1, 1). 

8 «Si [Graco] tuvo la intención de hacerse con el poder, entonces su muer- 
te fue legalmente justa», respondió Escipión (VEL. PATÉR., II 4, 4). 

2 Ahala dio muerte en el 439 a Espurio Melio, sospechoso de aspirar a la 
realeza (Liv., IV 15, 4). Por su parte, P. Cornelio Escipión Nasica inició en el 
133 el movimiento de oposición a Tiberio Graco que acabaría con la. muerte 
de éste. L. Opimio, cónsul en el 121 (Sest. 140, nota 202), investido de plenos 
poderes, dio muerte a Gayo Graco y a tres mil de sus partidarios. Gayo Mario, 
en el 100, hizo ajusticiar a los rebeldes Glaucia y Saturnino (har. 51, nota 
118). Por último, Cicerón en el 63 hizo que el senado votara la pena de muerte 
contra los partidarios de Catilina. Los mismos personajes y en el mismo orden 
cronológico volverán a ser citados en Mil. 83. 


c 


484 DISCURSOS 


que se considere ilegal dar muerte a ciudadanos criminales. En 
consecuencia, jueces, no sin razón unos hombres de gran talen- 
to han legado también a la posteridad en sus obras de teatro la 
noticia de que, quien había dado muerte a su madre para ven- 
gar a su padre, al ser diversos los votos de los jueces humanos, 
fue absuelto también por el juicio divino de la más sabia de las 
diosas !0, 

Y si las Doce Tablas permitieron que se pudiera dar muerte 
impunemente a un ladrón por la noche de cualquier forma !! y 
de día en el caso de que se defendiera con armas, ¿hay alguien 
que crea que hay que imponer un castigo sin importar la forma 
en que alguien ha sido muerto, cuando está viendo que a veces 
son las propias leyes las que nos alargan la espada para dar 
muerte a un hombre? 

Pues bien, si hay circunstancias —que las hay y numerosas- 
en que con derecho se puede matar a un hombre, es sin duda 
una circunstancia justa y necesaria cuando se repele la fuerza 
con la fuerza. Al pretender arrebatarle la castidad a un soldado 
un tribuno militar del ejército de Gayo Mario, allegado de este 
general, fue muerto por aquel al que intentaba violentar: el jo- 
ven virtuoso prefirió ponerse en peligro antes que sufrir una 
afrenta 2. Aquel gran hombre lo liberó del castigo absolvién- 
dole del delito. 


10 Según la leyenda de Orestes (recreada por los trágicos griegos y lati- 
nos), éste, después de haber dado muerte a su madre Clitemnestra, fue absuel- 
to por el Areópago gracias a la intervención de la diosa Atenea que presidía el 
tribunal. : 

!! El texto conservado dice: si nox furtum faxit, si im occisit, iure caesus 
esto. 

-2 Se trataría del tribuno militar G. Lusio, hijo de una hermana de Mario, 
que en la guerra contra los cimbros intentó violentar a uno de sus soldados (P. 
Trebonio o Arruncio), prendado de su belleza (Quiwr., inst. orat. III 11,:4; 
VAL. Máx., VI 1, 12). 








EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 485 


Pero, ¿existe alguna muerte injusta contra un traidor y un 
ladrón? ¿Para qué sirven nuestras escoltas? 13, ¿Para qué las es- 
padas? No se nos permitiría tenerlas si de ningún modo pudié- 
ramos hacer uso de ellas. En suma, jueces, se trata de una ley 
no escrita pero natural, una ley que no hemos aprendido, ni leí- 
do, ni nos ha sido legada sino que la hemos tomado, sacado y 
extraído de la propia naturaleza, para la que no hemos sido ins- 
truidos o preparados sino que nos es innata y estamos imbui- 
dos de ella: si nuestra vida corriera peligro ante las asechanzas, 
la violencia y las armas de ladrones o enemigos, todo medio de 
buscar nuestra salvación se consideraría legítimo. 

Así pues, las leyes guardan silencio en medio de las armas 
y no ordenan que se aguarde su veredicto cuando el que desea- 
ría hacerlo puede sufrir una pena injusta antes de obtener justi- 
cia. De todos modos la ley misma que prohíbe, no que se mate 
a un hombre sino que se esté armado con la intención de ma- 
tarlo, otorga muy sabiamente (y en cierto modo de forma im- 
plícita) la posibilidad de defenderse; así que, al tenerse en 
cuenta la intención y no las armas, quien hubiera usado sus ar- 
mas en defensa propia no se considera que tenía esas armas 
con intención de matar. Que esto, jueces, quede claro en el 
proceso. Pues estoy seguro de que conseguiré que aceptéis mi 
defensa si recordáis lo que no podéis olvidar: se puede matar 
en justicia a quien prepara una emboscada. 

Viene a continuación una idea que sostienen muy a menudo 
los enemigos de Milón: el senado consideró que la muerte de la 
que fue objeto Publio Clodio fue un atentado contra el Estado. 


13 Cicerón está, pues, reconociendo como un hecho habitual en Roma la 
presencia de escoltas (normalmente clientes) que, a la manera de cortejos de 


honor, acompañaban a los magistrados o personajes influyentes, una costum- . 


bre que explica el que Catilina, Clodio o Milón pudieran circular rodeados de 
hombres armados sin provocar extrañeza en la población. 


10 


486 : DISCURSOS 


Pero, en realidad, el senado la aprobó, no sólo con sus votos sino 
también con sus muestras de simpatía. ¡Cuántas veces aborda- 
mos aquella cuestión en el senado, con qué asentimiento de todo 
el estamento senatorial y de la forma más rotunda y evidente! 14, 
¿Cuándo, en un senado en pleno, se encontraron cuatro o, a lo 
sumo, cinco que no aprobaran la causa de Milón? Buena prueba 
de ello son aquellas arengas sin sentido del ardiente tribuno !5 de 
la plebe aquí presente, con las que, lleno de envidia, censuraba 
todos los días mi poder diciendo que el senado decidía no lo que 
creía sino lo que yo quería. Ciertamente, si esto se ha de deno- 
minar poder en vez de moderada autoridad en causas justas, de- 
bido a mis grandes servicios a la República, o bien influencia 
entre la gente de bien, gracias a mi abnegada dedicación, que se 
denomine así, con tal de que utilicemos este poder en defensa de 
los buenos y en contra de la locura de los malvados. 

Pero, por más que sea legal, nunca sin embargo el senado 
pensó que hubiera de constituirse este tribunal extraordinario, 
puesto que existían ya leyes !6 y tribunales para tratar casos de 


14 Desde la muerte de Clodio hasta el proceso actual han transcurrido casi 
tres meses y, por tanto, es lógico suponer que Cicerón abordara este tema más 
de una vez en sus intervenciones en el senado. Aunque de las palabras de Ci- 
cerón parece deducirse que la práctica totalidad de los senadores eran hostiles 
a Clodio y favorables a Milón, la realidad fue muy diferente: el veredicto pros 
nunciado por los jueces y las cifras dadas por Asconio muestran que la mayo- 
ría de los senadores y caballeros desconfiaban en este momento de Milón. En 
cuanto a la plebe, que Cicerón pretende también favorable a su defendido 
(Mil. 95) por los juegos fastuosos que había organizado, a quien realmente 
apreciaba era a Clodio (Dión Casto, XL 49) como se puso de manifiesto en los 
funerales de su antiguo tribuno. 

15 Se refiere al tribuno de la plebe T. Munacio Planco, «ardiente» en mu- 
chos sentidos: como partidario de Clodio, por «inflamar» a las masas en con- 
tra de Milón y por haber incendiado la curia (Ascon., 8; 20). 

16 Entre otras, la lex Cornelia de sicariis et veneficiis del 81 y la lex Plotia 
de vi, probablemente del 89. 


EN DEFENSA DE T. ÁNIO MILÓN 487 


asesinato o violencia y la muerte de Clodio no provocaba en el 
senado una tristeza o dolor tan grandes como para que se cons- 
tituyera un tribunal extraordinario. En efecto, ¿quién puede 
creer que el senado, a quien se le había privado de la potestad 
de decidir un tribunal sobre el incesto y el estupro de Clodio !7, 
pensó establecer un juicio extraordinario sobre su muerte? 
¿Por qué razón, pues, el senado estableció que el incendio de 
la curia, el asalto a la casa de Marco Lépido !8 y esta misma 
muerte se realizaron en contra de la República? Porque, en una 
ciudad libre, nunca ha habido violencia alguna entre ciudada- 
nos que no se emprendiera contra la República. A decir ver- 
dad, por más que en ocasiones sea necesaria, no es deseable en 
ninguna circunstancia defenderse contra la violencia; a no ser 
que aquel día en el que fue muerto Tiberio Graco, en el que lo 
fue Gayo o en el que fueron aplastadas las armas de Saturnino 
(aunque procedían del Estado), dichos episodios no infligieran 
una herida a la República !9. 

Al haber constancia de que se había producido una muerte 
en la Vía Apia, yo mismo voté que Milón no había cometido 
un delito contra la República por haber actuado en defensa 
propia; pero, al producirse en el propio acto violencia y preme- 
ditación, me limité a señalar el hecho y reservé a un tribunal la 
decisión de juzgarlo. No tendríamos necesidad de ningún tri- 


17 Nueva alusión al escándalo de los misterios de la Buena Diosa (supra, 
pág. 13, nota 8). Al considerar el crimen de Clodio como un sacrilegium, los 
cónsules establecieron un tribunal extraordinario presidido por uno de los pre- 
tores. Con motivo de la constitución de este tribunal se produjeron disturbios 
en Roma (Att. I 14, 5-6). 

18 Ascon., 8. M. Emilio Lépido, nombrado interrey por el senado, fue 
quien confirió a Pompeyo poderes extraordinarios. Sobre su posible identifi- 
cación con el cónsul homónimo del 46 o del 66, cf. J. S. RuEBEL, «The trial of 
Milo...», art. cit., pág. 234, nota 7. 

19 Sobre la muerte de los Gracos y de Saturnino, cf. har. 41 y 43. 


- 


4 


488 DISCURSOS 


bunal extraordinario si aquel furibundo tribuno de la plebe hu- 
biera permitido al senado llevar a cabo sus propósitos; pues 
éste establecía acudir a las antiguas leyes, aunque fuera de for- 
ma extraordinaria 20, Ante la demanda de no sé qué individuo 
(no hay ninguna necesidad de que yo ponga al descubierto las 
opiniones vergonzosas de todo el mundo) se produjo una divi- 
sión de pareceres; de este modo, y con esta oposición compra- 
da, el resto de la proposición del senado quedó sin valor?!, 

Por otra parte, Gneo Pompeyo, con su proyecto de ley, 
emitió una valoración sobre el propio hecho y sobre el proce- 
so: presentó, en efecto, una proposición relativa a la muerte 
que se había producido en la Vía Apia y en la que Publio Clo- 
dio había resultado ser la víctima. ¿En qué consistió, en suma, 
su propuesta? Sin duda, en que se realizara una investigación 
judicial. Una investigación, ¿sobre qué? ¿Acaso sobre el he- 
cho? Pero hay ya constancia de él. ¿Sobre su autor? Pero es 
conocido. Vio, por tanto, que en la propia confesión del hecho 
se podía alegar de todos modos una defensa. Si no hubiese vis- 
to que quien admitía los hechos podía ser absuelto (al ver que 
nosotros también lo reconocíamos), no habría ordenado nunca 
una investigación judicial ni os habría concedido la posibilidad 
tanto de absolverlo como de condenarlo. En realidad, me da la 
impresión de que Gneo Pompeyo no sólo no emitió un juicio 


20 El orador Hortensio había propuesto que el proceso contra Milón se 
abordara de inmediato, por delante de los demás juicios (extra ordinem), y 
ante un tribunal ordinario. Pero el tribuno T. Munacio Planco (Mil. 12, nota 
15), con el visto bueno de Pompeyo, consiguió que triunfara la propuesta de 
un tribunal extraordinario. 

21 Puesto que la proposición de Hortensio tenía dos partes, el tribuno Q. 
Fufio Caleno (aludido en el desdefioso «no sé qué individuo») hizo que cada 
una fuera votada por separado (divisa sententia); Caleno interpuso su veto a la 
«segunda parte» (es decir, a que fuera un tribunal ordinario el que juzgara à 
Milón), con lo que el resto de la proposición quedó también invalidada. 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 489 


en exceso desfavorable contra Milón, sino que incluso señaló 
qué era lo que debíais tener en consideración a la hora de juz- 
gar. Sin duda, puesto que dio no un castigo a la confesión sino 
la posibilidad de defenderse, pensó que lo que había que inves- 
tigar era el móvil de la muerte y no la muerte misma. Segura- 
mente él mismo nos dirá si, lo que hizo por propia iniciativa, 
pensó que era una concesión obligada a Publio Clodio o a las 
circunstancias. 

Un hombre de la nobleza del tribuno de la plebe Marco 
Druso 2, defensor del senado y casi su protector en aquella 
época, tío materno de uno de los jueces de este tribunal (del ín- 
tegro Marco Catón), fue asesinado en su propia casa. El pueblo 
no presentó ningún decreto ni el senado estableció ningún tri- 
bunal de investigación relativo a su muerte. Hemos aprendido 
de nuestros mayores el gran dolor que se produjo en esta ciu- 
dad cuando Publio el Africano, mientras descansaba en su 
casa, fue víctima de un atentado nocturno 2. ¿Quién no se la- 
mentó entonces?, ¿quién no se consumió de dolor al no haber- 
se siquiera esperado la muerte natural de aquel cuya inmortali- 
dad deseaba todo el mundo, de ser posible? ¿Acaso, pues, se 
propuso tribunal alguno sobre la muerte del Africano? Cierta- 
mente, no. ¿Por qué? Porque los hombres insignes no resultan 
muertos por un crimen diferente a aquel con el que son muer- 
tos los hombres desconocidos. Aunque haya una diferencia en 
la dignidad de vida de los hombres encumbrados y de los hu- 
mildes, ciertamente la muerte producida por un atentado está 
en los dos casos sometida a los mismos castigos y leyes. A no 
ser que el que mató a su padre por ser consular sea más parrici- 


2 Sobre M. Livio Druso, tribuno de la plebe en el 91, cf. dom. 41, Sest. 
135 y notas. 

23 En la extraña muerte de P. Escipión Africano se pretendió ver la mano 
de Gayo Graco o de su propia esposa Sempronia. 


6 


7 


490 DISCURSOS 


da que el que mató a un padre humilde; o que la muerte de Pu- 
blio Clodio vaya a ser más horrible por haber sido muerto (a 
menudo lo dicen esos individuos) sobre un monumento de sus 
antepasados. ¡Como si el famoso Apio el Ciego hubiese cons- 
truido esta vía, no para uso del pueblo sino como un lugar don- 
de sus descendientes se dedicaran al pillaje impunemente! 

¡De modo que, habiendo asesinado Publio Clodio en esa 
misma Vía Apia a un caballero romano tan distinguido como 
Marco Papirio ?^, no debió ser castigado aquel crimen (pues un 
hombre noble había matado, sobre un monumento de sus anté- 
pasados, a un caballero romano) y ahora el nombre de esta 
misma Vía Apia suscita semejantes manifestaciones patéticas! 
¡No se hablaba de ella cuando fue ensangrentada con la muerte 
de un hombre honesto e inocente, y ahora se la menciona sin 
cesar después que resultó salpicada con la sangre de un ladrón 
y un parricida! Pero, ¿por qué menciono aquellos hechos? Fue 
sorprendido en el templo de Cástor un esclavo de Publio Clo- 
dio a quien éste había apostado allí para dar muerte a Gneo 
Pompeyo; se le arrebató de las manos el puñal mientras confe- 
saba el delito. Después de esto Pompeyo se abstuvo del foro, 
del senado y del público. Se protegió tras sus puertas y pareops 
y no con el derecho de las leyes y de los tribunales 2. 

¿Acaso se presentó alguna proposición de ley o se estable- 
ció un tribunal extraordinario? Y, sin embargo, si alguna vez el 
hecho, el personaje y las circunstancias fueron merecedores de 
ello, todos estos factores se dieron de la forma más clara en 
aquella causa. El asesino se había apostado en el foro, en la en- 
trada misma del senado: se maquinaba la muerte de un hombre 


24 Sobre M. Papirio, muerto en la Vía Apia en el 58, en las refriegas por el 
asunto de Tigranes, cf. dom. 49, nota 71. 

25 Sobre esta misma idea, cf. sen. 4; 29; dom. 8; 13; 67; 110; har. 49; Sest. 
69, y las notas respectivas. 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 491 


de cuya vida dependía la salvación del Estado; además, en 
unas circunstacias políticas en las que, sólo con que él hubiese 
muerto, habrían perecido también, no sólo esta ciudad sino to- 
das las naciones. A no ser que se diga que esta acción no fue 
digna de castigo porque no llegó a consumarse: ¡como si se 
castigaran con las leyes los resultados de las acciones y no las 
intenciones de los hombres! Hubo que lamentarse menos, ya 
que la acción no se realizó, pero no por ello debió quedar sin 
castigo. 

¡Cuántas veces yo mismo, jueces, he escapado de las armas 
y de las manos sangrientas de Publio Clodio! 2é. Si no me hu- 
biese salvado de ellas mi fortuna o la del Estado, ¿quién habría 
propuesto, al final, un tribunal para castigar mi muerte? 

Somos, de todos modos, unos insensatos por atrevernos a 
comparar a Druso, al Africano, a Pompeyo y a nosotros mis- 
mos con Publio Clodio. Aquellos hechos se pudieron soportar; 
nadie puede, en cambio, sobrellevar con serenidad la muerte 
de Publio Clodio: se lamenta el senado, se entristece el orden 
ecuestre, toda la ciudad se encuentra abatida, están de luto los 
municipios, se afligen las colonias y, en fin, los campos mis- 
mos se duelen de la pérdida de un ciudadano tan benefactor, 
favorable y apacible. 

No fue éste, jueces, no fue éste, sin duda, el motivo por el 
que Pompeyo creía que debía proponer la constitución de este 
tribunal sino que un hombre sabio como él y dotado de una in- 
teligencia profunda y, en cierto modo, divina se dio cuenta de 
muchas cosas: que Clodio era su enemigo personal mientras 


26 Sobre uno de estos ataques de las bandas de Clodio a Cicerón, cf. Att. 
IV 3, 3: «El 11 de noviembre [del 57], cuando bajaba por la Vía Sacra, [Clo- 
dio] me siguió con su gente. De improviso, gritos, piedras, palos, espadas. 
Nos refugiamos en el vestíbulo de la casa de Tecio Damión. Mis acompañan- 
tes no tuvieron ninguna dificultad en impedirles el acceso». 


8 


22 


492 DISCURSOS 


que Milón era un amigo íntimo ?”; temió que diera la impresión 
de que era poco firme su confianza en la reconciliación si él 
mismo se alegraba también en medio de la alegría general de 
todo el mundo; se dio cuenta, además, de muchas otras cosas, 
pero, sobre todo, de que, a pesar de haber presentado una pro- 
posición rigurosa, vosotros seríais capaces de juzgar con fir- 
meza. Así pues, eligió a los más brillantes de entre los esta- 
mentos más distinguidos 2 y, en verdad, no excluyó (cosa que 
algunos andan diciendo) a amigos míos a la hora de elegir a 
los jueces. A buen seguro, un hombre tan justo como él nunca 
tuvo tales intenciones ni, aunque lo hubiese querido, habría po- 
dido alcanzar su propósito a la hora de elegir hombres hones- 
tos. En efecto, mi influencia no se limita al círculo de mis alle- 
gados (que no puede ser más amplio porque los hábitos de vida 
no se pueden compartir con muchas personas) sino que, si te- 
nemos alguna influencia es porque la vida pública me ha pues- 
to en estrecha relación con las gentes de bien. Puesto que Pom- 
peyo eligió de entre éstos a los mejores y pensó que ello estaba 
en consonancia con su sentido de la lealtad, no pudo dejar de 
elegir a partidarios míos. 

En cuanto a su deseo de elegirte sobre todo a ti, Lucio Do- 
micio ??, como presidente de este tribunal, no buscó otra cosá 
que no fuera el sentido de la justicia, de la ponderación, la 
bondad y la lealtad. Hizo la propuesta de que fuera necesarias 
mente un hombre consular porque —en mi opinión- considera» 


27 Cicerón intenta ocultar la enemistad de Pompeyo con Milón; aunque en 
el pasado habían sido aliados y Pompeyo, incluso, había defendido a Milón 
(cf. pág. 205), en la actualidad Milón era el rival al consulado de los candida- 
tos de Pompeyo y la hostilidad del triunviro fue decisiva en la condena de Mi- 
lón: «A Milón lo condenó no tanto el odio por el delito cometido cuanto la vo: 
luntad de Pompeyo» (VEL. Patér., II 47, 4-5). 

28 Sobre la composición del tribunal, cf. Ascon., 23 y 26. 

22 L. Domicío Enobarbo. Ascon., 23. 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 493 


ba una obligación de los líderes de la ciudad hacer frente a la 
veleidad de la muchedumbre y a la temeridad de los malvados. 
De entre los consulares te eligió a ti de forma especial porque 
ya desde tu juventud habías dado excelentes pruebas de cómo 
despreciabas los actos alocados del pueblo 30, 

Por todo ello, jueces, para abordar ya de una vez el proceso 
y la acusación: si no resulta inusual toda confesión de un deli- 
to; si no se ha emitido, por parte del senado, ningún juicio so- 
bre nuestra causa distinto a nuestros deseos y si el propio autor 
de la ley, al no existir controversia sobre el hecho en sí, quiso 
que se diera sin embargo una discusión de derecho; si se han 
elegido como jueces y presidente de este tribunal unos hom- 
bres para que juzguen estos hechos de forma justa y razonable, 
ya sólo os queda, jueces, que no investiguéis otra cosa sino 
quién de los dos preparó la emboscada al otro. Para que podáis 
más fácilmente emitir un juicio de acuerdo con las pruebas, os 
ruego me prestéis la máxima atención mientras expongo bre- 
vemente lo sucedido. 

Después de haber decidido Publio Clodio atormentar a la 
República durante su pretura con toda suerte de crímenes y 
dándose cuenta de que los comicios se habían retrasado el año 
anterior de tal modo que no podría desempeñar la pretura du- 
rante muchos meses, él, que no aspiraba a alcanzar —como los 
demás- un grado más en su carrera política?! sino que deseaba 
evitar como colega a un hombre de singular valor como Lücio 
Paulo 32 y que buscaba conseguir un año completo para poder 


30 En el 65, G. Manilio, cuyo tribunado se había destacado por una agita- 
ción constante, fue acusado de maiestate por Gn. Domicio; L. Domicio salió 
en defensa de Municio cuando Manilio agitó a la multitud contra él. 

?! La pretura era el penúltimo grado del cursus honorum; 

32 Sobre L. Emilo Paulo, cf. Vat. 25, nota 47. Cónsul en el 50, César com- 
pró su neutralidad en la guerra civil ingenti mercede (Sugr., Caes. 29). Era 
hermano de Lépido, el futuro triunviro. 


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494 DISCURSOS 


destrozar a la República, de repente renunció al año que le co- 
rrespondía 33 y se reservó para el siguiente, no —como suele su- 
ceder— por algún escrúpulo religioso sino para disponer, como 
él mismo decía, de todo un año completo para desempeñar su 
pretura 34, es decir, para subvertir la República. 

Se daba cuenta de que su pretura quedaría paralizada y de- 
bilitada con un cónsul como Milón. Veía, además, que éste iba 
a ser nombrado cónsul con la total unanimidad del pueblo ro- 
mano. Se asoció con los rivales de Milón 35, pero de forma que 
era él y sólo él el que dirigía, incluso contra la voluntad de és- 
tos, toda la campaña electoral a fin de sostener —como solía de- 
cir- sobre sus espaldas toda la responsabilidad de los comi- 
cios. Convocaba a las tribus, se entremetía y reclutaba una 
nueva tribu Colina 36 con el alistamiento de los hombres más 
depravados. Cuanto mayor era la agitación que aquél provoca- 
ba, tanto más se fortalecía, día a día,'el papel de Milón. Cuan- 
do un hombre como él, tan dispuesto a toda clase de crímenes, 
se dio cuenta de la gran firmeza de un hombre que era tan 
enérgico cónsul como enemigo suyo, cuando comprendió que 
la situación había sido a menudo confirmada, no sólo por las 
manifestaciones sino también por los sufragios del pueblo ro- 


3 Según la lex Villia annalis que regulaba los intervalos entre las magis- 
traturas. Clodio había sido cuestor en el 61 y edil curul en el 56. 

34 A] haberse ido retrasando las elecciones, en el caso de que Clodio hu- 
biese sido elegido como pretor su mandato habría durado sólo seis meses. '' ' 

35 Es decir, con los candidatos de Pompeyo, Q. Metelo Escipión y P. Plau- 
cio Hipseo (supra, pág. 443). 

36 Tribu urbana (llamada así por la puerta más septentrional de Roma) 
compuesta, sobre todo, por libertos y ciudadanos de condición social humilde, 
Seguramente el hecho está en relación con la lex de collegiis que Clodio había 
hecho aprobar durante su tribunado del 58 y que supuso una mayor libertad de 
asociación y de participación de la plebe en la vida política al hacer inscribir 
en los registros a gentes de baja condición (dom. 54, nota 83). 


EN DEFENSA DE T.'ANIO MILÓN 495 


mano, comenzó a actuar a la vista de todo el mundo y a decir 
públicamente que Milón debía morir 3”. 

Había hecho bajar de los Apeninos a unos esclavos salva- 
jes y bárbaros, con los que había devastado los bosques públi- 
cos y tiranizado Etruria; unos esclavos a los que veíais con 
vuestros ojos. Los hechos eran, sin duda, evidentes pues anda- 
ba diciendo públicamente que no podía arrebatársele a Milón 
el consulado, pero sí la vida. Esto lo declaró a menudo en el 
senado y lo dijo en una asamblea popular; más aún, al pregun- 
tarle el intachable Marco Favonio qué esperaba conseguir con 
su locura mientras estuviera vivo Milón, le respondió que Mi- 
lón iba a morir antes de tres días o, a lo sumo, cuatro; palabras 
éstas que Favonio refirió de inmediato a Marco Catón, aquí 
presente 38, 

Clodio, entre tanto, al enterarse —pues no era difícil de sa- 
ber- de que Milón tenía que hacer el viaje oficial obligado de 
cada año a Lanuvio ?? (trece días antes de las calendas de febre- 
ro) para proclamar al flamen de la ciudad ^ (Milón era enton- 
ces dictador de Lanuvio), partió de Roma, de improviso, el día 


37 Pese a las afirmaciones interesadas de Cicerón, a Clodio no le faltaban 
argumentos cuando acusó a Milón, por ejemplo, de ocultar-sus deudas y de 
presentarse a cónsul para escapar así de una situación financiera desesperada. 
Cicerón hubo de salir al paso de estas insinuaciones, lo que provocó un vio- 
lento altercado en el senado. El orador publicó posteriormente esta interven- 
ción, en forma de interrogatio de aere alieno Milonis (Schol. Bob. 151 
Stang.). Cf. K. Kumanieck1, «Ciceros Rede De aere alieno Milonis», Klio 59 
(1977), 381-401. 

38 Este testimonio de M. Catón, que, además de testigo de la defensa, era 
uno de los jueces del tribunal, fue una de las armas fundamentales utilizadas 
por Cicerón para demostrar la premeditación de Clodio. 

39 Lanuvio se encontraba a unos 30 km. al suroeste de Roma. 

40 La divinidad principal de Lanuvio era Juno Sospita. Clodio habría parti- 
do para Aricia el 17 de enero (J. S. RuEBEL, «The trial of Milo», art. cit., pág. 
232). 


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496 DISCURSOS 


de antes para, de este modo, preparar una emboscada a Milón 
delante de una propiedad suya, tal como quedó de manifiesto 
por lo sucedido. Y, además, partió tan rápidamente que abando- 
nó una agitada asamblea popular que se celebró aquel mismo 
día y en la que se echó de menos su furiosa pasión, una asam- 
blea que nunca habría abandonado si no hubiese sido su inten- 
ción aprovechar el lugar y la ocasión para perpetrar el crimen. 

Por su parte, Milón, después de haber permanecido en el 
senado aquel día hasta que se levantó la sesión, acudió a su 
casa, se cambió de ropa y de calzado y se entretuvo un poco 
mientras su mujer —omo suele suceder- se arreglaba *!; des- 
pués se puso en camino a una hora en la que ya Clodio -si 
realmente su intención era volver a Roma en aquel día— habría 
podido regresar. Clodio salió a su encuentro expedito, a caba- 
llo, sin coche, sin impedimenta alguna, sin la compañía habi- 
tual de esclavos griegos y sin su mujer —cosa rarísima-, mien- 
tras que este agresor, Milón, puesto que había preparado el 
viaje para cometer un asesinato, viajaba en un coche, con su 
mujer, cubierto con una capa de viajero y con un gran acompa- 
fiamiento, embarazoso, femenino y delicado, compuesto de sir- 
vientes y jóvenes esclavas €. 

El encuentro con Clodio se produjo delante de una finca de 
éste, a las cuatro y media de la tarde poco más o menos; al mo- 
mento, un grupo numeroso, desde una posición elevada, lanzó 
un ataque contra él con armas arrojadizas %; los que iban al 


^! Quintiliano cita (Inst. orat. IV 2, 57-58) este pasaje como un brillante 
ejemplo de una de las cualidades fundamentales de toda narratio: la sencillez 
(cf. L. LAURAND, Études..., op. cit. págs. 323-324). 

42 Compárese la descripción que hace Cicerón del acompañamiento de 
Milón con el relato paralelo de Ascon., 4-5. 

43 La proximidad de una finca de Clodio, lo repentino del ataque, la venta- 
ja de la posición. Éstos son los tres hechos que Cicerón desea recalcar para de- 
mostrar la premeditación de Clodio. 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 497 


frente mataron al cochero. A su vez, como Milón, despojándo- 
se de su capa de viaje, hubiese saltado del coche y se defendie- 
ra con ánimo decidido, los que estaban con Clodio, desenvai- 
nando sus espadas, volvieron rápidamente, unos al coche para 
atacar por la espalda a Milón, mientras otros, por creer que ya 
había sido muerto, comenzaron a golpear a sus esclavos que 
estaban situados en la parte posterior del cortejo. Los que de 
entre éstos fueron de espíritu fiel y decidido para con su due- 
fio, unos murieron y otros, viendo que se luchaba junto al co- 
che, al impedírseles socorrer a su señor, al oír del propio Clo- 
dio que Milón había sido muerto y creyendo en la verdad del 
hecho, dichos esclavos de Milón (pues voy a hablar claramente 
no para eludir la acusación sino tal como sucedió), sin que su 
amo se lo mandase, lo supiese o estuviese presente, hicieron lo 
que cada uno hubiese deseado que hiciesen sus esclavos en 
una situación como aquélla. 

Los hechos se desarrollaron, jueces, tal como acabo de ex- 
poner 44: fue el agresor el que resultó derrotado; la violencia 
fue vencida con violencia o, mejor, la audacia fue reprimida 
con el valor. Nada digo de las consecuencias para la República, 
para vosotros y para todos los hombres de bien. Admitamos 
que este hecho en nada benefició a un hombre como Milón que 
nació con el destino de no poder siquiera salvarse sin salvar a 
la vez a la República y a vosotros mismos. Si resulta que, de 
acuerdo con el derecho, no pudo actuarse así, nada tengo que 
defender. Pero si lo que la razón ha prescrito a los hombres ins- 
truidos, la necesidad a los bárbaros, el modo de vivir a los pue- 


44 El relato de Cicerón, no por hábil deja de ser tendencioso; basta compa- 
rarlo con el de Asconio ($ 3-7) para ver cómo el orador elude un aspecto fun- 
damental: las circunstancias mismas de la muerte de Clodio y si, tal como 
afirma Asconio, Milón dio la orden a sus esclavos de que lo remataran des- 
pués que Clodio resultara herido y se refugiara en una posada vecina. 


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498 DISCURSOS 


blos y la propia naturaleza a los animales es que rechazaran 
siempre toda violencia, por todos los medios que pudieran, de 
su cuerpo, de su cabeza y de su vida, no podéis considerar esta 
acción como un delito sin que juzguéis al mismo tiempo que 
todos los que se encuentren con ladrones han de perecer bien 
por las armas de éstos, bien por culpa de vuestras sentencias. 

Y, si Milón hubiese pensado de este modo, sin duda que le 
habría valido más ofrecer su cuello a Publio Clodio (un cuello, 
por cierto, que éste había intentado atacar, no una sola vez ni 
entonces por vez primera) 45 que ser degollado por vosotros 
por no haberse dejado degollar por él. Pero, si ninguno de vo- 
sotros piensa de este modo, lo que se presenta a juicio ahora no 
es si fue o no muerto (algo que nosotros reconocemos) sino si 
lo fue legal o injustamente, una cuestión a menudo debatida en 
numerosos procesos. Hay constancia de que se realizó una em- 
boscada y esto es lo que el senado ha considerado un acto con- 
tra el Estado; lo que no está claro es por parte de quién se rea- 
lizó dicha emboscada; sobre este punto, por tanto, es sobre el 
que se presentó la propuesta para una investigación judicial; en 
este sentido es en el que el senado censuró el hecho y no a la 
persona, y Pompeyo presentó este tribunal para juzgar sobre la 
legalidad, no sobre el hecho mismo. 

En definitiva, ¿se ha presentado a juicio algún otro punto 
que no sea cuál de los dos preparó una emboscada al otro? A 
decir verdad, ninguno. Si fue Milón, que no quede impune; 
pero, si fue Clodio, que entonces se nos absuelva de la acusa- 
ción. 

¿De qué modo puede probarse que fue Clodio quien prepa- 
ró una emboscada a Milón? Sin duda, es suficiente con mostrar 
que en aquel monstruo tan audaz y criminal hubo un motivo 


45 Sobre los antecedentes de la enemistad entre Milón y Clodio, supra, 
págs. 443-445. 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 499 


importante, una gran esperanza puesta en la muerte de Milón y 
numerosas ventajas. Valga, en personajes como éstos, aquel di- 
cho de Casiano 46, «¿para quién resultó beneficioso?»: aunque 
las gentes honradas no se ven arrastradas al delito por ningún 
tipo de interés, a menudo los malvados lo son por un interés 
insignificante. Pero, con la muerte de Milón, lo que Clodio 
conseguía no era solamente ser pretor sin la presencia de un 
cónsul por culpa del cual no podía realizar ningún crimen sino 
serlo, además, con unos cónsules con los que, si no con su ayu- 
da sí al menos con su connivencia, esperaba sin duda salir vic- 
torioso en sus alocados proyectos. Según sus cálculos, éstos ni 
tendrían deseos —en el caso de ser capaces de ello- de detener 
sus tentativas (pues pensaban que le debían un beneficio muy 
importante) y, en el caso de que realmente quisieran, tal vez di- 
fícilmente podrían dominar una audacia como la de este hom- 
bre tan criminal, una audacia que se había ya fortalecido con el 
paso del tiempo. 

¿De verdad, sólo vosotros, jueces, desconocéis la realidad? 
¿Estáis viviendo como extranjeros en esta ciudad? ¿Vuestros 
oídos andan de viaje por el extranjero y no están enterados de 
un tema tan difundido por la ciudad como es el de las leyes (si 
es que se pueden llamar leyes en vez de incendio de la ciudad 
y ruina de la República) que iba a imponernos a todos ñosotros 
y con las que pensaba marcarnos a fuego? Muéstranos, por fa- 
vor, Sexto Clodio, muéstranos aquel archivo de vuestras le- 
yes ^' que dicen sacaste de la casa de Publio y que, como si de 


146 Sobre Casiano, a decir de Cicerón, «un hombre apreciado por el pue- 
blo no por su liberalidad, como otros, sino por su seriedad y severidad» (Brut. 
97), cf. VAL. Máx., IH 7, 9. : 

^! Este pasaje (al igual que Mil. 89) nos indica que Clodio guardaba en un 
archivo, bajo la forma de volumina, el texto de sus leyes. Sobre:la colaboración 
de Sexto Clodio en la redacción de las leges Clodianae, cf. dom. 47, nota 65. 


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500 DISCURSOS 


una estatua de Palas se tratara 48, te llevaste en medio de las ar- 
mas y del tumulto de la noche para poder ofrecer un presente 
sin duda magnífico y un instrumento para su tribunado a la 
persona (si la hubieras podido encontrar) que iba a ejercer di- 
cho tribunado de acuerdo con tus deseos. Me acaba de lanzar 
esa mirada con la que solía amenazar a todo el mundo. Real- 
mente, me impresiona este resplandor de la curia %. 

Y ¿qué? ¿Piensas que estoy irritado contigo, Sexto, cuando 
has castigado a mi peor enemigo de forma incluso mucho más 
cruel de lo que mis propios sentimientos reclamaban? Fuiste tú 
el que sacaste de su casa el cadáver ensangrentado de Publio 
Clodio, el que lo arrojaste en medio de la plaza pública y el 
que lo dejaste, privado de imágenes de antepasados, de exe- 
quias, de pompas, de elogio fúnebre, y medio quemado con 
unas miserables tablas, para que fuera despedazado por los pe- 
rros de la noche. Por todo ello, aunque actuaste de forma abo- 
minable, sin embargo, por haber mostrado semejante crueldad 
contra mi enemigo, no puedo felicitarte, pero tampoco debo 
enojarme contigo... 5, 

Habéis oído, jueces, cuánto interesaba a Clodio la muerte 
de Milón. Dirigid ahora, en cambio, vuestro pensamiento a Mi- 
lón. ¿Qué interés tenía en la muerte de Clodio? ¿Por qué moti- 
vo iría Milón, no diré a permitirla sino a desearla? «Clodio era 
un obstáculo para Milón en sus aspiraciones al consulado», 
Pero, salía elegido pese a su oposición; es más, salía elegido, 
sobre todo, gracias a él: utilizaba a Clodio como argumento en 


48 Cicerón parece referirse a su rescate de las llamas por L. Cecilio Mete- 
lo en el 250 (Scaur. 43). 

49 Hay en la expresión lumen curiae una evidente ironía, ya que el orador 
parece referirse al incendio de la curia por los partidarios de Clodio instigados 
por Sexto Clodio (Ascon., 8). 

50 Hay, posiblemente, una laguna en el texto. 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 501 


favor de su candidatura con más éxito que mi propio apoyo. 
Ante vosotros, jueces, era de un gran valor el recuerdo de los 
servicios de Milón hacia mi persona y hacia la Repüblica; eran 
de un gran valor nuestras sáplicas y lágrimas, ante las cuales 
me daba cuenta entonces de que vosotros os conmovíais pro- 
fundamente; pero valía mucho más en su favor el temor que 
sentíais ante los peligros que nos amenazaban. Pues, ¿había:al- 
gün ciudadano que se imaginara que la pretura de Clodio, ejer- 
cida sin control, no iba a estar acompañada de un gran temor a 
revoluciones? Por otra parte, os dabais cuenta de que la ejerce- 
ría sin control, de no existir un cónsul como éste que se attevie- 
ra a refrenarlo y pudiera hacerlo. Siendo la opinión unánime 
del pueblo romano que Milón era el único capaz de ello, ¿quién 
podría dudar de que, al votarlo, se liberaba a sí mismo de temor 
y a la Repüblica del peligro? Pero ahora, eliminado Clodio, 
Milón debe apoyarse en los medios habituales para mantener 
su consideración social. Aquella gloria, reservada exclusiva- 
mente a Milón y que aumentaba día a día al refrenar Jas violen- 
tas locuras de Clodio, ha disminuido ya con la muerte. de Clo- 
dio. Vosotros habéis logrado con ello no tener temor a ningün 
ciudadano; éste, en cambio, ha perdido la posibilidad de ejerci- 
tar su valor, la recomendación en favor de su consulado y una 
fuente inagotable de gloria. Así que el consulado de Milón, que 
no podía ser debilitado estando Clodio vivo, comenzó final- 
mente a ser atacado con su muerte. Por lo tanto, la muerte de 
Clodio no sólo no reporta ningún beneficio a Milón sino que 
incluso lo perjudica. 

«Pero prevaleció su odio; actuó llevado por la ira y por su 
enemistad; se vengó de las afrentas recibidas y dio satisfacción 
a su propio resentimiento» ¿Y qué? Si estos sentimientos se 
dieron en Clodio, no digo que en mayor grado que en Milón 
sino que en él fueron muy importantes y en éste inexistentes, 
¿qué más queréis? Pues, ¿por qué Milón iba a odiar a Clodio 


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502 DISCURSOS 


(que era un campo abonado y pretexto para su gloria) si no es 
con ese odio que como ciudadanos sentimos hacia los malva- 
dos? Aquél era el que tenía motivos para odiar, en primer lu- 
gar, al defensor de mi regreso; después, al verdugo de su de- 
senfreno y al vencedor de sus armas; por último, a su propio 
acusador; pues Clodio fue, mientras vivió, uno de los acusados 
por Milón de acuerdo con la ley Plocia 5!. ¿Con qué espíritu, 
en fin, creéis que aquel tirano soportó todo esto? ¿Cuán gran 
resentimiento créeis que había en él y cuán justificado, ade- 
más, en un hombre tan injusto? 

Queda ahora por discutir la afirmación de que la naturaleza 
y forma de ser del propio Clodio constituyen su defensa mien- 
tras que estos mismos aspectos demuestran la culpabilidad de 
Milón. «Clodio nunca hizo nada de forma violenta; Milón, 
todo». ¿Cómo es posible? Cuando yo, jueces, abandoné la ciu- 
dad en medio de vuestros lamentos, ¿lo que sentí fue temor a 
un tribunal y no, en realidad, a sus esclavos, sus armas y su 
violencia? En definitiva, ¿qué razón justa habría habido para 
mi regreso si no hubiese sido injusto mi exilio? Según creo, 
me había citado a comparecer, había propuesto la imposición 
de una multa contra mí, había intentado un proceso por un de- 
lito de alta traición: sin duda, debí sentir temor a un juicio en 
una causa que, o me era perjudicial, o me atañía a mí solo, y 
que no era precisamente gloriosa ni os concernía a vosotros, 
No quise que mis conciudadanos (que habían sido salvados 


51 La ley Plotia o Plautia castigaba la violencia armada. Para acusar a 
Clodio Milón alegó, sin duda, el asalto a su propia casa el 12 de noviembre 
del 57 y, sobre todo, el ataque de las bandas de Clodio a los obreros encarga- 
dos de la reconstrucción de la casa de Cicerón en el Palatino. Recuérdese que 
el decreto del senado del 1 de octubre por el que Cicerón recobró sus propie- 
dades establecía (Att. IV 2, 4; Q. fr. 1 1, 2) que la violencia contra la casa de 
Cicerón se consideraría un acto contra rem publicam. 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 503 


gracias a mis decisiones y a mis propios peligros) se expusie- 
ran por mi causa a las armas de unos esclavos y de unos ciuda- 
danos miserables y criminales. 

He visto, sí, he visto al propio Quinto Hortensio, aquí pre- 
sente, esplendor y ornamento de la Repüblica, estar a punto de 
morir a manos de unos esclavos cuando me prestaba su ayu- 
da 52; en medio de esta turba, un hombre intachable como el 
senador Gayo Vibieno, que estaba a su lado, fue golpeado has- 
ta morir. ¿Cuándo descansó desde entonces el puñal de ese in- 
dividuo, un puñal que había recibido de Catilina? 53, Era éste el 
puñal que se dirigió contra nosotros; éste, al que yo no consen- 
tí que vosotros os expusiérais por defenderme; éste, el que es- 
tuvo acechando a Pompeyo; éste, el que ensangrentó esa Vía 
Apia, momumento de su estirpe, con la muerte de Papirio; 
éste, el que, mucho tiempo después, se dirigió de nuevo contra 
mí 5^; hace poco, como sabéis, estuvo a punto de acabar con- 
migo junto a la sede del Pontífice Máximo. 

¿Qué hay semejante a esto en Milón? Toda la violencia de 
Milón se redujo a evitar que Publio Clodio, ya que no podía 
ser llevado ante un tribunal 55, mantuviera oprimida a la ciudad 


52 Sobre este suceso, cf. DióN Casio, XXXVIII 16. Q. Hortensio Hórtalo 
(ca. 114-50 a.C.) fue cónsul en el 70 y defensor, como Cicerón, de la política 
de los optimates. Cultivador de un estilo exuberante fue, después de Cicerón, 
una de las figuras más importantes de la oratoria de su época. 

53 De nuevo (sen. 33; Quir. 13; dom. 72; 75; har. 5; 42) el orador presenta 
a Clodio, tanto desde un punto de vista personal como político, como digno 
sucesor de Catilina; por lo tanto, Clodio era el nuevo peligro que había que 
combatir con las mismas armas con que Cicerón había liberado a la República 
de la amenaza de Catilina. 

54 Sobre estos tres atentados (contra Pompeyo, Papirio y el propio Cice- 
rón), cf., respectivamente, Mil. 18, dom. 49, Mil. 20 y notas. 

55 Sobre la imposibilidad «legal» de que Clodio pudiera comparecer en un 
tribunal para responder a la acusación de vi presentada por Milón, cf. supra, 
pág. 204, nota 3. 


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504 DISCURSOS 


con su violencia. Si hubiese querido matarlo, ¡cuántas ocasio- 
nes excelentes tuvo para hacerlo! ¿Es que no habría podido 
vengarse de él legítimamente cuando defendía su propia casa y 
sus dioses penates de sus ataques? 56. ¿No habría podido hacer- 
lo cuando fue herido su colega Publio Sestio, un ciudadano 
egregio y muy valiente? ¿No habría podido cuando fue recha- 
zado un hombre intachable como Quinto Fabricio por presen- 
tar una ley en favor de mi regreso, cuando se produjo una ho- 
rrible matanza en el foro? 57, ¿No habría podido cuando fue 
asaltada la casa de un hombre tan justo y valiente como el pre- 
tor Lucio Cecilio? 58, ¿No habría podido aquel día en el que se 
presentó la ley sobre mi regreso, cuando la afluencia de gentes 
de toda Italia, provocada ante el interés por mi regreso, habría 
aprobado de buen grado la gloria de aquella hazaña? Aunque 
la muerte de Clodio hubiera sido obra de Milón, toda la ciudad 
habría reivindicado como suyo este honor. 

Pero, ¿cuáles eran las circunstancias? Como cónsul estaba 
Publio Léntulo, un hombre muy distinguido y valiente, enemi- 
go de Clodio, vengador de sus crímenes, protector del senado, 
defensor de vuestra voluntad, abogado del consenso público y 
salvador de mi vida; había siete pretores y ocho tribunos de la 
plebe adversarios de Clodio y defensores de mi persona 3; es- 
taba Gneo Pompeyo, promotor y responsable de mi regreso, 
enemigo de Clodio y cuya propuesta en favor de mi persona, 


56 Sobre el asalto a la casa de Milón, cf. supra, pág. 444. 

57 El tribuno Q. Fabricio hizo esta propuesta el 23 de enero del 57 (sen. 
21, nota 39). El clima de violencia desatado por Clodio para oponerse a esta 
propuesta aparece descrito con detalle en Sest. 75-79. 

58 Como pretor, L. Cecilio Rufo, hermano de P. Sila, presentó una ley en 
favor del regreso de Cicerón. 

52 De los pretores, únicamente Apio, hermano de Clodio, le fue contrario 
(sen. 23 y Sest. 87); de entre los tribunos de la plebe, Q. Numerio y Atilio Se- 
rrano (Sest, 82). 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 505 


expresada de la forma más enérgica y brillante, la secundó 
todo el senado 99; é] fue quien arengó al pueblo romano y 
quien, después de presentar un decreto en Capua en favor mío, 
dio la sefíal a toda Italia (que deseaba mi retorno e imploraba 
su protección) para que acudiera en masa a Roma para conse- 
guir la restitución de mis derechos. Con el dolor de mi ausen- 
cia ardía, en fin, el odio de todos los ciudadanos contra Clodio; 
si alguien le hubiera dado muerte en aquel entonces, no se ha- 
bría pensado en asegurarle la impunidad sino en otorgarle una 
recompensa. 

En estas circunstancias Milón se contuvo y citó a juicio a 
Publio Clodio por dos veces 6!: nunca le provocó de forma vio- 
lenta. ¿Qué pasó entonces? Con Milón como simple ciudadano 
privado %, acusado ante el pueblo por Publio Clodio, cuando 
se atacó a Gneo Pompeyo por hablar en defensa de Milón, 
¡qué ocasión, o mejor, qué excelente motivo tuvo entonces 
para caer sobre él! No hace mucho, después que Marco Anto- 
nio, uno de los jóvenes de más ilustre linaje, ofreció una gran 


99 Sobre la intervención de Pompeyo en el senado apoyando el regreso de 
Cicerón, cf. pág. 22. El triunviro era, junto con el cónsul del 58 L. Calpurnio 
Pisón, uno de los dos administradores (duumviri) de Capua (sen. 17). Esta ciu- 
dad campana abandonó a Roma durante las guerras púnicas y como castigo 
perdió sus derechos de civitas sine suffragio que Roma le había concedido en 
el 338. A propuesta de César, durante su consulado del 59, fue convertida en 
colonia romana. 

61 La primera ocasión fallida fue, antes del regreso de Cicerón, tras la vio- 
lencia de los partidarios de Clodio para oponerse a las propuestas en favor del 
exiliado (pág. 22; sen. 19 y Sest. 89). La segunda, tras el asalto a las casas de 
Cicerón y Milón en noviembre del 57 (Att. IV 3, 2). 

62 Al abandonar Milón su cargo de tribuno hubo de comparecer como ciu- 
dadano privado para responder a la acusación de Clodio, que acababa de con- 
seguir la edilidad. Pompeyo, que lo defendió, tuvo que soportar los insultos de 
Clodio y sus partidarios produciéndose un enfrentamiento entre los dos-ban- 
dos (Q. fr. IE 3, 2). 


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506 DISCURSOS 


esperanza de salvación a todos los hombres de bien y asumió 
con gran valentía una responsabilidad tan importante en la vida 
política, cuando ya tenía en las redes a este monstruo que trata- 
ba de evitar los lazos de la justicia, ¡por los dioses inmortales! 
¿hubo un momento y un lugar mejor que aquéllos? Cuando 
Clodio, al intentar huir, se escondió en la oscuridad de unas es- 
caleras 63, ¡qué ocasión más excelente tuvo Milón para acabar 
con aquella peste sin provocar impopularidad alguna, sino, en 
todo caso, la gloria más grande para Marco Antonio! 64. 

¿Qué más? ¡Cuántas veces tuvo posibilidad de hacerlo en 
los comicios del Campo de Marte, cuando aquél irrumpió vio- 
lentamente en el recinto de las votaciones y se dedicó a desen- 
vainar espadas y a arrojar piedras para, a continuación, huir 
aterrado al Tíber ante la expresión del rostro de Milón! ¡Voso- 
tros y todos los hombres de bien hacíais votos para que a Mi- 
lón se le permitiera hacer uso de su coraje contra aquél! 

Por lo tanto, si no quiso darle muerte con el beneplácito de 
todo el mundo, ¿quiso hacerlo, en cambio, con la desaproba- 
ción de algunas personas? A quien no se atrevió a matar cuan- 
do la legalidad, el lugar, las circunstancias y la impunidad le 
favorecían, ¿no dudó en matarlo con deshonor, en un lugar y 
circunstancias desfavorabes y con riesgo de su propia vida? 

Teniendo en cuenta sobre todo, jueces, que estaba cerca el 
día de las elecciones y la disputa por la más alta magistratura, 
época ésta (conozco ciertamente los temores que conlleva la 


63 De la comparación de este ambiguo pasaje con Phil. II 21, J. H. MoLy- 
NEUX («Clodius in hiding», CQ 11 (1961), 250-251) concluye que, en realidad, 
Clodio se protegió detrás de una barricada. 

64 En esta época M. Antonio, aunque era uno de los acusadores en el pro- 
ceso (Ascon., 29), estaba en buenas relaciones con Cicerón. De todos modos, 
en las palabras del orador se pone de manifiesto la variabilidad de Antonio, ya 
que, meses antes, durante su cuestura en el 53, se había enfrentado a Clodio. 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 507 


búsqueda de votos y cuánta inquietud acompaña a la aspira- 
ción al consulado) en la que nos preocupan, no sólo las cosas 
que pueden ser criticadas en público sino también lo que se 
pueda pensar en secreto, en la que nos horroriza cualquier leve 
rumor o habladuría inventada, y examinamos con atención los 
rostros y las miradas de todo el mundo. Nada hay tan delicado, 
tan sensible, frágil o inestable como la voluntad y sentimientos 
hacia nosotros de los ciudadanos, quienes no sólo se irritan con 
la inmoralidad de los candidatos sino que, incluso, desdeñan a 
menudo las buenas acciones. 

¿De modo que Milón, teniendo a la vista el día de las elec- 
ciones, en el que tenía puestas sus esperanzas y deseos, iba a 
acudir ante aquellos augustos auspicios 95 de las centurias con 
las manos ensangrentadas, presentando y reconociendo el cri- 
men y el atentado? ¡Qué poco creíble es esto en alguien como 
Milón! En cambio, ¡qué poco dudoso en el caso de Clodio 
puesto que pensaba llegar a ser rey con la muerte de Milón! Y 
el aspecto más importante de la audacia: ¿quién ignora, jueces, 
que el mayor atractivo de un delito radica en la esperanza. de 
su impunidad?. ¿En cuál de los dos, por tanto, se dio esta espe- 
ranza? ¿En Milón, que en la actualidad está siendo acusado de 
una acción admirable o, por lo menos, necesaria? ¿O en Clo- 
dio, que había menospreciado los tribunales y sus castigos has- 
ta el punto de que no le complacía nada de lo que. estuviese 
permitido por la naturaleza o autorizado por las leyes? 

Pero, ¿por qué estoy argumentando? ¿Para qué discutir 
más? Apelo a ti, Quinto Petilio 66, un ciudadano. tan íntegro 


65 Auspicia es una fórmula solemne para designar, en realidad, «los comi- 
cios centuriados inaugurados por los auspicios» y que daban, por tanto, a las 
elecciones un carácter sagrado. 

66 Se desconoce la identidad de este Q. Petilio, tal vez emparentado con el 
caballero romano M. Petilio citado en Verr. H 71. Sobre la importancia del 
testimonio de Catón, cf. Mil. 26. 


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508 DISCURSOS 


como valeroso, y te pongo como testigo a ti, Marco Catón (una 
providencia en cierto modo divina me ha concedido a vosotros 
dos como jueces): vosotros oísteis de boca de Marco Favonio, 
y lo oísteis en vida de Clodio, que éste le había dicho que Mi- 
lón moriría en el espacio de tres días: tres días después de ha- 
berlo dicho, la acción se llevó a cabo. Si Clodio no dudó en re- 
velar lo que planeaba, ¿vais a ser vosotros capaces de dudar de 
lo que hizo? 

¿Cómo es, entonces, que no se equivocó en el día? Lo aca- 
bo de decir hace un momento. No era ningún problema cono- 
cer las ceremonias religiosas propias del dictador de Lanuvio, 
que ya están establecidas. Vio que necesariamente Milón debía 
partir hacia Lanuvio precisamente en el día en que lo hizo: de 
modo que se le adelantó. Pero, ¿en qué día? Como ya he dicho 
antes, en el día en que tuvo lugar una asamblea popular muy 
agitada, provocada por un tribuno de la plebe a sueldo del pro- 
pio Clodio 9". Si no hubiese tenido prisa en ejecutar el crimen 
planeado, nunca se habría perdido aquel día, aquella asamblea 
y aquellos aplausos. Por lo tanto, no tenía siquiera un motivo 
para ponerse de camino; más aün, tenía motivos para permane- 
cer en Roma. Milón, en cambio, no tuvo ninguna posibilidad 
de quedarse: tuvo, no sólo un motivo sino la obligación de par- 
tir. ¿Por qué, pues, si como Clodio supo que Milón estaría de 
camino en aquel día, Milón, en cambio, no pudo ni sospechar 
siquiera lo mismo de Clodio? $ 

Pregunto en primer lugar: ¿cómo pudo saberlo Milón? Una 
pregunta que vosotros mismos no podéis hacer en el caso.de 
Clodio; pues, aunque sólo hubiese preguntado a un buen ami- 
go suyo como Tito Pátina, pudo enterarse de que aquel mismo 
día, necesariamente, Milón, como dictador, debía elegir a un 


67 Según Asconio, se trataría del tribuno de la plebe Pompeyo Rufo, 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 509 


flamen en Lanuvio. Había, de todos modos, muchos otros por 
los que podía saberlo sin la menor dificultad: evidentemente 
todos los habitantes de Lanuvio. Milón, en cambio, ¿cómo 
pudo informarse del regreso de Clodio? Admitamos como ra- 
zonable —fijaos qué concesión os hago- que haya preguntado, 
más aún, que, como mi amigo Quinto Arrio dijo, haya corrom- 
pido a un esclavo. Leed las declaraciones de vuestros testigos. 
Gayo Causinio Escola 68, de Interamna, muy amigo de Clodio 
y además acompañante suyo, manifestó que Publio Clodio te- 
nía la intención de quedarse aquel día en Alba, pero que se le 
anunció de repente la muerte del arquitecto Ciro? y, por tanto, 
decidió de inmediato partir hacia Roma. Lo mismo ha declara- 
do Gayo Clodio 7, también acompañante de Publio Clodio. 
Observad, jueces, qué importantes consecuencias se. dedu- 
cen de estos testimonios. En primer lugar, ha de quedar clara- 
mente exculpado Milón de haber partido con el propósito de 
preparar una emboscada a Clodio en el camino si es verdad 
que en absoluto podía pensar en encontrárselo. En segundo lu- 
gar, (no veo por qué no voy a tratar también de mi propia.cau- 
sa) sabéis, jueces, que hubo quien, al abogar por esta propuesta 
de juicio, dijo que la muerte había sido perpretada por la mano 
de Milón, pero a instancias de alguien más importante. Clara- 
mente era a mí a quien esos hombres abyectos y. perversos pre- 


68 Este habitante de Interamna, durante el proceso contra Clodio por la 
profanación de los misterios de la Buena Diosa, había testificado que Clodio 
estuvo en Interamna la noche en que se produjo el escándalo; pero Cicerón de- 
mostró que esa tarde Clodio había estado con él en su casa. Con este prece- 
dente el orador intenta hacer ver la falta de crédito del testimonio de Causinio 
en el proceso actual. 

99 Arquitecto griego que había prestado sus servicios tanto a. Cicerón 
como a su hermano Quinto (Att. 113, 2; Q. fr. 112, 2) 

70 Lo más seguro, cliente plebeyo de la familia de los Claudi como Sexto 
Clodio. 


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510 DISCURSOS 


sentaban como un bandido y un asesino ?!. Los echan por tierra 
sus propios testigos: éstos afirman que, si no se hubiese entera- 
do de la muerte de Ciro, Clodio no habría regresado a Roma 
aquel día. He respirado aliviado: no temo que pueda parecer 
que yo proyecté lo que ni siquiera pude sospechar. 

Voy a continuar con los demás argumentos, pues se me ob- 
jeta lo siguiente: «por tanto, ni siquiera Clodio proyectó una 
emboscada, puesto que su propósito fue quedarse en Alba». Es 
cierto, si no hubiese sido su intención salir de esta villa para 
cometer el asesinato. Me doy cuenta, pues, de que el individuo 
aquél que -según dicen- le anunció la muerte de Ciro, en reali- 
dad lo que le anunció es que Milón se aproximaba. Pues, ¿qué 
sentido tenía que anunciara la muerte de Ciro, es decir, de al- 
guien a quien Clodio, al partir de Roma, había dejado moribun- 
do? Yo estuve con él y firmé el testamento de Ciro al mismo 
tiempo que Clodio 72. Había hecho su testamento públicamente 
y nos había nombrado herederos a Clodio y a mí. ¿Le había de- 
jado el día anterior, a la hora tercia, exhalando su último suspi- 
ro y al día siguiente, a la hora décima, era cuando se le comuni- 
caba por fin que había muerto? 73. 


71 Aunque lógicamente Cicerón no estuvo en la Vía Apia cuando se pro- 
dujo el enfrentamiento, sí pudo haber informado a Milón de los movimientos 
de Clodio. Sospechas de este tipo serían las que movieron a los tribunos Plan- 
co y Q. Pompeyo a amenazar al orador con acusarlo judicialmente (Ascow., 
22). En realidad, ya con ocasión de los enfrentamientos en noviembre del 57 
(asalto a las casas de Cicerón y Milón por parte de las bandas de Clodio y pos- 
terior ocupación del Campo de Marte por Milón para impedir que su enemigo 
fuera elegido edil), se acusaba a Cicerón de ser el instigador de los actos de 
Milón: «Todos ellos se quejan de que yo lo he maquinado todo porque no co- 
nocen el valor y la decisión de este héroe [de Milón]» (Att. IV 3, 5). 

7? Los testamentos, redactados sobre tablillas de madera endurecidas con 
cera, estaban unidos por un hilo sobre el que los testigos ponían su sello. 

73 La hora tercia sería en torno a las 9 de la mañana; la hora décima en 
torno a las 4 de la tarde. El argumento no es muy consistente, ya que un mori- 
bundo podía haber permanecido así un día entero. 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 511 


Admitamos que fuera así; ¿qué razón tuvo para dirigirse 49 19 
apresuradamente a Roma y lanzarse en medio de la noche? 
¿Qué impaciencia lo empujaba? ¿El hecho de ser heredero? 
En primer lugar no había razón por la que fuera necesario este 
apresuramiento; además, si la hubiera habido, ¿qué es lo que 
podría haber conseguido aquella noche, o qué habría perdido 
de haber acudido a Roma al día siguiente por la mañana? Ade- 
más, del mismo modo que Clodio, más que buscar, debió evi- 
tar presentarse en Roma de noche, así también Milón, de ser el 
agresor, si sabía que aquél iba a venir a la ciudad de noche, de- 
bió apostarse y esperarlo: lo habría asesinado en la oscuridad, 
en un lugar apropiado para una emboscada y plagado de ban- 
didos. 

En el caso de negar el crimen, nadie habría dejado de creer 50 
a alguien a quien todos quieren ver a salvo incluso ahora, 
cuando lo está reconociendo. El propio lugar, refugio: de bandi- 
dos, habría acaparado en un primer momento las sospechas; 

. además, ni la completa soledad del lugar habría. denunciado a 
Milón, ni la noche cerrada lo habría descubierto. Después, re- 
sultarían sospechosos muchos de los que habían sido ultraja- 
dos, robados y privados de sus bienes por Clodio; muchos de 
los que temían además que les ocurriera esto mismo; en fin, 
Etruria entera habría sido citada a juicio y acusada 74. 

Además es cierto que aquel día Clodio, de regreso de Ari- 51 
cia, se desvió para pararse en su casa de Alba. Supongamos 
que Milón sabía que Clodio había estado en Aricia; de todos 
modos, debió de sospechar que, a pesar de que deseaba regre- 
sar a Roma aquel día, se desviaría de su ruta para llegar a su 
villa de Alba que estaba al borde del camino. ¿Por qué, enton- 
ces, no le salió antes al encuentro para evitar que se:hospedara 


74 Btruria había sido el teatro principal de las malversaciones y violencias 
de Clodio (Mil. 26, 55, 76, 87). : 


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512 DISCURSOS 


en su villa, y no se apostó en un lugar a donde aquél iba a lle- 
gar por la noche? 

Hasta ahora, jueces, veo que todo concuerda: para Milón 
era incluso útil que Clodio permaneciera vivo; para éste, la 
muerte de Milón era lo más deseable de cara a alcanzar sus 
ambiciones; su odio contra él era muy intenso; ningún resenti- 
miento, en cambio, por parte de Milón; era una costumbre per- 
mamente en Clodio recurrir a la violencia; en éste, únicamente 
repelerla; aquél había ya amenazado con la muerte a Milón y 
lo había manifestado de forma pública 75; nunca se oyó nada 
semejante en boca de Milón; aquél conocía el día de la partida 
de éste, a quien, en cambio, le era desconocido el regreso de 
Clodio; el viaje de Milón era obligado; el de aquél, más bien, 
inoportuno; éste había adelantado que saldría de Roma aquel 
día; Clodio había disimulado su intención de regresar ese mis- 
mo día; Milón no había modificado en nada sus planes; Clodio 
se inventó un pretexto para modificarlos; Milón, de prepararle 
una emboscada, habría debido esperar a la noche cerca de la 
ciudad; aquél, aunque no lo temía, debería haber tenido miedo 
de acercarse a la ciudad de noche. 

Veamos ahora un punto capital: el lugar mismo en el que se 
encontraron, ¿para quién de los dos finalmente fue más favora- 
ble a la hora de tender una emboscada? Pero esto, jueces, 
¿debe suscitar todavía dudas y reflexiones por más tiempo? 
¿Delante de una propiedad de Clodio en la que, merced a 
aquellas extravagantes construcciones, podía haber fácilmente 
un millar de hombres aguerridos, ante una posición del enemi- 
go elevada y dominante, había pensado Milón que resultaría 
vencedor y por esta razón, sobre todo, había elegido aquel lu- 
gar para la lucha? ¿O, más bien, fue esperado en ese lugar por 
Clodio, que había planeado atacarle confiado en el lugar mis- 


15 Cf. supra, Mil. 26. 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 513 


mo? Los hechos, jueces, que son los que tienen siempre más 
valor, hablan por sí mismos. 

Si todo esto, en vez de oído contar, lo viérais en pintura, apa- 
recería claramente cuál de los dos era el agresor y quién de ellos 
no tenía ninguna mala intención: yendo como iba Milón en co- 
che, envuelto en la capa de viajero y sentado al lado de su mu- 
jer; ¿había algún impedimiento mayor que la vestimenta, el ve- 
hículo o la compañía? ¿Hay algo menos apropiado para luchar 
que el verse enredado por el manto, encerrado en el coche y casi 
encadenado a su esposa? Mirad ahora al otro, en primer lugar, 
saliendo de su villa de improviso (¿por qué?) al atardecer (¿qué 
necesidad tenía?) y con lentitud (¿era lo conveniente, sobre todo 
a esa hora?); se desvió del camino en dirección a la villa de 
Pompeyo (¿para visitar a Pompeyo?). Sabía que se encontraba 
en Alsio (¿para visitar la villa?). Ya había estado en ella mil ve- 
ces. ¿Por qué, entonces? Se trataba de una demora y de un sub- 
terfugio: no quiso abandonar el lugar hasta que llegara Milón. 

Veamos ahora: comparad la marcha expedita de aquel sal- 
teador con la impedimenta de Milón. Aquél, con anterioridad, 
siempre había viajado acompañado de su esposa; entonces via- 
jó sin ella. Nunca lo había hecho, a no ser en coche; en aquella 
ocasión lo hizo a caballo. A dondequiera que iba, incluso 
cuando tenía prisa por llegar a su campamento de Etruria 76; le 
acompañaba un séquito griego 77; aquel día, nada de hombres 
frívolos en su comitiva. Milón, en cambio, cosa que nunca ha- 


76 En sus propiedades de Etruria, en donde reuniría sus bandas de escla- 
vos. Cicerón las denomina castra porque son el centro militar de las expedi- 
ciones de Clodio (Mil. 26). 

7 Los Graeculi eran esclavos o clientes griegos que servían de diverti- 
mento a su dueño. Esta mención a los acompañantes griegos (Mil. 28).es una 
constante en Cicerón para criticar a sus adversarios. Así, reprocha a Gelio, 
amigo de Clodio, estar rodeado de Graeci (Sest. 110), a Pisón poseer una cor- 
te de petimetres griegos (sen. 14), etc. 


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514 DISCURSOS 


bía hecho, llevaba casualmente aquel día a unos jóvenes músi- 
cos 78, esclavos de su mujer y a todo un tropel de criadas. 
Aquél, que siempre llevaba consigo cortesanas, libertinos y 
prostitutas, no se llevó entonces a nadie a no ser hombres esco- 
gidos personalmente. ¿Por qué, entonces, resultó vencido? 
Porque no siempre el viajero muere a manos del bandido; a ve- 
ces también el viajero mata al bandido; porque Clodio, aunque 
preparado para atacar a gente desprevenida, sin embargo, había 
atacado a unos hombres como si fuera una mujer. 

Aunque tampoco Milón dejaba de estar nunca en guardia 
contra Clodio; de modo que estaba bastante prevenido. En 
todo momento tenía presente cuánto le interesaba a Clodio su 
muerte, cuán grande era el resentimiento que aquél sentía ha- 
cia él y cuánta su audacia. Por todo ello nunca exponía al peli- 
gro, sin escolta y protección, una vida como la suya por la cual 
sabía que se había puesto casi precio y se habían ofrecido 
grandes recompensas. Añade, además, las vicisitudes del azar, 
los resultados inciertos de los combates y la imparcialidad de 
Marte ??, quien a menudo derribó y abatió a manos de un ad- 
versario quebrantado a quien, exsultante de alegría, se disponía 
ya a cobrar los despojos. Añade la torpeza de un jefe, bien co- 
mido, bien bebido y somnoliento, que, después de haber rodea- 
do a su enemigo por la espalda, no pensó en los acompañantes 
que cerraban la comititva y, tras caer sobre quienes estaban lle- 
nos de odio y habían perdido toda esperanza de que su señor 
estuviera vivo, acabó sufriendo el castigo con el que unos sier- 
vos fieles vengaron en él la muerte de su señor. 


78 Symphoniacos, esclavos músicos. Para explicar que el acompañamiento 
de Milón no tenía ningún carácter militar Cicerón remarca todos los detalles 
referidos al cortejo de su esposa. 

79 Martem communem, expresión común para señalar el resultado incierto 
de la guerra (Fam. VI 4, 1; Phil. X 20). ` 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 515 


¿Por qué, entonces, Milón les ha concedido la libertad? 80. 
Sin duda temía ser denunciado por ellos, que no fuesen capa- 
ces de soportar el dolor y que, mediante torturas, fuesen obli- 
gados a confesar que Publio Clodio fue muerto en la Vía Apia 
a manos de los esclavos de Milón. ¿Qué necesidad hay de la 
tortura? ¿Qué es lo que preguntas? ¿Si resultó muerto o no? 
Fue muerto. ¿Justa o injustamente?-Eso, en nada concierne al 
torturador; en el potro de tortura tiene lugar el interrogatorio 
sobre los hechos; en los tribunales, sobre las cuestiones de de- 
recho. — 

Tratemos, por tanto, aquí de aquello que debe indagarse ju- 
dicialmente. Admitamos eso que tú pretendes descubrir con 
torturas. Pero, si lo que preguntas es por qué les concedió la li- 
bertad en vez de por qué no les recompensó más generosamen- 
te, es que no sabes criticar la actuación de tu adversario. 

Ciertamente este mismo Marco Catón, que siempre mani- 
fiesta todas sus opiniones con firmeza y valentía, dijo (y lo 
dijo en medio de una agitada asamblea que, pese a todo, pudo 
ser sofocada con su autoridad) que quienes habían defendido la 
vida de su señor eran más que merecedores, no sólo de la liber- 
tad sino de todo tipo de recompensas. En efecto, ¿qué recom- 
pensa es lo suficientemente importante para unos esclavos tan 
abnegados, nobles y fieles, y a quienes Milón les debe la vida? 
Aunque realmente esto no tiene tanta importancia como el he- 
cho de que, gracias a ellos, no haya dado satisfacción, con su 
sangre y sus heridas, a los ojos y deseos de un enemigo tan 
cruel. Si no les hubiese concedido la libertad, aquellos que ha- 


80 Recuérdese (AscoN., 11) que, cuando los acusadores quisieron interro- 
gar a los esclavos de Milón, éste fue asistido por Hortensio, Cicerón, M: Mar- 
celo, M. Calidio, M. Catón y Fausto Sila, lo que pone de manifiesto la impor- 
tancia que se daba a su testimonio y la hábil maniobra de Milón al concederles 
la libertad. 


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516 DISCURSOS 


bían salvado a su señor, que lo habían vengado del crimen y lo 
habían defendido de una muerte violenta, sin duda habrían 
sido sometidos a torturas. A decir verdad, en medio de sus des- 
gracias, no hay nada que más tranquilice a Milón que el hecho 
de haberles pagado la recompensa que se merecen con inde- 
pendencia de lo que a él mismo le pueda suceder. 

Pero -según dicen- los interrogatorios bajo tortura, que en 
la actualidad se han celebrado en el Atrio de la Libertad 8!, son 
abrumadores contra Milón. ¿De qué esclavos se trata? ¿Me lo 
preguntas? De los esclavos de Publio Clodio. ¿Quién les ha pe- 
dido su testimonio? Apio $2. ¿Quién los ha presentado como 
testigos? Apio. ¿De parte de quién vienen? De parte de Apio. 
¡Oh dioses! ¿Se puede actuar más rigurosamente? Clodio ha 
llegado ya muy cerca de los dioses, más cerca incluso que 
cuando penetró en sus propias moradas, puesto que se está in- 
vestigando sobre su muerte como si' de la profanación de los 
misterios se tratara 83. Y, sin embargo, nuestros antepasados no 
quisieron que se investigara a los esclavos en contra de su se- 
ñor, no porque no pudiese descubrirse la verdad sino porque 
parecía algo indigno y más lamentable que la muerte misma 
del señor: ¿se puede, acaso, descubrir la verdad cuando se inte- 
rroga a un esclavo del acusador en contra del acusado? 


81 No se tiene seguridad sobre el emplazamiento (tal vez en el Aventino) e 
identificación de este monumento. 

82 Apio Claudio Pulcro, el hermano mayor de Clodio; precisamente sus 
dos hijos fueron los que exigieron que declarara la servidumbre de Milón (As- 
con., 10) y los que iniciaron el proceso judicial (Ascon., 24-25). 

83 Nueva alusión a los misterios de la Buena Diosa. Fue entonces, al pro- 
fanar unas ceremonias religiosas, cuando Clodio estuvo más cerca de los dio- 
ses. Puesto que la ley prohibía el interrogatorio de los esclavos salvo si su 
dueño era acusado de «violación de los misterios», el orador señala la ironía 
que supondría precisamente el asimilar a Clodio a una divinidad o personaje 
sagrado. 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 517 


Veamos, de todos modos, cuál fue el interrogatorio y de 
qué forma. Por ejemplo: «;Eh, tú, Rufión 84, cuidado con men- 
tir! ¿Clodio preparó una emboscada contra Milón?» —<La 
preparó». (Tiene ya asegurado el patíbulo) — «En absoluto» $5. 
(Ya tiene la esperada libertad) ¿Hay algo más seguro que este 
interrogatorio? Los retenidos para el interrogatorio de forma 
imprevista son separados de los demás y se los encierra en cel- 
das para que nadie pueda hablar con ellos. Éstos, en cambio, 
fueron presentados como testigos por el propio acusador des- 
pués de haber permanecido cien días en su casa. ¿Puede decir- 
se que exista algo más correcto e imparcial que este interroga- 
torio? 

Y, si todavía no veis bastante claro -por más que el hecho 
mismo salte a la vista con tantas pruebas. y con indicios tan 
evidentes- que Milón regresó a Roma con la conciencia limpia 
y tranquila, sin sentirse manchado por ningün crimen ni aterra- 
do por ningún temor ni turbado por ningún remordimiento, re- 
cordad, por los dioses inmortales, la rapidez con que regresó, 
la forma en que se presentó en el Foro mientras la curia estaba 
en llamas, su grandeza de ánimo, la expresión desu rostro: y 
sus palabras. Ahora bien, no se confió únicamente al püeblo 
sino también al senado; y no sólo al senado, sino:además a las 
fuerzas de protección públicas; y junto a éstas, también a la au- 
toridad de aquel a quien el senado había confiado todo el Esta- 
do, la juventud de toda Italia y todas las fuerzas militares del 
pueblo romano. Sin duda, de no tener confianza en su propia 


84 Nombre típico de esclavo, formado sobre el radical: de rufus, «pelirro- 
jo»; los esclavos de la comedia tenían precisamente como signo distintivo una 
peluca de este color. 

85 Nuevo ejemplo del empleo del lenguaje coloquial en los discursos de 
Cicerón (QUINTIL., inst. orat. VIII 3, 21-23, y L. LAURAND, Études..., op. cit., 
págs. 278-279). 


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518 DISCURSOS 


causa, nunca Milón se habría confiado a un hombre como 
éste 86, que estaba al tanto de todo, que tenía grandes temores y 
muchas sospechas, y que, además, daba crédito a algunos ru- 
mores. La fuerza de la conciencia es grande, jueces, y lo es en 
ambos sentidos; de modo que nada temen los que no han co- 
metido ningún delito y quienes lo cometieron creen que el cas- 
tigo está presente constantemente ante sus ojos. 

Y no es que no haya una razón precisa para que la causa de 
Milón haya merecido siempre la aprobación del senado. Hom- 
bres muy sabios veían las razones de su actuación, su sangre 
fría y la firmeza de su defensa; ¿O es que habéis olvidado, jue- 
ces, cuáles fueron -en el momento mismo de conocerse la no- 
ticia de la muerte de Clodio— las habladurías y opiniones, no 
sólo de los enemigos de Milón sino también de gente mal in- 
formada? Decían que Milón no regresaría a Roma. 

Porque una de dos: si hubiera actuádo movido por un espí- 
ritu lleno de ira y resentimiento para, inflamado por el odio, 
asesinar a su enemigo, pensaban que Milón consideraría la 
muerte de Publio Clodio de una gravedad tal que se exiliaría 
de. buen grado después de haber satisfecho su odio con la san- 
gre de su enemigo; pero, si hubiera pretendido con aquella 
muerte liberar a la patria, pensaban que un hombre valiente 
como él, después de haber proporcionado la salvación al pue- 
blo romano con riesgo de su propia vida, no dudaría en some- 
terse también a las leyes de buen grado, en llevarse consigo 
una gloria sempiterna y en dejar para vuestro disfrute cuanto él 
mismo había preservado. Muchos hablaban también de Catili- 
na y de aquellos hechos monstruosos: «Se manifestará violen- 
tamente; ocupará alguna plaza y hará la guerra a su patria». 


86 Recuérdese (Ascon., 13) que Milón envió un mensaje a Pompeyo di- 
ciéndole «que renunciaría a su candidatura al consulado en el caso de que 
Pompeyo lo considerara oportuno». 


EN DEFENSA DE T.'ANIO MILÓN 519 


¡Qué desgraciados son a veces los ciudadanos que prestaron 
excelentes servicios a su patria: la gente no sólo olvida sus bri- 
llantísimas gestas sino que, incluso, sospecha de ellos planes 
criminales! 

Todo aquello, pues, resultó falso; sin duda, habría resultado 
cierto si Milón hubiese cometido algún acto del que no pudiera 
defenderse honrada y rectamente. 

¿Qué ocurrió después? Se acumularon contra él imputacio- 
nes tales que habrían abatido a cualquiera que se sintiera cul- 
pable incluso de los delitos más insignificantes. ¡De qué for- 
ma, dioses inmortales, logró soportarlas! ¿Soportarlas? Más 
bien, ¡cómo despreció y consideró sin valor unas imputaciones 
que no habrían sido capaces de ignorar ni el culpable, por más 
que fuera de una gran fortaleza de espíritu, ni el inocente, de 
no ser una persona muy valerosa! Se denunciaba que podría 
descubrirse en su casa un gran número de escudos, de espadas, 
de lanzas e, incluso, de bridas; no había barrio ni callejón en la 
ciudad -según decían- en donde no se hubiese alquilado una 
casa al servicio de Milón; habían sido transportadas armas a su 
villa de Otrícoli 87 a través del Tíber; su casa en la colina del 
Capitolio $3 estaba llena de escudos y todos los lugares plaga- 
dos de dardos incendiarios preparados para prender fuego a la 
ciudad. Se difundieron todas estas noticias —e incluso se les dio 
crédito—, y no fueron desmentidas hasta después de ser investi- 
gadas. : 

Por mi parte, aplaudía, sin duda, la extraordinaria diligen- 
cia de Gneo Pompeyo. Pero voy a hablar tal como pienso, jue- 


87 Ocriculum (en la actualidad Otrícoli) estaba situada al sur de Umbría en 
el margen derecho del Tíber. 

88 Esta casa de Milón sería distinta de la situada en el Cermalo y asaltada 
por las bandas de Clodio el 12 de noviembre del 57 (Att. IV 3, 3, y A. C. 
CLark, M. T. Ciceronis Pro T. Annio Milone..., op. cit., pág. 55). 


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520 DISCURSOS 


ces. Aquellos a quienes se ha encomendado el gobierno de 
todo el Estado, están obligados a prestar oído a demasiadas co- 
sas y no pueden actuar de otro modo. Más aún, hubo que escu- 
char la declaración de un tal Licinio, victimario 8? del Circo 
Máximo; decía que unos esclavos de Milón, que se habían em- 
borrachado en su casa, le habían confesado que formaban parte 
de un complot para asesinar a Gneo Pompeyo; y que despúes 
fue herido con una espada por uno de ellos para que no los de- 
nunciase. A Pompeyo se le da la noticia en sus jardines; se me 
hace llamar entre los primeros; por consejo de sus amigos de- 
nuncia el hecho ante el senado. Yo no podía dejar de asustarme 
en medio de las sospechas del hombre que era el guardián de 
mi seguridad y de la patria, pero me sorprendía, con todo, que 
se diera crédito a un victimario, que se prestara oídos a la de- 
claración de unos esclavos y que la herida en el costado, que 
parecía el pinchazo de una aguja, se admitiera como el golpe 
de un gladiador. 

La realidad —según creo- es que Pompeyo, más que temer, 
lo que hacía era estar en guardia, no sólo ante aquello que po- 
día provocar inquietud sino ante cualquier circunstancia para 
evitar que vosotros sintierais temor ante nada. Se decía que la 
casa de un hombre tan distinguido y valiente como Gayo César 
había sido atacada por la noche durante varias horas. Nadie ha- 
bía oído ni sentido nada en un lugar tan frecuentado %: y, sin 
embargo, se daba crédito a la noticia. Era incapaz de imaginar 
temeroso a un hombre de unas virtudes tan esclarecidas como 
Gneo Pompeyo; pensaba que ninguna precaución es excesiva 
cuando se ha asumido el gobierno de todo el Estado. Hace 


89 Es decir, el carnicero que degollaba las víctimas de los sacrificios. 

90 César habitaba la Regia, palacio del Pontífice Máximo situado en la Vía 
Sacra, en pleno foro; por tanto, era difícilmente creíble que su casa hubiese 
sido atacada sin que nadie se apercibiera de lo sucedido. 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 521 


poco, en una sesión muy concurrida del senado en el Capitolio, 
se encontró un senador que afirmaba que Milón iba armado ?!. 
Y, ya que la conducta de un ciudadano y de un hombre como 
Milón no inspiraban confianza, se desnudó en aquel lugar sa- 
crosanto para que, sin pronunciar él palabra, hablaran los pro- 
pios hechos. Se ha comprobado que todo eran falsedades e in- 
venciones insidiosas y, pese a ello, Milón todavía inspira temor 
en la actualidad. 

No nos preocupa ya la acusación por la muerte de Clodio 
sino que es por tus sospechas, Gneo Pompeyo —a ti me dirijo: y 
en un tono tal que puedas oírme claramente—, es por tus sospe- 
chas —repito— por las que estamos muy preocupados. Si temes 
a Milón, si crees que éste está planeando ahora un crimen con- 
tra tu persona o que lo maquinó en otra ocasión, si las levas.de 
Italia —tal como algunos de tus reclutadores repitieron a menu- 
do-, si estas fuerzas militares, las cohortes del Capitolio, las 
guardias y los centinelas, si estos jóvenes escogidos que prote- 
gen tu persona y tu casa han sido armados contra un ataque de 
Milón, y si todo esto ha sido organizado, preparado y dirigido 
contra esta única persona, es que se considera sin duda:que hay 
en él un gran poder, un coraje increíble y unas fuerzas y recur- 
sos que no son propios de un solo hombre, si es que realmente 
se eligió a un general tan distinguido y se armó a toda la Repú- 
blica ánicamente contra él. 

Pero ;quién no se da cuenta de que se te encomendaron to- 
dos aquellos miembros de la República que estaban enfermos 
o tambaleantes para que los sanaras y reafirmaras con esas ar- 


3! Según AscoN., 17, fue P. Cornificio quien lanzó esta acusación. Milón, 
por tanto, en una sesión del senado celebrada en el templo de Júpiter Capitoli- 
no, se quitó la ropa para demostrar que no llevaba armas encima, un gesto 
considerado sacrílego al haberse realizado en un lugar sagrado. 


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522 DISCURSOS 


mas? Si se le hubiese permitido a Milón ”, a buen seguro que 
te habría demostrado a ti en persona que nunca hubo para na- 
die un hombre tan querido como tú lo fuiste para él; que él 
nunca evitó peligro alguno en defensa de tu dignidad; que en 
muy numerosas ocasiones había combatido contra aquel azote 
tan abominable por defender tu gloria; que su propio tribunado 
estuvo guiado por tus consejos para conseguir mi salvación, 
tan querida para ti %; que él, ante el peligro que corría, había 
sido después defendido por ti % y que le habías ayudado en su 
candidatura a pretor; que había esperado tener siempre como 
sus dos mejores amigos a ti, por la ayuda que le prestaste, y a 
mí, por la que él me prestó. Si él no llegara a convencerte de 
todo esto, si esa sospecha se hubiese clavado en tu interior has- 
ta el extremo de no poder ser arrancada de ningún modo, si, en 
suma, Italia no hubiera de cesar nunca en sus levas ni la ciudad 
en armarse de no conseguir la derrota de Milón, con toda segu- 
ridad no habría dudado en abandonar su patria alguien como él 
que nació y vivió dispuesto a ello. Pero antes te habría puesto a 
ti, Magno, como testigo, tal como lo hace hoy. 

Estás viendo cuán variable y cambiante es la condición de 
vivir, qué inconstante y voluble la fortuna, cuán grandes des- 
lealtades hay en la amistad, cómo la hipocresía se adapta a las 
circunstancias, cuántos abandonos y cobardías de los más pró- 
ximos se producen en medio de los peligros. Llegará, llegará, 
sin duda, el tiempo y resplandecerá, al fin, el día en el que, en 
medio de una situación -según espero- favorable (tal vez por 


92 De hacer caso al testimonio de Asconio, Pompeyo rehusó conceder au- 
diencia a Milón y le prohibió el acceso al senado. 

33 Sobre la actuación de Milón en favor del regreso del exiliado cf. sen. 
19; 30; Quir. 15; har. 6-7; Sest. 86; Mil. 38, etc. 

24 Ya que Pompeyo había defendido a Milón cuando éste fue acusado por 
Clodio de vi (dom. 50, nota 116). 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 523 


algún cambio de las circunstancias generales, que, por expe- 
riencia, debemos saber que acontece con frecuencia), eches en 
falta la bondad de tu mejor amigo, la lealtad de un hombre 
muy seguro y la grandeza de ánimo del ciudadano más valien- 
te de todos cuantos han nacido. 

Aunque, ¿quién puede creer que Gneo Pompeyo, buen co- 
nocedor del derecho público, de las costumbres de nuestros an- 
tepasados y de la administración del Estado, al encomendarle 
el senado que velara «para que la República no sufriera me- 
noscabo alguno» % (esta sola frase bastó siempre para armar a 
los cónsules incluso sin necesidad de recurrir a las armas), que 
éste hombre —repito—, con un ejército y con la autorización 
para hacer una leva, habría esperado a un tribunal para castigar 
los planes de alguien dispuesto a eliminar con su violencia los 
propios tribunales? 99. Por su parte, Pompeyo ha dictaminado 
con suficiente claridad que esas imputaciones contra Milón 
eran falsas; ha presentado una ley por la que debéis (en mi opi- 
nión) o bien os es posible (tal como todos admiten) absolver a 
Milón. 

En realidad, el hecho de que esté sentado en aquel lugar, 
rodeado de tropas de protección pública, pone suficientemente 
de manifiesto que no pretende atemorizaros (pues ¿hay algo 
más indigno de él que obligaros a que condenéis a alguien a 
quien él mismo podría castigar de acuerdo con la costumbre de 


95 Sobre el senatus consultum ultimum, cf. pág. 11, nota 3. 

96 Es decir, segán el razonamiento de Cicerón, Pompeyo disponía de po- 
deres excepcionales en virtud del senatus consultum ultimum y, por tanto, ha- 
bría podido ejecutar sumariamente a Milón (como hizo Cicerón en el 63 con 
los partidarios de Catilina) si lo hubiera considerado culpable. Al constituir un 
tribunal especial, daba la impresión de que Pompeyo no era contrario a la ab- 
solución de Milón. Como se ve, una argumentación no del todo convincente: 
Pompeyo prefería un proceso legal y no cometer el mismo error que Cicerón 
durante su consulado. 


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524 DISCURSOS 


nuestros antepasados y sus propios derechos legales?) sino ser- 
viros de ayuda para que comprendáis que, al contrario que en 
la asamblea de ayer”, os es posible emitir con libertad el vere- 
dicto que consideréis oportuno. 

Ni me preocupa realmente, jueces, la acusación por la 
muerte de Clodio, ni soy tan insensato, desconocedor o igno- 
rante de vuestra forma de pensar como para no saber cuál es 
vuestra opinión sobre la muerte de Clodio. Aunque renunciara 
en este momento a refutar la acusación tal como la he refutado, 
de todos modos Milón podría impunemente exclamar ante 
todo el mundo e inventar, con orgullo, lo siguiente: «He mata- 
do, sí, he matado, pero no a Espurio Melio %, que al disminuir 
el precio del trigo a costa de su patrimonio familiar, resultó 
sospechoso de aspirar a la tiranía porque daba la impresión de 
que favorecía en exceso a la plebe; ni a Tiberio Graco, que, de 
forma sediciosa, se apropió del cargo de su colega %; quienes 
los mataron han llenado el orbe de la tierra con la gloria de sus 
nombres; sino que he matado —se atrevería a decir después de 
haber librado a la patria con riesgo de su propia vida- a un 
hombre cuyo abominable adulterio en un lecho sacrosanto sor- 
prendieron unas mujeres de la más alta nobleza; a aquel con 
cuyo castigo tantas veces el senado decretó que debía expiarse 
la profanación de solemnes ceremonias religiosas; a aquel de 
quien Lucio Lúculo !99, bajo juramento y después de interrogar 
a sus esclavos, afirmó haber averiguado que había cometido un 


97 Sobre esta asamblea, cf. Ascow., 28. 

38 Sobre Espurio Melio, cf. dom. 101, nota 146. 

99 Tiberio Graco destituyó y reemplazó al tribuno Octavio, cuyo veto im- 
pedía la aprobación de su ley agraria. 

100 L. Lúculo estaba casado con la hermana más joven de Clodio, con la 
que el tribuno habría mantenido relaciones incestuosas. Lúculo la repudió a su 
regreso de Asia (har. 9, nota 15). 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 525 


impío adulterio con su hermana carnal; a aquel que, sirviéndo- 
se de unos esclavos armados, desterró a un ciudadano a quien 
el senado, el pueblo romano y todas las naciones habían consi- 
derado salvador de la ciudad y de la vida de sus conciudada- 
nos; a aquel que concedió y quitó reinos y se repartió el mundo 
con quienes quiso; a aquel que, después de cometer numerosos 
asesinatos en el foro, con la violencia de las armas obligó a en- 
cerrarse en su casa a un ciudadano de unas virtudes y un pres- 
tigio extraordinarios !?!; a aquel para quien nunca hubo nada 
sagrado ni en sus crímenes ni en sus desenfrenos; a aquel que 
incendió el templo de las Ninfas para destruir la relación ofi- 
cial del censo impresa en los registros públicos !%; a aquel, en 
fin, para quien ya no existían leyes, ni derecho civil ni límites 
de las propiedades; que intentaba apoderarse de fincas ajenas, 
no ya mediante denuncias calumniosas ni con reclamaciones o 
reivindicaciones ilegales sino desplegando campamentos, ejér- 
citos y enseñas; que, no sólo a los etruscos (a quienes había ya 
menospreciado totalmente) sino a un ciudadano muy valeroso 
e intachable como Publio Vario (uno de nuestros actuales jue- 
ces) 103 se atrevió a expulsarlo de sus propiedades con un ejér- 
cito armado; que recorría las villas y jardines de muchos pro- 
pietarios en compañía de arquitectos y agrimensores; que 


101 Es decir, a Pompeyo (sen. 4, nota 8). 

102 La misma idea que en sen. 7 y har. 57. Al destruir los archivos del 
censo, Clodio podía modificar los cuadros electorales e inscribir indebidamen- 
te a sus partidarios. Distinta es la interpretación de C. NicoLET («Le temple 
des Nymphes et les distributions frumentaires», CRAZ (1975), 29-51) para 
quien el templo habría abrigado los registros de los beneficiarios de las distri- 
buciones frumentarias y Clodio lo habría incendiado a finales del 57 para des- 
truir las listas revisadas por Pompeyo en detrimento de los partidarios del tri- 
buno. 

103 E] personaje nos es desconocido. Tan sólo tenemos la mención de un 
P. Vario que defraudó al prestamista de Ático en el 65 (Att. 11, 3). 


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526 DISCURSOS 


había puesto al Janículo y a los Alpes como límite para su am. 
bición de posesiones; que, al no haber conseguido de un caba. 
llero romano ilustre y valeroso como Marco Paconio que le 
vendiera la isla que tenía en el lago Prelio 10%, de repente, sir» 
viéndose de unas barcas, hizo transportar a la isla madera, cal, 
piedras de construcción y arena, y, a la vista de su dueño que 
lo contemplaba desde la otra orilla, no dudó en construir un 
edificio en suelo ajeno; que a Tito Furfanio !% aquí presente, 
¡por los dioses inmortales, qué hombre!, (¿y qué decir de una 
simple mujer como Escancia o de un muchacho como Publio 
Apinio? A los dos los amenazó con la muerte sí no le cedían la 
propiedad de sus jardines), a Tito Furfanio —repito— se atrevió 
a decirle que, si no le entregaba el dinero que le exigía, llevaría 
un cadáver a su casa para encender de este modo el odio contra 
un hombre como él; que a su hermano Apio (un hombre con el 
que me une la más sincera amistad) 1% lo desposeyó, en su au- 
sencia, de una de sus propiedades; que decidió construir una 
pared a través del vestíbulo de la casa de su hermana y poner 
sus cimientos de tal modo que le impedía a ella, no sólo la uti- 
lización del vestíbulo sino cualquier acceso y entrada». 

Todo esto, sin embargo, resultaba —al parecer— tolerable, a 
pesar de que estaba atacando por igual al Estado y a particula- 
res, a extranjeros y a allegados, a extraños y a sus propios fa- 
miliares; pero, no sé cómo, fruto de la costumbre, la increíble 
paciencia de la ciudad se había ido ya endureciendo e insensi- 
bilizando. Ahora bien, ¿de qué forma habríais podido rechazar 
o soportar unas desgracias que estaban ya próximas y os ame- 


104 Pequeño lago volcánico de Etruria. 

105 Amigo de Cicerón; los otros personajes citados en el pasaje nos son 
desconocidos. 

1% Apio Claudio Pulcro, hermano de Clodio y que precedió a Cicerón en el 
proconsulado de Cilicia, había sido en un primer momento adversario del ora- 
dor, pero se había reconciliado posteriormente con él (cf. dom. 111, nota 162). 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 527 


nazaban? Si Clodio hubiera conseguido un poder supremo no 
voy a hablar de los aliados, de las naciones extranjeras, reyes y 
tetrarcas 107, pues habríais hecho que Clodio se lanzara contra 
ellos antes que contra vuestras posesiones, vuestras casas y ri- 
quezas- ¿riquezas, digo? ¡por los dioses que, a buen seguro, 
aquél nunca habría contenido sus desenfrenadas pasiones ante 
vuestros hijos y vuestras mujeres! ¿Creéis que son inventados 
unos hechos que están a la vista, que son conocidos de todo el 
mundo y demostrados con pruebas, es decir, que habría reclu- 
tado en Roma ejércitos de esclavos para apoderarse con ellos 
de toda la República y de las posesiones privadas? 108, 

Por lo tanto, si Tito Anio gritara con una espada ensangren- 
tada en las manos: «; Acercaos, os lo ruego, y escuchadme, ciu- 
dadanos! He dado muerte a Publio Clodio y, con esta espada y 
esta diestra, he alejado de vuestras cabezas sus violentas locu- 
ras, que ya no éramos capaces de refrenar con leyes ni con tri- 
bunales; así que gracias a mí solo se mantienen en la ciudad el 
derecho, la justicia, las leyes, la libertad, el sentido del honor y 
las buenas costumbres»; de seguro que habría que temer cómo 
iba la ciudad a acoger esta acción. Pues ¿quién hay en la actua- 
lidad que no apruebe, alabe, afirme y piense que Tito Anio ha 
prestado a la República el mejor servicio de todos los tiempos 
y ha provocado una alegría inmensa en el pueblo romano, en 
Italia entera y en todas las naciones? No puedo juzgar cómo 
fueron en el pasado las manifestaciones de alegría del pueblo 
romano; sin embargo, nuestra época ha contemplado ya mu- 
chas y muy importantes victorias de grandes generales: ningu- 


107 De tetrarcas como Deyótaro, al que Clodio había despojado de su sa- 
cerdocio en Pesinunte y del territorio de esta ciudad para concedérselo a Bro- 
gitaro (dom. 129, nota 190); de reyes como Ptolomeo, rey de Chipre cuyo rei- 
no y bienes confiscó Clodio durante su tribunado (dom. 20, nota 26). 

108 De nuevo, la amenaza de una revolución de los esclavos asociada a la 
figura de Clodio (Sest. 34, Mil. 89 y notas). 


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528 DISCURSOS 


na de ellas ha causado una alegría tan grande y tan duradera, 
Grabad esto en vuestra memoria, jueces. 

Tengo la esperanza de que vosotros y vuestros hijos veréis 
muchos hechos venturosos en la República; ante cada uno de 
ellos siempre os pararéis a pensar que, si viviera Publio Clodio, 
no habríais podido contemplar nada de esto. Abrigamos una es- 
peranza firme y —como confío- muy fundada de que este año 
mismo ha de ser muy favorable para la ciudad al encontrarse 
como cónsul un hombre tan distinguido 1%, después de haberse 
reprimido el desenfreno de la gente, refrenadas las ambiciones e 
instauradas las leyes y los tribunales. Por lo tanto, ¿hay alguien 
tan insensato como para creer que habría sido posible alcanzar 
todo esto si Publio Clodio viviera? Bajo la tiranía de un loco 
como él, cuanto poseéis ahora a título privado y como propio 
¿qué derecho de propiedad perpetua habría podido mantenerlo? 

No temo, jueces, que parezca que yo, inflamado por un re- 
sentimiento, fruto de mi propia hostilidad, estoy descargando 
mi cólera con más pasión que verdad. Aunque debía ser éste 
un asunto exclusivo mío, sin embargo era Clodio tan enemigo 
de todos que mi resentimiento casi se confundía en medio de 
esta antipatía general. No hay palabras suficientes para expre- 
sar —ni siquiera se puede imaginar- la magnitud de los críme- 
nes y desastres que aquél provocó. 

Prestadme todavía vuestra atención, jueces. Imaginaos 
(pues nuestra mente es libre y ve lo que quiere de la misma for- 
ma que distinguimos lo que estamos viendo), imaginaos, pues, 
en vuestro pensamiento este supuesto: si pudiéramos conseguir 
que absolvierais a Milón, pero con la condición de que Publio 
Clodio volviera a la vida... (¡Qué expresión de terror habéis 
puesto!), ¿cómo os perturbaría que él estuviera vivo, puesto 
que, estando muerto, os ha impresionado esta simple idea? Si 


10% Pompeyo, que habia sido nombrado consul sine collega (Ascon., 14). 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 529 


el propio Gneo Pompeyo, hombre de un valor y de una fortuna 
tales !!? que fue capaz de conseguir lo que nadie excepto él 
consiguió, si Pompeyo, repito, hubiese tenido la posibilidad, 
bien de establecer una investigación judicial sobre la muerte de 
Publio Clodio, bien de hacerle venir a él mismo de los infier- 
nos, ¿cuál de las dos cosas pensáis que habría hecho? Aunque 
quisiera hacerle venir de los infiernos por razones de amistad, 
no lo habría hecho por el bien de la República. Vosotros, por 
tanto, estáis sentados para vengar la muerte de alguien cuya 
vida no quisierais restituir aunque os creyérais capaces de ha- 
cerlo, y ha sido propuesto un tribunal para investigar su muerte 
violenta por alguien que, si pudiera resucitarlo merced a esta 
misma proposición de ley, nunca la habría presentado. En con- 
clusión, si Milón fuese su asesino, ¿al confesarlo iba a temer 
un castigo de aquellos a los que había liberado? 

Los griegos tributan honores propios de dioses a los hom- 
bres que dieron muerte a los tiranos !!!, ¡Qué celebraciones he 
visto en Atenas y en otras ciudades de Grecia! ¡Qué ceremo- 
nias divinas instituyeron en honor de tales hombres, qué can- 


110 La fortuna que había favorecido las empresas de Pompeyo es una refe- 
rencia habitual en Cicerón (cf. por ejemplo de imper. 47-48). Tal como se ha 
ido viendo a lo largo del discurso, el orador parece esforzarse en intentar con- 
seguir para su defendido el favor de Pompeyo. Para BOULANGER (Cicéron. 
Discours XVII, op. cit, págs. 58-59) toda esta exposición sobre la esperanza 
que el orador tiene puesta en el consulado de Pompeyo sería un añadido al 
discurso original en los meses que siguieron al proceso y cuando Cicerón, al 
ver sólidamente establecida la autoridad de Pompeyo, quiso asegurar su futu- 
ro político. Por el contrario, A. M. STONE («Pro Milone. Cicero's second 
thoughts», Antichton 14 (1980), 88-111) cree ver en el Pro Milone publicado 
críticas veladas a Pompeyo que Cicerón no pudo haber incluido en el discurso 
original. 

111 Cicerón piensa probablemente en personajes como Harmodio y Aristo- 
gitón, que dieron muerte a los hijos de Pisístrato y a los que la ciudad de Ate- 
nas rendía un culto semejante al de los héroes (DemósT., De falsa legat. 280). 


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530 DISCURSOS 


tos, qué poemas! Se los consagra casi a un culto y a un recuer- 
do inmortales; ¿y vosotros, al salvador de un pueblo tan grande 
y al vengador de un crimen semejante no vais a concederle 
ningún honor sino que, además, consentiréis que sea arrastrado 
al suplicio? Él confesaría si hubiese cometido un delito, confe- 
saría, repito, haber hecho con ánimo decidido y de buen grado 
algo que no sólo debía confesar sino, incluso, proclamar. 

Así pues, si no niega un acto del que nada pide, excepto ser 
absuelto, ¿dudaría en confesar algo por lo que debería incluso 
esperar la recompensa de la gloria? 112, A no ser, en verdad, 
que piense que a vosotros os resulta más grato que él haya sido 
defensor de su propia vida antes que de la vuestra, sobre todo 
porque, si quisierais ser agradecidos, con una confesión como 
ésta alcanzaría los honores más altos. Pero, si no aprobarais su 
actuación aunque, ¿cómo podría nadie dejar de aprobar su pro- 
pia salvación?-, si, a pesar de todo, a los ciudadanos no les hu- 
biese resultado digno de agradecimiento el valor de un hombre 
tan heroico, Milón abandonaría esta ciudad ingrata con ánimo 
generoso y firme. Pues, ¿habría algo más ingrato que el que, 
mientras los demás se alegraban, únicamente se lamentase 
aquel gracias al cual los demás tenían motivos de alegría? 

Sin embargo, a la hora de reprimir a los traidores a la pa- 
tria, todos hemos sido siempre de este parecer: puesto que 
nuestra iba a ser la gloria futura, también como nuestros debía- 
mos considerar los riesgos y la impopularidad que pudiéramos 
correr. En verdad, ¿qué alabanza debería concedérseme a mí 


112 Es decir, puesto que la muerte de Clodio aparece descrita por Cicerón 
de forma semejante a la de otros tiranos (Sest. 80, 83 y 89) como Tarquinio el 
Soberbio, Espurio Melio o Tiberio Graco, Milón aparecería como el conserva- 
tor populi y, tras la muerte de Clodio, debería recibir el título de auctor et pro- 
curator rei publicae. Para un análisis de esta «teoría» de Cicerón sobre el tira- 
nicida y sus fundamentos filosóficos, tal como aparece desarrollada en este 
discurso, cf. M. E. CLARK - J. S. RueBeL, «Philosophy and rhetoric...», art. cit. 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 531 


mismo cuando, durante mi consulado, mostré tanto atrevimien- 
to por defenderos a vosotros y a vuestros hijos, si mi propósito 
hubiera sido atreverme a acometer todas mis empresas sin ne- 
cesidad de entablar los combates más peligrosos? ¿Qué mujer 
no se atrevería a matar a un ciudadano criminal y peligroso si 
no sintiera temor ante el peligro? El que, pese a la perspectiva 
de la impopularidad, de la muerte o del castigo, no por ello de- 
fiende con menos ardor a la República, ése ha de ser conside- 
rado como un auténtico hombre. Es propio de un pueblo agra- 
decido premiar a los ciudadanos que han prestado excelentes 
servicios al Estado; de un hombre valeroso es no dejarse in- 
fluir, ni siquiera por los suplicios, como para sentir vergüenza 
de haber actuado valerosamente. 

Por lo tanto, Tito Anio haría la misma confesión que Aha- 
la, que Nasica, que Opimio, que Mario 113 y que nosotros mis- 
mos; y, si la República fuera agradecida, Milón se alegraría; si 
fuera ingrata, con todo, en medio de su difícil situación, él en- 
contraría apoyo en su propia conciencia. 

Pero, jueces, la Fortuna del pueblo romano, vuestra propia 
buena situación y los dioses inmortales piensan que se les debe 
agradecimiento ante esta buena acción. No hay nadie capaz de 
pensar de forma distinta, a no ser alguien que crea que no exis- 
te poder ni providencia divina alguna, alguien a quien no lo- 
gran impresionar ni la grandeza de nuestro imperio, ni la luz 
del sol, ni los movimientos del cielo y de las constelaciones, ni 
los cambios y el orden naturales, ni —lo que es más importan- 
te— la sabiduría de nuestros antepasados que no sólo practica- 
ron ellos mismos, con la mayor piedad religiosa, los cultos sa- 
grados, las ceremonias y los auspicios, sino que nos los han 
transmitido a nosotros, que somos sus descendientes. 


113 Sobre estos personajes, citados además en el mismo orden cronológi- 
co, cf. Mil 8, nota 9. 


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532 DISCURSOS 


Existe, existe sin lugar a dudas ese poder; y la capacidad de 
vida y de sentimiento que hay en nuestros cuerpos y nuestra 
debilidad, existe también en ese movimiento tan grande y ma- 
ravilloso de la naturaleza. A no ser que piensen que no existe, 
porque tal poder divino no está a la vista ni se puede ver; 
¡como si pudiéramos ver, comprendiendo claramente su natu- 
raleza y ubicación, nuestro propio espíritu, con el que com- 
prendemos, prevemos, hacemos y decimos estas mismas co- 
sas! Así pues, este mismo poder que a menudo proporcionó 
una prosperidad y una abundancia increíbles a esta ciudad !!4, 
es el que ha extinguido y aniquilado a aquel azote de Clodio; 
inspiró primero su mente para que se atreviera a irritar con su 
violencia y a provocar con las armas a un hombre tan valeroso 
como Milón y para que acabara siendo vencido por él: si hu- 
biera vencido a Milón, habría conseguida una impunidad y una 
libertad sin límites. 

No es por una decisión humana, jueces, ni siquiera por una 
preocupación sin importancia de los dioses inmortales por lo 
que este hecho se llevó a cabo. ¡Por Hércules, las propias re- 
giones que vieron caer a aquel monstruo parecen haberse con- 
mocionado y haber mantenido sus propios derechos en aquel 
castigo! En efecto, a vosotros colinas y bosques albanos, sí, a 
vosotros os suplico y os pongo por testigos; a vosotros, altares 
soterrados de los albanos, compañeros de los ritos del pueblo 
romano y de su misma antigüedad, altares a los que aquel de- 
mente en su locura !!5, después de cortar y derribar los bosques 


114 Para esta misma idea, cf. har: 19. 
115 Se habrá podido observar la reiteración de Cicerón al referirse a Clodio 
y sus secuaces con los adjetivos amens, furiosus, demens, insanus, etc. Es 


. éste un lugar común de la invectiva ciceroniana para resaltar los defectos de 


los improbi. Para un estudio exhaustivo sobre este punto, cf. G. ACHARD, Pra- 
tique rhétorique..., op. cit., págs. 239-272. 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 533 


sacrosantos, había cubierto con la mole extravagante de unos 
cimientos; fue entonces cuando cobró vida vuestro carácter sa- 
grado, entonces cuando prevaleció el poder divino que aquél 
había profanado con toda clase de crímenes. Y tú, sagrado Jú- 
piter Lacial 116, desde lo alto de tu montículo, cuyos lagos, cu- 
yos bosques y cuyo territorio había mancillado a menudo con 
todo tipo de estupros y crímenes, por fin has abierto los ojos 
para castigarlo. Es por vosotros, por vosotros y ante vuestra 
presencia, por lo que se le ha dado un castigo tardío pero, con 
todo, justo y merecido. 

A no ser que afirmemos que se debió a una casualidad el 
hecho de que fuera delante mismo del santuario de la Buena 
Diosa, que se encuentra en la hacienda de Tito Sercio Galo 
-uno de los jóvenes más intachables y distinguidos—, delante 
mismo, repito, de la Buena Diosa donde, después de entablado 
el combate, recibió aquella primera herida por la que sufrió 
una muerte tan horrible; de modo que dio la impresión de que 
no había sido absuelto en aquel juicio impío !!? sino, más bien, 
de que había sido reservado para un castigo ejemplar como 
éste. 

Y ciertamente fue esta misma ira de los dioses la que inspi- 
ró a los satélites de Clodio la demencia de que fuera quemado, 
abandonado en el suelo, sin imágenes de antepasados, sin can- 
tos ni juegos, sin exequias, lamentaciones ni elogio fúnebre, sin 


116 El templo de Júpiter Lacial, protector de la antigua confederación lati- 
na, se encontraba en la cima del más alto de los montes albanos. En su honor 
se celebraban las Ferias Latinas, fiesta anual de todos los pueblos del Lacio, 
que duraba tres días y cuya fecha de celebración la fijaban los magistrados en 
ejercicio. El tercer día se realizaba en la cumbre de estos montes (mons Latia- 
ris) un sacrificio a Júpiter en el que se inmolaba un toro blanco. 

117 Es decir, el juicio fraudulento en el que Clodio fue absuelto de la pro- 
fanación de los misterios de la Buena Diosa (pág. 13, nota 8). 


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534 DISCURSOS 


ceremonia fúnebre !!3, cubierto de sangre y de barro, y privado 
de la celebración solemne del día supremo, una celebración que 
incluso los enemigos suelen conceder. Creo que los dioses no 
permitieron que las imágenes de los hombres más egregios pro: 
porcionaran gloria alguna a un parricida tan abominable como 
aquél ni que su muerte fuera denigrada en otro lugar que no 
fuera el mismo en el que su vida había resultado condenada. 

A fe que me parecía ya penosa y cruel la Fortuna del pue, 
blo romano por consentir durante tantos años que aquél se bur- 
lara de nuestra República. Había profanado con su adulterio 
los cultos religiosos más sagrados; había atropellado los decre- 
tos más importantes del senado; con sobornos se había librado 
públicamente de los tribunales; había perseguido al senado du: 
rante su tribunado y anulado las actuaciones que el consenso 
de todos los estamentos había dictado por el bien del Estado; 
me había expulsado de mi patria, había arrebatado mis bienes, 
incendiado mi casa y perseguido a mis hijos y a mi esposa; ha- 
bía declarado una guerra impía a Gneo Pompeyo; había provo- 
cado la matanza de magistrados y ciudadanos particulares, in- 
cendiado la casa de mi hermano, devastado Etruria y privado a 
muchos de sus casas y fortunas; apremiaba y perseguía; Roma, 
Italia, las provincias y los reinos no podían poner freno a su lo- 
cura; en su casa se estaban grabando ya las leyes que nos so- 
meterían a nuestros esclavos !!?; no había nada de nadie que no 
hubiese deseado para sí y que no creyera que sería suyo a lo 
largo de este año. 


118 Interesante enumeración de los elementos más característicos de un fu- 
neral solemne. 

119 Clodio, al parecer, había hecho grabar las leyes, antes incluso de que 
fueran votadas. Para un análisis de este pasaje, cf. L. PEPPE, «Ancora a propo- 
sito di Cic. Mil. 32,87 e della legislazione di Clodio», Scritti Guarino YV, Ná- 
poles, 1984, 1675-1678. 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 535 


Salvo Milón nadie obstaculizaba sus proyectos. Al otro 
personaje que podía ser un obstáculo creía haberlo ligado prác- 
ticamente a su causa gracias a una reciente reconciliación !20; 
decía contar con el apoyo de César; ya había menospreciado 
los sentimientos de la gente de bien con ocasión de mi desgra- 
cia. Sólo Milón lo apremiaba. 

Como he dicho antes, fue entonces cuando los dioses inmor- 
tales inspiraron a aquel hombre infame y loco el proyecto de 
preparar una emboscada a Milón. No hubo otra forma de poder 
destruir a aquel azote; nunca la República habría podido casti- 
garle con sus propias leyes. Creo que el senado habría intentado 
ponerle límites durante su pretura; pero ni siquiera había conse- 
guido nada cuando actuó contra él como ciudadano privado. 

¿Es que habrían tenido valor los cónsules para refrenar su 
pretura? En primer lugar, si Milón hubiese resultado muerto, 
Clodio habría tenido a su favor a los dos cónsules; además, 
¿qué cónsul habría sido valiente ante un pretor como aquél, al 
recordar que por obra suya y durante su tribunado se habían 
atacado de la forma más cruel los valores consulares? Se ha- 
bría lanzado contra todo, de todo se habría apoderado y hecho 
dueño; mediante una ley nueva, descubierta en su casa junto 
con las otras leyes clodianas, habría convertido a nuestros es- 
clavos en sus libertos !?!; por último, si los dioses inmortales 


120 Sobre esta reciente reconciliación entre Pompeyo y Clodio (con la que 
se explicaría el apoyo de este último a los candidatos de Pompeyo al consula- 
do) y, en general, sobre las cambiantes relaciones entre estos dos personajes, 
cf. R. SEAGER, «Clodius, Pompeius and the exile of Cicero», Latomus 24 
(1965), 519-531. 

121 Para provocar la hostilidad contra Clodio por parte de la oligarquía se- 
natorial y de los ciudadanos romanos en general, Cicerón asocia constante- 
mente a los esclavos en las actividades del antiguo tribuno (sen. 33, dom. 54; 
Sest. 34, 95; Mil. 26, 36, 73). Sobre esta idea, cf. F. FavorY, «Clodius et le pé- 
ril servile: fonction du théme servile dans le discour polémique cicéronien», 
Index 8 (1978-79), 173-205. 


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536 DISCURSOS 


no hubieran empujado a un hombre afeminado !?? como él ha- 
cia el propósito de intentar matar a un valiente como Milón, en 
este momento no tendríais gobierno alguno. 

¿Es que Clodio pretor o Clodio cónsul —en el caso de que 
estos templos y estas murallas, estando él vivo, hubiesen podi- 
do mantenerse en pie durante tanto tiempo y aguardar su con- 
sulado—, en fin, estando con vida no habría cometido ningún 
mal un hombre como aquél, que, incluso muerto, incendió la 
curia con uno de sus secuaces, Sexto Clodio 123, como respon- 
sable? ; Hemos visto alguna vez algo más triste, más doloroso 
o más lamentable? ;Es el santuario de la santidad, de la gran- 
deza, de la sabiduría, de las deliberaciones públicas, el lugar 
más importante de Roma, el altar de los aliados, el puerto de 
todos los pueblos, la morada concedida por todo el pueblo a 
este único estamento lo que hemos visto en llamas, destruido y 
profanado por obra, no de una multitud ignorante —lo cual ya 
sería en sí mismo lamentable- sino de un solo individuo! Si 
este incendiario se atrevió a tanto en favor de un muerto, ¿de 
qué no habría sido capaz como abanderado de Clodio, en vida 
de éste? Arrojó su cadáver contra la curia para que Clodio, 
muerto, incendiara la sede que ya había subvertido en vida. 

¿Y hay todavía quienes hacen oír sus quejas por lo ocurri- 
do en la Vía Apia y, en cambio, callan ante los sucesos de la 
curia? ¿Hay quienes piensan que el foro habría podido ser de- 
fendido contra un hombre vivo, cuando la curia no pudo hacer 


122 Es éste (effeminatus) otro de los lugares comunes de la invectiva de 
Cicerón contra Clodio (dom. 139, har. 4, 44; Sest. 116; Mil. 55; cf. también, 
impudicus o impudens: har. 48, 59, Mil. 76) para presentar a Clodio como un 
vicioso por naturaleza, como un degenerado sexual. En realidad, las mismas 
acusaciones las había lanzado o lanzará contra el resto de sus adversarios: Ve- 
rres, Catilina, Gabinio o Marco Antonio. Cf. F. GRoNFoY, «Homosexualité et 
idéologie esclavagiste chez Cicéron», DHA 4 (1978), 219-262. 

123 Sobre Sexto Clodio, cf. dom. 25, 47, 83, y las notas respectivas. 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 537 


frente a su cadáver? Llamadlo, llamadlo, si podéis, de entre los 
muertos. ¿Seréis capaces de detener los ataques de un hombre 
vivo cuando a duras penas podéis contener las furias de su ca- 
dáver insepulto? A no ser que realmente hayáis contenido a 
aquellos que acudieron corriendo a la curia con antorchas, con 
hoces al templo de Cástor, a aquellos que se extendieron por 
todo el foro armados con espadas. Los visteis masacrar al pue- 
bio romano y dispersar con las armas una asamblea cuando, en 
silencio, se estaba oyendo al tribuno de la plebe Marco Ce- 
lio 124, un hombre muy firme en su patriotismo y en la defensa 
de las causas que sostenía, entregado a los deseos de las gentes 
honradas y a la autoridad del senado, y de una lealtad excep- 
cional, divina e increíble en medio de la impopularidad o, si se 
prefiere, de la fortuna de Milón. 

Pero ya he hablado lo suficiente sobre la causa judicial y, 
tal vez, hasta demasiado sobre cuestiones externas a la causa. 
¿Qué me queda, sino rogaros y suplicaros, jueces, que conce- 
dáis a este hombre valeroso una misericordia que él mismo no 
os implora, pero que yo, aunque se oponga, os imploro y soli- 
cito? Si, en medio del llanto de todos nosotros, no habéis visto 
una sola lágrima de Milón, si contempláis su rostro siempre 
imperturbable y su voz y sus palabras firmes e invariables 132, 
no por ello seáis con él menos compasivos. Tal vez, incluso, 
merezca una ayuda mayor; pues, si en los combates de gladia- 
dores y ante la situación y la suerte de unos hombres de condi- 


124 Tribuno de la plebe a quien Cicerón había defendido en abril del 56 
(Pro Caelio), se destacó por su defensa de Milón (Ascon., 9 y 16). 

125 Según el testimonio de Plutarco (Cic. 35, 1), la impasividad de Milón y 
su negativa a suplicar indispusieron a los jueces contra él: «Milón asistió al 
proceso en actitud desafiante y sin apariencia de temor alguno, sin que jamás 
se dignara dejarse crecer los cabellos como hacían otros acusados ni vestir con 
ropa de luto...». Para un análisis de la peroración, cf. T. W. Guze, «Conclu- 
sion of Cicero's Milo», art. cit. 


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538 DISCURSOS 


ción humana ínfima solemos hasta detestar a los cobardes, à 
los que imploran y suplican que se les permita vivir, mientras 
que deseamos que se salven los valientes, los esforzados y los 
que se lanzan a la muerte con ardor, si somos más compasivos 
con aquellos que no reclaman nuestra misericordia que con los 
que no cesan de implorarla, ¡con cuánta más razón debemos 
actuar así en el caso de ciudadanos valientes! 

Verdaderamente me descorazonan y no me dejan vivir es- 
tas palabras de Milón que no ceso de oír y que todos los días 
pronuncia en mi presencia: «Mis mejores deseos» —dice— «mis 
mejores deseos para mis conciudadanos; que estén sanos y sal- 
vos, que sean prósperos y felices; que se pueda mantener esta 
ilustre ciudad y mi muy amada patria; no me importan los ser- 
vicios que le he prestado; puesto que no se me permite disfru- 
tar de ello en su compañía, que puedan disfrutar mis conciuda- 
danos de una República en paz sin mi compañía pero, de todos 
modos, gracias a mis servicios. Me iré; me exiliaré. Si no se 
me permite gozar de una patria benévola, al menos estaré lejos 
de una patria ingrata y, tan pronto como llegue a una ciudad li- 
bre y de buenas costumbres, encontraré en ella mi descanso», 

«¡Oh esfuerzos afrontados en vano -exclama Milón-, oh 
esperanzas engañosas y proyectos inútiles! Después que, como 
tribuno de la plebe, en medio de una República oprimida, ofre- 
cí mis servicios a un senado al que había encontrado sin vida, a 
unos caballeros romanos de débiles fuerzas y a unos ciudada- 
nos de bien que habían perdido toda su autoridad ante la vio- 
lencia armada de Clodio, ¿iba a pensar que me podría faltar al- 
guna vez el apoyo de estos hombres honrados? Después que a 
ti, Cicerón,» —pues habla muy a menudo conmigo- «te devolví 
a tu patria, ¿iba a pensar que yo no tendría un lugar en ella? 
¿Dónde está ahora el senado al que hemos servido —dice-, 
dónde aquellos caballeros romanos partidarios tuyos, dónde el 
entusiasmo de los municipios, las voces de Italia, dónde, en 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 539 


fin, la defensa de tu voz, Marco Tulio, que a tantos proporcio- 
nó ayuda? ¿Sólo a mí, que tantas veces me enfrenté a la muerte 
por defenderte, no va a poder ayudarme?» 

Realmente, estas palabras no las dice como yo ahora, con 
lágrimas en los ojos, sino con esa misma expresión con la que 
ahora lo estáis contemplando. Afirma una y otra vez que cuan- 
“to hizo no lo hizo por unos ciudadanos desagradecidos; no nie- 
ga que fuera por unos asustadizos y temerosos ante cualquier 
peligro. Os recuerda que consiguió con su esfuerzo, no sólo 
hacer cambiar de intención a la plebe y al pueblo más humilde 
que, bajo la guía de Publio Clodio, amenazaba vuestras fortu- 
nas sino que, incluso, los conquistó a costa de sus tres patrimo- 
nios !26; y está seguro de que, al aplacar con favores a la plebe, 
no dejó de ganarse vuestro afecto por los servicios excepciona- 
les prestados a la Repüblica. Afirma que, durante esta misma 
época, a menudo se ha puesto de manifiesto la benevolencia 
del senado hacia su persona y que, sea cual sea el curso que el 
destino le conceda, se llevará consigo vuestras muestras de 
afecto y las de vuestros estamentos, vuestros desvelos y vues- 
tras palabras. 

Recuerda también que sólo le faltó la proclamación del he- 
raldo !?7 -algo que no echó de menos-; había sido declarado 
cónsul con los votos unánimes del pueblo y eso es lo ánico que 
deseaba. Ahora, por último, si las fuerzas militares presentes 
van a dirigirse contra él, recuerda que lo único que hay en su 
contra es la sospecha de un crimen, no una inculpación cierta 
sobre el hecho !28, Añade, además, algo del todo cierto: que los 


126 Cf, Ascon., 3, nota 4. 

127 La proclamación oficial (renuntiatio) del resultado de las elecciones, 
presidida por el magistrado correspondiente, era realizada por un heraldo 
(Verr. 5, 38). 

128 Cicerón está aludiendo posiblemente no al asesinato de Clodio sino a 
las supuestas amenazas de Milón contra Pompeyo. 


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540 DISCURSOS 


hombres valerosos y sabios suelen buscar, no tanto la recom: 
pensa por sus buenas acciones como las propias acciones en sí 
mismas; que él, durante su vida, no hizo nada que no fuera lo 
más admirable posible, puesto que nada hay más admirable 
para un hombre que salvar a su patria de los peligros. 

Afortunados son —continúa— aquellos para los que esta ac- 
ción fue motivo de honra por parte de sus conciudadanos;* 
pero, no por eso son desdichados quienes, con sus favores, 
vencieron en generosidad a sus conciudadanos. Y, sin embar- 
go, de entre todas las recompensas a la virtud —si es que hay 
que tener en cuenta las recompensas- la más magnífica es la 
gloria. Ésta es la única capaz de proporcionar, con el recuerdo 
de la posteridad, consuelo ante la brevedad de la vida, la única 
que logra conseguir que los ausentes estemos presentes y que, 
aunque muertos, sigamos con vida; la única, en fin, por cuyos 
peldaños hasta parece que los hombres alcanzan el cielo 12, 

«De mí» —afirma— «siempre hablarán el pueblo romano y 
todas las naciones; ninguna época venidera dejará nunca de 
mencionarme. Más aún, en nuestros días y a pesar de que mis 
enemigos aplican sus antorchas para avivar el odio contra mí, 
soy celebrado en todas las reuniones con muestras de agradeci- 
miento, felicitaciones y todo tipo de manifestaciones. No voy a 
hablar de los días de fiesta celebrados e instituidos en mi honor 
en Etruria. Creo que han pasado ya ciento dos días desde la 
muerte de Publio Clodio. Allí por donde se extienden las fron- 
teras del imperio del pueblo romano ha llegado, no sólo la no- 
ticia de aquel suceso sino también la alegría por lo ocurrido. 
De ahí que no me preocupe» —dice- «dónde irá a parar mi 
cuerpo, puesto que la gloria de mi nombre anda ya por todas 
las tierras y siempre permanecerá en ellas». 


129 Para esta misma idea, cf. dom. 75. 


EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 541 


Estas son las palabras que me dijiste a menudo sin la pre- 99 36 
sencia de estos jueces; pero, ante ellos mismos, que me están 
escuchando, yo te respondo, Milón, lo siguiente: «Siendo 
como eres tan valeroso, no soy capaz de elogiarte cuanto mere- 
ces, pero, cuanto más alta es tu virtud, más intenso es el dolor 
por separarme de ti. En verdad, si te arrancan de mi lado, no 
me quedará ni siquiera el consuelo de quejarme mostrando mi 
irritación contra aquellos por cuya culpa habré recibido una 
herida tan cruel; porque no son mis enemigos quienes te van a 
arrebatar de mi lado, sino mis mejores amigos; no quienes al- 
guna vez se comportaron mal conmigo sino quienes me presta- 
ron siempre excelentes servicios». Nunca, jueces, me causaréis 
un dolor tan grande —aunque, ¿puede haber algún otro ma- 
yor?-, pero ni siquiera este mismo será capaz de hacerme olvi- 
dar la estima que siempre me habéis tenido. Si se ha apoderado 
de vosotros la falta de memoria o si habéis encontrado en mí 
algo que os haya disgustado, ¿por qué no recae el castigo sobre 
mi cabeza y no sobre la de Milón? Moriré sin duda feliz, si 
tengo la suerte de morir antes de ver una desgracia semejante. 

En este momento me sostiene un único consuelo: que no te 
ha faltado, Tito Anio, mi afecto, mi entrega y mi sentido del 
deber hacia los amigos. Por defenderte me he atraído la ene- 
mistad de los poderosos !3? y, a menudo, he expuesto mi cuerpo 
y mi vida a las armas de tus enemigos; por ti he caído suplican- 
te a los pies de muchas personas y he ofrecido mi fortuna, mis 
bienes y los de mis hijos para compartir tus avatares; hoy mis- 
mo, en fin, si se ha maquinado algún acto de violencia, si va a 
haber alguna lucha por defender tu vida, yo la reclamo para mí. 
¿Qué resta ya? ¿Qué me queda por hacer en pago a los servi- 
cios que me prestaste, sino considerar como propia tu suerte, 


3 


130 De algunos tribunos de la plebe (Ascon., 20 y 22) y, posiblemente, del 
propio Pompeyo. 


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542 DISCURSOS 


cualquiera que ésta sea? No me niego a ello ni lo rechazo; a 
vosotros, jueces, os suplico que los beneficios que me otorgas- 
teis, los aumentéis absolviendo a Milón o que, en caso de con- 
dena, veáis cómo dichos beneficios se pierden por completo. 
Milón no se conmueve ante estas lágrimas —tal es su increí- 
ble fortaleza de espíritu—; considera que el exilio está allí don- 
de no hay lugar para la virtud; que la muerte es un final natu- 
ral, no un castigo. ¡Ojalá mantenga este espíritu con el que 
nació! Y ¿qué? Finalmente, jueces, ¿cuáles van a ser vuestros 
sentimientos? ¿Mantendréis el recuerdo de Milón y a él lo des- 
terraréis? ¿Y habrá un lugar en la tierra que acoja sus virtudes, 
más digno que-éste que lo ha visto nacer? Apelo a vosotros, sí, 
a vosotros, hombres valerosos, que habéis derramado tanta 
sangre por la patria; apelo a vosotros, centuriones y solda- 
dos !31, ante el peligro que corre un ciudadano que no conoce 
la derrota; ¿una virtud tan grande como la suya va a ser arroja- 
da, desterrada y expulsada fuera de esta ciudad ante vosotros, 
que, no sólo lo estáis contemplando sino que, además, os en- 
contráis armados protegiendo este tribunal? ; 
¡Ay desdichado y desgraciado de mí! ¿Tú, Milón, fuiste ca- 
paz de hacerme regresar a mi patria con la ayuda de los pre- 
sentes, y yo con ellos mismos no voy a poder retenerte en tu 
patria? ¿Qué responderé a mis hijos, que te consideran un se- 
gundo padre? ¿Qué respuesta te daré a ti, Quinto, hermano 
mío, que ahora estás ausente de la ciudad 132 y que participaste 
conmigo de mis avatares? ¿Responderé que no fui capaz de 
velar por. la salvación de Milón sirviéndome de las mismas 
personas con las que él logró salvarme a mí? ¿Y en qué proce- 


131 Cicerón se dirige, por tanto, a las tropas que, durante el proceso, rodea- 
ban el foro. 

132 El hermano de Cicerón se encontraba en aquel momento en las Galias 
como legado de César. 





EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN 543 


so no fui capaz? En un proceso que es del agrado de todas las 
naciones. ¿Y de quiénes no pude conseguirlo? De aquellos 
que, con la muerte de Publio Clodio, alcanzaron una gran tran- 
quilidad. ¿Quién se lo pedía? Yo mismo. 

Pues ¿qué crimen tan grave cometí, jueces, o de qué delito 
tan grande me hice culpable cuando investigué, descubrí, reve- 
lé y destruí aquellas pruebas que anunciaban la ruina de todos 
nosotros? Ésa es la fuente de la que rebosan todos los sufri- 
mientos que me afligen a mí y a los míos. ¿Por qué quisisteis 
que regresara? ¿Acaso para que ante mi vista fueran expulsa- 
dos aquellos gracias a los cuales se había conseguido mi regre- 
so? Os los ruego: no permitáis que mi regreso sea para mí más 
amargo de lo que lo fue mi propia partida. Porque ¿cómo pue- 
do creerme restituido si me veo privado de aquellos que me hi- 
cieron volver? 

¡Ojalá los dioses inmortales lo hubiesen permitido —que 
pueda decirlo con tu venia, patria mía, pues temo que las pala- 
bras que piadosamente voy a decir en favor de Milón puedan 
parecer impías contra ti-, ojalá que Publio Clodio, no sólo vi- 
viera sino que, además, fuera pretor, cónsul y dictador con tal 
de no ver este espectáculo! 

¡Qué hombre más valeroso, dioses inmortales, y que se 
merece ser salvado por vosotros, jueces! «No, no» —responde 
Milón- «al contrario; es mejor que Clodio haya expiado el cas- 
tigo que merece; nosotros, si no hay más remedio, suframos un 
castigo inmerecido». ¿Un hombre como éste, que nació para 
servir a su patria, va a morir en otra parte que no sea su patria 
6, si por casualidad es así, morirá de otra forma que no sea en 
su defensa? ¿Mantendréis el recuerdo de su espíritu generoso y 
permitiréis que su cuerpo no tenga un sepulcro en Italia? 133, 


133 Un ciudadano, al exiliarse, perdía junto con sus derechos civiles el ius 
sepulcri. 


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544 DISCURSOS 


¿Alguien va a expulsar de esta ciudad, con sus votos, a un 
hombre como éste, a quien, una vez expulsado por vosotros, 
todas las ciudades harán llamar a su lado? 

¡Dichosa la tierra que acoja a este hombre; ingrata esta 
nuestra si lo expulsa y desgraciada si lo pierde! Pero acabemos 
ya: las lágrimas no me dejan hablar y Milón se opone a que le 
defienda con lágrimas. Os ruego y suplico, jueces, que, en el 
momento de votar os atreváis a expresar lo que sentís. Creed- 
me: vuestra virtud, vuestro sentido de la justicia y vuestra leal- 
tad tendrán principlamente la aprobación de aquel que, al ele- 
gir a los jueces, escogió a los más íntegros, a los más sabios y 
a los más valientes de todos. 


ÍNDICE DE NOMBRES 


(ABREVIATURAS: sen. = Cum senatui gratias egit, Quir. = Cum populo 
gratias egit, dom.= De domo sua, har. = De haruspicum responso, Sest. = 
Pro P. Sestio, Vat. = In Vatinium, Mil. = Pro T. Annio Milone) 


Acaya: dom. 60. 

Acio (autor trágico): Sest. 123. 

África: Quir. 20; Sest. 50; Vat. 
12. 

Africano Publio (Escipión): har. 
24; 41; Mil. 8; 16; 20. 

africanos: Vat. 28. 

Ahala (ver Servilio Ahala). 

Ahalas: Sest. 143. 

Alba: Mil. 46; 48; 51. 

albanos: Mil. 85. 

Albino, Aulo (Postumio), cónsul 
en el 99: Quir. 11. 

Albino, Gayo: Sest. 6. 

Albinovano, Marco: Vat. 3; 41. 

Albinovano, Publio: har. 12. 

Alejandría: dom. 20. 

alejandrinos: har. 34. 

Alfio, Gayo: Vat. 38. 

alóbroges: dom. 134. 

Alpes: Mil. 74. 

Alsio: Mil. 54. 

Anagni: dom. 81. 


Ancario, Quinto, tribuno del 59: 
Sest. 113. 

Aníbal: har. 27; Sest. 142. 

Anio, Tito (ver Milón, Tito 
Anio). 

Antíoco el Grande: Sest. 58. 

Antonio, Marco, cónsul en el 99: 
Quir. 11. 

Antonio, Marco, cónsul en el 44: 
Mil. 40. 

Antonio (Hybrida), Gayo, cónsul 
en el 63: dom. 41; Sest. 8; 9; 
12; Vat. 27; 28. 

Apeninos: Sest. 12; Mil. 26. 

Apia (Vía): Sest. 126; Mil. 14; 
15; 18; 37; 57; 91. 

Apinio, Publio: Mil. 75. 

Apio (ver Claudio, Apio). 

Apio Claudio (el Ciego): Mil. 
17. 

Apolo: har. 18. 

aqueos: Sest. 94; 120. 

Aqueronte: sen. 25. 


546 


árabes: dom. 124. 

argivos: Sest. 122. 

Aricia: Mil. 51. 

Arístides: Sest. 141. 

armenios: Sest. 58. 

Arrio, Quinto: Vat. 30, 31; Mil. 
46. 

Asia: dom. 52; har. 28; Sest. 58; 
68. 

Átalo: Sest. 58. 

Atamante: har. 39. 

Atenas: Mil. 80. 

atenienses: Sest. 48; 110; 141. 

Atenión: har. 26. 

Atilio Gaviano (ver Serrano, 
Sexto). 

Atilio Régulo, Marco: Sest. 127. 

Atilios Calatinos: Sest. 72. 

Atinio (Labeón), Gayo: dom. 
123. 

Aufidio, Gneo: dom. 35. 

Aufidio (Orestes Aureliano), 
Gneo, cónsul en el 71: dom. 
35. 

Aurelio (tribunal): dom. 54; Sest. 
34. 


Babilonia: dom. 60. 

Beocia: dom. 60. 

Bíbulo, Marco (Calpurnio), cón- 
sul en el 59: dom. 39; 40; 69; 
har. 48; Vat. 21; 22; 24. 

Bitinia: sen. 38. 

Bizancio: dom. 52; 53; 129; Sest. 
56. 

bizantinos: har. 59. 


DISCURSOS 


Brindis: Sest. 131. 

Brogitaro: dom. 129; har. 28; 
29; 59; Sest. 56. 

«Bruto» (tragedia de Acio): Sest. 
123. 

Brutos: Sest. 143. 

Buena Diosa: dom. 105; har. 8; 
37; Mil. 86. 


Calidio, Marco: sen. 22. 

Camilos: Sest. 143. 

Campo de Marte: sen. 28; dom. 
15; 90; 142; har. 42; Sest. 
108; Mil 41. 

capadocio: sen. 14. 

Capena (puerta): Sest. 131. 

Capitolio: sen. 12; 25; 32; dom. 
5; 6; 7; 15; 76; 101; 139; 144; 
Sest. 26; 28; 124; 131; Mil. 
64; 66; 67. 

Capua: sen. 17; Sest. 9; 10; 11; 
19; Mil. 39. 

Carbón, Gayo: Mil. 8. 

Caribdis: har. 59. 

Carinas: har. 49. 

cartagineses: har. 19; Sest. 142. 

Cartago: har. 6; Sest. 127. 

Casiano: Mil. 32. 

Casio, Gayo, censor en el 154: 
dom. 130; 136. 

Casio (Longino), Lucio, tribuno 
en el 137: Sest. 103. 

Casio (Viscelino), Espurio, cón- 
sul en el 502: dom. 101. 

Cástor (templo): dom. 54; 110; 
har. 28; 49; Sest. 34; 79; 


ÍNDICE DE NOMBRES 


83; 85; Vat. 31; 32; Mil. 18; 
91. 

Catilina, Lucio (Sergio): sen. 10; 
12; 33; Quir. 13; dom. 13; 61; 
62; 72; 75; har. 5; 42; Sest. 
12; 28; 42; Mil. 37; 63. 

Catón (de Útica), Marco (Por- 
cio): dom. 20; 21; 22; 23; 65; 
66; Sest. 12; 60; 62; Mil. 16; 
26; 44; 58. 

Cátulo, Quinto (Lutacio), cónsul 
en el 102: dom. 102; 114; 116; 
137. 

Cátulo, Quinto (Lutacio), cónsul 
en el 78: sen. 9; dom. 113; 
Sest. 101; 121; 122. 

Causinio Escola, Gayo: Mil. 46. 

Cecilia y Didia (leyes): dom. 41; 
53: Sest. 135. 

Cecilio (Rufo), Lucio: sen. 22; 
Mil. 38. 

Celículo: har. 32. 

Celio, Marco: Mil. 91. 

Cepión, Quinto (Servilio): dom. 
120. 

Ceres: dom. 125. 

Cerdeña: Vat. 12. 

César, Gayo (Julio): dom. 22; 
39; 40; har. 47; 48; Sest. 39; 
41; 71; 132; 135; Vat. 15; 22; 
29; 38; Mil. 66; 88. 

César, Sexto (Julio): har. 12. 

Cesón, Quincio: dom, 86. 

Cesonino Calvencio (ver Pisón, 
Lucio). 

Cestilio, Gayo: sen. 21. 


547 


Cetego, Gayo (Cornelio): sen. 
10; dom. 62. 

Chipre: dom. 20; 52; 53; 65; 
Sest. 59; 62; 64. 

Cicerón, Marco (Tulio): dom. 
44; 47; 50; 85; 102; 133; Mil. 
94. 

Cilicia: dom. 23; Sest. 55. 

cilicios: har. 42. 

cimbros: dom. 102. 

Cina, Lucio (Cornelio), cónsul 
en el 87-84: sen. 9; dom. 83; 
har. 18; 54; Sest. TT, Vat. 23. 

Ciro: Mil. 46; 47; 48. 

Cispio, Marco: sen. 21. 

Claudia, Quinta: har. 27. 

Claudio, Lucio: har. 12. 

Claudio, Tito: Vat. 3. 

Claudio (Pulcro), Apio, cónsul 
en el 54: dom. 40; har. 26; 
Mil. 59; 15. 

Claudio (Pulcro), Gayo, cónsul 
en el 92: har. 26. 

Clodia (gens): dom. 34; 116; 
Sest. 81. 

Clodia (ley): Sest. 69; Mil. 89. 

Clodio, Gayo: Mil. 46. 

Clodio, Sexto: dom. 25; 26; 47; 
48; 83; har. 11; 59; Sest. 133; 
Mil. 33. 

Clodio (Pulcro), Publio: dom. 12; 
22; 26; 48; 70; 71; 79; 104; 
108; 112; har. 1; 4; 8 9; 37; 
43; 44; 53; passim; Sest. 68; 
78; 79; 81; 82; 85; 89; 94; 130; 
Vat. 33; 36; 40; Mil. passim. 


548 


Clodios: dom. 50; 116; har. 59. 

Colina (tribu): Mil. 25. 

Concordia (templo, estatua): 
dom. 11; 130; 131; 136; 137; 
Sest. 26. 

Cornelio, Gayo (tribuno del 67: 
Vat. 5. 

Cornelio (¿Máximo?), Quinto: 
har. 12. 

Cornuto, Gayo: sen. 23. 

Coruncanio, Tiberio, cónsul en 
el 280: dom. 139. 

Cosconio, Gayo: Vat. 12. 

Cosconio, Gayo, tribuno en el 
59: Vat. 16. 

Cota, Lucio (Aurelio), cónsul en 
el 65: dom. 68; 84: Sest. 73; 
74. 

Craso, Lucio (Licinio), cónsul en 
el 95: dom. 50. 

Craso, Marco (Licinio): har. 12. 

Craso, Publio (Licinio): sen. 23. 

Craso (Dives), Marco, cónsul en 
el 70 y 55: har. 47; Sest. 39; 
41; 48. 

Curcio (Peduceano), Marco: sen. 
21. 

Curión, Gayo (Escribonio), cón- 
sul en el 76: har. 12; Vat. 24. 

Curios: Sest. 143. 


dárdanos: Sest. 94. 
Décimos: dom. 50. 

Decio, Publio: Sest. 48. 
Decios: dom. 64; Sest. 143. 
Deyótaro: har. 29. 


DISCURSOS 


Diademato, Lucio (ver Metelo 
Diademato, Lucio). 

Diana: har. 32. 

Dirraquio: Sest. 94; 140. 

Domicio, Gneo, tribuno en el 59: 
Sest. 113. 

Domicio (Enobarbo), Lucio: Vat. 
25; Mil. 22. 

Druso, Marco (Livio): dom. 41; 
50; 120; Vat. 23; Mil. 16; 20. 


Elia y Fufia (leyes): sen. 11; har. 
58; Sest. 33; 114; Vat. 5; 18; 
23; 37. 

Elio (ver Ligo). 

Elios: Sest. 69. 

Emilio (Lépido), Marco, cónsul 
en el 187 y 175: dom. 136. 

Emilios: Sest. 143. 

epicüreo: sen. 14. 

Equimelio: dom. 101. 

Erecteo: Sest. 48. 

Escancia: Mil. 75. 

Escauro, Marco (Emilio), cónsul 
en el 115: dom. 50; har. 43; 
Sest. 39. 

Escauro, Marco (Emilio): har. 
12; Sest. 101; 116. 

Escatón: dom. 116. 

Escévola (ver Mucio Escévola, 
Publio). 

Escila: har. 59; Sest. 18. 

Escipión (Asiático), Lucio (Cor- 
nelio), cónsul en el 83: Sest. 7. 

Escipión (Emiliano Africano), 
Publio (Cornelio): har. 6. 


ÍNDICE DE NOMBRES 


Escipión (Nasica), Publio (Corne- 
lio), cónsul en el 191: har. 27. 

Escipión (Nasica Serapión), Pu- 
blio (Cornelio): dom. 91; Mil. 
8; 83. 

Escipiones: sen. 37; Quir. 6; 
Sest. 143. : 

Esopo (actor trágico): Sest. 123. 

Espartaco: har. 26. 

Estrecho de Gibraltar: Vat. 12. 
Etruria: har. 20; 25; Mil. 26; 50; 
55; 87; 98. 

etruscos: har. 
Mil. 74. 
Europa: har. 28. 


18; 25; 37; 53; 


Fabricio, Quinto: sen. 22; Sest. 
75; 78; Mil. 38. 

Fabricios: Sest. 143. 

Fadio (Galo), Tito: sen. 21. 

Fanio, Gayo: har. 12; Sest. 113. 

Fausto (hijo de Sila): Vat. 32. 

Favonio, Marco: Mil. 26; 44. 

Fíbulo, Gayo: Vat. 31. 

Fidulio: dom. 79; 80; 82. 

Filipo, Lucio (Marcio), cónsul 
en el 91: dom. 84. 

Filipo, Lucio (Marcio), cónsul 
en el 56: har. 11; Sest. 110. 

Filoctetes: har. 39. 

Firmidio: Sest. 112. 

Flaminio (Circo): sen. 13; 17; 
Sest. 33. 

Flaminino, Tito (Quincio), cón- 
sul en el 123: dom. 136. 

Fonteya (gens): dom. 116. 


549 


Fonteyo, Publio: dom. 35; 77; 
har. 57. 

Fortuna (diosa): Sest. 5; Mil. 83; 
87. 

Frigia: har. 27. 

Fulvio Flaco, Marco, cónsul en 
el 125: dom. 102; 114. 

Furio Camilo, Marco: dom. 86. 

Furfanio, Tito: Mil. 75. 


Gabinio, Aulo, cónsul en el 58: 
sen. 16; dom. 23; 55; 66; 70; 
102; 124; 125; 126; har. 2; 
Sest. 32; 53; 55; 70; 93; Vat. 
25. 

Gades: dom. 80. 

Galba, Publio (Sulpicio): har. 
12. 

Galia: har. 42. 

Gálico (Campo): Sest. 9. 

galogreco: har. 28. 

galos: dom. 101; har. 19. 

Gavio Olelio: Sest. 72. 

Gavios: Sest. 72. 

Gelio, Lucio: Quir. 17. 

Gelio (Publícola), Lucio: Sest. 
110; 111; 112; Vat. 4. 

Gelios: har. 59, 

Glabrión, Manio (Acilio), cónsul 
en el 67: har. 12. 

Glaucia, Gayo (Servilio): har. 
51. 

Graco (= Numerio): Sest. 72; 82. 

Graco, Gayo (Sempronio): dom. 
24; 82; 102; har. 41; 43; Sest. 
101; 103; 140; Mil. 14. 


550 


Graco (pseudo): Sest. 101. 

Graco, Tiberio (Sempronio): 
dom. 91; har. 41; 43; Sest. 
103; Mil. 8; 72. 

Gracos: Sest. 105; Vat. 23. 

Gran Madre: har. 24; Sest. 56. 

Grecia: dom. 60; 111; Sest. 142; 
Mil. 80. 

griegos: har. 19; Sest. 94; 110; 
122; 126; 141; 142; Mil. 28; 
55; 80. 


Hércules: dom. 134; Sest. 143; 
Mil. 85. 

Hermarco: har. 34. 

Hiémpsal: Vat. 12. 

Hispania: dom. 52; Vat. 12; 13. 

hispanos: har. 19. 

Horacio (Pulvilo), Marco, cónsul 
en el 509 y 507: dom. 139; 
Mil. 7. 

Hortensio (Hórtalo), Quinto: 
Sest. 3; 14; Mil. 37. 


Interamna: dom. 80; Mil. 46. 

Italia: sen. 24; 26; 28; 29; 38; 
39; Quir. 1; 4; 10; 11; 16; 18; 
dom. 5; 26; 30; 57; 75; 82; 
87; 90; 132; 142; 147; har. 
5; 27; 28; 35; 41; 46; Sest. 
12; 25; 26; 32; 36; 37; 38; 
40; 72; 83; 87; 107; 128; 
129; 131; 145; Vat. 8; Mil. 
38; 39; 61; 67; 68; 77; 87; 
94; 104. 

ítalos: har. 19. 


DISCURSOS 


Janículo: Mil. 74. 

julias (leyes): har. 48. 

Julio, Sexto (Julio), pretor en el 
123: dom. 136. 

Julio (César Estrabón Vopisco), 
Gayo: har. 43. 

Juno: dom. 144: 

Júpiter: Quir. 1; dom. 14; 92; 
144; har. 10; 20; 21; Sest. 
129; Vat. 20; Mil. 85. 


Lacial (monte): Mil. 85. 

Lacio: har. 62. 

Lamia, Lucio (Elio): sen. 12; 
Sest. 29. 

Lanuvio: Mil. 27; 45; 46. 

Laterense, Marco: Vat. 26. 

latinos: dom. 78; har. 19; 20; 
Sest. 30. 

Lenio Flaco, Marco: Sest. 131. 

Lentidio: Sest. 80. 

Lentidios: dom. 89. 

Léntulo, Lucio (Cornelio), ven- 
cedor de Mitrídates: Vat. 25. 
Léntulo, Publio (Cornelio), hijo 
de Léntulo Espínter: Sest. 

144. 

Léntulo (Clodiano), Gneo (Cor- 
nelio), cónsul en el 72: dom. 
124; Vat. 27. 

Léntulo (Crus), Lucio (Corne- 
lio), cónsul en el 49: har. 37. 

Léntulo (Espínter), Publio (Cor- 
nelio), cónsul en el 57: sen. 5; 
8; 9; 27; 28; Quir. 11; 15; 17; 
18; dom. 7; 30; 70; 71; 75; 


ÍNDICE DE NOMBRES 


har. 12; 13; Sest. 70; 72; 107; 
147; Mil. 39. 

Léntulo (Marcelino), Gneo (Cor- 
nelio), cónsul en el 56: har. 2; 
11; 13; 21; 22. 

Léntulos: Sest. 143. 

Lépido, Marco (Emilio), cónsul 
en el 46 o 66: Mil. 13. 

Libertad (atrio): Mil. 59. 

Libertad (estatua): dom. 108; 
110; 111; 116; 131. 

Licinia: dom. 136. 

Licinia y Ebucia (leyes): dom. 
51. 

Licinia y Junia (leyes): Sest. 
135; Vat. 33. 

Licinio: Mil. 65. 

Ligo, Sexto (Elio): dom. 49; 
Sest. 68; 94. 

ligur: har. 5. 

Lolio, Marco: dom. 13; 14; 21; 
89. 

Lolios: dom. 21; 89. 

Láculo, Marco (Terencio Va- 
rrón), cónsul en el 73: dom. 
132; 133; har. 12. 

Láculo (Póntico), Lucio (Lici- 
nio), cónsul en el 74: har. 42; 
Sest. 58; Vat. 24; Mil. 73. 

Lüculos: sen. 37; Quir. 6. 


Macedonia: dom. 55; 60; 70; 
har. 35; Sest. 13; 71; 94; Vat. 
25. 

Madre del Ida: har. 22. 

Magno (ver Pompeyo, Gneo). 


551 


Mancino, Gayo (Hostilio), cón- 
sul en el 137: har. 43. 

Manlio (Capitolino), Marco: 
dom. 101. 

Marcelo, Gayo: Sest. 9. 

Marcio (Filipo), Quinto, cónsul 
en el 186 y 169: dom. 130. 
Mario, Gayo: sen. 38; Quir. 7; 
9; 10; 11; 19; har. 51; 54; 
Sest. 37; 38; 50; 116; Mil. 8; 

9; 83. 

Marsella: Sest. 7. 

marsos: dom. 116; Vat. 36. 

Marte: Sest. 12; Vat. 25; Mil. 56. 

Mastanesoso: Vat. 12. 

Mauritania: Vat. 12. 

Máximo (circo): Mil. 65. 

Máximo, Quinto: Vat. 28. 

Máximos: Sest. 143; Vat. 28. 

Megalenses (juegos): har. 22; 
24; 26. 

Melio, Espurio: dom. 101; Mil. 
72. 

Memio, Gayo: Vat. 33; 34. 

Menia (columna): Sest. 124. 

Ménula: dom. 81. 

Mesala, Marco (Valerio), cónsul 
en el 61: har. 12. 

Mesio, Gayo: sen. 21. 

Metelo (Baleárico), Quinto (Ce- 
cilio), cónsul en el 123: dom. 
136. 

Metelo (Caprario), Gayo (Ceci- 
lio), cónsul en el 113: sen. 37; 
Quir. 6. 

Metelo (Céler), Quinto (Cecilio), 


552 


cónsul en el 60: sen. 25; har. 
45; Vat. 19. 

Metelo (Crético), Quinto (Ceci- 
lio), cónsul en el 69: dom. 
123; har. 12. 

Metelo (Diademato), Lucio (Ce- 
cilio), cónsul en el 117: sen. 
37; Quir. 6. 

Metelo (Escipión Nasica), Quin- 
to (Cecilio): har. 12; Sest. 
124. 

Metelo (Macedónico), Quinto 
(Cecilio), cónsul en el 143: 
dom. 123. 

Metelo (Nepote), Quinto (Ceci- 
lio), cónsul en el 57: sen. 5; 9; 
25; 37; Quir. 6; dom. 7; 11; 
13; 70; 82; har. 13; Sest. 130. 

Metelo (Numídico), Quinto (Ce- 
cilio), cónsul en el 109: sen. 
25; Quir. 9; 11; Sest. 37; 101; 
130. 

Metelo (Pío), Quinto (Cecilio), 
cónsul en el 80: sen. 37; 38. 
Metelo (Pío), Quinto (Cecilio) « 
Publio Cornelio Escipión Na- 
sica, cónsul en el 52: dom. 

123; Sest. 124. 

Metelos: sen. 25; 37; Quir. 6; 
Sest. 130; 131. 

Mevulano, Gayo: Sest. 9. 

Milcíades: Sest. 141. 

Milón, Tito (Anio): sen. 19; 30; 
Quir. 15; har. 6; 7; Sest. 85; 
86; 87; 88; 89; 90; 92; 95; 
144; Vat. 40; 41; Mil., passim. 


DISCURSOS 


Minerva: dom. 92; 144. 
Minturna: Sest. 50. 
minturnenses: Quir. 20. 
Mitrídates: dom. 19; Sest. 58. 
Mucio, Gayo: Sest. 48. 

Mucio (Escévola), Publio, cón- 
sul en el 133: dom. 91; 136. 
Murena, Lucio (Licinio), cónsul 
en el 62: dom. 134; har. 42. 


Nasica (ver Escipión Nasica, Pu- 
blio). 

Neptuno: har. 20. 

Ninfas (templo): Mil. 73. 

Ninio (Cuadrato), Lucio: sen. 3; 
dom. 125; Sest. 26; 68. 

Numa Pompilio: dom. 127. 

Numancia: har, 43. 

Numerio, Quincio Rufo: Sest. 
82; 94. 


Octavio, Gneo; cónsul en el 87: 
har. 54; Sest. 77. 

Opimio, Lucio, cónsul en el 121: 
Quir. 11; Sest. 140; Mil. 8; 83. 

Opio, Gneo: Quir. 12. 

Orestida: har, 35. 

Ostia (puerto): Sest. 39. 

Otrícoli: Mil. 64. 


Paconio, Marco: Mil, 74. 

Palas (estatua): Mil. 33. 

Palatina (tribu): dom. 49; Sest. 
114. 

Palatino: sen. 18; dom. 62; 103; 
116; har. 16; 24; 49; Sest. 54. 


ÍNDICE DE NOMBRES 


Papiria (ley): dom. 128; 130. 

Papirio, Quinto: dom. 127; Mil. 
37. 

Papirio (Maso), Marco: dom. 49; 
Mil. 18. 

Pátina, Tito: Mil. 46. 

Paulo, Lucio (Emilio), cónsul en 
el 50: Vat. 25; Mil. 24. 

Paulos: Vat. 28. 

pelignos: Vat. 36. 

persas: dom. 124; har. 28. 

Persia: dom. 60. 

Pesinunte: har. 28; 29; Sest. 56. 

Petilio, Quinto: Mil. 44. 

Petreyo, Marco: Sest. 12. 

Piceno: har. 62. 

Pisauro: Sest. 9. 

Pisón (Cesonino Calvencio), Lu- 
cio (Calpurnio), cónsul en el 
58: sen. 13; 16; dom. 23; 55; 
66; 70; 102; 112; har. 2; 32; 
Sest. 32; 33; 53; 54; 60; 70; 
93. 

Pisón (Frugi), Gayo (Calpurnio): 
sen. 38; Quir. 7, Sest. 54; 68; 
Vat. 26. 

Pisones: sen. 15. 

pitagórico: Vat. 14. 

plaguleyos: dom. 89. 

Plancio, Gneo: sen. 35. 

Plátor: har. 35. 

Plocia (ley): Mil. 35. 

Pompeyo (Magno), Gneo: sen. 
5; 29; Quir. 16; 18; dom. 3; 
13; 16; 18; 19; 25; 27; 30; 31; 
66; 67; 69; 129; har. 45; 46; 


553 


47; 48; 49; 50; 51; 52; 58; 
Sest. 15; 39; 41; 58; 67; 69; 
74; 107; 133; Vat. 24; Mil. 2; 
15; 18; 20; 21; 31; 37; 39; 40; 
54; 65; 66; 67; 68; 70; 79; 87. 

Ponto: sen. 38; Sest. 58. 

Popilio, Publio, cónsul en el 132: 
sen. 37; 38; Quir. 6; 9; 11; 
dom. 82; 87. 

Porsena: Sest. 48, 

Postumio: Sest. 111. 

Potenza: har. 62. 

Prelio: Mil. 74. 

Propercio, Sexto: dom. 49. 

Ptolomeo: dom. 20; Sest. 57. 

Pulcro (ver Clodio Pulcro, Pu- 
blio). 

Pupio, Marco: dom. 35. 

Pupio (Pisón Calpurniano), Mar- 
co, cónsul en el 61: dom. 35. 

Púzol: Vat. 12. 


Quintilio, Sexto: ser. 23. 
Quíos: har. 34. 
Quirino: har, 12. 


Reate: Sest. 80. 

Roma: sen. 17; 24; 25; dom. 51; 
52; 71; 79; har. 27; 28; 42; 
Sest. 11; 29; 30; 32; 41; 52; 
53; 56; 65; 68; 82; 83; 122; 
127; 128; Vat. 6; 17; 20; 36; 
Mil. 27; 28; 39; 45; 46; 47; 
48; 49; 51; 61; 62; 76; 87. 

Rómulo: Vat. 20. 

Rufión: Mil. 60. 


554 


sabinos: Vat. 36. 

Salud (templo): Sest. 131. 

samnitas: Sest. 134. 

Saturnino, Lucio (Apuleyo): 
dom. 82; har. 41; 43; Sest. 37; 
39; 101; 105; Vat. 23; Mil. 14. 

Saturno: har. 20. 

Sempronia (ley): dom. 24. 

Seplasia (plaza de Capua): Sest. 
19. 

Septimio, Gayo: sen. 23. 

Sercio Galo, Tito: Mil. 86. 

Sergia (tribu): Vat. 36. 

Sergio, Lucio: dom. 13; 14; 21; 
89. 

Sergios: dom. 21; 89. 

Serrano (Gaviano), Sexto (Ati- 
lio): har. 32; Sest. 72; 74; 85; 
94. 

Servilio (Ahala), Gayo: dom. 86; 
Mil. 8; 83. 

Servilio (Vatia Isáurico), Publio, 
cónsul en el 79: sen. 25; Quir. 
17; dom. 43; 123; 132; 133; 
har. 2; 12; Sest. 130. 

Servilios: sen. 37; Quir. 6. 

Servio Tulio: Sest. 123. 

Sestio, Lucio: Sest. 10. 

Sestio, Publio: sen. 20; 30; Quir. 
15; Sest. passim; Vat. 2; 3; 10; 
11; 41; Mil. 38. 

Seyo, Quinto: dom. 115; 129; 
har. 30. 

Sibila: har. 26. 

Sila, Lucio (Cornelio): dom. 43; 
79; har. 18; 54; Vat. 23. 


DISCURSOS 


«Simulador» (obra de Afranio): 
Sest. 118. 

Siria: dom. 23; 52; 55; 60; 70; 
Sest. 55; 71; 93. 

sirios: dom. 124; har. 28. 

Sulpicio (Rufo), Publio: har. 41; 
43; Vat. 23. 


Tanagra: dom. 111; 116. 

Tauro (monte): Sest. 58. 

Telus: dom. 101; har. 20; 31. 

Temístocles: Sest. 141. 

Teodosio: har. 34. 

Terencio (Culeón), Quinto: har. 
12. 

Tesalia: dom. 60. 

tesalios: Sest. 94. 

Tesalónica: har. 35. 

Tíber: Sest. 77; Mil. 41; 64. 

Tigranes: dom. 19; Sest. 58. 

Titio: dom. 21; har. 59; Sest. 80; 
112. 

Titios: dom. 21; har. 59. 

Tito: Sest. 118. 

tracios: Sest. 94. 

Tulio, Marco (ver Cicerón). 

Tulio, Quinto: Mil. 102. 

Tulión Siro, Publio: har. 1. 

Tásculo: sen. 18; dom. 62; 
124. 


Vaco, Marco (Vitrubio): dom. 
101. 

Valeria (tabla): Vat. 21. 

Valerio, Quinto: sen. 23. 

Valerio (Publícola), Publio, cón- 


ÍNDICE DE NOMBRES 


sul en el 509-7 y 504: har. 
16. 

Vario, Publio: Mil. 74. 

Vario, Quinto: Sest. 101. 

Vatinio, Publio: Vat. 1; 2; 6; 
7; 10; 15; 19; 25; 34; 
38. 


555 


Velia (monte): har. 16. 

Vesta: dom. 144; har. 12. 

Vetio, Lucio: Sest. 132; Vat. 24; 
25; 26. 

Vibieno, Gayo: Mil. 37. 

Virtud (templo): Sest. 116; 120. 

Volterra: dom. 79. 





ÍNDICE GENERAL 


Págs. 
EN AGRADECIMIENTO AL SENADO .....oo.oooooonooomomoo. 7 
Introducción |... ccce hh 9 
En agradecimiento al senado ................ Lue. 33 
EN AGRADECIMIENTO AL PUEBLO. ... lcs 63 
Introducción ....... ccce han 65 
En agradecimiento al pueblo ............o.oooo... 71 
SOBRE LA CASA merk aeea te eee a eig dia 89 
Introducción ..... eese hn 91 
Sobre la cas. ovs e e a 103 
SOBRE LA RESPUESTA DE LOS ARÜSPICES. .........0. ooo... 201 
Introducción |... en 203 
Sobre la respuesta de los aráspices ............... 215 
EN DEFENSA DE P. SESTIO ........oo.ooo.oooroooomooooo” 267 
Introducción ........oooocoommmonnmamnrrnnnnnn.s. 269 


En defensa de Publio Sestio ........oooooooooo... 283 


558 ÍNDICE GENERAL 


Págs. 
CONTRA VATINIO. ... cesse ehh nnne 389 
Introducción |... ccce 391 
Contra Vatinio .... cesse n 405 
EN DEFENSA DE T. ANIO MILÓN.......o.ooooooooomoooooos 437 
Introducción .......ooooonoomoonmr9rmnsrrrronrrn.. 439 
Argumento de Quinto Asconio Pediano ........... 461 
En defensa de T. Anio Milón .......oooooooooomo... 479 


ÍNDICE DE NOMBRES ....... n fn 545